Las pelirrojas son diferentes (10)
Más de la saga... en esta ocasión algo más light...
Las pelirrojas son diferentes (X).
llevaba las uñas, largas, pintadas con esmalte morado. Se encontraba tumbada en la cama, desnuda, con las piernas abiertas, rodeada de cojines de varios colores. Había regresado de clase hacía muy poco tiempo, y se había sentido excitada, puta, guarra. Su coñito, ya prácticamente depilado gracias a las artes y los consejos de Lucía, le pedía una ración urgente de toqueteos. Almudena, que muy pocas veces en su vida había sentido ansiosos deseos de masturbarse, se desnudó sin mayor dilación, y, rauda y muy cachonda, condujo su mano hacia esa rosa que tenía entre las piernas, esa que agradecía mucho las caricias y tardaba muy poco en convertirse en un turbulento manantial.
La niña rubia inició muy pronto un frenético baile de deditos juguetones. Su chochito más que humedecido palpitaba, gozoso, gozando , y Almudena recorría con su lengua los labios superiores, tan carnosos, mientras para los íntimos se decantaba por alternar toquecitos suaves con pellizcos fuertes. Su coño quería más, deseaba más, necesitaba más, Almudena introdujo un dedo en su hendidura mojada y abierta, y lo movió con gran garbo, después se penetró con dos, dos deditos de largas uñas profanando su gruta empapada pero no era suficiente, la joven anhelaba algo más, de repente tenía unas ganas horribles de que la follaran, de ser salvajemente follada por una polla grande y gorda, visualizó una, un verga anónima, un pene sin rostro entrando en su vagina una y otra vez, una penetración profunda y a punto estuvo de llegar a correrse. Se contuvo quería disfrutar de aquella sensación, y buscó en la mesilla que tenía a su izquierda un vibrador, un bonito aparato de color marfil, un artilugio que prometía mucho placer y muchos suspiros. Primero pensó en metérselo por delante, pero algo la hizo cambiar de opinión. Con la mano derecha continuó navegando a través de las corrientes marinas que escapaban de su cueva enaltecida, mientras que con la izquierda, ayudándose con todos aquellos flujos calientes que expulsaban sus entrañas, trataba de acoplar el instrumento a la estrechez de su orificio anal.
Poco a poco la cabeza del consolador fue consiguiendo su objetivo, entró la puntita en el sabroso culo de la chica, que gimió buscó una postura más adecuada y logró conquistar más terreno, sin apenas dolor la polla artificial se fue haciendo dueña de aquel sendero rosadito que tantas dificultades de ascensión penetraba Almudena siguió deleitando su coño con las caricias que él precisaba, mientras el vibrador la follaba por detrás, al principio muy despacio, más tarde con un ritmo mayor
Cuando alcanzó el orgasmo la cama, deshecha y húmeda, evidenciaba el rastro de una intensa actividad sexual. Almudena sudaba, saciado ya su apetito descomunal, y sus pezones erguidos hablaban por sí mismos de lo mucho que había saboreado aquella masturbación. Todo su cuerpo lucía pleno, orgulloso, ebrio de pasión y de sexo desatado. La chica, en poco tiempo, había aprendido muchísimo. Deseaba experimentar, probar, palpar, beber y comer Almudena, en las noches en las que el sueño tardaba en conquistarla, visualizaba momentos que la convertían en una perrita. En una zorra. Fantaseaba con lluvias doradas sobre su rostro, no veía caras, sólo chorros de orina caliente estrellándose en sus mejillas; con polvos salvajes en los que unos desconocidos se la metían por delante y por detrás, dos inmensas vergas perforando su chochito y su culo; con camas redondas donde todas las participantes eran chicas, chicas que ella no conocía, chicas de las que sólo veía los coños, unos estrechos y otros no, algunos rasurados y unos pocos con vello, las tetas, grandes y pequeñas, duras, las lenguas, voluptuosas y malvadas; con sexo, Almudena fantaseaba con un sexo muy diferente al que ella había disfrutado hasta el momento, con fluidos, olores, texturas, sensaciones, gemidos y sudor.
habían pasado tres días desde el último encuentro sexual entre Almudena y Lucía. Justo cuando la rubia empezaba a acostumbrarse, incluso a sentir verdadera adicción a todas las travesuras propuestas por la pelirroja, ésta había decidido enfriar su comportamiento con su compañera de dormitorio. Se trataba de pequeños detalles, que desconcertaban enormemente a Almudena. Tras su visita a la tienda erótica, después de haber regresado a la residencia cargadas de juguetes, revistas, condones de diversas formas y colores, tangas sugerentes y delicados Lucía se había mostrado mucho menos dispuesta a los escarceos carnales. Cuando su amiga le formulaba alguna pregunta, o se atrevía a lanzar una tímida sugerencia, ella decía estar ocupada, simulaba un enganche total al messenger, quedaba con otra persona o, simplemente, no contestaba.
Almudena ignoraba cómo interpretar aquel comportamiento. Sus escasas experiencias vitales la convertían en un torpe juguete en manos de la pelirroja, que sabía perfectamente cómo moverse, cómo actuar, cómo hablar.
Aquella tarde, anochecía ya, Lucía entró en el dormitorio con el gesto preocupado y una expresión de furia contenida. Estaba muy bonita, así. Sus cabellos rojizos parecían brillar con más fuerza, y su mirada ofrecía unos destellos agresivos que la hacían muy deseable. Almudena la contempló mientras se quitaba los zapatos. Eran unas bailarinas de color castaño, de punta redonda, y la pelirroja extrajo de ellas sus pies con una lentitud casi exasperante. La rubia incluso se excitó observándola la puso a cien ver cómo empezaron a vislumbrarse sus bonitos empeines, la calentaron sus finos tobillos, se imaginó comiéndole con su boquita ávida aquellos dedos tan hermosos Lucía, siempre seductora y siempre deseosa de miradas de aprobación, se quitó después los vaqueros. Eran azules, de un color bastante oscuro, y se ceñían muy bien a la deliciosa curva de su culo. A Almudena le encantaba el culito de la pelirroja tan redondo el clásico culo del que una podía presumir, tan bien hecho con esas nalgas tan rotundas y tan firmes un trasero poderoso la rubia recordó los días en los que su lengua vergonzosa le había saboreado la rajita y notó cómo se humedecía. El orificio anal de Lucía desprendía un aroma intenso, para nada desagradable, aquella carne tan tierna y sonrosada sabía a algo extraño que Almudena había gozado chupando la niña se sintió muy perra al evocar las veces en las que le había comido el trasero a su amiga.
El tanga de Lucía, de un elegante color hueso, era breve y bonito. Aquel hilo tan fino se colaba entre las delicias de su raja anal, y, a cada lado, quedaban las dos nalgas, perfectas, jugosas como un jardín recién regado, comestibles. La pelirroja se acarició el culo con su mano traviesa, y tardó muy poco en deshacerse de la prenda íntima. Se la quitó con desparpajo y la acercó a la nariz, le fascinaba olisquear su propio olor vaginal. Lucía disfrutaba del sexo ampliamente, le agradaban los aromas, los sabores, las formas, los sonidos no despreciaba nada, lo quería todo, para ella el sexo era un conjunto de muchas mezclas explosivas.
Así, sin ropa en las partes bajas, la pelirroja lucía magnífica. Fiel a su costumbre, no llevaba sujetador, y sus pechos apuntaban con descaro hacia arriba, bajo aquella fina camiseta lila. Se desprendió de ella, al fin, y Almudena se mojó mucho más al contemplar aquellos pezones oscuros y puntiagudos. Tan altivos, tan rizados, tan monos la rubia olvidó la escasa comunicación que últimamente había entre ella y su compañera de cuarto, y procedió a rozar con un dedo ensalivado los preciosos pliegues que daban forma al coñito de Lucía. La pelirroja se dejó hacer, muy sabia condujo el dedito hacia su hendidura ya húmeda, y se lo tragó sin compasión. Almudena se lo movió durante un buen rato, movimientos circulares intensos que la chica de los cabellos rojos agradecía con gemidos y suspiros.
Luego sonrió una sonrisa pícara.
Juguemos a una cosa.- dijo.
Almudena, sorprendida, aceptó. Tras tres días sin haber cambiado apenas alguna
palabra con su perversa amiga, parecía que al fin la pelirroja volvía a las andadas. Se alegró por ello, ya no concebía su vida sin aquellas travesuras que tan caliente la ponían.
Había descubierto una nueva manera de vivir el sexo y en absoluto quería dejar de vivirlo.
Tú serás mi puta, de acuerdo?.- propuso la pelirroja.
Tu puta?.
La rubia formuló la pregunta un poco escandalizada.
Sí. Has oído hablar de las putas alguna vez, supongo
Almudena soltó una carcajada. Muy sonora.
Sí, Lucía.- repuso, con gesto sumiso.- Sé que son las putas.
Más te vale. Ahora eres mi puta.
Desnuda, guapa, arrogante y sensual, Lucía jugueteó con su brillante melena rojiza,
esa melena que hacía enloquecer a muchos hombres. Acarició el pelo de su compañera, casi con desprecio, y la obsequió con un suave tirón. Luego, se acercó con coquetería a la mesita que le hacía las veces de escritorio, y hurgó en su pequeñita cartera de Tous. Extrajo un billete de cincuenta euros y posó sus ojos orgullosos en los tímidos que ya Lucía bajaba hacia el suelo.
El coño de la pelirroja empezaba a humedecerse mucho y el de la rubia ya rezumaba néctares bien olorosos.
En el dormitorio la tensión se desataba
Toma.
Arrojó el billete, arrugado, al suelo. Almudena lo miró, miró a Lucía, y esperó,
paciente, a ver cuál era la instrucción. El nuevo juego la ponía cachonda, pero también la humillaba bastante.
Coge el dinero con la boca.- ordenó la pelirroja a su amiga.
Almudena se arrodilló sobre la alfombra, inclinó su bello cuerpo, y con sus blancos
y perfectos dientes, atrapó el billete. Volvió a ponerse en pie, y lo dejó sobre la mesa.
Desnúdate. Te he pagado para que te desnudes, excitándome al hacerlo, y para que extiendas crema de este tubo sobre mi cuerpo.
De acuerdo, Lucía.
La rubia se fijó en la crema, se trataba de una bastante cara, de Chanel, con un perfume muy rico, que Lucía siempre se aplicaba al salir de la ducha. Imaginarse a sí misma untando de cremita los muslos de Lucía, su vientre plano, sus rodillas, el hueso de su cadera la volvió loca, la puso a cien y procedió a empezar a quitarse la ropa
Mientras Lucía se sentaba, desnuda, sobre una butaca, Almudena comenzaba a desprenderse de su blusa blanca, despacio, botón a botón, con la piel erizada, los pezones elevados, el coñito anhelante
Un nuevo juego estaba en marcha y prometía emociones fuertes