Las Muñecas 23
Manu se prepara para su viaje a Barcelona. Antes queda con Lorena para cenar.
XXIII
Tener a Marta desnuda con su cuerpo irradiando calor a mi lado, no sólo era cumplir el más recurrente de mis sueños eróticos, sino la más palpable demostración de lo mucho que había cambiado mi vida en poco más de un mes.
Si no tuviese la mente tan ocupada en lamentarme de mi penoso episodio de eyaculación precoz, sin duda hubiese pensado sobre lo poco que quedaba en mí del chaval tímido, inseguro y formal que era antes. Silvia o incluso Marta podían alegar que el control mental las había desinhibido, que había derribado sus barreras mentales, pero, yo no. Mi mente había cambiado adaptándose a la oportunidad, y a una nueva realidad inesperada que me exigía deshacer por completo no sólo mi vida, sino mi más íntima esencia. Sentía como, junto a mi vida sexual, iba creciendo en mi un nuevo Manuel, infinitamente más capaz y determinado. La vida me brindaba nuevas oportunidades cada día, laborales, sociales, sexuales… Tenía que dar la talla, empezando por satisfacer a la impresionante hembra que compartía cama conmigo esta noche.
Marta estaba claramente insatisfecha a pesar de su orgasmo, y lejos de estar a la expectativa, asumió por completo el control de la situación, girando en la cama para encontrar mi polla en retroceso y devolverla a la vida con su boca.
Descendió por mi cuerpo instalándose entre mis piernas, y una vez allí comenzó a devorar los restos del primer asalto mientras su lengua y sus labios explicaban a mi miembro que no era tiempo de descanso. Por momentos mi polla era recorrida por la caricia de sus labios arrastrado un beso abierto, que abarcaba buena parte de mi miembro, limpiándolo con sus labios e inflamándolo con suaves caricias con la lengua. De vez e n cuando toda mi polla desaparecía por completo engullida por su boca, rellenando los cálidos rincones que se abrían desde sus dientes al inicio de su garganta.
Marta era una maestra absoluta de las caricias orales. Cada beso ofrecía el calor perfecto, cada succión ejercía la presión exacta. Cada recorrido de arriba abajo provocaba un incendio controlado no solo en mi miembro, sino por todo mi cuerpo. Mientras mi polla era meticulosamente devorada, sus manos masajeaban mis testículos y mis ingles abiertas, descendiendo por mi escroto hasta la entrada de mi ano, acariciándolo sin penetrarlo, suave pero firmemente, demostrando quien de los dos amantes era la experta y cual el aprendiz.
Mi sexo crecía por momentos con sus cuidados, y con cada embestida de su boca se enterraba más en el fondo de su garganta provocando pequeñas arcadas que no impedían que en cada topetazo sus labios llegasen hasta la misma base de mi polla, que desaparecía por completo en su interior para aflorar de nuevo bañada en hilos de babas y saliva que, rápidamente eran rescatadas por su lengua regresando al lugar del que habían partido.
De repente mi pareja decidió que también quería sacar partido a ese momento. Se sentó en la cama y limpió su sexo con la sabana. Luego trepó sobre mi cuerpo para ofrecérmelo situándolo sobre mi boca, mientras ella regresaba a mi polla en un perfecto 69.
Con ambas manos me aferré a su culo atrayéndolo hacia mí, enterrando mi cara en el espacio abierto entre sus piernas, presionando su sexo contra mi boca abierta en la que mi lengua buscaba ahora penetrarla, ahora explorar sus rincones, mientras mis ojos se inundaban con la visión de su culo.
A pesar de la fuerza con la que la aprisionaba contra mi cara, Marta movía las caderas con maestría, no solo recibía mi caricia con la boca, sino que ella misma se restregaba contra mi cara, ahora arrastrando su clítoris por mi barbilla, ahora llevando su ano hasta mi boca para que este también recibiese su dosis de besos. Entretanto seguía regalándome una mamada primorosa, sin duda la mejor que había recibido nunca. Una caricia empapada, ardiente y profunda que no se detenía ni un instante y que prometía ser capaz de provocarme una segunda corrida en cuanto su dueña quisiese hacerlo. Marta follando era una hembra indomable, una verdadera bestia sexual. Bajo su influjo, parecía un pequeño pez rezando por no ser devorado, un aspirante a amante dominado completamente por su maestra. Era evidente que no podía superarla como amante, y menos si permitía que fuese ella la que tomase la iniciativa.
En apenas un par de minutos noté la urgencia por deshacer aquella caricia mortal que me llevaba irremisiblemente a explotar en su boca, y aplicando la fuerza justa escapé de su abrazo. Dándome la vuelta busqué su boca con la mía mientras ella se colocaba de lado, ofreciéndome la espalda. Guie con mis manos sus piernas hacia arriba hasta dejarla tumbada de lado con ambas dobladas, dejando que su sexo al completo emergiese por detrás de sus muslos y me desplacé en la cama para quedar de rodillas, a su espalda, con mi miembro en su máxima capacidad enfrentado con sus dos orificios mientras ella, con el torso girado me miraba fijamente con cara de salvaje deseo.
Tomé mi polla con la mano y la apunté a su entrada más estrecha aplicando presión sobre su esfinter que cedió lentamente albergándome. Gané cada centímetro despacio, en un avance tan continuo y firme como sutil, mientras su cara expresaba las placenteras sensaciones que, centímetro a centímetro, mi avance despertaba en su culo.
Seguí profundizando hasta que me fue imposible enterrarme más, aplastando mi pubis contra las nalgas abiertas, e inclinándome sobre ella busqué nuevamente su boca que me recibió pastosa y con sabor a ansia.
- Ahora sí. – Me dijo – Así es como se complace a una mujer.
Incorporándome nuevamente inicié mi movimiento con la cadera, entrando y saliendo de su culo que se hundía o emergía en cada movimiento intentando soldarse a la piel de mi polla. La postura de la penetración hacía que cada embestida se dirigiese dentro de ella un poco hacia adelante, empujando desde su interior las paredes de su vagina, lo que provocaba un sutil pero visible movimiento de su vulva y su sexo, empapado. Pude ver como una de sus manos emergía entre sus piernas y buscaba su sexo para completar la caricia y como sus dedos atrapaban contra la pared de su entrepierna su capuchón, castigando su clítoris mientras Marta vibraba, temblaba, casi convulsionaba preparándose para estallar. Acrecenté el ritmo de cada ataque, de cada golpe y apoyándome en mis brazos sobre la cama liberé mi cadera para poder aplicar todavía más velocidad y más fuerza.
Ahora, mientras me enterraba como un loco en el culo de mi cuñada, por fin podía sentir que era yo el que dominaba el encentro. Marta cerraba los ojos y estiraba su cuello como queriendo atrapar más aire en cada uno de sus profundos jadeos, Estiraba su mano libre hacia mí, empujando mi pecho como si quisiese librarse de mi castigo mientras su otra mano enterraba sin pudor sus dedos en la vagina, sintiendo con las yemas como mi glande se estrellaba contra las paredes de su gruta desde su culo. Marta estalló en una rápida sucesión de jadeos sordos, casi inaudibles, mientras su mano arañaba mi pecho y su cara se descomponía, enrojecía y contorsionando su boca abierta con la punta de su lengua entrando y saliendo de ella al ritmo de cada impulso de mi falo, rozándose contra su labio inferior completamente seca, deshidratada por el calor de la pasión y de su placer.
Dejé que Marta se corriese sin bajar el ritmo ni por un instante, y para cuando terminó su cuerpo quedó fláccido, rendido, vencido y dominado por mí. Hasta su esfínter pareció relajarse permitiendo a mi polla entrar y salir con total soltura. No hacía falta que nadie me dijese que mi amante estaba saciada. La evidencia innegable.
Salí de su culo al borde del colapso y girándola por el hombro dirigí la punta de mi miembro directamente a su cara. Masturbándome enloquecidamente descargué sobre su rosto los restos de mi semen en un orgasmo con sabor a victoria y dominación, mientras ella recibía la lluvia de mis jugos con la boca y los ojos bien abiertos, disfrutando del efecto que su cuerpo había causado por segunda vez en su amante.
Caí derrotado a sus espaldas, tumbado al lado de ella que recostó la cabeza contra la cama sin limpiarse, dejando que mi semen corriese libre por su rostro hacia las sabanas mientras adaptaba su cuerpo a mi postura, pegándose a mí, pies con pies, sus muslos con mis piernas, su espalda con mi pecho y su melena enterrando mi cara. Era un acople perfecto de dos cuerpos que parecían diseñados para estar juntos.
Me quedé inmóvil por más de un minuto disfrutando el perfume y la suavidad de su cabello y su piel hasta que ella se separó de mí, sentándose al borde de la cama. Giró su cabeza y me miró con una sonrisa mientras limpiaba los restos de mi semen en su cara con la punta de la sabana.
- Buenas noches cuñado – Me dijo dulcemente – Hay sabanas limpias en el armario.
Y sin esperar respuesta se levantó para desaparecer por la puerta dejándome solo con mis sensaciones, una cama empapada, el olor de nuestro encuentro y su camisón inerte y vacío abandonado en el suelo de la habitación. No pude ni moverme. Cubrí mi cuerpo desnudo con la maltrecha sabana y me abandoné a un merecido descanso.
La mañana me sorprendió en un lecho vacío con los restos resecos de la más dulce de las batallas. A lo lejos, en el jardín resonaban los alegres gritos de mi sobrina que correteaba en el jardín. Me levanté y me dispuse a ducharme, a iniciar un nuevo día que difícilmente podría superar a todo lo vivido el anterior. Con mi cuerpo descansado y limpio y mi alma recargada de la más positiva de las energías me vestí a mi primero y desnudé luego la cama para, ahora sí, rehacer la cama de invitados. Salí del cuarto con las sabanas sucias, el camisón de Marta y la ropa que mi hermano me había prestado y las llevé abajo, a la sala de la lavadora, dejándola en el cesto.
E el salón, sobre la barra, me esperaban tres tazas, una jarra con leche, una cafetera llena y un plato repleto de magdalenas y cruasanes. Me serví en café y con una magdalena en la mano salí al encuentro de los gritos risueños de mi sobrina. Bajo el velador, mi hermano sentado leía el periódico del día mientras vigilaba a la pequeña.
- ¡Tito, tito! – Nerea corrió hacia mí trepando por mi cuerpo hasta colgarse de mi cuello en un abrazo intenso. Apenas si me dio tiempo de deshacerme del café caliente y el bollo dejándolo sobre la mesa de la terraza. - ¡Papá, está aquí el tito!
Nerea sonreía feliz y me comía la cara a besos abrazando sus piernas en mi torso para no caerse. Yo la sujetaba sentándola sobre uno de mis brazos mientras que con la otra mano arrasaba sus costados con cosquillas que despertaban en ella una risa histérica, a carcajada limpia que parecía iluminar todavía más aquel precioso día de verano.
Parece que el monstruo esta hoy de buen humor – dije entre risas a mi hermano.
No te confíes demasiado. Sigue siendo peligrosa. – Contestó David.
Deje que Nerea se cansase de mí y la despedí con un pequeño azote en el culo antes de que saliese disparada a montarse en su triciclo rosa. Luego me senté con mi hermano a desayunar. El me pasó un sobre blanco con dos billetes dentro.
Me acaban de traer esto. Vuelas el jueves a las 14 y vuelves el lunes a las 10. Te da tiempo de sobra de llegar a trabajar.
Joder tío. Muchas gracias. Yo iba a ir en tren.
De nada. El próximo viaje ya podrás pagártelo tú mismo. Dale un beso a Silvia de mi parte.
Pasamos los siguientes treinta minutos charlando animadamente mientras veíamos quemar asfalto a mi sobrina. Luego, terminado el desayuno David me dijo que iba a dejar a Nerea con mis padres e ir a trabajar. Me preguntó si me apetecía ir con él para conocer a alguna gente. Aunque yo iba a trabajar en otra empresa, David sabía que parte de sus compañeros directivos tendrían una relación continua conmigo. Algunos por motivos laborales y otros a través de la actividad social y de ocio de la empresa.
Acepté encantado y David me pidió que me cambiase, que cogiese uno de sus trajes para “ir decente” me pregunto si tenía dinero para ropa “de verdad” y ante mi negativa, me tendió su tarjeta de crédito.
- Hoy es el día de los regalos – Dijo como toda explicación
Lo cierto es que mi hermano era muy generoso siempre conmigo. Desde que había empezado a trabajar, era el mayor benefactor de mi ritmo de vida. No perdía ocasión de ayudarme en todo lo que podía. Ropa, teléfonos móviles, dinero para salir… Era un hermano mayor espectacular, el mejor del mundo. Ahora que íbamos a ser compañeros de trabajo sentía una completa sensación de seguridad sabiendo que iba a ser él el que me allanase el camino.
Cuando bajé las escaleras enfundado en un elegante traje azul de chaqueta mi sobrina quedó mirando atónita para mí y le dijo a mi hermano.
- Papi, el tito está muy raro.
Ambos reímos por la ocurrencia de esa diablilla y yo tomándola de la mano le contesté.
Venga tunanta, tira para el coche.
Papi, ¿Qué es una “tutana”? – Preguntó entre curiosa y ofendida.
Tras dejar a la pequeña con mis padres, llorando como siempre, y después de las pertinentes explicaciones para justificar mi “disfraz” partí con mi hermano hacia el puerto, donde estaban las oficinas centrales de la empresa en Coruña. Ocupaban un edificio discreto, de tres plantas con una zona de aparcamiento a cielo abierto y todo el recinto rodeado con una valla.
Accedimos al inmueble y David me guio a su despacho. Me senté en una de las sillas frente a su mesa y esperé pacientemente mientras David consultaba y contestaba alguno de sus correos. Luego me indicó que le siguiese y comenzamos un exhaustivo tour por cada despacho de cada planta.
Al final de la mañana David me había presentado a más de 30 personas. Todas ellas me recibieron con la máxima cordialidad. Prácticamente todos los directivos de la empresa eran jóvenes. Hombres y mujeres de entre 25 y 45 años. Me llamó poderosamente la atención ver solo a dos o tres personas más mayores, tanto entre los ejecutivos como en el resto de la plantilla.
Pregunté a mi hermano que me explicó que ello respondía, por un lado al poco tiempo que llevaba la empresa funcionando (unos 15 años), segundo a una estrategia de contratación que apostaba por directivos formados en la propia empresa y por ultimo a que algunos de los directivos más mayores acababan como socios y trasladándose a las oficinas centrales en Madrid o a la gran central logística de Málaga , mientras que otros, que no lo conseguían, apostaban por buscar retos mejor pagados en otras empresas.
Fuimos a comer a un restaurante cercano y luego me despedí de mi hermano que tenía la tarde llena de reuniones. Me encaminé a mi casa empoderado por mi elegante aspecto, estirado como si ya fuese uno de esos altivos elegantes ejecutivos de los que me había rodeado en las últimas horas.
Dediqué la tarde a dar uso a la tarjeta de crédito de mi hermano, y al acabar la jornada ya me había probado y arreglado tres trajes de chaqueta, y varias camisas, alguna para llevar con corbata y otras de cuello Mao, para lucir de una forma más casual e informal.
Llegué a casa a las ocho, justo cuando Marta salía con Nerea de casa de mis padres. Me recibió con un par de besos en la mejilla y un abrazo, intercambiamos unas palabras y se despidió de mí no sin antes decirme entre risas que el traje que llevaba me quedaba mejor que a su marido.
En casa tuve que dedicar media hora a explicar a mis padres los pormenores de mi nuevo trabajo, prometer que no interferiría en mis estudios y por último, confirmar a mi madre sus temores de que, más pronto que tarde, abandonaría el nido para iniciar mi proyecto de vida con Silvia.
Mi madre recibió el impacto con más aplomo del que yo esperaba, se alegró por nosotros, me dijo que Silvia le parecía perfecta para mí y que estaba muy orgullosa de como había preparado a sus dos hijos para volar por sí mismos. Luego me dio un sonoro y se retiró a su habitación intentando esconder una lagrima que peleaba por salir de sus ojos.
Eran las nueve cuando llamo Silvia. Me fui a la habitación para poder hablar con ella libremente.
Hola – me dijo - ¿Tienes ya los billetes?
Si, mi hermano me compró billetes de avión para el jueves y el lunes. Además tengo noticias increíbles.
Pasé los siguientes minutos contando a Silvia la cena, la entrevista, el trabajo y las condiciones salariales. Escondí muy a propósito toda referencia a mi Don y al papel que este había jugado para mi contratación Por ultimo le hablé de mi nuevos trajes y de cómo su novio se había transformado de la noche a la mañana en todo un pingüino.
¡Me alegro muchísimo, Manu! – Respondió entusiasmada – El jueves a la noche quiero que me lo cuentes todo. Con pelos y señales. Tengo un novio rico – dijo entre risas – menudo pastizal te van a pagar.
Quería esperar al jueves, pero no me aguanto. Quiero que cuando vuelvas vivamos juntos. No quiero pasar ni un día más despidiéndote en tu portal.
-¿En serio? – Dijo Silvia enfadada, casi a gritos - ¿eres tan capullo de decirme algo así por teléfono? - Después de un incómodo silencio cambió el tono a otro mucho más alegre y socarrón - Que sepas que los primeros meses en casa vas a pasarlos siendo mi esclavo hasta que compensen esta cagada.
Se me iluminó la cara con una sonrisa.
Entonces ¿Quieres vivir conmigo?
Claro que sí, tonto. Si no llegas a pedírmelo te hubiese matado con mis propias manos.
No puedo explicar la felicidad que me invadió al oír aquellas palabras. Quedaban poco más de mes y medio de separación pero luego seríamos una pareja emancipada. Aún había que decírselo a los padres de Silvia, pero ahora mismo aquel sueño tenía visos de convertirse en una maravillosa realidad. Pasamos unos minutos planificando las cosas y finalmente decidimos ir paso a paso. Cuando ambos estuviésemos otra vez en Coruña nos sería mucho más sencillo organizarnos. Poco a poco fuimos cambiando a temas más triviales. Hablamos de su trabajo, de Barcelona, de los lugares de fiesta y eso irremisiblemente nos llevó al tema sexo.
¿Tienes algo que contarme? – Preguntó Silvia – ¿Alguna conquista nueva?
Marta. - confesé - Nos teníamos ganas desde hace tiempo, ahora ya nos hemos probado.
¿Marta? ¡Qué fuerte! Tenía claro que Marta te gustaba, pero creí que ibas a esperar a que volviese y que quedaríamos los cuatro o algo así. En todo caso me alegro por ti. Además así todo queda en casa. Tenemos que ser cuidadosos con nuestras parejas, no sea que pillemos algo raro. Y hablando de gente de casa ¿Quedaste con mi hermana? Hablé con ella ayer y no me dijo nada.
Pues no, pero si quieres quedo mañana con ella aunque no para lo que tú piensas. Quedo con ella, tomamos café, le pregunto como está y listo.
Uy que mojigato. Te voy a juntar con la Rebe.
-Que bicho eres. Pobre chica.
- De pobre nada. A esta tenemos que espabilarla. Este fin de semana pienso estrenarla. A ver si le sacamos de encima la tontería
-¿Seguro? ¿Es eso lo que quieres? Yo había pensado dejar a tu amigo gay a punto de caramelo, pero no había pensado que quisieses propasarte con tu amiga del alma.
Es por su bien, se está perdiendo las cosas buenas de la vida. Cuando se dé cuenta será vieja y estará casada con algún folla poquito de tres al cuarto que la hará infeliz. Vamos a convertirla en una auténtica pervertida.
A veces me das miedo. Que lo sepas.
Ya, y eso me lo dice el que se tiró a sus dos cuñadas. ¡Ahora vamos a ser todos unos santos!
Bueno, por mí encantado. Nunca me acosté con una chica virgen.
Despacio amigo, tira del freno. Podemos acostarnos los tres, pero voy a ser yo la que la desvirgue. Quede claro.
Silvia pronunció esas palabras con determinación. Era evidente que no podía negarme. Imaginé que mi amigo Manolito, en manos de Marta sería el primero en explorar la cueva de la pobre chica, y sinceramente me parecía un desperdicio, pero cuando Silvia quería algo era difícil frenarla así que di la batalla por perdida antes de librarla. No la desvirgaría pero desde luego sería el primer hombre en explorar esa gruta.
No hay problema. A ver si de aquí al viernes te crecen las partes del cuerpo necesarias. – le dije con ironía.
Soy una mujer de recursos. Lo que tenga que crecer crecerá – Contestó con decisión.
Lo dicho, guapa. Me das mucho miedo. – Ambos reímos de buena gana
Casi media hora de charla más tarde nos despedimos sabiendo que en menos de 48 horas estaríamos juntos de nuevo.
Tal y como prometí a Silvia el miércoles a la tarde quedé con Lorena. Ella salía de trabajar a las ocho, por lo que quedamos a las nueve y media para cenar.
Fuimos a un pequeño bistró donde cominos unas deliciosas crepes con gambas regadas con un excelente vino francés. Durante la cena tuve ocasión de descubrir muchísimas cosas sobre ella que desconocía.
Lorena trabajaba como diseñadora para el grupo Inditex, Su día transcurría entre bocetos y reuniones eternas, donde ella aportaba el talento pero eran otros los que tomaban las decisiones y se repartían los méritos. Más de una vez había intentado crecer y ascender en el equipo, pero al final siempre eran otros los elegidos, casi siempre hombres, más determinados y más propensos a asumir riesgos. Ella, a pesar de su carácter decidido, quedaba eclipsada por su prudencia laboral. A sus 27 años sabía que no debía tener prisa, pero también había aprendido que las oportunidades perdidas ya no regresan por lo que en algún momento podría acabar encasillada y que simplemente las oportunidades dejarían de llegar.
Por ello cada día que pasaba se esforzaba más por destacar en el trabajo. Era la primera en llegar y la última en marcharse. No perdía ocasión de participar en todos los planes de formación de la empresa aunque la mayoría estaban impartidos por personas que tenían que aprender mucho más de ella de lo que podían enseñarla. Nada parecía funcionar y esa tensión y esa ansia se habían ido poco a poco comiendo los demás aspectos de su vida hasta convertirla en una chica que sólo trabajaba.
Me habló de Federico, su último novio que intentó inútilmente darle otra perspectiva a su vida hasta que aburrido de intentar que Lorena se centrase en la relación acabó desistiendo y dejándola después de dos años de noviazgo estéril. Me recomendó que no hiciésemos lo mismo nosotros y que si estábamos seguros de querernos no dudásemos en asumir riesgos, en priorizar lo nuestro por encima de todo. Tuve que contenerme para no soltarle allí mismo los planes de futuro con su hermana, pero me pareció conveniente que fuese Silvia la que se lo contase.
Poco a poco la conversación tomó tintes más íntimos y, hacia el final de la cena Lorena se decidió a hablar sobre el episodio sexual de la anterior semana.
Quería decirte que, aunque no hablamos más desde la otra noche, no me he sentido incomoda con lo que pasó. Incluso creo que me hace sentirme más unida a Silvia y a ti. El domingo pasé todo el día deseando repetir, incluso a ratos me sentí sucia por acostarme con el novio de mi hermana, pero entiendo que despertaste cosas dormidas, y que de algún modo activaste una parte de mí que llevaba tiempo pidiendo paso. – Lorena me hablaba con cariño y cierta prudencia, muy pendiente de medir sus palabras y no decir nada inoportuno. – Pero puedes estar tranquilo, no voy a saltarte encima, al menos hasta que mi hermana vuelva a invitarme a hacerlo –me guiñó un ojo con picardía.
No te extrañes de que pase. Recuerda que casi nos exigió que nos siguiésemos acostando. Menuda es Silvia cuando se empeña en algo. Que sepas que fue ella la que me pidió que quedase contigo hoy. Eso sí, a mí me apetecía que hablásemos y estoy disfrutando muchísimo con la velada.
-Yo también, ¡Y pensar que me parecías un idiota! Me alegro de haberte podido conocer mejor, aunque para eso hayamos tenido que follar como monos en celo. – Lorena no parecía incomoda en absoluto – Es extraño y no se le puede contar a nadie, pero siempre voy a tener un buen recuerdo de esa noche. De alguna manera me siento liberada y abierta a cosas nuevas. Hasta me arreglé ahí abajo por si surge algo. Menuda vergüenza que me vieses con ese matorral.
No te preocupes. Fue todo muy bonito y tú eres preciosa – dije – se lo que pasó entre vosotras y creo que fue todavía más especial. Seguramente muy poca gente lo entienda, pero Silvia y yo estamos descubriendo que el sexo es una poderosa herramienta para tirar abajo todo tipo de miedos y barreras. Piénsalo de esta manera. ¿Cuántos años tendrían que pasar para que tú y yo pudiésemos compartir el grado de intimidad del que disfrutamos esta noche? No es solo sexo, es también amistad, cercanía y confianza.
Que vergüenza - contestó ella ruborizada – Silvia no tiene el más mínimo sentido del pudor, alucino con que te lo haya contado. Además, que sepas que fue ella la que tuvo la idea de ir a por ti.
Lo sé, tu hermana es tremenda. Yo la inicié en este camino de liberación, pero ella enseguida me alcanzó y tomo ventaja. A día de hoy es ella la que marca el ritmo y tiene la iniciativa. Creo que en el fondo sois muy parecidas. Cuando algo os motiva os volcáis.
Tienes mucha suerte. No es por que sea mi hermana, pero es una persona muy especial. Estoy segura de que vais a ser muy felices.
¿Y tú? – Pregunté – ¿No hay nadie que te interese?
Sinceramente estoy hecha un lío en eso. Hace tiempo que me gusta un chico del trabajo. Es muy tímido, y no sé yo si podría decir que guapo, pero tiene un algo que me encanta. Pero nada, si yo soy una adicta al trabajo él no se queda corto. Está en el departamento de publicidad, y pasa el día entero tiempo revisando fotos de catálogo. Nunca pude cruzar con él más de diez palabras no relacionadas con el trabajo.
Pues no lo pienses, te plantas delante de él y le comes los morros. –Dije casi riendo – cuando los sanitarios lo reanimen miras a ver qué pasa.
Lorena lanzó una carcajada sonora, sorprendida por mi espontaneidad, y tuvo que reconocer para sus adentros que la idea era descabellada, pero que tal y como estaban las cosas quizás podría llegar a funcionar.
- No sé si encontraré valor para hacerlo, pero me lo apunto. En el peor de los casos me quito la duda de encima.
Era consciente de que mi futuro inmediato pasaba por entregar mis muñecas a otros, y tenía que practicar como hacerlo. Me pareció que Lorena podía ser un buen experimento en ese sentido. Una arriesgada idea se asentó en mi cabeza. En el peor de los casos condenaría a Lorena a un poquito de vergüenza a cambio de una anecdota que contar en el futuro.
- Bueno. Tengo que irme, todavía tengo que preparar la maleta para mañana. Te acompaño a casa.
Lorena se empeñó en invitarme a la cena. Dijo que prefería que gastase el dinero con Silvia en Barcelona. Salimos del bistró y fuimos paseando del hasta su casa. Charlando animadamente como dos viejos amigos. Al llegar al portal ella quiso despedirse y yo improvisé una excusa para subir.
Silvia me dijo que quería un par de libros para prestárselos a su compañera de piso – mentí. – Si no te importa subo y los cojo.
Sin problemas. Sube. Además mis padres están en casa así que no hay peligro para mí – bromeó.
Los padres en casa eran un problema. Mi idea era dormir a Lorena para pedirle que conquistase a su publicista. Los padres eran, sin duda, un estorbo inesperado. Llegamos arriba y encontramos a Ramón y Sonia enfrascados en una película.
Ramón me saludó con un gruñido y Sonia me obsequió con un par de besos. Luego me ofrecieron un café que no tuve más remedio que aceptar. Lorena sirvió el café y por unos minutos los cuatro charlamos de estudios, de Silvia y de trivialidades ante la pantalla de televisión con la imagen de video congelada.
A Ramón no parecía hacerle demasiada gracia que me fuese a Barcelona, pero asumía que no le quedaba otra opción que aceptarlo. No pude evitar calcular su reacción cuando Silvia le confesase nuestros planes, pero en mi fuero interno deseé que ella prefiriese hablar con ellos a solas. Ramón era, en esencia, un buen tío, y sabia como iban las relaciones de hoy en día, pero claro, era su hija pequeña, no podía ser objetivo.
El café se acabó y con la excusa del libro pedí a Lorena que me acompañase al dormitorio de Silvia para ayudarme a buscarlo. Sus padres volvieron a la película olvidándose de nosotros. Entramos al cuarto de Silvia y yo, disimuladamente, arrimé la puerta por completo para ganar la mayor intimidad posible con Lorena. Tanteamos entre los estantes de Silvia, plagados de libros de todo tipo y elegí dos al azar. Se los mostré a Lorena con gesto triunfante.
Qué raro – dijo ella sosteniendo uno de ellos – Silvia me dijo que este era muy malo. Estuvo a punto de dejarlo sin acabar. ¿Seguro que te dijo que le llevaras este?
¡Seguro! A lo mejor por eso lo quiere – improvisé - querrá demostrarle a Rebeca que es un escritor horrible.
Escritora – corrigió Lorena – Es de una mujer
Escritora. – concedí yo avergonzado de ni siquiera haber leído el título y el autor.
Lorena se sentó en la cama abriendo el libro y me hizo una seña para que me acercase. Me senté a su lado. En la portada interior del libro había una nota a lápiz de Silvia. La nota decía “Recomendado para hacer una hoguera pequeña” Era evidente que no había acertado al elegirlo. Me encogí de hombros y dije a modo de toda explicación.
¡Mujeres! ¿Quién las entiende?
¡Oye! Dijo Lorena dándome un empujón hacia atrás con el brazo. Me dejé caer sobre la cama y tiré de ella hacia atrás por la ropa, haciéndola caer también. Ella se desplomó teatralmente entre risas. Aproveché el momento
Lorena, duerme.
Lorena quedó completamente dormida, inerte y relajada. Aunque sabía que los padres de Lorena no sospecharían que ella hiciese nada raro con el novio de su hermana sabía que no tenía demasiado tiempo. Picado por la curiosidad, aproveché la ocasión para desabrocharle el pantalón, bajar la cremallera y tirar de sus braguitas para comprobar que efectivamente la melena del pubis de Lorena había desaparecido.
Pude ver como ahora, una pequeña mata de pelo corto adornaba su monte de venus, bien perfilada y recortada. Metí la mano entre sus piernas para comprobar que más abajo, a lo largo de su sexo, todo rastro de pelo había desaparecido y pude acariciar su piel lisa.
Pasé a propósito un dedo por su raja y llegando a la abertura de su vagina la penetré todo lo profundo que me permitía la postura. Moví un poco la mano para empapar bien los dedos de sus jugos y cuando Lorena comenzó a gemir excitada la retiré llevándome los dedos a la boca para devolver a mi memoria los sabores y olores del coño de mi novia a través de los idénticos efluvios de su hermana.
Excitado pero satisfecho repuse el orden en su vestimenta y me tumbe nuevamente a su lado. Habían pasado poco más de tres minutos. Tenía que ser suficiente.
- ¡Lorena despierta!
Abrió los ojos miró para mí y volvió a reír. Se giró sobre sí misma acercándose a mi cara y me besó en la mejilla mientras me abrazaba.
Manu, eres un tío alucinante. Gracias por la cena y por la charla. Pero ahora vete o no respondo – Dijo entre risas – recuerda que tengo permiso de mi hermana para hacerte lo que me apetezca.
No creo yo que la cosa sea así. – aunque sí lo era – imagino que yo tendré opinión en el asunto.
Tu a callar y hacer lo que te manden. ¡Chicas al poder! Gritó divertida mientras se incorporaba de un salto de la cama.
Pues a ver si lo demuestras – le dije aprovechando el giro de la conversación – El lunes salgo del trabajo a la misma hora que tú. Podemos cenar otra vez y me encantaría que trajeses a tu publicista con un par de buenos polvos encima. Me gustará conocerlo.
Si hombre, ¿Tú crees que es tan sencillo? Casi no me atrevo ni a hablarle.
No te preocupes. Estoy seguro de que puedes hacerlo. Si lo intentas lo conseguirás. Eres una mujer irresistible.
¿Y si sale mal? - Preguntó preocupada
Si algo sale mal me llamas al momento. No quiero que pases un mal rato tu sola. Entre Silvia y yo te animaremos.
No te prometo nada. Pero en algún momento tendré que intentarlo. Si me quedo esperando puedo esperar para siempre.
Di que sí. En cuanto te pongas delante de él o es un perfecto cretino o se derrite.
Lorena se abrazó a mí con fuerza y me plantó un beso en la mejilla. Me apretaba con la fuerza que da la esperanza. Devolví el abrazo y el beso y no sé muy bien por qué deposité otro pequeño beso en sus labios. Ella me lo devolvió al instante con total naturalidad.
Deshicimos el abrazo y llegó el momento de marchar. Cogí los libros y salimos de la habitación. Sus padres seguían enfrascados en la película, ajenos a todo lo que había ocurrido a pocos metros de ellos. Se levantaron para despedirme y mandarme besos y saludos para su hija. Salí de allí dispuesto a irme a casa y descansar. Mañana a estas horas estaría con Silvia, no podía ni quería pensar en otra cosa.