Las penas de la infidelidad

Cuánto silencio hay en este apartamento, apenas escucho un grillo por ahí y luego de eso, nada. Me puse en pie para llevar a Estefanía a la habitación, iba a hacerle el amor.

PENAS DE INFIDELIDAD

Habíamos discutido durante horas con una intensidad lacerante. Las palabras que nos dijimos ese día, parecían puñales clavados a matar. Esa discusión fue agotadora y maratónica, tanto así que caímos rendidas en los sofás de la sala sin percatarnos. Cuando luego de un rato abrí mis ojos la vi recostada con sus ojos inflamados luego del diluvio de lágrimas que los habían azotado. Vi la hora y pasaba un poco de las 11 pm. En sus mejillas había surcos marcados por donde sus lágrimas buscaron cauce, una que otra rezagada aún transitaba casi imperceptible por su rostro. Me rendí de nuevo, cerré mis ojos jurando que sólo sería unos minutos antes de llevar a mi novia a la habitación para que descansara en la cama, Morfeo cruel y sus brazos de seda me llevaron completamente.

Desperté nuevamente en la madrugada, las luces estaban apagadas así que Estefanía, mi novia, debía haberlas apagado. Miré al techo entre la oscura noche y el claro de luna.

-       ¿Por qué me engañaste Estefanía?

Me pregunté casi en silencio. Había intentado perdonarte desde que lo supe pero fue algo que no soporté. Ella había buscado a alguien más y para colmo de males que por internet. Resulta que se consiguió a otra en quien sabe qué país porque ni siquiera estaban cerca. ¿Qué gracia tiene eso? Como ella misma dijo, buscaba un poco de amor y compañía. Si tanta compañía quería hubiera sido mejor que se comprara un perro, así se sentiría escuchada todo lo que quisiera.

Se había disculpado en varias ocasiones y por mucho que yo trataba de entenderla, me parecía una infiel mentirosa por buscar a alguien más. Me decidí a hacer omisión de su falta pero la duda me ganó y es mi derecho sentirla.

Lo que no entendía en toda esta situación es el por qué ella me había perdonado a mi también mi infidelidad. Claro que no eran la misma cosa, ella buscó una relación para que la quisieran y lo mío fue un encuentro sexual casual. No era lo mismo, a la par de lo que ella me había hecho lo mío sonaba gracioso. Y en realidad lo es. Conocí a esta chica un día y hubo un coqueteo mutuo. Un día el asunto pasó a otro nivel y terminamos en un motel cerca del trabajo. Simplemente no me pude resistir. Pero de ahí a entablar una relación con esta chica es otra cosa. Estefanía por el contrario lo había hecho así, buscó una especie de relación cibernética, cosa que no entiendo porque tendría mucho más sentido que me engañara con alguien con quien se pudiera acostar, alguien de nuestra ciudad. Ella tiene mujeres que se le acercan y que darían lo que fuera por una noche de pasión loca con mi novia. Tampoco le hubiera perdonado eso.

Supongo que me perdonó por su cargo de conciencia. Recuerdo el día que le dije de mi aventura ­– sólo le mencioné que me acosté con ella una vez, hay cosas que es mejor no contar – Su rostro reflejaba un dolor intenso, sus ojos inmediatamente perdieron el brillo. Guardó silencio un par de días. Luego se apareció en mi oficina con un ramo de rosas, cerró la puerta para besarme con ternura y decirme que todo estaría bien, que superaríamos nuestros errores.

Le prometí que no le volvería a fallar y ella prometió lo mismo. Pero pasaron los días y no pude superar nada. Cada que tenía oportunidad le echaba en cara su infidelidad. Insisto, por qué mejor no se compró un perro o pagó terapia si tanto era el deseo de ser escuchada, el cariño se lo podía dar yo siempre.

¿Por qué no me reclamaba sobre mi desliz? ¿Era tan profundo su pesar que no le permitía siquiera ultrajarme por mi falta? Como dije antes, mi infidelidad no era tan grave como la de ella.

¿Mi vida sexual? Pues, digamos que la deseo, sí. Pero no nos quedaba mucho tiempo para hacerlo. Siempre que le pedí que me hiciera el amor, ella lo hacía gustosa. Sé que le fascino, eso lo sé bien. No siempre era mutuo, hacernos el amor requería más tiempo y más ánimo. Con tanto trabajo no gozábamos de mucho tiempo. Por eso es que no entiendo por qué su infidelidad no fue física. Así como yo lo hice, sentía una necesidad y la suplí. Así de fácil. Pero ella no buscó eso. Esta parte me perdía.

Vaya, este día la hice llorar hasta soltar su última lágrima. Estaba tan furiosa que le pedí que sacara sus cosas y se fuera. Ya no puedo estar con ella. Su mentira me lastimó más de lo que imaginé soportar.

Estefanía y yo, nos conocimos y empezamos como amigas durante unos meses, luego nos emparejamos y decidimos empezar a vivir juntas. Ella se mudó a mi apartamento porque es más grande. No trajo muchas cosas consigo, ya estaba completo y amueblado. Además yo tengo un estilo más acorde a mi apartamento que ella. Teníamos una hermosa relación. Dos hermosas mujeres en la plenitud de la vida, buena salud, buenos trabajos aunque el mío nos permitía un mejor estilo de vida.

Después de unos minutos seguía recostada  en el sofá mirando el techo. Mi pecho sentía un vacío raro. Quería levantarme de ahí ir donde Estefanía descansaba y decirle:

-       Te amo, perdóname. Sí quiero resolver todo esto y que nos mantengamos juntas. Prometo darte mi perdón como tú me lo diste y ya no reprocharte tanto. Sanaremos juntas.

Ya no creía en ella, no quería creerle. Imagino que se enamoraron y por eso tenían las largas pláticas. Decidí no levantarme del sofá. De nuevo me entraba coraje. Si ella me perdonó sin problema es porque sabe que mi engaño no fue tan grave como el de ella. Es que hay una diferencia abismal entre dejar que alguien más vaya entrando en tu corazón y tener sexo casual. Yo me acosté con la chica pero regresé con mi novia. Le pedí perdón, le dije: - no lo vuelvo a hacer­- y ya. Asunto resuelto. Ella me creía porque soy honesta, por eso. Y si yo no le creo es sencillamente porque ella es mentirosa y se arrepienta lo que se quiera arrepentir, así me bajara a todas las estrellas del cielo, no le creo y punto.

Cuánto silencio hay en este apartamento, apenas escucho un grillo por ahí y luego de eso, nada. Me puse en pie para llevar a Estefanía a la habitación, iba a hacerle el amor. Me gusta mucho, no suelo decírselo pero para qué decir cosas que ya se saben. Me gustan sus besos, sus labios son muy suaves y sensuales. Me pierdo en ellos cada vez que los uno a los míos. ¿Hace cuánto no le hago el amor? Bueno, pero es que no lo ha pedido, si lo pidiera yo gustosa se lo haría. Antes lo pedía, el inconveniente era que siempre que ella me lo pedía yo estaba ocupada o muy cansada. Ella siempre comprendió eso. Le compré un vibrador para que se entretuviera.

Caminé hasta ella, pronuncié su nombre pero no respondió. Acerqué mis manos a lo que pude ver del sofá y ya no estaba ahí. Debe haberse pasado a la habitación. ¡Qué hermoso! Yo preocupada por ella y ella se va a la cama sin siquiera percatarse de si yo estaba cómoda en el sofá.

Me fui a la habitación, entré y tampoco la vi en la cama que estaba sin visos de haber sido desordenada. Sentí entonces esa sensación interior como cuando algo va a pasar. Un presentimiento raro o sentimiento extraño. No la busqué, de seguro estaba en el patio viendo el cielo como suele hacer cuando no encuentra solución a algo.

Me desperté poco antes de las 7 am. Abrí mis ojos y Estefanía no estaba a mi lado. De seguro su orgullo la llevó a dormir al sofá de nuevo. Orgullo o costumbre, porque en cada una de nuestras discusiones siempre la mandaba al sofá, después de todo era mi apartamento y si ella quería discutir pues en mi cama no dormiría.

En todo ese día no la vi, al llegar a casa tampoco. Faltaba algo en ese espacio que compartíamos pero no identificaba qué. Hasta que sentí la necesidad de revisar su armario, no había nada. Se había ido. Tanto le pedí que se fuera, tantas veces le dije que ya no más, que esta vez sí me hizo caso y se fue.

Mi corazón latía fuerte como desesperado por ella. Se llevó sus cosas, no eran muchas y no me di cuenta que faltaba algo. La llamé pero no respondió mis llamadas, ni un mensaje ni correo. Lo único que dejó fue una nota diciendo:

- Perdóname. Mereces ser feliz-.

Sólo eso, solamente eso pudo decir. Intenté contactarla luego de unos días hasta que desistí. Insistí tanto en que se fuera que la alejé por completo. Fue entonces cuando entendí por qué perdonó mi falta, lo hizo porque me amaba y quería verdaderamente que pudiéramos superar ese dolor. No lo hizo porque su conciencia la obligara, lo hizo porque supo perdonarme de corazón. Yo no pude hacer lo mismo. Ella ya no mencionaba mi falta aun doliéndole en el alma, yo le reprochaba la suya todos los días. Hasta que la cansé y decidió dejarme libre. El perdón era una batalla de las dos y yo dejé que ella luchara sola, en lugar de luchar palmo a palmo, la ataqué una vez tras otra.

Unos años después la encontré en el cine, el corazón se me aceleró a tope. Parecía que quería salirse de mí para ir con ella, para sentirse resguardado en sus manos protectoras. Ella iba con un chico atractivo de unos 21 años. Me pareció demasiado joven para los ahora 33 años de Estefanía. Cuando me dije su edad me di cuenta de que habían pasado 4 años desde que la vi por última vez rendida en el sofá y con sus ojos adoloridos por llorar tanto. Tenía curiosidad por saber quien era ese chico, me parecía increíble que Estefanía cayera tan bajo de estar con un chiquillo puberto.

Al acercarme y saludar me llevo una sorpresa, ese chiquillo es Raúl, su hermano menor. Había crecido tanto, me impresioné.

Charlamos unos minutos apenas, la veía y quería besarla, abrazarla decirle todas las palabras que guardaba para ella incluyendo un te amo. Según entendí ella estaba soltera, me sonreí por dentro pero,

-       ¿Qué hace soltera? Después de 4 años me la imaginaba con alguien – me dije por dentro mientras la detallaba con mi mirada.

Sus ojos lucen tristes, no está ese brillo que la caracterizaba. Seguía teniendo la misma hermosa sonrisa que me había enamorado. Lucía bella, muy hermosa. Su cabello largo, castaño oscuro ondulado. Toda ella muy preciosa. Bella como solo ella. No dijo mucho, no pasó de un saludo y de un “Hola, ¿cómo estás?

En su mirada estaba la misma melancolía que en la mía. Sé que su garganta tragaba con dolor debido al nudo que sentía, el mismo sentía yo. Que su corazón palpitaba rápido, que sus manos sudaban y que su cuerpo deseaba tanto pegarse al mío. Sé que ella lo sentía así, así como yo.

- Mi amor, la película va a empezar- escuché tras de mi. Era Tamara, mi esposa. Era la mujer con la que me había casado hace menos de un año sintiéndome sola y pensando que jamás volvería a ver a Estefanía.

Ella sola y yo casada. Así como me dijo la última noche, en esa discusión tras yo decirle que deseaba que se quedara sola para que pagara lo que me había hecho, para que no lastimara a nadie más, ella dijo:

- No tengo problema con quedarme sola el resto de mi vida, después de todo yo sólo quiero estar contigo.

Giré mi mirada hacia Tamara para responderle que ya iba y cuando regresé la vista para ver a Estefanía, se había ido. Entre tanta gente yendo y viniendo no la ubiqué más.

Hace 4 años pasé pidiéndole que se fuera de mi vida para que encontrara su felicidad, cuando en realidad solo estaba pensando en la mía. Ella se ha ido con la intención de que yo sea feliz cuando me doy cuenta que mi felicidad es ella y yo no supe ser la suya por mi egoísmo y orgullo. Me importó tan sólo lo que ella me hizo y no quise ver que ella también había sufrido por mi infidelidad. Me fue fácil decirle que me disculpara sin hacer cambios y exigirle a ella que sus disculpas transformaran todo. Ella me amaba pero la dejé batallando sola cuandolas penas de la infidelidad  era batalla de dos.