Las noches con Laura. 3 La historia de Pancho

Vicky se quedó congelada un segundo. Desnuda, con mi polla aún dentro y bella como una diosa. Se salió de mi y levantándose de la cama fue, desnuda y sin hacer ningún amago de taparse a la puerta donde Pancho seguía impertérrito

Me quité con cuidado a Laura de encima para ir al baño un momento. Los cafés me habían despejado y recordar y compartir mis recuerdos juveniles, me estaba poniendo melancólico. Nunca había compartido la historia de Pancho con nadie, ni siquiera con Lucía, mi ex con la estuve casi 25 años casado, por razones que Laura iba a conocer en breve.

Cuando volví al salón, Laura que estaba acurrucada en el sofá hizo un hueco para que volviera a colocarme en la posición anterior, con ella recostada sobre mi pecho.

  • Me temo que Vicky y tú os hicisteis novios… ¿Qué pasó con Pancho?

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¿Novios? Esa palabra no estaba dentro del vocabulario de Vicky. El día de la fiesta fue poco antes del final del curso. La llamé no sé cuantas veces antes de tener que volver al pueblo porque no me la quitaba de la cabeza. Soñaba con ella y por primera vez en mi vida creo que me estaba enamorando. Al final, un par de días antes de que me tuviese que volver, conseguí volver a quedar con ella. Quedamos en un bar de Malasaña que por aquella estaba muy de moda.

  • ¿Cómo vas chaval? Vienes hecho un pincel, me dijo al verme llegar vestido como un payaso, porque yo de aquella pensaba que a las tías les impresionaba ver a los pavos con americana y con coches caros. No tenía coche pero sí americana y creo que fue el último día que me la puse. Estaba claro que Vicky, no era como las chicas a las que yo estaba acostumbrado.

Tomamos unas cañas y picoteamos unas tapas en plan barato, bailamos en un par de sitios y terminamos follando en mi casa. Pancho se había vuelto a Extremadura una semana antes, cuando terminó sus exámenes y la tenía a mi disposición.

Esta vez, me esforcé lo más que pude y creo que hice gozar a Vicky de verdad. Al menos tres veces que recuerde. Me estaba enamorando de ella y quería hacer todo lo que estuviera en mis manos para hacerla mía, para que no se le ocurriera pensar en nadie más que en mí, igual que yo ya no pensaba en otra que no fuese ella. Cuando acabamos, casi de madrugada, Vicky se levantó para vestirse e irse a su casa.

  • ¿Por qué no te quedas un rato a dormir conmigo? le propuse. Total, vas a llegar a casa de día.
  • Porque no soporto compartir la cama con nadie, me dijo. En cuanto me quede dormida me empezarás a manosear como un pulpo.
  • Ya te he manoseado como un pulpo, respondí riéndome. Creo que no hay un centímetro de tu cuerpo que no haya explorado y a mi si me gusta que me abracen mientras duermo.

Se me quedó mirando. Creo que intuyó que me estaba colando por ella. Y creo también que yo le gustaba más de lo normal, pero ella tenía que mantener la pose de mujer empoderada.

Estuve dudando un segundo, en lo que ella se vestía, en decirle que me gustaba, que llevaba quince días en los que no había pensado más que en volver a verla, que era la tía más acojonante que había conocido nunca y … que coño… que la quería… pero me rajé.

  • ¿Podré llamarte alguna vez durante el verano? le pregunté
  • Cuando quieras chaval, me dijo. En Agosto estamos en la casa de Cádiz, ahora te apunto el teléfono

Vicky ya vestida me dió un pico y se marchó. Un puto pico, después de esa noche y se despide como una hermana, con un puto pico.

Ese verano en el pueblo no follé con ninguna. Y no fué por falta de oportunidades, es que no podía quitármela de la cabeza. Las dos veces que conseguí hablar con ella, en aquella época sin móviles, que cuando llamabas a alguien se ponía un padre o la madre o un hermano y tenías que darles explicaciones de qué querías, no me decía más que banalidades de lo que estaba haciendo, eso sí, metiendo de vez en cuando algún comentario sobre colegas a los que pensaba ver en Cádiz para tenerme en vilo y celoso. O eso quería creer yo, porque ella tenía también mi teléfono pero no llamó ni una sola vez.

Aproveché para quedarme una semana con Pancho en la finca. Allí no tenían teléfono así que me olvidaría de Vicky y además para ser sincero no iba a ver a Pancho, con el que ya vivía el resto del año, iba a ver a su madre que me seguía tratando como cuando tenía diez años y me llamaba “mi niño”. La visitaba de vez en cuando pero después de todo el año en Madrid sin verla, Luisi me abrazó como aquella vez cuando pensé que no iba a volver a verla nunca más. Me pasé toda esa semana ayudando a Pancho con los gorrinos, al Largo con algunas reparaciones pero sobre todo con Luisi, hablando con ella, queriéndola, mimándola y poniéndome hasta el culo con los platos que me preparaba. Llegué a pensar en aquellos días que igual que mis padres veían en Pancho al hijo modelo, trabajador, estudiante y responsable, para Luisi el favorito era yo que sin ser un viva la virgen, era mucho más abierto, más mujeriego y más simpático que su hijo y creo que ese, fue el final de mis ataques de celos con Pancho.

Al finalizar el verano, Pancho y yo volvimos a Madrid. Era nuestro segundo año en la universidad, ya controlábamos la ciudad y el ambiente universitario y pude volver a ver a Victoria.

Había vuelto aún más guapa del verano si es que ello era posible y por alguna razón que no supe averiguar, más abierta y menos borde conmigo. Empezamos a quedar con más frecuencia aunque ya me advirtió desde el principio que ella no había nacido para estar atada a un tío y que si yo estaba pensando en una relación formal, que me olvidase de ella. Me hubiese gustado que no fuera así, poder decirle a todo el mundo que éramos pareja y poder cogerle la mano o abrazarla en público pero con Vicky o era eso o no era nada y yo seguía colado por ella.

Vicky venía a veces a nuestra casa y conoció a Pancho al que terminó adorando, aunque esta vez mis celos por él no se despertaron. Pancho era un buenazo, tenía un carácter afable y callado y a esas alturas, una cultura que le permitía hablar de casi cualquier cosa porque todo el tiempo que yo invertía en fiestas, él lo gastaba leyendo o viendo cine, así que le caía bien a todo el mundo. Tampoco es que fuera un santo, que a veces se apuntaba conmigo y con VIcky para salir por ahí y bebía y se pasaba como el que más pero lo cierto es que, bien fuera porque no quería gastar un dinero que sabía que sus padres no le podían dar o sencillamente porque le apetecían más otras cosas, su ocio consistía básicamente en baloncesto y lectura.

Hacia la mitad del curso, se presentó un puente de cuatro días. Pancho iba a aprovechar para bajar al pueblo a ver a sus padres pero yo me iba a quedar en Madrid. Tenía que estudiar y recuperar parte del tiempo que gastaba en el cachondeo pero también quería salir con Vicky, con la que quedé el mismo viernes al comienzo del puente.

Salimos de fiesta con una pandilla de colegas comunes con los que nos bebimos medio Madrid y nos fumamos medio Marruecos hasta que con la noche ya bien avanzada nos fuimos a mi casa.

Al entrar no pasamos ni por el baño y nos fuimos directamente a mi habitación donde empezamos a besarnos y a desnudarnos el uno al otro. A Vicky le encantaba tenerme desnudo a mi primero y agarrarme la polla mientras yo la iba desnudando a ella besándole en el cuello y en las tetas. Estábamos ambos completamente pedo pero a mi, en aquella época se me levantaba aunque tuviese coma etílico, así que la tumbé en la cama y me lancé a hacerle lo que más le gustaba, que era que se lo comieran. Le besé el interior de los muslos y me puse a besarle suavemente el coño mientras acariciaba su entrada con los dedos. Cuando noté que ya estaba bien húmeda le metí los dedos con cuidado a la vez que mi lengua se dirigía a parte superior de su vagina buscando el botón del placer que ella tenía pequeñito pero que a esas alturas ya no se me escapaba. Vicky empezó a gemir como una loca pero estábamos solos en casa y los vecinos a esas alturas, ya estarían acostumbrados.

Sabía que no podía dejar que se corriera o me podía quedar sin mi premio así que cuando vi que empezaba a temblar paré y me subí encima de ella para poder besarla a la vez que apretaba mi polla contra su entrada haciendo que rozase sus labios vaginales.

  • Fóllame Vicky, le pedí

Sabía que le encantaba tener el control y esa sensación de que los tíos estábamos para satisfacerla. Me tumbé en la cama boca arriba y me enfundé la polla esperando a que ella, mientras me besaba, me la cogiese con la mano para llevarla a su interior. Se dejó caer de golpe y hasta me hizo algo de daño con lo que los dos pegamos un bufido mezcla del dolor y del placer. Luego se apoyó contra la pared del cabecero en lo que comenzó a cabalgarme frenéticamente. Yo sentía golpes en la pared, pero entre el placer del sexo y el pedo del alcohol y los canutos, pensé que era la propia cama golpeando contra la pared en cada embestida que me daba Vicky.

Pero no era la cama. Habíamos dejado la puerta de mi habitación entreabierta y de un golpe seco se abrió. Era Pancho. Estaba en calzoncillos, tenía los ojos hinchados, la cara roja y nos gritó.

  • ¡¡¡Queréis parar de una puta vez!!!

Nunca había visto a Pancho así. Nunca me había gritado así. Más tarde supe que no se había podido ir al pueblo y que no me pudo avisar porque cuando llegó a casa yo ya me había ido.

Vicky se quedó congelada un segundo. Desnuda, con mi polla aún dentro y bella como una diosa. Se salió de mi y levantándose de la cama fue, desnuda y sin hacer ningún amago de taparse a la puerta donde Pancho seguía impertérrito. Le acarició la cara.

  • Pancho cielo, no sabíamos que estabas. Perdóname por favor.

Pancho nos miraba alternativamente a Vicky y a mí con cara de odio y en un momento me dí cuenta de que yo tenía la polla al aire, se estaba desinflando y seguía con el preservativo. Tiré rápido de la colcha para taparme. Todo era surrealista. Pancho y yo nos habíamos visto desnudos tantas veces como vestidos, de críos, de adolescentes compartiendo habitación y ahora compartiendo un piso donde nunca se usaba el pestillo del baño.

  • Pancho esto no volverá a ocurrir, le decía Vicky, lo siento de verdad.

Pero me fijé en que Pancho hacía una mueca extraña y vi que estaba manchando los calzoncillos. Se había corrido. Le miré a la cara. Seguía mirándome con cara de odio. Tenía los ojos tan hinchados y rojos que parecía que le iban a estallar y sin decir nada se encerró en su habitación.

Me quedé paralizado. Le expliqué a Vicky que no tenía ni idea de que Pancho estaba, que me había dicho que se marchaba al pueblo pero no me hizo ni puto caso. Se vistió y se largó. Esta vez no hubo ni pico de despedida.

Me acerqué a la habitación de Pancho pero había cerrado la puerta. Quise abrir pero había puesto una silla para impedírmelo. Le llamé:

  • Pancho tío… abre y te explico joder … que no tenía ni idea que estabas…

No respondió. Yo además me di cuenta de que estaba muy pedo. Era mejor dormir y arreglarlo al día siguiente.

Pero no fue al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Pancho estuvo dos semanas sin dirigirme la palabra. Se iba a clase, luego estudiaba en la biblioteca, iba a los entrenos del básquet y volvía a la biblioteca. Intentaba aparecer por casa lo más tarde posible. Llegaba y se encerraba en su habitación.

Un día, no lo aguanté más. Era cerrado y callado como él solo pero era mi hermano. Ese día lo esperé en su habitación. Me quedé sentado en su cama hasta que pasadas las once de la noche apareció.

  • ¿Qué coño haces ahí? me dijo
  • Es mi casa. Estoy donde me sale de los cojones, le respondí y tú eres mi hermano y me vas a decir qué hostias te pasa
  • No es tu casa y no somos hermanos. Es la casa de tus padres pero he pillado la indirecta. Tranquilo y no te preocupes que ya me busco la vida

Era lo que me faltaba. No lo aguantaba más. Me levanté y me fui hacía él.

  • Tú no te vas a ir de esta casa porque es tan tuya como mía gilipollas pero yo no me pienso mover de esta habitación hasta que no me digas que cojones te pasa. Te he intentado mil veces pedir perdón por lo de la otra noche. No tenía ni puta idea de que estabas y además Vicky y yo íbamos muy pedo. Lo siento Pancho. Lo siento. No sé qué más puedo hacer para que me perdones.

Pancho empezó a llorar y eso me descolocó. Creo que la última vez que le había visto llorar debió ser algún día siendo críos después de pegarnos. Y ver llorar a Pancho con su metro noventa y pico sin ningún amago de taparse la cara me partió el corazón y me abracé a él.

  • ¿Pero qué te pasa tío? ¿Es por Vicky?
  • No me pasa nada Pepe. Son mis cosas. Creo que Madrid y los estudios me están superando.

Para variar, Pancho no pensaba decirme nada. Lo de Madrid lo podía entender porque estaba muy apegado al pueblo y a la familia pero lo de los estudios no se lo creía ni él. Seguía sacando las mejores notas de la Escuela de Ingeniería y en ese momento ya estaba planteando matricularse de forma simultánea en Económicas, cosa que terminó haciendo al año siguiente. A Pancho la carrera le estaba costando lo que a mi ligotear en una fiesta de pueblo, o sea, nada. A mi no me podía engañar con eso.

Pero al menos pudimos volver a hacer vida normal.

Aún así, yo seguía mosca. Pensé en llamar a mi madre para saber si había problemas familiares con Luisa y El Largo pero descarté la idea. Si mi madre llegaba a sospechar que había algún problema entre Pancho y yo, tenía muy claro de qué lado se iba a poner, así que llamé a Clara que de aquella ya empezaba a considerarme persona digna de su confianza y no me supo decir nada. Según ella todo iba como siempre.

Un fin de semana que sabía que Pancho no podría ir, me fuí al pueblo pero según bajé del autobús y dejé las cosas en casa, le pedí prestado el coche a Clara para acercarme a la finca. Luisi se volvió loca al verme, llegando sin avisar y entre ella y El Largo me prepararon una cena pantagruélica que nos zampamos entre los tres con una jarra de tintorro que El Largo se encargó de mantener rellena durante toda la cena. Me quedé a dormir allí en la habitación de Pancho y a la mañana siguiente en la que pude estar solo con Luisi, después de desayunar intenté hablar con ella

  • Luisi, no le digas a Pancho que he venido a veros por favor y díselo a Antonio también.
  • ¿Y eso, mi niño? No me digas que habéis vuelto a tener otra pelea de las vuestras… si al final os duran un nada.
  • No es eso Luisi, es que veo a Pancho un poco raro últimamente. No te preocupes que no es que se drogue ni nada de eso, él sigue estudiando como siempre pero es que no le veo contento, se pasa días enteros sin hablarme y me parece que hay algo que le preocupa y que no se atreve a decirme.
  • Mira mi niño, me dijo Luisi mirándome fijamente a los ojos, Pancho y tú, sois como hermanos pero no lo sois. Pancho es “largo” y tú eres “tábano”.

Hacía un siglo que no oía el apodo familiar de mi padre ya que en casa nunca se usaba más que para los chistes de turno en las sobremesas de las comidas familiares.

  • Desde niños yo os vi venir. A Pancho porque lo he parido y a tí porque te he querido y te quiero como si lo hubiera hecho. Tú, desde crío, ya se veía por donde ibas a tirar. Igual que tus tíos “los tábanos”. Bebedor y mujeriego. La excepción familiar fue tu padre y luego tu madre que te pudo enderezar a tiempo.
  • Y tú que también hiciste lo tuyo, le dije a Luisi mientras me secaba una lagrimilla por lo que acababa de confesarme y porque a mi, a diferencia de Pancho no me importaba lo más mínimo llorar en público y mucho menos, delante de Luisi.
  • Y Pancho, siguió contándome, es “largo” hasta la médula. Callado, honrado y trabajador pero orgulloso y frío. Jamás se va a abrir, nunca te va a pedir un favor aunque tú estés dispuesto a dárselo todo. Por contra, él te los va a hacer sin pensárselo porque para los “largos” ayudar a los demás no es hacer favores sino hacer lo correcto pero a la inversa no funciona. Mira… cuando tus padres vinieron a pedirnos que dejásemos vivir a Pancho con vosotros en el pueblo para que pudiera seguir en el instituto y El Largo se puso hecho una fiera, no era porque Pancho fuese a ganar más o menos dinero aquí en la finca o que se le necesitase para mantener esto, era por puro orgullo. Si él no podía proporcionar estudios a sus hijos, pues no los tendría porque El Largo no podía soportar depender de la caridad de los demás.
  • Pero Luisi, aquello no fue caridad. Pancho es otro hijo más para mis padres.
  • Ay mi niño… cuanto te queda por aprender de la vida y cuanto te quiero.. ¿Sabes que yo de moza, antes de conocer al Largo, tuve un lío con tu tío Mariano “el tábano”?

Me eché a reír. Me abracé a Luisi y después de dejarle la cara llena de besos y de acercarme a las cuadras a despedirme de Antonio, me volví para casa.

Cuando volví a Madrid, no le dije nada a Pancho de lo de la finca e intenté ver a Vicky porque desde el día de marras no había habido forma de quedar con ella. La llamé no sé cuantas veces, me pasé por su facultad y por los bares que frecuentaba, y finalmente un día, me fuí hasta su casa. Sólo había estado allí, aquel primer día en que la conocí y terminamos en su cama y me acordaba del edificio, pero no del piso así que tuve que sacar a relucir mi mejor labia para seducir al portero de la finca y dándole algún detalle, que me dijese donde vivía.

Cuando llamé al timbre, salió un señora vestida de uniforme a recibirme y después de preguntar por Victoria me dijo que esperase. En el descansillo. Cerró la puerta y al rato apareció Vicky que me cogió del brazo y tirando de mí, me bajó hasta un bar que había debajo de su casa. Nos sentamos en una mesa apartada y pidió dos cervezas.

  • Llevo días intentando verte, le dije
  • Y yo llevo días evitándote, respondió ella.

Aquello pintaba mal.

  • Ya he hablado con Pancho y está todo aclarado, le dije yo
  • Yo también he hablado con él… y me costó porque creo que no he pasado tanta vergüenza en mi vida, me dijo para mi sorpresa porque Pancho, para variar, no me había dicho nada.
  • ¿Por qué crees que se puso así? Le pregunté. Le conozco desde que éramos niños y jamás le ví como aquella noche

Vicky no contestó. De aquella se podía fumar en los bares y se encendió un pitillo.

  • Creo que deberías hablar con él, me respondió, de todas formas tampoco te hagas un mundo por lo que pasó. Cualquiera hubiéramos reaccionado igual. Una pareja borracha llega a tu casa y se ponen a fornicar como mandriles montando un escándalo… ¿tú qué hubieras hecho?
  • No lo sé Vicky, Pancho es muy callado y no se abre con facilidad. He llegado a pensar que estaba muerto de celos por tu culpa.
  • ¿Celos? ¿Por mi culpa? ¿Celos de qué?
  • No sé… él está solo pero me ve a mí con mi chica y a lo mejor, no sé…

Vicky no dijo nada. Apagó el cigarrillo, pagó las cervezas y salimos del local. Ella se subía a su casa y yo no llevaba quince días persiguiéndola para hablar únicamente de Pancho.

  • Vicky ¿Me vas a seguir evitando mucho tiempo más? le pregunté
  • ¿Cómo acabas de referirte a mí hace un momento, chaval?

Me quedé de piedra. Otra vez las paranoias de Vicky y su feminismo de pandereta.

  • Vicky es una forma de hablar joder, no te lo tomes todo al pie de la letra
  • Sabes de sobra que yo no soy “tu chica”, ni tuya, ni de nadie. Llevas ya dos años en Madrid y sigues siendo un puto paleto machista

Aquello me encendió. Lo de paleto lo podía entender viniendo de una niña de la alta sociedad madrileña, lo de machista en ningún caso porque no lo era. Me había criado entre mujeres, las adoraba y lo sigo haciendo, siempre las he respetado y tratado como a iguales y eso era intolerable

  • Chavala, le dije a Vicky refiriéndome a ella así por primera vez, creo que tienes un lío mental cojonudo y creo que eres como Pancho y ocultas tus sentimientos tras esa pose de mujer poderosa que lo controla todo y todo le resbala. Pero yo no soy así y no necesito ocultar nada ¿Me entiendes? Te quiero. Llevo quince días intentando hablar contigo y me pasaré otros quince si hace falta viniendo a buscarte a casa.

Estábamos en la calle, había subido el tono y las señoras que pasaban hacían risitas viendo la pelea de enamorados. Vicky se acercó a mí y me puso una mano en el hombro.

  • Así que yo soy “tu chica” y tú “me quieres” dijo recalcando las palabras mientras hablaba. Pues quiero que sepas que ni soy tu chica ni yo te quiero a ti.

Se giró y subió hacia su portal pero antes de cerrar la puerta me miró por última vez y me dijo

  • Jose, no quiero volver a verte. No pierdas el tiempo viniendo a casa más veces por favor.

Alguna de las señoras, que se habían parado a ver el espectáculo, musitó algo así como “pobre chico” pero yo no estaba para chismes ni escenas de serie adolescente de televisión, salí corriendo de su calle y me metí en la primera estación de metro para irme a casa. Era la primera vez que me enamoraba y la primera vez que me dejaban y a los veinte años todo se magnifica y parece el fin del mundo pero lo bueno es que a los veinte años queda toda una vida por delante y aunque los primeros días lo pasé fatal, volví a salir por ahí y no pasaron ni dos semanas que ya le estaba echando un polvete a una conocida de Vicky y he de decir que más que el polvo, lo que más me puso del tema es que se lo contase a ella. Que, por cierto,  estoy seguro que lo hizo.

Además, faltaba poco para nuestro cumpleaños. El año anterior, no conocíamos a casi nadie en Madrid pero ese año yo ya tenía un buen grupo de amigos y Pancho, aunque tenía una vida social mucho más limitada, también.

Siempre, desde niños, celebrábamos nuestro cumpleaños juntos. Mi madre y Luisi preparaban una merienda con refrescos para el resto de niños, que luego, como nosotros, se convirtieron en adolescentes de forma que los refrescos se transformaron en cerveza pero desde el primer momento mi madre impuso una prohibición absoluta de regalos. A mí aquello me parecía injusto pero con el tiempo no puedo más que pensar que mi madre era toda una señora y sabía que si había regalos, iba a haber agravios comparativos y eso, para ella, no era tolerable.

Pero aquel año, yo tenía algo de dinerillo que había ahorrado durante el verano, donde ayudé a mi padre durante unas semanas y el video VHS de quinta mano que teníamos en el piso y que se habían dejado, por viejo, los inquilinos anteriores, había cascado. Pancho se había vuelto adicto al videoclub que de aquella teníamos debajo de casa pero desde que hacía un par de meses el reproductor falló, el hombre se quedó sin su entretenimiento favorito, así que compré uno nuevo que para evitar suspicacias, no le di como regalo aunque lo fuera, sino que el mismo día de nuestro cumpleaños llevé a casa e instalé como si fuera un electrodoméstico más. Pancho estaba eufórico pero esa tarde no pudo estrenarlo, porque hacia las siete u ocho empezaron a llegar colegas del uno y del otro, en lo que preparamos una fiesta de escándalo.

Nunca me explicaré cómo fue posible meter a tanta gente en un apartamento de 60 o 70 metros cuadrados, solo sé que aquello fue un fiestón. Habíamos hecho aprovisionamiento de bebidas pero además, muchos de los que iban llegando aportaban material a un frigorífico que el pobre no daba a basto a enfriar tanto alcohol como le íbamos metiendo.

Hasta apareció Vicky, un mes después de verla por última vez. Preciosa. Me dió dos besos en la mejilla y un regalo envuelto que no quise abrir en ese momento. Después se puso a hablar con el resto de la gente de la fiesta, se tomó un par de cervezas y vi que estuvo hablando con Pancho un buen rato, hasta que desapareció.

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  • No me jodas… ¿¿Que Vicky y Pancho se enrollaron a tus espaldas??
  • Joder Laura… eres tan retorcida como los comentaristas de Todorelatos, ya te piensas que todo el mundo es infiel con todo el mundo…
  • Mira a nuestros ex, no te jode… replicó Laura.
  • Y a nosotros. Nosotros también nos acostamos estando casados con nuestros ex ¿No recuerdas? Le dije a Laura acariciándole la mejilla.
  • Si no fuera porque cuentas unas historias que me encantan te mandaba a la mierda, me dijo Laura medio riéndose.
  • Si no fuera porque me estoy enamorando de ti, me iba a dormir y te dejaba aquí tan ricamente, le respondí a Laura.

Laura se giró para mirarme a los ojos. Nunca habíamos hablado de amor entre nosotros pero tampoco era necesario. Me plantó un beso suave en los labios. Sin lengua. No hacía falta. Era su respuesta a lo que acababa de decirle.

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El fiestorro continuó hasta que los vecinos empezaron a quejarse. Aunque tanto Pancho como yo estábamos muy borrachos, él para variar, se puso serio y empezó a largar al personal antes de que llegasen los municipales, que terminaron llegando pero como ya se estaban marchando los últimos, conseguimos que la cosa no fuera a mayores.

Cuando nos quedamos solos, la casa estaba para meter a una brigada de desinfección. Había colillas, botellas, vasos, restos de porro… Había de todo por todos lados. Con el pedo que llevábamos, ninguno de los dos tenía la más mínima intención de ponerse a limpiar en ese momento así que nos repantingamos en el sofá. Vi el regalo de Vicky, aún envuelto y apoyado en el mueble del salón. Me levanté a cogerlo y  lo abrí. Era un libro de Rosa Montero, “Historias de Mujeres”. Lo siento por Rosa Montero que me parece una escritora excelente pero en aquel momento, el libro fue directamente a la basura.

Pancho me miraba sin hablar. Había hablado con Vicky y sabía, o debería de saber, que habíamos roto. Yo estaba callado, había superado la ruptura o eso creía pero verla esa noche otra vez y el pedo que llevaba me hicieron ponerme triste y Pancho por una vez, rompió su habitual frialdad se levantó del sofá y me dio un abrazo que me espachurró completamente.

  • Felicidades Pepe.. tenemos veintiuno, dijo Pancho
  • Felicidades Pancho, tenemos veintiuno y te quiero tío… y se lo decía porque me salía del corazón, porque Pancho era mi hermano y los hermanos se quieren y yo quería a Pancho.

Pancho estaba muy pedo. Yo creo que toleraba el alcohol bastante peor que yo y por mucho que dijera Luisi, no era cosa de “largos” ni de “tábanos” porque su padre no bebía otra cosa que no fuera vino. Cuando nos separamos del abrazo, Pancho se fue a su habitación y volvió, tambaleándose con una cinta de video.

  • Vamos a estrenar esta maravilla que has comprado me dijo
  • No me jodas que me vas a poner una peli rusa de esas tuyas cabrón, le dije
  • Calla pesao que vas a olvidarte de Vicky, dijo Pancho

Pancho metió la cinta en el reproductor y empezó una peli porno.

En aquella época, el porno era algo marginal, se conseguía en los sex-shops donde casi nadie entrábamos y en algunos videoclubs que escondían las cintas en una esquina a oscuras y sin carátulas a la vista. Todos habíamos visto algo de una u otra forma, pero no era como ahora ni mucho menos.

En la peli, que hasta tenía algo de argumento, una pareja casada invitaba a cenar a un amigo y terminaban haciendo un trío en el que el supuesto marido y su colega usaban todos y cada uno de los orificios de la supuesta esposa para satisfacción de todos ellos. La cosa era muy ligerita si la comparamos con lo que vemos en la actualidad pero en aquel momento, y con la novedad y el pedo, yo me puse cachondo a más no poder pero lo que más que sorprendió fue la actitud de Pancho que me fijé que empezaba a tocarse por encima del pantalón.

Pancho y yo habíamos pasado nuestra adolescencia compartiendo habitación. Vernos desnudos no es que fuera siquiera motivo de risas, es que era lo habitual. Incluso cuando a los trece o catorce años nos empalmábamos y comparábamos el tamaño de nuestras pollas, que por cierto, de aquella, eran bastante parecidas, no hubo nunca ni el más mínimo amago de hacernos una paja juntos. Además yo enseguida empecé a tener relaciones, con lo que tampoco es que fuese muy pajillero. Pero es que encima, cuando a veces le contaba a Pancho mis andanzas con las chicas, o le preguntaba por las suyas rehuía el tema. No le gustaba hablar de sexo ni alardear de lo que hacía o dejara de hacer. En eso, como decía su madre, era “largo” y por eso estaba sorprendido con lo que pasó esa noche.

Porque Pancho, que estaba pedo como un mono, se sacó la polla y empezó a masturbarse viendo la peli. Yo estaba muy borracho y muy cachondo también, así que de perdidos al río… me la saqué y empecé a meneármela en lo que el trío de la peli comenzaban una postura para mi insólita, en la que mientras la pareja de supuestos casados hacían un sesenta y nueve el amigo se la enchufaba a la mujer con la lengua del otro pavo a un milímetro de su polla.

Estaba muy, pero que muy borracho y creo que me quedé medio dormido mientras estaba en plena faena pero desperté y vi que Pancho, que seguía meneándosela, me estaba pajeando a mi con la mano que tenía libre y no miraba a la pantalla de la tele. Me miraba la polla.

Me quedé congelado. A pesar del alcohol. Ni siquiera era por el tema de la homosexualidad. Es que Pancho me la estaba meneando. Para mí, en ese momento, era como si me lo estuviera haciendo Clara, mi hermana. Algo que no encajaba en mi mente. Me repugnaba por ambos motivos pero sobre todo por la relación que teníamos. Pero no quería volver a cometer el mismo error de hacía unos meses. Pancho era mi hermano.

Le sujeté el brazo con el que me estaba masturbando para pararle y me guardé la polla dentro del pantalón. Le miré a los ojos. Estaba completamente pedo pero le conocía como a mi mismo e iba a llorar como en aquella noche de mierda en la que todo empezó a joderse. Ahora todo cuadraba. Claro que tenía celos pero no de mí. Los tenía de Vicky y la muy zorra lo sabía y no me lo había dicho. No lo iba a tolerar. Me eché a sus brazos para abrazarle lo más fuerte que pude, juntando nuestras mejillas mal afeitadas para que pudiese saber que por encima de todo le quería y que me importaba una puta mierda si le gustaban los hombres, las mujeres o los policías municipales.

Tiré de él para levantarlo del sofá y me lo llevé como pude, arrastrando su metro noventa hasta su cama donde lo dejé tumbado y vestido. Pancho estaba dormido y yo estaba muy borracho pero sabía que aquello que acababa de suceder, iba a cambiar nuestras vidas para siempre y me entró un sentimiento de culpa y melancolía que no me dejaba respirar. Pensé en todo lo que habíamos vivido en el pueblo y en Madrid, pensé en Luisi, en Vicky… Estrené mis veintiún años con una buena llorera y a sabiendas que sería la última vez que íbamos a compartir habitación me tumbé a su lado, y mientras él roncaba la borrachera yo le abracé mientras seguía llorando.

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Mire a Laura. Dos lagrimones le escurrían por las mejillas.

  • Ya te advertí de que la historia era un poco triste

Laura no dijo nada, se levantó a la cocina, cogió papel para limpiarse y con el café que había sobrado, preparó dos cafés con leche en el microondas. Volvió al sofá a sentarse en mi regazo con los cafés.

  • ¿No me dices nada? Le pregunté
  • No hay nada que añadir, me dijo ella.. Bueno sí.. ¿Recuerdas cuando un día te comenté que Lucia no te merecía?
  • Claro, le respondí yo. Menudo polvazo que me echaste… como para olvidarlo

Laura se rió con el comentario y me dio un beso suave en los labios que le sabían a café con leche

  • Los “largos” serán responsables, trabajadores y honrados pero el “tábano” que yo conozco es un gran tipo, me dijo Laura
  • No seas zalamera que aún no ha llegado el final de la historia, le contesté

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CONTINUARÁ