Las Penas de la Infidelidad. Final

Hay cosas que no sabes Estefanía. Tamara es una mujer que significa mucho en mi vida. Tengo mucho que agradecerle, tantas cosas compartidas. Mucho en común.

LAS PENAS DE LA INFIDELIDAD. FINAL

Escuchar a Diana decir esas palabras me produjo una sensación de confusión total. Eran las palabras que alguna vez esperé y deseé escuchar de ella, antes, mucho antes. Me miraba fijamente mientras sostenía mis manos. No sonreía, estaba más bien expectante de mi reacción o de la respuesta que le daría.

-        ¿me hablas en serio? – le pregunté con mi corazón palpitando a mil por hora. Ella no supo responderme. Soltó mis manos y se sentó de nuevo en el césped bajo aquel ya famoso manzano.

-        Sí, Estefanía. Hablo en serio.

No me dirigía la mirada, la tenía perdida quién sabe en qué sitio de la nada. Me senté a su lado viendo al sitio contrario. Jamás hubiera imaginado que ella me diría eso. Bueno, alguna vez lo pensé, pero no imaginaba que me lo dijera de esta forma.

-        Diana, tú no sabes muchas cosas. En ocasiones pareces no saber lo que quieres para tu vida aunque así digas lo contrario. Pero de lo que estoy segura es que no quieres estar conmigo.

-        No digas esas cosas. Deja de suponer lo que quiero o no – respondió con un dejo de molestia en su voz – si no lo quisiera no lo estaría diciendo Estefanía.

Su teléfono sonó y se puso en pie para contestar la llamada en otro sitio. Caminó unos pasos y se cruzó de brazos sosteniendo su celular. La veía y ya no la reconocía. Para mí era ya otra persona, muy distante a la que alguna vez conocí. Analicé tantas cosas que me colocaban en un mismo punto… era mentira, se le notaba que no deseaba estar conmigo, al menos no como pareja. Yo había perdido algunos años esperando por ella cuando en realidad siempre supe que no volvería.

-        Discúlpame, debía atender esa llamada.

-        No te preocupes. ¿cómo está?

-        ¿quién? – respondió intrigada y extrañada.

-        Tu esposa.

-        Bien, ella está bien.

-        Aun estás casada, ¿verdad?

-        Sí. Aún.

-        Me dijiste lo contrario y por un momento te creí.

-        Hay cosas que no sabes Estefanía. Tamara es una mujer que significa mucho en mi vida. Tengo mucho que agradecerle, tantas cosas compartidas. Mucho en común.

Todo lo que decía tenía sentido. A estas alturas ya no podía molestarme con ella. Me sentí con cierta culpa por haberles interrumpido su camino. Al final de cuentas, Diana la había elegido a ella y yo tenía que respetar su decisión. Verla feliz era lo único que me importaba, pero yo debía serlo de igual forma.

-        Bueno, ve con ella. – dije sin pensarlo mientras me ponía en pie –

-        ¿con Tamara?

-        Y con quién más. Se nota que la quieres, más que notarse se siente. Imagino que ha de tener esa magia que te encanta. Ve por ella y sé feliz porque te lo mereces.

-        ¿y nosotras?

-        Diana… por favor, el nosotras no existe. Lo sabemos muy bien. Sí no pudimos resolver las cosas fue porque no teníamos que resolverlas. Y ya, sigue.

-        Me amas?

-        Esa pregunta no merece ser respondida.

Caminé dejándola ahí sentada. Ella no fue tras de mi y no tenía que hacerlo. Su destino estaba con esta mujer que la hacía sentir ese amor bonito que ella siempre quiso. No había más que hacer. Si yo sentía algo por ella o ya no, no merecía decirse. A veces hay que aceptar que se pierde y dar un paso atrás para poder continuar. Como alguien me dijo un día “hay que reagrupar los escuadrones”. La vi tomar su teléfono y tras unos minutos sonreír y apresurarse a su auto. Imagino que rumbo a sus brazos.

Luego de unos días, la comunicación entre Diana y yo se había vuelto casi nula hasta el punto en el que dejamos de saber la una de la otra. Era lo mejor. Yo debía respetar a Tamara y la relación con la que alguna vez fue mi novia. Y creo que a nadie le gusta que su pareja se comunique con su ex.

-        Estoy harta de este lugar. Por hoy he terminado y me voy a mi casa para un merecido descanso.

-        Bueno… Fer… ve y descansa.

-        ¿y esa pausa? Presiento que te olvidaste de mi nombre…

-        No! Cómo crees… siempre tengo un angelito que me lo recuerda – le sonreí ante su cara de indignación fingida y exagerada.

-        Y dime, ¿cómo estás?

-        Yo bien, muy bien en realidad.

-        ¿y Diana?

-        Imagino que bien.

-        Me refiero a cómo te sientes por lo de ustedes.

-        No hay un “nosotras”. ¿Nos vamos? Te acompaño al parqueo.

-        Bueno… oye, vamos a jugar una partida de squash.

-        Uhhh! Tengo siglos de no jugar squash! Me apunto.

La última vez que jugué squash fue con una muy buena amiga, la tentación de muchos y la envidia de otros. Éramos asiduas a un gimnasio de la ciudad, así que aprovechábamos las noches para ir a desestresarnos. Era una chica sumamente atractiva, menor que yo por unos meses. Un cuerpo despampanante, en extremo bella. Tan bella que jamás la vi de otra manera, era mi amiga y la veía como tal. Nos distanciamos porque no estuvo de acuerdo con mi novia de entonces, ni con mi sexualidad. Cosas de la vida, pero así funciona esta caja de misterios llamada universo.

Me había ido acostumbrando a la presencia de Fer en mi vida. No habíamos continuado con nuestra fugaz relación porque mi corazón no se sentía preparado para abrirse a alguien más y ella lo había comprendido. De vez en cuando la veía salir con alguna otra chica y no niego que en ocasiones los celos me invadían. Pero no funcionaríamos como pareja. Luego terminaríamos odiándonos y trabajando juntas no era lo más saludable.

En diciembre decidimos pasar las festividades juntas. Ella estaba lejos de su ciudad y la mía quedaba a apenas una hora en automóvil. Conoció a algunos miembros de mi familia, a mi hermano Raúl con quien hizo clic de inmediato. Se pasaron buen rato haciéndome bromas y riéndose a causa de algunas torpezas mías. Luego fuimos donde mi amiga Camila, su familia me ha adoptado como una más de ellos y si no iba, sé que me lo hubieran recordado por el resto de mis días.

Fer se adaptó de inmediato en todos los ambientes en los que estuvimos. A veces me detenía a verla. Me encantaba verla sonreír. Era una mujer muy bella, tan natural y espontánea.

-        ¿te paso un babero? Deja de verla así que le parecerá extraño a todos – me dijo Camila. Y es que ella sabía de mi sexualidad pero su familia no. Eran muy conservadores y si bien no les había importado saber que fumo, no sé cómo tomarían el hecho de que me gusten las mujeres.

-        Ya! A mi no se me cae la baba.

-        Entonces… ya encontraste a tu medio limón???

-        Fer?? No! Para nada, somos amigas. Nada más que eso, así que deja de inventar.

-        No me digas que ya te convertiste en una soltera full time.

-        Always part time mi querida… jajajaja. – era la broma por un libro que ella leía por esos días.

Regresamos por la madrugada a nuestras casas. Fui a dejar a Fer que se había dormido durante el trayecto. Cuando llegamos eran cerca de las 5 de la mañana. Nos despedimos como siempre y emprendí el camino a la mía. Ahí sólo estaba Lucas mi cachorro huskie siberian que hace poco había comprado.

Me fui directo a la cama, me sentía rendida. Aun así no podía conciliar el sueño. Me repetía lo de “soltera full time”. Me causaba gracia, no pretendía quedarme soltera por siempre, pero me sentía cómoda en esta nueva etapa. Como cosa rara empecé a escribir poesía. Hacía mucho que no lo hacía.

-         “poesías sin dueña” mientras esos poemas no tengan dueña, los versos me pertenecen.

El teléfono sonó, era Camila.

-        Jugada… (era un coloquio por boba) ¿ya estás en tu casa?

-        Tan cariñosa. Sí, recién llegando.

-        ¿y tu medio limón… estás con ella?

-        No. Ella está tranquila en su casa.

-        Yo digo que deberían salir por ahí y ver qué pasa.

-        No pasará nada, somos amigas y eso es todo.

-        Me agradabas antes cuando te arriesgabas por amor… pero ahora…

No pude evitar reírme ante la necedad de Camila de  querer verme con alguien. Pero yo estaba bien. No quería apresurarme a tomar una decisión de la que luego me podía arrepentir. Había decidido ir despacio y ver cómo se daban las cosas. Sé que Fer tampoco tenía prisa. Poco a poco estábamos formando un vínculo que nos fortalecía. Tanto así, que si algo se daba, estaba segura de que sería algo muy bueno.

Mis prioridades habían cambiado en las últimas semanas. Lo que parecía un malestar estomacal sin gracia, resultó ser un cáncer que ahora me hacía compañía día y noche. Fer lo sabía, al inicio le pareció una situación chocante y durante unos días se alejó. No la culpo, no es algo agradable y mis cambios de humor, a veces frustración, no colaboraban mucho. Pero después de eso, se mantuvo a mi lado. En mis noches de incertidumbre y cierto temor. En el silencio por lo inesperado. En la alegría por alguna mejoría. Y en el dolor que a veces no se va.

No podía pensar en tener una pareja en esos momentos. Atándola a quien sabe qué. Ni por cuánto tiempo. Sería egoísta de mi parte en estar con Fer bajo estas circunstancias cuando perfectamente ella podría estar con alguien que esté al 100% a su lado.

De igual forma, el amor es egoísta. En ocasiones está lleno de orgullo y traición. A veces nos hace sentir en la gloria de estar entre marte y el sol cuando conocemos a alguien en lugares tan extraños como en un bar de la 53 o bajo un manzano. Otras, como hoy, nos coloca en un cuerpo huésped, pero sí sé algo… el amor jamás debe ser forzado.

twitter@semperkia