Las Normas de la Union Soviética
Dos oficiales sufren se quedan aislados en medio de Siberia, en tiempos de la guerra fría.
Lo que voy a contar a continuación sucedió en Rusia, la antigua Unión Soviética, a finales de 1978.
Por aquel entonces yo acaba de cumplir 28 años. Antes que nada he de dar algunos detalles:
Nací en Spitsyno un pequeño pueblo cerca del lago Peius, en el noroeste del país. Crecí en la casa de un ferviente defensor del sistema comunista, y que como tal jamás tuvo ni un céntimo. El frío de la región hace que las gentes que la habitan sean fuertes, pero tener que soportar la penuria con miseria y hambre era insoportable. La única forma que tenía de salir de allí era progresar dentro del Sistema, obedeciendo las normas del Soviet (El equivalente al ayuntamiento) del pueblo. Me convertí así en estudiante modelo, pues el reconocimiento intelectual era de las pocas cosas que podría sacarme de Spitsyno.
Siempre supe de mi predilección por los chicos, pero como el Sistema y sus normas no veía con buenos ojos a los homosexuales no pasé de ocasionales encuentros amorosos en las duchas de la escuela superior o en algún barracón escondido del ejército.
Nunca fui un atleta, pero el ejército obligaba a estar en forma. De esta manera, mi metro ochenta de estatura, junto a una barba morena bien cuidada, daban buen aspecto a un cuerpo no delgado pero sí fuerte.
Todo ese tiempo conseguí reprimir mis más anhelados instintos y así llegué a ser el protagonista de este relato: El capitán Grigory Nikolaivich Boronzov, Ingeniero electrónico y descrubridor de un tipo de circuito de detonación que me valió el ascenso coronel sin llegar a la treintena.
Una fría mañana de febrero, mi superior me comunicó la noticia. A partir de ese momento iría a dirigir un proyecto de misiles, vital para la patria, a uno de los muchos laboratorios secretos que tenía la URSS… en Siberia.
Estaba acostumbrado al frío, pero el desierto de hielo siberiano era el peor castigo al que se podía deportar a un ruso. Mi sangre se heló al tiempo que oía mi nuevo destino, pero coseguí asimilar la noticia pensando en un futuro mejor y las comodidades que después obtendría.
Cuatro días después llegué en tren al último pueblo habitado antes de la soledad blanca de Siberia. Como oficial al mando de la base a la que iba, preparé todo a conciencia: mi uniforme nuevo planchado y sin una mota de polvo, botas relucientes y muchas ganas de impresionar a mi personal subalterno. No podía permitir que no me respetaran
Bajé del vagón cerca de las tres y media de la tarde. Faltaba poco menos de una hora para que anocheciese y un cabo de nueva base me esperaba en el andén. Era un chico de unos 23 ó 24 años, un poquito más bajo que yo, moreno con el pelo corto y los ojos marrones. Tenía un físico atlético, pero no exagerado y una media sonrisa que era la que le hacía especial. Se llamaba Iosif y la bragueta del pantalón del uniforme dejaba claro que debajo debía esconderse un poder genital tremendo. Desvié la mirada de su paquete con rapidez para que no se percatase.
¿A qué espera para recoger mi equipaje? ¿No conoce las normas?- Espeté con intención de dejar claro quién mandaba.
No se preocupe, mi coronel. No volverá a suceder- Se apresuró a decir. Disfruté al ver que orden se obedecía sin chistar.
Vino a por mí en un coche oficial, un antiguo Volga, que aunque funcionaba bien hacía bastante tiempo que no se lavaba.
- En el futuro quiero que mi coche esté siempre limpio y en perfecto estado de revista- Le solté nada más nos sentamos los dos en el coche
Su rostro iba palideciendo a medida que veía que yo mencionaba “Las normas” una y otra vez. Estaba claro que no estaba acostumbrado a ese tipo de tratamiento tan marcial.
Enseguida intentó ofrecerme conversación, pues el trayecto duraría casi hora y media. Me contó que era de la región, que su madre estaba muy orgullosa de él y que era especialista en rescate de alta montaña.
Yo respondía a todo con une escueto “Vale. Concéntrese en conducir”
En uno de esos intentos buscó una cinta de casette en un cajón del salpicadero, con tal mala suerte que un agujero en la carretera desestabilizó el coche y nos empotramos contra un montículo de nieve.
Tras preguntarle si se encontraba bien, Iosif trató una y otra vez de sacar el coche de la nieve, pero no lo consiguió y la batería se agotó.
-Mi coronel, no se preocupe, hay un refugio cerca, y cuando en la base vean que no llegamos mandarán a alguien por la mañana- Dijo el cabo
-¿ Por la mañana ?- Pregunté.
- El quitanieves solo pasa una vez al día y mientras tanto no se puede circular- Me contestó bajando el tono de voz hasta lo lastimero mientras terminaba la frase.
Empezamos a caminar hacia el refugio, cada uno con una maleta y Iosif llevaba también un maletín con mis documentos. Me miraba cada pocos metros, pero yo no decía absolutamente nada. Estaba furioso, y había empezado a llover agua medio congelada. Él sabía que se había ganado un serio castigo por su distracción, pero me dio un poco de pena ver lo nervioso que se puso.
Cuando llegamos al refugio ya era noche cerrada. Era una pequeña cabaña de madera con una caldera de acero y dos radiadores. Había algo de comida y unas mantas. Estábamos empapados y yo temblaba del frío.
Iosif empezó a traer leña seca de un escondrijo al fondo de la estancia y al poco consiguió una fogata que fue calentando aquella mísera construcción y devolviendo la vida a mi entumecido cuerpo.
Durante una fracción se segundo me pillo mirándo su bonito trasero. No dijo nada, pero al darse la vuelta, su media sonrisa, esa que hizo que le condenase a trabajos forzados de por vida, era recorrida lenta y discretamente por su lengua.
- Mi coronel. Tenemos que seguir la “normas”. En situaciones como esta, el código del ejército recomienda quitarse la ropa mojada -
Asentí sin decir nada y comencé a desnudarme en un rincón. Me quedé tiritando en calzoncillos. Al darme la vuelta mi cuerpo recuperó su calor sorprendentemente rápido al disfrutar del espectáculo visual que tenía delante:
El resplandor del fuego dibujaba la silueta del cuerpo totalmente desnudo de Iosif. Torso definido, maravillosas proporciones corporales y poco o casi ningún vello.
Su polla era muy grande aún en reposo, sobrepasando el límite de unos huevos que sin ser pequeños, estaban en la media de lo que yo conocía. No paraba de acariciarse mientras me miraba y percibía que el control de la situación se me escapaba por segundos.
- Mi coronel, si sigue teniendo frío debería poner las manos sobre pliegues de mi cuerpo. Ya sabe… “las normas- Dijo en una invitación al pecado clara, mientras enfatizaba sus palabras con saliva y tocándose los pezones.
Tomó mi mano y la puso en sus ingles. Mi corazón latía cada vez más deprisa y su polla iba ganando tamaño. Era perfecta, grande, gorda y morcillona. Su glande blanquecino coronaba levemente hacia la izquierda un rabo que al erguirse perdió toda señal prepució.
Le chupé la polla sin pensar durante varios minutos. Disfrutando de su sabor y trabajándole el culo con las manos a la vez.
Cuando parecía que no podía parar, y casi sudando del calor, me puso de pie y nos besamos. Fue maravilloso, sentir esa lengua jugando con la mía. Olvidé dónde estaba y durante unos instantes no me dí cuenta que ahora era él que me hacía una mamada a mí.
Su ojete hacía minutos que estaba dispuesto y ese par de glúteos torneados me invitaban a hacer lo que deseaba.
Lo penetré y el disfrutó. Estaba claro que no era la primera que eso sucedía. Fueron momentos de sumo placer. Éxtasis si así se quiere llamar. Las embestidas de mi miembro parecían excitarlo cada vez más, y la vez me daban más placer a mí.
Cuando me corrí nos quedamos abrazados y besándonos con la sensación más maravillosa que soy capar de recordar.
Aquella noche follamos varias veces, incluso el me penetró a mí por primera vez en mi vida.
A la mañana siguiente nos encontraron los oficiales de la base y mi trabajo de rutina empezó. Y durante días no se habló de ese tema.Más tarde me casé con una mujer excelente con la que fui feliz.
Termino comentando que nombré a Iosif mi asistente personal y me acompañó allá donde fui, haciendo mi vida más feliz a ratos…