Las noches con Laura. 1-Epílogo

Laura giró la cabeza para besarme y acariciarme la cara pero esta vez no estaba dispuesta a dejarme escapar Pepe… cuéntame la historia anda… me dijo con carita de pena y de hacerse la interesante. Mañana es sábado y no tengo ninguna intención de madrugar. Déjame que prepare otras dos copas

Introducción

Hace aproximadamente dos años, subí un relato a esta web que tuvo muy buena acogida. Se llamana " Conoceis una web que se llama Todorelatos? " y generó un número considerable de comentarios, muchos de los cuales me pedían que escribiese una continuación a la historia.

Reconozco que empecé con ello, pero a las pocas páginas de empezar me di cuenta de que, para mi, los personajes estaban agotados y su futuro me lo imaginaba aburrido y desde luego indigno de una historia que pudiese interesar. De esa forma mi continuación quedó reducida a dos o tres páginas que nunca se completaron. Luego llegó una época de muchísimo trabajo y me olvide de la historia.

Hasta que hace algo menos de un mes me sorprendió  que un autor (@ churriarakso ) escribiese una continuación de mi propio relato, que tituló " ¿ Conoces Todorelatos ? 2ª parte" . En ella, el autor fue capaz de continuar algo a lo que yo no veía salida. Es más la continuación, aunque obviamente no es la que yo hubiese escrito, está realmente bien y se la recomiento a todo el mundo.

@Churriarakso despertó mi envidia y 10 días de aislamiento por culpa de Ómicron  me dio el tiempo necesario para  escribir la historia que va a continuación y espero que disfruteis.

Igual que le pasó a @Churriarakso la dejo de momento en la sección de "Infidelidad" porque era su lugar original pero es casi seguro, aunque no daré detalles, que el resto de los capítulos vayan a secciones diferentes.

Las noches con Laura. 1-Epílogo

Estaba recostado en el sofá. Era sábado por la noche, no habíamos salido y en la tele ponían un programa donde periodistas gritones se interrumpían unos a otros constantemente de forma que uno ya no sabía si discutían sobre el “prusés”, la inminente crisis que se lo iba a llevar todo por delante o simplemente discutían porque era su oficio y si hablaban educadamente, bajaba la audiencia.

Nunca me habían gustado esos programas pero a Laura, recostada sobre mi en el sofá, le encantaban. Le pasé el brazo por encima para abrazarla, rozándole esas tetas que me volvían loco, a la vez que intentaba llegar hasta el mando pero ella que vió venir mis intenciones, lo cogió y me dio un codazo.

Me reí. Me estaba enamorando de esta mujer.

Laura y yo habíamos empezado a salir juntos después de que ella se divorciase de su marido y de que a mi, me abandonase mi mujer. Más tarde nos enteramos casi a la vez, de que en realidad Lucía mi ex-mujer, se había ido a vivir con Antonio, el ex de Laura. Pero es una historia muy larga y complicada. De hecho, unos meses después de todo aquello, yo había escrito un relato que subí a Todorelatos.

Afortunadamente, los gritones dieron paso a la publicidad.

  • ¿Te apetece una copilla? Me preguntó Laura
  • ¿Y si en lugar de tomarnos una copa y seguir viendo a estos pesados, nos vamos tú y yo a la cama y gritamos nosotros? Le dije a Laura quien se giró y subiendo su cabeza me dio un beso en los labios sonriendo
  • No seas muermo.... Es muy pronto y mañana no hay que madrugar ¿Y sabes qué? Me preguntó Laura mientras se levantaba a preparar las copas, pues que prefiero que me hagas el amor por las mañanas.

Le iba a decir que no era incompatible pero no había nada que discutir. Lau se puso a preparar dos gintonics y mientras estaba en la barra de la cocina, que daba al salón donde yo seguía en el sofá y me empezó a contar:

  • Ayer estuve tomando un café con Lucía, me dijo.

Se me torció el gesto. Lucía, mi ex, había sido la mejor amiga de Laura durante muchísimos años hasta que la engañó diciéndole que tenía un lío con un pobre hombre de su trabajo cuando en realidad se estaba acostando con su marido. En mi caso, la cosa no fue mucho mejor. No solo por los cuernos que me puso, sino porque Lucía me abandonó de la noche a la mañana sin muchas explicaciones.

  • Si estás aquí es que no os habeis matado entre vosotras, lo que ya es buena noticia, le respondí

Laura, se sentó a mi lado en el sofá dejando las dos copas en la mesa y me pasó su brazo izquierdo por los hombros.

  • Bueno… dijo Laura, teníamos que aclarar varias cosas entre nosotras. Seguimos trabajando juntas y es ridículo que sigamos evitándonos porque es que es imposible. A veces tenemos que tratar de temas de trabajo y la situación es tremenda no te creas…

Me lo podía imaginar. De la forma en la que acabó todo, no debía de ser fácil y dejé a Laura que prosiguiera.

  • Creo que se arrepiente de cómo gestionó lo suyo con nosotros dos pero de todas formas yo fui muy clara con ella. Desde luego, somos profesionales y tenemos que trabajar juntas y lo que no puede ser es evitarse permanentemente pero que no espere por mi parte que vuelva, no te digo ya la amistad que tuvimos, que eso sería imposible, sino simplemente a la amistad a secas. Lo pienso, y así se lo dije, que no me apetecía quedar a comer o a cenar con ella fuera del trabajo. Jamás podría volver a tener confianza personal con ella después de lo que pasó.
  • ¿Y ella qué te dijo? Le pregunté yo
  • Respiró aliviada, contestó Lau. Yo creo que a ella tampoco le apetece lo más mínimo volver a tener ninguna relación personal conmigo y desde que sabe que tú y yo… bueno … que tenemos un rollito, pues menos. Además… ¿De qué íbamos a hablar? ¿Yo le contaría cosas de tí y ella de mi ex? Ridículo ¿No?… Pero es que lo del trabajo era insoportable, así que había que arreglarlo.
  • Así que tú y yo… ¿Tenemos un rollito?, le pregunté a Laura abrazándola por la cintura y atrayéndola hacia mi.

Acabó la publicidad y en el programa de los gritones iban a entrevistar al político joven de moda. Ni de derechas, ni de izquierdas, pero eso sí, muy guapo, al menos eso era lo que pensaba Laura que se había quedado embobada mirando la pantalla en la que el político de moda gastaba minutos y minutos de televisión para no decir absolutamente nada.

Parecía que esa noche no iba a follar con Lau que miraba ensimismada a ese joven prodigio de la oratoria, así que le pegué un buen viaje al gin tonic mientras pensaba en la conversación que acababa de comentar Laura.

Yo, pasados ya unos cuantos meses desde que Lucía, mi ex, me dejara tirado como a un perro, había intentado una y mil veces explicarme cómo había podido ocurrir aquello. Fue cruel conmigo.

Estuve jodido una temporada pero el tiempo todo lo cura. No pensaba nada bueno de Lucía pero las pocas veces en las que volví a coincidir con ella tras su marcha, mantuve las formas. A fin de cuentas era la madre de mi hijo y la iba a tener que seguir viendo, quisiera o no, el resto de mi vida. Probablemente, y si ella no lo hacía antes, después del verano, pensaba comenzar los trámites del divorcio. El tema iba a ser jodido para mi, que gano menos que ella e iba a quedar en una situación financiera comprometida  porque me quería quedar con la casa. Había sido nuestro hogar pero la que lo había abandonado era ella. Allí habíamos criado a Pablo, nuestro hijo, que por otro lado la seguía considerando su casa y ya se encargó de advertirle a su madre que al terminar su curso en Italia, pensaba seguir viviendo en su habitación de siempre. Conmigo.

  • ¡Qué bien habla este hombre! Laura me sacó de mi ensimismamiento con un comentario sobre la capacidad dialéctica de su nuevo ídolo político
  • Por lo menos habla mucho, le dije. Aunque yo estaba a lo mío y no había hecho ni puto caso a lo que estaba contando el menda, sí que era consciente de que llevaba sus buenos diez minutos de parloteo

Estuve un momento atento a la tele, en lo que la joven promesa de la política hacía un anuncio que según él provocaría un vuelco en las expectativas de voto de su partido. Había fichado como experto asesor económico a un español que después de vivir varios años en Estados Unidos, había llegado a presidir una importante corporación de las bebidas gaseosas: Francisco Barroso. Me quedé alucinado:

  • ¡¡¡¡Joder!!!! ¡Pero si es Pancho!
  • ¿Tú conoces a ese pavo? Me preguntó Laura con cara asombrada mientras en la tele hacían una reseña del personaje con fotos y videos de su trayectoria empresarial
  • ¿Qué sí le conozco? Prácticamente crecimos juntos
  • Coño Pepe… ¡¡Qué está forrado!! ¿Cómo es que no te has arrimado a él para que te consiga un puestazo en su empresa?
  • Pufff… es una historia muy larga. No nos vemos desde el funeral de mi madre hace ya casi cuatro años. Sabía que seguía en Estados Unidos pero cuando estuvimos hablando no me dio detalles de lo que estaba haciendo. Siempre fue un tío muy discreto y callado. No me cuadra nada que se haya metido en política.
  • A ver… cuenta, dijo Laura refiriéndose a la historia de Pancho.

No sabía si se la iba a contar porque de intuir Laura lo más mínimo del tipo de cosas que vivimos Pancho y yo de críos, adolescentes y luego ya estudiando en Madrid, donde compartimos piso los primeros años de la carrera, y con lo morbosa que era, me iba a tener dándole detalles dos semanas.

Me hice el loco y abracé a Laura, que se puso tonta y empezó a acariciarme para intentar sonsacarme datos de la vida y milagros de Pancho.

  • Venga, tonto… cuéntame la historia de ese pavo, dijo Laura con voz melosa y besándome en la mejilla.

Me giré para besar a Laura en la boca abrazándola fuerte y atrayéndola hacia mi. Ella respondió a mi abrazo llevando sus manos a mi pecho empezando a acariciarme mientras nuestros besos se empezaron a convertir en un morreo en toda regla y yo dirigía mis manos hacia sus tetas.

Ya estaba avanzada la primavera. Hacía buena temperatura y estábamos vestidos con ropa cómoda y fresca para andar por casa. Laura no tenía el sujetador puesto lo que me permitía sentir sus pezones firmes a través de la tela de su camiseta. Fue un segundo, porque ella se separó un instante para quitársela, dejándome a la vista esas tetas que me volvían loco. Aprovechó para tirar de la mía hacia arriba, dejarme con el torso desnudo y lanzarse a morder y besar mi cuello mientras yo amasaba sus tetas.

Me levanté un segundo. Cogí el mando para apagar la tele y me despojé del pantalón de deporte que tenía puesto. No estaba aún empalmado pero mi polla empezaba a despertar. Le quité a Laura su pantalón dejándola completamente desnuda. Tiré de sus brazos para ponerla en pie frente a mí mientras volvía a abrazarla y a besarla con furia. Me lancé a sobarle el culo y después de girarla y apoyar su espalda contra mi, le empecé a toquetear su coño que empezaba a humedecer mientras mi polla, ya dura a estas alturas, jugaba entre los cachetes de su culo. Laura gemía mientras le mordisqueaba el cuello y la fui llevando hacia el dormitorio, donde caímos sobre la cama, yo encima de ella. Fui bajando besándole el cuello, las tetas y el ombligo hasta llegar al interior de sus muslos húmedos y calientes mientras empezaba a acariciarle el coño con mis dedos mojados por su flujo.

Laura, empezó a gemir del placer que le estaba provocando, así que empecé a introducir un poco mis dedos en su interior y a lamer sus labios vaginales hasta llegar a su clítoris con el que empecé a juguetear con la punta de la lengua. Tras un rato jugando con mi boca en su coño, me subí para besarla a la vez que moviéndome, se la fui metiendo poco a poco. Estaba muy caliente y muy húmeda y me aprisionaba el pene dándome muchísimo placer. Empecé a bombear despacio, penetrándola  profundamente  hasta que ella estalló en un orgasmo que a su vez provocó el mío, dejándola llena de mi esperma y haciendo que tras recuperarnos brevemente con besos suaves, cayéramos dormidos.

Durante la semana, Laura y yo seguiamos viviendo cada uno en nuestra casa y aunque a veces quedábamos a cenar juntos, esa semana habíamos tenido mucho trabajo por lo que cuando el viernes recibí un mensaje suyo para comer, le respondí inmediatamente. Tenía ganas de estar con ella.

Quedamos a comer en el centro y al terminar, Laura me sorprendió contándome que a través de un compañero de trabajo con contactos en la política, había conseguido un par de invitaciones para asistir al acto de presentación de Francisco Barroso como candidato en un céntrico y lujoso hotel de la Castellana. Acto al que teníamos que asistir, sí o sí.

No me hacía demasiada gracia encontrarme con Pancho en esas circunstancias. Seguro que me preguntaría por Lucía y al verme con otra pareja, tendría que darle explicaciones pero Laura estaba entusiasmada con conocer en persona al nuevo y joven héroe de la política nacional y, aunque no me lo decía, estaba seguro de que también a mi antiguo colega del que intentaría sacar toda la información posible, así que después de comer nos dirigimos al hotelazo de marras donde tras pasar un par de controles de seguridad, accedimos al salón donde se iba a celebrar la presentación.

Después del ir y venir de periodistas, cámaras de televisión y personal variopinto del partido a los que se podía identificar por el distintivo que llevaban al cuello, y casi veinte minutos después de la hora anunciada, el flamante presidente del partido, ante la mirada arrobada de Laura y del resto de féminas que había en el salón, y tras un discurso tan vacío de contenido como sus intervenciones televisivas, pasó a presentarnos a su nuevo fichaje. Francisco, o sea para mi, Pancho que apareció por un lateral del escenario que se había montado al fondo del salón y se dirigió al atril ocupado hasta hacía un momento por el presidente de su partido que se quedó a un lado, un poco por detrás, en lo que Pancho iba a hacer su presentación.

Estaba prácticamente igual que la última vez que lo ví, hacía ya casi cuatro años, trajeado, con la barba y el pelo algo más canosos y luciendo la planta que le daba su metro noventa y pico. A su lado estaba una rubia teñida, con pinta de Barbie, tetuda, siliconada y pintada como una puerta a la que Pancho presentó como su flamante esposa y a la que yo no tenía el gusto de conocer. Pero lo más sorprendente para mi, fue cuando Pancho, tras los parabienes y presentaciones de turno, se lanzó a enumerar su programa político y las propuestas que pensaba incluir en su campaña. Enumeró una serie de ideas económicas radicalmente neoliberales que no me sorprendieron viniendo de alguien hecho a sí mismo y que había vivido una buena temporada en Estados Unidos. Además, encajaban en el ideario del nuevo partido político pero luego Pancho se lanzó a describir una serie de medidas sociales y familiares de carácter bastante retrógrado que no es que no encajasen con su nuevo partido, es que en España, en general, serían vistas como jurásicas. Cuando hizo una mención explícita, y no muy favorable, al matrimonio gay se me torció la cara. No fui el único. Me fijé en que muchos de los miembros de su partido, incluido el joven presidente, miraban al suelo presagiando las preguntas incómodas de los periodistas con las que iban a tener que lidiar en breve. Pero Pancho, que probablemente tras unos años viviendo fuera de Europa, no era consciente de que hay determinadas cosas que aún siendo objeto de debate allende los mares, aquí están más o menos aceptadas con un amplio consenso, siguió unos minutos más lanzando diatribas casposas sobre el modelo social que él intentaría promover desde su nueva posición de diputado, en caso de ser elegido.

Al terminar y dado que no se aceptaron preguntas de periodistas, se formaron una serie de corrillos alrededor de Pancho y del presidente del partido. Yo, que no me sentía especialmente cómodo en ese lugar, le propuse a Laura marcharnos de allí. Obviamente, ella no tenía ni la más mínima intención y cogiéndome del brazo nos acercamos al corrillo donde algunos periodistas preguntaban off-the-record al joven candidato y a Pancho. Cuando este me vió puso una cara de sorpresa que no supe claramente interpretar… ¿Se alegraba de verme allí o hubiese preferido que yo estuviese lo más alejado posible de él, ahora que empezaba su nueva, y presumiblemente exitosa, carrera política?

Pero Pancho ya no era el crío apocado, ni el adolescente tímido e introvertido con el que compartí mi niñez y mi juventud sino un ejecutivo de éxito y un político en ciernes que se sabe manejar en circunstancias mucho peores que esa.

Pancho me hizo un gesto con la mano y abriéndose paso entre los periodistas se acercó a mí dándome un largo abrazo ante la mirada expectante y envidiosa de Laura. Los periodistas se olvidaron de nosotros centrándose en el joven candidato, lo que nos permitió intercambiar algunas palabras y presentarle a Laura, a la que no presenté como pareja pero Pancho usando sus mejores maneras, no hizo ninguna mención a Lucía ni se le ocurrió preguntar por el tipo de relación que teníamos Laura y yo. Fueron no más de dos o tres minutos porque enseguida el séquito del partido reclamó la atención del candidato quien, después de preguntarme si mantenía el mismo número de móvil, prometió llamarme para organizar una cena y recordar viejos tiempos.

Cuando salimos del acto, Laura estaba entusiasmada. No sólo había conseguido un selfie con el joven candidato que ya estaba enviando por whatsapp a toda su agenda de contactos, sino que ya empezaba a planificar la que ella suponía iba a ser una cena de postín con Pancho, para ella Francisco Barroso, y su neumática esposa.

  • No te hagas ninguna ilusión, le dije a Laura. Pancho no va a llamar. Su secretaria intentará hacer un hueco en su agenda. Hueco, que irá moviendo según le vayan surgiendo nuevos compromisos hasta que la secretaria se aburra o se olvide del asunto
  • No me seas aguafiestas, Jose, me respondió ella en lo que aprovechando que estábamos en el centro decidió entrar en una conocida tienda de ropa para ya de paso, buscar algo espectacular con lo que deslumbrar a la mujer del millonario.

Después de las compras, picamos algo por La Latina y nos fuimos para mi casa, donde tras ponernos ropa cómoda y preparar un par de gintonics, nos recostamos en el sofá a relajarnos del día ajetreado mientras nos tomábamos las copas. Esa noche tenía muchas ganas de hacerle el amor a Laura, la había echado de menos toda la semana y el encuentro con Pancho me había dejado una mezcla de melancolía por el recuerdo de los tiempos pasados y de sorpresa por el nuevo y desconocido carácter del que había sido un hermano para mi.

  • Pusiste una cara muy rara cuando Francisco estaba hablando del tema LGTB me dijo Laura, Seguro que hay algo que sabes y te callas.
  • Puse la misma cara que el resto de la audiencia, respondí yo. Independientemente de mi opinión personal al respecto, hacer ese tipo de declaraciones cuando uno viene de fuera y se quiere presentar como candidato no parece muy inteligente. En el fondo demuestra un profundo desconocimiento de la sociedad a la que se supone, quiere representar.
  • Bueno, añadió Laura, tampoco es que exista un consenso universal sobre ese tema. En España a la gente en general, no le molesta y prefiere que cada uno viva su vida como quiera pero te aseguro que ese asunto, no está en la agenda de prioridades del ciudadano medio.
  • Razón de más para no entrar en ello sin que te pregunten, añadí yo. Además no fue sólo el tema gay, también se explayó a gusto con el aborto, la eutanasia y no sé cuantas cosas más. Hubo momentos de su discurso en que me parecía que Pancho fuese portavoz de algún grupo ultracristiano de esos que abundan en Estados Unidos. Nunca me lo hubiera imaginado de él.
  • ¿Y eso por? me preguntó Laura. No has querido contarme nada de cómo os conocísteis y que pasó entre vosotros para no seguir en contacto.
  • Seguimos en contacto… pero Laura, es una historia muy larga y si te soy sincero un poco triste… ¿Y sabes qué? le pregunté a Lau abrazándola y besándole el cuello,  llevo echándote de menos toda la semana y quiero besarte, acariciarte y follarte hasta perder el sentido.

Laura giró la cabeza para besarme y acariciarme la cara pero esta vez no estaba dispuesta a dejarme escapar

  • Pepe… cuéntame la historia anda… me dijo con carita de pena y de hacerse la interesante. Mañana es sábado y no tengo ninguna intención de madrugar. Déjame que prepare otras dos copas y me cuentas.

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Pancho y yo nacimos en el mismo pueblo de Extremadura, el mismo día, del mismo mes, del año 1.969. Menos mal que no coincidió con el día en el que el hombre pisó la luna porque sino, conociendo el gusto que le tienen a los motes en mi pueblo, nos hubiesen apodado “los astronautas”.

Pancho era el menor y tercer hijo de Luisa y de Antonio “el largo”, apodo heredado por toda su familia debido a la altura que desarrollaban los varones de la misma. Antonio, Luisa y sus tres hijos eran una de las familias más pobres del pueblo y en la Extremadura de comienzos de los setenta eso era ser muy pobre. No poseían absolutamente nada y sobrevivían en una casucha alquilada con las peonadas que Antonio podía ir haciendo de cuando en cuando, de las casas que Luisa limpiaba en el tiempo en el que podía dejar a la prole al cuidado de algún familiar y en muchos casos de la solidaridad de los vecinos que les ayudaban en lo que podían.

Yo por el contrario nací en una familia que en comparación con la de Pancho podría considerarse en aquella época como de clase media y en el entorno del pueblo, media-alta. Mi padre había heredado de los suyos un pequeño negocio familiar que transformó en una ferretería. En aquellos años, en un pueblo fundamentalmente agrícola y ganadero, antes de que las multinacionales del comercio especializado se instalarán en España y en un lugar alejado de la capital de la provincia en una época con pocos coches y ninguna autovía, el negocio iba francamente bien.

Mis padres tenían una única hija, mi hermana Clara, que es 12 años mayor que yo y mi madre después de criar a mi hermana y cuando esta ya no necesitaba de cuidados permanentes, pasó a llevar la tienda y la contabilidad del negocio mientras mi padre recorría la comarca instalando cercados, comederos para el ganado y todo tipo de aparataje en las fincas de la zona. Formaban un tándem perfecto y el negocio marchaba viento en popa.

Hasta que aparecí yo.

Jamás oí nada por boca de mis padres, pero estoy convencido de que el mío no fue un embarazo planeado ni deseado. Tampoco quiero exagerar. Mis padres me querían. Jamás sentí el más mínimo desprecio o desdén por su parte. Al menos hasta unos años después.

En cualquier caso, mi madre que este aspecto y en otros muchos, era una auténtica adelantada a su tiempo y no estaba dispuesta de ninguna manera a que un nuevo hijo le privase de un trabajo que le apasionaba y que además les permitía a ella y a mi padre unos ingresos con los que, sin ser ninguno de ellos unos terratenientes ni de haber heredado grandes posesiones, se habían podido construir una de las mejores casas del pueblo y que les permitieron unos años después comprar un pequeño apartamento en Madrid donde su hija, y ahora su nuevo e inesperado vástago, pudiesen estudiar una carrera universitaria.

Y en este punto es donde mi vida y la de Pancho se cruzan.

Mi madre, al poco de mi nacimiento y cuando se encontró recuperada del parto, se encargó de buscar a alguien en el pueblo para que se encargara de mí mientras ella estaba atendiendo el negocio, lo que a fin de cuentas era prácticamente todo el día y la persona idónea no era otra que Luisa, la madre de Pancho.

Luisa tenía un hijo de mi misma edad (¡¡nacimos el mismo día!!) con lo que cuidar otro más no supondría un cambio radical con lo que ya estaba haciendo. Además mi madre le ofreció todo tipo de facilidades como venirse a vivir durante el día a nuestra casa con Pancho o llevarme a mi a la suya. Para Luisa además esto suponía, por fín, una fuente segura de ingresos y una ocupación a tiempo completo que le permitiría más tiempo para cuidar de sus otros dos hijos.

De esta manera, Luisa, o para mi Luisi, se convirtió en mi segunda madre y su hijo Francisco o para mi y el resto de la familia, Pancho, en el hermano que nunca tuve.

CONTINUARÁ