Las noches con Laura 2-Vidas Cruzadas

Nunca había compartido la historia de Pancho con nadie, ni siquiera con Lucía, mi ex con la estuve casi 25 años casado, por razones que Laura iba a conocer en breve.

De esta manera, Luisa, o para mi Luisi, se convirtió en mi segunda madre y su hijo Francisco o para mi y el resto de la familia, Pancho, en el hermano que nunca tuve.

Pancho y yo crecimos juntos, nos peleábamos entre nosotros o hacíamos equipo para pelearnos con las otras pandillas de niños, nos bañábamos en las albercas, nos escapábamos a cazar pájaros con tirachinas… Luisi por su parte, nunca tuvo mayor respeto o diferencia de trato conmigo del que tenía con su hijo natural. Me cuidaba cuando estaba enfermo, me regañaba cuando hacía algo indebido y si había que soltar la mano y darme un guantazo no se cortaba. Igual que con Pancho.

Yo recurría a ella cuando necesitaba cariño y le hacía las preguntas que todos los niños hacen a sus madres porque Luisi para mi, en esos años, era mi verdadera madre.

Además Clara, mi hermana, ya era muy mayor para mí. Mi madre le obligaba en sus años de adolescente a cuidar de mí durante los fines de semana,  tenía que cargar con un enano de 5 o 6 mientras intentaba ligotear en su pandilla de amigos. Aunque con el tiempo y a pesar de la diferencia de edad, hemos conseguido llevarnos muy bien, en aquella época, Clara creo que me odiaba.

Mi madre, a la que no estoy dejando muy bien parada en esta parte de la historia, ejerció por otro lado una influencia tremendamente positiva en la familia de Luisi. Ella y Antonio “el largo” eran analfabetos. Sus dos hijos mayores (un chico y una chica) habían ido al colegio los años estrictamente obligatorios en la época hasta que los padres los pusieron a trabajar, Él en el campo y ella sirviendo en la casa de unos señores del pueblo. Una de las condiciones que mi madre impuso a Luisi era que Pancho iría al colegio conmigo y estudiaría al menos la EGB de la época. Al Largo esto no le sentó nada bien. En su cabezota rural los hijos estaban para ayudar a sus padres desde que eran capaces de trabajar, lo que según él era a los diez o doce años como mucho, hasta el momento en el que se casaban y formasen sus propias familias.

Pero aquí mi madre fue inflexible, Luisa tendría un empleo fijo y razonablemente remunerado cuidando de mí, además tanto ella como Pancho podían vivir en nuestra casa y gozar de alguno de nuestros pequeños lujos pero si nos íbamos a criar juntos, iríamos al colegio juntos.

Pero todo acaba, y cuando terminamos la escuela y Pancho y yo tendríamos unos doce o trece años, ocurrieron una serie de acontecimientos que cambiaron nuestras vidas para siempre.

Clara acabó su carrera de Empresariales y volvió al pueblo. Ella había estudiado porque mis padres estaban empeñados en que sus hijos fuesen a la Universidad pero nunca tuvo ninguna intención de trabajar fuera y de hecho mantuvo durante todos esos años, viviendo en Madrid, la relación con su novio de toda la vida con el que acabó casándose unos años después. A su regreso, Clara pasó a ayudar a mis padres en el negocio lo que le permitió a mi madre liberarse poco a poco del trabajo y dedicarse a otra tarea que le apasionaba: la política.

En aquella época, en Extremadura, todas las instituciones y buena parte de los ayuntamientos estaban gobernados por la izquierda, así que mi madre, a la que los retos fáciles no le motivaban, decidió presentarse como candidata al ayuntamiento por el partido de la derecha. Por mucho que mi madre fuese muy popular en el pueblo, vencer al candidato de la izquierda en aquellos años, era tarea imposible así que se convirtió en la concejala jefa de la oposición del ayuntamiento pero en los pueblos la política no es como en las grandes ciudades. Todo el mundo se conoce y la mayoría de las veces no se vota al partido sino a la persona y de hecho cuando en el pueblo hay algún problema de los de verdad, en general no hay partido político que valga y todo el mundo se une para intentar resolverlo. Eso ocurrió unos pocos años después y ocurrió con Pancho.

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  • ¿Qué pasó? Me preguntó Laura quien por un momento pensé que se había quedado dormida con mi historia
  • Todo a su debido tiempo, le dije … Lau, es muy tarde ya… vamos a dormir y otro día te cuento el resto…

Laura se levantó del sofá y mirándome fijamente me dijo:

  • Pepe, si paras ahora te juro que me visto, me largo a mi casa y no me vuelves a ver en una temporada. Espérame en lo que voy al baño y preparo unos cafés

Parecía que esa noche, no sólo no iba a follar, sino que tampoco iba a dormir pero Laura era así. Le apasionaban los cotilleos y las historias. En realidad, estábamos juntos por una historia que publiqué en Todorelatos así que no tenía de qué extrañarme. Me había convertido en una especie de Sherezade para ella. Sólo me quedaba el consuelo de que al igual que en las Mil y Una Noches el sultán perdonó la vida de Sherezade y la convirtió en su reina, Laura una vez concluida la historia, me perdonase con una inolvidable e interminable sesión de sexo.

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Pero el suceso que marcó la relación con Pacho fue que Luisa y El Largo se marcharon del pueblo.

El Largo, que con la ayuda de su hijo Pancho, había aprendido rudimentariamente a leer y escribir, pudo sacarse el carnet de conducir y gracias en parte a ello, consiguió un empleo de mayoral en una de las fincas de caza que abundaban en la comarca. La finca se encontraba a unos 20 Km. del pueblo y en ella, El Largo se encargaría de cuidar la finca, Luisa de tener lista la casa de los señores para cuando estos bajasen desde Madrid a alguna de sus monterías y Pancho les ayudaría a ambos con las piaras de cerdos y el resto del ganado.

Ese verano, cuando Luisi vino a despedirse de nosotros, yo ya tendría unos trece años, me empezaban a salir pelillos en la cara y en el resto del cuerpo y estaba en esa fase preadolescente insoportable que tenemos todos los chicos. No toleraba ninguna muestra de afecto en público por parte de mis padres y sólo les respondía con monosílabos pero cuando Luisi después de merendar en casa con mis padres y Clara vino a despedirse de mi, no lo aguanté. Se me hizo un nudo en el estómago y me entró un ataque de hipo que me impedía articular palabra. No le pude decir nada, sólo recuerdo que me escapé de su abrazo y me encerré en el cuarto de baño donde estuve llorando toda la tarde.

Luisi y mi madre aporreaban la puerta tratando de que saliera pero no atendía a razones. Me estaba convirtiendo en un hombre pero aún era un niño. Un niño al que su madre abandonaba. O así lo veía yo en aquel momento.

Luego estaba el problema con Pancho. Mi madre estaba desesperada con la decisión de Luisa y El Largo de llevarse a Pancho con ellos e impedir que continuara haciendo el bachillerato. Pancho, en la escuela, era buen estudiante y en el pueblo había instituto con lo que continuar estudiando no suponía un problema tan grave salvo para la mentalidad pueblerina de sus padres. Mi madre, después de varias visitas a la finca de El Largo durante aquel verano, terminó convenciendo a los padres de Pancho de que permitieran que el chaval viviera en nuestra casa entre semana para poder asistir al instituto. Los viernes, ella misma se encargaría de llevarlo hasta la finca y de ir a recogerlo los domingos por la tarde.

Y así fue como Pancho y yo terminamos compartiendo habitación y convirtiéndonos en dos adolescentes que a pesar de ser como hermanos y llevar viviendo juntos desde casi el mismo día de nuestro nacimiento, no nos parecíamos en nada.

No es sólo que Pancho en esa época, haciendo honor al mote familiar, pegara el estirón y terminase por sacarme una cabeza y pico de diferencia de altura, es que adquirió su carácter introvertido y reservado, de medir cada una de las palabras antes de pronunciarlas con la que le conocí el resto de mi vida. Además, aunque había sido un buen estudiante en los años escolares, en el instituto apareció el verdadero Pancho. Sus notas no solo eran las mejores del instituto del pueblo con bastante diferencia, es que empezaron a llamar la atención de la delegación provincial de educación. Se le daba bien todo. Había profesores que a mis padres les reconocían que no le ponían sobresalientes de forma permanente para estimularle y que no se durmiera en los laureles. Hubo hasta algún intento de que adelantara su examen de selectividad y la entrada en la universidad porque había profesores que consideraban que estaba perdiendo el tiempo con el resto de alumnos. Con aquellos mimbres, Luisa y El Largo se quedaron sin argumentos porque además Pancho todos los fines de semana y por supuesto en vacaciones se iba a la finca a ayudar a sus padres y a atender a los señoritos de Madrid cuando estos venían de montería.

Mis padres arreglaron un cuarto en la casa para que cada uno tuviéramos nuestra propia habitación aunque al final casi siempre acabábamos compartiendo la misma y ahí fue cuando en plena adolescencia, empecé a tener unos terribles ataques de celos por Pancho porque si él se había convertido en un hombretón reservado, trabajador y que se desvivía en atenciones por su madre y, desde que vivió con nosotros, por la mía yo me convertí en un adolescente completamente idiota al que si ahora tuviera enfrente le daría un par de hostias bien dadas.

Estudiaba lo justo e imprescindible para poder aprobar porque en esa época sólo había un tema que me motivase, en el que pensaba constantemente y en el que invertía todo el tiempo posible: las chicas. Aunque suene a fantasmada, en aquellos años, hacia finales de los ochenta, me convertí en el chaval más ligón y posiblemente el de más éxito entre las chicas del pueblo. El día que cumplí dieciséis años y después de la fiesta de turno, que siempre organizábamos juntos Pancho y yo, una de mis amigas del instituto me hizo de regalo mi primera mamada y unos meses después a una prima suya, dos o tres años mayor, le eché el primer polvo. A partir de ahí, esos años de instituto fueron un no parar.

Mi hermana Clara que aún no se había casado y seguía saliendo por ahí, era consciente de mis andanzas y estaba horrorizada porque pensaba, probablemente con razón, que terminaría dejando embarazada a alguna cría del pueblo y casándome de penalti, como se decía de aquella, antes de los dieciocho. Afortunadamente, eso no llegó a ocurrir aunque ahora que lo pienso, tuve mucha suerte porque ocasiones, hubo unas cuantas.

Obviamente, las broncas con mis padres eran el pan nuestro de cada día y el tema se agravaba porque siempre acababan con la odiosa comparación con Pancho, al que nunca vi acercarse a ninguna chica, sacaba unas notas de escándalo y encima ayudaba a sus padres los fines de semana y a los míos siempre que podía, porque además por aquellos años, Pancho para sacarse algo de dinero para caprichos que sus padres no podían darle, empezó a ayudar a mi padre cuando andaba escaso de gente para hacer algún trabajo.

Si Luisi se había comportado conmigo como una verdadera madre cuando era un niño, ahora eran mis padres y especialmente mi madre, la que consideraba a Pancho otro hijo más y aunque Pancho y yo seguíamos llevándonos muy bien, había veces que la envidia y los celos me corroían y lo pagaba con él haciéndole el vacío en las fiestas con amigos, donde yo era el rey porque me pasaba el día en los pubs del pueblo y los camareros y sobre todo, las tías me adoraban. Aún así, como Pancho era un buenazo y a pesar de que a veces nos pasábamos días sin dirigirnos la palabra, siempre terminábamos volviendo a ser los hermanos de siempre y, hasta que fuimos a la universidad, compartiendo la habitación a pesar de que cada uno teníamos la nuestra.

Porque llegó la universidad. Yo, el último año del instituto estuve algo más centrado y saqué una buena nota de selectividad pero Pancho, para variar, no sacó la mejor nota del pueblo que hubiese sido lo habitual, ni siquiera la mejor de Extremadura que ya era tener mérito, es que sacó la tercera mejor nota de toda España. Hasta le sacaron en el periódico regional. A mis padres se les caía la baba y presumían, con el artículo del periódico en mano, delante de sus amigos y conocidos, como si se tratara de su propio hijo.

A estas alturas, Luisi y El Largo no podían poner ningún tipo de objeción a que Pancho continuase sus estudios salvo una importante: no había dinero con que pagarlos.

En aquella época, las becas eran pocas y escasas. Cubrían el coste de la matrícula y poco más pero mi madre, concejala de la oposición se sentó con el alcalde y le dejó muy claro que sería una vergüenza que el pueblo no echase una mano en el tema. El alcalde, como todos los de la época, estaba más a las obras públicas y sus pertinentes comisiones pero en en este caso no pudo negarse y entre ambos consiguieron que la Diputación ayudase.

Con los años, me enteré de que en realidad la ayuda de la Diputación acabó siendo una mierda y que mis padres engañaron a Luisa y al Largo, lo que era fácil conociendo su nivel cultural. En realidad, fueron mis padres los que pagaron los estudios de Pancho complementando la beca de la Diputación hasta que Pancho consiguió una beca en condiciones que le otorgó una fundación.

Con el tema económico resuelto, Pancho y yo marchamos para Madrid. Íbamos a vivir en el apartamento que hacía unos años habían comprado mis padres y que salvo los años en los que lo usó Clara, lo tenían alquilado a otros estudiantes. El primer año, éramos dos paletos en la capital y al que más se le notaba era a mi porque Pancho tenía la misma poca vida social que en el pueblo, salvo que se apuntó al equipo de baloncesto de su escuela pero yo, que me unía a las fiestas de todas y cada una de las escuelas, facultades y colegios mayores, a los botellones en el parque del Oeste y a las fiestas privadas en las diferentes casas de los colegas que empecé a hacer, no me comía un rosco. En el pueblo, siendo el hijo de la concejala y con el atractivo de tener unos padres con algo de dinero, era el centro de atención del público femenino de mi edad, pero aquí era uno más. Mantenía mi labia y quiero creer que mi simpatía y era guapete pero en Madrid la competencia era enorme y no me funcionaban.

A Pancho, al que yo no le conocí ninguna novieta en el pueblo y que cuando hablábamos de sexo siempre se escaqueaba y salía por peteneras, no tener compañía femenina parecía que le daba absolutamente igual. Él estudiaba y jugaba al básquet, con eso le bastaba pero a mi me sacaba de quicio. Me desquitaba cuando algún fin de semana volvía al pueblo, donde seguía manteniendo mi club de fans o follamigas que se diría ahora, aunque el tema se empezó a arreglar al final de ese primer año cuando conseguí tirarme a alguna de las compañeras de clase y sobre todo cuando en una fiesta en casa de uno de los amiguetes que había hecho, conocí a Victoria.

Victoria, o como todo el mundo la conocía, Vicky, era una mujer espectacular que me dejó con la boca abierta desde el día en que la conocí. No solo por su aspecto físico, que también, sino por su forma de ser y por cómo se relacionaba con los tíos. La mayoría de chicas de mi pueblo con las que trataba, parecían entrenadas por las madres para buscar un marido que las mantuviera de por vida y carecían del más mínimo afán de independencia, por mucho que en la cama fuesen unas lobas pero Vicky era exactamente lo contrario. Presumía de no tener ni buscar novio, de tratar con los hombres de igual a igual y de pararle los pies a cualquiera que se propasase lo más mínimo con ella por el hecho de ser mujer. Hasta te miraba con desprecio cuando le abrías la puerta para que pasara ella primero o le decías alguna galantería como que el vestido le sentaba muy bien. A partir de ahí se vengaba piropeándote delante de tus amigos para dejarte en ridículo diciendo el buen culo o el buen paquete que te hacían los vaqueros. Con Vicky, y con esas cosas, había que andarse con pies de plomo.

Todo eso lo aprendí más tarde porque el día de la fiesta en la que la conocí, me propuse ligármela fuera como fuera. Y lo logré. Después de pasarme la fiesta tirándole los trastos y aguantando sus respuestas hirientes, ya que era una maestra de la ironía, nos fuimos de la fiesta a un bar donde seguimos bebiendo y bailando un rato más hasta que en un momento en el que nos apartamos a la barra a pedir la última, la tomé de la cintura y me lancé a besarla. Me apartó con un manotazo y empezó a llamarme sobón, baboso, cerdo y no se cuantas cosas más.

Me quedé de piedra. No entendía nada. Hasta que me agarró por los cuellos de la camisa y me arrastró hacia ella metiéndome la lengua hasta la campanilla. Yo, que estaba paralizado sin saber qué es lo que realmente estaba pasando, seguía con las manos quietas sin atreverme a tocarla así que ella soltó una de sus manos de mi cuello y la bajó hasta apretarme bien el paquete que en aquella edad y con sólo un morreo, ya estaba duro como una piedra.

  • ¿Qué te pasa chaval? Me preguntó. ¿Te dan miedo las mujeres o qué?

Salimos bufando de aquel sitio hacia su casa. Vicky vivía con sus padres en un piso enorme en Pintor Rosales. Entramos en la casa sin hacer ruido, directos a su habitación donde me lancé a comerle la boca mientras nos íbamos desnudando el uno al otro. La tumbé en la cama para comerme sus tetas mientras le acariciaba el coño que empezaba a estar húmedo. Cuando hice el amago de levantarme para coger un condón de la cartera, ella me paró, me tumbó en la cama y poniéndose encima, primero se dedicó a mordisquearme las tetillas, luego siguió bajando por mi abdomen hasta llegar a cogerme la polla que empezó a masturbar despacio para después besarla, dando lametazos en el glande para terminar engulléndola. Después de estar un rato chupándomela, reptó por la cama encima de mi poniendo su entrepierna a la altura de mi boca:

  • Comételo, me ordenó con la voz entrecortada por el placer

Empecé a comérselo pero la postura no era la idónea y además yo de aquella, a pesar de haberme acostado con medio pueblo, no era muy ducho en el sexo oral. Aún no había Internet y el porno escaseaba. Así que hice lo que pude que no debió ser poco porque a Vicky parecía que le gustaba. Estuvimos así un rato hasta que paró, se bajó a besarme y a preguntar:

  • ¿Dónde tienes los condones?
  • En la cartera, le respondí yo

Se levantó de la cama. Verla desnuda, con aquel cuerpo joven y terso, dos tetas de tamaño mediano, unas curvas de infarto y un coñito sin depilar (repito que de aquella apenas había porno) era un espectáculo digno de reyes. Se agachó a sacar la cartera del bolsillo de mi pantalón, dejándome el culo pocos centímetros de la cara. Si no fuera por lo que empezaba a conocer de Vicky le hubiese sobado el culo o dado un azote pero no quería jugármela.

Ella sacó el condón y aprovechó para coger mi carnet de identidad e investigar. Eso ya me mosqueó más. No porque averiguara nada en concreto, que se lo iba a contar yo si me daba pie a ello, sino porque me había dejado con el rabo como un palo en medio del polvo.

No hizo ningún comentario, dejó el carnet dentro de la cartera y se volvió a poner encima de mí, desprecintó el preservativo y me empezó a menear lentamente la polla para asegurarse de que se mantenía bien tiesa. No le hubiera hecho ninguna falta, sólo con verla a ella, la erección estaba garantizada.

Me puso el condón y a continuación, despacio, se fue empalando en mi rabo. Me empezó a cabalgar apretando bien su culo de forma que fuese ella la que llevara el ritmo todo el rato. Yo mientras tanto le sobaba las tetas y disfrutaba de su coño húmedo y apretado hasta que ella se tumbó encima de mí y dando fuertes embestidas se corrió mientras me morreaba ahogando sus gemidos en mi boca. Después de correrse, empecé a follarla despacio mientras me metía una de sus tetas en la boca pero ella que seguía jadeando después del orgasmo, se salió y se tumbó a mi lado boca arriba.

  • Has estado lento tío, me dijo dejándome de piedra
  • ¿Pero qué ha pasado? Le dije yo … ¿no te ha gustado?
  • Ha estado bien pero yo ya me he corrido, me dijo ella dejándome sin saber qué decir
  • Pero yo no, le repliqué
  • Pues yo no te voy a aguantar encima de mí, bufando como un oso hasta que te corras. Igual hasta me da la risa y luego te lo ibas a tomar a mal.

Estaba flipando. Una cosa era que le gustase llevar la iniciativa y otra cosa era esto.

  • Hazte una paja, me dijo. Así te calmas hombre. Ven, espera que te ayudo.

Y se puso a meneármela con el condón puesto. Yo hice amago de quitármelo porque ya que iba a rematar de esa forma tan poco ortodoxa, al menos quería sentir su piel acariciándome pero ella no me dejó alegando que le iba a manchar las sábanas.

En parte tenía razón porque me hizo una paja de lujo a pesar del condón y entre eso y la visión de su cuerpazo me corrí en nada.

Después del orgasmo, me quedé medio frito en su cama pero no me dejó ni recuperarme. Me hizo vestirme, ella se puso una camiseta de dormir y saliendo de su habitación con cuidado de no despertar a nadie de la familia, me acompañó a la puerta. Me dio un pico de despedida y antes de marcharme me dió un pañuelo de papel:

  • Ahí dentro te llevas tus cositas chaval. Tíralo por ahí que no quiero que lo encuentre mañana la asistenta.

Miré el pañuelo y efectivamente, envolvía el preservativo con su correspondiente contenido pero en el pañuelo había algo escrito. Era su teléfono.

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  • Y me das todo ese nivel de detalle para ponerme cachonda ¿verdad? Me preguntó Laura cortándome la historia
  • Bueno mujer… si en el fondo te encanta

Me quité con cuidado a Laura de encima para ir al baño un momento. Los cafés me habían despejado y recordar y compartir mis recuerdos juveniles, me estaba poniendo melancólico. Nunca había compartido la historia de Pancho con nadie, ni siquiera con Lucía, mi ex con la estuve casi 25 años casado, por razones que Laura iba a conocer en breve.

CONTINUARÁ