Las Muñecas 28
Los cuatro amigos visitan Barcelona en el último día de Manu en la ciudad y luego se disponen a cenar. Estoy publicando al día, según escribo y sigo mermado físicamente. Espero poder aumentar el ritmo de publicación pronto.
XXVIII
Montse se sentó en el sillón frente al sofá donde nos hacinábamos las chicas y yo. Lo hizo en silencio, con la mirada clavada en el suelo, debatiéndose entre la culpa, la tristeza, la ansiedad, la vergüenza y la ira. Luego, con los brazos cruzados sobre su pecho y con una voz tenue aunque perfectamente audible comenzó a hablar.
Lo siento chicas, me he pasado mucho. No estaba preparada para encontrarme lo que me encontré, y creo que vosotras no deberíais estás haciendo eso en un espacio común. Pero aun así no soy nadie para ponerme como me puse ni decir todo lo que dije.
Tienes razón, - contestó Silvia de forma ácida – no eres nadie para llamarnos zorras ni amenazarnos con difundir mierda de nosotras. En todo caso yo también siento haberte asustado con la escena - Su voz se moduló de un modo más suave para esa disculpa.
Yo no quiero malos rollos. - Dijo Rebeca – Tú me caes genial Montse, y no quiero enfadarme contigo. Aun no tengo claro que me pasó en estos días para cambiar mis ideas, pero es parte de mi libertad y no tiene por qué parecerte mal a ti ni a nadie. Espero que entiendas que amigas o no soy una persona libre de elegir qué y con quien hago las cosas que me apetezcan.
Lo entiendo. - Dijo Montse apesadumbrada – simplemente no supe gestionar la situación de una forma racional. Os prometo que todo ha sido un arrebato, me encanta vivir con vosotras y no quiero que este cabreo estropee las cosas. ¿Podemos olvidarlo? Por favor.
Rebeca no esperó más. Se levantó del sofá y se abalanzó sobre el sillón para abrazarse con su amiga. Ambas se apretaron una contra la otra como queriendo fulminar la distancia que aquel episodio había generado entre ellas, y cuando sintieron la suficiente calma entre ellas abrieron el abrazo invitando a Silvia a unirse. Fue Rebeca la que verbalizó la petición.
- ¡Anda Silvi, vente!
Silvia dudó unos segundos pero finalmente se dejó llevar por la emoción y por el momento, se sentó en el brazo del sillón que Rebeca había dejado libre y las tres chicas firmaron la paz con un abrazo intenso y largo, intenso como las horas que habían transcurrido desde la sorpresiva llegada de Montse a la casa.
Queriendo enterrar cuanto antes aquel episodio y, de camino, salir de aquella casa que, después de lo pasado se me caía encima, propuse a las chicas ir a tomar algo y buscar un lugar para comer. Todas parecieron aceptar con alivio la oportunidad de dar aire al asunto y en menos de lo que canta un gallo los cuatro salimos de la casa a las calles de Barcelona.
En pocos minutos el episodio pareció completamente olvidado y el grupo paseaba charlando alegremente dirección a la Plaza de España. Allí tomamos una caña en una terraza tras lo que Montse propuso ir al Restaurante Filigrana. Un asador tradicional a pocos metros de allí donde nos obsequiaron con unos tremendos chuletones que a pesar de su gran tamaño se comían solos. La comida y la sobremesa estuvo cargada de risas y bromas y la conversación giró rápidamente de las preguntas sobre Galicia al trabajo para acabar rondando sobre los picantes acontecimientos de la mañana, pero esta vez todos, incluida Montse, hablamos de ello sin perder la sonrisa, con una naturalidad impropia que me hizo pensar que ella ya cabalgaba por los efectos de mi influjo, aunque apenas si habían pasado unas horas desde que la había dormido.
La tarde la iniciamos visitando la plaza de toros que pendía de un hilo por la reciente prohibición de celebrar corridas en toda Cataluña. Rodeamos la plaza aunque fue imposible poder verla por dentro. Desde allí tomamos el metro y nos desplazamos a los Jardines del Palacio de Pedralbes por recomendación de Montse que nos guio por el conjunto donde pasamos buena parte de la tarde escondiéndonos del calor.
Varias horas y un par de deliciosos helados después decidimos tomar de nuevo el metro hasta la plaza de Colon. Desde allí, a petición mía, recorrimos el puerto deportivo, lleno de yates verdaderamente alucinantes muy distintos de los que podía ver en Coruña y ya atardeciendo nos acercamos nuevamente a la Barceloneta donde disfrutamos de las últimas horas de la tarde en una terraza metida prácticamente en la arena.
Oscurecía cuando decidimos volver al apartamento parando en algún sitio donde coger algo para cenar. Finalmente paramos en una suerte de supermercado que abría los domingos y compramos algo de carne. Parmesano y tomate para poder preparar a las chicas mi famosa Boloñesa.
Llegamos al piso inmersos ya en la noche y nada más llegar me encerré en la cocina tras prohibir a las chicas en acercarse a “mis dominios”. En poco más de 15 minutos el delicioso aroma del tomate pochado arrastró a las chicas, ya en pijama y muertas de hambre, hasta la puerta reclamando la cena. Poco después la tremenda fuente de espagueti bañada con la deliciosa salsa fue recibida en el salón con sonoros vítores, donde pasó a ocupar el centro de la mesa donde ya estaban dispuestos servicios para cuatro comensales. La cena resultó deliciosa y todos comimos copiosamente pasando luego al sofá y los sillones para tomar un café mientras continuábamos la charla.
El fantástico día juntos, había difuminado todo rencor y el mal rollo de la pasada mañana y los cuatro charlábamos animadamente, como si fuésemos una pandilla de amigos consolidada. Pude notar como Silvia y Montse habían ido derribando barreras a lo largo de la jornada y charlaban una pegada a la otra sin atisbo de recelo.
Necesitaba hablar con Silvia para poder iniciar mi plan y me busqué una excusa. Me levanté y comencé a recoger los platos de la mesa.
Silvia, por favor – le dije – ¿puedes echarme una mano?
Voy – contestó con desgana levantándose y ayudándome a vaciar la mesa.
Ya en la cocina dejamos los cacharros en el fregadero y me puse a fregar los platos para evitar que el tomate se secase. Silvia se colocó a mi lado y los aclaraba y secaba mientras yo enjabonaba el siguiente.
- Hoy a la mañana dormí a Montse. Tiene que estar ya lista
Silvia se quedó mirando para mi atónita, como si le hubiese contado el más inesperado de los secretos del universo.
- ¡Serás mamón! ¡Te la quieres follar!
No había enfado en su voz, pero si genuina sorpresa
Quiero que follemos los cuatro, pero tenemos que ver como lo hacemos. Noto que Rebeca ya no está tan excitada como a la mañana y desde luego no sé si Montse aceptará que yo participe, tampoco durmió tanto rato.
Eres la monda. ¿De verdad crees que vas a poder tu solo con las tres?
No soy yo solo, seguro que tú puedes ayudarme a que nuestras amigas queden bien satisfechas.
Pues a ver que nos inventamos para romper el hielo. - Dijo Silvia mientras colocaba en el mueble el último de los platos.
Volvimos al salón donde encontramos a las chicas charlando y riendo desenfadadas. Se habían colocado una al lado de la otra, muy juntas y con cada movimiento sus cuerpos entraban en contacto. Parecía que ambas estaban más que dispuestas a entablar contacto físico, teníamos que aprovecharlo.
¿Fregasteis ya todo? - Preguntó Rebeca entre risas – Podemos quedarnos a Manu de mayordomo, parece que sabe lo que hace y la pasta estaba de muerte.
No sé yo si querría quedarse – contestó Silvia - Ni siquiera le agradecimos esta deliciosa cena – Y acto seguido me besó tiernamente en los labios diciendo – Gracias Mayordomo.
Rebeca estalló en una carcajada y se puso en pie acercándose a mí. Pegó sus labios a los míos y repitió el mismo beso suave y tierno de Silvia.
- Gracias Mayordomo. - repitió con bufonería.
Ambas chicas quedaron expectantes mirando hacia Montse que sintiéndose observada se levantó también del sofá, se acercó a mí y me besó repitiendo el mismo “gracias Mayordomo” de sus amigas. Su beso fue tímido pero cálido, deslizando sus sugerentes y carnosos labios por los míos con cierta avidez. No fue un beso de compromiso, fue una suave y sugerente caricia labio a labio que me dejó muy claro que estaba completamente excitada.
Nos sentamos nuevamente, las tres chicas en el sofá, apretujadas, y yo en el sillón y antes de reanudar la conversación miramos instintivamente para la tele. En el aparato Giorgie Dann cantaba la canción de la Gallina mientras un nutrido grupo de chicas bailaban de forma grotesca. Se me encendió la bombilla y para seguir calentando la fiesta
- Los besos están bien, pero no son suficiente. Quiero que bailéis el baile de la gallina las tres.
Las chicas se miraron unas a otras y sin pensarlo y como movidas por un resorte se levantaron al unísono del sofá y entre risas empezaron a bailar imitando a las bailarinas de la tele al ritmo de la música. Sin duda alguna, la que más gracia tenía bailando era Montse. Lo hacía de forma sensual, rítmica y musical, haciendo que cada parte de su cuerpo destacase en cada movimiento. Rebeca y Silvia no bailaban mal, pero al lado de Montse parecían simples imitadoras. Las chicas bailaron el resto del tema entre risas contorsionándose y chocando a propósito unas contra las otras. Cuando la música se detuvo, se dejaron caer en el sofá entre carcajadas.
La noche estaba resultando divertida y Montse se vino arriba y me espetó entre risas.
Ahora te toca a ti bailar para nosotras.
Lo siento -le contesté – Ahora estamos en paz, para que baile tenéis que pagar.
¿Y qué quieres que te paguemos? - preguntó Rebeca vencida por la curiosidad.
No lo sé – contesté – si queréis bailo y voy pensando el precio
¡Hecho! Contestó Rebeca. Espera que pongo música – Y se levantó del sofá para acercarse al mueble del salón donde había un radiocasete. Encendió la radio y buscó una emisora hasta encontrar una en la que sonaba un tema disco. - A bailar, mayordomo.
Me levanté y comencé a moverme exagerando los gestos, moviendo descaradamente las caderas, poniendo hacia ellas mi culo en pompa y siguiendo el alocado ritmo de la música como si me fuese la vida en ello. Poco después comencé a desabrocharme la camisa parodiando un baile sensual lo que provocó las risas y los gritos de las chicas.
- ¡Venga, estriptis!, ¡quítatelo todo!, ¡Tío bueno! - gritaban entre risas unas y otras mientras yo demoraba la perdida de la prenda de manera que con los últimos acordes del tema lancé la camisa al aire dejando mi torso desnudo y rematando el espectáculo sin perder más tela sobre mi cuerpo.
Acabado el tema saludé con una reverencia a mi público y me senté en el sillón entre los aplausos de las chicas. Siguieron alborotando durante un rato mientras yo esperé en silencio mirándolas fijamente hasta conseguir su atención. Cuando las tres recuperaron la compostura les hice saber mi precio.
- Chicas, ahora toca pagar. Tengo mucho frio, así que quiero vuestras camisetas.
Las chicas reaccionaron con sorpresa primero y con una jocosa sonrisa después.
- ¡Tendrás morro! - contestó Montse con moderada indignación aunque a la postre fue la primera en arrancar su camiseta del cuerpo y lanzármela quedando vestida con un pequeño sujetador blanco de encaje que dejaba entrever la piel de sus senos entre los motivos de la tela. Tras ella Silvia sacó a relucir su sujetador deportivo zafándose de su blusa que me entregó con un guiño cómplice. Solo Rebeca permaneció quieta y a los pocos segundos seis ojos se clavaban en ella esperando el pago pactado por mis servicios.
Finalmente Rebeca suspiró resignada y desabrochó los dos primeros botones de su camisa de pijama para luego quitársela por encima de la cabeza. Los extremadamente firmes pechos de la joven emergieron desnudos por debajo de la tela rebotando ligeramente para quedar una vez más firmes y desafiantes completamente inmunes a la gravedad.
¡No es justo! - Protestó la joven- Yo no llevo sujetador.
Tienes razón, no es nada justo. - Contestó Silvia que, inmediatamente se desprendió también de su prenda dejando expuestos sus pequeños pechos en solidaridad con su amiga.
Mis ojos recorrían los cuerpos de ambas chicas que, pese a haberlos disfrutado recientemente, despertaron nuevamente mi deseo. Pero no solo mis ojos miraban. Los ojos de Montse se paseaban por las protuberancias de ambas amigas, sobre todo por las de Rebeca, con la máxima atención, intentando memorizarlas, disfrutándolas con el ansia de la primera vez mientras su rostro se iluminaba de pasión y deseo. De forma casi mecánica buscó en su espalda el broche de su sostén y añadió dos blanquecinas y generosas tetas, dotadas de amplias pero tenues areolas y coronadas por dos poderosos pezones completamente erectos por la excitación.
La primera en rebajar la tensión del momento fue Rebeca que, inocentemente estalló en una sonora carcajada que en apenas unos segundos nos contagió a todos. Los cuatro reímos de buena gana dejando escapar con la risa cualquier atisbo de vergüenza, relajando brazos y cuerpos eliminando barreras y estableciendo una comodidad semidesnuda que sin duda era un gran primer paso para la orgía a cuatro que yo tenía perfectamente planeada.
No sé si os dais cuenta de que camino toma esto – Rompió el silencio Rebeca – Espero que no acabe siendo incómodo.
Tranquila – respondió Silvia – a mí me apetece jugar un poco. ¿A ti no?
¿Y a que jugamos? - respondió inocentemente Rebeca.
Os propongo un juego – dijo Montse completamente volcada en la situación – cada uno hace una pregunta sobre el que tiene al lado los demás la contestamos. El que falla pierde una prenda, si todos aciertan la pierde el que pregunta.
Pero prendas no nos quedan muchas – observé – así que para no acabar tan pronto si alguien se queda sin prendas tiene que pagar con algún castigo.
Todas estuvieron de acuerdo y Montse corrió a su habitación de donde regresó con un montón de folios blancos y cuatro bolígrafos. Nos sentamos nuevamente y decidimos que las preguntas en vez de sobre nosotros fuesen sobre la persona que teníamos al lado. Le tocó el turno a Silvia que debía preguntar sobre Rebeca.
- Rebeca. ¿Qué parte de tu cuerpo te gusta más?
Los cuatro anotamos la respuesta y cuando terminamos Rebeca mostró su respuesta. “Tetas”. Al instante los tres mostramos las nuestras y la palabra tetas apareció escrita en los cuatro folios. Ante la risotada general los pantalones de pijama de Rebeca desaparecieron dejando a la vista una braguita blanca de algodón casi infantil.
- Mi turno - Dijo Rebeca - Manu, a qué edad perdiste la virginidad
Todos apuntaron y yo enseñe mi respuesta. Lógicamente Silvia acertó, pero Rebeca y Montse apostaron por otra. La primera en pagar la deuda fue la catalana que se puso en pie, giró sobre sí misma y dejó caer su pantalón de pijama permitiéndonos disfrutar de la aparición de un precioso y redondo trasero completamente expuesto y en pompa, solo protegido por un estrecho jirón de tela de un pequeño tanga color rosa. Movió sugerentemente las caderas haciendo bailar las nalgas demostrando su firmeza. Luego se giró mostrando la parte delantera de la prenda que caía en V desde la cima de sus caderas para cubrir poco más que su monte de venus. Las chicas descubrieron su tatuaje que despertó toda suerte de risas y comentarios.
Acto seguido le tocó el turno a Rebeca. La joven se puso en pie, algo cohibida, y metiendo los dedos por el lateral de sus braguitas las empujó para abajo hasta dejarlas a la altura de las rodillas mientras todos aplaudíamos. Rebeca se vino arriba, se dio la vuelta y nos regaló su culo en pompa con su sexo peludo y cerrado emergiendo por debajo del agujero de su ano. Montse se relamía incapaz de retirar la mirada de aquel regalo a la vista, sin duda decidida a que no acabase la noche sin disfrutarlo mucho más de cerca.
Continuó el juego y me tocó a mí hacer la pregunta a Montse.
- ¿Con cuántos chicos te has acostado en tu vida?
Todos anotamos nuestra respuesta y cuando Montse dio la vuelta a su folio un rotundo cero se plantó ante mis ojos. Montse nunca había tenido sexo con un chico y por lo tanto, si el juego acababa en lo que esperaba, yo sería su primer amante. No tenía himen, pero de algún modo ella sería mi segunda virgen del fin de semana. El panorama era de lo más excitante.
Todos fallamos, desde los modestos 2 amantes que proponía Rebeca a los 8 que apostaba Silvia y mis 5 marcaron el primer pleno de la noche. Montse aplaudía y esperaba ya su premio y lo tuvo de forma inmediata.
Me puse en pie y me dirigí hacia Silvia. Le ofrecí mis manos para que se levantase y ella lo hizo. Luego me coloqué detrás de ella y posé las manos en sus caderas donde tomé posesión de su pantalón de pijama. Lo primero que hice fue estirarlo por delante hasta conseguir que la tela se apretase contra su sexo marcándolo, dejando a la vista las curvas de su sexo, los pliegues de las ingles y el surco de su precioso coño.
Intuía que Silvia no llevaría bragas, ya que era habitual en ella no ponérselas por la noche, por lo que empecé a bajar muy lentamente la cintura de la prenda hasta dejarla a solo unos milímetros de su pubis. Luego bajé y subí rápidamente la tela por su cuerpo para dejar que las chicas descubriesen su desnudez que recibieron con vítores y aplausos. Luego, sin más preámbulos bajé el pijama hasta sus tobillos y coloqué mis manos delante de su sexo, como queriendo esconderlo. Silvia se deshizo de la prenda y se dejó observar y desear por las dos chicas que ya estaban en plena ebullición.
¡Silvia también se quedó sin prendas! - aplaudió Rebeca feliz de no ser ya la única desnuda de la sala.
No es justo – dijo Silvia entre risas – jugáis con ventaja.
Haberlo pensado antes rica – le contestó Montse nada dispuesta a permitir que Silvia volviese a taparse – Ahora ya no hay remedio.
Silvia fingió una pataleta infantil y se sentó enfurruñada en el sofá. Dos segundos después, con todo su descaro abrió de par en par sus piernas exponiendo a todas las miradas la plenitud depilada de su sexo, que brillaba ya inundado de humedad. No me pasó desapercibido el hecho de que Montse se relamía por dentro contemplando tan bello espectáculo. Era evidente que ya estaba lista para pasar a mayores, pero el juego estaba resultando muy divertido.
- Ahora me toca a mí – dije, pero para ser justos creo que deberíamos quitarnos ya toda la ropa. Eso sí, Rebeca tiene que pagar su primera penitencia.
Coincidimos en ello y me dispuse a desvestirme. Yo era el único que aún conservaba ropa de calle, concretamente unos pantalones cortos de tela. Me acerqué a Rebeca y la invité a desabrocharlos. Ella lo hizo sin pausa, desabotonándolos y bajando la cremallera, y yo bajé los pantalones dejando mi slip a pocos centímetros de su cara. Rebeca en un gesto espontaneo acercó sus labios a mi sexo, henchido pero aprisionado tras la tela y lo besó suavemente para el regocijo y la risa de todos.
Me deshice de los pantalones y en esta ocasión me acerqué a Montse. Ella entendió claramente el mensaje y elevó sus manos para deshacerse de mis calzoncillos. Mi miembro hizo acto de presencia en la sala emergiendo como un resorte tan pronto fue liberado de la tela para acabar mirando a los ojos a la rubia que lo observó con más interés del que podría haberse esperado de una lesbiana que jamás había follado con un hombre. Para sorpresa de todos, lejos de amilanarse, Montse estiró su cabeza y acercándola besó la punta de mi glande desnudo.
No está mal, creo que es la mejor que he visto en mi vida – dijo despertando la risotada de la noche. - Dicho esto sin levantarse del sofá se deshizo de sus braguitas dejando a la vista de todo su dorado vello púbico.
¡Qué bonito! - exclamó Rebeca inocentemente – Llevaba un buen rato pensando de qué color lo tendrías. - Y pasando la mano por encima del cuerpo de Silvia buscó el sexo de Montse acariciándola con timidez. - ¡Y que suaves!
¿Cómo hacemos con la penitencia? - pregunté – Lo justo es que la decida la ganadora.
Vale. - Dijo Montse - Quiero comerme esas tetas.
Quieta ahí – contestó Silvia – Eso no es justo. Tú puedes poner la penitencia, pero Rebeca decide si te lo hace ella a ti o si tú se lo haces a ella. ¿De acuerdo? Y el tiempo de castigo son 30 segundos
La idea de Silvia parecía divertida y todos la aceptamos al momento. Rebeca se lo pensó por unos segundos y luego eligió ser ella la que recibiese la caricia. Montse se levantó del sofá y se arrodilló frente a Rebeca. Con la máxima de las urgencias su boca se abalanzó sobre el pezón derecho engulléndolo junto a la pequeña areola y pudimos oír como dentro de su boca la lengua chapoteaba jugueteando con su premio. Pocos segundos después abandonó el pezón en busca del otro dejándolo completamente empapado y erecto. Las casi imposibles redondeces de la joven brillaban humedecidas por la saliva mientras que se levantaban todavía más firmes a causa de la excitación. Cuando transcurrieron los 30 segundos Montse abandonó, muy a desgana, el cuerpo de una Rebeca que ya gemía entregada a la caricia. Recuperamos nuestros sitios y continuamos el juego.
- Siguiente turno – Dijo Montse. - Sin contar a Rebeca, ¿Con cuantas chicas te acostaste?
Todos anotamos y Silvia enseño su 2 a la sala. Tanto yo como rebeca acertamos. No así Montse que apostó por un 5. Silvia la miró fijamente intentando decidir el castigo que aplicarle, y tras unos segundos dijo triunfante.
Quiero que una de nosotras se acaricie el clítoris mientras la otra le come el coño. Tú eliges.
¿Acaso dudas? Contestó Montse loca de excitación. Tú lames y yo me toco. Dicho esto abrió de par en par las piernas dejando a la vista un coño que ya estaba completamente empapado. Silvia se colocó entre sus piernas y enterró su boca en la entrada de su sexo, Montse llevó una mano a su clítoris y comenzó a frotarlo sin delicadeza alguna, con velocidad y violencia. Rebeca, con sus ojos clavados en las amantes, llevó su mano a su propio sexo frotándolo con disimulo, como esperando no ser sorprendida. Yo disfrutaba del espectáculo desde la ventajosa posición en el sillón donde podía ver a mi novia con el culo en pompa enterrando su cabeza en la entrepierna de su amiga y a la jovencísima vestal acariciándose de una manera impensable solo tres días atrás.
Tiempo, - dije tras los preceptivos treinta segundos, pero ninguna de las tres mujeres me hicieron caso alguno. Silvia continuó castigando el sexo de la catalana mientras que pasó su mano por debajo del cuerpo hacia el suyo, masturbándose mientras chupaba. Montse, con los ojos cerrados, gemía sin pudor ante la experta caricia de mi novia. Mientras Rebeca se masturbaba ahora explícitamente con las piernas abiertas y la mirada perdida.
-¡Hey! - Insistí ante la insurrección e las chicas. - Dijimos treinta segundos. - No hubo respuesta
Esperé unos segundos más hasta que tuve claro que el juego había terminado. Ansioso por participar y sin querer molestar a la pareja que se divertía me planté en pie delante de Rebeca y coloqué mi polla delante de su cara. No hicieron falta palabras. Rebeca entreabrió la boca permitiéndome el acceso sin dejar de masturbarse y yo, colocando mis piernas en el hueco de las suyas tomé posesión de su boca penetrándola profundamente. Los labios de Rebeca se cerraron en torno a mi miembro pero no hizo ademan alguno de empezar a moverse. Seguía profundamente entregada a su auto satisfacción, por lo que, sujetando suavemente su cabeza con mis manos comencé a hacerlo yo, a follarle la boca primero suave y profundamente y pronto de manera vigorosa mientras contemplaba como Montse se sumergía en un orgasmo estático, sin mover apenas un musculo, jadeando suave y profundamente.
Mi miembro entraba y salía de la boca de Rebeca que lo presionaba con sus labios y lengua catapultándome hasta la locura. Arrecié mis acometidas que terminaban con mi pubis pegado a los labios de Rebeca y mi glande prácticamente enterrado en su garganta, y embriagado de aquella caricia, en apenas un minuto cerré mis ojos para disfrutar de mi orgasmo y me desparramé en su boca que, incapaz de contenerme, dejó escurrir por la comisura de sus labios parte de mi semen.
Cuando recobré la compostura pude ver como las tres chicas me miraban entre risas, Montse todavía colorada, Silvia con su boca empapada de los jugos de su amiga y Rebeca con mi polla todavía enterrada en la suya y mi semen escurriéndose por su barbilla.
Dejémonos de juegos – Rompió Montse el silencio. - Vamos a mi cama que es la más grande. Y tú vete a por condones si es que quieres participar
¿Quieres que follemos todos? - le pregunté - ¿Estas dispuesta a hacerlo conmigo?
¡Cállate y vete antes de que me arrepienta! - contestó a modo de afirmación. - ¡Chicas, a mi cuarto!
Me levanté del sofá y me dirigí a la habitación de Silvia. Fui al baño y limpié un poco mi miembro. Rebusqué luego en mi maleta hasta encontrar mis condones y armado con una tira regresé al salón que estaba ya desierto.