Las Muñecas II
Manuel regresa a su rutina diaria habiendose llevado en el recuerdo las tórridas escenas de su cuñada. Tan absorto en ellas y tan excitado que olvidó por completo el extraño episodio con su sobrinita Nerea. Manuel aún no lo sabe, pero su vida está a punto de cambiar para siempre.
II
Los días siguientes fueron días de tremenda calentura, de docenas de pajas compulsivas en cualquier momento y situación. Yo, que después de la época palillera de mis 15 años había reducido mis masturbaciones a un número mínimo, sobre todo desde que tenía parejas sexuales, que no me faltaban, veía este despertar onanista como una evidencia de que, después de Marta, nada volvería a ser igual.
La imagen de mi cuñada sobándose y follando como una verdadera porno star con su marido, me hacían navegar en un caldo de sensaciones, compuesto por una medida de vergüenza, tres de envidia, una de pena, una pizca de remordimientos y kilos y kilos de morbo que me consumían.
No podía dejar de pensar sobre si me había enamorado de mi cuñada, y la respuesta era una retahíla de negaciones y asunciones sin más lógica ni razón que el punto de excitación de cada momento en el que ese pensamiento me asaltaba. Otras veces me recreaba en aquel beso, que seguía marcado a fuego en mi piel y la aparente pero improbable insinuación por parte de Marta.
Otras la necesidad de revivir esa experiencia me llevaba a planear el volver a ver la cinta de video, o hasta robarla y duplicarla para tenerla para siempre. Todos esos pensamientos me descentraban y me mantenían en una montaña rusa de emociones que nada ni nadie me podía ayudar a aplacar.
Estas emociones me llevaron a llamar a mi novia buscando el alivio de su cuerpo para aplacar mis ansias. Ella quiso que la acompañase a su sesión de jogging, cosa que hice pensando en que sudar un poco y quemar energías tampoco me haría ningún daño.
Tras una larga carrera por el parque paramos frente a su casa. Le propuse a subir a ducharnos y tomar un tentempié, o lo que es lo mismo, a follar. Silvia, que evidentemente sabía lo que significaba mi invitación me contestó pícaramente.
- No sé por qué, pero estoy segura de lo que nos acabaremos comiendo – me espetó mientras se reía.
En el ascensor introduje mi mano por sus shorts deportivos buscando su coñito sudado. Llamadme guarro, pero siempre me encantó el olor de una vulva empapada de excitación y sudada por el ejercicio.
Lo encontré, tal y como esperaba, húmedo y receptivo, aparte sus labios e introduje mi dedo corazón dentro de ella sintiendo su oscuro calor. La acaricie por unos segundos más y saque mi mano de su intimidad llevando los dedos a mi boca donde los chupé con glotonería, lo que me llevo a ganarme una pequeña bofetada cariñosa adornada por un “serás cerdo” entre risas y un largo y profundo beso en la boca justo después.
Para mi desgracia ese “serás cerdo” despertó en mí el insulto cariñoso de mi cuñada a su marido antes de la sesión masturbatoria del video, lo que hizo que el beso húmedo y caliente de mi novia se enfriase en mi boca y quedase vacío, sin contenido, con un sabor a sucedáneo barato, a algo que pruebas sabiendo que de ningún modo va a satisfacer tu ansia por lo que de verdad anhelas.
Poco después, en la ducha, rodeado de su belleza de 19 primaveras, la imagen de mi cuñada fue poco a poco desvaneciéndose mientras mi mente decidía que sí, que era posible disfrutar del sexo más allá de Marta.
Con pausa, enjabonaba con mis manos su cuerpo de niña recorriéndolo con mis dedos, desde su cuello, bajando por su espalda hasta sus pequeñas nalgas de chica menuda y deportista, agarrando cada una de ellas con una mano, como queriendo ocultar sus redondeces con mis manos. Luego enjabonando su torso coronado con unas tetas casi adolescentes, firmes como si estuviesen rellenas de acero y con unos pezones puntiagudos y pequeños que reaccionaban a mis caricias mirándome a los ojos miran con chulería, para después buscar su sexo, descendiendo mis manos por un vientre plano y musculado por el que la espuma se deslizaba suavemente hacia su pubis, adornado con una pequeña mata de pelo cuidadosamente igualado y recortado.
Deslicé nuevamente mi mano enjabonada entre sus piernas acariciando por fuera su sexo, mientras, ella se entregaba a mi caricia empujando su cuerpo hacia mí, enterrando su sexo en la cuenca de mi mano. Su empuje hizo que mi dedo corazón se deslizase entre sus labios para introducirse hasta los bordes de su vagina. Paseé una y otra vez mi dedo por su entrada, arriba a abajo, hasta el extremo de su sexo, donde un pequeño clítoris, puntiagudo como un grano de arroz, me esperaba ansioso, arrancando en cada contacto un gemido de su ardiente dueña. Introduje dentro de ella un dedo mientras con el índice inicié un masaje intenso sobre su pequeño centro de placer. Silvia gemía, levantaba la cabeza exponiendo su rostro a los chorros de la ducha, mientras su mano se aferraba a mi pene acariciándolo descoordinada, presa de sus propias sensaciones, tan al borde del orgasmo que me pareció buena idea dejarla así.
Retiré mi mano de su sexo a lo que ella respondió con una mirada salvaje, exigiendo más.
- Ya estás enjabonada. - dije por toda explicación, y pasándole el gel a ella le guiñé un ojo. - me toca.
Ella sonrió, se llenó la mano de gel y repitió paso a paso mi ritual anterior. Mi espalda, mi pecho y mis pezones recibieron sus caricias suaves y tiernas. Menos suerte tuvo mi culo que recibió un tremendo pellizco de venganza que casi me arranca un grito.
Tras el ritual bajó sus manos despacito hacia mi pene, lo acarició con cariño, echó más jabón en sus manos y comenzó a enjabonarlo, despacito, de adelante a atrás, desplazando las manos por mi miembro enhiesto, bajando hasta mis testículos, acariciando todo con suavidad pero con firmeza.
Cerré los ojos y eche atrás la cabeza disfrutando mientras el masaje se intensificaba y causaba estragos en un miembro que amenazaba con estallar en cualquier momento. Sentí como dirigía el chorro de agua hacia mi pene retirando el jabón y me relamí por dentro sabiendo que eso significaba que su boca relevaría a sus manos en cuestión de segundos. Sentí sus labios besando la punta de mi glande con suavidad y retirándose unos segundos, yo apoyado en la pared esperé la llegada de su boca rodeando mi miembro, pero esta no llegó nunca.
Desconcertado abrí los ojos y me encontré con Silvia enjuagándose el jabón del cuerpo a toda prisa con una enorme sonrisa y su mejor cara de victoria.
- Ya estas enjabonado. - me dijo riendo, y veloz como un rayo salió de la ducha de un salto dándome una palmada en el trasero. - Yo también se jugar a esto. - Me espetó mientras escapaba por la puerta del baño.
Una vez más, la palmada en el trasero me trajo a la mente a mi cuñada y su cuerpo, pero esa vez la respuesta de mi cuerpo, excitado por la ducha, fue exigir aquello que deseaba, ese sexo profundo y salvaje que mi hermano tenia y que yo jamás había imaginado que fuese posible.
Salí de la ducha atropelladamente totalmente embriagado en mis anhelos. Busque a Silvia en su habitación y la encontré desnuda, en la cama, tapada con la sabana y claramente esperándome.
Destápate!. - le dije con una firmeza que ella debió interpretar como un lance teatral a causa su broma.
Ella retiró la sabana mostrando su cuerpo todavía mojado, y se incorporó sentándose en el borde de la cama.
- Ven para aquí tontito. -Me dijo.
Me coloqué frente a ella entre sus piernas abiertas. Dejando mi miembro a la altura de su cara. Ella lo atrapó entre sus manos y luego, muy despacio introdujo el glande en su boca. Acariciándolo con suavidad, jugando con él con su lengua. Luego lo retiró de su boca y siguió con sus caricias lamiendo el tronco enfurecido desde su base hasta la punta para después volver a introducirlo y seguir con su trabajo sobre mi glande, pero eso no era lo que yo quería y decidí tomarme por la mano aquello que no se me ofrecía.
Sujeté con ambas manos su cabeza bloqueándola y con mis caderas empujé y empujé haciendo penetrar mi pene más y más adentro de su boca, con furia controlada pero sin que ella pudiese hacer nada por impedirlo. Intentó liberar su cabeza, pero yo no estaba por la labor de permitirlo, seguía sujetándola y empujando con furia, aunque sin conseguir mi propósito de empotrar su cara contra mi pubis. Ella, entre arcadas y ahogándose comenzó a agitarse y a mover los brazos violentamente, liberándose de la presión y sacando mi pene de su garganta para acto seguido vaciar su estómago en el suelo del cuarto.
- ¿Pero tú estás loco o qué te pasa?, pedazo de imbécil !!! - me gritó mientras lloraba y clavaba en mí su mirada arrasada por las lagrimas de la asfixia y de la rabia – ¿Qué coño crees que es esto?, ¿una puta peli porno? Vete a la mierda gilipollas.
Tras decir esto y sin siquiera esperar mi respuesta se hizo un ovillo encima de la cama y se puso a llorar enfadada y avergonzada, vejada por una persona en la que confiaba.
Yo me quedé sin palabras ante ella. Sabía que debía sentirme sucio y arrepentido por haberla forzado de ese modo, pero no era así. Básicamente sentía rabia por haber evidenciado que con Silvia jamás tendría el sexo del que disfrutaba mi hermano y que yo sabía que necesitaba también para mí y, por lo tanto, Silvia y yo no teníamos futuro juntos . Así las cosas, intenté tranquilizarla y hacer las paces con ella antes de cortar. No quería que por despecho decidiese contar este episodio como lo que realmente era, un abuso en toda regla, por no decir una violación.
Me acerqué a ella y suavemente le dije -Lo siento, no sé qué me pasó.- y muy despacio puse mi mano en su espalda desnuda a través de la sabana para acariciarla. Ella reaccionó con un gesto violento separando su cuerpo de mi mano y reanudando su llanto sin mediar palabra. Yo, sorprendido por la profundidad de su enfado, volví a disculparme lo más serena y dulcemente que pude.
- Silvia, lo siento de veras. Sé que me he pasado. Por favor, deja de llorar y perdóname. Si quieres te dejo sola. Duerme un poco y después hablaremos.
Acto seguido, apoyé la mano en su cabeza y empecé a acariciarla con dulzura, sin que ella hiciese movimiento alguno para impedirlo. Había dejado de llorar y respiraba de forma sosegada.
- Me alegro de que te sientes mejor.- le dije ahora sinceramente- no sé qué me paso por la cabeza. ¿Me podrás perdonar?
Silvia no reaccionó a mis palabras, y continuó con su respiración pausada y profunda, enrollada sobre sí misma y sin mover un solo músculo . Extrañado la cogí por un hombro e intente girarla para verle la cara. Al hacerlo ella rodó inerte sobre si misma quedando boca arriba. Con unas pierna estirada y otra doblada por la rodilla y los ojos cerrados. Estaba profundamente dormida.
Sinceramente, mi primera reacción fue asustarme. No entendía lo que pasaba y menos aún que lo había provocado. De repente la imagen de mi sobrina dormida, enterrada en mi memoria por las fuertes emociones de aquella noche, me volvió a la mente de golpe. Miré a Silvia, la moví, intente despertarla con palmadas en la cara e incluso le pellizque la pierna con fuerza como había hecho con Nerea y la reacción fue la misma; o sea, ninguna.
Me levanté de la cama francamente alarmado y descolocado y me puse a dar vueltas por mi habitación pensando en que hacer. En ese tiempo Silvia no movió ni un solo pelo mientras respiraba de forma pausada. Llegué a la conclusión de que era yo el que la había dormido con mis palabras, igual que a mi sobrina, y me fui tranquilizando mientras recuperaba el control de la situación y de mí mismo.
Mis ojos cayeron accidentalmente sobre su entrepierna expuesta por la postura de sus piernas, y esto, sumado a la frustración sexual producida por el incidente anterior me llevaron a hacer una comprobación muy impropia de lo profundo del sueño de Silvia. Me senté a su lado, retiré la sabana y pasé despacio y con miedo, mi dedo por su sexo fijándome en su reacción.
No reaccionaba. Subí la apuesta introduciendo primero un dedo y luego un segundo en su vagina. Silvia tampoco reaccionó, pero si su sexo empapándose como habitualmente. Mas excitado que curioso me centré en su pequeño botón y esta vez sí hubo respuesta.
La respiración de Silvia se agitó y, poco a poco, comenzó a tensar sus piernas y elevar sus caderas exponiendo su sexo hacia mis manos, mientras su cara enrojecía, cambiando el gesto en una mueca de placer sexual intensa. Aceleré el ritmo de mi caricia e introduje tres dedos dentro de ella según profundizaba y aceleraba el roce sobre su clítoris. Silvia comenzó a moverse enloquecida, al ritmo de mis caricias, gimiendo con un tono gutural de inequívoco placer.
Instantes después un temblor espasmódico recorrió su cuerpo lanzo un pequeño grito, cerró con fuerza sus piernas contra mi mano y se desplomó nuevamente en la cama totalmente inmóvil y, como no, profundamente dormida.
Nuevamente busque una reacción pellizcando fuertemente uno de sus pezones, que endureció al momento, pero la expresión de Silvia siguió inmutable así como su lenta respiración.
Yo tenía claro que debía procesar lentamente toda esa información y me dispuse a despertar a Silvia cuando, no sé si por la duda o el ansia por conquistar aquello que siempre se me negó, decidí hacer otra prueba con el cuerpo de mi chica. Una vez más metí mi mano entre sus piernas buscando esta vez su ano, que siempre había sido territorio vedado para mí. Comencé a estimular la entrada de su ano suavemente, y poco a poco, introduje uno de mis dedos en su trasero. Su esfínter relajado permitió la entrada sin dificultad y una vez dentro comencé a moverlo hacia su perineo para provocar su orgasmo. No hubo reacción alguna. Retiré mi dedo y pasé mi mano a su clítoris, haciendo regresar al instante la expresión de placer a su cara. Nuevamente me asome al portal de su trasero y el gesto inmediatamente desapareció.
Sinceramente, no entendía nada, pero en mi mente se fue despertando el interés por llegar al fondo de todo aquello. Descubrir el cómo y el porqué de esta capacidad mía y todo lo que le rodeaba, y para ello, necesariamente necesitaba seguir con Silvia. Cubrí su cuerpo con la sabana y la coloque de lado en la postura en la que ella solía dormir, me vestí, y fui a la cocina a por la fregona, con ella limpié el vómito del suelo y llevé a lavar la toalla de Silvia empapada y sucia. Regresé a la cama, me senté a su lado, comencé a acariciarle la cabeza y suavemente le dije al oído.
- Despierta Silvia. Despierta.- Silvia no cambió su gesto y continuó profundamente dormida. Asustado elevé un poco más el tono. - Despierta Silvia. Por favor!!! - Nada.
Ya preocupado recordé como había gritado a mi sobrina para que despertase, y lo repetí en el mismo tono. - Despierta! Silvia, quiero que te despiertes ya!!!.
Un par de segundos después Silvia comenzó nuevamente a encogerse y llorar, y se volvió violentamente hacia mí al notar mi mano en su pelo. Al verme sentado en la cama, totalmente vestido se quedó quieta, mirándome con una cara de enorme confusión.
- Tranquila cielo, te has quedado dormida,
Su cara era un collage de enfado, duda y confusión, luego su mente interpretó las señales y decidió que lo más lógico era eso. Se había dormido y su novio, arrepentido, se había quedado a su lado acariciándole la cabeza mientras velaba su sueño. Se giró completamente hacia mí y levanto sus brazos buscando mi cuerpo. Me envolví en su abrazo mientras ella lloraba, ahora con menos rabia y algo más de sosiego.
Me has hecho daño, - me dijo entre sollozos – no solo físico, también me has hecho mucho daño en mi amor por ti.
Lo sé, y lo siento. Solo te pido que me des tiempo para compensarte. Nunca más volveré a hacerte nada que no desees.
La abracé más fuerte y noté su rendición a mis palabras. No sentí remordimiento alguno por haberla mentido, ella era parte de mi plan y la necesitaba. Además había decidido que obtendría de ella, de uno u otro modo, todo aquello que se me antojase en el futuro.
- Eres mi muñeca preciosa, - le dije en un susurro – ella, malinterpretando mis palabras ronroneó de gusto ante ese supuesto piropo...