Las mujeres del 18 (Parte 3 de 4)

Tercera parte de esta serie. El fin de semana termina y Leo vuelve a su casa... Sin su chaqueta. Tendrá que volver a casa de Elisabeth.

-¿Leo?-Elisabeth entró en el baño.

-Dime.- Le contesté desde la ducha.

-¿Te importa si me ducho contigo?- Me preguntó acercándose lentamente.

-No, claro que no.- Mi voz sonó un poco irregular, como con cierto toque de nerviosismo. Pero si Elisabeth lo notó, no hizo nada al respecto.

Mi pene dio un par de brincos al verla entrar en la ducha, hasta que se levantó duro y recto mirando hacia arriba. Elisabeth sonrió al ver la reacción que provocaba en mi. Lo que ella no sabía, era que al verla desnuda, estaba recordando a Sofía. Eran casi iguales, excepto por que se notaban los años en Elisabeth. Además, el hecho de que una fuera la madre de la otra, le daba más morbo a la situación.

-Parece que alguien se alegra de verme.- Sonrió pícaramente, acercándose a mí, para darme un beso y empezar a mojarse bajo el agua.

-No es el único.- Contesté sacándole una nueva sonrisa, para acabar fundiéndonos en un beso, mas intensó y largo que el anterior. -¿Qué tal el día?- Le pregunté como si fuera lo más normal.

-Bien.- Contestó animada mientras empezaba a enjabonarse con mi ayuda. Yo aproveché para tocarle todo el cuerpo. -Ya lo siento, haberte dejado solo con Sofía.- Se disculpó.

-No te preocupes.- La tranquilicé. -Es muy animada y abierta a los demás.- Comenté sin ningún doble sentido, aunque mi mente no tardó en recordarla sobra la mesa con ambas piernas abiertas y sus manos acariciando su vagina para después abrirla.

-Sí, siempre ha sido muy extrovertida.- Confirmó Elisabeth. -Pero no me hables de mi hija mientras me tocas, por favor. Es raro.- Me dijo con dulzura. -Además soy yo la que tiene que reconfortarte por haberte abandonado en mi casa.- Dijo echándome hacia la pared.

Con clama Elisabeth, me besó por el cuello y fue bajando hasta estar de rodillas a la altura de mi pene. Sin prisa empezó a masturbarme lentamente. Gracias al jabón y al agua, su mano me rozaba dándome mucho placer, cosa que en aquel momento más necesitaba, ya que el reciente polvo con Sofía me había dejado la zona algo irritada. Elisabeth, no parecía darse mucha cuenta de ello, y para mi sorpresa, se irguió levemente metiendo mi pene entre sus pechos, y comenzó a masturbarme con ellos.

-Que suaves…- Le dije disfrutando de aquella sensación.

Elisabeth, sonrió feliz y siguió con su magnífico trabajo. Poco después, aclaró con el agua de la ducha mi pene, quitándole todo el jabón y se dispuso para hacerme una mamada. No pasaron ni cinco segundos cuando mi mente me traicionó. Arrodillada ante mí, ya no estaba Elisabeth, sino Sofía. La espectacular mamada que me había hecho en la cocina, la estaba disfrutando ahora de nuevo.

Cerré los ojos y quise dejarme llevar por la boca, los labios, la lengua y las manos de Elisabeth, pero siempre tenía que hacer un esfuerzo por olvidar a Sofía. Al final, con tanto mezclar a madre e hija, sentí como iba a alcanzar mi orgasmo.

-Eli… termino…- Le avisé pero ella no se detuvo y todo mi semen salió disparado en su garganta. Ella por su parte, lo tragó todo y siguió lamiéndome lentamente. Dos orgasmos relativamente seguidos, me habían dejado hecho polvo.

-¿Hoy no hemos podido aguantar como ayer?- Rio Elisabeth, levantándose.

-Siempre lo haces de maravilla… pero ahora has estado espectacular.- Le medio mentí. Si que había sido increíble. Aquella cubana y después la mamada habían sido increíbles. Pero el fantasma de Sofía aun rondaba mi cabeza y eso había ayudado.

-Me alegro que te gustara.- Me comentó dándome un beso.

Terminamos de ducharnos y con mucha tranquilidad nos fuimos al cuarto. Yo me medio vestí con los bóxer y los pantalones, mientras que Elisabeth, se puso una braguita verde y un sujetador a conjunto. Pasamos casi toda la tarde en su cuarto hablando y riendo. Ya cerca de la noche, me despedí de Juana y de Sofía con dos besos. Elisabeth por su parte me acompañó hasta el ascensor y me despidió con un beso fogoso. De esos que te dejan con ganas de mas.

Nos despedimos con la intención de volver a vernos. Ya teníamos cada uno el número del otro. Mientras paseaba por la calle, todavía podía recordar el increíble fin de semana pasado en casa de Elisabeth. El caluroso ambiente me hizo llegar a casa sudando y cuando me quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Me había olvidado la chaqueta en casa de Elisabeth.

Había decidido volver al siguiente día, Lunes, ya que tenia día libre, por lo que me fui a la cama tranquilo. El lunes por la mañana lo pase durmiendo y sobre las cinco y media de la tarde me dirigí hacia la casa de Elisabeth vestido con una camiseta de manga corta de color verde oscuro, unos pantalones cortos y unas zapatillas. Al llegar toqué el timbre.

-¿Si?- Preguntó una voz algo distorsionada.

-¿Esta Elisabeth?- Quise saber.

-No, no está.- Respondió la voz. -¿Quién eres? ¿Quieres que le deje un recado?

-Soy Leo. Es solo que ayer me deje la chaqueta.- Conté algo avergonzado sin saber muy porque.

-¡Oh! ¡Leo!- La voz pareció sorprenderse mucho. -Sube si quieres.- Agregó, accionando un botón con el que me abría la puerta del portal.

Subí en el ascensor, imaginándome de quien era aquella voz. A cada piso que subía, mi nerviosismo era mayor. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, me acerqué hasta la puerta del piso y toqué el timbre. Segundos después la puerta se abrió.

-¡Hola Leo!- Exclamó Juana al verme. Nos dimos dos besos y me invitó a pasar haciéndose a un lado.

-Hola Juana.- Le saludé entrando en la casa.

Tras cerrar la puerta se encaminó hacia la cocina, y yo la seguí. Iba vestida con una minifalda vaquera, una camiseta blanca de tirantes, unas chancletas y un delantal de cocina. Cuando llegamos a la cocina, pude ver que estaba fregando y la había interrumpido.

-Siéntate un momento que acabó con esto y voy a por tu chaqueta, ¿Vale?- Me dijo Juana, volviendo a encender el grifo.

Yo me senté en una de las sillas y mire a Juana. No pude evitarlo. Aunque era la madre de Elisabeth y la abuela de Sofía, todavía se le notaba joven. Y su figura, aunque de mayor edad, aun guarda muchos encantos. Era casi de la misma altura que Elisabeth, con el pelo más corto y rizado. Desde mi posición casi podría pasar por Elisabeth, excepto por sus caderas y su trasero, que eran más grandes que las de Elizabeth, pero sin ser nada exagerado.

Antes de darme cuenta estaba recordando a Sofía contra aquella encimera. Aquello me excito y mi imaginación voló hasta que me encontré pensando, no en Elisabeth ni en Sofía, sino en Juana. Se encontraba en la misma posición, con la minifalda algo levantada y yo la embestía fuertemente. Sin saber cómo, conseguí serenarme más o menos. Poco después Juana terminó de lavar los platos.

-La chaqueta está arriba. Ahora vuelvo.- Me dijo con una sonrisa, mientras terminaba de secarse las manos con un trapo de cocina. Poco después Juana apareció con mi chaqueta y me la tendió. Después se sentó al otro lado de la mesa de la cocina. -¿Te importa si hablamos un poco?-  Me preguntó.

-No. ¿Pasa algo?- Quise saber. No sabía porque, pero mi nerviosismo estaba aumentado.

-¿Qué pretendes con mi hija?- Fue directa al grano.

-No estoy muy seguro.- Admití. -Pero sea lo que sea no le hare daño, si es lo que le preocupa.- Estaba hablando con la que podría ser mi suegra, y aquello me ponía muy nervioso.

-No le harás daño…- Repitió en voz baja. -¿Entonces como he de tomarme lo de ayer?- Su pregunta me pillo por sorpresa.

-¿A qué se refiere?- Estaba como un flan. Las piernas me temblaban sin control y temía que supiera lo de Sofía.

-Ayer por la tarde, Leo.- Dijo como tratando hacerme recordar. -Tú y mi nieta estabais aquí. Bueno, en realidad tú estabas allí.- Dijo señalando la encima que hacia un “L” con la esquina de la pared. -Y Sofía estaba arrodillada delante de ti. ¿Te vas acordando?- Su tonó de voz fue cogiendo fuerza y seriedad.

-Sí, estuvimos aquí, pero…

-No intentes engañarme.- Me cortó Juana. -Los dos estabais desnudos y ella parecía desesperada por tu pene.- Al parecer no serviría hacerse el despistado o tratar de negarlo. Juana sabia que me había acostado con Sofía. -Si te consuela, no vi mas. Me preocupaba mi hija, la cual estaba en el portal hablando con una amiga. La retuve el máximo tiempo que pude y al parecer fue suficiente.- Dijo con aire distraído, como si aquello no fuera lo importante.

-Yo… lo siento…- Mis palabras casi no salían de mi garganta. Agaché la cabeza desesperado.

-Si no se lo cuentas tu a Eli, se lo diré yo.- Me amenazó. Por la sorpresa alcé la vista y la clavé en la suya. En aquel momento tuve claro que ella se lo diría si yo no lo hacía.

-No por favor… No lo haga…- Le rogué. -Hare lo que sea, pero no se lo diga a Eli.

-Esto es el colmo.- Se alzó, tirando la silla hacia atrás, enfadada. -Espera…- Cuando parecía que se iba a marchar. Juana se detuvo con ambas manos pegadas a la mesa mirándome. -¿Has dicho lo que quiera?- Preguntó un poco mas relaja.

-Sí, sí.- Repetí seguidamente.

-Está bien.- Parecía haberse calmado por completo. Con tranquilidad cogió la silla que había tirado, la puso bien y se sentó. -Desnúdate.- Ordenó sin miramientos.

-¿Qué?- Mi reacción fue natural, sin un ápice de exageración. Me había pillado completamente desprevenido.

-O te desnudas ahora o se lo cuento a Eli.- Volvió a amenazarme.

Sorprendido por su petición, me levante de la silla y comencé a quitarme la camiseta. Los nervios me hacían ir más despacio, y aquello no pareció gustarle a Juana.

-Apuesto a que con Sofía ya estarías desnudo. ¿Acaso te avergüenza mi edad?- Preguntó con tono serio. -Pero no pares de desnudarte.- Me recriminó cuando iba a contestarle.

-No…- Le contesté cada vez más nervioso, pero solo vestido con un bóxer. Bajo la tela se podría apreciar mi pene, sin haber crecido.

-¿Encima no te pongo? Lo que me faltaba.- Exclamó enfadad, volviéndose a levantar.

-Espera por favor.- Le pedí, desesperado. -Es por la situación. Estoy nervioso, y no reacciono bien.- Me excusé, esperando que lo entendiera.

-Tienes razón. Perdona.- Se disculpó. -Quizás he sido muy brusca.- Se había vuelto a sentar y hablaba de forma más tranquila. -Ven aquí.- Me pidió con un gesto de la mano.

Según me planté a su lado, ella llevó una de sus manos a mi entrepierna y comenzó a acariciarme por encima de la tela. Aunque aquello también me pillo por sorpresa, no tardé en disfrutar de sus caricias, y por lo tanto mi pene empezó a ganar tamaño.

-Vaya, vaya…- Rio entre dientes. –Así que solo hacían falta unas caricias…- Comentó en alto. Con total tranquilidad, bajó mi bóxer dejando a la vista mi mas que erecto pene, el cual le apuntaba directamente. Esta vez, con algo de nerviosismo, estiró su mano y agarró mi miembro. Con mucha suavidad y muy despacio empezó a masturbarme. –Ahora en serio. ¿No te avergüenza mi edad?- Me preguntó mirándome a los ojos, pero sin detener sus manos.

-Lo primero de todo, no conozco tu edad.- Le dije con tono calmado. –Y con la referencia de ser la madre de Eli, puedo calcular unos cincuenta y cinco años.- Juana no se detuvo, pero desvíos la mirada. –No me importa.- Dije para su sorpresa, haciendo que me mirara de nuevo. –Es más. Es muy morboso.- Aquel ultimo comentario sacó una tímida sonrisa a Juana.

-Coge la ropa y vamos a mi cuarto.- Me dijo levantándose y marchándose. Yo recogí mi ropa y la seguí. Nada más llegar, Juana, se quitó el delantal y se giró hacia a mí. -¿Serás gentil conmigo? Hace mucho que tengo relaciones con nadie.- Reconoció algo triste.

-No haremos más de lo que tu estés dispuesta.- Le contesté con una sonrisa, al darme cuenta que para “silenciarla” tendría que acostarme con ella.

Juana dudo un poco, terminó por acercarse a mí y con timidez acercó sus labios a los míos. Fue un beso lento y algo torpe, pero enseguida Juana le cogió el truco. Inconscientemente llevé mis manos hasta su trasero, lo agarré y lo disfruté. Nos separamos excitados y relamiéndonos los labios.

-Perdóname si no soy tan buena como mi hija o mi nieta.- Se disculpó, para después agacharse. Sin dejarme responder agarró mi pene y empezó a masturbarme con una mano mientras con la otra acariciaba mis testículos. Poco después, llevó su lengua hasta mis testículos y los lamió con delicadeza. Lentamente comenzó a ascender, ensalivando todo el tronco con cuidado. Finalmente alcanzó el glande. Su lengua parecía no quedarse quieta, hasta que terminó introduciendo mi miembro en su boca.

Yo coloqué mi mano en su cabeza sin molestarla. Juana, a diferencia de Elisabeth o Sofía, no era capaz de introducirse casi ni la mitad de mi pene. Pero las ganas que ponía en ello y el hecho de saber que era la madre de Eli y la abuela de Sofía, contrarrestaban su falta de práctica.

-No puedo más… Se me cansa la mandíbula…- Se quejó en alto Juana, separándose un poco de mi, pero masturbándome. -Lo siento…- Se disculpó un poco triste.

-No pasa nada. Ha sido increíble. De verdad.- Le animé, cosa que era verdad. -Déjame ahora disfrutar de ti.- Le pedí.

Juana se levantó y volvimos a besarnos. Esta vez mis manos buscaban desesperados el cuerpo de Juana, que se dejo tocar y desnudar. Sus pechos caídos, era más o menos del mismo tamaño que los de Elisabeth, con unos aureolas un poco grandes y unos pezones duros. Pero aquello no me impidió disfrutarlos con mis manos y mi lengua. Por comodidad, empuje a Juana hasta la cama, para tumbarla y seguir jugando con sus pechos, mientras ella empezaba a gemir. Con lentitud empecé a descender por su estómago, hasta legar a su entrepierna, algo poblada y descuidada.

-No pensaba que nunca nadie se metería allí.- Dijo avergonzada cuando me disponía lamer su vagina.

-Nunca debes de pensar eso, Juana. Eres una mujer espectacular.- Y tras aquel comentario, que le sacó los colores con una sonrisa a Juana, me hundí entre sus piernas.

Al igual que Elisabeth y Sofía, Juana gimió de forma descontrolada. Mi lengua lamia toda la zona, centrándose en su clítoris, que estaba algo hinchado, mientras con una de mis manos introducía dos dedos dentro de ella y con mi mano libre acariciaba su ano. De vez en cuando cambiaba las posiciones de mis manos y mi boca, lamiendo y acariciando todo, provocando a Juana un intenso y sonoro orgasmo. Cuando me separé de ella, Juana yacía en la cama, con la respiración agitada. No se movía y parecía estar a punto de cerrar los ojos para un buen rato.

-Leo… debo reconocer… que nunca he hecho nada… por… detrás…- Entre la falta de oxigeno y su más que visible nerviosismo, casi no podía hablar. -Pero todo lo que me has hecho… Ha sido increíble.- Me felicitó.

-No pensaras que ya hemos acabado, ¿Verdad?- Le dije con una sonrisa picara, haciendo que se incorporara levemente para mirarme sorprendida.

Sin dejarle contestar ni pensar, acerqué mi glande a su vagina y tras humedecerla, fui introduciéndome dentro de ella. Juana se retorcía por el placer, al sentir mi invasión dentro de ella. Una vez completamente dentro, empecé a bombear contra ella a un ritmo tranquilo pero continuo. Juana gemía y exigía de mis labios, los cuales yo le entregaba. Sus pechos botaban y yo los agarraba de vez en cuando aumentando el placer en Juana.

-Leo…  Ahhh…- Juana quería hablarme, pero mis embestidas no le permitían pensar con lucidez, y con unos nuevos espasmos, Juana tuvo otro orgasmo. -No estoy... acostumbrada...- Se justificó sin necesidad.

Yo me levanté y la miré. Acaba de acostarme con la madre de Elisabeth. Con la abuela de Sofía. Y a la vez que la incredulidad reinaba en mi mente, las ganas de continuar movieron mi cuerpo.

-Ven Juana. Voy a devolverte los años perdidos.- Le dije tendiéndole una mano para levantarla.

Ella se dejo levantar y empezamos a besarnos. Mis manos agarraban sus pechos, mientras que ella me masturbaba lentamente. Con cuidado la giré y le hice ponerse a cuatro patas sobre la cama, quedando su trasero en pompa.

-Por el culo no.- Me pidió algo nerviosa.

-Tranquila.- Le dije al oído, mientras mis manos agarraban sus pechos y pellizcaban sus pezones.

Viendo como se dejaba llevar por el placer, no tardé en meter mi pene en su vagina, provocando nuevos gemidos en ella. Mis movimientos pronto se convirtieron en embestidas, que hacía que sus pechos se balancearan descontrolados, y eso que yo los agarraba. Duré muy poco en aquella posición, ya que la anterior me había dejado cerca de mi limite.

-Juana… me corro…- Le avisé sin detenerme.

-Den… Ahhh… tro…- Me pidió como pudo entre gemidos.

No me detuve y el semen brotó de mi, hasta impactar dentro de Juana, que lo recibió con un nuevo orgasmo. Sin fuerzas me tire en la cama, al lado de Juana que permanecía quieta. Poco a poco, fuimos recuperándonos, sobre todo yo, que empezaba a ser consciente que me había acostado con la abuela, la madre y la nieta de una misma familia. Y eso provocó que mi miembro comenzara a ganar tamaño.

-El… mejor polvo… de mi vida…- Me felicitó Juana incorporándose levemente.

-Ha sido estupendo. No tienes nada que envidiar a Eli o a Sofía.- Le dije con una sonrisa. Y aunque a los dos nos pareció un comentario extraño, Juana sonrió feliz.

-Me alegro… pero…- Juana parecía haberse dado cuenta de mi nueva erección. -No soy… lo suficiente para satisfacerte…- Se la notaba decaída.

-No digas eso. Solo que estas tan buena que me es imposible no ponerme cachondo.- Le intente tranquilizar.

-Entonces, hagamos algo.- Me sugirió con un tono picante.

-¿El qué?- Quise saber intrigado.

-Nunca antes, un hombre se ha masturbado delante mío.- Me explicó. -¿Lo harías?- Su pregunta sonó inocente, pero se le notaban las ganas.

-Está bien.- Accedí. Llevé mi mano hasta mi miembro, el cual estaba duro lleno de los fluidos de Juana. Empecé a masturbarme lentamente.

-Leo… podrías decir mi nombre mientras lo haces…- Me pidió. -Quiero sentirme deseada.

Sin contestarle volví a lo mío. Empecé a pensar en Juana. Vestida como hacia un rato, en la cocina. La imagine moviéndose, seduciéndome, desnudándose. Mi respiración se había entrecortado y susurraba el nombre de Juana. Pude notar como ella empezaba a jadear y se empezaba a tocar.

Mientras tanto en mi imaginación, ya no estaba solo Juana en la cocina. Ahora la acompañaba Sofía. Y antes de darme cuenta, Eli, apareció entre ambas. Era como ver la escala evolutiva del hombre. Lo que le faltaba a Sofía, lo tenía Juana, pero lo que sobraba a ella, Elisabeth no lo tenía. Entonces, cada una empezó a cambiar de posición mientras una sombra mía, les hacía de todo y se dejaban hacer por ellas.

-Juana… me corro…- Le avisé mientras me masturbaba rápidamente.

-Ven… en mis tetas…- Me dijo colocando sus pechos al lado de mi pene.

Volviendo a decir su nombre, alcancé un nuevo orgasmo, eyaculando sobre los pechos de Juana. Al terminar, Juana, se dedico a limpiar mi pene con su boca y a restregarse mi semen por sus pechos. Aquello provocó que mi pene no redujera tanto como debiera de tamaño.

Tras un rato de tranquilidad, por fin nos levantamos. Yo aun seguía excitado y mi entrepierna lo demostraba. Cosa que no pasó desapercibida para Juana.

-¿Tantas ganas tienes?- Me dijo con una sonrisa picara.

-No todos los días te acuestas con una mujer como tú.

-Jajaja… No tienes que piropearme para ganarme.- Dijo levantándose. -Recuerda que esto era solo para cerrar mi boca, y con tu pedazo de polla lo has conseguido.

Ambos nos reímos tras su comentario. Y un rato después, yo me vestí para marcharme mientras Juana, se metía en la ducha. Salí de la casa y me fui a dar una vuelta. Aun tenía la cabeza enredada en mil cosas.

Cuando me quise dar cuenta, ya era muy tarde así que puse rumbo a mi casa. Una ráfaga de viento soplo en cuando estaba a punto de entrar en mi portal y la carne se me puso de gallina. No solo por el frio viento, también porque había olvidado mi verdadero propósito al ir a casa de Eli. Recoger mi chaqueta.