Las mujeres del 18 (Parte 4 de 4)

Ultimo relato de esta serie. Leo tiene que volver a casa de Elisabeth, ya que tras lo ocurrido con Juana, volvió a olvidarse de la chaqueta.

Tras una noche algo agitada, me levanté y me preparé para irme a trabajar. Aquello suponía que saldría tarde para casa de Eli, pero por suerte, quizás estuviese allí cuando fuese y podría verla un rato. Aun con el desayuno en la garganta salí para no llegar tarde.

Fue una mañana lenta y aburrida, pero la tarde lo fue aun mas. Ni las chicas de la playa ni la clientela, ni mis amigos fueron capaces de hacer más ameno aquel día. Hacerlo más llevadero hasta el momento de ir a casa de Eli. Quizás me estaba obsesionando un poco con ella. Quizás el hecho de acostarme con su madre y su hija, estaban influenciando en mis sentimientos sobre ella. No queriendo lastimarla. Pero aun y todo quería pensar que realmente Eli me gustaba.

Por fin, tras una larga jornada, el reloj marcho las ocho menos cinco y cerré el chiringuito. Con cierta prisa me marché directo a casa de Eli. En el timbre, de nuevo aquella voz distorsionada me habló.

-¿Si?- Preguntó.

-Soy Leo. Se me olvidó la chaqueta.- Dije.

-¡Leo!- Exclamó la voz. -Pasa, pasa.- Me pidió abriéndome la puerta.

Subí en el ascensor y me detuve frente a la puerta. [i]“¿Y si no estaba Elisabeth? ¿Y si no estaba Sofía? ¿Y si estaba Sofía pero no Juana?”[/i] Aquellas dudas me asaltaron. Nada me decía que no quisiera alguna de aquellas situaciones, pero no quería hacer más daño a Eli. Finalmente con el pulso algo tembloroso, toque la puerta. Segundos después la puerta se abrió, y tras ella apareció Juana. Iba igual vestida que el día anterior, pero no llevaba el delantal. Desde el salón de escuchaba la televisión.

-Hola Juana.- Le salude. -Perdona por venir tan tarde, pero es acabo de salir del curro y ayer al final me deje la chaqueta.- Le expliqué.

-Hola Leo.- Ella rio con cierta picardía. -Pasa.- Me invitó. -Estoy sola.- Recalcó.

Aquella última frase me puso nervioso. Sobre todo viendo lo mucho que parecía gustarle aquella situación a Juana.

-¿Y Eli y Sofía?- Le pregunté haciéndome el despistado.

-Eli trabaja y Sofía esta con una amigas.- Me explicó. Cuando llegamos al salón, Juana pareció no poder aguantarse, y se lanzó contra mí para besarme. En el momento que sus labios tocaron los míos, no pude negarme a entregarme a ella. -Muy buena excusa lo de la chaqueta. Pero si querías de mí, no hacía falta esto.- Me dijo con una sonrisa muy picara. -Quiero repetir lo de ayer.- Su petición era clara y yo no pude negarme.

Sin pensar, volví a juntar mis labios a los suyos. Mis manos acariciaban todo su cuerpo, mientras que ella hacía lo propio con el mío. Fuimos desnudándonos poco a poco, hasta que quede sorprendido cuando le deslicé sus bragas por las piernas. Se había depilado la entrepierna entera.

-Acepte un pequeño consejo.- Rio entre dientes.

Yo por mi parte quedé hipnotizado al ver su vagina depilada. Emanaba calor y un aroma delicioso que me hizo hundirme en ella, devorándola. Juana, apoyó sus manos en el sofá, echándose hacia atrás. Yo aproveché para levantarle una pierna y disfrutar mejor de ella. Juana gemía y entrelazaba los dedos de una de sus manos en mi pelo, apretándome contra su entrepierna de vez en cuando. Tras un sonoro gemido, Juana, tuvo su primer orgasmo.

-Tranquilo, Leo… Déjame ahora a mi…- Me pidió apartándome ligeramente.

Yo me levanté mientras que Juana se arrodillaba ante mí. Con la misma tranquilidad y cuidado que el día anterior, Juana se dedico a mi miembro, proporcionándome un placer increíble. Pero entonces alguien apareció en el marco del salón.

-¿Leo? ¿Abuela?- La inconfundible voz de Sofía hizo a Juana detenerse y a mi quedarme de piedra al verla. -Joder…

-Sofí… esto… yo…- Juana se había incorporado y no parecía saber que decir. Pero yo me había dado cuenta de algo que Juana no.

-¿Espiando otra vez?- Pregunté en voz alta, haciendo que Juana se volviera hacia mí.

-¿Espiando?- Preguntó Juana.

Por su parte Sofía se había puesto roja como un tomate de la vergüenza, afirmando mi pregunta. Sofía que vestía con unos vaqueros muy ajustados, una camiseta de una sola tira y unas chancletas, tenia los botones del vaquero desabrochados y algo bajados, mientras que en su camiseta podía ver perfectamente marcados sus pezones.

-A tu nieta, le gusta mírame mientras lo hago con tu hija… y al parecer contigo también.- Le conté a Juana, que me miró sorprendida, para luego mirar a su nieta. -Además, mira lo cachonda que esta. Tocándose mirando a su abuela.

-Cállate.- Me pidió tímidamente Sofía.

-¿Me vas a decir que no te gustaría arrodillarte aquí, ahora, como estaba tu abuela hace un momento?- Mi pregunta iba con algo de malicia, y Juana tenía ganas de ver la respuesta.

Sofía no contestó. Parecía estar pensando. Si hacer algo o si no hacerlo. Si marcharse o quedarse. Y entonces, para sorpresa de Juana y mía, Sofía se desnudo completamente y se acercó hasta mi. Me miro unos segundos a los ojos y se arrodillo para empezar a hacerme una mamada. Yo me dediqué a disfrutar de aquello, pero Juana aun seguía estupefacta de ver a su nieta de aquella forma. Y entonces reacciono de la forma menos pensada.

-¿A dónde crees que vas?- Preguntó al aire y se arrodillo al lado de su nieta.

Sofía se detuvo, pero siguió masturbándome mientras miraba a su abuela, desnuda igual que ella y arrodillada ante mí. Juana aprovechó ese momento para introducirse mi glande en la boca y lamerlo con la lengua. Aquello pareció convertirse en una competición y Sofía no tardo en llevarse mis testículos a la boca, para darme placer.

Mi visión era increíble. Nieta y abuela, juntas dándome placer con sus bocas. Nunca me había hecho una doble mamada, y el hecho de que fueran nieta y abuela, me hacia disfrutar más de aquello.

-Sois muy buenas…- Las felicité. Ambas sonrieron y siguieron a lo suyo. Primero una se introducía lo que podía de mi miembro en la boca, mientras que la otra se dedicaba a mis testículos. Luego, se cambiaban. Después lamian todo el tronco entre las dos como si fueran una sola. Después jugaban con sus lenguas en el glande. Y entonces volvían a repetir.

Tras un buen rato Juana se detuvo. Al parecer no podía seguir el ritmo de Sofía, que al verse sola, se dedicó plenamente a mi miembro. Por su parte Juana se levantó “derrotada” por su nieta, pero antes de que pudiera pensar, la cogí por la cintura y empecé a besarla. Ella me devolvió el beso mientras mis manos jugaban con sus pechos, su trasero y su vagina. Con delicadeza, moví a Sofía, para tumbarme en el suelo.

-Sofía tu sigue, que le voy a dar un repaso a tu abuela.- Aunque para ellas sonó raro, ninguna dijo nada y mientras Sofía volvía a la carga, Juana me puso su vagina en la cara para que yo me dedicara a ella.

Con la poca posibilidad de movimiento mi lengua se centraba en su clítoris, mientras que con una de mis manos agarraba sus pechos y pellizcaba sus pezones, con la otra rondaba los alrededores de su ano. Juana no tardó en tener un nuevo orgasmo entre gemidos de placer. No por ello, yo deje de lamer y de todo.

-No sabía que fueras tan guarra, abu.- Comentó Sofía parando por primera vez en mucho tiempo.

-Cállate y chupa, niñata.- Le ordenó Juana, que seguía recibiendo mis lengüetazos.

Sofía acató al pie de la letra la orden de Juana y volvió a la carga. Pero poco después se detuvo para sentarse sobre mí. Sus movimientos al principio fueron lentos. Pero a medida que sus gemidos aumentaban de intensidad, estos se volvieron casi frenéticos.

-Abu… he… estado… pensando…- Decía entre gemidos, Sofía.

-¿En qué?- Quiso saber Juana, volviéndose hacia ella, pero manteniendo su vagina en mi cara.

-Vuestra tradición… quiero… continuarla…- Explicó decelerando, hasta casi detenerse por completo. Con la sorpresa Juana se levantó. Parecía no esperarse aquello. Estuvo pensando unos segundos, bajo mi mirada y la de Sofía que aun se movía. Pero ahora lo hacía en círculos, con todo mi miembro dentro de ella.

-¿Tradición? ¿Qué tradición?- Pregunté yo, rompiendo el silencio que se había adueñado del salón.

-Cuando Sofía nació, Eli y yo, nos llamamos las mujeres del dieciocho.- Explicó Juana. -Yo tuve a Elisabeth con dieciocho años. Elisabeth tuvo a Sofía con dieciocho años. A sus dieciocho años, parece ser que Sofía quiere ser madre.- Su suposición fue acertada, y una mirada entre los tres bastó para que yo lo entendiera.

-No puedo.- Recriminé, tratando de levantarme. Sofía se apartó y me dejo moverme. –Elisabeth… yo…

-¿No puedes dejarme embarazada, pero puedes follarnos y ponerle los cuernos?- Me echó en cara Sofía.

Aquel comentario me había dolido. Y aunque ninguna de las dos dijo nada lo sabían. Entonces, tras unos minutos de nuevo silencio, algo que nadie esperaba ocurrió. La puerta de la calle se abrió y trajo consigo una voz.

-Estoy en casa.- La inconfundible voz de Elisabeth llegó hasta nosotros, paralizándonos. Nadie se movió, y finalmente Elisabeth, apareció en la puerta del salón. Su mirada se clavó en mi, sorprendida por verme allí. Después se desvió hasta mi miembro, hinchado pero blando. De nuevo me miró a mí, y entonces reparó en Juana y Sofía. La boca se le abrió al verlas desnudas. No hacía falta mucha lucidez para entender lo que allí estaba o había pasado. -¿¿¿Mi madre y mi hija con mi novio???- Todos nos sentimos mal. -¿Qué mierda pasa aquí?- Preguntó realmente enfadada, Elisabeth.

Nadie contestó. Era obvia la respuesta y contestar aquella pregunta sería un regodeo para la figura de Elisabeth. Sin decir nada, y con una lagrima en sus ojos, se dio media vuelta y desapareció. Tras ella corrieron Sofía y Juana.

-Nosotros hablamos con ella.- Me dijo Juana.

-Pero no vayáis desnudas.- Les dije.

Ellas parecieron entender lo que quería decir, y se vistieron rápidamente con su ropas, pero dejando la ropa interior en el salón. Me quedé solo. Con lentitud me fui vistiendo. Podía escuchar como en el piso superior las tres mujeres discutían. No las entendía, pero sabía cuando hablaba una y cuando la otra.

Cuando terminé de vestirme, me senté en el sofá. Estaba dolido por mi actuación, y estaba reflexionando sobre si marcharme o no. Finalmente decidí aguantar. Debía de aceptar la culpa de mis actos.

Pasaron cerca de quince minutos hasta que las voces del piso de arriba se silenciaron. De vez en cuando alguien volvía a hablar, pero el tono era más calmado. Cinco minutos después los pasos de alguien repiqueteaban por las escaleras, hasta que su dueña apareció en el salón. Con lentitud se acercó hasta mi. Tenía los ojos rojos de llorar, y aunque me mantenía la mirada, se notaba que no estaba a gusto. Con lentitud se sentó en el sillón, para después invitarme a mí.

-Eli… yo…- No sabía que decir, pero aquel silencio me estaba matando.

-No digas anda.- Me cortó ella. Permaneció unos segundos aun en silencio. -¿Tu quieres ser padre?- Preguntó de pronto.

-No se… Ahora no.- Admití.

-Ósea que en futuro puede que si.- Recapacitó ella.

-Puede.- Insistí yo.

-Tu… ¿Tendrías un hijo con mi hija?- Su pregunta me desconcertó aun más que cuando entendí la idea de Juana y Sofía.

-No… Yo no…- Respondí exaltado. -Sofía y Juana lo dieron a entender pero yo no podía hacerlo.

-¿Pero tirártelas si?- La misma pregunta, un efecto aun mayor. Elisabeth, había soltado el mismo comentario que minutos atrás había dicho Sofía con el mismo tema.

-Sofía dijo lo mismo…- Comenté desesperado. -Lo he hecho mal. Lo siento.- Una profunda tristeza me abatió. -Tenia a una mujer maravillosa, con la que había empezado a pensar que podía hacer muchas cosas. Y resulta que solo soy un capullo.- Con las lagrimas a punto de salir de mis ojos, me levanté decidido a marcharme. -Lo siento, Eli. No te mereces est…- Eli, que me había cogido la mano de golpe, me acalló y me hizo girarme hacia ella.

-No… no… no te vayas… por favor…- En su rostro podía ver nuevas lagrimas. -Leo… Yo no volveré a ser madre nunca más. No tengo el derecho a quitarte la opción de ser padre, pero no quiero que te vayas.- Esta vez tenía sus ojos clavados en mi con decisión. -Quiero tener a alguien que me ame y alguien con quien vivir juntos. Estoy harta de los ligues de una noche.- Eli también se levantó.

-Me encantaría ser esa persona, Eli, pero tras lo de hoy… Yo no puedo…- Le contesté desviando la mirada.

-Leo, no me importa lo de hoy. Quiero que seas tú la persona que este conmigo.- Sentenció con firmeza.

Yo la miré por unos segundo. Unos segundos interminables, en los que miles de emociones cruzaban por mi cabeza. Hasta que Elisabeth, lo arriesgo todo a una carta, lanzándose contra mi labios. Buscando un beso. Un beso que encontró y que yo le devolví. Nos besamos como nunca. Con amor, con dulzura. Un beso que se baño con nuestras lagrimas. Pero no lagrimas de tristeza sino de felicidad.

-Te quiero Leo.

-Te quiero Elisabeth.

De nuevo otro beso. Esta vez más corto. Al separarnos Eli volvió a sentarme en el sofá.

-Ahora tengo otra cosa que pedirte.- Me comunicó, agarrándome las manos. -Quiero que tengas un hijo con Sofía.

De la sorpresa, pegué tal bote que hasta Elisabeth lo notó. Hace media hora estaba enfadada por todo aquello. De alguna forma me había perdonado lo ocurrido y ahora me pedía que lo repitiera. Una sobre carga de información me invadió y tuve que apoyarme en el sofá para no caer.

-Pero si yo… Pero si ahora… Pero no…- No era capaz de articular una frase normal.

-Shhhh…- Me calló Eli con un dedo en la boca. -Leo, tú mismo lo has dicho. En un futuro puede que quieras ser padre. Pero en un futuro no te dejare que te acuestes con nadie. Y yo no puedo tener más hijos.- Me volvió a repetir. -Además, ya no solo te pido por ti. Sino también por mi hija. Quiere ser madre como lo fuimos mi madre y yo, y eso no puedo negárselo. Por eso creo que lo mejor sería que tu y Sofía tuvierais un hijo.- Se notaba que le costaba hablar de eso.

-Lo entiendo Eli. Pero no quiero que sufras, ni que en un futuro te haga daño ver a tu… ¿Nieto o nieta?- Al hacer la pregunta, ambos sonreímos por lo paradójico del tema.

-Quiero que lo hagas por ti, por mi madre, por mi y por mi hija. Quiero que tengas eso, antes de que te “até” a mí para siempre.- Me dijo haciendo un gesto con las manos, representando las dos comillas. -Y quiero que termines lo de antes, para que nunca más quieras acostarte con nadie que no sea yo.- Con la velocidad que lo dijo, se notaba que no le convencía aquello, pero también se veía lo lejos que estaba dispuesta a allegar por mí.

-Si es lo que quieres… Lo hare.- Afirmé. -Aunque no habría que porque hacerlo.- Le insistí.

-Gracias Leo.- Me agradeció Elisabeth con una sonrisa y dándome un nuevo beso. -Voy a llamarlas.- Dijo marchándose.

Otra vez solo. Pero que distinta era la situación. Mientras que antes me debatía por marcharme o quedarme y hacerme responsable de mis actos, ahora solo pensaba en mi futuro con Elisabeth y el posible bebe. Entre una cosa y otra, no escuché llegar a las tres mujeres de la casa. Y cuando me giré hacia la puerta del salón, me quedé con la boca abierta.

Allí estaban las tres. Sofía, Elisabeth y Juana. Las tres mirándome. Las tres desnudas. Inconscientemente, mis ojos bailaban entre los suyos y sus cuerpos. Era increíble lo mucho que se parecían y lo mucho en lo que se diferenciaban a la vez. Con total claridad se podía ver como Juana habría podido ser con la edad de Elisabeth o Sofía, y como podría llegar a ser Sofía con la edad de Elisabeth o la de Juana. Pero a la vez, cada una tenía su toque distinto y sexy.

-Una noche Leo. Después solo mío.- Me recordó Elisabeth. Yo asentí como un tonto. -¿Con quién quieres empezar?- Me preguntó poniendo esta vez un tono más picaron.

-Contigo por supuesto.- Contesté dando la vuelta al sofá, mientras que ella se acercaba a mí.

Al encuentro nos besamos, esta vez de forma más lasciva, mas excitados. Mis manos bajaban por su cuerpo, deteniéndome en sus pechos y sus pezones, disfrutando de su trasero, acariciando su vagina y por ultimo agachándome para recorrer sus piernas. Finalmente volví a ascender y juntamos nuestros labios.

Antes de darme cuenta, Sofía y Juana estaba a mi alrededor.

-No te olvides de nosotras.- Se quejó Sofía soltando mi cinturón.

-Eso, eso.- Repitió Juana, levantando mi camiseta.

Yo miré a Elisabeth buscando su aprobación. Se me hacia brusco de pronto hacerlo, aunque un rato antes ni lo pensaba. Con un dulce mirada y un beso increíble, entendí que debía entregarme igual que lo había hecho al principio.

Sin separar mis labios de los de Elisabeth, con una mano rodeé a Sofía mientras que con la otra agarraba a Juana. Una vez desnudo, tres manos fueron rápidamente hasta mi entrepierna, más dura que nunca. Sofía y Elisabeth me masturbaban lentamente, mientras que Juana acariciaba mis testículos.

Entonces Elisabeth se separó de mi, lamiendo mi cuerpo a su paso para acabar de rodillas ante mí. Bajo la mirada del resto, Elisabeth empezó con una de sus increíbles mamadas. Entre tanto, yo había empezado a acariciar las vaginas de Sofía y Juana, las cuales ahora se peleaban por mis labios. Entonces me sorprendí al notar un mano, tanto en la entrepierna de Sofía como la de Juana. Incluso ellas se sorprendieron al ver a Elisabeth, sacándose y metiéndose mi miembro de la boca con una habilidad y maestría increíble, mientras las acariciaba a ellas.

-Es una noche para disfrutar todos.- Sentencio Elisabeth volviendo a la carga.

-Tienes razón, Eli.- Empezó Juana. -Nunca volverá a ocurrir, será mejor vivirlo. Ven aquí, Sofí.- Le llamó a su nieta, cogiéndola de la mano, para tumbarla en el sofá. Segundos después, Sofía gemía, mientras Juana lamia su vagina.

Yo las miraba excitado, mientras disfrutaba de Elisabeth. Poco después se levantó y nos besamos realmente fuera de nosotros. Con una sonrisa picara y tras guiñarme un ojo, se separó de mi y se acercó a Sofía. Para mi sorpresa, no tardaron en agarrase, la una a la otra, los pechos mientras se besaban. Aquella escena, entre Abuela, madre y nieta, me volví loco.

Totalmente excitado, me acerqué hasta Juana, que estaba a cuatro patas sobre el sofá, con la cabeza hundida entre las piernas de Sofía, la cual ahogaba sus gemidos en la boca de Eli. Sin pensarlo mucho, le di unos cuantos lametazos y me incorporé para penetrarla. No tardé en bombear contra ella, que ahora le costaba seguir su trabajo sobre Sofía. Ante la nueva “libertad” de Sofía, Elisabeth aprovechó para ponerle su vagina en la cara.

-Cómeme el coño, hija.- Le pidió Elisabeth. -Disfruta el coño del que saliste.- Su última palabra se perdió en un gemido producido por la lengua de Sofía que animada por su madre, no tardó en devorarla.

Elisabeth se apretaba los pechos, no solo por la lengua de Sofía sino también por las vistas de verme embestir a Juana, la cual también gemía, cada vez mas agitadamente.

-No pares, Leo… No pares…- Me pedía Juana, que se había olvidado completamente de Sofía. No tardó en llenar el salón con un fuerte gemido, al alcanzar un orgasmo.

Juana quedó rendida en el sofá y yo, con la respiración entre cortada, me quedé erguido al lado del sofá mirando el espectáculo. Sofía, que de su entrepierna emanaban fluidos mojando sus muslos y el sofá, devoraba a su madre, Elisabeth, la cual gemía algo descontrolada, mientras amasaba sus propios pechos y pellizcaba sus pezones.

Aprovechando que la cabeza de Sofía quedaba al otro lado del sofá, junto con la entrepierna de Elisabeth, me acerqué hasta allí, colocándome tras Elisabeth, que al verme giró su cabeza buscando mis labios. Nos fundimos en un beso húmedo, mientras su gemidos se perdían en mi garganta. Con suavidad, obligué a Elisabeth a tumbarse sobre Sofía.

-Ahora te toca a ti…- Le avisé, acercando mi pene a su vagina.

-Espera, espera…- Me pidió Sofía que al ver mi pene tan cerca, abrió la boca y sacando la lengua lo lamio. Viendo que le costaba alcanzarme, me acerqué, introduciendo ligeramente mi miembro dentro de su boca. Su lengua se movía envolviéndome entero.

-Ya, Sofí, que ahora le toca a Eli.- Le dije sacando mi miembro de su boca, acercándolo a la vagina de Elisabeth.

Antes de penetrarla pude ver como había hundido su boca en la entrepierna de Sofía. Excitado por aquella situación no dude un instante en arremeter contra Elisabeth, para terminar embistiéndola salvajemente. Como era de esperar, no aguantó mucho entre las piernas de su hija, que salió para gemir y gritar de placer. Con un tremendo grito Elisabeth tuvo un orgasmo, que la dejó temblando sobre Sofía.

-Solo te quedo yo.- Me retó con una sonrisa picara Sofía escurriéndose por debajo de Elisabeth, para arrodillarse ante mí. Sin esperar a nada, Sofía empezó a hacerme una mamada de las suyas.

-Sofí… Como sigas… así… me correré…- Le avisé, sintiéndome cerca de mi orgasmo.

Pero para mis sorpresa, Sofía se detuvo en seco y se levantó dirigiéndose hacia la pared más cercana. Se colocó de puntillas, con el trasero en pompa, mientras que con una de sus manos separa una de sus nalgas, mostrándome su más que apetecible ano y su vagina.

-No, no… Esa corrida va a aquí.

-Está bien… Pero antes…- Me agaché ante ella, lamiendo su vagina, machacando con mi lengua su hincado clítoris, haciendo que sus piernas temblaran por el placer. Aunque no tarde mucho en ascender hasta su ano, para terminar introduciendo mi lengua en el, mientras dos de mis dedos entraban en su vagina.

Con un intenso y largo gemido, Sofía, tuvo un orgasmo que la dejo temblando, pero me apresuré a sostenerla agarrándola de la cintura.

-Esto no ha terminado.- Le avisé con una sonrisa burlona.

Y sin mas preámbulos, mi pene entró dentro de su vagina, llenándola entera. Sofía se giró para besarme, mientras yo mantenía una de mis manos en su cintura y la otra la tenía amasando sus pechos. No duramos mucho, Sofía aun cargaba su anterior orgasmo, y ya casi estaba en mi limite por la mamada de Sofía.

-Me corro…- Le avisé acelerando aun mas.

-¡Dame tu hijo, Leo!- Me gritó Sofía, cuando alcanzó su orgasmo al sentir mi semen chocar dentro de ella, llenándola.

Agotado, solté a Sofía que se dejo caer al suelo, quedando arrodilla. Aproveché para poner una mano en la pared y recuperarme. Pero entonces Elisabeth y Juana me sorprendieron, apareciendo a mi lado. Juana acariciaba mis testículos, mientras que Elisabeth me masturbaba lentamente manchando su mano con mi semen y los fluidos de Sofía, tratando de conseguir que mi pene se alzara de nuevo.

-Tenias razón, Leo.- Me dijo Juana, besándome.

-Esto no ha terminado.- Finalizó Elisabeth, haciendo que me girara hacia ella para besarla.

Estaba cansadísimo, pero para mi sorpresa, mi miembro fue “aceptando” aquellas caricias, endureciéndose y levantándose como si nada. Juana y Elisabeth, sonrieron complacidas y con cuidad me empujaron hasta el sillón, para sentarme en el. Ante mi sorpresa, ambas, se arrodillaron y jugaron con sus bocas y manos con mi miembro.

-Parece que será una noche larga.- Dije disfrutando de aquello.

-Y tanto.- Terminó Sofía sentándose a mi lado y poniéndome sus pechos a la altura de mi cara, para que los lamiera.

Serian las doce de la mañana del miércoles cuando me desperté realmente cansado. Estaba tirado en el sofá y entre mis brazos descansaba Sofía. Ambos estábamos desnudos. Con delicadeza conseguí levantarme del sofá, dejando a Sofía allí. Un mareo repentino me invadió y tuve que apoyarme en la pared con una mano y sujetarme la cabeza con la otra.

-Dios… ni que hubiese bebido toda la noche…- Murmuré para mí mismo. Y realmente parecía que estaba de resaca, sobre todo por el hecho que me costaba recordar mas allá de la charla con Elisabeth. Pero entonces imágenes fugaces aparecieron en mi mente.

Juana y Sofía, abuela y nieta, haciéndome una doble mamada a escasos metros de donde estaba apoyado ahora mismo. Yo embistiendo contra Elisabeth, mientras ella se hundía en la entrepierna de Sofía, su hija. Luego yo eyaculando dentro de Sofía contra la pared de enfrente. Después Juana y Elisabeth, abuela y madre, haciéndome una doble mamada en el sillón. Más tarde Elisabeth estaba sentada en el sillón mientras Sofía, que estaba de pie sobre Elisabeth, gemía por los lametazos de su madre, a la vez que Juana, que estaba a cuatro patas en el suelo, lamia la vagina de su hija y yo la penetraba fuertemente. En algún punto de la noche Elisabeth me cabalgaba mientras Sofía mordía suavemente los pezones de su madre, y yo lamia la vagina de Juana. ¿Cuántas veces se habrían corrido ellas? ¿6? ¿7? ¿Y yo? ¿3? ¿4?

La cabeza me iba enviando imágenes de lo ocurrido en aquel salón durante la noche, e irremediablemente acabe excitado y con una erección potente. Para cuando me quise dar cuenta, mi ropa no estaba allí. La busque con una mirada por todo el salón, pero no hubo suerte, así que no tenía otra cosa que ir al cuarto de Eli.

Gracias a dios, no me crucé con Juana y al llegar al cuarto de Eli ella se estaba vistiendo para marcharse.

-¿A dónde vas?- Le pregunté acercándome a ella.

-A trabajar.- Me dijo acercándose a mí y dándome un beso. -La ropa la tienes ahí.- Me dijo señalando mi ropa, que estaba encima de su cama bien doblada.

-Entonces, creo que yo también me voy.- Le dije con una sonrisa mientras me vestía.

Sin que nadie nos viese salimos de la casa y ya en la calle nos despedimos, pero habíamos quedado sobre las ocho de la tarde en mi casa. Había mucho de qué hablar.


Epilogo

Nueve meses después de aquello Elisabeth y yo estábamos casados, y tras unas reformas, y la compra del piso de abajo de donde vivían ellas tres, me mudé con Elisabeth a vivir. Además, tenía la suerte de que había conseguido un buen trabajo, lo que ayudo a la pronta mudanza y boda.

En aquel momento Juana, Elisabeth y yo esperábamos fuera del paritorio. Dentro Sofía estaba dando a luz a una niña. Fue un parto largo, pero que gracias a su juventud pudo aguantar bien, nos dijeron los médicos. Al igual que les pasó a su madre y a su abuela. El útero de Sofía quedó destrozado, tanto por el parto a tan temprana edad como por una herencia genética. De ahí que Elisabeth, no pudiera tener hijos conmigo.

Cuando entramos, Sofía con el pelo húmedo y en la cama, sostenía entre sus brazos a su hija. Mi hija. Como habíamos pensado tras saber su sexo, decidimos que se llamaría Julia. Sofía no dudo en tendérmela para que la sujetara. Aquel momento era el segundo mejor momento de mi vida, junto con el “Sí, quiero.” de Elisabeth, toda vestida de blanco en la iglesia.

A efectos legales yo era el padrino de Julia, aunque entre todos habíamos acordado que cuando fuera lo suficiente mayor se le iba a contar la verdad, por si ella quería continuar con la tradición.

P.D.: Quiero dedicar esta serie ha Hime. Tanto por su paciencia, como por cariño. Me ha ayudado con la serie y mis ganas de escribir. No se si lo leeras, pero gracias por todo y espero que te vaya bien. ^^

Quiero aprovechar este apartado para avisar de que estoy escribiendo mas cosas y pensando otras nuevas. Estad atentos, puede que pronto tengais nuevos relatos mios.