Las pastillitas milagrosas
Mi mujer había llegado a la menopausia. Pero descubrió unas pastillas que son la bomba
Me llamo... ¿Qué más dará cómo me llamo? Bueno, vale. Me llamo Juan. Total, nunca sabrás si este es mi verdadero nombre...
Tengo 55 años (esto sí es real) y estoy casado con Pepa desde hace treinta años. No nos va mal, al contrario. Nuestro matrimonio siempre estuvo basado en la confianza y el respeto mutuo. Es algo que nunca debe faltar.
Tenemos unos amigos, también matrimonio, de nuestra edad. Pasamos mucho tiempo juntos e incluso ellas, Pepa y Amparo trabajan juntas. No sé si es cierto eso de que a las mujeres que pasan tiempo juntas se les sincroniza la regla. Pero si que estoy dispuesto a asegurar que les llega la menopausia a la vez. Vaya mierda...
El caso es que después de muchos años de feliz vida sexual la líbido de Pepa pegó un bajón enorme. Y según me confesó Toni, el marido de Amparo, a ella también.
Por suerte, un día otra amiga les comentó que en una herboristería de la ciudad había unas pastillas para solucionar ese problema. El problema en realidad lo teníamos más Toni y yo, que nos veíamos en una nueva adolescencia matándonos a pajas a escondidas.
Así que se decidieron a comprar las pastillitas para evitar que, si no nos daban de comer en casa, buscásemos un restaurante por ahí. Ya sabes a qué me refiero.
La primera semana, Toni no sé, pero yo no noté ningún cambio en Pepa. Seguía igual de apática con respecto al sexo. Nada. La segunda, el doble, o sea, nada de nada. En cambio la tercera... tampoco. Ahí empecé a sospechar que las pastillitas eran un sacacuartos.
Pero mira tú por donde, a mediados de la quinta semana llegué una tarde a casa antes de tiempo y me sorprendió ver el salón vacío. A esas horas solían estar las dos juntas charlando mientras se tomaban un café y ponían a caer de un burro a medio vecindario. Pensé que se habían ido a tomar el café a la calle buscando nuevas víctimas así que no le di importancia.
Decidí que era un buen momento para aliviarme de mi obligada sequía en soledad y me dirigí raudo y veloz a nuestro dormitorio para hacer un uso alternativo del baño.
Cosa rara, la puerta estaba cerrada. Pero sin pensar en nada la abrí. Casi me causo un traumatismo en la mandibula contra el suelo por la sorpresa.
Allí tiradas en pelota picada en la cama estaban Pepa y Amparo ajenas al mundo haciendo un precioso 69.
—¡Me cago en la puta! —fue lo único que acerté a decir.
—¡Juan! ¿Qué coño haces ya en casa? —preguntó Pepa haciéndose la ofendida para más inri mientras Amparo intentaba sin éxito taparse sus grandes tetas.
—Ahora mismo ver como mi mujer y su mejor amiga se comen el idem. No te jode.. Y el pobre Toni y yo pasando más hambre que el perro de un ciego. Seréis hijas de puta...
—No Juan. No es lo que parece.
—Anda leches. Pues te juro que era justo lo qué parecía. Que os estábais dando un banquete de coño ajeno. Pero bueno, si teneis una explicación mejor estoy dispuesto a oírla.
—No sé lo que pasó —reconoció Pepa en voz baja—. Creo que fueron las pastillas esas de la líbido... de repente las dos nos sentimos calientes como burras y con la tontería... Pero te juro que no te he sido infiel.
—Hay que joderse. O sea, que esa no es Amparo, si no un clon mío. ¿No? Pues no recuerdo tener las tetas tan grandes.
—Bueno. Yo mejor me voy para que podais hablar tranquilos —intentó escaquearse Amparo.
—¡No! —grité—. Tú que quedas. Si estabas para pasarlo bien ahora te jodes y te aguantas.
—Pues no parece que te haya molestado tanto —Pepa señalaba mi polla evidentemente despierta al ver el espectáculo lésbico.
—No te salgas por la tangente. ¿Cómo no me voy a excitar al encontrarme a mi mujer en pelotas?
—A tu mujer y a la amiga de tu mujer —recalcó la muy cabrona.
—A mi no me metas —le reprochó Amparo intentando escabullirse.
—No. A ti lo que te gustaría ahora sería que te la metiese él. Que estás tan caliente como yo, cacho puta.
Yo alucinaba. Parecía que habían pasado de la vergüenza de verse sorprendidas a una especie de pelea por ver cuál de las dos estaba más caliente.
—Juan. ¿Serías capaz de complacernos a las dos? —preguntó Pepa sonriendo con sorna.
—¿No estarás hablando en serio? —se asombró Amparo incrédula.
—Polla tiene de sobras. ¿A que sí? —aseguró ella señalando mi bulto cada vez más evidente— Ven Juan. Aprovecha que no creo que te veas en otra así.
Debía parecer un zombi, pero me acerqué a la cama en silencio todavía anonadado por la seguridad de Pepa. Cuando estuve a su lado echó mano a mi paquete sobre el pantalón para remarcar el bulto y presumir ante su amiga.
—Aquí hay para las dos. Ya lo verás —dijo bajando la cremallera.
—A la mierda —yo ya me desaté y me daba todo igual. Si Pepa quería guerra, guerra tendrían las dos. los remordimientos se fueron al carajo al verlas a las dos desnudas en nuestra cama.
Pepa liberó mi polla y sin dudarlo se la llevó a la boca. Amparo la miraba ansiosa mordiéndose el labio inferior. Estaba claro que ya no tenía prisa por irse. De repente tenía mucho interés en nuestra "conversación".
Eché mano a una teta de Amparo. En un primer momento dio un respingo intentando separar mi mano. Pero enseguida se incorporó del todo para besarme con pasión. Yo apreté ese generoso pecho sintiendo como su pezón aumentaba de tamaño bajo la palma de mi mano.
—Ven, Amparo. ¿No quieres un poco? —Invitó Pepa sacándose mi rabo de la boca para ofrecérselo a su amiga que le lanzó ávida a por el.
Pepa se colgó entonces de mi boca al tiempo que echaba una mano al coño de Amparo que la recibió abriendo las piernas.
—Cariño, ¿no quieres conocer el sabor de una perra en celo? —preguntó Pepa indicándome con la cabeza el coño de su amiga.
—¡Eh! —protestó esta sacando mi polla de la boca un momento—. perra en celo lo será tu puta madre.
—También —aceptó Pepa tranquilamente mientras se acariciaba el conejo—. Y hoy estamos las dos igual que ella.
Ahora éramos Amparo y yo los que estábamos dibujando un perfecto 69 mientras Pepa se masturbaba a nuestro lado.
Al cabo de un par de minutos Pepa nos urgió a separarnos.
—Vale ya de lengua chicos. Yo quiero polla. Y esta puta seguro que también.
—Esta puta te va a arrancar el coño a mordiscos, zorra —protestó Amparo irguiéndose y tirando de un pezón de Pepa que gimió de placer.
Se colocaron las dos en cuatro una al lado de la otra besándose mientras esperaban por mis atenciones y se insultaban mutuamente entre morreo y morreo. Yo me coloqué detrás acariando ambos culos a la vez, indeciso de por cuál empezar.
Como el de Pepa ya lo conocía, decidí comenzar por Amparo. mientras acariciaba el coño de Pepa, pasé varias veces mi polla a lo largo del de Amparo. Ella empujaba su culo hacia atrás buscando la penetración.
—Fóllame ya, cabrón —pidió Amparo entre gemidos de pura desesperación.
No la hice esperar más y de una sola estocada se la clavé hasta el fondo. Me deslicé en su interior como si aquella cueva fuese de aceite. No por eso dejaba a Pepa desatendida. Mientras jugaba con un dedo en su coño, había clavado mi pulgar en su culo provocándole un respingo de sorpresa. Pero ahora lo disfrutaba como la perra en celo en que se había convertido.
—Apura, perra —le exigió a Amparo—. Que yo también quiero mi ración.
—Joder, estoy a punto. Que gozada de polla tienes aquí, japuta —confesó Amparo. Las dos llevaban un calentón de cuidado. Con un par de empujones más hasta el fondo, Amparo logró su objetivo. Con un prolongado gemido su cuerpo comenzó a agitarse descompasadamente hasta caer rendida en la cama.
En ese momento Pepa se giró exigiendo su ración de polla. No la hice esperar y sin más preámbulos la clavé también hasta las bolas. Ella misma comenzó a moverse para follarse. Yo podría haber estado quieto que ella hubiese hecho todo el trabajo.
Sin embargo la agarré por el pelo y tirando hacia atrás le pregunté:
—¿Estás muy caliente, zorrita?
—Estoy que ardo, cabrón. Menos hablar y más follar. Necesito correrme —dijo casi gritando.
—Sus deseos son órdenes, señora —dije antes de agarrarla por las caderas y bombear más rápido aún.
Ella tampoco tardó en lograr su ansiado orgasmo. Amparo nos miraba tumbada mientras se acariciaba el coño lentamente disfrutando de las vistas.
—Yo también quiero leche —pidió.
—Tranquilas señoras que habrá para las dos.
Pepa se había corrido, pero a mí me faltaba un poco todavía. así que me salí de ella y agarrando mi polla las invité a chupar. Si querían leche, la tendrían directamente de mi polla. No se hicieron de rogar. Ávidas de leche las dos se lanzaron a chupar como posesas. Sus bocas peleaban por el premio. De vez en cuando se besaban desesperadas. Incluso llegaron a abrazar mi polla entre ambas, una por cada lado, en una deliciosa paja.
Cuando estaba a punto de acabar las avisé.
—Me voy a correr, putitas. ¿Queréis la leche?
—Sí —gritaron las dos alegres como colegialas.
Juntaron sus caras con la boca abierta esperando su regalo. El primer chorro fue a parar a la cara de Pepa. un gran chorro blanco cruzaba su cara desde la barbilla hasta casi el ojo. Una parte cayó dentro de su boca. Mientras recogía los restos con sus dedos para llevársela a la boca, el siguiente fue a dar directamente a la boca de Amparo. Pepa no quería que se perdiese nada y se metió mi polla en la boca para esperar al siguiente. Amparo la sustituyó esperando su parte. Así, intercambiándose y compartiendo como buenas amigas, poco a poco acabé seco. Ellas se limpiaron una a la otra con sus lenguas hasta que no quedó rastro alguno de mi leche procurándome un espectáculo de lo más morboso. Los tres acabamos rendidos sobre la cama.
—Joder, que pasada —admití al cabo de un rato.
—Ya te digo. Esto hay que repetirlo —coincidió Amparo.
—La próxima vez lo haremos con Toni —propuso Pepa.
—¿Toni? —dijo Amparo con desprecio—. Ese no vale para nada. La tiene demasiado pequeña y encima en menos de un minuto ha terminado. Si te la mete a ti, con la novedad de probar un coño nuevo acabará antes de que sepas que la tienes dentro.
Los tres nos reímos de la ocurrencia de Amparo.
—Bueno. Siempre tendremos a Juan dispuesto. ¿Verdad, cariño? —preguntó Pepa sonriendo con picardía.
—Por supuesto, señoras. Siempre a su servicio.
—Pues descansa un minuto que te va a caer el segundo de la tarde.
—Espero que no sea una corrida de toros. Ahí van de seis en seis.
—Aquí el único cornúpeta será Toni —rió Amparo mientras buscaba la boca de Pepa.
De nuevo se enlazaron en un sensual 69. Mi polla comenzó a despertar ante esa visión maravillosa.
Me coloqué detrás de Pepa que estaba sobre Amparo y comencé a lamer su culo. Enseguida entendió mis intenciones y con una mano abrió más sus nalgas. Lamí ese delicioso asterisco y lo follé con la lengua. Estaba preparado para mi polla. Amparo abrió los ojos como platos cuando vio que empezaba a taladrar el culo de su amiga.
—Joder —exclamó separándose un segundo del manjar que tenía a su disposición.
—De eso se trata —repondí sonriendo con sorna—. Tranquila que también te tocará a tí.
—A mí no me metes eso por el culo ni de coña —protestó ella convencida.
En ese momento Pepa, que la había escuchado, hundió uno de sus dedos en el culo de Amparo que protestó intentando separarse. Pero el peso de Pepa le impedía moverse, así que intentó relajarse y disfrutar. Pepa no tardó en llegar a un nuevo orgasmo gracias a las atenciones de Amparo en su coño y mías en su culo. Soltando un alarido cayó sobre Amparo olvidándose de su coño.
—Te toca zorrita — invitó Pepa a su amiga.
—Ni de coña dejo que me meta eso por el culo —protestó Amparo—. mi culo es virgen y así seguirá.
Pepa la abrazó y le dio un morreo.
—Verás como te gusta —le prometió con voz melosa—. Juan será muy dulce. ¿Verdad, cariño?
—Por supuesto. Si no puedes, lo dejaremos. Pero confieso que me encataría estrenar ese culazo tuyo.
Amparo parecía dudar todavía. Pepa alargó una mano a su culo y lo acarició. Poco a poco logró convencerla de ponerse en cuatro. Yo me coloqué detrás y comencé a lamerla de arriba abajo deteniéndome en su ojete. Poco a poco fue relajándose y las contracciones involuntarias cuando tocaba su ojete desaparecieron dando paso a gemidos de placer. Mientras tanto Pepa la besaba y con una mano acariciaba su coño proporcionándole más placer.
Empecé a follar aquel agujero divino con la lengua. Ahora los gemidos de placer de Amparo eran más audibles. Estaba excitada como una perra. De la lengua pasé a un dedo. Luego dos. Amparo aguantaba bien deseosa de saber si la experiencia era tan agradable como decía Pepa.
Cuando consideré que el ano estaba ya relajado y preparado, metí un par de veces mi polla en su coño para lubricarla con sus jugos. Entonces la apunté directamente a su culo y apreté. Amparo agarró la colcha con tal fuerza que sus nudillos quedaron blancos. Pero estaba decidida a probar ese placer desconocido para ella. Yo me quedé quieto agarrado a sus caderas y ella misma fue quién empujó su culo hacia atrás. Cuendo el glande estuvo dentro se detuvo con la boca abierta con un grito mudo por la sorpresa. Jadeaba como si hubeise corrido una maratón.
—Ánimo cariño. Tú puedes —la animaba Pepa besándola mientras manoseaba sus tetas con una mano y el coño con la otra.
Amparo intentó sonreír y comenzó a empujar de nuevo. Yo la ayudé tirando de sus caderas. Poco a poco, centímetro a centímetro, toda la polla fue entrando en su interior. Cuando sintió mi pelvis chocando con su culo se detuvo a tomar aliento. El dolor comenzaba a dejar paso al placer.
—Empieza a follarme, cabrón. Rómpeme el culo —dijo mirando hacia atrás.
—Lo estoy deseando —admití mientras comenzaba a moverme.
Mi polla retrocedía hasta casi salir y volvía a entrar hasta el final. Despacio. Dejando que el estrecho agujero se acostumbrase a su nuevo huesped. Enseguida los gemidos de Amparo dieron paso a jadeos de puro placer ante el doble castigo que estaba recibiendo por parte de Pepa y yo mismo.
No tardó ni dos minutos en lograr un escandaloso clímax que debió de oírse en todo el edificio.
—Córrete dentro. Quiero sentir tu leche dentro de mí —pidió.
Uno momento después era yo quién con un gruñido me descargaba dentro de Amparo que gracias a las caricias de Pepa, al sentir mi leche logró un nuevo orgasmo. Los dos caímos rendidos, mi polla todavía dentro de su culo.
—No la saques aún. Quiero sentir como pierde su tamaño. Joder, que gozada —dijo mirando a Pepa.
Pepa sonrió antes de darle un pico.
—¿Verdad? Te dije que era una maravilla.
Cuando me salí de Amparo, los tres nos fundimos en un abrazo buscándonos las bocas. Caímos rendidos y nos quedamos dormidos en un remolino de cuerpos sudorosos y felices.
Y así llevamos ya varios meses. El único que sigue matándose a pajas es el pobre Toni. Porque ahora Amparo está tan llena de comer fuera de casa que en la suya apenas "pica" algo.
Benditas pastillas. Te diría el nombre, pero lo he olvidado jejeje...