Las Muñecas 17

Manu por fin cuenta a Silvia la verdad sobre su don. Silvia reacciona de un modo inespeado Muchas gracias por vuestros comentarios de estos días. Ahora mismo solo me quedan dos capitulos mas escritos y no sabia si seguir escribiendo o no, me lo habeis aclarado, asi que a la tarea!!!

XVII

El tren de Silvia salía el lunes a las 7 de la madrugada por lo que si quería hablar con ella tenía que hacerlo ese mismo día, no quería que pasase 16 horas sola en un tren sin darle tiempo a digerir mínimamente las cosas.

Tras la ración de sexo decidimos pasar el fin de semana juntos, así que pasamos el resto de la mañana hablando de Barcelona, haciendo planes para vernos y lamentándonos de lo muchísimo que íbamos a echarnos de menos. Subimos al trastero a bajar dos grandes maletas y como su hermana no estaba en casa y sus padres se habían marchado a pasar el fin de semana, decidimos salir a comer fuera. Silvia me dijo que quería pasar la tarde en la playa por lo que después de comer me acerque a casa, me cambié de ropa y nos fuimos toalla en mano hasta Riazor.

Las horas de la tarde fueron pasando sin que yo encontrase el momento ideal para hablar con ella, primero nos bañamos, luego dormitamos abrazados bajo el despiadado sol gallego, luego paseamos juntos por la playa. Nunca era buen momento, o al menos no me lo parecía, y la tensión, el ansia y la certeza de que tenía que hacerlo, me mantenían en un estado de ánimo mucho más apagado y pensativo de lo habitual.

Hasta 10 veces Silvia me preguntó que me pasaba, incluso me dijo que si estaba mal no tenía por qué ir a Barcelona, y por fin, cuando el sol comenzaba su descenso hacia su suicidio en el mar, mientras descansábamos en la toalla me decidí a hablar con ella, sin saber muy bien como acabaría todo aquello.

  • Silvia, voy a contarte algo muy muy raro, pero te juro que es cierto. Imagino que te enfadarás conmigo, pero por más que lo hagas te pido por favor que no te vayas hasta que tengamos todo bien aclarado.

Ella me miró con preocupación, sin saber muy bien a que iba a enfrentarse. Después de toda una tarde de silencios por mi parte estaba francamente asustada.

  • ¿Que pasa Manu? ¿Hiciste algo?

  • Más o menos. Más que hacer algo, soy algo, o mejor dicho, soy capaz de algo. Algo extraño e increíble que puedo hacerle a la gente y que sin saber muy bien lo que hacía te hice a ti también.

  • Me asustas, dímelo de una vez.

  • Prométeme primero que no te irás hasta entenderlo completamente y que tendrás en cuenta que es una parte importante de la relación que tenemos ahora.

  • ¡No voy a prometerte nada! - Contestó con cierta agresividad - Deja de torturarme y desembucha de una vez.

  • De acuerdo. Tengo la capacidad de hipnotizar a la gente, de dormirla, y al despertar esas personas desean practicar sexo conmigo.

  • ¿Que dices? ¿Te tomaste algo raro o qué? - Preguntó Silvia incrédula y enfadada - ¿Te parece este buen momento para venirme con estas tonterías?

  • No te estoy mintiendo ni es ninguna tontería, por favor, escúchame e intenta entender lo que te cuento.

Volví a explicarle mi Don, esta vez más detalladamente. Le hable de la hipnosis de Nerea, de mi padre y su agotamiento sexual, de Laura y nuestro trío y sobre todo las tres veces que la había dormido a ella y la evolución sexual que había desencadenado. En esta primera confesión me pareció oportuno no hablarle de la doctora Silvia, ni de lo que había hecho con Laura y con ella durante el sueño. Ella me miraba alucinada, sin saber que pensar y sobre todo incapaz de articular palabra alguna.

Aproveché su silencio para continuar hablando, le hablé de mi hermano, de Marta, de cómo compartían el Don y lo habían incorporado a su vida de pareja. Le conté la conversación que había tenido con Marta, obviando el episodio de la paja, para acabar diciéndole que si le estaba contando todo esto es porque la quería con locura y no quería tener secretos con ella. Tras la larga diatriba guarde silencio mientras esperaba a que ella procesase la información y pudiese reaccionar.

  • ¿Manu, te encuentras bien? - Dijo Silvia mientras las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos con profusión. - Por favor, si esto es una broma no tiene ni puta gracia. Me tienes muy asustada, por favor, basta.

  • Silvia, no es broma. Desde hace unas semanas esta locura es parte de mi vida, todo el proceso que estás pasando lo he tenido que pasar yo también, pero en el fondo me alegro, porque ha sido lo que me ha hecho ver que pase lo que pase en el futuro quiero que sea a tu lado.

El truco de halagarla con mi amor incondicional, que tantas veces me había funcionado en el pasado, no causó efecto alguno. Silvia, que seguía llorando a lagrima viva, me miraba intentando decidir si era un imbécil, un mentiroso o un loco. Poco a poco su cara de preocupación se fue convirtiendo en rabia, y cuando volvió a abrir la boca lo hizo para lapidarme con un tono ácido y hostil, con la voz elevada, casi gritándome, y peligrosamente al borde de un ataque de ira.

  • Manuel, si no quieres que me vaya a Barcelona dímelo y me quedo, joder, pero no me vengas con esas polladas o te cruzo la cara y me largo de aquí para siempre. No sé si me estás tomando el pelo, si estás drogado o qué coño pretendes, pero si no me dices que ostias te pasa me levanto y me voy

  • Siento que te lo tomes así, - le dije lo más calmadamente que pude – pero es la verdad. Ojalá pudiese decirte otra cosa, o te lo hubiese contado antes pero es lo que hay. No voy a mentirte, quiero que esto lo vivamos juntos.

  • ¡Que te den por el culo, chaval! - Dijo Silvia presa de un ataque de ira, poniéndose en pie. Recogió de cualquier manera su toalla, su ropa y su calzado y, antes de que pudiese reaccionar siquiera arrancó de mi lado hacia el paseo lanzando tacos e improperios.

  • ¡Silvia! - La llamé levantándome y corriendo detrás de ella, cuando la alcancé la agarré del brazo. Ella se giró sobre si misma de forma abrupta, violenta, su cara estaba nuevamente arrasada por las lágrimas y su gesto se torcía en un grotesco puchero infantil.

  • Por favor, Manu. Cuando se te baje lo que coño sea que te metiste ven a verme y hablamos, pero por favor, no me hagas más daño. - Dicho lo cual, salió disparada corriendo, alejándose de mí dejándome plantado en medio de la playa, sin saber qué hacer, y preguntándome si había alguna salida a aquella locura que no supusiese perder a la persona a la que más quería en el mundo.

Me dejé caer sentado en la arena, y me quedé allí quieto, observando como Silvia ganaba las escaleras, se vestía rápidamente y salía despedida por el paseo camino a su casa. El sol estaba a punto de ponerse por lo que calculé que serían poco más de las nueve. Decidí quedarme a organizar mis pensamientos mientras despedía al astro rey y dediqué la siguiente hora a pensar, lamentarme e intentar decidir que paso dar a continuación.

Para cuando me puse en pie, el sol había muerto y el rojo del atardecer empezaba a tornarse morado mientras el cielo se apagaba lentamente. Caminé sin rumbo y perdido en mis pensamientos para descubrir que mis pasos, casi inconscientemente, me habían llevado a casa de Silvia.

Toqué el timbre del telefonillo y al rato escuche la voz de Lorena, su hermana.

  • ¿Si?

  • Hola Lorena, soy Manu, ¿Está Silvia?

  • Si, pero no sé si querrá verte, atontado. ¡Venga sube!

El zumbido de la puerta me invitó a entrar en su portal y un minuto más tarde llegué a su descansillo donde Lorena me esperaba en pijama, con los brazos en jarras y cara de pocos amigos.

  • No sé qué le has hecho, pero llegó aquí echa una mierda. Voy a preguntarle si quiere verte y si me dice que no te largas. ¿Entendido capullo?

  • Entendido. - respondí dócilmente bajando la cabeza.

Me dejó en la puerta, sin invitarme a pasar, y a pesar de las veces que había estado en esa casa, me pareció oportuno no abusar de la confianza y esperar allí fuera. Lorena tardo un par de minutos en regresar se plantó delante de mí y me dijo.

  • A ver nene, vas a entrar ahí y vas a disculparte por la mierda que hayas hecho. Y si lo que hiciste es decirle que no puede ir a Barcelona ya te puedes meter tu machismo por el culo y cambiar de idea o largarte. Aquí no necesitamos señores feudales.

  • No es eso, de verdad. Discutimos por otra cosa. Estoy encantado con que pueda tener una oportunidad así. Déjame hablar con ella, lo arreglaremos. - Dije con poco convencimiento.

Lorena pareció pensarlo un par de segundos y luego, lanzando un gran suspiro de decepción, me abrió paso apartándose de la puerta.

  • Está en la habitación. Y para que lo sepas hace nada que paró de llorar, cretino.

Encajé el nuevo insulto sin siquiera mirarla. Nunca había sido santo de la devoción de Lorena, pero entendí que ver a su hermana así la superaba. Se me pasó por la cabeza que probablemente tardaría bastante más en aplacarla a ella que a la propia Silvia, aunque en ese momento me pareció algo completamente irrelevante. Llegué a la puerta de la habitación, que estaba entreabierta, y llamé con los nudillos.

Silvia me esperaba sentada en la cama, vestida con un pijama de raso, con un pantalón corto que dejaba a la vista sus piernas bronceadas, y me miraba con gesto serio. Las ojeras y su nariz, con las fosas completamente irritadas, acreditaron las palabras de Lorena. Silvia había llorado durante mucho tiempo.

Pasé al cuarto y con un gesto pregunté a Silvia que hacía con la puerta. Ella me indicó con la mano que la cerrase. Me acerqué a la cama y sin tocarla a ella, me senté en un rincón a los pies de la cama, dándole todo el espacio posible.

-  ¿Y bien? - Preguntó intentando hacerse la fuerte - ¿Me vas a decir lo que pasa?

Pasó por mi cabeza el mentirle, guardarme mi verdad temporalmente y calmarla reconociendo una mala broma que se me fue de las manos o hasta un ataque de locura, pero decidí no hacerlo. Tenía que intentar calmarla pero no podía mentirle en el proceso.

  • Silvia, Entiendo que estés furiosa y que no comprendas qué coño pasa. Todo esto es muy confuso, a veces yo mismo pienso que estoy loco y que toda esta mierda es fruto de un delirio o de mi imaginación. Lo único que sé es que te quiero, y que haría o diría cualquier cosa para conservarte, así que si quieres que esto sea una locura, pues te diré que lo es, y si quieres que desaparezca, desaparecerá. No hay nada que me importe más que lo nuestro, así que solo dime lo que quieres y eso será lo que haga.

Silvia me miraba fijamente, sin duda alguna enfadada, pero claramente ya había recuperado el control sobre sí misma y sobre sus emociones.

  • ¿Entonces sigues pensando que es cierta esa historia de mierda?

  • Si, es cierta.

  • ¿Así que eres una especie de mago o de superhéroe que duerme a la gente a voluntad? ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Vas a fugarte con el Circo de los Muchachos o algo así? - La rabia estaba dejando paso a un incómodo cinismo.

  • Por favor, no seas ofensiva. Estoy abriéndote mi corazón y mi vida en canal. Si quieres échame y me voy, pero no me insultes, no creo que me lo merezca.

  • ¡Muy bien! Así que duermes a la gente. ¡Demuéstramelo! Duerme a mi hermana – Me miró fijamente con cara de reto, dejándome claro que para ella ya solo me quedaban dos opciones, o reconocer la verdad o someterme al ridículo.

  • Silvia, si duermo a tu hermana mañana querrá acostarse conmigo. No creo que sea muy buena idea.

  • Según entiendo tú dices que me influiste para que me acostase con tu hermano - me estampó en tono arisco - ¡pues no pasa nada! ¡Todo queda en familia! – Ironizaba y estaba claro que no iba a echarse atrás.

Silvia quería demostrar que yo mentía o que por era presa de algún tipo de locura. No me quedaba otra que aceptar su desafío o marcharme de allí probablemente perdiéndola para siempre.

  • De acuerdo, - dije – llámala y cuando esté con nosotros déjame dos segundos a solas con ella, no quiero dormirte a ti también por accidente.

  • ¡Ya, claro, la onda expansiva de magia! - dijo ella con un claro deje de sorna - esto va a ser divertido.

Llamó a su hermana a voces y al instante ella irrumpió en la habitación.

  • ¿Que pasa cariño? - preguntó Lorena con tono protector. - ¿Hablasteis?

  • Si, ya hemos dejado claras las cosas y queremos pedirte perdón por el mal rato que te hicimos pasar. ¿Puedes sentarte un ratito aquí con nosotros?

Lorena se sentó y Silvia de abrazó a ella dándole un sonoro beso en la mejilla.

  • Te quiero hermanita – le dijo sonriendo

  • Y yo a ti – Contestó Lorena

  • Quiero pedirte disculpas a ti también Lorena, - dije - no ha sido un buen día y sin querer he molestado a gente a la que aprecio. Tú eres una de ellas.

  • No pasa nada, pero sinceramente portándote así no creo que tengas mucho futuro con mi hermana y menos aún conmigo.

  • Disculpadme - dijo Silvia levantándose - voy al baño y regreso en “dos segundos” - recalcó esas palabras con la misma actitud irónica.

  • ¿Amigos? - Pregunté a Lorena ofreciéndole un abrazo del cuarto.

  • Casi, - dijo ella aceptando mi cercanía.

Tan pronto Silvia salió y arrimó la puerta acerque mi boca al el oído de Lorena sin soltarla.

  • Duérmete Lorena. - susurré

Al segundo siguiente Silvia volvió a abrir la puerta con aire triunfal, con una sonrisa que se congeló en su cara al instante al ver a su hermana desplomándose hacia atrás en la cama profundamente dormida.

  • ¿Qué cojones...? - exclamó Silvia atónita. - ¿Qué le has hecho?

  • Te lo dije. - Le respondí – No estoy loco, simplemente tengo algo especial. Lo he descubierto y quise compartirlo contigo.

  • Pero ¿está bien? - preguntó preocupada mientras cogía la mano inerte de su hermana.

  • Perfectamente, solo que cuando la despertemos entrará en un bucle de excitación hasta que consiga satisfacerme sexualmente.

  • ¡No me jodas! ¡No quiero que te folles a mi hermana! ¿Entendido?

  • Entendido, además siendo la primera vez en teoría no debería ser demasiado duro, en un par de días se le pasará

  • ¡Increíble! ¡Increíble! - Repetía Silvia una y otra vez. - ¿Y no se despierta?

  • No, hagas lo que hagas, pero tengo que despertarla, porque según mi hermano cuanto más tiempo pase dormida más efecto va a hacerle cuando despierte.

  • ¡Joder! ¡Pobre! ¡Despiértala ya! Y después vas a contarme con pelos y señales toda esta historia de locos, y no vayas a pensar que estamos bien, estoy tan enfadada que muerdo.

  • No te preocupes, te pondré al día de todo. Ahora sal de la habitación o tu hermana va a alucinar cuando despierte y te vea.

Silvia salió de la habitación y yo me abracé a Lorena colocándola en la misma postura en la que estaba cuando cayó dormida. Acto seguido la desperté.

  • ¡Lorena, despierta!

Lorena volvió en sí y por un par de segundos sostuvo el cordial abrazo como si nada hubiese ocurrido, luego nos separamos y me dijo con total tranquilidad.

  • Por favor, no te pases más con ella, te quiere mucho y tienes que cuidarla.

  • Te lo prometo.

Sin tiempo a más Silvia entró de nuevo en el cuarto y se dirigió directamente a su hermana.

-¿Estas bien? - le pregunto.

  • Claro tonta, no sé si recuerdas que la que lloraba eras tú. Os dejo solos, pero cuidado con lo que hacéis. - Se levantó y le dio un cachete cariñoso a Silvia en el culo mientras salía del cuarto. - Si quieres que este idiota se quede por la noche yo no voy a decir nada.

  • ¿Qué opinas? - me preguntó Silvia - pero sólo para hablar. ¡Promételo!

  • Te lo prometo.

Las siguientes dos horas fueron un incesante interrogatorio, Silvia me cosió a preguntas una tras otra, sobre mi don, como lo había descubierto, como se había enterado mi hermano, cuántas veces y cuántas chicas había poseído con él y un largo etcétera. Yo le conté mi ridícula actuación en el aprendizaje, las pruebas practicadas y hasta una versión light de los juegos con ella y con Laura dormidas.

Luego hablamos de forma muy abierta de su evolución sexual. Me contó cómo había ido creciendo en ella la necesidad de mejorar en el sexo, que de repente se había sorprendido a si misma viendo porno y buscando información sobre juegos y posturas para practicar. Me confesó incluso que se había comprado un consolador para las noches solitarias y que por nada del mundo quería dejar de vivir su sexualidad así, que le encantaba.

La evolución de Silvia era sorprendente, superada la incredulidad, parecía comprender y asimilar la realidad a un ritmo vertiginoso, y no solo eso, sino que estaba encantada con los cambios que había generado en ella.

El siguiente tema fue lógicamente, el futuro. Hablamos de que posibilidades nos aportaba esta situación y como teníamos que afrontarlas. Me pidió que si alguna vez dormía a una chica o estaba con ella se lo dijese, pero curiosamente no me pidió que no lo hiciese. Y de repente, cuando pensé que la conversación llegaba a su fin me sorprendió con una petición.

  • ¡Duérmeme! - Me dijo convencida.

  • ¿Para qué? Pregunté, el lunes te vas, no quiero que estés incomoda.

  • Hace unos días solo pensaba en sexo una y otra y otra vez, era una locura que casi me impedía vivir. Después se fue calmando la cosa y ahora estoy completamente normal. Si nos ponemos golfos me excito, y a las noches si estoy sola tengo ganas de masturbarme, pero por lo demás no parece que sienta un ansia extraordinaria o fuera de lo que sentía antes de esto. Dices que tuve una sobredosis, quiero ver lo que siento con una dosis normal.

  • Pero te vas a poner rara, llevo mucho sin dormirte para poder tratar esto contigo sin influencia alguna. Si te duermo vas a poner el sexo y mi satisfacción por delante de todo.

  • ¡Pues mira que suerte vas a tener! ¿Cuánto tarda en hacer efecto?

  • La verdad es que no tengo ni idea, pero debe ser algo variable. Creo que mi hermano me dijo que al repetirlo varias veces el efecto es más rápido e intenso.

  • Pues venga. ¡Duérmeme ya!

No podía creer la suerte que tenía. Silvia lo había aceptado de un modo increíble y ahora ya estaba ensayando y experimentando de forma entusiasta. Era una mujer alucinante, y ahora, tras tirar abajo la barrera de la ocultación y la mentira, estaba seguro que nos esperaba una vida tan feliz y plena como la de Marta y mi hermano. La abracé para dormirla

  • ¡Duérmete Silvia!

Silvia cayó fulminada al instante y con cuidado la recosté sobre la cama. No sabía cuánto tiempo dejarla así, así que decidí probar con cinco minutos. Para no aburrirme decidí fisgonear un poco por el cuarto. Abrí un par de cajones, toqueteé su ropa, miré en los armarios, no buscaba nada en concreto, pero me divertía poder hacerlo sin que ella se enterase. Me vino a la cabeza la confesión sobre el consolador y decidí buscarlo. Abrí el cajón del fondo de la mesilla y allí encontré una caja cuadrada de cartón decorada. Seguro de lo que iba a encontrarme allí la saqué del cajón y la abrí.

Efectivamente dentro había un pequeño consolador rosa, completamente liso y algo más delgado que mi pene, al lado estaban enrolladas, engurruñadas y resecas las braguitas azules que le había pedido que me guardase en la noche de sexo telefónico en el hospital. Tal y como me había dicho eran más cómodas que bonitas, pero el solo hecho de encontrarlas me excitó sobremanera.

Sin pensarlo dos veces me hice con ellas y acercándome a Silvia le saqué el pantalón de pijama que llevaba puesto para luego ponerle aquellas bragas usadas. Luego encendí el consolador y lo coloque paralelo a su sexo, dentro de sus bragas, y lo apreté con sus piernas cruzándolas. En unos segundos Silvia, dormida, empezó a gemir y a mover ligeramente las caderas, en ese mismo instante la desperté.

Silvia abrió los ojos, se descubrió acostada y se asustó. Miró en todas direcciones buscándome con la mirada, cuando me encontró rápidamente ató cabos y suspiró relajada. Luego notando el cosquilleo, llevó la mano entre sus muslos retirando el consolador. Al hacerlo descubrió que llevaba puestas las bragas azules. Me miró con una sonrisa cómplice, sin rabia ni restos de rencor o duda.

  • Que cabrón eres. Fisgaste en mi cuarto y me desnudaste. ¿Qué más hiciste, pervertido?

  • Nada más, decidí dejarte cinco minutos y como me aburría busqué algo para entretenerme.

  • Pues de momento no funciona, me siento igual – me confesó – estoy algo mojada por el consolador, pero no tengo ganas de tirarme encima tuya y arrancarte la vida a polvos.

  • Ya te dije que no es automático, habrá que esperar a ver cuánto tarda. ¿Vemos una peli mientras?

  • A ver, ahora mismo prefiero esto a la peli, dijo mostrándome descarada el consolador. Siempre lo uso sola, ¿me ayudas hoy?

  • Bueno, creo que ya te está haciendo efecto. - Le dije riendo

  • No creo, si estuviese sola en casa a estas horas probablemente estaría jugando con él.

Estiró la mano y me entregó el consolador, luego se quitó las bragas y me las lanzó a la cara.

  • No sé cómo me pusiste esto, están asquerosas.

Me acerqué a ella y recostándome a su lado la besé en los labios. Ella abrió la boca y buscó mi lengua con la suya, mis manos buscaron sus pechos por encima de la suave tela de su camisa de pijama, los encontré erectos, listos para la acción.

  • Tengo un modo infalible de saber si estás o no bajo el influjo de mi Don. Solo tengo que ver tu cara cuando follemos.

Me miró con extrañeza y le expliqué como su cara se encendía con ese rubor especial cuando estaba bajo mi influjo, ella lo escuchó maravillada y me contesté.

  • ¡Ostras! Quiero verlo. Cuando esté así sácame una foto, no te olvides.

Agarré con ambas manos su pijama y se lo quité por la cabeza dejándola completamente desnuda, luego encendí su juguete y puse la punta vibrante en uno de sus pezones.

Silvia lanzó un gemido profundo, como un suspiro mientras arqueaba la espalda para aplastar su pecho contra el aparato. Bajé mi boca al otro pezón sin interrumpir la caricia en el otro y lo apreté con suavidad entre mis dientes, masajeándolo. Silvia se movía nerviosa, profundamente excitada. Con una mano busqué su sexo, desnudo y liso y deslicé uno de mis dedos entre sus labios, rozando la entrada a su vagina y desplazándolo de arriba a abajo sin penetrarla, recorriendo todo el surco hasta encontrar el capuchón de su clítoris que empezaba a inflamarse.

Miré su cara y la encontré excitada, concentrada en cada una de las caricias, con gesto de placer pero no pude ver ni rastro de aquel rubor rosado e intenso que hacía ver que era completamente mía. Silvia estaba disfrutando, pero no bajo mi influjo, al menos de momento.

Mientras seguía acariciándola con una mano, la otra comenzó a pasear el consolador por su piel. De un pezón al otro, luego subiéndolo hasta su cuello, pasándolo por detrás, casi en su nuca, deteniéndose detrás de su oreja y finalmente la punta del juguete buscó su boca. Ella abrió los labios engulléndolo mientras sus caderas seguían el ritmo de mi caricia por su sexo.

La punta del juguete salió de su boca y comenzó lentamente a descender de nuevo por su piel. Del cuello pasó a su torso, paseando en el canal entre sus dos pequeñas y preciosas tetas, llegó el turno de su barriga deteniéndose un instante en el contorno de su ombligo, para luego entrar en su pubis, en su monte de venus, recorriéndolo lentamente, pasando por cada pliegue de la piel de sus ingles, paseando un centímetro por encima de la junta de sus labios, todo mientras mi mano continuaba de modo incesante y monótono su caricia en el surco de su sexo.

Busqué con el dedo la entrada de su vagina y al encontrarlo lo acompañé de otro para penetrarla. Entretanto su juguete invadió también el espacio en busca de su clítoris encontrándolo ya fuera de su cubierta, completamente erecto. El simple contacto del aparato con su punto más sensible, combinado con el profundo roce de mis dedos, provocó de inmediato que mi hembra explotase de placer en un primer orgasmo caliente y sonoro, lleno de gemidos y movimientos convulsivos en todo su cuerpo. Volví a mirar su cara que ardía, con la mirada perdida, su boca abierta, completamente sudorosa, pero sin rastro alguno del mágico color esperado.

Seguí con la caricia mientras ella se deshacía, con la vista enterrada en la épica batalla que se celebraba entre sus piernas, dejándola disfrutar su orgasmo hasta el último coletazo, hasta que su cuerpo se relajó por completo, como si nuevamente se hubiese quedado dormida.

Aproveché aquella pausa permitiéndole disfrutar de sus sensaciones, de esa “pequeña muerte” con la que los franceses definen el orgasmo femenino, y utilicé esos segundos para despojarme por completo de mi ropa. Cuando estaba listo volví a colocar su juguete, encendido a su máxima potencia, paralelo a su sexo, acostado entre sus labios, apretándolo contra ella con mi mano.

No hicieron falta más de cinco segundos para que Silvia se reactivase y empezase de nuevo a gemir, con su mano buscó mi sexo, se apoderó de él y comenzó a masturbarme lentamente, de adelante a atrás, con auténtica pasión e interés. Retiré el consolador de entre sus piernas y con la punta busqué una y otra vez su clítoris, hasta conseguir que sus caderas iniciasen nuevamente su mágico baile, cuando la vi preparada bajé la punta hasta su sexo y la penetré con el aparato hasta casi enterrarlo entero dentro de ella.

Silvia apretaba sus piernas para intensificar la vibración en su cuerpo, eso me dificultaba el poder mover el aparato dentro de ella como pretendía, por lo que aproveché que mi chica se valía por sí misma para buscar yo una caricia más placentera.

Incorporándome llevé mi polla hasta su boca y penetré en ella sin esperar invitación. Silvia, con la cabeza apoyada sobre la almohada, poco podía hacer para recorrerla, por lo que tuve que ser yo el que follase su boca a golpe de cadera, entrando y saliendo de ella sin resistencia, eligiendo la profundidad y la velocidad de cada embestida. En esa postura, mi polla al llegar al fondo de su boca, tropezaba con la parte de atrás de su lengua, casi en su garganta, para luego desplazarse sobre sus muelas hasta chocar con la parte interna de su moflete. Sus muelas castigaban mi glande que respondía con chispazos de placer cada vez más intensos, mientras, mi socio de plástico continuaba su incansable trabajo ahí abajo y hacía que Silvia corriese hacia su segundo orgasmo. Movió su cabeza para hacerme ver que quería hablarme y cuando retiré mi polla de dentro de ella me dijo.

  • Saca a Manolito y vente tú.

¿Manolito? La muy cabrita había bautizado a su juguete con mi nombre, la ocurrencia me hizo reír, pero entendiendo la urgencia de mi chica, me apresuré a obedecerla, busqué el extremo del consolador con mi mano retirándolo de su vagina para luego trepar encima de ella y penetrarla en una clásica y romántica posición de misionero.

Mi polla encontró su gruta inundada y ardiente, palpitando presa de mil infiernos en contracciones arrítmicas y violentas. Mi chica estaba ya en pleno orgasmo. Sus piernas abiertas ofrecían su tesoro a mi miembro, sus caderas se levantaban para anticipar todo lo posible cada embestida, dejando que mi fuerza empotrase de nuevo su culo contra las sabanas, sus manos se aferraron a mi espalda arañando mi piel como una gata y su cara… su cara ahora sí, se encendía con los colores de mi dominio. Silvia ya estaba bajo mi influjo, y su precioso rostro adornado por aquel mágico tono rosado así lo gritaba a los cuatro vientos.

Verla así de nuevo, poseída y entregada, sirvió de espoleta para mi propio goce y me vertí dentro de ella, profusamente, mientras mi orgasmo recorría mi cuerpo y mis ojos, embrujados, no podían dejar de admirar la sonrosada belleza de una mujer deshaciéndose de placer debajo del cuerpo del hombre al que ama, mientras este la inunda con el fruto de su pasión.

Acabado el orgasmo, y antes de que tan hermoso adorno desapareciese nuevamente de su cara, tomé el teléfono y le hice una fotografía, y así, tumbados uno al lado del otro, vestidos solamente con nuestro sudor y nuestros flujos, nos encontró el sueño acariciándonos tiernamente y disfrutando de la imagen, inmortalizada en mi pantalla, de la belleza más sensual y erótica del Universo. Al menos de nuestro Universo.