Las mujeres de mis amigos son sagradas

Tengo una máxima. Jamás se tontea con la mujer de un amigo.

Conozco a Antonio desde hace más de 20 años. Fuimos primero compañeros de estudios y luego amigos. Solemos salir de vez en cuando a cenar y de copas, o hacemos asaderitos en la casa de alguno de los dos, o de amigos comunes.

Hace unos años Antonio conoció a Elena. Ella se unió al grupo como una más.

Elena es una mujer atractiva, de las que me gustan. Morena, de piel clara, con una preciosa sonrisa, unos ojos negros intensos y un culito de esos que te hacen darte la vuelta por la calle para admirarlos. Además es simpática y divertida. Solo tiene un problema. Que se casó con mi amigo. Eso la hace intocable para mí. Jamás me he atrevido a intentar nada con ella, ni siquiera cuando empezó a salir con Antonio. Las mujeres de los amigos son terreno vedado.

Eso no significa que no la mire, que no tenga, digamos, pensamientos pecaminosos con ella. Que cuando salimos a bailar, a las tantas de la noche y con unas copas encima no admire su linda figura y como se mueve al son de la música. Pero siempre con respeto. Jamás le he dicho frases con dobles sentidos, ni me he propasado con ella. Estando Antonio delante o no.

Como digo, las mujeres de mis amigos son intocables.

Pasaron los años. Antonio y Elena tuvieron dos hijos y yo conocí a una buena chica con la que mantuve una larga relación. Pero hace unos meses, esa relación se terminó.

Lo pasé mal al principio, pero poco a poco fui saliendo del bache emocional. Salía de vez en cuando con Antonio y Elena.

Una noche, después de cenar, fuimos los tres a tomar unas copas a un pub de los tranquilos. De esos que ponen música suave y en los que se puede hablar tranquilamente. Apareció un amigo de Antonio y éste se levantó a hablar con él, dejándonos a Elena y a mi solos en la mesa. Ella bebía un gintonic. Yo un cubata de ron amarillo.

-¿Cómo estás Juan? - me preguntó Elena.

Esa noche estaba especialmente guapa. Con su cabello negro por los hombros y los labios pintados de rojo.

-Bien, Tirandillo - le respondí.

-¿Aún piensas en María?

María era la chica con la que había terminado.

-No, ya no. – mentí- Eso es agua pasada.

-Me alegro. Nunca me gustó ella para ti.

La miré fijamente. Habíamos salido todos juntos muchas veces y nunca noté nada extraño entre ellas.

-Pues parecías muy amiga de ella - exclamé.

-Bueno, amiga amiga no. Pero era tu chica y una más del grupo. Ya no lo es.

-No, ya no - dije, sonriendo.

-Pues ahora estás libre. Eres buen partido y no estás nada mal.

Eso último lo dijo mirándome con aquellos preciosos ojos negros.

-Gracias - le respondí con una sonrisa.

-¿Gracias por qué? - preguntó Antonio, quien se había despedido de sus amigo y se había acercado a nosotros sin que yo me diera cuenta.

-Tu mujer. Que dice que soy un buen partido - dije rápidamente tratando de parecer tranquilo.

-También le dije que no está nada mal - añadió ella, sorprendiéndome.

Antonio cogió su bebida, que había dejado encima de la mesa.

-Precisamente el otro día lo hablaba con Elena - empezó a decir - Juanito, ya ha pasado suficiente tiempo de lo de María. Tienes que salir al mercado otra vez y no quedarte para vestir santos.

-Ya... Pero la verdad es que ahora mismo no tengo ganas de volver a liarme otra vez.

-Jaja, pillo. Tú lo que quieres es ir de flor en flor, ¿No? - se rio mi amigo.

-¡Qué va! Si no me como un rosco desde hace meses, tío.

-Será porque no quieres - dijo Elena - Estás bien mono últimamente.

-¡Elena! - exclamó con asombro Antonio.

-¿Qué? - preguntó ella.

-¿Ligando con mi amigo delante de mis narices?

-Ligando no, mi amor. Solo constato un hecho. Seguro que hay por ahí más de una, o de uno si eso es lo que Juan quiere, dispuesta a un buen revolcón.

-Con una, con una. Nada de uno - añadí, nervioso.

No sabía si era el alcohol el que estaba haciendo que Elena hablase con aquella naturalidad. Aunque como dije siempre nuestra relación había sido muy buena, esa noche me estaba sorprendiendo. Y me estaba poniendo nervioso, la verdad. Sobre todo estando Antonio allí.

Por eso rápidamente cambié de tema. Seguimos hablado y riendo bastante tiempo más. Y bebiendo. Yo noté que llegaba a mi límite y dejé de beber ron, pasándome a la cola a palo seco, pese a la absurda intención de Juan y Elena de que bebiera copas como era debido. Yo me había prometido a mí mismo hacía años que jamás me volvería a levantar con resaca y hasta ahora lo he cumplido.

Sobre las tres de la madrugada Elena dijo que quería bailar, así que cambiamos de local y fuimos a uno cercano. Este con la música a tope, gente de pie y toda apelotonada, en los que apenas se puede caminar sin ir apartando a los clientes y en los que para hablar hay que pegar la boca a la oreja de tu interlocutor.

Juan fue a por más copas, sin alcohol para mí a pesar de la insistencia de ambos. Ellos dos ya iban cargaditos. Se notaba en su manera de hablar y en sus ojos ligeramente cerrados. Me dije que a la mañana siguiente se iba a arrepentir.

La música era de los 80 y los 90, todas las canciones conocidas y empezamos a bailar. No puede evitar mirar lo sensualmente que se movía Elena, meciéndose al compás de la música y tarareando las canciones.

Vinieron los típicos moscones que se acercaban a ella. Entre Juan y yo los íbamos apartando sutilmente, poniéndonos entre ellos y Elena.

Yo no solo miraba a Elena, claro está. También le echaba el ojo a otras muchas chicas que bailaban en el local. Había de todo. Desde jovencitas de veinti pocos hasta maduritas de muy buen ver. Elena de vez en cuando me daba golpes de cadera o me hacía dar una vuelta sobre mí mismo. No dejaba de sonreír. Media hora después, más o menos, ya un poco sudados, paramos de bailar y nos pusimos en una de las barras a intentar hablar.

Juan ya daba evidentes tumbos, y a Elena se le empezaba a trabar la lengua. Aún así, pidieron otra copa más. Juan se encontró con otros amigos y se puso a hablar con ellos.

En un momento dado, Elena se pegó a mí y me dijo algo que no oí. Entonces se acercó más y me dijo al oído.

-Esa morena no te quita ojo.

Me giré y miré hacia donde Elena me señaló. Una guapa chica, sobre los 40, bailaba con un grupo de amigas. Yo ya la había mirado en varias ocasiones y nos habíamos cruzado las miradas un par de veces.

-Sí, no deja de mirarme - le dije al oído a Elena.

-Pues ve a por ella, tonto.

Yo estaba desentrenado en esas lides, y no tenía muchas ganas de estar tonteando y parecer uno más de los típicos moscones.

-Nah, no es mi tipo - le dije, pegándome a ella

-¿No te gustan las morenas?

-Me encantan las morenas.

Había demasiada gente allí. A cada momento pasaba alguien y nos desplazaba. Uno de ellos empujó a Elena hacia mí, pegando ahora todo su cuerpo al mío. Sentí contra mi pecho sus duras tetas. Me miró a los ojos.

-Uy - dijo, sin despegarse.

A pesar de la semioscuridad del sitio me quedé unos segundos perdido en su mirada y en sus rojos labios. Y entonces lo noté. Empecé a excitarme, la sangre comenzó a llenar mi polla y noté la presión contra el pantalón. Elena estaba tan pegada que lo iba a notar, así que me separé ligeramente.

Pero ella se volvió a pegar. Y en su mirada vi que lo sintió, que notó como algo duro se presionaba contra su pubis. Entonces fue ella la que se separó y desvió la mirada. Bebió un sorbo de su gin tónic.

Yo no sabía qué hacer, que decir. No quería tener problemas con ella, que pensara mal de mí. Lo único que se me ocurrió en ese momento fue disculparme. Así que acerqué mi boca una de sus orejas pero asegurándome de que nuestros cuerpos no se rozaran.

-Lo siento - le dije

-¿Qué sientes? - me preguntó.

-Pues... lo de antes.

Elena acercó su boca a mi oreja derecha. La pegó tanto que noté el calor de su cara, sentí sus labios rozarme.

-Un hombre no tiene que disculparse con una mujer porque ella le ponga la polla dura.

Se separó, dejó la copa en la barra y se fue a la pista a bailar. Daba vueltas, despacito, y no dejaba de mirarme, sonriendo mientras se movía sensualmente. La polla se me puso aún más dura mirando a aquella bella mujer bailar y contonearse para mí. Porque era eso lo que estaba haciendo. Bailaba para mí.

Volví a la realidad cuando Antonio se acercó a ella y empezó a bailar bien pegado a su mujer. Vi como la besaba y como ella le respondía. Pusieron una canción lenta y abrazados lentamente se mecían. Elena apoyó su cabeza en uno de los hombros de mi amigo. Le acarició la nuca con mimo y me miró. Me sonrió.

Me di la vuelta, mirando a la guapa camarera y le pedí un cubata cargado de ron.

No me dio tiempo a terminarlo. Al poco rato vinieron Antonio y Elena. A los dos se los notaba bastante bebidos, sobre todo a él.

-Juan, amigo mío - dijo, arrastrando las vocales - Nos vamos a casita ya. Ya sabes... sábado sabadete... jeje.

-Ya es domingo - dije yo.

-Ah, bueno, no importa. Un marido tiene que mantener contenta a su linda mujercita, ¿No?

Miré a Elena. Ella me miraba a mí.

-Desde luego que tiene que tenerla contenta, Antonio.

-Uf, no sé si este está en condiciones de mantener contenta a nadie ahora mismo - exclamó Elena tambaleándose un poco.

-Ninguno de los dos está en condiciones de mucho ahora mismo, me temo - sentencié yo - Venga, vamos. Los llevo a casa.

-De eso nada, amigo mío. Yo vuelvo a mi casita en mi cochecito con mi mujercita.

-Ni hablar de eso, Antonio. Si casi no te tienes en pie.

Me costó llevarlos hasta mi coche. Antonio cada vez estaba más borracho. Elena apenas habló, pero se la notaba mareada.

-Espero al menos que ninguno me vomite en el coche - les dije cuando por fin los subí.

Los llevé a su casa. Ella se sentó detrás y Antonio a mi lado. Él enseguida cabeceó y se durmió. Ella miraba por la ventanilla abierta, para que el aire fresco de la madrugada la despejara. Yo la miraba a ella por el retrovisor. Mi polla seguía dura entre mis piernas.

Los dejé en el portal de su casa y me fui a la mía.

Esa noche, acostado en mi cama, me masturbé pensando en la mujer de mi amigo. Me corrí abundantemente sobre mi pecho imaginando que ella, arrodillada entre mis piernas, me miraba como me había mirado en el pub. Pero en mi fantasía, mi dura polla estaba dentro de su boca y ella no desperdiciaba ni una gota de mi abundante semen.

Fue solo eso, una fantasía. Elena estaba fuera de mi alcance. Terreno prohibido. Además me dije que lo que había pasado esa noche era consecuencia del exceso de alcohol y de mi propia imaginación, y que ella al día siguiente ni se acordaría.

+++++

Tres semanas después me había olvidado yo también de todo aquello. Antonio me llamó para decirme que el siguiente sábado al medio día iba a preparar un asadero en su casa, con los de siempre. Me apunté.

Llevé como hago siempre dos botellas de buen vino. Elene me recibió con dos besos en las mejillas y cogió las botellas para ponerlas en la nevera. No pude evitar fijarme en su hermoso culo enfundado en unos vaqueros que le sentaban de maravilla.

Empezaron a llegar el resto de los invitados y al poco nos habíamos juntado como 8 adultos y otros tantos niños. Yo me senté tranquilamente a hablar mientras los listos de siempre, los que dicen que solo ellos saben  cómo se enciende una barbacoa y como se asa correctamente la carne se ponían manos a la obra. Si quieren sudar meneando el carbón y ahumarse hasta las cejas, no voy a ser yo quien se los impida. Con que me den una chuletita en su punto, listo.

La gente comía, bebía. Había risas. Estaba yo hablando con Raúl y Julia cuando se aceró Elena.

-Oye Juan. ¿Me echas una mano con las ensaladas?

-Marchando.

La seguí hasta la cocina. Allí había dos grandes ensaladas. Ella cogió una y yo la otra.

-Lástima que hoy no haya baile - dijo

-¿Por? - pregunté al no comprender lo que ella quería decir

-Pues... para ver si te la pongo dura otra vez... jajajaaja

-¡Joder! ¿Aún te acuerdas de eso?

Pasó por mi lado, agarrando su bandeja con ambas manos, me miró a los ojos y me dijo.

-Una mujer nunca olvida cuando un hombre le restriega la polla por la barriga.

-Coño, Elena. Que yo no te la restregué.

-Eso, eso, en el coño. Casi fue en el coño... jajajaja.

Se marchó dejándome en la cocina, como un tonto, con mi ensalada en las manos.

Ahora no estaba bebida. Solo la había visto tomarse una cerveza y varios vasos de refresco. No entendí que estaba pasando. Ella nunca había sido así conmigo. ¿Se estaba insinuando, acaso? No. Eso no podía ser. Solo se estaba riendo de mí por lo que pasó la otra noche.

Llevé la ensalada a la mesa de la terraza y volví a mi silla. A partir de ese momento nuestras miradas se encontraron en varias ocasiones. Y ella siempre me sonreía.

Me empecé a poner nervioso. Pero mi convicción era fuerte. Y más fuerte se hacía al ver a los dos hijo de Antonio jugando por allí con el resto de los niños.

Sobre las 6 de la tarde algunos empezaron a irse. A las siete quedábamos solo Antonio, Elena, yo y otro matrimonio. Estábamos hablando en la mesa redonda. Soraya, la otra mujer, dijo que ya estaba cansada, así que Antonio la acompañó a ella y a su marido al coche, dejándome solo con Elena.

-¿No has estado con nadie desde lo de María? - me preguntó.

-No, con nadie - respondí, poniéndome tenso.

-Ah... ya veo. ¿Entonces lo del sábado fue porque llevas tiempo sin un buen polvo o fue porque yo te gusto?

-¡Joder Elena!

-¿Qué?

-Que eres la mujer de mi amigo - dije, en tono de enfado.

-¿Y qué tiene que ver eso? Te puede gustar la mujer de otro y no por eso tiene que pasar nada.

-Pues eso. Ni tiene por qué ni puede pasar nada.

-Jajaja, tontito. Ya sabes que me gusta hacerte rabiar.

-Pues nunca lo había notado, la verdad.

-Solo quería saberlo. A las mujeres nos hace sentir bien el saber que le gustamos a los hombres.

-Ya...

-Y cuando te pusiste palote... pues eso. Me sentí halagada. Aunque ahora que sé que fue solo porque hace tiempo que no mojas, pues... vaya chasco - dijo, poniendo cara de pena.

Me quedé unos segundos callado. Oía a lo lejos a Antonio hablar con la otra pareja, que parecían no irse nunca. Y entonces, sin pensar bien el lo que decía, le dije:

-Aquella noche estabas preciosa, Elena. Claro que me gustas. Desde siempre. Pero eres la mujer de mi amigo y jamás voy a poner en peligro mi amistad con él ni vuestro matrimonio.

-Oh, gracias por decírmelo, Juan. Eres un sol. Entonces.... ¿Se te puso dura por mí?

-Eres, eres...

-Jajajaja. Lo sé. Pero venga, va. Dímelo - dijo pestañeando varias veces.

Me miraba a los ojos, con cara de pilla. Estaba preciosa, para comérsela allí mismo.

-Sí -dije

-¿Sí qué?

-Que sí. Que se me puso dura por ti. ¿Es eso lo que querías saber?

-Sí.

-Pues ya está. Fin del tema.

O eso pensé yo. Sus ojos brillaron y su sonrisa mostró sus blancos dientes. Si la mesa no me tapase, ella habría comprobado que me la había puesto dura otra vez.

-¿Sabes que me dijo María una vez? - me preguntó.

-¿Qué te dijo? -respondí, intrigado.

-Pues me dijo que de que todos los hombres con los que se había acostado, tú eres el que mejor se la había follado.

-¡Joder! ¿Eso te dijo?

-Sip.

Me quedé sin palabras.

-Las mujeres a veces nos contamos esas cosas. Supongo que para darnos envidia las unas a las otras - añadió.

-Nosotros no hacemos eso.

-¿Cómo que no? ¿Acaso no presumís de vuestras conquistas ante los amigotes?

-Bueno... sí. Pero solo si es una conquista ocasional. Un aquí te pillo aquí te mato. Cuando tenemos pareja estable no vamos por ahí contando si es o no es buena en la cama.

-¿Por miedo a que os la quiten?

-Quizás.

-Entonces Antonio no te ha contado nada sobre mí en ese sentido.

-¿Qué dices? ¡Jamás!

-Tampoco hay mucho que contar, la verdad. Él ha sido el único hombre con el que he tenido relaciones.

-Cómo debe ser - sentencié.

-Jajajaja. No te pega el papel de retrógrado. Y menos después de las cosas que me contó María.

-¿Pero qué cojones te contó esa?

-Cositas.

-Cabrona - exclamé, dejando salir un poco del resentimiento hacia mi ex que aún me quedaba.

-Sí, cabrona. Me hizo envidarla. Hizo que sintiera deseos de experimentar... cosas nuevas. Antonio es tan soso en estas cosas como yo.

-Mira Elena, mejor dejamos este asunto. No me siento cómodo hablando de esto.

-Jajaja, Juanito. Que no te estoy pidiendo que me eches un buen polvo.

-Eso no va a pasar nunca, Elena. Por mucho que me lo pidas.

-¿A no? - dijo, elevando las cejas con incredulidad.

-No

-Veremos - dijo, mirándome fijamente a los ojos, con una mirada que me hizo estremecer.

Oí como Antonio se acercaba.

-Bueeeno. Pues ya terminó la fiesta. ¿Te quedas a cenar, Juan? - preguntó mi amigo.

-No gracias. Estoy cansado. Me ducharé y veré alguna peli en la tele.

-Vale, como quieras.

Me despedí de ellos y volví a casa. No se me quitaba de la cabeza esa última mirada de Elena, ese... 'Veremos'

Como les dije, me fui a casa a ducharme y ver una película. Pero apenas le presté atención. Le daba vueltas y vueltas a la conversación con Elena

¿Qué pretendía ella?  Parecía que se estaba insinuando, pero también que solo estaba jugando conmigo. Fuera como fuese, le dejé claro que entre nosotros nunca pasaría nada. Que ante todo estaba mi amistad con Antonio.

Eso no impidió que me sacara la polla y volviese a masturbarme fantaseando con ella.

+++++

A la siguiente ocasión que surgió salir con Antonio y Elena puse una excusa y no fui. No quería volver a verla y que una vez más jugara conmigo o fuera lo que fuese lo que ella pretendía.

Tampoco fui al cumpleaños de otro de nuestros amigos. Por temor a tropezarme con Elena.

Días después a media mañana recibí en el móvil una llamada de un número desconocido. Contesté.

-Hola Juan.

Reconocí la voz. Era ella. Jamás me había llamado por teléfono, salvo una vez hacía años para prepararle una fiesta sorpresa de cumpleaños a Antonio.

-Hola Elena. ¿Qué tal?

-Bien. ¿Y tú?

-Bien. Aquí, trabajando.

-¿Estás huyendo de mí? - preguntó

-No. ¿Por?

-Porque no has aparecido a las últimas reuniones del grupo.

-Estaba liado con otras cosas.

-¿Otras cosas? ¿Tienes una chica nueva?

-No. No tengo chica nueva.

-Ummm, por un momento me puse celosa.

-Elena, ya te estás pasando. Ya te dejé clarito que no va a pasar nada entre tú y yo.

-Sí. Fuiste muy clarito. Y eso te honra. Se ve que aprecias mucho a Antonio.

-Cierto. Lo aprecio mucho. Y también te aprecio a ti. Y bajo ningún concepto voy a poner en peligro eso.

-Ya... pero hay un problema, Juan.

-¿Qué problema?

-Que quiero que me folles como te follabas a María. No se trata de amor, Juan. Solo quiero sexo. Experimentar cosas nuevas.

-Pues te buscas a otro para eso.

-No quiero a otro. Solo confío en ti. Sé que no se lo vas a contar a nadie.

Aquella linda y sensual mujer se me estaba poniendo en bandeja. Se me estaba ofreciendo. Yo la deseaba. Cualquier hombre en su sano juicio la desearía. Y sé que muchos, quizás la mayoría, aceptarían sin problemas su ofrecimiento. Yo mismo en esos momentos dudaba. Pero la cordura me hizo ser fuerte.

-Elena, eres una mujer preciosa. Y en otras circunstancias ten muy claro que iría a por ti. Pero no son otras circunstancias. Son las que son. Y me mantengo firme. No voy a hacer nada que pueda hacerle daño a Antonio.

-Ya veo que eres duro de pelar, Juan. Pero cuando a mí se me mete una cosa entre ceja y ceja, no paro hasta conseguirlo. Avisado quedas.

Y colgó, dejándome durante varios segundos oyendo los pitidos de fuera de línea del teléfono.

¿Y si aceptaba su ofrecimiento? ¿Y si me acostaba con ella? Solo sería, como ella dijo, sexo. Nadie tendría que saberlo. Quedaría entre ella y yo. Sería un tonto si no me aprovechara de la oportunidad que se me estaba presentando.

Pero... ¿Y luego cómo miraría a los ojos de Antonio? ¿Cómo podría seguir saliendo con ellos, yendo a su casa? Seguramente me sentiría mal, despreciable. Y todo por unos momentos de placer con aquella bella mujer.

-No vale la pena - susurré.

+++++

Pasaron un par de semanas más, sin verlos. Hasta que Antonio se presentó en mi oficina una mañana.

-Cuanto tiempo, viejo. Hace que no nos vemos más de un mes - dijo entrando a mi despacho.

-Joder, sí. ¿Cómo va todo?

-Bien, bien. Bueno... hay algo que quería comentarte. ¿Tienes tiempo para un café?

-Claro. Vamos.

Salimos del edificio a una cafetería cercana. Pedimos un par de cortados y nos sentamos.

-Pues tú dirás, Antonio.

-Juan. Eres mi mejor amigo, lo sabes.

-Sí. Y tú el mío.

-Gracias. Uf, esto es muy difícil para mí, no creas.

-Venga, dispara. Vete al grano.

Se frotó las manos, me miró a los ojos y me preguntó:

-¿Te gusta Elena?

Se me heló la sangre. Creo que dejé de respirar y todo. Intenté decir algo pero no me salían las palabras. Con gran esfuerzo conseguí balbucear.

-¿Có...cómo?

-Como mujer, digo.

-No... no entiendo la pregunta Antonio.

-Pues está muy clara, creo yo. ¿Es Elena el tipo de mujer con la que te acostarías?

-Joder Antonio. ¡Que es tu mujer!

-¡Ya lo sé, coño!. ¿Pero si no fuera mi mujer tú te acostarías con ella?

Estuve unos segundos pensando. No se le veía enfadado. Más bien se le veía nervioso. No sabía de qué iba todo aquello, así que traté de ir con cuidado.

-Bueno, Elena es una mujer bastante atractiva - dije

-O sea, que te acostarías con ella.

-Si no fuera tu mujer....

-Oh. bien.

-¿Qué coño pasa Antonio? ¿De qué va todo esto?

-Perdona, Juan. Es que estoy nervioso.

-Sí, ya me di cuenta.

-Verás. Ella y yo estamos pasando por un bache.

-¿No va la cosa bien?

-Sí, sí. Bueno, no del todo. Llevamos años casados...la rutina, ya sabes. Estamos yendo a terapia de pareja.

-Ah, no sabía nada.

-No es algo que se vaya contando por ahí. Ni siquiera a tu mejor amigo...

-¿Y qué tiene todo eso que ver con la pregunta del principio?

-Es que en terreno sexual es donde peor estamos. Ya no es lo mismo de antes. Nos falta deseo. Y temo que si no vuelve la chispa eso afecte negativamente nuestro matrimonio más de lo que ya lo está afectando. Quiero mucho a Elena. Es el amor de mi vida.

-Sigo sin entender...

-La terapeuta nos ha propuesto varias cosas para intentar reavivar la pasión. Pero no han funcionado mucho. Y entonces nos propuso algo. Bueno, nos dijo que a veces el introducir a otra persona en una relación puede hacer que ésta salga reforzada.

-¡Joder Antonio! ¿Me estás proponiendo que me acueste con tu mujer?

-Ya sé que suena raro, la verdad. Pero te estoy hablando de... un trío.

-¡Coño!

-Lo hablamos Elena y yo. No queremos a un desconocido. Queremos a alguien de toda confianza. A alguien que apreciemos y que no se vaya de la lengua. Y pensamos en ti.

-Me dejas a cuadros, Antonio.

-Jeje, lo imagino. Llevo días pensando en cómo decírtelo. ¿Qué te parece?

-Pues me parece una locura. Creo que no lo has pensado bien.

-Sí que me lo he pensado bien, Juan. Y de llegar  a hacerlo, solo podría ser contigo. No confío en nadie más.

-¿De verdad me estás pidiendo que me folle a  Elena delante tuyo?

-Sí.

-Y no es una broma.

-No. Totalmente en serio.

Se me encendió una lucecita. Recordé las últimas palabras de Elena: "Pero cuando a mí se me mete una cosa entre ceja y ceja, no paro hasta conseguirlo. Avisado quedas."

-¿De quién es idea esto, Antonio?

-Mía. Bueno, tras la sugerencia de la terapeuta lo hable con Elena. Ella estaba reticente al principio. No lo veía nada claro. Solo aceptó cuando ambos concluimos que tú eras el único adecuado.

En ese momento tuve una cosa clara. Aquella endiablada mujer no había parado hasta convencer a su propio marido para que me la follara, incluso delante de él. Me quedé callado.

-¿Qué me dices? - preguntó impaciente.

-La verdad es que no lo sé, Antonio.

-Ella te atrae como mujer, me lo dijiste antes. Solo se trata de pasarlo bien. Y así me ayudarás, Juan.

No sé como ella lo había conseguido, pero Antonio parecía convencido del todo.

-Déjame pensarlo, ¿Vale?

-Vale. Bueno, ya está dicho. Uf, me costó - sonrió, aliviado. - Bueno, te dejo. Tengo que volver al curro. ¿Pagas tú los cafés?

-Sí.

-Chao.

Se marchó dejándome en la cafetería sin poder creer aún lo que había pasado. Antonio, mi mejor amigo, me acababa de poner en bandeja la posibilidad de follarme a su bella mujer estando el presente y de acuerdo.

Cogí el teléfono y llamé al  número desde el que me llamó Elena hacía unos días. Lo había añadido en la agenda, pero sin poner su nombre. Quizás por miedo a que algún día Antonio descubriera que tenía el número de su mujer en mi teléfono. Ella sí me tenía en su agenda porque me respondió.

-Hola Juan.

-Eres una hija de puta, Elena

-¿Yo? ¿Por? - dijo haciéndose la inocente.

-Acaba de estar aquí tu marido pidiéndome que me acueste contigo.

-No quiero que te acuestes conmigo. Quiero que me folles.

-Sé que todo esto es cosa tuya. ¿Cómo lo conseguiste?

-Jajaja. Te dije que cuando se me mete algo en la cabeza lo consigo.

-Ya veo, ya. Pero venga, dímelo. ¿Cómo lo convenciste?

-No fui yo. La idea fue de la terapeuta.

-No creo en las casualidades.

-Jeje, bueno, hice un poco de trampas. Ella es amiga mía desde hace tiempo. Me echó una mano con el plan.

-Eres... eres maquiavélica, Elena.

-No me eches a mí la culpa. Todo es por tu ex. Se me hacía la boca agua cuando me contaba cómo te la follabas. Bueno, la boca y otra... cosa.

-Jodía María.

-Me llenaba de envidia cuando me decía como le llenabas el coño con tu enorme polla.

-No es tan grande – dije con desgana.

-Me enseñó una foto.

-Me cago en la ostia. ¿Pero es que todas las mujeres estáis locas?

-Jajajaja. No sé el resto. Yo estoy loquita por sentirla dentro de mí. ¿Recuerdas aquella noche en el pub, cuando se te puso dura y me la restregaste por el pubis?

-No te la restregué.

-Me puse muy cachonda. Me mojé toda. Y encima Antonio estaba tan borracho que luego no pudo follarme. Se quedó dormido sobre la cama enseguida. Si yo no hubiese están también un poco bebida, habría ido a tu casa esa misma noche.

No dije nada. Me quedé callado.

-Ahora tienes el permiso de mi marido - dijo - Ya no tienes excusas para no follarme bien follada.

-No vas a parar hasta salirte con la tuya, ¿No?

-Nop.

-Pues voy a tener que follarte entonces.

-Ummmm ya estoy deseándolo. ¿Es cierto que a veces salías del trabajo e ibas a tu casa a echarle un buen polvo a María?

-¡Pero... joder! ¿También te contaba las veces que meaba al día? Por el amor de dios.

-Jajaja. Bueno, cuando tenía unas copas de más se le soltaba la lengua. Y yo le tiraba de ella. Estoy sola en casa ahora. Ven y échame a mí un buen polvo.

-Eso no sería terapia de pareja. Antonio solo me ha dado permiso para follarte delante de él.

-¿Pero qué terapia? Ya sabes que todo fue una estratagema para que me follaras.

-Lo sé. Pero será como Antonio dijo.

-Eres un cabrito. Pero bueno, si llevo meses esperando puedo esperar hasta mañana.

-¿Mañana?

-Sí, mañana los niños estarán con mis padres y tendremos la casa para nosotros solos.

-Pues aún no le he dicho a Antonio que sí. Le dije que me lo pensaría.

-¡Y una mierda! - exclamó - Ahora mismo lo llamas y le dices que sí.

-Jajaja. ¿Tantas ganas tienes?

-Uf, me tienes ardiendo, Juanito.

-Está bien. Tú ganas - le dije, sintiendo como mi polla pugnaba por romper el pantalón. - Mañana de voy a follar. Y ahora me vuelvo a la oficina. Chao.

-Hasta mañana.

Regresé y cogí el teléfono para llamar a Antonio. Pero me dije que si lo llamaba tan pronto parecería como si yo estuviera ansioso por follarme a su mujer. Decidí llamarlo por la noche.

Al medio día, sobre las tres, recibí un wasap de Elena.

-Eres un cabrón. Aún no le has dicho nada.

-Esta noche se lo digo - le contesté.

-Más te vale, capullo.

En el fondo, me divertía todo aquello. Y me excitaba. Aunque eso de estar con Antonio en la misma habitación hacía sentir un poco extraño.

Sobre las 9 de la noche, respiré hondo y llamé a Antonio.

-Hola Juan. ¿Qué tal?

-Bien y ¿Tú?

-Nervioso, la verdad. ¿Me llamas por lo de esta mañana?

-Sí.

-Uf, pues dime.

-¿Estás completamente seguro de esto? Si sale mal podríamos acabar para siempre con nuestra amistad.

-Le hemos dado muchas vueltas Elena y yo. Y estamos seguros. Confiamos plenamente en ti. Nos unirá más, seguro.

-Está bien.

-¿Aceptas entonces?

-Sí, acepto.

-Gracias amigo. Mañana por la noche vente a cenar y... a ver qué pasa.

-¿Mañana? ¿Tan pronto? - dije, haciéndome el sorprendido

-Sí. Estaremos solos, sin niños.

-Pues vale. Ahí estaré. Chao.

-Chao.

+++++

-Era Juan. Ha dicho que sí - le dijo Antonio a su mujer.

-Ya me puse nerviosa, cariño.

-Y yo, La idea de verte con otro....

-Mi amor, ya lo hemos hablado varias veces. Sabes que te quiero y que solo se trata de sexo. Eso nos ayudará, como dijo la terapeuta.

-Ya, ya... si no es eso.

-¿Entonces? - preguntó Elena, temiendo que Antonio se fuera arrepentir.

-Creo que... me excita.

-¿Sí?

-Saber que mañana otro hombre te va a follar delante de mí... me pone caliente.

Elena bajó sus ojos hacia el pijama de su marido, comprobando que lucía una más que evidente erección.

-¿Vamos a la cama? - preguntó Elena, que también estaba excitada.

-¿Y los niños?

-Están jugando a la Play. No se enteran de nada ahora.

-Vale... vamos.

+++++

Media hora después de haber hablado con Antonio, silbó mi wasap. Supe que sería Elena.

-Antonio me acaba de follar. Estaba muy cachondo por lo de mañana. Pero me dejó a medias, como casi siempre. No aguantó mucho.

.Jajaja. Lo siento. jajaja.

-Eso, tú ríete. Espero que todo esto haya valido la pena. Como esa jodía María me haya engañado...La mato.

-Uuuuu. Pues la tengo chiquitita y me corro nada más meterla.

Me encantaba hacerla rabiar. Se lo merecía por ser tan manipuladora.

-No me pareció pequeña cuando me la restregaste por el coño aquel día.

-Y dale. No te la restregué. Y a lo mejor era el encendedor.

-No fumas.

-Jajajaja.

-Ya veremos mañana que tal te portas. Chao cabrito

-Chao.

+++++

Confieso que cuando me bajé del coche y me dirigí al porche de Antonio estaba hecho un flan. Pero no era el único. A él también se le notaba nervioso cuando me abrió la puerta y me hizo pasar.

-Cariño, ya llegó Juan -gritó, cerrando la puerta.

Cuando la vi aparecer de la cocina me quedé boquiabierto. Estaba preciosa. Con un vestido ajustado, escotado, que dejaba adivinar su pechos de tamaño mediano. El vestido era ajustado, como una segunda piel, y resaltaba su bella figura. Le llegaba a medio muslo. Se acercó a mí y me dio dos besos, uno en cada mejilla.

Me dije a mí mismo que era gracioso. Me la iba a follar en breves momentos y me besaba castamente en las mejillas.

-Buenas noches, Juan - me dijo con un arrebatador brillo en los ojos.

-Buenas noches, Elena. Estás preciosa, si se me permite decirlo - dije, mirando a Antonio.

-Sé que está guapa hoy - exclamó Antonio.

-Eres un hombre con suerte, amigo.

-Lo sé.

-A la cena aún le queda un rato. ¿Tomamos una copa? - preguntó Elena

-Por mí bien.

Cuando se dio la vuelta y mis ojos se posaron en su precioso y tentador culito, enfundado en aquel vestido estampado, no pude por más que notar como mi polla empezaba a dar signos de vida. Antonio y fuimos al salón y nos sentamos en el mismo sofá, pero en los extremos. Ambos callados.

Al poco apareció Elena con tres copas. Cubata para mí y gin tonics para ellos. Se sentó entre los dos. Los tres cogimos nuestras copas y bebimos un sorbo.

Pasó casi un minuto sin que ninguno dijera o hiciese nada. Al fin Antonio dijo algo.

-Vaya tres, ¿No? Jajaja.

Reímos los tres, relajando un poco la tensión del momento.

Entonces, Antonio acercó su boca a la de Elena y la besó. Yo me quedé mirando como sus labios se entreabrían y como sus lenguas se enredaban la una con la otra. Enseguida llevó una mano a una de las tetas de su mujer y empezó a acariciarla. Los gemidos de ella terminaron de ponerme la polla dura. Seguí mirando aquel apasionado beso, sin atreverme a participar.

Mi amigo le susurró algo al oído a Elena. Ella se giró hacia mí y me miró fijamente a los ojos.

-Mi marido quiere que te bese - dijo.

Acercó su boca a la mía y nos besamos. Un beso intenso, sin preliminares. Boca contra boca, lengua contra lengua. Ella gemía mientras yo oía como Antonio le seguía besando en el cuello. Ya sin pedir permiso, llevé mi mano a su otro pecho y lo acaricié. Noté enseguida que no llevaba sujetador y que sus pezones estaban duros como piedras.

Su boca fue yendo de la mía a la de Antonio. Mientras él la besaba yo la miraba. Mi deseo reprimido de tantos años, con el beneplácito del marido de aquella bella mujer, hizo que bajara mi mano lentamente por su cuerpo, llegando a sus caderas y luego  a sus muslos, los cuales acaricié. Mientras ella seguía gimiendo y comiéndole la boca a Antonio yo metí la mano entre sus muslos y la fui subiendo, lentamente, acariciando su suave y cálida piel.

Elena giró la cabeza y me besó a mí. Abrió sus piernas todo que aquel ajustado vestido se lo permitió, que no fue mucho, pero sí lo suficiente como para que mi mano, bajo la atenta mirada de Antonio, llegara hasta su coño.

-Antonio, tu mujercita no lleva bragas - le dije al tiempo que le pasaba dos dedos a lo largo de su encharcada rajita.

-¿A ver? -  exclamó Antonio, metiendo una de sus manos y siguiendo el camino de la mía.

Elena se contorsionó de placer sobre el sofá al sentir varios dedos recorrer sus partes más intimas. La besé, metiendo mi lengua en su boca al tiempo que frotaba su clítoris con mis dedos. La noté estremecerse, tensarse. Cerró las piernas y atrapó nuestras manos entre sus muslos, presa de un intenso orgasmo.

-¡Joder! Se está corriendo. Has hecho correr a mi mujer con solo tocarla - dijo, incrédulo, Antonio.

Elena, con su boca tapada por la mía no podía decir nada, solo resoplar y gemir de placer. Su orgasmo fue largo e intenso. Cuando terminó saqué lentamente mi mando de su entrepierna y la besé ahora con suavidad. Me separé de su boca y ella abrió, lentamente sus ojos y me miró. Sonrió y se mordió el labio inferior.

Era la viva imagen de la lujuria. Hermosa, con las mejillas sonrosadas, los párpados entreabiertos. Yo quería follármela bien follada, pero aún estaba algo cohibido por la presencia de Antonio.

Sentí algo en los pantalones. Era la mano de Elena, que recorrió mi dura polla sobre el pantalón. Gimió, cerrando los ojos. Me fijé que con la otra mano la hacía lo mismo a su marido. Él no tardó en bajarse la bragueta y sacarse la polla. Ella la agarró y la pajeó, besándole sin dejar de sobarme a mí.

Hice lo mismo que Antonio, bajé mi bragueta y me saqué la polla. Cuando Elena me la agarró. separó su boca de la de Antonio y me la miró.

-¡Joder! -exclamó.

Su delicada mano apenas podía abarcar la circunferencia de mi polla. Yo había sido bendecido con una buena dotación, y mi polla no solo era larga, sino gruesa. No hasta la exageración, pero sí para despertar el asombro, y el deseo, en las amantes que había tenido a largo de mi vida. Antonio, al oír la sorpresa de Elena, me miró.

-¡Coño Juan! Vaya peazo polla que te gastas. Vas a romperme la mujer.

-Tranquilo, Antonio. Seré muy delicado con ella.

Elena no decía nada. Se quedó mirando mi dura verga. A los pocos segundos empezó a mover su mano. Soltó la polla de Antonio y me la agarró ahora con sus dos manos. Me miró con los ojos entornados, con mirada de puro deseo.

Acerqué nuevamente mi boca a su boca y la besé, sintiendo sus manos apretarse alrededor de mi dura barra. Llevé mis labios a una de sus orejas y le susurré.

-Chúpame la polla.

La sentí estremecerse. Lentamente fue bajando su cabeza hasta que sentí sus labios tomar contacto con la punta de mi verga. Antonio había vuelto a meter su mano por entre sus piernas y la masturbó, haciéndola gemir.

-Sigue empapada mi mujercita. Creo que la hemos puesto muy cachonda - dijo Antonio

Elena abrió la boca y se metió la cabeza de mi polla dentro. Noté su lengua lamer. Pero también noté sus dientes. Se veía a la claras que ella no estaba acostumbrada a tener en la boca una polla como la mía.

La postura era incómoda, así que hice que Elena se arrodillara en el sofá. La cogí por el cuello y la llevé de nuevo hasta mi dureza, casi obligándola a comerme la polla. Antonio me miró incrédulo.

-Venga, Antonio. Fóllate a tu mujer mientras me chupa a polla.

Él me obedeció. Se levantó, se quitó los pantalones y los calzoncillos, se arrodilló detrás de Elena, le levantó las caderas poniéndola a 4 patas sobre el sofá, le subió el vestido hasta denudar su precioso culito y le clavó la polla hasta el fondo. Ella gimió de placer con la boca llena de mi polla.

Empezó a follarla. Yo acaricié su sedoso cabello azabache, guiando su cabeza arriba y abajo, haciendo que su boca se llenara y vaciara con mi polla. A pesar de no ser una gran mamada, me daba placer. Quizás el hecho que de fuera Elena, la mujer largamente deseada por mí, y por el morbo añadido de estar siendo follada por su marido, que agarrado a sus caderas no dejaba de perforarla aumentaba mi disfrute.

Pero me faltaba una cosa. Me faltaba verla. Tal y como estábamos solo sentía, no veía. Y yo deseaba verla. Ver mi polla en su boca, mirar a sus ojos mientras ella me la mamaba, pasarle la `polla por su bello rostro. Por eso la hice parar, para seguidamente arrodillarme también delante de su cara.

No era perfecto, pero al menos disfruté de la visión de sus lindos ojos negros mirándome y de sus labios distendidos alrededor de la gruesa punta de mi polla. Ella gemía de placer, follada sin parar por su legítimo marido. Le saqué la polla de la boca y se la pasé por la cara, por la frente, por las mejillas. Pero solo para volver a metérsela dentro de su inexperta boca.

De repente oí gruñir a Antonio. Miré y vi como le sacaba la polla y se corría sobre una de sus nalgas. Apenas dos chorritos de blancuzco semen que enseguida esparció por la zona.

Agotado por el esfuerzo y el placer se sentó en el sofá, respirando agitadamente.

Elena me miró a los ojos. Sin sonido, solo moviendo los labios me dijo algo que entendí sin dificultad.

-Fóllame ya.

-Antonio... amigo - dije, mirándola a ella a los ojos.

-¿Ummm? - respondió él, aún medio grogui.

-Me voy a follar a tu mujer. ¿No te importa no?

En ese momento me importaba un bledo si a él le importaba o no. Me la iba a follar de todas todas.

-No, no... fóllatela. Estaba tan cachondo que me corrí enseguida. Ella no llegó.

-Bueno, a ver si yo logro que llegue. Déjanos sitio.

-Uy, sí, sí, pónganse cómodos.

Antonio se levantó y se sentó en el otro sofá. Yo también me levanté y me quité la camisa y los pantalones. Elena me miraba la polla.

-Ponte acostada boca arriba - le ordené.

Ella se dio la vuelta y se quedó acostada, con la cabeza apoyada en uno de los  posa brazos. El vestido se le había subido y se le arremolinaba sobre la barriga. Abrió sus piernas en una clara invitación, pero antes de aceptarla, me quedé unos segundos admirando tanta belleza.

La atractiva Elena, acostada en aquel sofá, con las mejillas sonrosadas y el cabello revuelto. El fino vestido pegado a su cuerpo. Sus pezones eran como dos pitones que pugnaban por romper la tela del vestido. Y abajo, entre sus torneadas piernas, uno de los coñitos más lindos que yo había visto. De vello negro como el carbón, sobre su pubis. De labios sonrosados y brillantes por la excitación, hinchados de deseo. Mi polla brincaba sola.

No esperé más. El deseo que sentía por aquella mujer me lanzaba a follármela salvajemente, pero preferí ir despacito. Me arrodillé en el sofá, entre sus piernas y me agaché sobre ella, hasta que a punta de mi polla frotó aquel caliente y encharcado coño.

La acaricié, con la punta de mi polla presionando sobre su clítoris, mirándola a los ojos, aunque ella los tenía cerrados. Los dientes apretados, quizás esperando mi estocada.

Pero la hice sufrir. Le pasé la polla por toda la zona, pero sin intentar metérsela. Al rato, ella abrió los ojos y me miró.

-¡Fóllame de una puta vez! - me gritó.

Miré a Antonio. Él se limitó a asentir

Apreté. Mi polla encontró su camino y de un solo empujón, lentamente pero sin detenerme, le enterré toda mi hombría hasta el fondo de su coño. Elena apretó los dientes, levantó el cuello y se corrió en el acto. Noté las contracciones de su vagina alrededor de mi polla. Se quedó unos segundos sin respiración, para luego gritar su placer.

Le dejé la polla enterrada, sin moverme, solo sintiéndola. Iba a gozar mucho de follarme aquel coñito. Era caliente y apretado. Si estaba habituado solo a la polla de Antonio, la mía tenía que llenarlo.

Cuando el cuerpo de Elena se relajó comencé a moverme yo. Y comenzaron sus gemidos. No paró de gemir durante todo el tiempo que estuve follándola.

Bajé mi boca hasta su boca, besándola con pasión, lamiendo y chupando su lengua, sin dejar de bombear cada vez más rápido. Besé su frente, su cuello, sus labios, sin dejar de follarla ni por un segundo.

No tardó en volver a correrse y antes de que gritara le tapé la boca con mi boca. Su siguiente orgasmo fue poco después y su grito se apagó entre mis labios. Mi propio orgasmo se estaba formando, así que arrecié con mis embestida hasta que no pude más y estallé.

Antes de que el primer latigazo de leche saliese por mi polla, se la saqué y me quedé arrodillado. Agarré mi verga para no hacer un estropicio y me corrí. De mi polla salieron con fuerza varios chorros de espeso y cálido semen, el primero tan fuerte que le llegó a Elena hasta el cuello y manchó hasta sus tetas. Los siguientes fueron cayendo sobre su cuerpo, sobre su vestido. El camino que iba desde su barriguita hasta su cuello se llenó de blancos regueros.

Mis corridas suelen ser muy copiosas, y cuando estoy muy caliente, como en aquel  momento, más aún. Fueron como 10 y 11 choros, aunque los últimos cayeron sobre su pubis.

-¡Joder Juan! Vaya corridón -exclamó Antonio - Casi la bañas en leche.

Elena tenía los ojos entornados y la mirada como ida. Yo me senté a su lado y Antonio permaneció en el otro sofá. Vi como él me miraba la polla.

-Vas bien armado. Las tendrás loquitas - dijo.

-Bueno, no es todo cuestión de tamaño. Sino saber usarla - le contesté.

-Ya, ya, eso es muy fácil decirlo con semejante tranca entre las piernas.

Elena se incorporó, se miró el cuerpo y me miró a mí.

-Será mejor que me cambie de ropa. Me has dejado perdida.

Se levantó y se marchó por el pasillo. Mis ojos se fijaron en su precioso y tentador culito. Solo de pensar en clavarle la polla en esa preciosidad hizo que mi polla recuperase parte de la dureza perdida tras el orgasmo.

Me sentí un poco ridículo, sentado en un sofá con la polla dura mientras en el sofá de enfrente mi amigo me miraba.

-No estuvo mal, ¿No? - preguntó Antonio.

-No, nada mal. Elena es una gran mujer. Y muy atractiva.

-Ya veo. No se te baja la polla. A mí me cuesta volver a empalmarme después de correrme.

-Y a mí, no creas - mentí, cogiendo mi camisa y tapándome, con pudor.

-A Elena también le gustó. La hiciste correr muchas veces.

-Oye, Antonio. Espero que eso no sea un problema.

Mi amigo se levantó y vino a sentarse a mi lado. Seguía desnudo. La situación, vista desde fuera, sería graciosa.

-No, no - dijo - Amo a mi mujer. Esto no ha sido más que sexo, placer. Y me encanta que ella haya gozado. Y con nadie mejor que contigo, amigo. En ti confío plenamente.

En ese momento regresó Elena. Y...uf, como venía. No se había vestido. En vez de ello, se había puesto una camisa de manga larga de Antonio. Supuse que debajo no llevaría nada. Me encantan las mujeres así.

-Voy a servir la cena, chicos. Me muero de hambre.

Cuando se dio la vuelta para ir hacia la cocina, una fugaz visión de su culete me confirmó que no llevaba más que esa camisa.

-Antonio, eres un tipo con suerte. Tienes una mujer preciosa y sexy.

Él vio como yo me tapaba la polla con mi ropa.

-¿Te la quieres follar otra vez? - me preguntó

-No me importaría, no

-Pues vete a la cocina y échale un buen polvo.

-¿Seguro?

-Que sí, coño.

-Tú mandas - le dije levantándome y dirigiéndome a la cocina.

Cuando entré, desnudo y con la polla dura como una roca, Elena estaba cogiendo una bandeja de langostinos con las dos manos. Casi se le cae de las manos cuando me vio. Sus ojos se quedaron clavados en mi polla. Y su boca quedó medio abierta. Me acerqué a ella, le quité la bandeja de las manos, dejándola sobre la mesa.

-Tu marido me manda a echarte un buen polvo.

-¡Joder!

Me abalancé sobre ella, besándola y llevando mis manos hasta su culito, el cual sobé a placer. La fui acercando al pollete de la cocina y cuando chocamos, la subí al borde, le abrí las piernas y le clavé la polla en el coño. A pesar de no estar tan lubricado como antes, mi estaca se adentró en ella hasta que nuestras pelvis chocaron.

-Aggggggg - se estremeció al sentirse otra vez llena

-¿Esto es lo que querías, No? - le susurré al oído mientras empezaba a bombear  - Que te follara bien follada. Pues toma polla.

Aquella acogedora vagina no tardó en mojarse del todo. La agarré por las caderas, arreciando mis embestidas, clavándole la polla a fondo de su coño.

-Esa... cabrona... no me mintió. Qué bien follas… no pares...sigue clavándome esa enorme polla.

Nos besamos con pasión. Le abrí la camisa para poder acariciarle las tetas, para poder pellizcarle los pezones. Elena estalló en un fuerte orgasmo que la hizo temblar sobre el frío mármol de la cocina. Seguí follándola, comiéndole la boca y los pezones, que mordí una y otra vez.

-Nos... está... mirando - me susurró.

Giré la cabeza y vi a Antonio en la puerta, mirándonos. Se acariciaba la polla, que estaba empezando a levantarse. Estaba claro que a Antonio le gustaba ver como me follaba a su mujer. Se acercó hasta nosotros y miró como mi polla entraba y salía del ya empapado coño de su amada esposa. Su polla estaba ya dura del todo.

-Wow, le cabe toda tu polla - exclamó.

-Coño Antonio. Qué por ahí salieron tus dos hijos - le dije

-También es verdad.

Los tres reímos la ocurrencia de Antonio, pero Elena dejó de repente de reír porque un nuevo orgasmo estalló en su cuerpo. Le dejé la polla a fondo, gozando de las contracciones de su vagina y de su hermosa cara en el culmen del placer.

Cuando ella se relajó, le saqué la polla y me aparté.

-Antonio, creo que ahora deberías darle caña a tu esposa.

-Vale. Joder, hacía años que no se me levantaba tan rápido.

Él ocupó mi lugar y se folló a Elena con fuerza, arrancándole más gemidos. Yo oía como sus pelvis chocaban una y otra vez. La besó con pasión, le estrujó las tetas entre sus manos. Ella me miraba, con los labios resecos, agitada.

Debido a su reciente orgasmo, Antonio duró más que la primera vez, y consiguió hacer correr a Elena antes de bufar, dar dos embestidas y correrse dentro del coño legalmente suyo.

Los dos estaban agotados, pero yo aún quería mi placer.

-¿Me dejas? - le dije, dándole un golpecito en el hombro.

-¿Eh?... claro... claro. - respondió mi amigo, apartándose de entre las piernas de Elena.

Ocupé su lugar, enterrando mi polla una vez más en la bella Elena. La follé despacito, pero a fondo, gozando de la sensación de entrar y salir del aquel apretadito coño. Ella ya no gemía. Estaba quieta, con los ojos cerrados.

Solo se estremeció cuando yo me corrí, cuando notó como mi polla estallaba dentro de ella, lanzando contra el fondo de su vagina chorro tras chorro de caliente semen que la llenó por dentro. Me quedé quieto. Ella abrió los ojos, me miro, y sonrió.

La ayudamos a bajarse del pollete. Tenía las piernas dormidas por la postura.

-Uf, tengo que ir al baño - dijo, llevándose una mano entre las piernas - Me habéis dejado llenita, cabritos.

Ambos miramos como salía casi corriendo. Luego nos miramos. Dos hombres desnudos en una cocina.

-¿Nos vestimos? - le dije

-Jeje, sí. A mí al menos no se me va a levantar más.

-Ni a mí.

Volvimos al salón y nos pusimos la ropa. A los pocos minutos Elena entró, llevando la bandeja de langostinos. Se había puesto pantalones, aunque seguía con la camisa de Antonio, abotonada.

-¿Cenamos? - preguntó.

+++++

El resto de la velada fue 'normal'. Hablamos y reímos, como habíamos hecho en infinidad de ocasiones. La única diferencia eran las miradas que Elena me echaba de vez en cuando.

Cuando me despedí de ellos para volver a casa, ella me dio dos besos, en las mejillas, como siempre.

A medio camino sonó mi wasap. Lo miré. Era ella. Solo decía:

-Quiero más. Buenas noches.

+++++

Al día siguiente, a media mañana, recibí una llamada. Pensé que sería Elena, pero era de Antonio.

-Hola amigo. Muchas gracias por lo de anoche, tío. Creo que has salvado mi matrimonio.

-Exageras, hombre.

-Que no. que hablo en serio. Has hecho renacer el deseo entre nosotros. Esta mañana, antes de venirme a trabajar, Elena y yo lo hicimos.

-¿Sí?

-Sí, amigo. Después de hacerlo anoche, esta mañana nos besamos, nos acariciamos y terminamos follando.

-Pues me alegro.

-Y yo. Oye, Juan... Lo hablé con Elena. Y queremos repetir.

-¿El trío?

-Sí. Creo que a ti también te gustó, ¿No?

¿Qué decirle? ¿Qué sí? ¿Qué me había encantado follarme a su mujer?

-Sí, no estuvo nada mal.

-Me puso cachondo ver como te la follabas con ese pollón tuyo. ¿Crees que es normal?

-Jajajaja. Y yo que sé. Mientras para ti no sea un problema...

-Que va.

-Bueno, pues por mí, si.

-Perfecto. Ya te aviso cuando tengamos la casa para nosotros solos.

Iba a decirle que podíamos usar mi casa, pero prefería callarme.

-Ok. Pues ya me avisaras.

-Chao amigo.

+++++

Al día siguiente la que me llamó fue Elena.

-Hola Juan

-Hola Elena.

-Aún tengo el coño escocío...

-Exagerada.

-Me encantó tu polla. Y como me follaste. María no me mintió en nada.

-Y eso que no te follé como es debido.

-Ummmm ¿No?

-Estaba un poco cortado estando Antonio delante.

Hablar con ella, oír su voz, me había puesto la polla dura. Me la acaricié sobre el pantalón.

-Ahora no está. Ven a casa y fóllame.

-Eso sería ponerle los cuernos a mi amigo. Además, ayer me dijo que estaba preparando otra... visita.

-Sí, pero es para el viernes - era miércoles - y no puedo aguantar hasta el viernes. Fóllame ahora.

-¿Y si se entera Antonio?

-Vete al carajo, Juan. Antonio no tiene por qué enterarse. Solo quiero que me folles, no tiene nada que ver con él. Vienes a casa, ahora. y me clavas tu polla y me follas como es debido.

-Mira, Elena. Si voy a tu casa no será solo para meterte la polla y ya está. Si voy dejaré salir mi deseo. Todo tu cuerpo será mío.

-Hazme lo que quieras. Pero ven ya... te necesito. Necesito tu polla.

A la mierda mis principios. Ganó el deseo, como casi siempre.

-Está bien.

-Ummmmm, me estoy estremeciendo toda.

-Quiero que hagas una cosa

-Dime

-Píntate los labios de rojo.

¿Rojo?

-Sí de rojo. Y me esperas arrodillada y desnuda detrás de la puerta de tu casa. Lo primero que voy a hacer es enseñarte como se chupa un polla. ¿Entendido?

-Entendido.

-Deja la puerta entreabierta. En 20 minutos estoy ahí.

Colgué, cogí unas carpetas para disimular mi erección y salí de la oficina. Les dije que iba a la gestoría a arreglar unos papeles.

Hacía dos días que me había acostado con Elena. Pero era ahora cuando le iba a poner los cuernos a mi amigo. Lo peor de todo es que me importaba un bledo. ¿Quería que me la follara? Pues eso iba a tener.

Me subí al coche y me dirigí a su casa.

+++++

Llegué y aparqué detrás de la casa. Caminé hacia la puerta principal y la vi entornada. Detrás estaría ella. Miré alrededor para cerciorarme  de que nadie me veía y me bajé la bragueta, sacándome la polla y los huevos.

Cuando entré y Elena me vio así, se quedó sin habla. Sus ojos iban de mi polla a los míos. Cerré la puerta, me acerque a ella, dejándole la polla a menos de 5 centímetros de sus labios.

-Cómeme la polla - le ordené.

Elena acercó su rojos labios, los abrió y se metió la punta de mi polla en la boca. Apenas le cabía un poco más. La dejé chupar un poco, solo para constatar lo que ya sabía. Elena no sabía chupar una polla.

-Mamas de pena - le dije, sacándole la polla de la boca.

-Es que la tienes muy gorda - se excusó.

-No es cuestión del tamaño. Es cuestión de morbo, de deseo. ¿Tienes un espejo de cuerpo entero?

-Sí, en el dormitorio.

-Pues vamos.

La ayudé a levantar y la seguí hasta la habitación. Mis ojos clavados en su soberbio culito. Le pensaba dar un buen repaso más tarde.

Llegamos, abrió la puerta de un ropero y comprobé que la hoja interior era toda un gran espejo. Allí, presionándola por un hombro la hice arrodillar.

-A los hombres nos gusta que nos chupen la polla, y nos gusta verlo. Así que es muy importante la postura. Si te comes un polla arrodillada tienes que agacharte un poco para tener que levantar la cabeza, ¿Entendido?

-Sí.

-Y debes mirar a los ojos. Debes demostrar a través de tu mirada que te gusta esa polla, que te gusta sentirla en la boca. Pero no tienes solo que chupar. Tiene que lamer todo el tronco. Besar los huevos... pasarte la polla por la cara. Sin prisas. Por los gemidos del hombre sabrás si los estás haciendo bien o no. Venga, prueba.

Al fin la tenía como yo deseaba. Arrodillada, mirándome a los ojos y con mi polla distendiendo sus rojos labios. Tomó buena nota de mis indicaciones, ya que la mamada mejoró notablemente. Disfruté de sus lamidas, de sus besos, de su mirada. Se pasó la polla por la cara. Y por su respiración, supe que a ella también le estaba gustando.

Le agarré la cabeza y se la hice girar hacia el espejo.

-Mírate. Mira lo guapa que estás con mi polla en tu boca.

Gimió al verse. No apartó la vista del espejo. Le puse la polla sobre la cara y le restregué los huevos por la boca. No tuve que pedirle que me los chupara. Lo hizo de motu propio.

-Ummmm, ahora sí que estás mamando como es debido. Estás cachonda, ¿Verdad? Chuparme la polla y mirarte te hace estremecer.

-Sí... -dijo, entre suspiros.

-Bien, ahora mírame fijamente. Te voy a follar la boca mientras tú te haces una paja. Quiero que te corras mirándome a los ojos.

Ella, quieta, gimiendo. Sus ojos fijos en los míos. Mi polla entrando y saliendo lentamente de su boca. Yo estaba en la gloria.

-Aggg, Elena... me encanta follar tu boquita. Te mereces un buen premio. Voy a llenar tu preciosa cara con una buena corrida.

Elena abrió los ojos y se sacó la verga de la boca.

-No... eso no - exclamó

-¿Cómo que no? Vaya que sí.

-Eso es...

-¿Es qué? ¿Me vas a decir ahora que es sucio? No hay nada sucio en el sexo. ¿Es que Antonio nunca se ha corrido en tu cara?

-No.

-¿Ni en tu boca?

-Claro que no.

-Uuuuuuu, no me extraña que tengáis problemas. Estoy seguro que él lo desea, pero que no te lo ha pedido por vergüenza, por temor al rechazo. Una pareja tiene que ser abierta, ser sincera con sus deseos, y pedir sin miedo. Y ser generoso. Aceptar los deseos del otro... dentro de un orden, claro. Créeme, a casi todos los hombres les da morbo marcar a sus mujeres con su leche, u oír como se tragan con amor su esencia.

-¿Se lo hacías a María?

-Claro. ¿No te contó eso?

-No.

-Pues claro que me corría en su cara. Y en su boca. A veces ella se corría con solo mamarme la polla. Sexualmente era muy desinhibida.

-¿Si tan perfecta era por qué la dejaste? - preguntó, con cierto desdén.

-No todo en esta vida es sexo. Es importante, pero no lo único

Elena iba a seguir protestando, pero se lo impedí metiéndole otra vez la polla en la boca.

-Sigue mamando, y no dejes de tocarte el coño... Córrete conmigo.

Enseguida volvió a chupar, a besar, a lamer. Y a mirarse en el espejo. Gimiendo cada vez más intensamente, cerrando los ojos, entornándolos. Yo también la miraba a ella a los ojos o al espejo. Así tenía dos ángulos de la soberbia mamada que estaba recibiendo. Mamada que me estaba llevando inexorablemente a un intenso orgasmo.

-Aggg, Elena... vas a hacer que me corra... me voy a correr en tu linda carita. Te la voy a llenar de leche.

Ahora no protestó. Ahora cerró los ojos y gimió, sin dejar de frotarse entre las piernas. Le saqué la polla de la boca y me la agarré con la mano derecha. Con la izquierda la sujeté con delicadeza, pero con firmeza, para que no se moviera y me masturbé con fuerza.

-¿Quieres leche? - le pregunté.

Ella se mordió el labio y gimió.

-¿Quieres que me corra en tu cara? - volví a preguntarle.

No habló. Solo asintió ligeramente.

-Pues pídemelo. Pídeme que me corra en tu cara. Ruégame que te bañe con mi leche.

Supe que Elena estaba al borde de orgasmo. Las señales de su cuerpo eran claras. Apenas puedo hablar.

-Juan...córrete... en mi cara....Dame toda tu...leche.

Yo ya no pude más. Mi cuerpo se tensó, apreté los dientes y tras un fuerte gemido me empecé a correr. Apunté con cuidado hacia su cara. No quería que ni uno solo de mis disparos errase su blanco. El primero le goleó en la mejilla derecha, con tal fuerza que rebotó hacia el espejo. El segundo le cruzó la cara desde la frente a la barbilla.

Y con el tercero ella se corrió. Su cuerpo se convulsionó, agarrotado por el placer y levantó la cabeza aún más, permitiéndome cubrirla con aún más facilidad. Mi eyaculación fue intensa. Conté 10 poderosos latigazos, y todos, menos los dos últimos que también cayeron sobre sus tetas, terminaron sobre su bello rostro.

Cuando mi polla dejó de manar ella aún temblaba. Y lo hizo unos segundos más hasta que su cuerpo se relajó y terminó sentada sobre sus pies. Con la respiración agitada, la miré.

Estaba hermosa. Permanecimos unos segundos callados, jadeando. Vi que sobre uno de los párpados le había caído semen, así que se lo limpié con cuidado para que no le escociera.

-Mírame - le dije

Abrió los ojos y me miró. Le tendí las manos y la ayudé a levantarse. Nos quedamos mirando el uno al otro. Un goterón de semen la cayó de una de las mejillas sobre el pecho.

Aún no la había besado. Tenía los labios manchados de mi esencia. No me importó acercar los míos y besarla,  abrir la boca y buscar su lengua. La agarré por las caderas y le di la vuelta, poniéndome detrás de ella. Mi polla se restregó contra su soberbio culo.

-Mírate. Mira lo hermosa que estás así, marcada con mi semen.

Con los ojos entornados se miró. Y por como lo hizo, supe que le gustaba. Supe que no había sido la última vez que Elena tendría el rostro decorado por mí. Llevé mis manos hacia sus tetas y se las acaricié, con gula, besando su cuello, mirándola a través del espejo. Empujé para que notara como mi polla seguía dura. Atrapé sus pezones entre mis dedos y los apreté, haciéndola gemir.

-Me llamaste a la oficina para que te follara.

-Sí - dijo lubricando con su lengua sus resecos labios y llevándose a la boca un poco de mi leche.

-Pues te voy a follar como te mereces. Y te voy a follar en la cama de tu marido. Ya que le estamos poniendo los cuernos, se lo ponemos como dios manda.

Así, como estábamos, yo a su espalda, la llevé hasta la cama y la hice arrodillar en el borde, poniéndola luego a 4 patitas. Me salió del alma levantar la mano y darle una nalgadita suave en su hermoso culo. La agaché un poco más, me acerqué y le clavé la polla hasta el fondo de coño de un sola estocada. Elena se tensó y se aferró con las manos a la colcha de la cama. Le dejé la polla enterrada mientras me quitaba la chaqueta, la camisa y me bajaba los pantalones.

Y entonces, la follé de verdad. La agarré por las caderas y empecé a darle fuertes pollazos que hicieron que la habitación se llenara con sus gemidos y con el sonido del choque de nuestros cuerpos.

-¿Sabes lo más me gusta de ti? - le pregunté

-Aggggg no... dime...dímelo...

-Esto - le indiqué dándole en cada nalga con una de mis manos. - Tu soberbio culazo.

Luego le acaricié su apretado anito con la yema del dedo gordo. Gimió, en señal de placer. Me llevé el dedo a la boca y lo lubriqué con saliva antes de volver a acariciarle su retaguardia. Su cuerpo se tensó cuando apreté y el dedo se coló dentro de ella.

-Aggggggg - exclamó levantando la cabeza

No dejé de follarle el coño con la polla y el culo con el dedo hasta hacerla correr con intensidad. Un orgasmo largo, que hizo que su pecho se apoyara contra la cama y se quedara inerte.

Me quedé quieto. Con media polla dentro de su coño. La follé ahora con el dedo.

-El otro día te llené el coño de leche. Antes te llené la cara. Ahora solo me falta un sitio que llenarte. Bueno, dos. Hoy te voy a llenar este - le dije al tiempo que apretaba el dedo todo dentro de ella.

Esperé que protestara, que me dijese que no. Pero Elena se limitó a quedarse quieta, con los ojos cerrados y la respiración agitada. Creo qua había comprendido que estaba a mi completa merced.

Le saqué la polla del coño y el dedo del culo.

-Espérate aquí. No te muevas.

Me dirigí al baño que ellos tenían dentro del dormitorio. No me costó nada encontrar una crema adecuada. Lo cogí y regresé junto a Elena, que no se había movido tal y como le ordené.

Cuando notó la fría crema caerle por la rajita del culo dio un respingo, pero gimió cuando volví a meterle un dedo en el culo, el cual, gracias a la crema, entró a fondo y sin dificultad. Le fui lubricando el esfínter mientras con la otra malo me ponía crema en la polla.

La penetración fue lenta, pausada, sin hacer mucha fuerza, yendo poco a poco, centímetro a centímetro. Su culito era apretadito, caliente. Elena no dijo nada, no se quejo. Mantenía los ojos cerrados, apretados, mientras mi polla se abría paso dentro de ella. Hasta que choque contra su cuerpo.

Ya no le cabía más polla.

La enculé muy despacito, con mimo, notando como ella poco a poco se iba relajando. Empezó a gemir, a agarrar y a soltar la colcha entre sus dedos. Aceleré el ritmo y ella se mordió el labio.

-¿Te gusta? ¿Te gusta que te clave toda mi polla tu culito?

-Agggg, dios... duele... pero....si...me... gusta.

La agarré por las caderas, mirando como mi polla entraba y salía de su culo. Era un espectáculo poderoso, morboso. Por como se movía Elena, por como gemía, supe que era del tipo de mujeres que puede llegar a correrse si le follan el culo con es debido. Y así la estaba follando yo.

Arrecié con los pollazos. El dolor, cada vez más tenue, fue dando paso al cada vez más intenso placer. Elena comenzó a mover las caderas, a buscar mi polla. Me quedé quieto y fue ella la que iba adelante y atrás, haciendo que fuera ahora su culito el que se tragaba mi polla.

-Agggg, dios... Juan....como me... llena tu polla....

-Si supieras la veces que soñé con tenerte así. A cuatro patas y mi polla dentro de tu culo - le dije, notando que el placer se estaba concentrando en la cabeza de mi verga.

La volví a agarrar por las caderas y la follé con fuerza, buscando ahora mi placer. Noté como todo mi cuerpo se empezó a tensar hasta que de repente estalló mi polla, enterrada a fondo aquella acogedora cueva. Y allí, en el fondo, me vacié del todo. Mi polla expulsó nuevamente poderosos latigazos de leche. Ella, al sentir como el repentino calor la invadía, se corrió conmigo, con todo su cuerpo en tensión.

Fueron dos orgasmos intensos, que nos dejaron a los dos agotados. Cuando le solté las caderas, Elena calló sobre la cama, con los ojos cerrados, el cuerpo flojo. Solo su pecho agitado era evidencia del placer recibido.

Me vestí. Ya había estado demasiado tiempo fuera de la oficina. Ella no se movió. Solo su respiración se fue calmando poco a poco.

-Tengo que volver a la oficina, Elena.

-Ummm - fue su única respuesta.

-El otro día te llené el coño de leche. Hoy la cara y el culo. Solo me queda llenarte la barriga.

Apretó los ojos.

Le di una sonora nalgada en su culete.

-Mañana por la mañana, prepárate. Te vas a tragar una buena ración.

Me fui y la dejé tumbada sobre la cama.

Durante mi regreso me dije a mí mismo que era una cabronazo. Me acababa de follar a la mujer de mi mejor amigo. Sí, ya sabía que unos días antes ya lo había hecho, pero fue con él delante, y porque él me lo pidió. Ahora había sido lisa y llanamente una plantada de cuernos en toda regla.

Y lo peor no era eso, sino que ya estaba deseando que llegase el día siguiente para volver a gozar de aquella preciosa mujer.

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Mis últimas barreras, si es que alguna vez existieron de verdad, se derrumbaron cuando Elena, al día siguiente, arrodillada entre mis piernas mientras yo estaba sentado en el sofá de su casa, me miraba a los ojos, tragando con rapidez todos y cada uno de los chorros de leche que mi polla le lanzó contra su paladar y su lengua después de una larga mamada de más de media hora. El sonido de su garganta al tragar no se me olvidaría jamás.

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Llevo meses follándome a Elena. De vez en cuando junto a Antonio, en su casa o en la mía. Nos encanta follarla los dos a la vez, yo por su coño y él por el culo. Sobre todo le gusta a ella, que se corre una y otra vez. Sin embargo la mayoría de las veces me la follo yo solo. Me escapo a su casa. O ella aparece por la mía.

He llegado incluso a follármela en su cocina mientras Antonio y el resto de sus invitados esperan en la terraza a que les llevemos algo. Luego la miro hablando con nuestros amigos, sabiendo que su barriga, su coño o su culo están rebosando mi leche.

Pero algo está pasando. Me he dado cuenta en estos últimos días. Algo que le va a joder la vida a alguno de nosotros. Algo que si yo fuese la persona que creía ser antes me habría hecho alejarme de ellos, dejarlos tranquilos.

Y es que me estoy empezando a enamorar de Elena. La quiero para mí. A la mierda con mi amigo. A la mierda con su matrimonio. En el fondo soy un egoísta.

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Hoy se lo voy a decir. Le voy a decir que la amo. Le pediré que deje a su marido y que se venga conmigo.

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EPILOGO:

Al final Elena es la única persona cuerda en esta historia. Cuando le dije que la quería y que dejara a Antonio se rio en mi cara. Me dijo que le encantaba como la follaba, que le encantaba mi polla y hasta mi leche. Pero que ni loca iba a romper su matrimonio, a separarse de su marido ni dejar a sus hijos sin su padre. Que podíamos seguir acostándonos juntos, pero que solo era placer, sexo, sin más.

Para mí ya no es solo sexo, sin más. Ya tengo hasta celos de verla follar con Antonio. Así que solo puedo hacer una cosa. Dejarla.

He pedido el traslado en mi trabajo a otra ciudad. Ahora me toca empezar de nuevo.

Y esta vez, juraito, que nada de mujeres casadas.

FIN

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