Las Muñecas 15

Manu tiene una contractura y acude al Spa de su cuñada en busca de alivio. Lo que encontrará será toda una sorpresa. NOTA: Después de 5 relatos sin comentarios, tengo seria dudas sobre si la serie sigue siendo interesante para los lectores. Por favor, agradecería opiniones.

XV

De vuelta al hospital me encontré con mi padre ya totalmente vestido a la espera de los papeles de la alta médica. Se movía como un felino en una jaula, nervioso, sin poder dejar de mover manos y pies ni por un segundo.

Cuando llegaron apenas prestó atención a las instrucciones de un amable enfermero que, cargado de paciencia contestó la batería de preguntas que mi madre no había podido hacerle a los médicos. Tras los consejos e indicaciones todos abandonamos el hospital aliviados de que lo que parecía algo realmente grave acabase siendo una aventura que rememorar en reuniones familiares. Mi padre resolvió en incidente con dos pastillas diarias y la orden de acudir a su médico en 15 días para volver a valorarlo.

El camino a casa fue un monologo de mi padre contando una y otra vez cada uno de los pequeños episodios que había vivido en el hospital.

Una vez en casa se empeñó en que Silvia, Marta y la niña viniesen a cenar a casa para “celebrarlo” por lo que el resto del día transcurrió primero en la cocina y luego en una agradable y cordial cena familiar. Llegadas las 12 de la noche mi hermano se ofreció a llevar a Silvia a casa de camino a la suya lo que, dado que llevaba casi 40 horas sin dormir agradecí enormemente.

Caí en la cama como un árbol cortado por el pie, y no recuerdo siquiera una mínima sensación antes de dormirme. Fue un sueño profundo e ininterrumpido que me robó las siguientes 10 horas de mi vida. Para cuando me desperté y quise levantarme, los nervios de esos días se manifestaron en mi cuerpo en forma de una enorme contractura entre mis hombros que prácticamente impedía cualquier movimiento irradiando continuos y agudos calambrazos de dolor.

Como pude llegué hasta la ducha donde dejé que el agua caliente deshiciese, durante muchos minutos, aquella tensión acumulada hasta que, después de un buen rato, aquel dolor invalidante se transformó en una sorda molestia que me resultó mucho más soportable.

La alegría duró poco, solo diez minutos después de abandonar el calor de la ducha el bloqueo regresó a mi espalda y con él el insoportable dolor que lo acompañaba. Completamente encorvado me dirigí a la cocina en la que mi madre disfrutaba de una humeante taza de café y un libro.

Viéndome llegar así, me preguntó preocupada.

  • Hijo, ¿qué te pasa?

-Nada mamá, creo que es una contractura por la noche en el sofá y los nervios de estos días, ya se me pasará.

  • ¿Por qué no vas al Spa de Marta? Seguro que un buen rato de agua caliente y un masaje te vendrán de maravilla.

Marta era la copropietaria de un pequeño Spa que había fundado con tres de sus amigas.  En alguna ocasión había acudido a la piscina termal, y disfrutado de la perfecta mezcla de agua caliente, música tranquila, y aromaterapia, y en esas circunstancias y habida cuenta del efecto de la ducha me pareció una idea fantástica.

  • De acuerdo mamá, llamaré a Silvia para que me lleve, no soy capaz de conducir.

  • Si quieres puedo llevarte yo – dijo mi madre solicita.

  • No te ofendas mamá, pero prefiero ir con ella – le contesté con un guiño cómplice y una sonrisa.

En ocasiones, hablar demasiado pronto te hace quedar en evidencia, Silvia no cogió el teléfono y me contestó vía Whatsapp para decirme que esperaba para hacer una entrevista laboral. No quise preocuparla y quedamos en vernos a la tarde. Guardé el teléfono y con aire de derrota pedí a mi madre que me acercase, rezando porque no le apeteciese quedarse en el Spa conmigo, la idea de un Spa con mi madre no me motivaba lo más mínimo.

  • Al final una madre es una madre – sentenció victoriosa mientras se levantaba para vestirte. - No te preocupes, tenía que salir a buscar las medicinas de tu padre

Con no pocos esfuerzos conseguí vestirme y bajar al coche y en unos minutos llegamos al aparcamiento del Spa. Mi madre se empeñó en acompañarme hasta la recepción donde Begoña, una de las socias de Marta nos dio la bienvenida.

-Hola familia -nos dijo con una amplia y sincera sonrisa – Marta no está, puede que tarde una hora o así, ¿queréis que la llame?

-No -contesto mi madre anticipándose a mí - traigo a Manu que tiene una contractura horrible a ver si podéis hacer algo por el

  • Ya veo, - contesto Begoña viendo mi postura - no te preocupes Sandra, te lo devolveremos nuevecito en un par de horas.

Hablaban de mí como si fuese un simple objeto roto e inanimado, y así siguieron durante un rato hasta que mi madre se despidió dejándome “a cargo” de Begoña que por fin se animó a hablarme directamente.

  • Cámbiate y pasa un rato a la piscina para ablandar un poco la contractura.

Luego, acercándose a mí, palpó mis hombros con manos expertas para exclamar a modo de diagnóstico.

  • Caray, sí que tienes esto cargado. Anda, vete a la piscina que después te paso a una cabina para ponerte infrarrojos y darte un toque.

Llegué al vestuario y el olor a flores frescas que flotaba en toda la zona de Spa me invadió provocando un primer amago de relajación. Dolorido conseguí cambiarme y ponerme el bañador, unas chanclas de fieltro con suela de goma que prestaban a los clientes y el suave e impoluto albornoz blanco que Begoña me había entregado junto con una toalla.

Pasé a la zona de la piscina y entré en ella dejando que el agua caliente invadiera todos los poros de mi cuerpo. El efecto fue casi inmediato, entre el calor y la relativa ingravidez de mi cuerpo dentro del agua, comencé a relajarme mientras se mitigaba el dolor. Por recomendación de Begoña estuve un rato sentado en una zona donde pequeños chorros a presión ondulantes impactaban en bucle contra mi piel proporcionándome un suave masaje.  Luego me desplacé a una fuente en cascada donde una gruesa columna de agua aplicó sobre mis hombros un masaje más profundo y muy efectivo. Cuando quise darme cuenta el dolor era ya apenas una molestia soportable y dediqué los siguientes minutos a disfrutar de las sensaciones de todos y cada uno de los distintos chorros y aparatos de la piscina dinámica.

El ruido constante del agua en movimiento y la suave y tenue música me envolvieron en una capa de paz y quietud que poco a poco hizo efecto no solo en mi cuerpo, sino también en mi mente y mi estado de ánimo. En la piscina solo había cuatro personas más. Tres mujeres y un hombre, todos de avanzada edad, pero nadie hablaba, y todo el mundo se movía despacio y sigiloso, como si temiesen provocar un ruido inapropiado que rompiese el encanto mágico del aquel lugar lleno de maravillosas sensaciones.

No sabría decir cuánto tiempo pasó hasta que Begoña se acercó a mí, mientras descansaba en una maravillosa cama de burbujas y tocándome la cabeza llamó mi atención diciéndome entre susurros.

  • Dúchate y ven a la cabina 2, ahora estoy contigo.

Salí de la piscina y me duché con agua tibia de una de las duchas que rodeaban la zona de baño, luego, sorprendido de que mi contractura casi hubiese desaparecido, me vestí el albornoz y las chanclas y entré en la cabina.

La cabina era un cuarto cuadrado y pequeño, con poco más que una camilla de masaje, un mueble lleno de frascos y pequeños aparatos y un banco alto con un mínimo respaldo, parecido a los que usan los barberos para apoyarse mientras trabajan el pelo de un cliente. La luz era tenue, la música estaba más presente, invadiendo el espacio, y el olor a flores era sensiblemente más intenso. Begoña entró detrás de mí y señalándome un perchero en la pared me dijo. Sácate el albornoz y el bañador y acuéstate boca abajo envuelto con la toalla. Dicho esto salió de la sala y cerró la puerta corredera que aislaba la cabina del resto del recinto.

Seguí sus instrucciones y con la toalla precariamente anudada en mi cintura me tumbé boca abajo en la camilla, revestida con una sábana blanca y maravillosamente cómoda. Ajusté mi cabeza a un cabecero perforado que me permitía colocarme completamente boca abajo dejando mis ojos nariz y boca en el agujero mientras mi frente y mis mejillas reposaban en el cómodo soporte lateral.

Begoña entró en la sala empujando un gran aparato con lo que parecía una estufa eléctrica al final de un brazo articulado. Se acercó a la camilla, me cubrió totalmente con una gran sabana y me pidió colaboración para retirar la toalla húmeda que me vestía.

Una vez desnudo bajo la sabana, recogió parte de la misma doblándola hasta dejar la parte superior de mi espalda al descubierto para luego colocar la “estufa” unos centímetros por encima de mis hombros. Encendió la máquina y una luz roja y tenue invadió el cuarto mientras noté en mi piel una oleada de calor que nacía en aquel engendro.

  • Diez minutos de esto y luego un buen masaje. Servicio VIP para el caballero.

Y se marchó nuevamente de la sala tras regalarme una tierna y familiar caricia en el pelo.

  • Duerme un poco si quieres, vengo en diez minutos. -dijo mientras corría de nuevo la puerta dejándome sólo.

Podía sentir como el calor de aquel aparato penetraba en mi cuerpo, no era un calor convencional, era un calor pastoso, penetrante, que atravesaba la piel para centrarse directamente en mis entumecidos músculos. Me abandoné a la extraña sensación en mi cuerpo y cerré los ojos dormitando y disfrutando le la música, el olor de la sala y de una silenciosa soledad.

Unos minutos después Begoña regresó a la sala, desconectó y retiró el aparato dejando la mesa libre para poder trabajar.

  • Vamos a ver como esta esta espalda. – Escuché las palabras descubriendo con sorpresa que aquella voz ya no era la de Begoña, sino la de Marta.

Intenté moverme para mirarla, pero ella me detuvo poniendo su cálida y suave mano sobre mi hombro.

  • Quieto cuñado, vamos a arreglar ese estropicio.

Noté como sus manos continuaban doblando la sabana que me cubría hasta dejar al descubierto toda mi espalda y la parte superior de las nalgas y luego unas manos suaves y húmedas, empapadas en un aceite espeso y oloroso, empezaron a recorrer la parte alta de mi espalda, embadurnándola hasta conseguir que las manos de Marta recorriesen mi piel sin resistencia ni fricción alguna.

Con ademán experto Marta trabajó mis doloridos hombros durante minutos, masajeando las durezas de mis músculos de tal modo que podía notar como se deshacían bajo la presión de sus manos. De vez en cuando su movimiento de vaivén sobre mis hombros continuaba hacia abajo por mi espalda, llegando hasta la zona lumbar, donde desaparecían para regresar de forma casi mágica al entorno de mi cuello para retomar su efectiva labor curativa.

Con el paso del tiempo el dolor fue remitiendo por completo y la presión de las manos de Marta se redujo, convirtiendo el firme masaje del principio en uno más sutil, más parecido a una caricia. Sus manos ahora descendían suaves por mi espalda. Toqueteando mi columna, jugando con cada hueso de mis vertebras, aumentando y disminuyendo la presión según recorrían cada centímetro. Las manos de Marta ardían sobre mi piel y cuando descendían a mi zona lumbar, invadiendo incluso la parte alta de mis glúteos, el efecto que producían no era precisamente relajante.

Mi grado de excitación crecía con cada caricia y con él mi miembro, aplastado contra mi cuerpo, se endurecía sin poder yo hacer nada por impedirlo. Cuando Marta atravesó la frontera que había marcado con la sabana, paseando sus manos por buena parte de mis glúteos, mi falo era ya un objeto duro e incómodo que pugnaba por abandonar su forzada postura pegado a mi cuerpo para adoptar su posición de ataque.

  • Date la vuelta. - Dijo Marta con total naturalidad.

  • Prefiero así, le contesté con timidez.

  • Tengo que trabajar el cuello por delante, sino en unas horas estarás como al principio. -Dijo en un todo profesional.

Marta levantó un poco la sabana para facilitar mi rotación, y cuando por fin me coloqué boca arriba, por más que quise arquear mis caderas para ocultar mi miembro, una obscena tienda de campaña adornaba mi cintura. Marta, con gesto profesional, viendo mi incomodidad quiso tranquilizarme.

  • Tranquilo, relájate y déjate flojo. No eres el primero que le pasa esto. Mira, hasta me siento alagada. - pude notar un ligero acento burlón en su tono. Pero a esas alturas no me quedaba más remedio que soportar lo que me viniese.

Marta puso sus manos por delante, en mi cuello, presionando entre las clavículas para encontrar los restos de contractura en mis músculos y atacarlos, la maniobra de presión alrededor de mis clavículas y el cuello me resultó desagradable y dolorosa.

El dolor del masaje y la vergüenza fueron poco a poco desinflando mi erección que, si bien no dejaba volver a su posición natural a la sabana, si me hacía sentir que era menos evidente y vergonzosa.

En un par de minutos después mi cuello estaba totalmente desbloqueado y el dolor había desaparecido y, tras embadurnar de nuevo sus manos en aceite marta bajó sus manos hasta mi torso, masajeando suavemente mi pecho y mis pezones que reaccionaron endureciéndose al tiempo que lo hacía de nuevo mi descontrolado miembro. Marta alternaba su mirada entre mi pecho y mis ojos, clavándose en ellos con una expresión que era incapaz de descifrar así que, en un torpe intento de no pasar más vergüenza, decidí cerrarlos y abandonarme totalmente al masaje que hacía tiempo que había dejado de parecerme estrictamente terapéutico.

Para cuando sentí los dedos de mi cuñada deslizarse suavemente por mis abdominales mi cabeza estaba ya seguro de que aquello no era ni mucho menos normal en un masaje estándar, pero antes de que pudiera siquiera verbalizarlo, sentí como la mano de Marta rodeaba totalmente mi miembro y comenzaba una lenta y profunda masturbación.

Abrí los ojos como un resorte y me incorporé sobre los antebrazos en la camilla. Marta me miraba fijamente mientras seguía su recorrido por mi polla, lenta pero firmemente. Ante mi cara de estupor, y sin dejar por un momento de acariciarme me dijo.

  • Caramba contigo, vas más sobrado que tu hermano. Menuda suerte tiene Silvia.

  • Pero… Pero… - no era capaz de articular palabra.

Marta con su mano libre me empujó el pecho hacia atrás, exigiéndome que retomase mi postura

  • ¿Qué pasa cuñado? ¿Tú puedes disfrutar de mi cuerpo y yo no del tuyo? ¿Acaso crees que no sé lo de la cinta?

La revelación me dejó helado. ¡Ella también lo sabía!  Yo había visto la cinta y ahora ella se vengaba por ello. ¿Se vengaba? Si aquello era una venganza bienvenida fuera. Hace nada hubiese pagado por que mi cuñada me acariciase como lo estaba haciendo, así que la obedecí, me deje caer nuevamente sobre la camilla y me dispuse a disfrutar de mi final feliz.

Marta siguió con su caricia sobre mi pene, mientras la otra mano masajeaba suavemente mis testículos de forma experta. Su caricia era lenta, rítmica y controlada, especialmente medida para proporcionarme placer sin dejarme llegar al clímax. Yo movía la cadera intentando intensificarla, pero ella, hábilmente tasaba la presión y la frecuencia impidiendo que mi excitación aumentase hasta un punto crítico. Unos segundos después sus manos abandonaron mi pene.

Abrí de nuevo los ojos y la vi, sentada en el taburete y con una mano enterrada en su sexo debajo del uniforme. Me miró con ojos depredadores y con voz firme me dijo.

  • Ahora mastúrbate para mí.

Mi cara debió ser un poema, porque desató en ella una risa cínica mientras me explicaba.

  • Tú me viste masturbarme a mí, yo te veo masturbarte a ti. ¡Quid pro quo!

  • Joder, Marta.

-Ni Joder ni leches. Me lo debes, quiero ver ese volcán en erupción. David dice que quieres follarme. Ese es el precio.

No podía salir de mi asombro. Mientras yo me revolcaba en una y otra ola de vergüenza, Marta controlaba totalmente la situación. Era mi dueña, me dominaba hasta tal punto que casi era incapaz de moverme.

  • Venga guapo, que es para hoy.

Resignado baje mi mano izquierda hasta mi miembro y retomé el trabajo que mi cuñada había dejado. Entre la excitación y la vergüenza abría y cerraba los ojos para encontrarme, en cada parpadeo la mirada de Marta clavada en mi polla mientras que su mano trabajaba su coño con auténtica fruición. Poco a poco el morbo venció a la vergüenza y mi mano fue acelerando su trabajo en busca del desenlace, mientras, con mi otra mano, intenté alcanzar un pecho de marta, pero ella, nada más notar el contacto se apartó poniéndose fuera de mi alcance.

  • Otro día, - me dijo – ¡ahora paga!

Aceleré el ritmo hasta hacerlo frenético hasta que mi cuerpo se rindió al placer y me corrí delante de mi cuñada, una corrida pírrica, con apenas dos chorros de semen que prácticamente ni llegaron a mojar las sabanas.

  • Pues sí que estás bien seco. Te está bien por andar durmiendo a la gente sin ton ni son.

¿QUEEEEEEEEÉ? ¿Marta también sabía eso? ¿Mi hermano había contado nuestro Don a su mujer? ¿Y ella aun así aceptaba? De todas las revelaciones que había tenido hasta ese momento esta era de largo la más impactante e inesperada. Me levanté de la camilla como un resorte, quedándome sentado en el borde, atónito y desnudo cara a cara frente a ella

  • ¿Como? - pregunte casi sin voz - ¿Tu sabes?

  • David y yo no tenemos secretos. Hace mucho tiempo que me lo dijo.

  • Y te parece bien, que te duerma y eso de ser suya.

  • Yo elegí ser suya, y no solo en la cama, igual que él es mío. Nuestras pareja es exclusiva, y de lo más convencional, menos en el sexo. Disfrutamos del sexo más allá de lo que cualquier otra pareja puede hacerlo, lo hacemos ambos, y libremente. Yo hago lo que quiero y cuando quiero. Yo soy la que le pide que me duerma de vez en cuando si veo que me fallan las ganas o necesito una motivación extra, pero a veces pasan meses enteros sin que lo necesite.

-Pero, por lo que sé, si estás bajo su influjo también podría regalarte a otros… -sinceramente alucinaba con lo que estaba oyendo.

  • Sé que David nunca me entregaría a nadie egoístamente. Soy su compañera, por lo que sí quiere que folle con alguien me da igual si es por una razón u otra, simplemente valoro si quiero complacerle y si así lo decido lo hago, y ambos disfrutamos con ello. Una vez que aceptas la realidad de las cosas es todo muy sencillo. Lo único que puede hundir una relación así es la mentira. Además, ¿tú no aceptaste que David follase a Silvia? ¿Fue un acto egoísta o realmente te apetecía?

No salía de mi asombro. El grado de sinceridad de Marta y mi hermano era infinito. Dudaba mucho de que yo pudiese llegar a compartir las cosas de esa manera con Silvia, ¿o quizás sí? Me planteé mentalmente la pregunta, pero las dudas y los miedos me resultaron abrumadores. Intentaba encajar todo lo que Marta me contaba. Realmente era más descarnada y directa que mi hermano, y eso me era útil, ahora empezaba a entender el verdadero alcance de todo aquello.

Mi Don no era una cosa que iba a desaparecer sola en un tiempo, era una realidad vital que me acompañaría durante cada uno de mis días, y por más difícil que pareciese, era imposible mantener una relación a largo plazo escondiendo algo así. Admiraba el valor de mi hermano para enfrentarse a su pareja y sincerarse de ese modo, pero todavía admiraba más a Marta, encajando e incorporando a su vida y a su matrimonio algo tan extremo como aquello. Una vez más me asaltó la duda sobre si la incipiente relación entre Silvia y yo aguantaría la verdad, no encontraba respuesta y quise buscarla en mi cuñada.

-  Entonces, ¿Debería contárselo a Silvia? No puedo negar que esa idea había rondado más de una vez por mi cabeza.

  • Esa es tu decisión, pero te recomiendo o bien que lo hagas pronto o que no lo hagas nunca. David tardó casi un año en decírmelo, y me costó muchísimo más superar el tiempo en el que estuve engañada que aceptar las cosas como son.

Realmente no esperaba otra respuesta. Sabía que más pronto que tarde tenía que decidir qué tipo de relación quería con mi prometida y por supuesto eso incluía gestionar mi verdad. Marta estaba siendo muy clara, quise aprovéchalo y saber más.

  • Pero entonces ¿quieres estar con otros por el Don o porque te apetece?

  • Hace mucho tiempo que dejó de preocuparme eso. El control te libera, elimina tus miedos y prejuicios, y eso no vuelve atrás casi nunca, salvo que escojas consciente o inconscientemente hacerlo. Si descubres cosas que te gustan probablemente te gustarán siempre. Yo nunca fui infiel a mis parejas, pero muchas veces se me metía en el ojo algún tío bueno del que acababa pasando por no ser infiel o por amor. Ahora si alguno me gusta se lo digo a David y el me lo regala.

  • Pero David duerme a más chicas ¿A ellas se lo contáis también?

  • Y chicos, como te dije si alguien me gusta me lo regala para mí. No les contamos nada, este Don es para nosotros, somos los amos, nuestros siervos no saben nada, ellos son invitados temporales, la verdad y el Don es nuestro y sólo nuestro.

  • Alucino, ¿Mi hermano tiene relaciones gay?

  • No tonto, - dijo entre risas - Aunque podría, ¿Por qué no? Yo suelo hacerlo con chicas y aunque no soy lesbiana me encanta. Los chicos los duerme para mí. Un siervo encuentra placer satisfaciendo a su amo, si lo que quiere su amo es que me de placer a mí, disfrutará dándomelo. Te voy a contar una cosa. - hizo una pausa mientras me miraba con una sonrisa que me heló la sangre - Una vez intentó dormirte a ti y no pudo. Ese día supimos con seguridad que tenías el Don.

Mantuve silencio durante unos segundos mientras intentaba ordenar toda aquella información en mi mente. Marta había pedido a mi hermano que me durmiese para estar conmigo. Mi libido y mi ego se inflamaron por igual. Quería saber más. Busqué sus ojos y superando miedos y vergüenzas volví al asunto preguntándole.

  • Pero entonces, ¿Querías follarme?

Marta encajó la pregunta sin inmutarse, relajada y sonriendo.

  • Tu a mí también, o sea que no te hagas el santo. Eres joven, estas bueno y tú hermano me advirtió que estabas más que bien dotado - dijo mientras miraba mi miembro flácido - ¿A quién le amarga un dulce? ¿Acaso vas a negar que me tienes enfilada desde el primer día que me viste?

  • Joder Marta, no es eso, eres mi cuñada y todo eso, pero a veces es imposible no mirarte. Siempre me has gustado - decidí echarle valor y sincerarme - y verte en biquini o con esas camisetas flojas que llevas era una tortura. Pero sobre todo después del video pasé días y días cascándomela pensando en ti. Es de locos.

  • Para nada. Las camisetas muchas veces me las ponía solo para provocarte. Siempre me ha gustado el efecto que causo en ti. Me sentía poderosa, y de alguna manera ese poder se fue convirtiendo en deseo. Quería tenerte, pero como David no pudo dormirte decidimos darte un empujoncito. David y yo dejamos la cinta junto la consola a sabiendas que la encontrarías.

La confesión me dejó helado. Lo que más me impresionaba no era que mi hermano me hubiese engañado, sino ver el grado de complicidad y aceptación que ambos compartían. También me impresionaba que mi cuñada me desease durante casi tanto tiempo como lo había hecho yo a ella.

Permanecimos unos segundos más en silencio en los que necesité para digerir toda aquella nueva información. Luego dejé que la libido tomase el relevo. No podía esperar ni un minuto más, por lo que tímidamente acerqué una mano al cuerpo de Marta intentando nuevamente alcanzar sus pechos. Ella me detuvo con gesto firme.

  • Hoy va a ser que no – dijo – hace falta algo más que dos chorros para llenarme, y no me gusta que me dejen a medias. Descansa unos días, ya tendremos ocasión, no vamos a dejar de vernos, que somos familia. Y ¡venga! Basta de cháchara que tengo que ganarme la vida. A la ducha pervertido.

Se acercó a mí y besó suave y castamente mis labios, luego, en un último acto de dominación salió de la cabina cerrando la puerta tras de sí, dejándome atónito, sin fuerzas y envuelto en un mar de emociones y dudas.