Las Muñecas 27

Lo primero disculpar mi ausencia de casi un mes debido a un accidente de trafico que me dejó con un una incomoda escayola que me impedía escribir y no pocos dolores que remataban la faena. Ya restablecido la serie contuinua. Manu disfruta de su ultimo dia en Barcelona con una inesperada sorpresa

XXVII

La siguiente media hora transcurrió entre abrazos, sonrisas y caricias sin que ninguno de nosotros se atreviese a romper el cálido e íntimo silencio que nos abrazaba. Pasado ese tiempo mi estómago comenzó a quejarse. El cuerpo reclamaba reponer las energías quemadas así que propuse a las chicas el que me llevasen a algún lugar para invitarlas a desayunar.

Nos levantamos y nos duchamos. Rebeca en su cuarto, Silvia y yo juntos en su pequeña ducha, y una vez vestidos bajamos a disfrutar de mi primera mañana en Barcelona. La ciudad era espectacular. Más allá de sus calles, sus edificios o el bullicio de coches y gente, lo que más me impresionó de Barcelona fueron sus contrastes.

Amplias avenidas rodeadas de modernos edificios de mármol o cristal que convivían con lujosos palacios de estilos arquitectónicos que marcaban la edad de aquella villa dejaban que desembocasen en ellas pequeñas calles estrechas, de apenas unos metros de ancho donde edificios raídos y viejos pero rabiosamente hermosos mostraban la otra Barcelona; la vieja, la gótica, la eterna. El crisol de razas, atuendos e idiomas de las gentes que poblaban las aceras gritaban su carácter universal y cosmopolita. La frontera entre el mar y la tierra en la Barceloneta enfrentaba la gran llanura azul contra la cordillera de cemento que dibujaban los perfiles de sus construcciones.

Barcelona me pareció al mismo tiempo un pequeño pueblo y una gran urbe. Tremendamente parecido y radicalmente distinto a mi Coruña natal. Tan abierta y explicita como inaccesible y secreta. En esa mañana detesté y al tiempo caí profundamente enamorado de aquella tierra. Con el tiempo mis reticencias se extinguieron y mi amor que ha ido creciendo, lo que me hace regresar a ella cada vez que encuentro excusa u ocasión.

Recorrimos la Diagonal, luego la Gran Vía hasta encontrarnos con el Paseo de Gracia que nos llevó hasta Plaza Cataluña y posteriormente a La Rambla. Luego la Rambla, desde Canaletas hasta Colon, con paradas obligadas en el mágico mercado de la Boquería, el Liceu, el ensanche de la Plaza del Teatro.

Nos perdimos por el barrio gótico y el Raval, por un sinfín de calles y plazas de las que jamás sabré el nombre pero que se dibujan en mi memoria sin esfuerzo alguno y, horas más tarde, cuando la eterna tarde de agosto daba paso a noche, tomamos un taxi para visitar el restaurante preferido de las chicas, El Jardí de l'Àpat, un precioso restaurante al lado del Parque Güell donde degustamos una exquisita parrillada, los tradicionales calçots y una deliciosa crema catalana. Todo ello en una impresionante terraza que se abría ante una amplia vista panorámica de la ciudad. Después nos dirigimos a Montjuic a la discoteca La Terrrazza. Una impresionante sala al aire libre donde bebimos y bailamos hasta bien entrada la madrugada.

Eran más de las 6 y ya casi apuntaba el día cuando borrachos y agotados pagamos el ultimo taxi hasta el apartamento. Las chicas con voz pastosa insistieron es dormir los tres juntos y así lo hicimos, en la cama de Silvia, caímos anestesiados entre risas besos y tonterías.

Abrí los ojos para encontrarme completamente solo en la cama. Cogí mi teléfono y comprobé que pasaba ya de las 11 y media. Con pereza fui al baño, también desierto y una vez aliviado de parte de la carga líquida de la noche anterior decidí ducharme. Fresco y con fuerzas renovadas me puse unos pantalones cortos muy cómodos y una camiseta y me dispuse a disfrutar de mi último día en Barcelona.

Cuando llegué al salón me encontré a las chicas. Disfrutaban también. Pero de distinta manera.

Silvia, recostada en el borde del sofá disfrutaba de la boca de Rebeca en su sexo. La joven, tan absorta en su trabajo como desnuda, se concentraba sentada a gatas en dar placer a su amiga que la guiaba con las manos en su cabeza fiel a su costumbre. Silvia me vio entrar y me guiñó un ojo de manera cómplice. Yo, con más ganas de espectáculo que de acción decidí sentarme en un sillón, al lado de ambas para disfrutar de las vistas. Rebeca se detuvo unos instantes para saludarme con una sonrisa y continuó su labor incorporándose sobre sus piernas con el culo en pompa para ofrecerme una vista completa de su hermosa retaguardia.

No tardé más de un minuto en excitarme y desabrochando los pantalones saque mi polla y comencé a acariciarla con suavidad, queriendo alargar el momento todo lo posible. Silvia repartía su tiempo en gemir y orientar a Rebeca sobre dónde y cómo acariciarla. La alumna se esforzaba por complacer a su maestra y obedecía con inmediatez y sumisión cada indicación mientras me provocaba meneando su culo al ritmo de su caricia.

Rebeca estaba completamente entregada, ya no quedaba en ella ni un atisbo de la mojigata que Silvia me había contado que era. Enterraba la cabeza entre los muslos con avidez, sacaba la lengua para castigar con ella todo el sexo de Silvia y se esforzaba en arrancar unos gemidos que mi novia dispensaba con generosidad.

Con mañas de experta pasó una de sus manos por debajo de su cuerpo y se apoderó también de su propio sexo acariciándolo con sutileza. Desde mi posición podía ver sus dedos emergiendo entre sus muslos acariciando su intimidad, abriéndola y exponiéndola, inflamándola con movimientos torpes pero efectivos. Rebeca aprendía, y lo hacía rápido guiada tanto por la habilidad de sus maestros como por la urgencia que provocaba la extrema facilidad con la que accedía a cada orgasmo.

Estiró todo lo posible su mano aniñada, hasta que consiguió el ángulo necesario para penetrarse con los dedos y dos de ellos entraron y se enterraron en su cueva, para iniciar un frenético baile de entrada y salida de su coño que dejaba, en cada retirada, bien a la vista la tentación de su gruta completamente expuesta ante mis ojos. Sus dedos en cada viaje, extraían densos jugos que los humedecían hasta hacerlos brillar, y su cadera acompañaba cada movimiento de sus manos con un golpe seco que hablaba muy a las claras del efecto que la caricia causaba en su cuerpo.

A los pocos minutos mi novia, que seguía recibiendo sin interrupción la caricia de una Rebeca que había aprendido a simultanear su placer con su tarea oral, entró en trance y disfrutó de su orgasmo mañanero con los ojos cerrados y un semblante tranquilo y quiero. Nada que ver con la agresiva actitud de la Silvia - varón de la mañana anterior.

Verla disfrutar así, con el rostro iluminado de placer me hizo echar en falta ese color rosado que tomaba su cara cuando estaba bajo mi hechizo. Tenía que hablar con ella y dormirla en siguiente ocasión que tuviésemos, en un próximo viaje a Barcelona o, en el peor de los casos, cuando ella regresase a casa al final de verano. Aun así, su mueca serena de placer, sus labios humedecidos y medio abiertos y esa deliciosa dejadez con la que se dejaba invadir por sus sensaciones, incrementaban su belleza haciéndola brillar ante mis ojos como una aparición, como una diosa perfecta digna de ser admirada toda una vida.

Una vez terminado, fue el turno de Rebeca que ocupó su espacio en el sofá para que Silvia se colocase en posición gatuna, algo girada hacia mí, por lo que la visión de su culo arqueado, con su coño pelado emergiendo por debajo de él era, en esta ocasión casi frontal.

Rebeca demostró que todavía seguía bajo el influjo de mi Don y a los pocos segundos de que Silvia iniciase su caricia ya corría rauda hacia su placer. Silvia con maestría alargaba el momento ralentizando sus caricias, separándose de ella para llevar su mano e introducir dos dedos en su sexo, regresando a su ataque con la lengua sobre el clítoris o lateralizando la caricia para mordisquear el interior de sus muslos.  Rebeca disfrutaba jadeando al punto de ahogarse, con respiraciones superficiales, cortas y rápidas, mientras abría sus piernas todo lo posible y las elevaba casi contorsionándose colocando sus talones prácticamente a la altura de su cabeza.

Silvia, entretanto, arqueaba la espalda para ofrecerme el espectáculo de su gruta abierta y disponible con el hermoso y redondo dibujo de su ano justo por encima. Su posición era tan perfecta que todo su sexo era perfectamente visible, tan reluciente y húmedo, tan tentador, que parecía llamarme a gritos, invitándome a unirme a aquel festín entre mujeres.

Con mi polla tiesa, no me pareció lógico desaprovechar la ocasión que se me ofrecía por lo que, quitándome el pantalón y el slip, corrí a situarme detrás de Silvia y con la punta de mi miembro buscar la entrada de su coño.  Pasé mi miembro una y otra vez de arriba a abajo por su sexo, empujando contra su capuchón, luego penetrando uno o dos centímetros en él y por ultimo haciendo lo mismo en la entrada de su culo.

Pronto fui incapaz de contenerme y elegí su vagina para enterrarme en ella de un solo golpe, seco e impetuoso, penetrándola hasta el fondo. Su sexo me recibió abriéndose como una flor ella lo hizo con su habitual ronroneo gatuno. Empecé a bombear despacio, cuidando el no molestar el trabajo sobre el sexo de Rebeca que seguía gozando arrebatada, presa de su facilismo orgasmo.

Agarré a Silvia por las caderas, posando mis manos en su cintura y utilizando ese apoyo para poder moverme con más violencia sin descomponer el trío y me concentré en mí placer dispuesto a correrme dentro de ella, a disfrutar de mi orgasmo para luego seguir disfrutando de la escena lésbica que las chicas me regalaban.

Sin embargo, lo que sucedió a continuación nos dejó a los tres perplejos.

Una imponente y altísima rubia entró en la sala arrastrando una maleta con ruedas. Lucía un pantalón chino ceñido, de hilo blanco, que moldeaba unas piernas imposibles, largas y moldeadas. Un top también blanco dejaba a la vista un vientre liso y pálido, apenas dorado por el sol, con una sugerente gota verde y brillante suspendida sobre el hueco de su ombligo. Su perfil se combaba como una guitarra, elegante y estilizada y el pecho ofrecía la promesa de unas tetas firmes y bien proporcionadas, acordes con su elegante figura. Una melena larga, lisa y rubia presidía su cabeza al igual que unos carnosos y gruesos labios pintados en rojo lo hacían en su rostro, anguloso y definido pero arrebatadoramente simétrico.

Dos ojos grises, abiertos como platos, escrutaban con sorpresa el hallazgo de aquel trío en su salón. Con la boca abierta, y completamente ruborizada, recorría con la mirada toda la escena, de la pequeña Rebeca espatarrada en el sofá, a mí clavándome en mi novia, pasando por Silvia, colocada a gatas dando y recibiendo placer. Pronto el gesto de sorpresa y vergüenza fue dando paso a otro de ira, y con una voz potente y chillona emprendió a gritos contra sus dos compañeras.

-¡Menudas cerdas! ¡Si vais a hacer el guarro no lo hagáis donde yo me siento! - y luego mirando directamente a Rebeca le espetó – Joder con la monjita. Tanto remilgo y tanta ostia y al final se deja comer el coño por la Gallega - Dicho esto se marchó furiosa hacia su cuarto cerrando la puerta de un portazo.

Los tres nos quedamos atónitos, sin saber muy bien cómo reaccionar. La primera en hacerlo fue Rebeca que abrió las espitas de sus ojos llenando su rostro de lágrimas de vergüenza y rabia. Silvia reaccionó al instante y sacándome de su cuerpo se apresuró a abrazar a su amiga para intentar consolarla. Rebeca soportó el abrazo por unos segundos pero al rato partió disparada a su cuarto dejándonos a Silvia y a mí a solas en el salón.

  • ¿Qué coño ha pasado aquí? - pregunté confundido por la extrema violencia verbal de la escena que acababa de presenciar.

  • ¿Te acuerdas de lo mal que me recibió al llegar? Tenía sus razones. Montse es lesbiana, y estaba cortejando a Rebe desde que llegó aquí. Yo vine a cortarle el rollo. Ella la rechazó y le dijo que no quería practicar sexo hasta casarse y que además no le gustaban las mujeres. Entiendo que verla así hoy la hizo estallar de celos y rabia.

  • ¡Joder! Contesté alucinado, No sé cuál de las dos me da más pena. Vete a hablar con Montse, yo intentaré consolar a Rebeca.

  • ¡A Montse que la jodan! Gritó lo suficientemente alto como para asegurarse que su compañera podía oírla a través de la puerta. Yo me voy con mi amiga.

Dicho esto se levantó. Se calzó sus bragas y una camiseta que estaban tiradas en el suelo y partió como un rayo en busca de Rebeca.  Yo me quedé a solas, en aquel salón ajeno con la sensación de ser un actor que de repente se encuentra en un escenario, ante un público hostil, sin recordar su frase ni nadie en quien apoyarse. Sin saber que hacer empecé por lo más lógico y recompuse mi vestimenta. Luego me senté nuevamente en el sillón intentando decidir si me quedaba allí a esperar noticias, acudía a acompañar a las chicas o directamente saltaba por la ventana y no paraba de correr hasta llegar a Coruña.

Finalmente decidí lo menos lógico de todo, y armado con una coraza imaginaria de valor y paciencia, encaminé mis pasos a la puerta de Montse. Llamé con los nudillos y sin esperar respuesta entré en la habitación.

Montse estaba tirada sobre la cama, abrazando su almohada con la cara enterrada en ella, doblada en posición fetal y claramente llorando. A pesar de lo poco sugerente de la situación no pude evitar ver cómo, de lado en la cama, su posición y sus ceñidos pantalones dibujaban un potente trasero y el profundo surco de su sexo corriendo a esconderse entre sus piernas desde el final de sus nalgas. Sin mirar para mí, intuyendo que era Rebeca la que acudía me dijo entre sollozos.

-¡Rebeca, déjame en paz! ¡No quiero hablar con nadie ahora! mañana en el trabajo se van a enterar de lo pedazo de zorras que sois tú y tu amiga. - Lanzó esta amenaza mientras se giraba y quedó nuevamente pasmada, casi congelada, cuando en lugar de Rebeca se encontró conmigo dentro de su cuarto.

  • ¿Tu quien coño eres? - Preguntó a gritos – Haz el favor de largarte, gilipollas.

  • Tranquila, Montse. Relájate. Son Manuel, el novio de Silvia.

  • Me importa una mierda quien seas, y aún menos la puta de tu novia. Estarás contento con semejante zorra.

  • Entiendo que estés enfadada – dije con paciencia extrema aunque la niñata aquella empezaba a cabrearme – lo que acabas de ver descoloca a cualquiera, y más si sientes algo por Rebeca, pero nadie quería hacerte daño. No sabíamos que llegarías a estas horas.

  • ¿Y tú qué coño sabes que siento yo por esa zorra? ¿Ya te contó tu novia la historia de la lesbiana rechazada? ¡Menuda risa a mi cuenta! ¡Lárgate joder! - Esa última frase fue casi un alarido, y me asusté. Primero porque la pobre acabase perdiendo los estribos y atacándome, y segundo por si algún vecino nos pudiese oír y el episodio terminase con la policía en el apartamento.

  • Me voy. Dije serenamente mientras retrocedía marcha atrás hacia la puerta - Pero por mas enfadada que estés no pienso consentir que pases tu sola este mal rato. En diez minutos vuelvo para ver cómo estás, quieras o no. Y sin esperar respuesta salí de su cuarto cerrando la puerta.

Me senté en el sofá y medí de cabeza el tiempo prometido. Una vez transcurrido casi el doble, me acerqué hasta el cuarto de Rebeca mirando a través de la puerta entornada. Silvia estaba acostada en la cama con Rebeca a su lado, le hablaba al oído abrazándola y consolándola. Seguro de la capacidad de mi novia para ayudar a su amiga, me armé nuevamente de valor y volví a por el toro encerrado con la esperanza de que el tiempo la calmara.

Entré en el cuarto sin llamar, sin darle opción a rechazarme a través de la puerta y en cuanto entré, me encontré con sus ojos grises apagados buscando los míos y su cara congestionada por la rabia y el llanto.

-Siento haberme portado como una cabrona – rompió el silencio entre sollozos – Me sentí muy dolida y reaccioné mal. No tengo derecho a juzgar a nadie.  Y menos a ti. Tienes que ser muy buen tío para volver aquí a aguantar el tirón.

Aproveché su bajón para acercarme y sentarme a su lado en la cama con cuidado de no establecer contacto físico con ella. Para mi sorpresa, fue ella la que se abalanzó sobre mí rompiendo nuevamente a llorar.

La dejé hacer primero completamente inmóvil y luego, más tranquilo, acaricié su pelo con suavidad y mimo, intentando tranquilizarla. Su olor me invadía. Una mezcla de perfume y limpieza combinada con el aroma de su sudor provocado por la llorera. No pude dejar de asombrarme de lo dulce y apetecible de aquel aroma que era el complemento perfecto para tan hermosa mujer.

Transcurrieron unos instantes durante los cuales Silvia asomó su cabeza por la puerta. Con un gesto la hice entender que tenía todo aquello controlado y ella nos dejó nuevamente a solas arrimando la puerta al salir. Un minuto después Monste dejó de llorar y se separó de mí con suavidad. Clavó sus ojos del color del mar en invierno en los míos y me dijo.

  • De verdad que siento lo que dije de tu novia, y tranquilo, no voy a decir nada a nadie. Sois libres de hacer lo que os apetezca.

  • Escucha -respondí armándome de valor – lo que has visto es algo extraño, lo sé, pero no para Silvia y para mí. Somos una pareja muy abierta y Rebeca simplemente se dejó llevar. Entre ellas no hay nada, simplemente quiso iniciarse en el sexo y nosotros a ayudamos.

  • No hace falta que me expliques nada – dijo entre incomoda y molesta – Silvia dijo mil veces que no erais celosos y que podía liarse con alguien si quería, pero yo pensaba que fanfarroneaba. Veo que me equivocaba. La que me sorprende es Rebeca. No estoy por ella, pero me gusta, y verla así con vosotros me hizo saltar.

Sin duda el estrés y la rabia la hacían necesitar abrirse a alguien y yo a pesar de ser un completo desconocido, me vi premiado por las circunstancias con un nivel de confianza que, claramente, no me correspondía. Decidido a usar esta influencia para consolarla seguí incitándola a hablar.

  • Rebeca es una niña y lo fue durante demasiado tiempo – le dije con dulzura – era como una botella a presión. En cuanto saltó el tapón se disparó descontrolada.

  • Pues que suerte tenéis. Ya podría haberme pasado a mí.

Dijo estas palabras sin siquiera parecer consciente de su significado, y yo las recibí como una revelación. Aproveché mi posición de poder para empujar un poco más.

  • Estoy seguro de que si eres capaz de calmarte y hablar con ella podéis arreglarlo todo. No tenéis porque enfadaros ni vivir incomodas el resto del verano.

  • ¿Tú crees? - respondió miedosa – me pasé muchísimo con ellas.

  • Estoy seguro. Yo te ayudo – le dije con tono conciliador – Quien sabe, a lo mejor hasta consigues lo que no pudiste conseguir hasta ahora – lancé la caña a ver que sacaba.

  • Ya, seguro. Bastante sacaré si no me echan de aquí a empujones – y abrazándose de nuevo a mí me suplicó – ayúdame. No quiero ser la cerda de la oficina.

  • Duérmete Montse - Le dije al oído suavemente para notar inmediatamente como su cuerpo se desplomaba entre mis brazos.

La ayudé a caer estirada en la cama y la dejé allí, tranquila y durmiendo. Ya completamente relajada pude disfrutar de la belleza tranquila de su rostro. Su piel lucía deliciosamente dorada. De ese dorado tenue y sutil que alcanzan las rubias elevando su belleza a lo arrebatador.

Recorrí con mis dedos su rostro, y repasé con las yemas el contorno de sus carnosos labios. Seguí explorando bajando por su mentón y su cuello, en donde al retirarse su melena, pude ver un pequeño tatuaje en su lado izquierdo con la pregunta “WHY NOT?” en discretas letras negras. “Why not?” , me pregunté a mi mismo seguro de que deseaba también hacer mía a la última de las habitantes de aquel apartamento.

Continué mi descenso hasta llegar a la suave tela de su top.  Mis dedos buscaron entonces la curva de uno de sus pechos acariciándolo primero y tanteándolo después. Sus tetas eran firmes, suaves, sugerentes. Intenté estimular su pezón a través de la tela pero entre esta y su sujetador me resultó casi imperceptible, por lo que deslicé la mano por debajo de su ropa para luego sortear por encima su sostén y acariciar directamente la piel debajo de la tela.

Mis dedos descubrieron en la cima una amplia zona rugosa que marcaba su areola y en la cúspide un poderoso pezón me dio la bienvenida, esta vez sí, estimulándose con fuerza. Jugué con ellos por unos segundos sin que este juego provocase demasiado estimulo en mi muñeca. Pero si lo hizo en mi miembro, que se despertó altivo recordando el polvo interrumpido de hacía apenas una hora.

Más animado seguí recorriendo su cuerpo tras devolver el orden a su parte de arriba. Acaricié su vientre y exploré el pequeño adorno que ahora reposaba enterrado en el agujero de su ombligo unido a su cuerpo por un pequeño aro dorado y después de eso fueron sus pantalones los que reclamaron mi atención como una luz atraía a los insectos.

Pase mis manos sobre la tela tanteando sus muslos y sus caderas, las dejé caer hasta enterrarse bajo su cuerpo, una a cada lado, para apoderarme de sus firmes nalgas, y posteriormente regresaron a la cima de su prenda y una de ellas buscó su intimidad con decisión.

El surco en su entrepierna era generoso, marcado y definido, y podía recorrer la promesa de su hendidura intima sin dificultad aun a través de las barreras de sus pantalones y sus braguitas. Este estimulo si pareció despertar emociones en mi yaciente juguete, que separó tímidamente los labios mostrando una perfecta hilera de dientes extremadamente blancos e impecablemente alineados.

Arrebatado por la sensualidad de esa boca acerqué la mía probándola, disfrutando de la carnosidad de aquellos labios inertes mientras con mi mano desplazaba su mandíbula para generar el hueco necesario para profanar con mi lengua su boca. Su saliva era dulce, deliciosa, una sabrosa humedad que despertó un deseo que me serviría para planificar durante el día todo lo que aspiraba a disfrutar cuando el látigo de mi influjo encendiese sus carnes esa misma tarde noche.

Devolví mi interés a su sexo y mi mano regresó a su entrepierna, esta vez con más fuerza. Clavando la punta de mis dedos en su piel tuve la sensación de que debajo de la tela no encontraría pelo alguno, y arrebatado por la curiosidad, decidí comprobarlo.

Desabroché el botón de su cintura y bajé completamente su cremallera para luego buscar el hueco entre la piel y sus bragas invadiendo su pubis con mi mano. Comprobé mi error al encontrarme con una suave mata de pelo extremadamente fino, sedoso, tan suave que me pareció imposible.

Retiré la mano y con los dedos empujé hacia abajo el frontal del elástico de sus bragas dejando a la luz una deliciosa mata de cabellos rubios, sutilmente arreglados y recortados y sobre la línea derecha de su ingle el inicio de un segundo tatuaje. Deslicé mis dedos empujando las bragas para descubrir otro mensaje impreso en su piel con el mismo color y letra que el de su cuello. “I´M SAYING YES!”. Las sensaciones que despertaron en mí aquel segundo adorno fueron simplemente indescriptibles.

Ya metido en faena mi mano prosiguió su viaje submarino bajo sus bragas y superando su pubis se adentró en su sexo. El capuchón de su clítoris, cerrado y abultado marcaba la frontera de un desierto de pelo, abriéndose a una entrepierna completamente depilada. Su sexo era suave, delicado pero prominente, con dos poderosos labios que se elevaban como cordilleras montañosas para sumirse abruptamente en el surco de su intimidad.

Enterrando mi dedo allí encontré sus primeras humedades. Su secreto me abrió las puertas rodeándome por su calor. Ya desde el interior de su surco pude distinguir el contorno de sus labios menores, la entrada a su vagina, y más arriba la base de su órgano de placer que reaccionó al contacto con inmediatez.

La primera caricia sobre su clítoris encendió su respiración y la segunda y las sucesivas despertaron los primeros jadeos. Poco después su cadera avanzaba instintivamente hacia mi mano ampliando la disponibilidad de movimientos, lo que aproveché para profundizar nuevamente en su sexo a la busca de su entrada.

Mi dedo avanzó por su conducto para, acceder a su interior. Allí me recibió un estrecho y cálido pasillo que despertó en mí un ansia loca por poseerla. Acaricié las paredes de su interior hasta arrancar profundos gemidos de placer que se acompañaron de contracciones de las paredes de su sexo. Saque mi mano de su sexo chupándome los dedos para descubrir el siempre delicioso sabor íntimo de una mujer joven y bella, y con determinación tiré a la vez de sus pantalones y sus bragas bajándoos hasta por debajo de las rodillas.

Con cuidado doblé sus rodillas y junté sus pies manteniendo sus piernas elevadas con uno de mis brazos, luego deje caer suavemente una rodilla a cada lado dejándola completamente abierta, con sus pies juntos y atenazados por la cárcel de la tela en las pantorrillas. Mis manos abrieron su sexo dejando a la vista toda su intimidad, de un rosa princesa, apetecible al punto de la locura. Mis dedos abrieron su cueva con habilidad para darme de bruces con un rosado y perfumado paisaje digno de una mujer tan arrebatadoramente bella y joven.

Ahí estaba ante mí, el nuevo objeto de mi deseo. Dejé que nuevamente mi dedo se acercase, que recorriese la entrada caliente y expuesta de mi muñeca para finalmente penetrar con cuidado dentro de ella. Su sexo cedió permitiendo la entrada al intruso que se hizo dueño de ese espacio sin dilación. Curvándose para recorrer cada centímetro accesible, memorizado cada pliegue y cada pequeña rugosidad en aquella nueva gruta que sin duda quería conquistar.

El riesgo a perder la cordura, y el riesgo aun mayor de ser descubierto por las chicas supuso la triste necesidad de finalizar mi exploración previa a mi siguiente conquista y retirándome de su interior procedí a recomponer su ropa y abrochar su pantalón para despertarla.

La coloqué entre mis brazos reproduciendo lo mejor posible el abrazo en el que se había dormido y procedí a despertarla.

  • Despierta Montse.

  • Tal y como ya estaba acostumbrado a ver, Montse recobró la conciencia y continuó con su abrazo como si nada hubiese pasado.

Esperé unos instantes y me separé de ella

  • Voy con las chicas. Relájate unos minutos y únete a nosotros. Te garantizo que todo va a ir bien.

  • Seguro que no. Silvia no me perdona en la vida – respondió resignada.

  • Hazme caso. Es más fácil que al acabar el día estemos los cuatro en la cama a que Silvia resista enfadada. Es más, al golfo que llevo dentro le encantaría lo primero.

  • No creo que me perdone, pero gracias por ser como eres. Me has ayudado mucho – Diciendo eso me regaló un tierno beso en la mejilla – Eres un tío genial.

-Tú también me lo pareces. Quiero que pasemos el día juntos y que me enseñes lo que me queda por ver de Barcelona. ¿Qué mejor que una guía local?

-Encantada. Te lo mereces.

-Dame unos minutos para ablandar a las chicas y vente al salón.

Me puse en pie y salí del cuarto en busca de las chicas. Ellas estaban en el salón, en silencio, esperando acontecimientos. Al verme llegar Rebeca, ya tranquila vestida y duchada me preguntó

  • ¿Cómo está?

  • Se está tranquilizando un poco – contesté intentando hacer entender en vano a mi novia, – Demasiada emoción.

  • Me siento fatal – dijo Rebeca con postración.

  • Para nada – Respondió Silvia. - Es una cabrona de primera

  • No te pases, - sancioné a mi novia – ponte en su lugar. Tuvo que alucinar por colores.

  • Eso es cierto – dijo Rebeca saliendo en mi apoyo – tú no lo entiendes porque eres la caña – Dijo Acariciando el brazo de Silvia – pero yo si ayer me encuentro con esto me caigo redonda al suelo. Y más si es un chico que me guste… o una chica.

Los rescoldos de candidez y de indefinición de una Rebeca que acababa de descubrir el mundo del sexo de una forma tan extrema provocaron en Silvia, muy a su pesar, una risa sorda, que sirvió de bálsamo a su enfado.

  • Vamos a dejarla sola un ratito – dije yo con serenidad mirando a Silvia – ya estaba arrepentida cuando hablé con ella, seguro que se disculpará con vosotras en cuanto venga.

  • Ojalá – respondió Rebeca con sinceridad y alivio.

Nos quedamos los tres callados, sentados en el sofá esperando a que Montse acumulase fuerzas para enfrentarse a sus compañeras de piso. La calma era tensa como la previa a toda batalla. Yo estaba más tranquilo ya que conocía el estado anímico de Montse, pero aun así, la reaccione de las chicas, sobre todo la de Silvia me preocupaba. La espera duró más de diez minutos tras los que Montse, cabizbaja y visiblemente nerviosa apareció en la sala.