Las Muñecas 16

Mientras Manu decide si contar su verdad a Silvia, ella tiene noticias importantes para la pareja

XVI

Los días siguientes transcurrieron de forma tranquila. Mis padres en casa parecían más unidos de lo que habían estado en años, y en concreto mi padre estaba completamente repuesto y lleno de energía. Ambos vivían ahora una vida plena, salían, disfrutaban, reían, quedaban con amigos.

Mientras, Silvia y yo vivíamos una maravillosa historias de amor, llena de momentos juntos, de encuentros, de planes de futuro y de sexo, mucho sexo. Paliados los efectos del exceso de hipnosis nuestra vida sexual, tal y como apuntara Marta se había normalizado. Silvia seguía disfrutando del sexo de forma abierta, y se sentía muy cómoda con todas las cosas que habíamos descubierto juntos durante su etapa de “sobredosis”, ni siquiera el numero o la intensidad de sus orgasmos se habían resentido.

En esos días hablamos de nuestras dos experiencias con Laura y David y aunque el sexo con mi hermano todavía le producía cierta sensación de duda, se manifestaba claramente abierta a poder repetir la experiencia con ellos y con otras personas en el futuro.

Silvia había cambiado y parecía que el cambio era definitivo, o al menos que se mantenía en el tiempo. Verla así, receptiva y abierta, me tentaba a desvelarle la verdad y convertirla en mi “socia” tal y como David había hecho con Marta, pero cada vez que estaba dispuesto a confesarlo, a sincerarme con ella el miedo me atenazaba y me hacía acobardarme.

Tampoco le había contado ni mi encuentro con la Silvia doctora ni el extraño episodio con mi cuñada, que había sido el segundo foco de preocupación para mí en esos días. Me sentía algo inquieto porque, en unos días, tendríamos que volver a vernos rodeados de toda la familia, en una de las comidas familiares que periódicamente organizaba mi madre y sinceramente, no sabía muy bien qué hacer ni decir cuando mi mente apenas si podía separar la imagen de Marta de la certeza de que, más pronto que tarde, iba a hacerla mía.

Resueltas casi todas mis dudas acerca de mi Don, ahora la prioridad era ordenar el batiburrillo de emociones incontroladas, de miedos y de incertidumbre ante los planes de futuro que se armaban y desarmaban en mi cabeza a la velocidad de la luz. Cada día proyectaba pasos a seguir, muñecas a añadir a mi colección, retos que iban desde buscar y poseer a algunos de mis mitos eróticos del cine o la música, hasta disponer y disfrutar de todas aquellas mujeres que me habían rechazado o a las que por algún motivo no me había atrevido a abordar.

Sin embargo, poco después, cada idea, cada nombre o cada proyecto colisionaba abiertamente con el pánico que tenia de añadir más barreras que dificultasen el poder seguir con Silvia, alcanzar su comprensión primero, su perdón después y ya por ultimo conseguir su aceptación a transitar conmigo un proyecto de vida y de pareja absolutamente alternativo e inusual.

Puede parecer extraño, pero lejos de pensar en disfrutar de las enormes ventajas de las que disponía,  mi Don me había mostrado que amaba profundamente a mi novia y que, sin ella, estaba condenado a una vida vacía, probablemente llena de sexo y placer, pero carente de sentido, yerma y solitaria.

Durante cada hora de reflexión me atropellaban alternativamente emociones y pensamientos eufóricos, a los que sucedía una repentina y profunda melancolía. A lo largo de los días amaba y odiaba mi vida, en flashes intermitentes de gozo y dolor. Estaba volviéndome loco. Solo había una manera de parar todo aquello, y por más pánico que pudiese provocarme sabía perfectamente cuál era.

El viernes a la tarde, mientras follábamos en su casa, pude darme cuenta que el rubor rosado de sus mejillas había desaparecido por completo, y por tanto, según mi hermano me había indicado, mi influencia hipnótica sobre Silvia se había extinguido.

Aunque la tentación de dormirla y devolverla a mi hechizo era enorme, y que me atacaba, además, un miedo nuevo, el de que otro depredador la poseyese alejándola de mí, decidí comprobar durante unos días como nos iría sin el Don. Quería saber cómo funcionaríamos si fuésemos una de tantas parejas a las que únicamente les une el amor que libremente depositan el uno en el otro.

Para mi alivio el único cambio significativo fue la frecuencia de su deseo físico, más moderado y parecido al mostrado durante toda nuestra relación. En lo demás, tanto en la riqueza de nuestros contactos sexuales, como en los demás aspectos de romanticismo, cercanía y amistad entre ambos, nada pareció variar.

En la mañana del sábado, nada más salir de la soledad de mi cama, decidí que aquel era el día.  Esa misma noche me arrojaría al vacío de la sinceridad para ver si tras la caída me esperaba el duro y frío suelo o el calor de una relación completamente sincera, irrompible y eterna.

Aún no había terminado el desayuno cuando sonó mi teléfono. Desde nuestro compromiso Silvia me llamaba todas las mañanas para darme los buenos días.

  • Buenos días, tesoro – le dije nada más descolgar – te eche de menos esta noche, odio tener que seguir durmiendo sin ti.

  • Manu, - su seriedad me puso alerta – tengo que hablar contigo. Tengo una fantástica noticia, pero también tiene su parte mala. Estoy hecha un lio y necesito verte.

  • ¿Quedamos en tú casa? Puedo estar ahí en 30 minutos.

  • Sería fantástico. - contestó - Te quiero.

Colgamos el teléfono y noté como la intriga penetraba por cada uno de mis poros para, una vez dentro de mi cuerpo, transmutar en un profundo miedo y un negro presentimiento. Por más que repasaba la conversación y no encontraba en ella motivo alguno de alarma, el tiempo que tardé en acabar de vestirme, salir a la calle y llegar hasta su puerta fue una autentica tortura.

Me abrió la puerta y sin mediar palabra se fundió conmigo en un beso largo y profundo, bien pegada a mí, fundiendo su cuerpo en el mío. Era un beso de total entrega, de plena felicidad, pero ni siquiera con ese beso pude apartar de mi cabeza la negra sombra de la incertidumbre.

Pasamos al salón de su casa y sentados en el sofá comenzó a contarme.

  • ¿Recuerdas la entrevista que hice el martes pasado?  ¡Me han cogido! - gritó – Me ofrecen trabajar de pasante todo agosto y septiembre.

  • Vaya ¡Enhorabuena! - dije entusiasmado – Que pasada ¿En qué bufete?

  • Esa es la mala noticia – dijo ella apagando su sonrisa y mutando su cara a una sombría mueca de pena – Es un bufete enorme, Garrigues, en el departamento corporativo, es uno de los mejores de España, pero tiene la sede en Barcelona.

Después de todo lo que se me había pasado por la cabeza, la noticia, aunque triste, me llenó de alivio. No pasaba nada realmente grave, simplemente se iría unas semanas a un lugar al que podía llegar en 10 o 12 horas de tren.

-Pero eso es fantástico, tesoro. - mantuve mi entusiasmo más sincero para animarla – No puedo ni imaginarme la increíble oportunidad que tienes delante. ¡Joder! Uno de los grandes viene a la otra punta de España a fichar a una alumna de tercero.  ¡No puedo estar más orgulloso de ti! ¡Eres la leche!

Me puse en pie, la ayudé a levantarse y abrazándola me puse a dar unos ridículos saltitos que, como un bálsamo mágico, devolvieron la sonrisa y la mirada de ilusión a su cara. Seguimos saltando, bailando y haciendo el indio por casi un minuto y para cuando acabamos tenía delante a la mujer más feliz y orgullosa del mundo.

  • ¿De verdad que no te importa que me vaya dos meses? Va a ser mucho tiempo sin vernos. No creo que me dejen venir.

  • Cielo, no me gusta ni dejarte a la noche para irme a casa hasta la mañana siguiente, y te voy a echar mucho de menos, pero tienes que ir. Primero porque te lo mereces, y segundo porque es una oportunidad de las que pasan una vez en la vida. No te preocupes por nada, cada vez que pueda buscaré la manera de ir a verte, incluso puedo pasar una semana allí de vacaciones contigo.

  • ¡La leche! - gritó eufórica - ¡Me voy a Barcelona! Y nuevamente se apretó conmigo en un abrazo para repetir la bochornosa coreografía de saltos y vítores.

  • Te voy a echar el polvo de tu vida – me dijo mientras trepaba abrazando con sus piernas mi cintura mientras se colgaba de mi cuello – ¡Eres el mejor novio del mundo mundial!

  • Te quiero – fue mi única respuesta antes de que mi boca quedase sellada por la suya.

Tras el beso se separó de mí, se quitó la camiseta azul que llevaba mostrándome su piel morena adornada por un discreto sujetador deportivo blanco. Puso los brazos en jarras y mirándome desafiante me dijo.

  • ¿Qué quieres que te haga?  Pide por esa boquita, hoy tienes barra libre.

  • ¿Cuándo te vas? - Pregunté.

  • Tengo que salir el lunes de madrugada y tengo el martes para instalarme. El miércoles empiezo.

  • ¿Tienes hotel mirado o algo así?

  • Me ofrecen un piso compartido con otras dos chicas que contrataron. Con lo que me pagan no me da ni para una semana de hotel.

  • Bien, entonces no tenemos mucho tiempo. Quiero contarte algo antes de que te vayas, pero ahora mismo lo que más me apetece es arrancarte la ropa y cobrarme tu oferta toda la mañana.

Me acerqué a ella y asiendo su sujetador, sin aros ni cierre, se lo saqué por la cabeza dejando sus pequeñas tetas a mi merced. Luego agachándome la despojé de sus pantalones piratas y sus bragas, dejando a la vista su sexo, en el que ya asomaba tímidamente una nueva y corta mata de vello.

Me acerqué a su sexo y apretando mi cara contra el busqué su raja con mi lengua. Al sentir el tacto áspero de los pequeños pelos que nacían sobre sus labios exteriores se me vino a la cabeza una idea.

  • ¡Ya sé que quiero! ¡Quiero afeitarte el coño!

La petición cogió por sorpresa a Silvia que quiso titubear, tal vez por pudor, tal vez por miedo, pero antes de que sus palabras saliesen por la boca, su promesa venció

  • De acuerdo, cerdito, pero ten cuidado, como me cortes ahí se acabó la fiesta.

  • ¿Cómo lo haces? ¿Maquinilla o depiladora?

  • Realmente me lo hicieron con cera, y no tengo nada para hacérmela ahora. Tendrías que ir a comprarlo.

  • Podemos usar la maquinilla de tu padre. Le ponemos una hoja nueva y nos vale.

  • ¿Estás seguro? No quiero que me cortes.

  • Tendré cuidado.

Silvia desapareció por la puerta camino del baño y regresó con una maquinilla, una tijera, crema de afeitar un cuenco de cristal con agua y una toalla.

  • He pensado que a esto pueden jugar dos… Tú me afeitas y yo te afeito, así tendrás más cuidado.

  • Eso es trampa – protesté – yo no te ofrecí nada…

  • Son lentejas, amigo. Si las quieres…

  • De acuerdo. – Dije entusiasmado- A la aventura.

Silvia permanecía desnuda, y dejando las cosas ordenadamente en el suelo extendió la toalla sobre la cama y se tumbó encima de ella, totalmente abierta de piernas cerrando los ojos como si eso ayudase a mitigar el miedo.

Me acerqué a su sexo con el gel de afeitar en la mano. Puse un poco del gel en mi mano y cerré la mano un poco para calentarlo. Aun así, cuando toqué con la espuma su piel ella dio un respingo hacia arriba.

  • Está helada. Protestó.

Con la punta de mis dedos comencé a extender el gel de afeitar sobre su pubis, despacio y suave, llenando de espuma toda su parte frontal, hasta la junta de las inglés. Luego, suavemente seguí extendiendo la espuma por su entrepierna, con especial cuidado, escondiendo su sexo debajo de una buena capa que bajaba, como un manto de nieve hasta cerca de su ano.

Silvia recibió la crema como una caricia. Un par de suspiros y la parte inferior de sus labios mayores separándose y dando acceso a su gruta me indicaron que por encima del miedo, el morbo y el placer invadían poco a poco a mi amante. Masajeé por casi un minuto su piel, tal y como hacía con la mía al afeitarme y cuando la sentí preparada tomé la maquinilla y el pequeño cuenco de agua.

Mojé la maquinilla en el agua, y busqué la parte más alta de su pubis, dejando resbalar la maquinilla suavemente, sin presión, hasta llegar a un milímetro del pliegue que protegía su templo del placer.

Al retirar el jabón su piel emergía suave y limpia, como ya me había acostumbrado a disfrutarla.  Dos pasadas más a cada lado, tras limpiar la máquina, completaron la parte más sencilla de la maniobra.

Acabado el frente me dispuse a trabajar entre sus piernas. Movido por el instinto rasuré la zona desde el pliegue de la ingle hasta el borde de cada labio, estirando con cuidado la piel para mantener la tensión de la misma. El sexo de mi chica respondía al roce abriéndose cada vez más, mientras que ella suspiraba claramente excitada. Una vez que llegué al perineo, di por terminado el trabajo ya que lo pocos pelos que quedaban por la zona de su ano me parecieron una tarea demasiado peligrosa para manos inexpertas.

Con la punta de la toalla humedecida limpié de restos de espuma el sexo de mi chica, que volvía a lucir terso y limpio, tentador e insinuante, casi irresistible. Su piel era blanca, sin resto alguno de irritación.

Silvia me pasó un pañuelo de papel para que secase la zona, lo que hice suavemente, pulsando sin arrastrar, hasta que de todo su sexo solo sus labios menores, bañados en su excitación, conservaban rastros de humedad.

  • Dame este aceite. - Dijo mientras ponía en mis manos una botella pequeña de un aceite esencial de té, un aceite denso y plomizo que olía ligeramente a flores. Deposité una generosa cantidad en mi mano para luego pasarla por la suave sexualidad de mi chica.

El aceite eliminó cualquier tipo de resistencia de la piel sobre la piel, y pude notar como mi mano se deslizaba por cada centímetro de su sexo sin fricción alguna, en una caricia empalagosa, grasienta, y resbalosa. Mi mano subía y bajaba extendiendo el aceite para después, con los dedos, buscar suavemente sus rincones, sus pliegues en las ingles, los bordes de sus labios, y las juntas del clítoris y el perineo.

Silvia apoyada en sus talones y completamente abierta alzaba las caderas para disfrutar todo lo posible de una caricia que lejos de ser terapéutica, se había convertido ya en una húmeda masturbación.

En cada pasada mis dedos se detenían en su clítoris, escarbando entre los pliegues de su piel hasta encontrarlo, moviéndolo despacio, atrapándolo entre los dedos mientras la piel, desprovista de fricción alguna se escurría una y otra vez. Mi otra mano enterraba dos dedos dentro de ella, entrando y saliendo de su cuerpo suavemente, muy suavemente, arqueándose hacia arriba en busca del rincón favorito de la vagina de Silvia. Un rincón mágico que la hacía a un tiempo gozar y emocionarse casi hasta la lágrima.

Silvia gemía presa de un orgasmo tan espeso y pastoso como el aceite que la bañaba, y su aroma a hembra ascendía hasta a mi como un poderoso reclamo, como una llamada a poseer totalmente a aquella hembra que agonizaba bajo mis caricias. Como buenamente pude me fui deshaciendo de mis pantalones y mi ropa interior, dejando libre una tremenda erección que pedía a gritos convertirse en la protagonista. Saque los dedos de la vagina de mi chica y con la mano empapada de grasa y zumo de hembra lubriqué mi miembro que quedó enhiesto y brillante, como pulido en mármol.

Levanté con ambas manos y las piernas de Silvia, y me coloqué de manera que cada una de sus pantorrillas descansaba en uno de mis hombros. La postura dejaba expuesto su sexo, pero bien cerrado entre la cárcel de sus muslos y así colocada intenté penetrarla. El primer intento falló, ya que mi miembro resbalaba sin remedio para uno y otro lado cada vez que tocaba la piel de mi chica.

Tuvo que ser una mano de Silvia la que atrapase primero y guiase luego mi polla hasta la entrada de su sexo. Empujé enterrándome en él, penetrándola violentamente, y una vez dentro inicié mi ritual de bombeo, amplio y firme, retirándome lentamente de ella para volver con fuerza hasta lo más profundo de sus entrañas. Silvia, que era capaz de encadenar orgasmos con suma facilidad se deshacía en una nueva crisis, jadeando como un animal enfermo mientras que su mano, ahora enterrada entre sus piernas, destrozaba su clítoris potenciando mi cabalgada.

Cada empujón la contorsionaba, proyectando sus piernas hacia arriba, y levantando casi todo su culo de la cama, dejándola casi plegada por la mitad. Lejos de molestarle, lo profundo de la penetración la volvía loca  de placer, placer que saboreaba con los ojos bien abiertos, clavados en los míos con un gesto salvaje y una cara de gozo desencajado que me volvía completamente loco.

Retiré mi polla de su sexo y con mi mano la guie hasta la entrada de su culo. El esfínter fue incapaz de resistir, ni siquiera por un segundo, el paso de una polla completamente embadurnada en aceite y se la tragó con una avidez inusitada. El topetazo en el fondo de su recto cambió el gesto de Silvia y una ligera mueca de dolor asaltó su rostro. Me quedé quieto, enterrado en ella hasta ver que su cara volvía a encenderse de lujuria y como había hecho en su coño, inicié una salida lenta de su trasero hasta que, casi fuera de ella, me enterré de nuevo con tanta fuerza como pude imprimir a mis caderas.

Esta vez el gesto de Silvia ya no contenía nada de dolor, y si un intenso furor por alcanzar un nuevo orgasmo. Pude sentir como la mano que acariciaba el clítoris de Silvia recorría ahora todo su sexo, llegando incluso a rozar mi miembro, en una caricia abrupta, rápida y decidida que solo se detuvo cuando un nuevo orgasmo, el primero húmedo, se desparramó sobre mi polla brotando de su interior.

Tras el estallido, Silvia quedó paralizada por unos segundos, durante los cuales busqué mi propio orgasmo, acelerando las embestidas, pero en un movimiento imposible Silvia se alejó de mi presa, expulsándome de dentro de ella para colocarse sentada sobre sus rodillas en la cama, ante mi atónita mirada.

  • No te has ganado correrte. Es tu turno nene. - Dijo a modo de explicación ante mi sorpresa y la rabiosa ansiedad de mi miembro. - Vamos a pelar primero a este grandullón – Dijo asiéndome la polla con la mano y dándole un par de sacudidas.

  • No jodas Silvia – protesté – estaba a punto.

  • Un trato es un trato. - Sentenció.

Muy a disgusto tuve que capitular y asentir ante una hembra decidida y firme que, como por arte de magia ya tenía la pequeña tijera entre sus manos. Me quedé de pie frente a ella, al borde de la cama y le hice saber con un gesto que estaba listo. Ella tomó la toalla y con ella, limpió y secó tanto mi miembro como todo alrededor, incluyendo mis testículos. El tacto de la toalla era rugoso y rudo después de la suavidad untuosa de su entrepierna, y tuve que hacer un titánico esfuerzo por no correrme en ella. Silvia, con una expresión de viciosa felicidad, se acercó a mi polla y con las tijeras comenzó a recortar mi vello púbico, por encima de mi miembro, con precisión de cirujano, recreándose en su trabajo, mirando como caía cada mechón de pelo que perecía entre las hojas de la tijera.

En pocos segundos todo el vello por encima de mi miembro había quedado reducido a cortas briznas a ras de piel, y ella prosiguió a uno y otro lado de mi polla, recortando el pelo, más escaso, tanto de los laterales como de mis testículos.

  • Túmbese señor. - Dijo con voz solemne dejándome sitio en la cama. - ahora voy a afeitarlo.

Obedecí tumbándome boca arriba, algo asustado por lo que estaba a punto de ocurrir.  Silvia saltó de la cama y recogió del suelo el bote de gel de afeitar y lanzó directamente sobre mi pubis un pequeño chorro de gel azul completamente helado. Tal y como estaba tumbado no podía ver con facilidad lo que hacía, pero si pude sentir las manos de mi chica esparciendo la crema alrededor de mi miembro y también por mi escroto. Con ambas manos empujó el interior de mis piernas, exigiéndome que las abriese para seguir extendiendo la crema hasta el fondo de mi bolsa y casi hasta mi culo.

Instantes después pude sentir el frio metal de las cuchillas recorriendo mi pubis, dejando a su paso una sensación de frio y desnudez. Con una habilidad que realmente no esperaba Silvia dio cuenta de cada centímetro de mi mata de pelo hasta que toda mi piel quedó perfectamente rasurada. Luego. Con una seguridad que me estremeció me dijo.

  • Ahora vamos a pelar estos huevos

No voy a negar que un escalofrío recorrió de arriba a abajo todo mi cuerpo. Nunca me había entregado a alguien de esa manera, pero no quedaba otra y no iba a ser yo el cobarde de aquel trato. Noté a Silvia tirando hacia arriba de mi polla, que si bien seguía hinchada, ya lo estaba solo en una semi erección que la hacía más manejable. Con habilidad estiró la piel de mi escroto y sin más preámbulos noté como la maquinilla pasaba suavemente por mis pelotas, cercenando cada pelo que encontraba. Silvia se tomó su tiempo, estiraba cada trozo de piel y lo trabajaba con suavidad, desde la base de mi miembro hasta la junta de mis muslos. No olvidó ni un solo centímetro, y en algún punto donde el resultado no le pareció satisfactorio repitió por segunda vez el paso de la maquinilla.

Después de minutos que parecieron años Silvia dio por terminado el trabajo y nuevamente pude notar como la toalla húmeda recogía los restos de pelo cortado y espuma por toda mi piel. Luego, con una parte más seca, terminó su repaso dejando mi sexo completamente aseado y limpio.

Levanté la cabeza y mirando para abajo me encontré mi miembro como hacía siglos que no lo veía, lampiño y desnudo, despojado de la melena de león que durante años lo había adornado. Estaba hecho.

  • Ahora un poquito e aceite. Especial para ti. - dijo Silvia mientras vertía un chorro líquido y frio directamente sobre mis partes.

Un fuerte olor a fresa invadió la habitación, el aceite elegido por Silvia era uno de esos geles de placer que se estaban poniendo de moda para los amantes del sexo oral. Las manos de mi chica empezaron a recorrer todo mi sexo, el tronco de mi polla, el glande, los huevos y el pubis, escurriéndose por mi entrepierna hasta inundar también parte de mis nalgas y mi ano.

Silvia movía sus manos de un lado a otro, extendiendo el aceite que refrescaba y encendía a la vez mi piel, y cada caricia acababa irremediablemente ascendiendo por mi polla hasta enterrar mi glande en su capuchón en una paja vertical, que solo subía, y que devolvió a mi erección todo su esplendor.  Sin aviso alguno, noté la lengua de mi chica sobre mi escroto. Mientras su mano recorría mi miembro, de forma ascendente, y muy despacio, la boca empezó a explorar cada centímetro de piel desnuda, recogiendo el sabor del aceite y estrenando la desnudez de mi escroto.

La caricia, sin el pelo, crecía en intensidad de forma considerable, y podía notar la totalidad de su lengua recorriéndome, sin barrera alguna. Pasó la lengua por los laterales de mis testículos, lamiendo las juntas de mi entrepierna desde los muslos al nacimiento de mi escroto para luego, tras recorrer ambos carriles, limpiar mi pubis con chupetones y lametazos que provocaban sensaciones que nunca había sentido, demostrando que distinto era un beso o una lengua sobre una piel lisa, sin la tupida barrera de mi pelo.

Tal como había hecho yo antes tomó mis piernas con ambas manos y las elevó, me dejé hacer la ayudé a llevarlas hasta casi doblarme dejando mis rodillas casi contra mi pecho. Conforme con la postura, Silvia bajó su boca nuevamente e inició una delirante serie de lametazos en lo más profundo de mi entrepierna, en el fondo de la bolsa. Luego con sus manos, apartó un poco mis nalgas, y por primera vez en mi vida, pude sentir el tacto cálido, suave y devastador de una lengua sobre mi ano.

Silvia, entregada a su tarea, inició un dulce balanceo por los pliegues de la entrada a mi culo, recorriéndolo con la punta de la lengua en círculos pequeños y lentos que despertaban en cada milímetro de mi ano sacudidas eléctricas que rebotaban luego por todo mi cuerpo, volviéndome loco. Yo, abrazando mis piernas, tiraba de ellas para exponer todo lo posible la zona a sus caricias. Pude sentir como su lengua, ahora plana, lamia toda la extensión de mi zona más sensible arrancando uno tras otro, guturales gemidos de mi garganta. No se cuánto duró esa caricia, pero estoy seguro que el cielo del sexo debe ser algo parecido.

Silvia separó su cara de mi culo y tomando de muevo mis piernas me hizo ver que pretendía que las estirase de nuevo. Luego las separó totalmente, dejándome con ellas completamente abiertas y estiradas, doblándose por la rodilla hasta alcanzar el suelo y situándose junto a mi cadera, buscó con su boca el último reducto inexplorado. Mi ardiente polla a punto de reventar.

Inició su viaje con profundos y amplios lametazos desde la base de mi polla hasta la punta, recorriendo cada ángulo, alrededor de toda la circunferencia del miembro. Solo cuando consideró que estaba completamente limpia abrió su boca encima de mi miembro y enterró por completo mi polla en ella, pude sentir como mi glande rebasaba su boca para invadir el inicio de su garganta, sintiendo su calor y su estrechez, para luego iniciar un viaje de retorno hasta sus labios que lo saborearon como si se tratase de la más dulce de las golosinas. Inició una mamada vertical y profunda, lenta, controlada y devastadora. Utilizaba sus labios para apretar la caricia según esta ascendía y descendía, con sus dientes rozaba con poca sutileza el tronco de mi miembro, y su garganta, una y otra vez, recibía entre espasmos a mi glande alojándolo en una funda perfecta, que parecía haber sido creada para él.

Cuando ya creí no poder aguantar más, pude notar como uno de los dedos de Silvia pedía paso en mi culo, sin miramientos, penetrándolo profunda y salvajemente una, dos y hasta tres veces antes de retirarse. Al tercer ataque, salió de allí para acto seguido volver a la carga acompañado de un segundo dedo que se enterraron dentro de mí no sin dejar un tolerable pero significativo rastro de dolor en mi esfínter. Con una habilidad que desconocía que mi novia tuviese, ambos dedos se precipitaron sobre mi próstata, repitiendo la devastadora caricia que yo regalaba habitualmente a su punto G. La intensidad de las oleadas que arrancó de mis adentros provocó no solo el más brutal de los orgasmos, sino también una explosión de semen en la boca de Silvia que la llenó por completo obligándola a desterrar mi polla entre arcadas, mientras sucesivos nuevos chorros de mi semen se estampaban contra su cara empapándola por completo.

Silvia retiró sus dedos de mi interior, y, salpicada con mi leche, que resbalaba de su cara y sus labios hacia el vacío, y con la más erótica de las miradas clavada en mis pupilas me dijo entre jadeos.

  • Te lo dije, el polvo de tu vida.

  • Joder si no – le respondí cerrando los ojos y dejando caer mi cabeza sobre la cama, sonriendo, incapaz de abrirlos ni siquiera cuando la boca de mi novia, completamente empapada en lefa y babas, buscó la mía en un profundo beso para luego dejar caer su cuerpo desplomado a mi lado, en una cercanía que rebosaba satisfacción, pasión y amor, pero que también anunciaba una temporal pero dolorosa despedida