Las Parientas de mi madre
Un jovenzuelo de gordo pollón es enviado por su madre a cuida de su tía y una prima, con resultados inesperados
Las Parientas de mi Madre
Los tejemanejes que me traía entre las vecinas de mi madre empezaban a darle algún quebradero de cabeza, y esta venía venir la borrasca por las interesadas peticiones de arreglos varios, ya algún marido estaba mosca con tanto chapuza a domicilio, tanto es así que alguno aprovechó la situación para chantajearme y chapearme el ojete, como sucedió con el marido de la Nélida, que le gustaban los tríos, más que aun tonto una chocolatina.
La Nélida veía como el bueno de su marido le gustaba mi culo, mientras yo le dejara el suyo como un brocal de pozo, era una delicia ver como se amorraba entre mis piernas para que mi salchichón quedado limpio de mocos tras unas y otras metidas, era un aficionado a dar y tomar.
Entre los dos me dejaban seco, era un placer ver como la Nélida se subía encima de su marido y me daba morreo y se acercaba a mí y me daba sus tetas a chupar, luego le ponía el chocho en la cara y yo se la encalomaba a su marido, otras veces ponía a cuatro patas a la Nélida, y él mientras tanto, debajo de nosotros lamía el vástago según salía del chocho de su señora, era una delicia sentir como me chupaba el huevamen, o cuando yo le daba fuerte con la fusta en la polla hasta ponerla dura y lo cabalgaba a la vez que le daba lengüetazos sin remisión a la Nélida, la cual siempre nos presentaba, como quien no quiere la cosa, distintas variantes posicionales que parecían infinitas.
Además, al llegar a casa presentaba por mi parte unas buenas ojeras a la vez mostraba un cierto desfallecimiento, lo cual mi madre intentaba superar con bebidas a base de aloe vera, pues mucho se temía que algunas de las preñeces que se venían dando en el pueblo dieran como resultado un morocho, lo cual era una cuestión de difícil explicación, o fácil según se mire, por tanto sugirió a algunas de sus amigas cambiar de residencia por aquello de lo que pudiera pensar en el pueblo
En cuanto a mí, digamos que me envíó al exilio gallego, donde tenía una hermana y una sobrina muertas de miedo, pues en el caserón que habitaban parece que quisieron robarles en varias ocasiones, pretexto cojonudo para hacerme desaparecer durante unos buenos meses por tierras gallegas.
Allí me presenté, tras un largo viaje de 6 horas estaba en la aldea de Tresmonte de Cuña Brava, donde mi jamona tía, poseía tierras, hacienda y un buen pazo.
Señorona ella, casada con el cacique del pueblo, el cual había pasado a mejor vida hacía unos 7 años, que eran los mismos que hacía que no veía el buen culo y tetas de mi tía la jamona como la llamaba el que hacía de mi padre en casa, o sea el corsario que montaba dia sí y otro también a mi madre, por aquella de tenerla contenta y satisfecha, para envidia mía y de medio pueblo, aunque el otro medio pueblo a buen seguro que había probado la longaniza de los Tuñones.
Al llegar a la puerta del Pazo del Obreiro me abrazó la Jamona , que me clavó de inmediato sus dos estoques en el pecho a la vez que disimuladamente me tocaba el culo, indicando lo bien que estaba para 18 años.
Íbamos por el largo pasillo de la galería cuando salió al encuentro mi prima, no tan jamona, ni con aquella prominente grupa de su madre, pero estaba también de buen ver.
Me puso al tanto mi tía sobre los intentos de robos en el Pazo, motivo por el que ellas estaban muertas de miedo, pues además no tenían varón quien las pusiera a tono pensaba para mí. La señora tía iba diciendo que tampoco querían meter a nadie, por tanto, me dieron un escopetón del año de la polca, y me pusieron a dormir en una habitación al pie de la enorme habitación con hermosas vistas donde dormían juntas y abrazadas madre e hija, una con 55 años y la otra con 25 tacos, la cual no parecía que hubieran probado polla desde hacía un tiempo.
Pronto aquellas dos brujas se dedicaban cada una por su lado, a espiarme en andanzas más íntimas y haciéndose las encontradizas en la puerta de la habitación o del baño, aunque mi prima Josefina parecía pasar un poco de todo, aunque no por ello dejaba de sobarme la polla, cuando descubrió su tamaño y forma, nunca había probado una me confesó un día , seis meses tardó en confesarme su virginidad en lo tocante a hombres y lo hizo una tarde en la que se dedicó a sobarme el nabo y darle alguna que otra relamida sin que hubiera manera de encalomársela.
Como a los 8 meses de la llegada, hubo un lio en el Pazo, pues intentaron entrar de nuevo, y frente a mi presencia y las dos postas de sal que solté a los interfectos, esto se fueron por donde vinieron, lo que dio un vuelco al asunto, ya que mi tía me pidió me encamara con ellas, pues estaban muertas de miedo, y sobre todo Josefina que temía la violaran.
Y allí me vi metido en aquella inmensa cama con mis parientas con sendos camisones hasta los tobillos, y yo con pijama largo de Don Ernesto su difunto marido, de esos con tapa por detrás y bragueta por delante, ya vi en la prueba de tales atuendos que mi jamona tía Rubicunda planteaba y sobaba por aquí y por allá los posibles arreglos, pues aquello me quedaba como un corsé, y marcaba en demasía formas algo que, según mi tía, sería una bendición para aquella que fuera mi esposa.
Nos encamamos esa primera noche en plan chuchara, yo, mi tía, y mi prima la cual digamos que estaba anestesiada con un bebedizo de Rubicunda
Nos acostamos y la gran culera de mi señora tía empotrada en mí nabo no me dejaba más allá de ponerle una mano sobre la cadera. A medida que iba pasando la noche le iba remangando el camisón hasta donde podía y le acercaba la cebolleta del pollón, para que al menos ella se enterara de lo que había, que era mucho y bueno para disfrutar, me abujardé lo que pudo entre aquellas nalgas, aunque nada sucedió para que yo pudiese avanzar más allá del apretado abrazo de la jamona.
Arreglados los destrozos de la noche anterior, Rubicunda en la siguiente noche cuando de nuevo nos íbamos a acostar me hizo señas de que repetíamos escena, encamadas ellas, yo me metería en la cama, empezando así los avances o retrocesos de cada noche.
En una de estas, o bien Rubicunda se había arremangado el camisón o tenía otro más corto, pues fue más fácil sentir su calor a la altura del muslo, poco a poco fui subiendo la mano hasta encontrarme con una gran braga que me tapaba mi avance, aunque ella no me impidió dejar mi tranca entre sus piernas y rozar con los dedos su gran pelambrera que estaba totalmente rizada, metí por entre ella el pulgar al que rebocé bien de saliva y allí jugué a un suave mete y saca que parecía gustarle a la buena señora, pero nada más pude lograr más de un ¡ hay madre mía ¡ Saqué al final el pulgar que metí en la boca y en nariz para absorber bien aquellos intensos olores mientras me hacia una paja que dejé sobre las bragas de mi señora tía, Doña Rubicunda
Los avances eran pequeños, pero cada noche iba un poco más allá, o sea que al cabo de un tiempo Rubicunda ya se dejaba manosear casi toda su culera y su buena vulva con aquellos carnosos labios donde mis dedos se adentraban y mi pulgar jugaba con su ojete. Hasta me dejaba que le rozara desde atrás con todas aquellas babas con las cuales me untaba la polla para dejarla reposar en el caliente horno de su rezumante chocho. Por el día, digamos que no se dejaba ni besar.
Yo ya estaba que me salía de madre de los empalmes y de no poder llevarla al florido huerto de los polvos desenfrenados, como mucho tras casi un mes desde el incidente si es verdad que me hacía mis buenas pajas sobre el culamen de la jodida, que seguía sin quitarse ni el camisón ni las bragas, y mientras me estrujaba los huevos sin piedad me pajeaba sujeto a su grupa o a sus buenas tetas, pero in quitarse el traperío.
Una noche ya la tenía medio encandilada para meterle el vástago, cuando se levantó como un rayo a beber o airearse, lo que aproveché para trajinarme a mi prima, que sumida en sus dulces sueños se dejaba hacer, pero como la postura y la estrechez de su chocho no dejaban mucho campo de acción, me corrí sobre su chocho y me refocilé todo lo que pude con la inocente nena, a la cual le dejé un buen caldo seminal entre el chocho y el ojete.
Mi tía tardaba en volver por lo cual me levanté, y la vi leyendo apoyando sobre la mesa de la cocina, y sin más con la polla en ristre y embadurnada de la corrida anterior más un buen escupitajo me lancé por aquella madura grupa. No le di ni tiempo, la abracé a la vez que le subía el camisón, y ¡oh sorpresa estaba ¡sin bragas¡, fue arrimarle el armagedón que tengo por polla, y entre que ella estaba también mojada, el pollonazo fue de órdago, un poco de resistencia, pues hacía tiempo que por allí surcaban pocos navegantes.
Pero fue sentir la proa y la bocana de abrió dulcemente la mar océana, mientras el resto del bergante se resistía a tan embebecida embestida, me amuré a la mesa de la cocina de estribor a babor, y encañoné con todo el trapío y tras un par de pitonazos, allá me fui con todo el esbelto pollón hasta chocar con el fondo de la charca. Una delicia después de tanto tiempo sentirme dentro de unas calientes carnes, y a la vez que agarraba el culo para que no me saliese, gritaba: ¡Madre mía que me partes¡ ¿Pero qué tallas usas cabronazo.?
Soplaba entre pollazo y pollazo la capitana ¡Me vas a reventar¡, No te la saques y deja que me corra , y así fue como, con lánguidos pollonazos me fui corriendo dentro de la madura viuda que sentía caer la lechada mulos abajo pero que no dejaba de querer sentir el ancla en lo más profundo de su oceánica ensenada.
Cuando se dio vuelta, la muy cabrona ni besarle las tetas y ni morrearla ni siquiera eso me dejó, se separó de mí, me ordenó sentarme en la mesa para contemplar a la luz de la lámpara el ariete que la había hecho tan feliz, y como que no quiere la cosa, me limpió el espadón hasta exprimir otro buen chorrito de semen que relamió la muy bruja mientras me restregaba por mi cara zumbona su otra mano que había estado revolviendo por su peludo coño, pues esto era de las cosas que le ponían más que a cien, o sea el sobeo de polla en ristre y el manoseo de las encharcadas partes para su posterior chupeteo. Pero de ahí no pasó la broma.
Pero los acercamientos ya eran cada vez más frecuentes, alguna vez achuche a la buena de Rubicunda en algún rincón oscuro de la casa, como en la bodega donde logré también poder ponerle la costura de las bragas en una rápida y sorpresiva maniobra de abordaje, a un lado y encañonarla como sino hubiera un mañana, esa tarde sí que se desfogó.
Pensó mi buena tía Rubicunda que un día debíamos irnos a la capital a comprarme ropa, y así fue un lunes por la mañana, tras dejar instalada a mi prima con una amiga que vino a visitarla, la avisamos que igual nos quedaríamos en el viejo piso capitalino a dormir, por lo cual no hacia falta que esperaran por nosotros. Por lo cual me imaginé que tendría un largo affaire con mi tía en la capital.
Y así en parte fue lo que sucedió, tras la compra para mi y algunas componentes intimas para ella, nos dimos desde del mediodía a la jodienda más desatada que hasta ahora había vivido con mi tía, parecía una botella de champan descorchada, probé a gusto sus caldos y exploré sin temor sus diversos agujeros, los cuales había sondeado su marido de vez en cuando, aunque ahora el trabuco era más calibre, pero bien lo compensaba Rubicunda que sacó de algún lado una de esas cremitas que facilitan la coyunda aunque uno tenga 80 años. Como de dejaba montar, le daba igual so que arre, todo era una delicia eso de las 5 de la tarde estábamos fundidos de tanta caña como nos dimos.
A Rubicunda ya satisfecha, le entraron las angustias y las prisas por ir a ver como estaba su hija, no fuera el caso que sucediera algo, y allá nos volvimos al pueblo, parando en un bar de carretera a cenar y como no a darle un tiento a sus carnes, pues le apetecía una monta rápida a cuatro patas en la trasera del Mercedes de su marido. No quedó a disgusto a tenor de como quedaron sus uñas clavadas en el tapizado del coche. Fue una follada de esas largas, con el vergón medio enhiesto, entrando hasta el tope, y sacando casi que, hasta la cabeza, todo suave y con movimientos de lado y muy suaves lo cual llevó a Rubicunda al paroxismo, a la vez que me preguntaba sobre mis aventuras amorosas.
Llegamos ya avanzada la noche, y entramos en silencio, dejando el coche en el jardín trasero, para que las niñas no se despertarán. Entramos en el caserón y apenas avanzados unos metros oímos unos murmullos y ayes, lo que dejó a Rubicunda un poco para allá. Nos adentramos en amplio cuarto donde solíamos dormir los tres en plan cuchara.
El cuadro que nos encontramos cuando Rubicunda abrió la puerta fue a su hija Maricatrelles, en pelota picada al igual que su amiga Marcunda que lucía unos buenos melones, entre ambas un buen un buen pepino armenio, de esos largos que estaba enchufado a ambos chochos, y por si fuera poco Maricantrelles tenía una zanahoria metida en el culete, y su amiga un buen calabacín en ojete, y se daban tanta caña y tan entregadas a la cuestión que no enteraron de nuestra presencia.
Rubicunda entro en shock y se desmayó, en ese momento ambas amantes se dieron cuenta de la situación, de la que quisieron huir, pero les llamé a la calma, y a seguir con sus juegos, pues una vez desvestimos a Rubicunda y la acostamos a un lado de la cama, mientras ellas se daban placer, yo les sorbía los morros, y las tetas ambas, lo que alternaba con atender de Rubicunda que parecía regresar de su viaje desmayatorio.
Una vez repuesta de su sopor miraba con lujuria a Marcunda con aquellas tetas, y su culo en pompa y el rábano insertado hasta las trancas, por lo cual requirió de sus servicios amatorios, a lo cual se prestó Marcunda muy solícita, pues tener a aquella jamona para ella sola mientras son atendía a mi querida primita, que sería la primera vez en probar un buen rabo humano, pero por aquellos orificios ya habían pasado varios y variadas herramientas e longitud y grosor, pero claro sentir algo caliente como una polla palpitante y cebollona como la mía fue placer que sacó de ella la guarra que estaba hecha.
Así quedamos esa madrugada, encamados cada oveja con su pareja, luego ya vinieron otros emparejamientos y posturas entre los cuatro y de cuya larga orgía vino a rescatarme mi querida madre acompañada de su amiga Nélida, a las que también hicimos partícipes de nuestros juegos y andanzas.
Gervasio de Silos