Las orgías de Lily (2)

Una orgía da miedo hasta al más "pintao" pero Lily inicia a Johnny con cuidados maternales.

LAS ORGÍAS DE LILY II

Confieso que estaba agarrotado por el miedo. No por el sexo en sí, ustedes me entienden, un profesional debe estar a las duras y a las maduras, sino debido a otros miedos que acechaban en horizontes sutiles e imprevisibles. El sexo es lo que es y no hay más. Ni siquiera en una orgía se puede alcanzar el samadi oriental, el placer absoluto y permanente. Eso hay que dejárselo a esos cerebritos modernos capaces de encontrar el lóbulo del placer y estimularlo hasta convertirte en un vegetal con la lengua fuera. Nada más idiota que una persona retorciéndose de placer constantemente, con la lengua en el aire buscando las feromonas que se le escapan. Nada es permanente en esta vida, ni siquiera el placer sexual. Quien lo vaya buscando, me refiero al placer eterno, en una orgía, ya puede darse con un canto en el capullo y dedicarse a otra cosa.

Mis miedos procedían de algo más elemental. Una persona borde lo es vestido, desnudo y en patinete. El hecho de ir a codearme, es un decir, con poderosos, me tenía bastante preocupado. El poderoso lo puede ser porque tiene más billetes que el banco de España, porque tiene contactos, porque la fama le permite conductas inadmisibles en el anónimo, y por otra serie de circunstancias que no implican necesariamente tener tras tu culo a todo un ejército armado hasta los dientes. Caerle mal a un poderoso es jugarte, sino el cuello, sí al menos tus partes pudendas. Imaginarme follando con las esposas de gente importante me ponía las partes blandas en la boca. Ni siquiera en una orgía se pueden dejar los celos en el guardarropa. Y no sólo eso. Me preguntaba si no habría algún chivato, espía o confidente policial entre los asistentes, que fuera con el soplo a donde no debería ir y luego las consecuencias: esposados en pelota picada a la guardía civil (estábamos en el campo, no lo olviden) y al trullo.

También me preocupaba la posibilidad de fotos y descripciones en la revista "Famosos", entonces muy en voga, y que bien podría infiltrar a un paparazzi entre tanta verga (todas se parecen aunque unas son más grandes que otras). Como ustedes saben el sexo es lo peor de lo peor, un cartucho de dinamita entre las piernas. Se puede disculpar a un corrupto, al que se le va la mano al cajón de las monedas, a un traficante de armas, a un mafioso, a un capo de la droga, pero nunca se perdonará a un participante en una orgía. Ni siquiera aunque sea un pobre desgraciado como Johnny. Sentía miedo de que el jardín del placer sexual, más allá del bien y del mal, se transformara en el principio del fin.

Sentía suficiente confianza hacia Lily como para plantearle estas preguntas y algunas más. Ella se sonrió un instante, pero luego se puso seria, muy seria. Johnny, me dijo, esto no es precisamente un juego. Si algo sale mal vamos a tener tras nosotros a toda una jauría de perros de presa dispuestos a despedazarnos. Pero es el riesgo de esta profesión. No solo somos considerados como una mierda, sino que en cuanto utilizan nuestros cuerpos nos pueden echar por el retrete sin remordimiento. No te voy a ocultar el riesgo, aunque puedes estar seguro de que he tomado todas las precauciones posibles.

Esta conversación tenía lugar en su cuarto, en pelota picada como siempre, tras una exquisita cena. Aún quedaba una semana para el día D, pero Lily estaba empeñada en aleccionarme hasta el mínimo detalle. Me enseñó fotos de los asistentes, me hizo leer informes secretos de todos ellos, y hasta me puso algunos videos de anteriores orgías. Me iba señalando las máscaras, este es fulanito de tal, un conocido millonario, esta es menganita de cual, una aristócrata de mucho pedigrí. Por más que intentara quedarme con sus cuerpos desnudos no lo conseguía, salvo si el disfrazado poseía alguna característica anatómica muy relevante, altura, gordura, instrumento marcado, andares de pato mareado, etc. Cotejaba los rostros de las fotografías con los desnudos del video y no cesaba de preguntarme si lograría reconocer algún rostro tras la máscara observando la desnudez de su cuerpo.

Los anfitriones ( no era la primera orgía que encargaban a Lily) aparecían en una foto de gran tamaño. Se trataba de un matrimonio francés, aristócratas discretos, y con una fortuna que superaba con creces la que poseía Lily en un banco suizo. Estaba tan acostumbrado a tratarla con toda familiaridad que hasta se me olvidaba que aquella mujer, desnuda a mi lado, era una de las grandes fortunas del planeta, en la sombra, naturalmente. Eso la hacía poderosa y debería tranquilizarme, pero seguía sin tenerlas todas conmigo. El matrimonio aparecía a la puerta de su mansión, en traje de noche, tras una cena de etiqueta. El iba de frac, era alto y bien parecido, aunque los sesenta ya no los hacía. Ella era joven, tal vez unos treinta, atractiva, llena de encanto y con cara angelical. Llevaba un vestido negro muy escotado y un collar relumbrante en el cuello. Parecía un matrimonio muy bien avenido y me extrañó su afición a las orgías.

Lily me explicó que el caballero era el gran maestro de una sociedad secreta muy poco conocida. Entre las ceremonías iniciáticas de la sociedad destacaba un ritual orgiástico en la noche de San Juan, que era lo más asombroso que habían visto sus ojos y desde luego no podía decirse que vieran poco. Reclutaban bacantes y dionisos para esta ceremonia que requería avezados profesionales, convenientemente entrenados durante un tiempo nada corto. El secreto de esta ceremonia les obligaba a elegir muy bien a los reclutas, su entrenamiento era duro y su juramento de no desvelar nada de lo que vieran podía costarles la vida, si no se lo tomaban con la debida seriedad. No me ocultó que yo podía ser un candidato. Podía empezar a pensarlo desde ya. Si no me apetecía bastaba con un simple "no". Pero si daba el paso debería saber a lo que me exponía. Ella había participado en un par de ocasiones en este ritual. La había impresionado y nunca disfrutó del sexo tanto como durante los tres días que se prolongara el ritual.

Me quedé de una pieza. De Lily me esperaba casi todo, pero aquello superaba mis más delirantes fantasía. Tenía vagos conocimientos sobre la importancia del sexo en los ritos primitivos y en las ceremonías iniciáticas, aunque no imaginaba que algo así pudiera celebrarse en estos tiempos mediáticos a los que casi nada escapa. Y mucho menos podía visualizar a mi Lily haciendo de sacerdotisa en un rito iniciático. Imaginé sobre su hermoso cuerpo desnudo un velo trasparente y una corona de flores sobre su cabeza y a punto estuvo de darme la risa. No es que fuera para troncharse lo que ella me estaba contando, sencillamente me pilló de sorpresa.

Claro que la orgía en sí no tendría nada de iniciático. Era una de tantas, eso sí, los invitados habían sido escogidos con lupa. Me explicó qué me encontraría. Unas cincuenta parejas de edades comprendidas entre los veinte y los setenta, algunas eran matrimonios legales, otros no tenían papeles pero llevaban conviviendo un tiempo y los menos formaban pareja para la ocasión. Había algún que otro político, muy pocos y todos ellos tenían claúsula especial de discreción, si el más mínimo rumor aparecía en algún medio de comunicación ella pagaría los platos rotos. Un par de parejas eran actores de cine, extranjeros y muy conocidos. Millonarios que se apuntaban a un bombardeo, aristócratas aburridos, algún que otro famoso con dinero que buscaba emociones fuertes hasta debajo de las piedras y jovencitos de buenas familias que hacían su puesta de largo. Había mucho donde escoger y cada uno era de su padre y su madre, eso seguro.

Me explicó cómo solían funcionar estas orgías. Llegaríamos en un land-rover, muy discreto, y una vez en la mansión seríamos conducidos a nuestros cuartos, previamente reservados. Nadie debería encontrarse con nadie, los criados, también desnudos, tenían instrucciones muy precisas. Claro que Lily y Johnny, como pareja de hecho, ocuparían un mismo cuarto. Lo había decidido ella. Yo di mi conformidad. Para el viaje vestiríamos ropas de lo más normalito pero para la cena de despedida iríamos de gala y sin máscaras, salvo los que no se fiaban ni de su padre, ellos continuarían con la máscara, aunque vestidos. Ayudaba mucho, tras una orgía, una reunión formal donde todos pudieran charlar como si nada hubiera pasado. Bajaríamos desnudos al gran salón, donde estaría preparado un variado y exquisito bufé y allí nos iríamos presentando y charlando según afinidades. Sería de noche y los candelabros con velas iluminarían todo el salón. Durante el día se cerraban las ventanas y la oscuridad permanecía invariable. Estaban prohibidos los relojes de pulsera, aunque no las joyas, por lo que cada cual debería hacerse su propia composición del tiempo.

En una de las paredes del salón se proyectarían ininterrumpidamente películas porno de todos los géneros y tipos, sin sonido, puesto que una orquesta de cámara, desnuda, interpretaría piezas barrocas y románticas durante todo el tiempo. La orquesta en realidad eran más bien tres orquestas puesto que los músicos tendrían que comer, dormir y hasta follar si les apetecía. Estaba prohibido salir del salón para refocilarse en los cuartos privados, se follaría sobre una enorme y mullida alfombra o sobre amplios sofás o en sillones. El salón era bastante grande para que las parejas no se estorbaran. Estaba permitido formar tríos, cuartetos, quintetos y lo que pareciera oportuno, siempre respetando la libertad de los participantes. Cada cual comía cuando le apetecía y dormía cuando le tomaba el sueño. Si surgían discrepancias o problemas más serios existía un bien entrenado equipo de seguridad, en pelota picada, naturalmente, que también podrían intervenir en la orgía si eran invitados por algún participante. Como todos iban desnudos era imposible que asomaran pistolas o armas blancas (los cubiertos eran de plástico) por lo que los agentes de seguridad utilizarían sus manos para reducir a los infractores. A la entrada de la finca se hacía un minucioso registro del equipaje y un buen cacheo de los invitados para que nadie pudiera luego matar a nadie al regresar a su cuarto.

Eso era más o menos todo lo que había que saber, aunque los detalles que me dio Lily ocuparían un libro. Durante la semana previa a la orgía permanecí en su casa compartiendo con ella pitanza, cama, videos y charlas largas y amenas. Practicamos el sexo cuando nos apetecía, intercambiamos confidencias y ternezas como una pareja bien avenida y nos preparamos para el gran acontecimiento. Que llegó, porque todo acaba por suceder en la vida, antes o después. Ayudé a Lily a preparar el equipaje, ropas, potingues, películas enlatadas, y todo lo necesario para una orgía, que es más de lo que un alma cándida podría imaginar.

Aquel viernes por la noche salimos en uno de sus más discretos coches, conducido por Gervasio, su jefe de guardaespaldas o matones, y nos dirigimos a su finca, bastante alejada de Madrid. Al llegar a la entrada del valle, lejos de cualquier población, nos dio el alto una pareja de cazadores, con sus escopetas de caza al hombro, saludaron a Lily y nos invitaron a tomar uno de los numerosos land-rover que se veían en un aparcamiento cercano a una modesta casita de granjeros. Cambiamos equipajes y personas al nuevo vehículo y continuamos camino.

Al parecer eramos los primeros, el resto gustaba de llegar con noche cerrada para llamar menos la atención. No pude ver mucho del valle, caía la tarde, pero las explicaciones de Lily me dieron una idea bastante aproximada del paisaje que estábamos recorriendo. Se trataba de un estrecho valle en zona montañosa. Al final del mismo un bosque tupido ocultaba una zona ajardinada donde se encontraba su mansión. Más de cien habitaciones indican bien a las claras que aquello no era precisamente una casa de campo cualquiera. El jardín estaba rodeado de altos setos y una valla electrificada. Las medidas de seguridad eran extremas, incluso perros adiestrados sueltos alrededor de la casa. Me sentí como si fuera a la guerra y creo que no me equivocaba mucho.

Continuará.