Las Muñecas 19

Manu se despierta con una sorpresa mientras Silvia continua ayudando a su hermana

XIX

Es curioso como la mente rellena los huecos que faltan para intentar dar coherencia a aquellas cosas que no entiende o que le parecen anormales. Es esa capacidad la que hace que inconscientemente mis muñecas puedan conciliar la falla temporal que se produce cuando las duermo, ya sea durante unos minutos o durante mucho más tiempo. Al despertar su mente buscará una explicación que le resulte plausible y la elevará al estatus de cierta. Esa explicación puede generarla la propia mente o ser inducida por otra persona o un estímulo externo. La única condición necesaria para ello es que la mentira generada sea más plausible que la realidad desnuda e irreconciliable de la que la mente quiere huir.

Los sueños funcionan de un modo muy parecido, los construimos con pedazos de recuerdos, vivencias, y sensaciones recogidas durante la vigilia y con ellos reconstruimos una realidad ficticia que sirve para conciliar una preocupación o una duda, o para protegernos a nosotros o a nuestro sueño de estímulos externos.

Así una persona dormida que todavía no ha conseguido el descanso necesario, tenderá a disfrazar con un sueño la alarma del despertador, convirtiéndolo en una sirena, un ruido dentro de un sueño concreto o cualquier artificio que permita que, a pesar del estímulo externo, el cerebro pueda completar su ciclo de descanso.

Gracias a esta combinación de estímulos recuerdos y vivencias, mi mente me regalaba mientras dormía un placentero y morboso sueño en el que una mujer sin rostro me regalaba una exquisita mamada. Esa mujer a la identificaba de forma sucesiva como una u otra de las mujeres de mi vida, se afanaba sobre mi miembro en una caricia tan real que parecía querer arrancarme del sueño, despertarme para poder reaccionar e interactuar con esa fantasía desde el mundo de los vivos.

Mi cuerpo se despertó arrebatándome al instante todas las imágenes creadas por mi cerebro y sustituyéndolas por la penumbra de mis ojos cerrados, pero no se llevó consigo las placenteras sensaciones de una boca devorando mi intimidad. Sentía unos labios subiendo y bajando por el tronco de mi pene, una lengua recorriendo el glande en un enrabietado juego de caricias concéntricas, una poderosa succión, casi molesta, que atrapaba cada vez más sangre en mi miembro, llevándolo a una erección casi imposible.

Como explicaba antes, mi mente reconstruyó la escena para convertirla en algo lógico y asumible y así, sin necesidad de abrir los ojos supe que mi novia reclamaba un nuevo encuentro, posiblemente motivado por la última dosis de hipnosis. Baje mi mano hacia mi miembro hasta encontrar el pelo y la cabeza de Silvia afanándose en su baile vertical sobre mi polla y dejé que su caricia llenase mi mundo, con mis ojos cerrados y mi mano sobre su cabeza subiendo y bajando con ella en cada impulso.

A pesar del placer, en solo unos segundos empecé a notar claras diferencias entre esta y las caricias habituales de Silvia. A diferencia del siempre suave y sutil masaje de sus labios, hoy estos descendían y ascendían apretándose contra mi miembro, encerrándolo en una cárcel estrecha caliente y firme. La succión era notablemente más intensa, expandiendo mi polla dentro de su boca como efecto del vacío extremo que provocaba en ella. Cada ida y venida era violenta, muy enérgica y en cada retroceso mi polla salía completamente de su boca que se cerraba con un sonoro “pop” a causa de la succión. Mi novia innovaba, inventaba una nueva manera de acariciarme, de darme placer, y doy fe que funcionaba de maravilla.

Abrí los ojos para buscarla con la mirada y antes de que pudiese siquiera levantar la cabeza me encontré con el rostro de Silvia, sonriente, atenta a cada uno de mis gestos ante una mamada que lógicamente no me estaba regalando ella. No necesité recalcular nada ni atar cabos cuando, levantando la cabeza, pude ver a Lorena a horcajadas entre mis piernas, con su cara enterrada en mi intimidad y al fondo su generoso y perfecto trasero completamente en pompa como una gata en celo cuando la acarician.

Ambas mujeres estaban completamente desnudas, y en su desnudez, la piel de Lorena, apenas bronceada, parecía brillar. Podía ver su melena, corta y lisa como la de mi novia, pero mucho más oscura, casi negra, lloviendo sobre mis abdominales, barriéndolos con cada movimiento como un sutil cepillo, bailando sobre mi piel al ritmo de la caricia de sus labios. Por detrás de su cabeza emergía una espalda que circulaba ascendiendo y alejándose de mí, estrechándose en su cintura para estallar nuevamente en sus caderas ensanchándose a cada lado como la curva de una guitarra. La espalda se arqueaba de tal manera que la parte alta sus glúteos irrumpían en la cima de aquella montaña coronándola con la promesa de una redondez extrema y rotunda, una redondez que probablemente iba a hacer mía esa misma noche.

Me incorporé en la cama quedándome casi sentado y con mis manos en sus hombros ayudé a sentarse a Lorena que aplastó sus redondeces sobre mis rodillas. Luego con gesto inquisitorio pedí permiso a mi novia con la mirada, permiso que fue inmediatamente concedido con una sonrisa. Intenté inclinarme hacia ella para besarla pero ella no colaboró, quedándose quieta a poco más de 15 centímetros de mi boca.

  • Prefiero mirar, - dijo – ya veré luego si participo. Mi hermanita quiere saber por qué hacemos tanto ruido follando, así que hay que demostrárselo.

  • Pero tú me pediste… - interrumpió mi frase encogiéndose de hombros y poniendo una mueca que venía diciendo. “cosas que pasan”

Teniendo ya claro el consentimiento de mi novia centré toda mi atención en Lorena, que sentada frente a mi respiraba ansiosa, agitada por la expectativa y la pasión. Lo primero que me llamó la atención fueron sus pechos. Eran unos pechos hermosos, turgentes y redondos, y relativamente grandes para el talludo cuerpo que gastaba toda la familia de Silvia. Se alzaban sobre un vientre liso, casi tallado y se sostenían firmes en el aire inmunes a la gravedad. Estaban adornados por dos amplias areolas redondas y oscuras y dos pezones potentes y puntiagudos que aun oscurecían más el tono, llegando a parecer casi negros.

Estiré la mano y tomé posesión de uno de sus pechos acariciándolo mientras mi boca buscaba la suya, encontrándola abierta, receptiva y palpitante. La lengua de Lorena salió al encuentro de la mía y, tal y como había demostrado en mi polla, lo hizo con firmeza y sensual agresividad. Su lengua penetraba en mi boca una y otra vez, dominándola y poseyéndola, apenas dejándome a mí entrar en la suya. Buscaba el filo de mis dientes recorriéndolos, barría mis labios de una a otra comisura. Era sin duda, el beso de una mujer decidida, segura de sí misma y de lo que quiere, muy distinto a la cándida dulzura que me regalaba Silvia con cada beso. Ambas hermanas tenían un carácter muy diferente y eso se notaba también en el sexo, aunque el sabor de su boca y el tacto de su lengua me resultaba similar, enormemente parecido en ambas.

-  Colócate sobre mi cara, quiero probar tu coño. Le dije mientras me recostaba nuevamente sobre la cama

Ella obedeció rápidamente, y colocó su cuerpo encima del mío. Pude ver aquel redondo trasero acercarse a mis ojos para acabar con mi cara prácticamente enterrada en él a pocos centímetros de mí, abarcando toda mi visión y secuestrando mis sentidos texturas, colores y olores que se convirtieron por ese instante en todo mi mundo. Su coño, babeante hasta el goteo, desprendía un olor pastoso e intenso idéntico al de Silvia, y pude descubrir, no sin sorpresa, que hasta su sabor era idéntico, casi irreconocible, aun para un sibarita experto en chochos como yo.

Mi lengua se enterró en aquel caldo caliente, y comenzó a escavar en él, arrancando sabores, olores y provocando contracciones de placer que aportaban más y más jugos de su entrañas. Nunca había visto a una mujer empaparse de ese modo, rezumando flujo de forma continua, casi visible, muy distinta a esa mezcla explosiva de los orgasmos húmedos, Lorena lubricaba, pero lo hacía de un modo exagerado, nada usual.

Tal invasión de esencias me tenía tan entretenido que me costaba concentrarme en las sensaciones que venían de algo más abajo en mi cuerpo, donde el trabajo oral de mi futura cuñada se había reanudado con el mismo frenesí. Mi polla volvía a estar a merced de sus labios, su lengua y sus dientes y ella, entre gemidos provocados por mis caricias, daba cuenta de ella con un repertorio renovado de chupetones, lametazos y enérgicas sacudidas dentro y fuera de su boca.

En medio de aquel festín interrumpí mi trabajo en el coño de Lorena para buscar con la mirada a Silvia. La encontré sentada en la silla de su escritorio, disfrutando atentamente de la película porno que se desarrollaba en su cama con la mano enterrada entre sus piernas para masturbarse lentamente.

Viendo que todo estaba en orden devolví mi atención a la fuente de Lorena, que seguía manando sin descanso y decidido a forzar su orgasmo me abalancé sobre un potente, henchido y desnudo clítoris que coronaba su sexualidad de forma imponente. El primer lametazo directo sobre él arrancó de Lorena un grito de placer, pero también un movimiento de incomodidad, alejándose de mi boca, lo que me reveló, por un lado, que su clítoris era extremadamente sensible y por otro que Lorena todavía no estaba preparada para soportar una estimulación directa. En consecuencia limité mis caricias al contorno de su botón, al capuchón que lo rodeaba sin cubrirlo, a la parte alta de sus labios menores y a su vagina, que engullía mi lengua, sumiéndola en un pozo inundado, como si de una cueva submarina se tratase.

En poco más de medio minuto quedó claro que iba a ser yo el que ganase el primer asalto de aquella batalla. Su trabajo sobre mi pene fue deteriorándose, haciéndose errático y discontinuo para acabar capitulando, abandonando mi polla para así concentrarse exclusivamente en su propio placer. Creyéndola preparada dirigí nuevamente mi lengua a su desnudo clítoris, que arrancó un nuevo grito de placer, pero esta vez sin el respingo de incomodidad anterior, por lo que repetí la caricia primero para ir poco a poco incrementando la presión y el ritmo de mi lengua y acompañándolo con pequeños besos y succiones directas sobre él.

Lorena no gemía, berreaba como un animal, de forma gutural y salvaje, mientras su cuerpo se estremecía como una cuerda de guitarra pulsada. Su vagina y su vulva se contraían y distendían una y otra vez en espasmos rítmicos que arrancaban en cada pulso nuevos jugos blanquecinos, densos y olorosos, de textura casi cremosa de su interior. Su cuerpo colapsó al poco rato y toda ella cayó cobre mí, aplastando su coño sobre mi boca, mientras mi nariz y mis ojos acababan a pocos centímetros de su ano. Pude ver claramente que aquel culo ya había sido invadido en múltiples ocasiones, y que por lo tanto no tendría ningún problema para tomarlo para mí, conquistarlo al tiempo que dinamitaba todas las barreras que nos habían separado desde que inicié mi relación con su hermana.

Con suavidad me escurrí bajo su cuerpo dejándola tumbada boca abajo sobre la cama. En esa postura pude disfrutar de una visión completa de su precioso culo, firme y redondo, que se elevaba poderoso desde el final de su espalda para morir abruptamente en una redondez voluptuosa hacia sus muslos. Sujeté sus caderas y como si de una muñeca dormida se tratase las elevé hasta forzarla a colocarse a cuatro patas sobre la cama. Automáticamente colocó la espalda arqueándola de modo que entre sus muslos emergió toda su vulva, ofreciendo su entrada completamente expuesta y disponible. Me posicioné detrás de ella y apunté con mi verga hacia su entrada. Iba a penetrarla cuando me dijo.

  • No tomo la píldora. Por favor, usa un preservativo.

Contrariado por la interrupción iba a levantarme de la cama para coger uno en mis pantalones cuando Silvia se acercó a nosotros con uno en la mano. Rasgó el paquete y sacó la goma del envoltorio

  • Deja, yo te lo pongo, me dijo.

Yo roté un poco mi cadera para facilitar la maniobra y Silvia, arrodillándose, puso con ambas manos en condón en la punta de mi miembro. Estiró el látex rodándolo hasta que este sobrepasó la frontera de mi glande para, a renglón seguido agacharse y metiendo mi polla en su boca se afanó por colocarlo con los labios y los dientes, permitiéndome penetrar en ella cada vez un poco más mientras las vueltas el látex rodabas y descendían por el tronco de mi miembro enfundándolo.  En solo unos segundos la goma cubría totalmente mi falo mientras entraba entero en la boca de Silvia, hasta su garganta, para permitir a sus labios desenrollar las últimas vueltas.

Con el condón colocado apunté de nuevo al coño de Lorena ajustando la punta a su entrada. Luego de un golpe seco la penetré hasta que mis huevos se aplastaron contra sus muslos impidiéndome seguir avanzando. Ella a gatas lo recibió con un gemido e inició un movimiento de caderas al ritmo de mis embestidas. A pesar del preservativo podía notar perfectamente su humedad extrema, que provocaba con cada bombeo que un líquido caliente y viscoso se escurriese por la goma bañando mis testículos. Nunca había estado con una chica que segregase jugos con tanta intensidad, y el efecto de toda aquella hidratación era increíble. La lubricación era tan extrema que mi polla entraba y salía de su coño sin apenas resistencia y el calor que transmitía hacía que no notase en absoluto el hecho de estar enfundado con un condón.

Lorena se estremecía cada vez más caliente mientras Silvia contemplaba la escena desde su silla mientras penetraba su coño con el consolador. Ambas mujeres gemían casi al unísono, creando un ambiente que a oídos de cualquiera podría confundirse con las exageradas reacciones de placer del porno. Pero este sexo era muy real, muy real y caliente, un increíble regalo para un afortunado hombre que se veía rodeado no solo por sonidos olores y sabores que volverían loco a cualquiera, sino del aura morbosa que provoca ver gozar en un mismo cuarto a dos hermanas entregadas a su propio placer y ávidas de hacer disfrutar al hombre que compartían.

Poco a poco Lorena colapsaba nuevamente camino al orgasmo contrayendo sus nalgas con la intención de sentir toda la intensidad de mi miembro moviéndose dentro de ella, su respiración acelerada y su sudor anunciaban lo inevitable de un modo tan claro que hasta Silvia se dio cuenta de lo inminente de su explosión. Dejó el consolador y se colocó de rodillas al fondo de la cama, con su cuerpo pegado a la cara de Lorena a la que ofreció sus pequeños pezones. Lorena enterró su boca en uno de ellos y luego en el otro, devorándolos con ansia mientras empezaba a disfrutar de su clímax. Silvia entretanto guio sus manos a ambos lados del cuerpo de Lorena alcanzando también sus pechos y los estrujaba sin piedad acrecentando el placer de su hermana, que enloquecía por segundos.

Enferma de placer Lorena arqueó su espalda en una convulsión frenética mientras se deshacía repitiendo “si, por Dios, si, si” con palabras borrachas que se distorsionaban al salir de su boca ocupada con los pechos de su hermana pequeña. Silvia y yo continuamos sin descanso atacando su cuerpo hasta que exhausta Lorena se destensó, relajada y saciada tras un orgasmo largo e intenso que parecía necesitar desde hacía ya largo tiempo.

El final del orgasmo de Lorena deshizo la figura de los tres amantes. Silvia se retiró de su cara y se colocó medio sentada contra el cabecero de la cama exponiendo su pelado coño a la vista de ambos, yo, lejos aún del punto en el que se pierde la capacidad de detenerse, abandoné el coño de mi cuñada a la espera de que Silvia, que parecía haberse activado, indicase que atenciones requería y de quién.

  • Hermanita, ahora sí que es el momento de que pruebes mi coño.

Y dicho esto avanzó unos centímetros más sus caderas y abrió las piernas dejando su templo abierto hinchado y disponible para recibir los labios y la lengua de Lorena. Lorena se desperezó del letargo post orgásmico y se apresuró a cumplir las órdenes de su hermana, tumbándose en la cama boca abajo y enterrando su cara en la intimidad de Silvia, en una caricia tan apretada que, a pesar de lo privilegiada de mi posición no me permitía distinguir las evoluciones de sus labios y su lengua sobre el imberbe coño.

Dada la postura de ambas chicas, decidí que mi mejor opción era la boca de Silvia por lo que me incorporé poniéndome de pie en la cama, con mis pies a ambos lados del cuerpo tumbado de Lorena, poco más debajo de la altura de sus pechos y arqueando mis rodillas y mi cadera y apoyando mis manos en la pared por encima del cabecero de la cama,  coloque mi polla, a la que liberé de su gabardina, a pocos centímetros de la boca de mi novia que inmediatamente entreabrió sus labios para facilitarme la entrada.

Penetré la boca de Silvia apagando sus gemidos que se convertían en arcadas cada vez que mi miembro ganaba espacio en el fondo de su boca. Ella intentaba intensificar cada golpe de mi cadera con un movimiento rítmico de su cabeza mientras, más al sur, Lorena destrozaba a lametazos su sexo como si fuese el único objetivo de su vida. Mi chica expresaba su placer con su mirada perdida, la respiración entrecortada cuando mi polla se lo permitía y su mágico rubor rosado inundando buena parte de su rostro. Sus manos buscaban por turnos mis testículos, sus pechos y la cabeza de su hermana a la que dirigía para que incidiese con la boca en las partes de su sexo que más la inflamaban.

Poco a poco mi urgencia por correrme fue en aumento, pero no era la boca de Silvia donde pretendía aliviarme en esta ocasión así que, ya a punto de reventar, abandoné la boca de mi niña para colocarme detrás de Lorena, separando sus piernas para hacer sitio entre ellas a mis rodillas.

Lorena levanto un instante la cabeza del coño de su hermana para recordarme.

  • Manu, acuérdate del preservativo. No quiero sustos.

  • No te preocupes, donde voy a meterme no hay susto posible.

A buena entendedora le hacen falta pocas explicaciones y Lorena, que lo era, volvió a su tarea mientras arqueaba su trasero para darme pleno acceso a sus orificios. Gracias a los cuidados de Silvia mi polla se elevaba en su máximo apogeo, y gracias a su saliva estaba perfectamente lubricada. Aun así pasé la mano por el coño de Lorena, que seguía manando como una fuente, metiendo dos dedos dentro de ella, lo que provocó un movimiento de búsqueda con sus caderas, continué enterrándome en ella extrayendo todos aquellos jugos de su cueva, y cada vez que sacaba mis dedos los pasaba por su ano empapándolo con su flujo.

Lorena aceleraba cada vez más el ritmo de sus movimientos lo que, unida a mi creciente ansiedad por correrme, me marcó en momento para retirar mi mano de su sexo, embadurnar su trasero por última vez y clavar la punta de mi miembro en su ano empujando con mis caderas para comprobar que, tal y como suponía, este estaba perfectamente adiestrado y dilatado como para recibirme sin esfuerzo ni dolor alguno. Su culo engulló todo aquello que pugnaba por entrar casi succionándolo, dejándome entrar ya desde la primera acometida hasta el fondo de sus entrañas, hasta que mis huevos se acomodaron sobre sus mullidas y calientes nalgas.

Apoyé mis manos a ambos lados de su cuerpo para equilibrarme sobre ellas y mis pantorrillas, en una postura parecida a la propia para realizar flexiones, casi tumbado, y arqueando y estirando mi culo y mis caderas comencé una follada épica, enérgica y firme sobre un agujero que, aunque entrenado, seguía siendo lo suficientemente prieto como para enloquecerme con sus sensaciones. Lorena gemía entre cada lametazo a su hermana, presa de un nuevo orgasmo mientras exponía su ano arqueando su cintura de un modo casi imposible.

Silvia, alucinada por la escena estiraba sus manos acariciando mi cabeza y clavando sus ojos en los míos, con un gesto cómplice, de amante, como si fuese su culo y no el de su hermana el que albergase mi miembro. Llevaba una mano a su sexo, empapado por sus líquidos y las babas de su hermana para entregar luego en mi boca los sabores de aquella incestuosa caricia. No pude resistir mucho más, y cerrando mis ojos y tensando mi cuerpo, me enterré en lo más profundo de Lorena y con espasmódicas sacudidas, dejé que mi semen rellenara su interior desplomándome luego sobre ella, con la cabeza apoyada en su espalda y mi miembro encogiéndose todavía dentro de ella.

Pasaron así más de dos minutos hasta que mi novia, dominada y vencida por fin por la caricia de su hermana, decretó con un sonoro orgasmo el final de aquella dulce batalla. Cuando el jadeo de Silvia dejó paso al silencio que provoca la satisfacción sexual de los amantes, recompusimos las posturas acostándonos los tres en la cama, Silvia en el medio y cada uno de nosotros a su lado, y permanecimos en silencio, disfrutando del olor y el calor de nuestros cuerpos hasta que Lorena decidió romperlo con sus palabras.

  • No me extraña que hagáis tanto ruido. Este fue de largo el mejor polvo de mi vida. Mañana no creo que os pueda mirar a la cara, pero no sabéis hasta qué punto necesitaba una noche así.

  • No te agobies - contestó Silvia – Ya te dije que entre nosotros las barreras del pudor no existen. Yo ahora me voy, pero quiero que sepas que no me importa y que hasta me gustaría que Manu y tú follaseis siempre que os apetezca. Al menos hasta que te encontremos un amante que pueda darte lo que nosotros tenemos – Dijo mientras me guiñaba un ojo de forma cómplice.

  • No creo que existan muchos especímenes como el tuyo – Dijo Lorena mientras me lanzaba una suave caricia en el brazo por encima del cuerpo de su hermana.

  • Manu es un chico de recursos, ya verás cómo te presenta a alguien ideal para ti, es un celestino fantástico, dile quien te gusta y el conseguirá atraparlo. ¿A qué si amor?

No podía creerme lo que oía. Silvia comprometía no solo mis servicios sexuales, sino que también me pedía abiertamente que ganase algún muñeco que aliviase el ansia de su hermana. Ya no quedaban dudas, Silvia se había sumado a mi equipo, conocía las potencialidades de mi Don y no iba a dudar de sacarle partido.

  • Caray, Silvia. Me haces sentir como un Gigoló y un Celestino. Tu hermana va a pensar que soy tu juguete.

  • No le hagas caso, Manu, estoy demasiado volcada en mi trabajo para poder dedicarle tiempo a un chico, y además, tampoco es que sea una bomba sexual como la zorra de mi hermanita.

  • Ahí discrepo - Dije convencido – eres una hembra de bandera. No solo eres guapa, sino que además sabes usar tu cuerpo de maravilla y nunca vi una fuente tan abundante como tu sexo. Qué manera de mojarse. ¡Mira como dejaste la cama!

Efectivamente un gran charco de humedad se extendía por las sabanas allí donde Lorena había estado acostada. Aun podía verse una frontera entre la tela mojada y la seca donde se habían apoyado sus piernas.

  • Es muy extraño. - Contestó – No soy de mucho flujo, más bien al contrario. Con algunos chicos hasta tuve que usar un lubricante en ocasiones. Por eso te digo que esta ha sido las mejor noches de sexo de mi vida. No me sentí tan excitada jamás.

Silvia y yo nos miramos hablándonos sin necesidad de palabras. Era obvio que los flujos de Lorena eran el equivalente al rubor de Silvia, el “efecto secundario” de la hipnosis.

  • No te preocupes cariño – Dijo Silvia – Desde hoy te prometo que nunca te va a faltar de nada. Si tú te sientes cómoda y quieres contaremos contigo para nuestros juegos y te digo de verdad que haremos lo posible por encontrar u chico que te merezca, igual que tu llevas intentando hacer conmigo toda la vida.

  • Espero que con más ojo que yo – Rio Lorena - Manu no me gustaba demasiado, pero vaya con el fichaje. Las hay con suerte.

La risotada a tres marcó el final de la conversación y de la velada y los tres juntos, apretujados en la cama, nos rendimos a un merecido y reparados sueño antesala del último día de Silvia antes de marcharse a Barcelona.