Las Muñecas 25

Manu y Silvia comienzan a jugar con su nueva muñeca.

XXV

Ya solos en el portal volvió a nuestra cabeza la muñeca dormida que teníamos en el salón. Subimos a su encuentro y al entrar en casa la vimos tumbada en el sofá en la misma postura en la que la habíamos dejado. Tal y como esperábamos nada había cambiado en todo ese tiempo. Decidimos que dado el tiempo que había pasado lo mejor era despertarla lo antes posible y para que no se extrañase al verse tapada por la manta la retiramos.

Lo que vimos al retirarla nos dejó helados. Rebeca estaba Completamente mojada. Tanto la parte superior del pantalón como buena parte de la chaqueta de su pijama estaban empapados. Alrededor de su cuerpo, sobre el skay del sofá un pequeño charco delataba lo sucedido. Rebeca se había orinado encima.

A pesar de lo comprometida de la situación no pudimos evitar un ataque de risa. Su pijama se pegaba al cuerpo y dejaba entrever la piel teñida con la transparencia de la tela. En su entrepierna un triángulo negro marcaba su pubis en la zona más empapada. Recobrada la compostura intentamos sobreponernos al problema. Obviamente no podíamos despertarla así, por lo que teníamos que trazar un plan.

Con cuidado desnudamos a Rebeca. Primero retiramos el pantalón dejando a la vista unas piernas definidas y bronceadas que viajaban cuerpo arriba hasta encontrar la frontera de piel blanca de la línea del biquini. En el centro su sexo, adornado con una mata de pelo negro, escasa en cantidad y perfectamente perfilada, destacaba en el blanco níveo de la piel no expuesta al sol. Al recolocar sus piernas pudimos observar su sexo virgen, adornado del mismo pelo escaso y rizado que cubría su pubis con los labios completamente cerrados sobre sí mismos. Unos labios finos, casi sin relieve, más parecidos a los de una niña que a los guardianes del templo de una mujer. Al retirar su chaqueta sus pechos, desnudos e igualmente destacados en piel blanca sobre el moreno de su vientre se mostraban altivos, con una redondez extrema, casi artificial, y una firmeza propia de su corta edad.

Una vez desnuda y mientras Silvia se llevaba el pijama tomé a Rebeca en brazos y la llevé hasta nuestro dormitorio donde la deposité sobre la cama. Su piel estaba fría y arrugada por la humedad, otro problema que debíamos resolver.

Me dirigí al baño de la habitación y regresé armado con dos toallas, una humedecida con agua tibia y la otra seca. Me acerqué al cuerpo de Silvia, y sentándome a su lado comencé a limpiarla.

Su torso apenas si estaba mojado, pero aun así pasé la toalla húmeda por su ombligo y su barriga y luego por la zona de los riñones y la cadera, intentando retirar lo más posible los restos de orina. Luego con cuidado sequé la zona con la otra toalla antes de adentrarme en su mitad inferior.

Lo primero que hice fue limpiar sus muslos y sus piernas. Por encima de la toalla pude sentir la firmeza de la musculatura de mi muñeca. Las piernas eran finas, parecidas a las de Silvia y estaban perfectamente definidas como las de una nadadora.

El interior de sus muslos eran una visión hermosa, dos muslos finos, morenos y rectilíneos que corrían hacia un sexo ahora expuesto entre sus piernas abiertas. Un sexo menudo y liso que permitía ver las dos finas líneas de piel de sus labios menores que corrían desnudos entre sus casi inexistentes labios mayores cubiertos de vello. En el fondo del pliegue, un mínimo ensanchamiento prometía la existencia de su abertura vaginal, en un hueco en el que difícilmente podría caber mi dedo meñique.

Pasé la toalla húmeda por aquel templo inexplorado y su roce provocó una pequeña agitación en la respiración de Rebeca. Repetí el movimiento con la toalla seca, repasando un par de veces su vello y su respiración dio paso a un ligero gemido. Al retirar la toalla pude ver como aquel sexo había cambiado sutil pero visiblemente. Los labios menores parecían más inflamados y ligeramente más abiertos y ahora sí, podía verse de forma más nítida la entrada a su sexo.

Vencido por la curiosidad interrumpí la limpieza para acercar mi mano a aquel sexo. Al sentir su contacto un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Muy probablemente mi mano era la primera mano masculina que recorría aquella piel. Con la yema de mis dedos fui dibujando todo el perfil de su sexo para luego, con sumo cuidado abrir un poco los labios de su coño y ver, completamente expuesta la entrada a su vagina. A un par de centímetros de su entrada, una fina capa de piel, empapada y brillante estrechaba la misma reduciéndola a un pequeño agujero de apenas uno o dos centímetros de diámetro. Tenía ante mis ojos el himen intacto de una joven vestal. Himen que sin la más mínima duda quería cobrarme, muy a pesar de la intención de mi novia de hacerlo con su negra polla de plástico.

Acerqué mi dedo a su cavidad y lo adentré en ella hasta topar de lleno contra la deliciosa frontera. Empujé un poquito y pude ver como esta, suave y elástica, cedía sin dificultad permitiendo el avance del mismo a su interior, por lo que, envalentonado, permití que mi índice la penetrase hasta casi entrar por completo, notando como su himen se abrazaba al invasor apretándolo sin romperse.

El calor de su cuerpo invadió el mío a través de mi dedo y a los continuos gemidos de placer que emitía Rebeca añadí un suspiro de tensión de mi boca que explicaba bien a las claras mis emociones. Con todo cuidado, tal y como la había penetrado, retiré el dedo para contemplar, con alivio, como el dilatado hueco de su himen regresaba casi al instante a su tamaño inicial, cerrando de nuevo aquel coño inexplorado.

A pesar de mi ansia por penetrar aquel templo, y mi más que potente erección, abandoné el sexo de mi muñeca y la giré para secarla y limpiarla por detrás. Su espalda era suave y lisa, con la piel perfecta y su culo, tal y como prometía bajo los vaqueros abundante y firme, con unas redondeces exquisitas, juntándose en una raja profunda y tentadora.

Terminé mi limpieza dejando a Rebeca completamente seca. Luego, para calentar su cuerpo helado la metí entre la ropa de la cama y la dejé allí completamente tapada para regresar a la sala a limpiar el sofá.

El que este fuese de plástico facilitó la operación y en apenas unos minutos este estaba completamente limpio y seco, listo para devolver a la niña a su lecho. Me dirigí al baño principal donde pude oír funcionando el secador de pelo e Silvia. Al entrar vi a Silvia intentando secar el pantalón de pijama con él, aplicando aire caliente a la tela que bailaba bajo la corriente del aparato. Aunque la operación parecía efectiva, era evidente que iba a ocupar mucho tiempo, por lo que me dirigí al baño de Rebeca a buscar también su secador.

Ya armados con ambos aparatos Silvia siguió trabajando los pantalones mientras yo me centraba en la chaqueta. Mientras tanto intenté convencerla.

  • Silvia, por favor, ya sé que quieres cobrarte tú la virginidad de Rebeca, pero yo jamás estuve con una chica virgen y me encantaría sentir la sensación de romperle el himen y penetrarla por primera vez.

  • Nooooo – dijo con voz caprichosa – te dije que era mía. Yo quiero ser la primera para ella. Quiero que me recuerde como la que la desvirgó

  • Lo entiendo, pero entiéndeme tú a mí. Es una oportunidad que probablemente pocas veces tendré, le he visto el himen mientras la limpiaba y la he tocado. Me muero de ganas de ser yo el que lo rompa. Tú con tu polla de plástico no vas a sentir nada. Yo en cambio puedo sentir como se abre por primera vez a un hombre. Por favor, te daré lo que me pidas.

  • ¡Eres un cerdo egoísta! - dijo con un enfado infantil - no voy a negarte esto, pero con dos condiciones.

  • Dispara. - Dije expectante y emocionado.

  • Primero que algún día yo querré hacer algo que tú no quieras y me cobraré el favor.

  • Hecho. -respondí sin pensarlo

  • Segundo, la desvirgarás ahora, dormida. - Dijo en tono serio – yo seré la primera para ella y tú podrás cobrarte tu himen.

  • También acepto, pero ¿No se dará cuenta?

  • No creo, hay que lubricarla bien antes de penetrarla y no tiene por qué darse cuenta. Ni yo ni la mayoría de las amigas con las que hablé del tema notamos nada al día siguiente de nuestra primera vez, o sea que dudo mucho que ella lo sienta. Así que acabemos con esto y vamos al lío.

Sin duda a Silvia se le había ocurrido una buena solución al problema. Ya había follado antes a muñecas dormidas y no suponía un problema para mí y, sinceramente, el hecho de que Rebeca me recordase o no como su primer amante me resultaba indiferente.

A los 10 minutos la tela del pijama ya estaba prácticamente seca. La ligera humedad restante bien podría atribuirse a sudor por quedarse dormida sobre el plástico del sofá. Así que, ya conformes con el resultado nos fuimos a por nuestra bella durmiente que nos esperaba impertérrita bajo las sabanas.

La primera en tomar la iniciativa fue Silvia que retiró de un solo gesto la ropa de la cama dejándola desnuda y de lado, en la postura que yo la había dejado, sobre la cama. Con un movimiento firme sobre su cadera la colocó boca arriba completamente expuesta.

-¡Que guapa es! ¡Mira que tetas más increíbles! - me dijo sorprendida

  • ¿No se las viste? Creí que entre chicas andaríais con menos cuidado.

  • Menuda es ella, se tapa como si guardase un tesoro, aunque viendo esto, algo de razón tenía. Pronunciaba esas palabras mientras con ambas manos apretaba y sobaba sus pechos. - Mira que pezones más bonitos. - añadió.

Lo cierto es que tanto los pechos como los pezones de Rebeca eran dignos de mención. Dos pequeños balones perfectamente formados coronados por una pequeñísima aureola de un tono ligeramente más oscuro que su piel y coronados por un pequeño y redondeado botón que permanecía casi enterrado en ella y que ahora, excitados y erectos, apenas si se elevaban un centímetro sobre el relieve de su busto. La manipulación de sus pechos y de sus pezones inició la habitual reacción de placer de las muñecas, tan conocida para mi pero que sorprendió y asustó a Silvia.

  • ¡Se despierta! - comentó asustada

  • Tranquila, es normal. Puede sentir placer y reacciona a él. - la tranquilicé.

Silvia más tranquila siguió jugando con los pezones de Rebeca que seguían endureciéndose sin crecer hasta parecer dos pequeñas lentejas de piedra. Rebeca gemía suavemente, entre el sueño y el placer, gemidos que se incrementaron cuando una de las manos de Silvia abandonó el pecho para enterrarse en el sexo de su amiga. Silvia recorría la mata e vello del sexo de Rebeca mientras miraba para mí con cara de viciosa. Separó un poco sus piernas y contempló a apenas unos centímetros de distancia su inexplorado surco y su intacta vagina. Jugó con el pequeño clítoris que la recibió saliendo de su escondite a la búsqueda de sus caricias, caricias que entregó con generosidad hasta conseguir que las caderas de Rebeca comenzasen el involuntario baile del placer, avanzando y retrocediendo al ritmo de sus acometidas mientras su boca, entreabierta, dejaba fugar el exceso del calor de la pasión entre suspiros profundos que resonaban en el silencio del cuarto como una llamada a la lujuria.

Abrió más las piernas exponiendo completamente el sexo de Rebeca, y con los dedos de su mano separó los labios de la vulva para poder contemplar de cerca la prueba irrefutable de la virginidad de aquella pequeña vestal. Palpó curiosa y con miedo durante unos segundos aquella barrera para, al igual que había hecho yo antes penetrarla con un dedo suavemente, evitando riesgos a aquel pequeño trofeo que generosamente me había cedido.

Luego, satisfecha, se inclinó sobre ella y llevó su lengua hasta aquella pequeña cueva, saboreando los escasos flujos que la humedecían y aportando su saliva. A la lengua se sumaron sus labios y toda su boca y tumbada sobre la cama entre las piernas de la muñeca enterró su cabeza entre los muslos, privándome de la visión de lo que allí acontecía, aunque los jadeos ya enrabietados de Rebeca sirvieron igualmente para cortocircuitar mi mente que hozo reaccionar a mi cuerpo con una inmediata y férrea erección.

Mientras mi novia comía de aquel fruto yo liberé el monstruo sacándome precipitadamente mis zapatos, pantalones y ropa interior quedando completamente desnudo de cintura para abajo. Incapaz de permanecer quieto ante tantos estímulos comencé a masturbarme lenta y profundamente a pocos centímetros de las dos chicas. Mi miembro se levantaba hasta su máxima capacidad reclamando con urgencia cobrar el premio de aquel pequeño pero mágico pedazo de piel, pero ni me atreví ni quise interrumpir los manejos de Silvia que llevaba a Rebeca a las puertas de lo que podía ser incluso su primer orgasmo.

Este llegó en forma de jadeos perrunos, cortos e intensos y de pequeñas pero visibles convulsiones en los muslos de Rebeca que sucumbió completamente a los labios que la atormentaban. Espoleada por su éxito y decidida a llevar ese triunfo lo más lejos posible Silvia aceleró el movimiento de su cabeza arrasando por completo el botón del placer y no se detuvo hasta que estuvo completamente segura de haber completado el ciclo explosivo de su amiga.

Satisfecha se separó de Rebeca y mirando directamente para mi pene me indicó que era mi turno, mientras abría uno de los cajones de su mesilla para coger un pequeño tubo de pomada.

  • Es una crema espermicida. - Explicó – te ayudará a lubricar más la entrada e impedirá sustos, pero no te corras dentro de ella.

  • De acuerdo, pues colócate a su lado para que pueda correrme dentro de ti.

Rio con picardía e indicándome que esperase, se desnudó completamente en apenas unos segundos. Luego se colocó de rodillas, al borde de la cama, con su cara casi pegada a la cadera de Rebeca; sin duda buscando el lugar más propicio para disfrutar de la imagen de mi pene invadiendo aquel sagrado lugar.

Unté mi miembro con la crema y añadí una generosa cantidad en el coño de Rebeca y me coloqué entre sus piernas, de rodillas, lo más vertical posible para facilitar la vista de Silvia. Una vez colocado acerqué mi miembro a su sexo y por primera vez la piel más femenina de mi muñeca recibió la caricia desnuda de la piel más masculina de un hombre. Paseé mi polla de arriba a abajo por toda la extensión de su sexo, sin intentar profundizar en ella de momento, simplemente sintiéndola y haciéndola sentirme.

Su cuerpo volvió a despertar y me buscaba instintivamente, mientras Silvia disfrutaba el espectáculo y uno de sus brazos corría bajo su cuerpo hasta llevar su mano a su propio coño estimulándolo con vigor. Continué mi caricia vertical a lo largo del anhelante sexo que bramaba por recibirme y, deteniéndome en su entrada, lancé un pequeño empujón avanzando mi miembro por la vagina hasta topar con la fina frontera que la cerraba.

Retrocedí con las caderas hasta separar completamente mi piel de la suya y volví a la carga con la misma suavidad avanzando hasta volver a encontrar la cálida barrera. Repetí varias veces aquel pequeño recorrido, cuidándome mucho de grabar para siempre en mi mente la extraña sensación de imposibilidad que me regalaba su himen deteniendo mi sexo, y ya listo para cobrar mi regalo, lancé un nuevo ataque que, esta vez, se enfrentó al obstáculo empujándolo, forzándolo y estirándolo mientras mi miembro ganaba un par de centímetros más dentro del cuerpo de Rebeca.

De repente la presión cedió y, ya sin defensas, la vagina de Silvia fue expandiéndose para abrazar y albergar por completo al invasor. Sentí mi pubis contra el rizado vello de su vulva y supe que estaba hecho. Mi muñeca me había entregado, inconsciente, su virginidad. Disfruté la sensación de quedarme enterrado por completo en ella, cuerpo contra cuerpo, mientras Silvia jaleaba entrecortadamente mi conquista, tan pendiente del avance de mi polla como del placer que sus dedos arrancaban en su cuerpo.

Comencé a moverme dentro de Rebeca, a entrar y salir de su cuerpo disfrutando de su calor y del morbo de follar a una virgen, pero, muy a mí pesar, tuve que reconocer que más allá del hecho de haberla desvirgado, las sensaciones que despertaba en mi aquel roce no eran distintas a las experimentadas en cualquier otro sexo. Su conducto era prieto, probablemente más por causa del reducido tamaño de su sexo que por el hecho de ser virgen, pero no tanto como el de Silvia cuando esta, fruto de su pericia, apretaba sus músculos contrayéndolo y aprisionándome dentro de ella. Ni siquiera las contracciones instintivas los muslos de mi dormida muñeca, ni el subir y bajar de su cadera, podían compensar el trabajo de una mujer experta en el amor, de una diosa del sexo como la que se pajeaba a mi lado.

Ávido de sensaciones más intensas, retiré mi miembro de Rebeca para girar la cadera y dirigirlo hacia la boca de mi novia. Esta sorprendida por el ataque no supo reaccionar antes de que mi miembro invadiese su espacio. Apretó los labios y encerró mi pene entre ellos pero casi al instante escupió con desagrado mi sexo con cara de asco.

  • Joder – Dijo – La crema es asquerosa. Sabe a rayos.

Me reí por el incidente y ella se contagió de mi risa. Salté de la cama y me coloqué de rodillas detrás de Silvia. Ella, entendiendo mi urgencia llevó sus brazos al suelo poniéndose a gatas y arqueó su espalda ofreciéndome su sexo. Tan pronto divisé su hendidura me abalancé sobre ella penetrándola con fuerza hasta topar con su trasero, luego agarrándome a sus caderas comencé a follarla con ansia mientras le decía.

  • Cielo, después de probar tu coño no hay virgen en el mundo que valga la pena.

Silvia, completamente sensible a los halagos, ronroneó de placer como una gata y comenzó a contonear sus caderas sensualmente, multiplicando el roce de la piel sobre la piel en cada recorrido. Poco a poco mis uñas fueron clavándose en la piel de sus riñones según mi cuerpo se encendía y ella, sabedora de lo inmediato de mi crisis, aumentaba el recorrido de su cuerpo mientras contraía con fuerza los muslos estrechando su vagina hasta casi lo imposible. Cada impacto aumentaba un roce que multiplicaba mi placer, cada retirada era una tortura que estiraba mi miembro casi bloqueado por el cuerpo de mi amante.

En un entorno tan extremo, todo afán de resistencia era inútil, y entre profundos gemidos me corrí dentro de Silvia, con escaso semen pero infinito placer mientras la manejaba bruscamente, con rudeza, buscando y encontrando en aquel cuerpo mi único y verdadero paraíso terrenal. Cuando el placer cedió me separé de Silvia que acomodó su cuerpo incorporándose, en esa postura pude contemplar como lentamente mi semen resbalaba de su coño hacia sus piernas mientras ella, con aire de triunfo, se incorporaba y se giraba hacia mi diciéndome.

  • Me alegro de haberte dejado desvirgarla, ha sido muy excitante. Y me alegro de que te guste más mi coño que el de una novata. - y mirando para la entrepierna de Rebeca añadió. - Mira, sangró un poco. ¿Quieres que coja un pañuelo la limpie y te lo guardas como los gitanos?

Reí por la ocurrencia mientras me levantaba y le hice saber que teníamos que despertar lo antes posible a Rebeca. Nos vestimos nosotros para, a renglón seguido, limpiar y vestir a la muñeca con su pijama. Luego la tomé en brazos y la llevé al sofá.

Me coloqué detrás del sofá, cerca de su cabeza y dije a Silvia que la moviese para despertarla. Cuando la mano de Silvia tocó el hombro de rebeca la pedí que despertase para luego irme disimuladamente a la habitación dejando solas a las dos chicas.

  • Rebe, ¡despierta! Repitió Silvia mientras Rebeca volvía en sí. Llevas toda la tarde durmiendo.

Rebeca se desperezó y se estiró sentándose luego en el sofá. Silvia se sentó a su lado

  • Joder tía, estaba agotada - dijo Rebeca – No recuerdo ni haber visto un minuto de la tele.

  • Cosas que pasan – dijo Silvia encogiéndose de hombros.

  • ¿Y Manu dónde está? - pregunto.

  • En mi cuarto, tenía que ir al baño.

-¿No te enfadas si te cuento una cosa? – Dijo Rebeca con timidez.

  • Dime cielo.

  • He estado soñando, un sueño húmedo. Soñé que tu novio me lo hacía y yo, aunque quería no podía ni moverme. Ha sido raro pero excitante. ¿No te molesta, verdad?

Desde la puerta, agazapado, pude ver la cara de asombro de Silvia, imagino que una fiel estampa de la mía. Lo que acababa de contar Rebeca era algo inconcebible e inexplicable. Parecía tranquila y no sospechaba nada, pero sin duda era algo a intentar entender en el futuro.

  • No mujer. Es un sueño y además estamos entre amigas. - Dijo Silvia intentando recomponerse lo antes posible – Es más, si me lo pidieses yo misma le convencería de que se acostase contigo. Ya te dije que nuestra relación es abierta, y tú eres una de mis mejores amigas. Así que lo que quieras pídemelo, ¿entendido?

  • ¡Calla loca!, ¡Qué vergüenza! - Respondió Silvia con una risita nerviosa – ¡Como eres!, a veces te envidio, pero eso no es para mí. Yo siempre seré una aburrida

  • Tu misma – dijo Silvia que ya manejaba la situación completamente – La oferta está hecha y va en serio monjita. Y si te da mucho palo yo también me apunto y nos divertimos los tres.

  • ¡Anda ya! ¡Para con eso que nos va a oír!  ¡Tienes cada cosa!

Lo que no podía imaginar Rebeca, con o sin sueños de por medio, es que con el nuevo día iba a ser ella la que recordase a Silvia el ofrecimiento y lo aceptase. Algo que nosotros si esperábamos y que aquella extraña conversación había facilitado enormemente.

Silvia besó a Rebeca en la mejilla y le deseó buenas noches, luego se levantó del sofá y se vino a la habitación donde yo la esperaba para comentar tan extraños acontecimientos y descansar para la inminente iniciación sexual que nos aguardaba.