Las muñecas 24

Silvia y Manu tienen un reencuentro muy especial en Barcelona. Manu conoce a Rebeca.

XXIV

Eran las 6 y media cuando atravesé la puerta de llegadas del Aeropuerto de Barcelona. Tras un viaje fantástico disfrutando de las vistas aéreas desde la ventanilla y tras sobrevolar un par de veces sobre el mediterráneo, me sumergí en el mar de gente, de idiomas y de razas distintas en una de las terminales más cosmopolitas de España. Mi idea era tomar un taxi e ir hasta el centro y una vez allí llamar a Silvia para quedar con ella después del trabajo.

Para mi sorpresa, entre la multitud de caras que observaban expectantes el desfile de recién llegados, emergió, como iluminado por luz propia el rostro de mi novia. Silvia sonreía abiertamente y llamó mi atención saludándome efusivamente con la mano. Loco de felicidad me acerqué a ella y, con la valla de separación en medio la besé apasionadamente. Luego apuré el paso para superar la valla mientras ella avanzaba también paralela a mí. En cuanto estuvimos uno frente al otro nos fundimos en un largo y cálido abrazo pegados cuerpo a cuerpo y labio a labio.

  • ¿Y tú que hacer aquí? ¿No trabajabas?

  • Me escapé para recibirte. Hoy no nos necesitan y cuando comenté que llegabas me dieron permiso. ¿Sorprendido?

  • Muchísimo. Me moría de ganas de verte, no sabía que hacer hasta que salieses.

  • Pues aquí me tienes – dijo lanzándose otra vez a mis brazos y callando mi respuesta con otro largo beso.

  • Vamos – dijo tras separarnos – tengo un coche fuera.

Caminamos hasta el aparcamiento de la terminal y allí llegamos hasta un flamante BMW de no más de dos años. Silvia abrió las puertas con el mando y el portón del maletero se elevó automáticamente.

-Joder, que cochazo – dije impresionado - sí que te tratan bien en la empresa.

  • Es de Pablo. Mi amigo gay – dijo risueña – no pude tirármelo pero hicimos muy buenas migas. Cuando le dije que venía a buscarte insistió hasta que acepté. Eso sí, tenemos que cenar con él a la noche para devolvérselo. Quiere conocerte.

  • Vaya, pues eso ya no me apetece tanto. Tenía otros planes para esta noche… - le guiñé un ojo.

  • ¿Y qué crees que vamos a hacer durante estas horas?

Subimos al coche y arrancamos. Silvia condujo durante los 30 minutos que tardamos en llegar a su apartamento. Durante el viaje le conté detalladamente mi encuentro con su hermana y el plan que había trazado para ella. Aunque se mostró encantada no pudo evitar preocuparse por si algo salía mal. Coincidimos en llamarla después de la cena a ver cómo iba todo.

Aparcamos en la puerta del apartamento y subimos ya devorándonos en el ascensor. Para cuando Silvia pudo abrir la puerta, mis manos ya habían recorrido por completo su blusa blanca y sus elegantes pantalones negros de pinzas. Apenas si pude ver el pequeño salón en nuestro fugaz paso camino del dormitorio. Cerramos la puerta y nos fundimos en un beso largo y profundo, con nuestras lenguas peleando por cada centímetro de espacio.

Sin dejar de besarla me deshice de su chaqueta, desabotoné y quite su blusa y desabroché el precioso sujetador de encaje blanco que escondía sus pequeñas y dulces tetas. Luego corrieron la misma suerte sus pantalones que cayeron vaporosos hasta sus pies y así. Vestida únicamente con un pequeño tanga negro, la guie hasta la cama que nos esperaba ansiosa por recibirnos.

Silvia se dejó caer sobre la colcha mientras yo, en menos de 10 segundos me deshacía de toda mi ropa dejando libre mi pene ya preparado para la batalla que se avecinaba. Con urgencia tomé posición entre sus piernas y empecé a besar el interior de sus muslos mientras avanzaba poco a poco hacia la negrura de sus bragas.

Besé la tela con pasión para luego apartarla con mis dedos e invadir con mi boca su intimidad. La encontré empapada, rebosante de ese olor que robaba mis sentidos y mi cordura. Recorrí con mi lengua todo su sexo con una prisa febril. Necesitaba sumergirme en él, saciar mis ansias contenidas por días y más días de ausencia. Su cuerpo respondía con la misma intensidad, y apenas iniciada la caricia Silvia corría ya desesperada al orgasmo.

Tantos días de abstinencia hicieron estallar a mi chica en un orgasmo húmedo, vertiendo desde su sexo oleadas liquidas de pasión y placer que recogí como pude con mi boca devorándolas. Ella entretanto se contorsionaba sobre la cama pidiendo más, con los ojos cerrados y su rostro desencajado y, para mi sorpresa, ese tono rosado de su cara que teóricamente no debería estar presente tras tanto tiempo sin dormirla.

  • ¡Por Dios Manu, fóllame ya!

Silvia no aguantaba, y para ser sincero yo tampoco podía esperar más tiempo para estar dentro de ella por lo que me encaramé entre sus piernas y sin quitarle las bragas me enterré de golpe en su sexo. Comencé un bombeo febril con las caderas, con mis brazos apoyados en el colchón y apoyado en las puntas de mis pies. El ataque era furibundo, tan intenso y ansioso como lo era nuestro deseo y en el cuerpo de Silvia resultó devastador. No había pasado ni un minuto desde que terminó su primer orgasmo cuando mi chica se vino otra vez.

A grito limpio, como si el placer fuese intenso al punto de dolor, mi novia recorrió su segundo viaje en aquel tour de cuerpos sudorosos que se consumían, sus caderas buscaban con ansia mi cuerpo como si fuese ella y no yo la que marcase el ritmo de nuestro frenético baile. Sus manos buscaron mi espalda y sus uñas se clavaron en ella de un modo feroz, arrancando un quejido de dolor de mi boca. Silvia estaba poseída, completamente enajenada, como si todas las ansias del mundo se concentrasen en los diez o veinte centímetros de piel que conformaban su sexo. Pude sentir las violentas contracciones de su vagina apretando sus paredes en torno a mi miembro, casi estrangulándolo, y tuve que bajar el ritmo para evitar correrme con ella mucho antes de lo esperado.

Silvia recuperada tras en segundo asalto se incorporó violentamente, casi chocando con mi cara y de un golpe de cadera arrancó mi polla de su interior, y me empujó con las manos para ponerme en pie. Luego deslizó su cuerpo hacia el suelo quedando de rodillas ante mí y en un movimiento preciso enterró toda mi polla en su boca y su garganta quedándose muy quieta, totalmente ensartada en ella. Lentamente retiró su boca dejando el tronco de mi falo completamente empapado en sus babas y con la misma pausa lo enterró de nuevo por completo.

Yo, encantado por la caricia, sujeté su pelo con mis manos dejándole total libertad de movimientos, y cerré los ojos para multiplicar mis sensaciones. Inició una mamada rítmica, lenta y profunda, arrastrando mi miembro contra la suavidad de su lengua que lo empujaba hasta el techo de su boca. Podía sentir sus dientes superiores rozando con suavidad toda mi polla mientras entraba y salía sin descanso de aquel calor intenso y húmedo. Sentía como las babas de mi novia resbalan de su comisura arrastrándose por la piel de mi escroto en su viaje al suelo. Y sentía las manos de mi chica aferradas a mi culo, gobernando mis caderas, empujando y aflojando al ritmo que ella deseaba marcar para la caricia. Tras más de dos minutos de dulce tortura deslizó un dedo en mi ano y me penetró con el firme y profundamente, duplicando el masaje en mi cuerpo. Cuando mi esfínter se acostumbró a su presión un segundo dedo siguió dilatando la entrada, sin buscar mi próstata ni forzar mi orgasmo, simplemente invadiéndome lenta y meticulosamente.

De forma inconsciente mis caderas fueron tomando vida propia acelerando la caricia, ampliando cada empuje en la entregada boca de mi novia y cuando ya me disponía a rendirme, a abandonarme por completo a mi orgasmo mi novia abandonó ambas caricias. Primero retiró sus dedos de mi culo e inmediatamente su boca abandonó mi polla empapada en su saliva, desnuda y sola. Pude sentir el frío contraste del aire del cuarto en comparación al interior de mi chica y ya articulaba una protesta cuando Silvia se colocó a cuatro patas en la cama, y bajando su espalda y sus caderas expuso su sexo y su culo abierto a mi disposición.

  • Métela en mi culo, quiero que me folles el culo y te corras en él.

Mi polla pedía con urgencia calor, y la petición de mi novia resulto simplemente irresistible. Agarré con fuerza sus caderas y apreté con precisión mi glande sobre su estrecha entrada. El primer empujón enterró la punta del glande en su ano, que se enterró entre sus nalgas a modo de resistencia. El segundo y el tercero hicieron que el glande se enterrase por completo dentro de su cavidad provocando un enorme gemido de lujuria en Silvia. Un último golpe de cadera enterró mi miembro completo en mi chica, hasta la empuñadura, hasta aplastar sus pequeñas nalgas contra mi pubis. Inicié un recorrido a golpe de cadera, agarrado a su cintura, acariciando suavemente el esfínter de mi chica, pero Silvia no estaba hoy para sutilezas, y con sus caderas intentada acrecentar el ritmo y el impulso moviéndose violentamente de adelanta a atrás mientras con la mano castigaba su coño de forma enfurecida.

  • Más fuerte Manu. ¡Fóllame duro!

Agarré más fuerte sus caderas e impuse un ritmo y una violencia mayor. Atacaba ahora con fuerza, dando recorrido a cada embestida hasta casi sacar mi polla de dentro de su agujero para enterrarme otra vez salvajemente. Tanto pretendía abarcar que en una de mis retiradas mi polla salió por completo de ella fallando en la reentrada y clavándose accidentalmente en su coño. La saqué de allí y nuevamente apunté a su culo, rojo y completamente dilatado, que ofrecía en ese momento un diámetro mayor que el de su sexo. Lo perforé con toda la fuerza posible e inicie un ataque con sacudidas algo más cortas pero a toda la velocidad de la que era capaz.

Mi cuerpo estalló en medio de su tercer orgasmo y juntos nos corrimos copiosamente, ella sobre su mano agarrada a su clítoris, yo desparramándome en lo más profundo de su trasero, con movimientos espasmódicos, vaciando en ella hasta la última gota de mí en lo que ya era el polvo perfecto de un reencuentro.

Una vez liberada de mi miembro Silvia giró sobre sí misma y se incorporó en la cama. de rodillas sobre el colchón buscó mi boca con el mismo ansia que al inicio de mi encuentro y, mientras nuestras lenguas debatían, me tomó por la espalda y fue guiándome y girándome hasta sentarme en la cama. Se levantó de la cama y continuó colocándome hasta tumbarme, estirado boca arriba en el colchón, expectante y sorprendido por su insaciable voracidad.

  • Tengo una sorpresa.

Y diciendo eso se agachó sacando debajo de la cama una bolsa de papel. Abrió la bolsa y sacó de ella un dispensador con algún tipo de aceite y, para mi sorpresa y horror un engendro sujeto con arneses.

Se trataba de una suerte de polla de látex en forma de L, con una parte más larga y fina, de unos 18 centímetros, otra más corta y gruesa, con forma de pera que nacía de una suerte de entrepierna con forma anatómica que se abría en la base del consolador largo. En la parte de atrás, un tercer consolador, conformado por una cadena rígida de bolas unidas que iban reduciendo su tamaño según avanzaban completaba el conjunto. La base donde encajaban ambos consoladores tenía forma de paleta estrecha, plana y ligeramente cóncava. De ella salían las correas del arnés y en la parte delantera de la paleta, justo en el nacimiento del falo largo, una pieza blanda como un cepillo de goma se elevaba dos o tres centímetros a modo de púas.

  • Este es mi regalo para Rebeca. Pero hoy lo coy a estrenar contigo. - Oír aquellas palabras provocó en mí un estremecimiento pavoroso. Me incorporé para protestar.

  • ¿Cómo conmigo? ¿No pretenderás meterme eso por el culo?

  • ¿Y por qué no? - Preguntó en actitud retadora mientras se calzaba las tiras de los arneses a modo de bragas dejando en el centro la pera y la tira de bolas. - Tú acabas de meter uno bien más gordo en mi culo, ¿Cuál es la diferencia?

Mientras hablaba tomó un poco de lubricante y suavizó con él la pera y la cadena de bolas. Sin dificultad dirigió la primera a la entrada de su vagina mientras que enterraba la segunda completamente en su trasero. Luego tiró para arriba de los arneses y la pera se enterró en su vagina aplastando el cepillo contra su clítoris y una vez colocado apretó las tiras de los arneses ajustando el conjunto.

El resultado era aterrador. Mi novia, completamente desnuda salvo por las tiras de los arneses que cruzaban sus caderas lucía una imponente polla negra que nacía de su pubis en un ángulo perfecto para ser usada. Tomando un poco más de lubricante lo extendió por aquel miembro dejándolo amenazadoramente brillante, y armada con semejante amenaza se dirigió hacia mí con absoluta determinación.

  • Silvia, ¿De verdad que es necesario? - Pregunté profundamente aterrado

-¿A ti que te parece? - Me contestó como única respuesta.

Inquieto y rendido, sin argumento alguno con el que defender mi virginidad no tuve otra que capitular ante el empuje imparable de mi novia que, definitivamente, se había convertido en un auténtico peligro.

  • ¿Cómo me pongo? - Pregunté asustado como un pollo ante el cuchillo.

  • Déjate hacer – contestó Silvia endulzando el tono – Ya verás cómo nos gusta.

Silvia se colocó de rodillas entre mis piernas y con amor fue levantándolas así abiertas hacia mi pecho.

  • Sujétate las rodillas – ordenó

Obedecí al instante sujetando ambas piernas con las manos dejando mi culo expuesto en el Angulo ideal para ser profanado. Silvia tomó un poco más de lubricante entre sus dedos y con mimo comenzó a aplicarlo en la entrada a mi ano. Una vez bien esparcido tomó un poco más en su dedo índice y me penetró con el untando bien el interior de mi esfínter, girándolo con cuidado. La molestia que sentí se me antojó el preludio a un dolor mucho peor. Por más que intentaba relajarme mi mente repetía una y otra vez “mi novia me va a dar por el culo” “mi novia me va a dar por el culo”.

Pude sentir un segundo dedo abriéndose paso por mi entrada y profundizando dentro de mi recto. Mentalmente agradecí el haber evacuado antes de volar, a pesar de que aunque me preocupaba que pudiese ocurrir un accidente que le permitiese reírse de mí una temporada, me preocupaba más la inminencia de mi desvirgamiento. La molestia se transformó en dolor cuando un tercer dedo de Silvia se unió a los otros dos dilatando todavía más mi agujero. Esta última dilatación debió parecerle suficiente, por lo que Silvia retiró sus dedos de mí y me preguntó

  • ¿Estás listo? ¿Puedo?

Asentí presa del pánico y cerré los ojos para no ver a mi novia acercarse con la cara desencajada de lujuria. Desde la oscuridad pude notar la punta del falo artificial apostándose en mi esfínter y, sin solución de continuidad una presión intensa aplicada desde las caderas de mi amante obligó a la pieza de látex a invadirme, desatando con su avance un latigazo agudo de dolor que siguió en aumento hasta que noté aquel falo haciendo tope contra mis entrañas.

Lancé un profundo quejido mientras abría los ojos. Pude observar que mi dolor era a la vez fuente de placer en ella. La presión de la penetración hacía palanca moviendo y enterrando hasta el fondo las piezas del juguete que Silvia se había clavado en ambos orificios de su entrepierna, provocando sensaciones agudizadas por el morbo que la emborrachaba. Silvia comenzó a mover las caderas como todo un amante experto, y la polla de plástico empezó a lacerar, de adelante a atrás mi interior. Para mi sorpresa, en apenas unos segundos el dolor fué dando paso a sensaciones mucho más agradables. El juguete, en sus entradas y salidas avanzaba hacia adelante estimulando de un modo salvaje mi próstata y la parte más sensible de mi ano y, al mirar mi entrepierna, pude ver como una poderosa erección elevaba mi miembro hacia mi ombligo.

Silvia, que separaba con sus manos mis nalgas, empujaba perdida en su propias sensaciones, acelerando podo a poco el ritmo de cada movimiento, penetrando más adentro de mí. Arrancando gemidos de mi boca que competían con los suyos. De repente una intensa vibración recorrió mi cuerpo. El falo que me empalaba comenzó a temblar en mi interior accionado por algún tipo de motor interno. Silvia recibió el mismo estímulo y poniendo en blanco sus ojos se preparó para el orgasmo.

Las sensaciones en mi culo eran increíbles. Ya no había resto alguno de dolor y los latigazos de placer me preparaban para el orgasmo. Notaba aquel falo entrando y saliendo de mí y esa sensación ya no me parecía extraña ni anormal. Mi novia me follaba y yo disfrutaba de ello no solo física, sino mentalmente. Saber que era Silvia la que me invadía, la que decidía la profundidad y la fuerza de cada golpe, la que, en definitiva, tenía el control total sobre aquel extraño y novedoso encuentro me volvía loco de morbo y pasión.

Por otro lado, las sensaciones en mi cuerpo eran extremas. Ya había experimentado en ocasiones la estimulación de la próstata pero esto no tenía nada que ver. La invasión en mi interior de aquel tremulante objeto multiplicaba por mil la capacidad de dar placer de un dedo. El roce de cada embestida recorría mi interior rasgando cualquier tipo de prejuicio y elevando mi placer al límite de lo soportable.

Silvia, pareciendo presentir mi desenlace aferró una mano a mi polla y comenzó a masturbarme violentamente mientras aceleraba hasta la máxima capacidad la velocidad y la profundidad de sus penetraciones. Súbitamente entré en erupción, un gutural alarido de placer escapó de mi boca y mi pene escupió sus últimas reservas de semen que se elevaron en el aire hasta caer en mi vientre.

Silvia continuó su trabajo en mi culo hasta provocar su propio orgasmo, empujando dentro de mí de forma descoordinada hasta que el final de su clímax marcó también el final del encuentro. Ambos nos separamos y nos tumbamos sobre la cama, boca arriba, exhaustos. Ambos con nuestros falos enhiestos. El mío debilitándose por segundos el de ella siempre firme, negro y brillante. Silvia me miró y busco mis labios depositando en ellos un beso sutil. Yo, mientras tanto, me preguntaba hasta donde podía llegar aquella chica en su perversión. Había creado un monstruo y ahora me disponía a disfrutar de ella y también sufrirla allá a donde quisiese llevarme.

Cuando recuperamos el aire se levantó, retiró de su cuerpo el arnés y fue al baño a limpiarlo. Mientras yo intentaba recuperar la normalidad al tiempo que notaba como poco a poco también lo hacía mi ano. Sentí la imperiosa necesidad de ir al wáter y salí corriendo por miedo a un bochornoso accidente. Silvia estaba en la ducha, limpiándose a sí misma al tiempo que lavaba su juguete. Me senté en la taza para darme cuenta que no tenía nada que hacer allí. Silvia me observaba muerta de risa.

  • Ya sabes lo que se siente – dijo – ya ves lo que aguantamos las mujeres por amor.

Preferí no contestar y en lugar de eso le pedí que me hiciese sitio en la ducha. Nos enjabonamos uno al otro como solíamos hacer y a punto estuvimos de iniciar un nuevo asalto, pero ambos estábamos completamente agotados y la cosa no pasó de unos besos y alguna caricia furtiva.

Nos vestimos y nos preparamos para salir a cenar. Teníamos que devolver el coche a Pablo y yo quería dar un paseo por la Rambla y tal vezvisitar algún local de moda. Salimos de la habitación cerca de las nueve y pocos minutos después Rebeca llegó a casa.

Rebeca, tal y como me había descrito Silvia parecía, en esencia una niña. Una melena negra y fina discretamente recogida en un moño detrás de su cabeza, contrastaba con un rostro blanco con facciones infantiles, Sus ojos castaños y profundos irradiaban candidez con unas cejas finas y pulcramente recortadas que endulzaban todavía más su mirada. Sus mejillas se adornaban con unos pequeños mofletes que condenaban a su pequeña boca a una eterna sonrisa. Una nariz minúscula y ligeramente respingona con una barbilla afilada y ligeramente avanzada completaban una bonita cara aniñada, con matices asiáticos y que destilaba pureza y candidez.

No era muy alta, pero tampoco pequeña. Rondaba los 165 centímetros, un poco menos que Silvia, y su cuerpo era, como el de mi novia, delgado hasta la escasez y muy estilizado. Vestía un pantalón azul vaquero ceñido que definía unas caderas estrechas pero muy curvilíneas. La prenda también destacaba un culo carnoso, prominente y respingón y por delante se enterraba en su entrepierna apretando un sexo escaso, muy definido, que trazada un precioso y sugerente triangulo con la promesa de su surco genital dibujado levemente en la tela.

Cubría el torso con un jersey de cuello vuelto blanco que lucía sin ceñir una estrecha cintura. Poco más arriba dos pequeñas pero preciosas tetas coronaban su torso llenándolo y rebosando mínimamente el perfil lateral de su silueta. Eran dos pechos poderosos a pesar de su tamaño, con una redondez casi imposible, que desafiaban la gravedad manteniéndose firmes a pesar de sus movimientos, brazos y piernas finos y definidos y manos y pies pequeños, casi infantiles, completaban la estampa de una niña mujer que sin ser espectacular, si resultaba altamente deseable.

Caminaba con andar cansado, y su actitud dejaba a las claras que no había sido un gran día.

  • ¡Hola guapa! - la saludó efusivamente Silvia abrazándola – Este es Manu

  • ¡Encantada de conocerte! - respondió con una sonrisa franca mientras se arrimaba a mi rostro lanzándome dos besos – Silvia no para de hablar de ti.

-¡Todo mentiras! – le respondí con un guiño.

  • Vamos a cenar con Pablo, ¿te apuntas? – Le preguntó Silvia.

  • Hoy no. Llevo toda la tarde ayudando a cerrar los informes para mañana. Los abogados hoy descansasteis pero nuestro departamento fue una locura. Hoy toca pijama película y a dormir – luego mirando para mí añadió – Pero mañana te vamos a enseñar lo mejor de Barcelona, descansa que mañana rompemos la noche.

Le respondí con una sonrisa, y sin mucho más que decir Rebeca se retiró a su habitación. Nosotros seguimos preparándonos para salir y cuando estábamos listos Rebeca regresó al sofá esta vez vestida con un pijama de seda rosa de dos piezas. Bajo la tela del pijama se notaban sus pechos ahora libres del sujetador y por tanto con más libertad de movimientos pero aun así perfectamente esféricos.

Se tumbó en el sofá y encendió la tele.

  • Hala, mi plan nocturno está listo – nos dijo – vosotros divertíos.

Silvia se acercó a ella y le dio un par de besos.

  • Me da pena que no vengas. Si no tuviese el coche de Pablo anulaba y nos quedábamos.

  • Tranquila, en media hora estoy dormida. Cuando lleguéis seguro que tenéis que despertarme.

Nos dirigimos hacia la puerta y ella se enfrascó en la tele. Sujeté a Silvia de la mano para detenerla y conté hasta diez. Luego sigilosamente me acerqué a Rebeca por detrás del sofá y le dije

  • Rebeca, Duerme.

Rebeca quedo inerte al momento. Estirada completamente en el sofá, profundamente dormida.

  • ¿Qué haces? Preguntó Silvia. Tenemos que iros, no hay tiempo para eso ahora.

  • Tranquila. La dejaremos así. Cuanto más duerma más efecto hará la hipnosis. Sabiendo lo que quieres hacer con ella y si es tan mojigata como dices le vendrán bien unas horas de terapia. Cuando volvamos la despertamos.

  • Buena idea – Dijo Silvia sonriendo – Esto va a ser divertido – y con cara de malicia me tomó de la mano y salimos de casa a la cena con Pablo, dejando a nuestra muñeca en el sofá, tapada con una manta ligera y con la televisión encendida para hacerle compañía.

Llegamos al restaurante diez minutos más tarde de la hora y Pablo nos esperaba disfrutando de una cerveza. Nada más verlo entendí porque Silvia se había encaprichado con él.

Si alguna palabra podía definir a Pablo esa era arrebatador. En su más de 180 centímetros de hombre no pude encontrar absolutamente nada que pudiese ser criticado. Aparentaba poco más de 25 años aunque sabía por Silvia que superaba holgadamente los 30. Pelo claro con mechas rubias, probablemente teñidas, peinado de un modo exquisito. Su cara de corte ancho y facciones angulosas se resaltaba con unos ojos grises penetrantes y un mentón partido por una división vertical que destacaba su simetría. Bajo un primoroso traje, a todas luces de diseño, se adivinaba un cuerpo esbelto y atlético, perfectamente definido y equilibrado. Pablo era un hombre de anuncio.

En mi fuero interno me alegré de su homosexualidad. Un hetero así sería un rival increíble para cualquiera. Nos recibió poniéndose en pie y besando a Silvia con cercanía y dulzura. A mí me saludó con un enérgico apretón de una mano ancha y fuerte pero tremendamente delicada y suave. Nos sentamos y sólo le hizo falta un leve gesto para que la camarera acudiese rauda a servirnos. Ella y buena parte de las mujeres de la sala eran incapaces de dejar de observarlo admiradas por el rabillo del ojo.

Dispuesto a que, al menos, me pareciese un gilipollas arrogante al que poder criticar, inicié la conversación tirando de su ego.

  • Muchas gracias por prestarnos el coche - le dije – Por cierto, menudo cochazo. Debes ser un abogado buenísimo.

  • Más quisiera – dijo medio riendo - Es el coche de la empresa. Caro y ostentoso para impresionar clientes. Yo ni podría ni querría pagar algo así. Además, si como dice el jefe, tu traje y tu coche cuenta quién eres, yo tengo claro que no quiero ser lo que dice este.

  • En todo caso muchas gracias, ha sido un detalle.

-Silvia lo merece. Me ha caído genial desde el primer momento. Pero no te preocupes – dijo con una sonrisa – soy gay.

  • Tranquilo, no soy celoso, - contesté.

  • Me alegro, los novios celosos son lo peor, además un tío tan guapo como tú no tiene de que preocuparse.

La risa de Silvia pudo oírse en todo el restaurante. Sin duda le había impactado la ironía de que Pablo me viese más apetecible a mí que a ella.

  • ¡Oye, que yo sí que soy celosa!  - Dijo a Pablo muerta de risa - y por lo que se ve no soy tan guapa como para poder estar tranquila.

Los tres reímos de buena gana y a partir de ahí la cena y la sobremesa lo fue entre amigos.  Pablo sin duda sabía cómo meterse a la gente en el bolsillo con su sencillez y su sinceridad. Eran las 12 y media cuando salimos del restaurante. Pablo quería llevarnos a un bar de copas pero le dijimos que no, que estábamos cansados. Él lo entendió a su manera y, tras llevarnos hasta casa nos despidió con un “que descanséis” que dejaba muy a las claras el significado oculto que guardaba.

Nada más lejos de la realidad. Nuestras prisas realmente respondían a la necesidad de despertar primero y disfrutar después de la muñeca que nos esperaba dormida en el sofá. Vimos alejarse el coche y con ansiedad nos dirijamos hacia el apartamento. Sin duda aquella iba a ser una noche muy muy larga.