Las penas de la infidelidad. Parte 5
La entrega de amor no es sacrificio, es una prueba de eternidad. El orgullo siente el derecho de mirar hacia atrás con reproche, pero el AMOR tiene el mismo derecho de hacerlo para sobrevivir y fortalecerse. No se resuelven los problemas estando separadas, es ley de vida... es ley del verdadero amor
Gracias por los comentarios recibidos con este relato. A quienes han dejado su opinión acá y a quienes han escrito al correo. Agradezco sus valoraciones. Un día desperté, un día viví. Y al llegar la noche, me cobijé en el calor de un amor que no se vivirá más. El pensamiento que les dejo, es el de luchar por ese amor que nos revitaliza. El orgullo, la duda y el no, son esclavos de la soledad y del desamor. Reciban en sus puertas a ese amor que vuelve a sus manos sabiendo que jamás se ha ido, abran su corazón y déjense amar. Los errores en la vida de pareja no siempre indican que algo está mal, muchas veces es el grito que el destino nos lanza para que se fortalezca esa unión. No dejen de luchar. No permitan que se vaya ese amor desintegrando poco a poco, porque puede llegar el día en que el sentimiento ya no se pueda juntar. Puede llegar el día en que una parte del corazón muera por dejar ir a ese amor que siempre se quizo quedar. No dejen que se vaya dejando heridas sin sanar. Detén tu camino, mira a sus ojos y ve en ella ese amor que te quieres negar.
Penúltimo Capítulo
A mitad del camino no le quedó más remedio que detener la marcha sobre las lozas de la acera, antes lo había hecho cuando los instantes pasajeros de su vida le impidieron continuar su andar. Esta vez, sus pasos se habían detenido para ver a Estefanía caminar hacia ella. No había viento que se regodeara en su piel ni sol ni sombras. Hablaba en silencio repitiendo dentro los motivos y razones del por qué hiciera lo que hiciera, terminaba frente al edificio donde Estefanía trabajaba. Atravesó la avenida y llegó hasta la entrada. Una sonrisa cómplice se dibujó en su pálido rostro que tomaba poco a poco un color rojizo al sentirse más cerca de aquella chica.
- ¡Hola hermosa! – dijo Estefanía colgándose de su cuerpo en un cálido pero fuerte abrazo -. Pensé que entrarías, ¿te tuve esperando mucho, cierto?
- No, recién he llegado… - en sus ojos se perdía, los miraba fijos descubriendo en su mirada paisajes soñados, bosques adormecidos y mares apacibles –
- Estás muy sonriente hoy, me encanta que sonrías.
Diana acercó su rostro al de Estefanía y sin dejar de sonreír besó el rosa de sus labios. La abrazó a su cuerpo sin quererla soltar. Sus fragancias se mezclaron en el aire que les rodeaba. Separándose un poco de ella, la tomó por la mano entrelazando sus dedos. Caminaron unas cuadras acompañadas de una amena plática, de vez en cuando se detenían a ver uno que otro escaparate de las tiendas.
Diana se adelantó un par de metros, lucía distraída. Reflejo de nervios o temor, posiblemente era una mezcla de ambos.
- ¡Mi amor, viste qué precioso ese vestido! Creo que me lo compraré y me iré de fiesta para conseguirme a una bella mujer que me preste un poco de atención – dijo intentando que Diana regresara junto a sus pensamientos de dónde sea que la retuvieran. La abrazó por detrás rodeando su cintura y recargando su quijada en uno de sus hombros.
- Amor… me gustaría que viviéramos juntas. – dijo mientras se aferraba al abrazo de su novia -.
Tras ella, los ojos de Estefanía parecían querer saltar de sus órbitas. Escuchaba a Diana haber dicho eso con una seguridad pasmosa. Llevaban unos 6 meses de relación y por lo que alguna vez conoció de su chica, la sola idea de profundizar un noviazgo le aterraba. Diana era una mujer de relaciones largas, pero era la primera vez que estaba con una mujer.
- ¿te asusté verdad? Es muy pronto… ¿te parece así?
- No princesa, no me asustaste.
- Es que no respondes. No debí decírtelo en la calle, es que… había preparado una sorpresa para hoy, pero no me pude contener.
Estefanía besó tiernamente su cuello dejando libre la cintura de Diana. Cruzó su brazo con el de ella halándola suave para que continuaran caminando. Dieron unos pasos hasta el auto. Ya dentro, el silencio copaba el ambiente. Diana se reprochaba internamente el habérselo dicho de esa forma. Unos metros más adelante, Estefanía colocó su mano izquierda sobre la derecha de Diana como acostumbraban a hacerlo. Acariciaba sus dedos y jugaba con la punta de ellos. Sólo se soltaban cuando alguna maniobra ameritaba ambas manos de Diana al conducir, pero luego retomaban la misma posición y el mismo jugueteo de pieles. Ya en la casa de Estefanía, se sentaron en el único sofá que ésta poseía. El lugar era lo necesariamente grande para que las cosas primordiales cupieran. Las paredes pintadas con un blanco hueso, encajonaban una decoración simplista con un par de pinturas hechas por Diana, una mesa de centro de vidrio sobre la que reposaban unas revistas de ventas y publicidad algunas actuales, otras no tanto.
Estefanía se abrazó al cuerpo de su novia colocando su pierna sobre las de ella. Puso el control remoto en el abdomen de Diana. A esa hora, Diana veía algún programa de celebridades o concursos para distraerse de un día lleno de cifras, cuentas y demás.
- Me doy cuenta que necesitaremos un televisor extra – dijo Estefanía poniéndose de pie y dirigiéndose a la diminuta cocina - ¿te preparo algo de cenar, preciosa?
- ¿quieres comprar otro televisor?
- Lo necesitaremos cariño… ni sueñes en que bajo el mismo techo no me veré mis programas favoritos. Ah! y las compras las haremos juntas. Tú cocinas y yo lavo los trastos… y como no creo que quieras sacar la basura, creo que esa tarea me queda a mí jajajaja –
- Entonces… ¿sí quieres? – preguntó con alegría –
- Claro que quiero mi cielo… pensaste que no, verdad. Y no hay devoluciones así que si tú te vienes para acá o si yo me voy a tu apartamento… nos tendremos que aguantar.
Nuevamente ambas reposando en aquel sofá se entregaron sus labios. Los cuerpos pedían entrar uno en la piel del otro. En esos instantes la temperatura había subido estrepitosamente por el vapor caliente que manaba de ellas. Los labios se acariciaban con mayor pasión, las ropas iban abandonándolas a paso acelerado ayudadas por sus manos. Diana reposó su cuerpo sobre el de Estefanía quien se encontraba ya recostada en el sofá enlazando a Diana por el cuello, exigiendo sus besos con cada gemido.
- Diana… Diana…
Se escuchaba como súplica y a la vez agradecimiento. El deseo crecía como llamaradas vivas…
- Diana… Diana… ¡Por Dios mujer! ¿En dónde cargas el pensamiento? – Dijo Estefanía de pie frente a la mirada perdida de Diana –
- Ehmm… Discúlpame… recordaba cosas.
- Me imagino las cosas que recordabas, tienes una cara que te delata. Disimula un poco, quieres. No quiero que te arresten confundiéndote con una pervertida. ¿de qué querías hablar conmigo?
- Siéntate conmigo. – Diciendo esto, tomó de la mano a Estefanía para guiarla junto a ella. Aún después de tanto tiempo, el roce de sus manos producía descargas de energía en ellas. Sin soltarse, Estefanía se sentó junto a Diana. - ¿Cómo estás? El trabajo y la familia, ¿bien?
- Claro que sí, todo anda de maravilla. ¿tú cómo te sientes? Imagino que la has de estar pasando mal con lo del divorcio. Casi te deja en la calle.
- Conmigo todo bien. El divorcio me ha liberado, no sé en qué momento decidí casarme con ella. Pero ahora soy una mujer felizmente divorciada, ya entré al club de mis padres.
- No digas eso, simplemente te casaste porque la amabas y pensabas que tendrían éxito. Es bastante normal que no funcionen los matrimonios.
- Te extraño… - los dedos de Diana acariciaban la mano de Estefanía, tal y como años antes la había acariciado. Su mirada de nuevo perdida en aquellos recuerdos que alguna vez vio lejanos pero que desde que volvió a ver a esa mujer que tenía completo su corazón, le había devuelto la esperanza que creía perdida. –
- Diana… ¿vamos a lo mismo? Es agotador estar en esta situación.
- Lo sé… pensaba en que quería reconquistarte, pero me he dado cuenta que así no te recuperaré. No quiero reconquistarte.
Siempre regresaban a aquel manzano del parque de la séptima. Estuvieran donde estuvieran y con quienes estuvieran, siempre regresaban la una a la otra como una sola alma. En los 4 años que no se vieron se juntaron en sueños, en pensamientos, en el sentir de complicidad que solo las verdaderas amantes sienten.
Estefanía soltó la mano de Diana dejándose llevar por un creciente dolor al escucharla diciendo que no quería reconquistarla. En el fondo, creía que Diana se arriesgaría por ella alguna vez, pero al parecer no iba a ser así. Las personas pasaban frente a ellas ignorantes de la intensa historia que unía a aquellas dos mujeres. Probablemente bajo ese manzano muchos amores se había forjado, pero el de ellas… de alguna manera, era eterno.
- No me sueltes – pidió Diana con una sonrisa –
- Tú me sueltas, siempre lo haces. Muy lindo tu detalle de haberme traído aquí para decirme que no tienes intención de reconquistarme. Me lo hubieras dicho por teléfono o mejor aún, no me lo hubieras dicho.
Se puso en pie y sacudió algunas hojas de su ropa. A pesar de querer irse, retrasaba su camino. Esperando, pero ya no sabía qué esperar.
- Siéntate, eres una desesperada de primera clase.
- No entiendo el por qué debería quedarme. Me has dicho lo que tenías que decirme y es tiempo que regrese. Ya anochece y este lugar se pondrá a explotar de tanta gente.
- Siempre es así los viernes, incluso desde antes de que tú y yo naciéramos.
- Bueno, me da gusto semejante análisis. Te felicito.
- ¿te sientes herida porque no quiero reconquistarte?
- Vaya, y lo repites sin que te importe si me duele o no.
- Te duele entonces.
Diana se puso en pie y viendo unos mil metros al frente, justo donde se encontraba el improvisado escenario para la participación musical, tomó de nuevo la mano de Estefanía.
- No quiero reconquistarte… yo quiero enamorarte de nuevo. Enamorarte como enamora la luna a la noche, enamorarte como si fuera la primera vez.
Se puso frente a ella viéndola fijamente aunque la mirada de Estefanía estaba clavada en las manos de Diana acariciando las suyas.
- Quiero enamorarte como si fuera la primera vez que llegas a mi vida, con esa ansia loca de poseerte y de ser parte de tus días. Con la ilusión de poder verte mañana… y pasado… y el día después de ese. Con el anhelo de probar tus labios y ser motivo de tus sonrisas. Ya te amo, pero quiero amarte más. Amarte aferrada a tu corazón que sé, sigue siendo mío. Como tus suspiros, como cada célula de ti. Soy tuya, ¿lo sabes? Y si no es así… día a día te haré saber que te pertenezco.
Lo que venía para ellas podría ser historia con dos finales. Uno donde sus caminos no convergen más, donde el amor se vuelve como una gota de lluvia que cae en el piso multiplicándose en otras más pequeñas hasta que desaparece. Y el otro final, en el que aceptan que el destino no es más que una energía que mueve voluntades y que su amor es como los mares y el cielo… que en la distancia y en la lejanía, siempre se unen.