Las Muñecas 26

Silvia y Manu liberan a Rebeca de sus miedos y tabues antes depasear a Manu por Barcelona. CAPITULO DEDICADO A felnop. Tardé mucho en complacer tu propuuesta pero aquí está. Espero que todavía sigas la saga y que te guste. Gracias a todos los que me seguísteis estos 25 capitulos y los que quedan

XXVI

Eran las 9 de la mañana cuando el teléfono de Silvia nos sacó del sueño. Lorena llamaba su hermana.  Según transcurría la conversación Silvia sonreía más y en un momento dado dijo a Lorena que ponía el altavoz para que yo también pudiese oír.

  • Cuéntale a Manu todo desde el principio. -  ordeno entusiasmada Silvia a su hermana.

-  Pues eso, que ayer a la tarde me lancé a por Roberto.  Como me dijiste Manu, le dije que ya estaba bien de mirarnos como idiotas y me lancé a su boca.  A los 3 minutos nos habíamos encerrado en el despacho y nos quitamos las ganas de meses.

-  Fantástico - conteste yo - estaba convencido de que iba a funcionar de maravilla.

-  Pasamos la noche entera follando, y aunque no es tan bueno como tú, sí que es resistente.  Ahora mismo estoy escocida ahí abajo - dijo entre risas sin la más mínima vergüenza.

-  Me alegro muchísimo por ti - dijo Silvia mirando para mí agradecida por el favor que había hecho a su hermana

-  Yo también, esta tarde quedamos otra vez para salir a cenar y a la noche espero que haya más de lo mismo.  Me dijo que llevaba muchísimo tiempo colgado por mí, pero que no sabía cómo dar el primer paso.

Silvia daba saltos sentada en la cama absolutamente feliz por su hermana. Mientras tanto Lorena nos detalló el encuentro, desde el primer polvo furtivo en el despacho, pasando por la cena con prisas de después y la noche de sexo en casa de sus padres.  Parecía totalmente entusiasmada y hablaba rápidamente con emoción. Cada palabra despertaba una tremenda alegría en Silvia que palmoteaba como una niña ante un regalo. Más de diez minutos después en los que ambas hermanas navegaron por los detalles de la cita Lorena colgó el teléfono tras confirmar nuestra cita del lunes y dejando a Silvia en una nube emocional de felicidad.

  • Gracias Manu – me dijo estampándome un sonoro beso en los labios – Ahora vamos a rescatar a la virgencita.

Trazamos el plan a seguir y en cuanto oímos a Rebeca pululando por la casa lo pusimos en marcha. Vestido solo con el calzoncillo y la camiseta me dirigí a la cocina y allí me puse a preparar un tazón de leche en el microondas. Cuando estaba en plena faena en la cocina entró Rebeca, me saludó con timidez y se acercó a mí dándome dos besos en la mejilla. La manera de acercarse a mi cuerpo, casi pegándose, y el largo tiempo que dejó su cara pagada a la mía me hizo saber que ya estaba bajo el influjo del efecto de mi hechizo.

- Buenos días Rebeca. ¿Qué tal dormiste?

-  Bien - contestó ella - ayer estaba completamente agotada.

-  Si cuando llegamos dormías como una marmota.  Espero que no te molestásemos por la noche.

-  ¿Y por qué me vais a molestar? -  preguntó extrañada.

-  Bueno, - mentí - después de tanto tiempo sin vernos teníamos muchas cosas que hacer y somos especialmente ruidosos.

La clara referencia sexual encendió a Rebeca que, completamente ruborizada por la vergüenza, comenzó a debatirse entre la prudencia y el ansia por saber más. Después de tantas horas de sueño tenía que estar completamente encendida y así lo demostraba la feroz mirada que me dirigía cada vez que pensaba que no la estaba mirando. Convencido de ser capaz de manejar la situación de un paso más adelante.

- Ayer Silvia me contó lo de tu sueño. Es un halago para mí que hayas tenido ese sueño conmigo nada más conocerme.

Rebeca estaba roja de vergüenza y al mismo tiempo podía observar como su respiración se agitaba y su grado de excitación crecía.  A través de su pijama rosa podía distinguir la punta de sus pezones clavándose en la tela.  Rebeca parecía completamente excitada, lista para pasar a la acción.

- ¡Voy a matar a Silvia! -  dijo con falso enfado, - ahora no soy capaz de mirarte a la cara.

Me acerque a ella puse mis manos sobre sus hombros acercándola un poco a mí y clavando mis ojos en los suyos.

- Lo que te dijo Silvia es cierto. Tenemos una relación muy abierta y me encantaría que pasases esta mañana con nosotros e hiciésemos los tres el amor.

Rebeca, a pesar de querer disimularlo, jadeaba de excitación. Podía notar cómo apretaba las piernas intentando controlar las sensaciones qué gritaban a su cuerpo desde su sexo. También podía notar como, en su cabeza, el ansia por encontrar satisfacción iba derrotando poco a poco a su reticencia.

- Soy virgen - contestó a modo de excusa.

- Pues ya va siendo hora de que dejes de serlo, ¿no te parece?  - Contesté con seguridad.

La acerque a mi cuerpo tirando de sus hombros con mis manos y antes de que pudiese reaccionar la encerré en un abrazo y busque su boca. Ella capituló al momento, dejándose hacer. Entreabriendo sus labios dejó paso a mi lengua que la invadió con urgencia.  Solo unos segundos después su lengua busco la mía y mi ataque se convirtió un tórrido beso. Aprovechando la ventaja bajé mis manos por su espalda para luego llevar una hacia adelante, hasta su vientre, e inmediatamente subir con ella en busca de uno de sus pechos.  La caricia despertó un quejido en su boca, apagado por la mía mientras sus caderas avanzaron hacia mí pegándose mi cuerpo.

- Nunca me sentí así - dijo ella separándose de mis labios - quiero hacerlo contigo, pero no quiero que Silvia se enfade conmigo.

- No lo hará, ella te quiere mucho y no solo le parece bien compartirme contigo, si no que me dijo que le gustaría ser ella la que te hiciese sentir por primera vez.

  • Pero es raro – protestó con un tono entre tímido y asustado - somos amigas, no sé yo si las amigas pueden hacer esto sin que cambien las cosas después.

- Las amigas tienen que hacer lo que sientan, precisamente por ser amiga todo lo que pase será más natural. Tienes que decidir tu misma si quieres hacerlo. A mí me encantaría ver cómo Silvia y tú os descubrís una a la otra, y me gustaría poder disfrutar con las dos.  Pero es decisión tuya. Tú mandas

  • De acuerdo - contestó ella aún con un deje de vergüenza - pero no tengo ni idea de que hacer. Nunca he estado con un chico y menos todavía con una chica.  Me han educado así, ni siquiera soy capaz de masturbarme sin sentirme tremendamente culpable después. Es más, ni siquiera puedo llegar al final por pura vergüenza.

- No tiene por qué pasar nada raro - respondí - si quieres podemos probar empezar y si en algún momento te encuentras incómoda paramos.  Eres una mujer preciosa, es una pena que no disfrutes de tu cuerpo ahora que eres joven. Silvia está en la habitación ¿quieres que vayamos a despertarla?

Asintió con la cabeza y se dejó guiar cuando cogida por el hombro, la llevé hasta el dormitorio.  Allí, en la cama, esperaba Silvia fingiendo dormir. Entre susurros le indique a Rebeca qué se acercarse a ella y la despertarse con un beso.  Ella aceptó y yo, para dejarle claro de qué iba el asunto, comencé a desabrocharle muy despacio la chaqueta del pijama.  Rebeca se dejó hacer bajando la mirada cuando sus pechos quedaron expuestos ante mis ojos.

Yo, experto en incendiar cuerpos ansiosos, me agache ligeramente y besé cada uno de sus pezones con un roce suave y largo.  Luego aprovechando mi postura me deshice de su pantalón dejándola completamente desnuda.  Levantándome guíe mi mano hasta su sexo enterrándola entre sus piernas y comencé a acariciar suavemente su mata de pelo mientras buscaba nuevamente su boca.

Para cuando me detuve Rebeca se agitaba incapaz de contener sus sensaciones. En un arrebato de necesidad tomó de nuevo mi mano y la llevo de vuelta a su entrepierna. Acepté la invitación y esta vez mis dedos penetraron en el surco de su sexo, lo que provocó en ella un profundo gemido. Busqué su clítoris jugueteando con él con la yema de mi índice y en cuestión de segundos, sin apenas esfuerzo, Rebeca, apoyándose en mis hombros para poder permanecer de pie, estalló en un largo e intenso orgasmo que, por más que fuese su necesidad y su ansia, parecía ciertamente prematuro.

Su cuerpo se agitó mucho más allá de medio minuto y luego, poco a poco, sus caderas, su respiración y su ánimo regresaron poco a poco a la normalidad. Retiré mi mano de su entrepierna y, dándole un pequeño cachete en el culo, le indique con la cabeza que le tocaba ella a entrar en acción.

Rebeca, dubitativa, se fue acercando a Silvia, que seguía fingiendo estar completamente dormida. Buscó su boca y mirándome nuevamente, como pidiendo consentimiento, y posó sus labios sobre los de mi novia. Silvia abrió los ojos fingiendo sorpresa al despertarse. Rebeca hizo ademán de retroceder avergonzada, pero Silvia, preparada para ello, avanzo el terreno perdido pegando nuevamente sus bocas. Luego estiro los brazos y la atrajo hacia la cama. Los pechos desnudos de Silvia emergieron debajo de las sábanas, y apartándose hizo hueco para que su amiga se acostase a su lado. Rebeca lo hizo y las manos de Silvia comenzaron a recorrer su cuerpo con ansia de conquistador. Mientras una mano buscaba uno y otro de sus pezones la otra se enterró directamente en su sexo. Ella apretó las piernas al sentir el contacto, pero Silvia miró para ella y le dijo suavemente.

-Así no, o Manu no podrá verlo. -  y con suavidad separó sus piernas dejándola completamente abierta ante mis ojos.

La mano volvió a su lugar y comenzó un devastador jugueteo con cada una de las esquinas de su sexo. Exploró sus labios marcando su contorno con las yemas de los dedos acariciándola con más y menos presión, de arriba abajo, sin prisa, dejando que las sensaciones se esparciesen por todo el cuerpo de aquella virgen entregada, sumisa, ávida de encontrar placeres tanto tiempo negados.

Sus dedos encontraron el pequeño clítoris y comenzaron a masajearlo muy despacio, con extrema delicadeza mientras que, llevando la otra mano a la zona, penetraba su gruta ayer virgen con un dedo sin encontrar resistencia.

Rebeca se arqueaba tensando su cuerpo imbuido por esa mezcla de pasión, deseo, ansiedad y vergüenza que poco a poco la estaba llevando nuevamente a la locura. Mordía sus labios secos para luego abrir la boca buscando aire, un aliento que la sacase de la dulce muerte que sentía que se avecinaba. Silvia, que a pesar de su poca experiencia con mujeres era ya una experta consumada en intuir cuando el desenlace es inminente e inevitable, retiró la mano que acariciaba el clítoris para recolocar su postura y, metida entre las piernas de su amiga, llevar su lengua al punto más sensible de Rebeca, comenzando un lameteo constante, firme y decidido, moviendo su lengua ahora de arriba abajo pasando una y otra vez sobre su glande, ahora en pequeños círculos envolviéndolo ahora dejándola quieta presionando directamente.

Rebeca ardía, y sus gemidos llenaban la habitación llegando a mis oídos tras recorrer el escaso metro y medio que me separaba de las amantes. Yo, ya desnudo y completamente empalmado, esperaba mi turno mientras disfrutaba de aquel mágico espectáculo. El orgasmo de Rebeca me llevó a acercarme, y arrodillándome junto a la cama, me hice dueño con mi boca de uno de los redondos pechos que subían y bajaban de forma abrupta al ritmo de la respiración de aquella niña - mujer. El orgasmo fue más largo e intenso que el primero, como el banquete del hambriento tras demasiado tiempo de ayuno auto infringido. En la cama ya no había una pobre niña. Sino el cuerpo rendido a su placer, maduro y adulto, de una mujer preparada para disfrutar de sí misma y de los demás de formas que hasta esa mañana estaban prohibidas.

Silvia, satisfecha y orgullosa por su logro, dejó que Rebeca se relajase durante casi un minuto y luego, como si fuese un ser incapaz de moverse por sí misma, guio sus movimientos hasta dejarla sentada al borde de la cama, justo a mi lado. Con un ademán me invitó a levantarme y ponerme en pie, orden que obedecí al instante y sentándose ella a pocos centímetros de su amiga me tomó por las caderas y llevó su boca a mi miembro, besando e introduciendo la punta de mi falo en ella e iniciando una lenta y suave felación.

Rebeca contemplaba la escena que se desarrollaba a pocos centímetros de su cara con fascinación. Seguía con sus ojos la boca de Silvia viajando por mi piel más íntima, escondiendo mi glande en su interior, sacando la lengua para recorrer todo el tronco de mi polla, observaba como las manos de mi chica acariciaban suavemente mis testículos. Unos segundos más tarde, Silvia retiró su boca de mi sexo y sujetando suavemente la cabeza de Rebeca la animó a sustituirla.

Rebeca, al contrario de lo que esperábamos, no dudó ni por un instante y se abalanzó inmediatamente a por mi intimidad. Su boca enterró la punta de mi miembro y pude notar como su lengua, dentro de ella, lo probaba, lo saboreaba acariciándolo. Luego avanzó un poco más, enterrando un trozo más de mi polla en su boca y comenzó un torpe pero delicioso recorrido de adelante a atrás masturbándome con sus labios mientras su lengua aprendía y descubría mis formas y mis sabores.

Pregunté a Rebeca si alguna vez había hecho esto antes, ella, retirándose de mí miembro clavó los ojos en los míos para negar con la cabeza, regresando inmediatamente a su tarea. Ahora, imitando a Silvia, recorría con su lengua mi miembro por debajo, desde el pliegue del escroto hasta el glande, que era inmediatamente engullido por su boca cada vez que su lengua lo tocaba para regalarme tres o cuatro movimientos verticales dentro de su boca antes de volver a empezar.

Silvia abandonó la cama dejándonos solos, pero Rebeca ni siquiera se dio cuenta de ello, estaba completamente entregada a aquella caricia, que probablemente siempre había imaginado como sucia y asquerosa pero que ahora era evidente que le encantaba. Me aparté e ella y guiñándole un ojo me tumbé boca arriba sobre la cama. Ella inmediatamente se colocó a mi lado, impaciente por seguir disfrutando de aquel encuentro pero yo, con dulzura le expliqué lo que quería.

Una vez mas no dudó, giró sobre sí misma y trepó sobre mi cuerpo para colocarse en la postura del 69 y sin perder un segundo su boca atacó de nuevo mi miembro. En esa postura, a gatas, dejaba su entrepierna a pocos centímetros de mi cara. Durante unos instantes disfruté de aquella preciosa vista. Su pequeño sexo, apenas si perfilado, casi liso, estaba ligeramente enrojecido por nuestro trabajo con manos y su boca, y por los orgasmos disfrutados. Una tenue línea de vello púbico tapizaba los flancos de sus labios muriendo a pocos milímetros de la curva de sus ingles. Por detrás de su sexo su pequeño pero generoso y blanco culo dejaba expuesto ante mis ojos su entrada, un mínimo orificio, redondo y cerrado, tentador y erótico, del mismo tono blanco que el resto de su trasero y con apenas una pequeña corona de pelos alrededor.

Con mis manos acerqué y coloqué sus caderas hundiendo luego mi boca en su sexo. Rebeca recibió la caricia con un nuevo gemido y como respuesta arreció en la intensidad de su caricia dejando clara su ansia y disposición. Su sexo estaba caliente y húmedo y el sabor y el olor de aquel pequeño rincón se multiplicaba respecto al probado ayer mientras dormía. Mi lengua recogía su salitre y su acidez mezclado con un intenso y almizclado aroma a hembra excitada y dejaba a cambio calambrazos de placer que contraían su sexo e incluso los músculos de sus muslos en una convulsión tan visible como placentera.

Recorrí una y otra vez su pequeño pero muy sensible clítoris para después buscar su entrada, aquella que había estrenado la noche anterior para penetrarla una y otra vez con mi lengua. Rebeca chupaba ahora mi polla descoordinada, seguramente a causa de su creciente placer. Casi sin previo aviso, estalló de nuevo en un tercer orgasmo, jadeando al punto del grito mientras sus caderas aplastaban y arrastraban su sexo contra mi boca.

En ese momento lo tuve claro. La dulce niña incapaz de darse placer por vergüenza, manifestaba un nuevo e increíble efecto secundario a la hipnosis, una acentuada multiorgásmia. Estaba claro que esa mañana podríamos hacer con ella todo lo que se nos antojase y que cada una de nuestras acciones la haría estallar una y otra y otra vez.

Una vez restablecida, continué ganando terreno. Dejé que mi lengua resbalase detrás de su sexo y se adentrase en su precioso trasero. Mordí suavemente sus nalgas para luego taponar su ano con la punta de mi lengua que inició una sutil danza estimulándolo. Rebeca detuvo su caricia expectante, descubriendo y disfrutando ese nuevo contacto y yo, temeroso de asustarla regresé nuevamente a su sexo.

No percibí que esa caricia la hubiese asustado, más bien sorprendido, por lo que en cuanto ella retomó la mamada yo regresé por segunda vez a su trasero. Su respuesta fue contundente. Arqueó su espalda y su cadera para facilitar lo más posible mi trabajo y comenzó contraer su ano de forma sutil, como queriendo acrecentar las sensaciones. Aparté mi boca y llevé a su ano uno de mis dedos penetrándola con suavidad. Nuevamente detuvo su trabajo sobre mi miembro y de forma tímida preguntó.

  • ¿Así también?

  • Depende de ti – respondí – tú mandas.

  • Por favor, con cuidado – Autorizó ella regresando a mi miembro con despreocupación

Aun teniendo en cuenta las horas de hipnosis y el más que probable efecto secundario, Rebeca superaba con creces todas las expectativas que Silvia y Yo habíamos previsto. Aquella joven virgen con aspecto de niña y comportamiento reprimido estaba aceptando su iniciación con absoluto entusiasmo.  Ya habíamos arrancado varios orgasmos de su joven cuerpo y ahora, con mi boca pegada a su vagina y mi dedo castigando su ano la estaba guiando rápidamente a otro más.

Estábamos tan absortos en nuestro encuentro que apenas si notamos la ausencia de Silvia, pero lo que ninguno de los dos pudimos dejar de notar fue su regreso. Silvia se plantó delante de la cama completamente desnuda luciendo la terrible erección de su miembro de plástico.  El contraste de su piel clara y aquel falo resultaba ciertamente perturbadora. Rebeca detuvo su mamada y quedó absorta observando a su amiga. Silvia, con determinación se acercó a nosotros y agachándose buscó la boca de Silvia besándola, luego, arqueando aún más su espalda introdujo en su boca mi miembro enterrándolo casi por completo en su garganta para luego retirarse y besar con dulzura el glande.

  • ¿Estas lista para dejar de ser virgen? – Preguntó a Rebeca.

  • Si – contestó ella con un tono entre el miedo y la timidez – pero por favor, hazlo despacio.

Silvia asintió y enterró su boca en un nuevo beso a su amiga que, instintivamente se fue incorporando y retirándose de encima de mi cuerpo. Silvia, sin dejar de besarla, la guio hasta colocarla tumbada boca arriba sobre la cama, Gateando sobre su cuerpo al tiempo que Rebeca se acostaba hasta quedar cara a cara, una debajo de la otra con las piernas de Silvia ente las de Rebeca dejando el consolador a pocos centímetros de su sexo.

Sin dar más tiempo a dudas o esperas Silvia buscó la entrada al cuerpo de Silvia que la recibió completamente empapada, tanto por la excitación de la joven como por mi saliva. El consolador ganó así los primeros centímetros en el cuerpo de Rebeca, y lentamente penetró sin resistencia hasta que ambos cuerpos hicieron tope, impidiendo al falo progresar más allá. Rebeca recibió lo que para ella era su primera penetración ensimismada, completamente quieta y con sus ojos clavados en los de su amiga - amante. Silvia retiró el miembro de plástico hasta la mitad y le preguntó cariñosamente.

  • ¿Todo bien? ¿Quieres que siga?

  • Si, por favor. No me ha dolido nada y se siente muy bien.

Silvia, ya segura de que su amiga se encontraba cómoda comenzó a mecer el sexo de Rebeca con cuidado, entrando y saliendo dulcemente de ella. Tanto el morbo del momento, como los estímulos de los dos consoladores que fijaban el juguete a su cuerpo, y el cepillo que destrozaba su propio clítoris se unieron a los gemidos entusiastas de Rebeca y fueron poco a poco emborrachándola, enterrándola en sus propias sensaciones, por lo que consciente o inconscientemente su ritmo fue en aumento de forma progresiva.

Los primeros movimientos cuidadosos el encuentro fue derivando en un frenético entrar y salir del cuerpo de su amiga, que recibía por primera vez, al menos de forma consciente, ese estimulo. Rebeca ardía, incapaz de detener su cuerpo que corría ya hasta su cuarto orgasmo consecutivo. La intensidad de este la hizo gritar, lanzando largos y sonoros quejidos de placer, sumiéndola en un frenesí de sensaciones que no había disfrutado antes, resarciéndola de años de no sentir, de no gozar, convirtiéndola en un ser sexual, completamente entregada a la pasión y la lujuria.

El orgasmo de Rebeca fue la antesala del de Silvia, que se corrió penetrando a su amante todo lo profundo que le permitía su falso miembro. Mientras su falo entregaba a Rebeca un estímulo masculino, sus propias caderas se movían de esa hermosa forma en la que lo hacen las mujeres cuando estallan, cuando se consumen en su íntimo océano de sensaciones.

Yo, como observador inmediato de aquella erótica batalla pude ver arder a mis dos compañeras, y pude ver como ambas se descomponían de placer al mismo tiempo, como cada uno de los cuerpos celebraba su propio baile en aquella danza común y como el cuerpo de Silvia, entraba y salía de aquella agonía sin que Rebeca diese por finalizado su propio orgasmo. Luego, ambas relajaron sus cuerpos una sobre la otra, todavía fundidas en un abrazo íntimo, unidas cuerpo a cuerpo a través de aquel engendro ahora invisible, hundido en ellas por completo.

Silvia retiró su consolador de la gruta de Rebeca y se hizo a un lado, girando sobre si misma hasta quedar boca arriba. Mirando al techo tanto con sus ojos como con su incansable falo y yo, dispuesto a alargar todo lo posible aquel tórrido encuentro, tomé relevo entre las piernas de Rebeca, dispuesto a penetrarla inmediatamente.

  • Manu, preservativo. - dijo Silvia saliendo de su letargo – no queremos sustos.

Tomé un condón de la mesilla de Silvia y lo coloqué con prisas. Rebeca contempló con interés el proceso, y cuando ya estaba enfundado, ella tomó la iniciativa por primera vez en el encuentro.

  • ¿Podemos probar de otra manera? - dijo mientras se levantaba se daba la vuelta y se colocaba dócilmente a cuatro patas. - Me apetece probar así.

Sorprendido y maravillado a un tiempo, gasté un minuto en ayudarla a adoptar y mejorar su postura, indicándole con mis manos como debía colocar sus caderas, arquear su espalda y ofrecer su sexo para permitir un acceso más libre y profundo. Ella recibió las lecciones con atención y la mejor de las predisposiciones, y para cuando acabe de colocarla, su postura era casi perfecta, a la altura de la de una amante experta. Poder guiar y enseñar a una joven en su primera postura sexual “alternativa” incrementó mi excitación y, cuando mi miembro la penetró de una sola estocada, su firmeza, su tamaño y su grosor dejaban pequeño al artificial atributo de mi novia.

Rebeca descolocó su postura al sentirse invadida, doblando su espalda y consecuentemente alejando su sexo hacia dentro de sus piernas. Yo, sin retirarme de ella, la ayude a recolocarse y vigilé con mis manos que, con mis primeros vaivenes, ella arquease su espalda hacia adentro, en lugar de doblarla, y que concentrase su movimiento en las caderas, en ese baile de adelante a atrás que acompaña y acentúa el movimiento de un amante que ataca desde atrás. Ella aprendía rápidamente y en apenas unos segundos ya nos movíamos de modo compenetrado, como en una danza, y nuevamente las sensaciones la guiaban hacia el premio ya tantas veces alcanzado.

Decidido a no permitir que ninguno de sus orificios permaneciese virgen tras ese encuentro, y queriéndola preparar para aquello que sabía positivamente que iba a ocurrir, completé la follada buscando y penetrando su ano con mi dedo pulgar, adentrándome en el sin aviso ni previa conformidad. El resultado, ya esperado a estas alturas, fue un profundo aullido de placer que marcó la frontera de la eterna meseta de placer de Rebeca y un nuevo e intenso orgasmo.

Acrecenté el ritmo y la fuerza de mis ataques mientras Rebeca continuaba su rosario de sonoras y superficiales respiraciones y, cuando comprobé que tras casi un minuto de placer su orgasmo no tenía visos de acabar, tomé la decisión de completar su iniciación en medio de su locura. Retiré rápidamente mi miembro de su cuerpo, me deshice del preservativo y, antes de que ella pudiese siquiera moverse apunté primero y clavé después la punta de mi polla contra su ano, penetrando en su culo hasta enterrar por completo mi glande.

Rebeca, como respuesta, lanzó un agudo y sonoro grito que no supe distinguir si manifestaba placer, dolor o una mezcla de ambos, sin embargo no modificó su postura ni dejó que mi intrusión interrumpiese su orgasmo, ya de récord. Comencé a moverme en aquel culo virgen, preocupado de que cada empujón clavase mi miembro un poco más adentro que el anterior hasta sentir con júbilo y placer mi pubis estamparse contra sus nalgas. Rebeca terminó su orgasmo y su presencia y su ánimo se recompusieron, pero permaneció sumisa y tranquila otorgándome libre acceso a sus entrañas.

Silvia, maravillada ante la absoluta entrega y sumisión de Rebeca se movió en la cama contorsionándose, reptando y colocando su cuerpo para, poco a poco,  colocarse debajo de ella, con su cuerpo paralelo al de Rebeca, con sus piernas entre las mías y su siempre firme miembro a la altura de su sexo. Comprendí al momento su intención, y decidido a encontrar el límite de la resistencia de Rebeca, me dispuse a cumplir los deseos de mi novia.

Retiré mi miembro y tomando a Rebeca por las caderas la guie hasta empalar su coño en el consolador, sentándola sobre el cuerpo de Silvia y desde su espalda, tomé con mis manos sus pechos acariciándola al tiempo que besaba su nuca con mis labios y mi lengua. Rebeca se lanzó a un frenético baile de cadera sobre el falo que la penetraba, provocando un movimiento que a tenor de sus gemidos, conseguía encender también a Silvia.

Proseguí con el masaje sobre los pechos de Rebeca mientras notaba como nuevamente su cuerpo se tensaba y, antes de que entrase nuevamente en fase activa empujé suavemente su espalda hacia abajo, sobre el cuerpo de Silvia hasta casi acostarla y luego la ayudé a colocar sus caderas hasta dejar expuesto su culo. No sé si Rebeca esperaba o no lo que iba a suceder, pero cuando mi polla se unió por su entrada más estrecha al consolador que laceraba su sexo, explotó en un orgasmo inmediato, contorsionado su torso mientras ambos falos entraban y salían de ella para el placer de sus amantes.

Silvia desde abajo y yo desde arriba castigamos a la vez los dos orificios de una joven que menos de 24 horas antes jamás había experimentado con el sexo. El propósito de Silvia de “educar” a su amiga se había cumplido con creces, creando un ser explosivo, capaz de consumirse sin descanso durante horas.

Silvia empujaba con el fervor y la fuerza de aquella que se siente vencedora, sabedora de que, en el recuerdo de Rebeca, ella había sido la primera, y que probablemente en toda la vida de la joven jamás sería capaz de igualar una experiencia como esa. Ni siquiera el placer que producían los engendros que estimulaban todos sus orificios y su clítoris, podía llegar a competir con el otro placer; el que estimulaba su mente hasta el delirio, al saberse una sacerdotisa del sexo, una hembra capaz de hacer estallar a cualquier amante, de dinamitar cualquier limite y sobrepasar cualquier frontera con ellos o ellas.

Yo, por mi parte, penetraba una y otra vez a una mujer a la que había desflorado por todos y cada uno de sus orificios, una mujer que jamás me olvidaría, y que con toda seguridad nunca encontraría un amante capaz de hacerla arder con la fuerza, la intensidad y sobre todo la frecuencia con la que, gracias a mi don, la habíamos obsequiado en aquella mañana de locura.

Rebeca, entretanto, se consumía en su enésimo orgasmo, sin atisbo de dolor, meciéndose entre los dos cuerpos que la penetraban, rozando cada trozo de su piel contra uno u otro, en un baile tan errático como animal, entregada a sus amigos, a sus amantes, a sus maestros. Arrancando de cuajo, y probablemente para siempre, años de pensamiento reprimido y retrógrado y abriéndose a un mundo de sensaciones que la llenaban todavía más que los falos que la invadían con ritmo furibundo hasta llevarla al agotamiento.

La escena era tan extrema y el morbo tan intenso que la borrachera de emociones y sensaciones me impidió saber quién de los dos invasores sucumbió primero de placer. Ambos alcanzamos nuestros clímax que se desarrollaron sin que Rebeca interrumpiese el suyo. Me desparramé dentro de ella como sin duda habría hecho Silvia de ser aquello anatómicamente posible, y hasta el último de nuestros estertores quedaron solapados por el estruendo del devastador estallido de nuestra receptora que cayó fulminada sobre Silvia, rendida y exhausta hasta el límite.

Me retiré de su cuerpo y poco después el consolador siguió el mismo camino. Luego, acostándonos uno a cada lado de Rebeca, que descansaba boca arriba, la enterramos en un abrazo íntimo y cálido, dejando que su cuerpo se recuperase a nuestro calor y disfrutando de su sonrisa de plena satisfacción.