Las palabras perdidas
La microhistoria de un amor descentrado y abismal
"A la última que me amenazó la tuve que castigar feo. Se tuvo que deglutir hasta la última gota" me dijo Cristian y yo que nunca me quedo sin palabras, tuve que tragar saliva, pensando la situación, sintiéndome presa de su mirada condenatoria. Bajé la vista, nos imaginé, y me sonreí. Yo tenía tantas palabras para decirle. Tantas cosas guardadas en mi cabeza. Él seguía en su postura, amenazante y determinante. Yo nos imaginaba y cerraba los ojos lentamente. Podía sentir hasta el olor Él alternaba la atención entre su novia que se acercaba y yo. Oía sus pasos seguros hacia nosotros, que probablemente estaríamos mas cerca que antes, sin darnos cuenta, claro.
Me ponía diabólica verlos no los soportaba juntos y él no la iba a dejar por nada del mundo. Yo deseaba que la abandonara sin explicaciones, que se perdiera de su vida. Ningún ser humano se merecía más que cada uno de nosotros dos al otro. Él con ella era como yo con Ignacio, mi ex: esencia reprimida, simulación. Yo lo tenía que salvar como me salvé a mi misma. Pero él no la iba a dejar porque no conocía otra cosa. No sabía hasta donde era capaz de llegar por sí solo, y menos con mi complicidad. No sabía que conmigo podía ser tan él mismo que no lo soportaría
Al día siguiente me sorprendió con un llamado. Me pidió que nos encontráramos. Le ofrecí venir a casa. No necesitábamos motivos era todo consabido. Hacía calor esa noche. Lo recibí descalza y en camisón. Nada debajo, le tenía muchas ganas lo recibí con una fellatio. Lo abrumé, hasta lo ofendí, creo. En realidad lo desconcerté. Cuando reaccionó me levantó con fuerza enredando mis piernas en su pubis y me arrinconó contra la puerta. Buscó algo para correr pero no encontró ropa interior. Se deslizó en mis adentros desesperado y monumental. Yo sentía que con cada movimiento entraba un poco más, si es que eso era posible me sostenía de sus hombros para contrarrestar el dolor que me provocaba uno de los recovecos de metal de la puerta en el medio de mi espalda. Sentía cómo cortaba, pero más lo sentía a él, y deliraba. Casi podía oler el sonido, y ver los olores algo kármico Acabé con tanta intensidad que pudo sentirme pálpito a pálpito, mientras mi miel bañaba su esperma, que se soltaba al mismo tiempo, inundándome hasta las sienes Y a la vez sentía la sangre recorrer mi espalda en pequeñas gotas punitivas. Descansó en mí hasta el final, y me devolvió amablemente al piso frío. Intercambiamos respiraciones y miradas, en silencio y bajé lentamente a limpiarlo con mi boca resentida de no poder decir las palabras que tramaba mi mente