Las miradas lo dicen todo

Una cena íntima para dos parejas tiene un desarrollo poco usual...

LAS MIRADAS LO DICEN TODO.

Abro la puerta. Te miro, me miras. Nos damos un beso en las mejillas, con una amable sonrisa. Al besarme, me siseas al oído, muy bajo, a modo de saludo:

-- Voy sin bragas

Pongo cara de póquer y trato de aguantar el tipo, y la sonrisa.

Tu marido y mi mujer también se saludan. Después, él y yo nos damos un apretón de manos. Bueno, ya estamos todos, pero esto no es una simple cena para cuatro.

Esto es algo demencial, y... muy excitante. Es un desatino: hemos organizado una cena en mi casa para los dos matrimonios, con el primordial fin de darnos celos; de provocarnos con nuestras propias parejas, tú a mí con tu marido y yo a ti con mi mujer. Somos dos seres amorales y audaces; nos mueve el deseo y un sentimiento amoroso indefinible. A nuestro morbo le llamamos libertad, supongo que será para acallar nuestras conciencias, en el caso de tenerlas.

Lo más peligroso durante la reunión serán las miradas; las miradas lo dicen todo y nos va a resultar muy difícil contenerlas. Es jugar con fuego, claro, sin embargo ¿es que acaso hemos hecho otra cosa, desde que nos conocimos? Hemos vivido inmersos en ese fuego más fuego que somos los dos, en ese rozarnos la piel con ardor inagotable, víctimas de una pasión que nos engancha y arrasa.

Esta noche estás más guapa y deslumbrante que nunca, y lo sabes, ladrona. Te has arreglado con esmero; el peinado y el maquillaje tal como me gustan y dos gotas de tu perfume, el mismo que aspiré enloquecido la última vez sobre tu vientre, cuando

Pero volvamos al presente. Te exhibes coqueta y seductora ante mí, sabiendo que eres fruta prohibida por una noche, que los finos tacones de tus zapatos se me clavan en el corazón, por no poderlos besar, por no poderlos quitar de tus pies y acercarte esos aguijones a la boca, para que los chupes mirándome a los ojos.

Sabes que me va a costar mucho apartar los ojos de tus medias negras, que me voy a obsesionar con esas medias que terminan un poco más arriba de la mitad de tus muslos, y que en ese punto tu piel desnuda me está esperando.

También estoy seguro que debajo de ese vestido negro tan sexy, con el que luces los hombros al descubierto, no llevas ropa interior. Es lo primero que me has dicho, te conozco y estaba convencido de ello, vas sin nada debajo, casi puedo oler el aroma de tu sexo. Te gusta saber que yo lo estaré pensado, te gusta el roce de la tela sobre tu piel desnuda, el frotamiento con tus pezones. Más aún te encanta saber que yo estaré taladrándote con la mirada, deseándote, babeando como un cerdo por ti.

Mi mujer tampoco lleva ropa interior, siguiendo indicaciones mías. Se resistió un poco, por miedo a que tu marido se diese cuenta, con mimosos argumentos finalmente la convencí. Está también muy guapa y sofisticada; he sorprendido a tu marido dirigiéndole una mirada admirativa. No sé, no sé... ¿nos gustaría que tuviesen un lío, como el que tenemos nosotros? A lo mejor ya lo tienen... aunque creo que no.

A veces pensamos, que si ellos estuvieran enredados sería una especie de justicia poética. ¿Lo decimos por que ciertos coletazos de mala conciencia nos atormentan a veces? ¿Lo permitiríamos? ¿Nos añadiría un morbo adicional, o solo es con la boca pequeña?

Esta cena no ha surgido por casualidad, está muy premeditada, y la idea ha sido tuya, te gusta jugar a ser un poco puta. Y a mí me encanta ser un puto cabronazo, seguirte los juegos, cogidos de la mano, es nuestra contraseña.

Resulta peligroso, muy peligroso, reunirnos las dos parejas para insinuarnos y excitarnos en presencia de nuestros respectivos cónyuges. Hemos decidido rozar el riesgo, sin exponernos demasiado. ¿Lograremos encontrar equilibrio donde no lo hay?

Tomamos una copa los cuatro, conversando sobre temas banales, entrando en situación. Evitamos que nuestras miradas se crucen, es lo más comprometedor que nos puede pasar. La primera copa se termina y mi mujer y tu marido se ofrecen para servir una segunda, ambos van a la cocina, dejándonos solos. Es el primer momento clave, la tensión se nos sale del cuerpo. Te acercas a mí, tanto, que me presionas con tus tetas, y me susurras, con voz incitante:

--¿Me deseas?

--Con toda mi alma.

--Pues hoy vas a sufrir, cabroncete. Te voy a encender como nunca, vas a querer arrancarme la ropa a bocados. Tendrás que ver cómo mi marido me toca el culo, cómo mi boca se funde con la suya, y no podrás hacer nada, solo mirar y deshacerte de deseo por mí.

--Eres muy puta.

--La más puta del mundo…, pero sólo para ti, amorcito.

Unos pasos se dirigen hacía nosotros.

--…pues no hay forma de conseguir el último libro de García Márquez –afirmas, subiendo el tono de voz, tu cara es la de la niña más buena del mundo.

--¿Has probado a mirar en Internet? --te propongo, sinceramente interesado por ayudarte a conseguir tu lectura, mientras te miro los tobillos, esos tobillos que he besado tantas veces, en el comienzo o a mitad de nuestros juegos eróticos.

--¡Ah, aquí están las copas! Muchas gracias.

Adelanto la mano derecha para coger tu copa y dártela, mientras mi mano izquierda queda apoyada brevemente en tu culo, nadie lo puede ver. Las yemas de mis dedos desprenden fuego, lo tienes que notar, te tiene que llegar una corriente de lava desde mi mano, a través de la fina tela del vestido. Me demoro un poco más de lo prudente, y lo hago por que sé cuánto te excita que te toque el culo.

Me alejo de ti y me sitúo entre tu marido y mi mujer, porque si continúo a tu lado, no sé si podré mantener el control. Eres revoltosa y no estás dispuesta a que me salga de rositas.

Te acercas a tu marido y sin previo aviso, le estampas un desvergonzado beso en la boca, parece que te lo quieras comer; mientras lo besas, me miras por encima de su hombro, tus ojos me dicen lo que me estoy perdiendo.

¡Qué cabrona eres! Sabes que me da mucha rabia que te beses de esa manera con tu maridito, delante de mí. Lo haces para excitarme, lo sé, y en el fondo, me gusta, por que luego, de una forma u otra, yo probaré también tus labios, tu boca, tu lengua suave y cálida.

Cuando acabas tu beso, yo contraataco besando a mi mujer, poniendo el máximo ardor y mirándote de reojo, quiero ver como te brilla la mirada de puros celos. Eres celosa, posesiva, me lo has dicho muchas veces, llevas muy mal lo de compartirme con mi esposa.

Ahora la beso con más regodeo, incluso le rozo los pechos, me gusta ese rictus de disgusto que aparece en tu cara. No te preocupes, cielo, luego tendrás mis mejores besos, solo para ti. Por otra parte, mi mujer me excita por ella misma, no tengo que hacer ningún teatro. Como te portes mal, follaré con ella, casi como una venganza, y luego te lo contaré, aunque tú harás lo mismo, me arrasarás de celos relatándome los escarceos con tu esposo.

Recojo las copas vacías, para retirarlas, cuando me das la tuya, aprovechas un descuido de nuestras parejas para cuchichearme:

--¡Eres un cerdo! --me espetas, en voz muy baja --. ¿Cómo eres capaz de besarte así con tu mujer? Me tienes rabiosa, estoy como una gata despechada. ¡Eres mío, cariño, solo mío!

Esto nuestro es pura locura, también es amor del más sublime, si sólo lo hiciéramos por sexo, no estaríamos aquí. Somos mucho más que amantes, eso fue al principio, hace ya mucho tiempo, ahora no encuentro la palabra que nos pueda definir.

Colaboramos los cuatro para llevar la comida a la mesa, en medio del trasiego nos rozamos en el pasillo, sin querer.

¿Para qué vamos a engañarnos? Es queriendo con todas nuestras ganas.

Frotas tu culo sobre mi paquete, contoneándote con perversa intención, me lo has dicho muchas veces: te gusta provocarme, ponerme cachondo en situaciones y lugares inapropiados. Arriesgándome lo indecible, te beso en el cuello, tú me muerdes el lóbulo de la oreja y me musitas:

-- Esta noche quiero chupar ese pedazo de polla que tienes, mamonazo.

Las sienes me palpitan, las ingles también. La sangre me hace borboritos en las venas, no podemos permanecer más tiempo en el pasillo.

-- Yo quiero lamer tu coño caliente, sé que lo tienes mojado, perra.

Debemos tener mucho cuidado, ni tu marido ni mi mujer son tontos, además, los respetamos y queremos, llevamos toda la vida junto a ellos. Los queremos con ese amor sereno y tranquilo que proporciona el tiempo y la convivencia, lo que pasa es que esta vorágine supera cualquier cosa que hayamos conocido nunca, no admite orden ni control, no podemos luchar contra esta pulsión salvaje.

La mesa en la que cenamos es rectangular, para alternarnos, nos hemos sentado tú y yo frente a frente, a mi derecha lo hace mi mujer, y tu marido enfrente de ella. Esta colocación nos permite poder mirarnos y hablar con más naturalidad.

Cenamos tranquilamente, hasta que te quitas un zapato y me tocas la pierna con tu pie descalzo. No me lo esperaba, así que siento un escalofrío y casi me atragantó.

Vas subiendo el pie, despacio, comunicándote, hasta que llegas a mi bragueta, me la frotas malévolamente, mientras le dices a mi mujer que lleva un peinado precioso. Siempre admiro tu control y frialdad en las situaciones difíciles. Abro mis piernas y disfruto de la habilidad que tienes para acariciarme por encima del pantalón, con tu pie enfundado en la media de seda; medias que sé que te has puesto en mi honor, me parece verte sonriendo cuando te las ponías en tu casa. Los dedos de tu pie me estimulan el pene, tengo que concentrarme en masticar la comida y no saltar sobre ti, por encima de la mesa.

En cambio, hago lo mismo que tú: me quito un zapato, alargo el pie y comienzo rozándote un tobillo, la pantorrilla, el muslo..., te abres como una flor para mi pie intruso, hasta que llego a la zona caliente, entonces, cierras de golpe las piernas.

Con mi pie atrapado en la blanda dureza de tus muslos, le comento a tu marido que el tenis actual está muy mecanizado, que todo se basa en saque y volea. Le digo que añoro aquellos partidos con largos peloteos sobre tierra batida, a la antigua usanza; está de acuerdo conmigo y mantenemos una animada conversación sobre tenis, mientras mi pie nota la presión de tus músculos, y veo de reojo como te relames con disimulo.

Aflojas la presa poco a poco, separas los muslos, te espatarras por completo, dejándome paso libre, nunca mejor dicho. Mi pie se desliza entre el sensual pasillo de carnosa invitación, hasta hacer tope sobre tu entrepierna. Muevo en círculos el dedo gordo, sobre los labios de tu jugoso coño, no necesito verlo, sé lo que va a suceder, me vas a mojar el calcetín con tu humedad; así sucede, ojalá tuviese el pie desnudo, para percibir mejor tu calor.

Te abres, te abres al máximo y mi dedo se introduce en tu ardiente ranura, ahora no puedo evitar mirarte por un brevísimo instante, tu cara lo dice todo, aunque sólo yo puedo saberlo. Te inunda un rubor inevitable y secreto, sé que estás al límite, sé que te duelen los genitales, toda tú eres un coño deseoso de ser follado.

Conozco tu cuerpo mejor que tu marido, porque es el cuerpo de la mujer que adoro. No existe pliegue, curva, minúsculo rincón o poro de tu piel que no haya besado, acariciado u olido. Siempre he querido empaparme con tu esencia, con tus formas y texturas. No es el tuyo un cuerpo perfecto, ni falta que hace, es tu cuerpo, y eso me basta.

Llega el momento de servir el segundo plato. Nos ofrecemos tú y yo para ir a la cocina. Apenas hemos entrado, nos damos un beso desesperado, ávido. Nos besamos con arrebato, es más que un beso, es un relámpago de locura, una pasión desatada; aunque debe ser breve, por fuerza y por prudencia.

Durante el beso, te palpo el culo, lo estrujo desesperado. Me excita que no lleves ropa interior. Deslizo mi mano por la curva de tus glúteos, percibiendo una vez más la suave piel que hay bajo la tela. Tú adelantas la mano y me coges el paquete. Siempre me has dicho que eso es de lo que más te gusta, que te da sensación de poder, de control sobre mí. Eres zorra, muy zorra, te excita y me excita. Ya no recuerdo cual de los dos inició esta espiral de morbosa insensatez.

Me abarcas los testículos y aprietas, yo te meto la lengua dentro de la boca, esa boca que nunca me canso de conocer, que siempre me ofrece matices y sabores nuevos. Te follaría aquí mismo, sobre la mesa de la cocina, o inclinada sobre el fregadero. Sería un bonito espectáculo...

De vuelta a la mesa, las piernas apenas nos obedecen. Se nos tiene que notar algo en la cara, debemos estar encendidos, con los ojos brillantes, a mí el corazón no me puede ir más deprisa.

Podríamos haber llevado todo de una vez, sin embargo solo llevamos una parte, para tener un motivo por el que regresar a la cocina de nuevo. En esta ocasión, después de asegurarme que nuestras parejas siguen hablando en la mesa, te abrazo por detrás, y te beso en la nuca, te clavo los dientes incluso. Mis manos avariciosas aferran tus tetas y mi paquete se adhiere a tu culo goloso. Te beso el cuello y los hombros y si tuviésemos más tiempo, te lamería las axilas. Estoy que me salgo, tengo la polla mojada, chorreando por ti.

Acabada la cena, improvisamos una pequeña pista de baile en el salón, atenuando la iluminación, y bailamos cada uno con su cónyuge. Al poco, cambiamos de pareja. Por cierto, quien propone el cambio es tu marido, que le dice no sé qué cumplido a mi mujer; esta sonríe y veo sorprendido que se acoplan casi diría que demasiado ceñidos...

Esto nos da oportunidad de bailar juntos tú y yo, de rozarnos y tocarnos apenas sin disimulo. No recuerdo quien redujo las luces, se le ha ido la mano, nos ha dejado casi en penumbra. Tienes una diabólica habilidad para colocarte justo donde más me excitas, y tu olor me vuelve loco. Mi mejilla roza la tuya, mi vientre se pega a tu vientre... nos vamos a quemar.

Miro de soslayo a la otra pareja y me parece que mi mujer y tu marido están más acaramelados de lo que a una anfitriona y su invitado les corresponde. Un urticante recelo me invade; a ver si... el ceño fruncido me nubla la expresión.

--¿Qué pasa? ¿Ya no te gusto? –me soplas al oído.

-- No seas tonta, me tienes cardiaco. No es eso, ¿te has fijado en lo pegados que están aquellos dos?

-- Déjalos, también tienen derecho, ¿no? No están haciendo nada malo...

Podrías haberte olvidado la ironía en casa, guapa. Aunque se lleva mi suspicacia tu sonrisa y tu mirada, además del salvaje deseo que me estás despertando.

Tras el baile, salimos los cuatro a la terraza, a tomar una copa, que nos viene bien para sofocar los calores internos. Hace una noche magnifica, y cada cual se dispersa bien contemplando el cielo, bien en conversaciones distendidas.

En una de esas conversaciones se enfrascan nuestras parejas, rodeados de plantas y noche. Los miro y parece que están absortos, fuera de este mundo...

A hurtadillas, nos escabullimos, encerrándonos en el cuarto de baño. Saltan todas las barreras por los aires, sucede todo tan deprisa que apenas puedo asimilarlo. Te sientas en el inodoro, y me bajas la cremallera del pantalón, hurgas con tus dedos y mi polla asoma al exterior vibrando como un junco, tan ansiosa de tu boca como tu boca de ella, me das dos suculentas lamidas y las piernas empiezan a temblarme.

Me la chupas como me la has chupado en tantas ocasiones y en tantos sitios arriesgados, me llevas al límite, a punto de correrme en tu boca caliente y receptora, entonces te detienes, te subes el vestido y te reclinas hacía atrás.

Arrodillado ante ti, te abro los muslos y dejas las piernas apoyadas en mis hombros. Te doy unas lamidas por la suave piel que hay entre las medias y tu empapado coño, deslizándome hasta las ingles. Gimes, suspiras, tiras de mí, con tus dedos en mi barbilla.

Me entretengo, con la nariz rozándote el aromático higo de mis deseos. ¡Cómo me gusta olerte! Los labios de tu coño me besan, tu dulce rendija me llama, el clítoris se convierte en faro y lucero, quisiera esculpirlo con mi lengua. Lo hago y consigo que tu vientre suba y baje como un fuelle, consigo que la miel que es tu flujo nos embadurne a los dos.

A punto de correrte, me detienes y haces que me siente yo en el inodoro, te levantas el vestido y te colocas a horcajadas sobre mí. Estas caliente, mojada, caldosa, mi pene se te mete sin dificultad y se ajusta mágicamente a tu vagina. ¿Cuántas veces has bromeado con que estamos hechos a medida?

Estás muy excitada, lo noto, y cuando estás así te corres muy rápido, no puedes gritar y me muerdes los labios, la lengua. Noto tus espasmos y me sitúo al borde del orgasmo, entonces, te apartas, te inclinas sobre mí y rodeas mi glande con esos labios de chupadora de pollas, como te gusta que te llame en nuestros momentos de pasión, y haces que me corra en tu boca, me sacas la leche con regocijo, tragas o retienes, pero no dejas escapar ni una gota; después te incorporas y nos damos un largo beso deliciosamente obsceno y cómplice.

-- Esta gata no podía quedarse sin su ración de leche calentita --me ronroneas, relamiéndote los morritos húmedos.

Volvemos a la terraza con nuestras copas en la mano y una expresión de educado aburrimiento que no se la debe creer nadie.

Tu marido le está explicando algo sobre deducciones fiscales a mi mujer, tema que en absoluto es de los preferidos de ella, sin embargo, lo escucha embelesada y con su mejor sonrisa. Me fijo en que ella tiene la mano apoyada con ¿demasiada? familiaridad en el antebrazo de tu marido y el brillo de las ocasiones especiales baila en sus ojos.

Poco más tarde, llega el momento de marcharos, al despedirte de mí, me pellizcas el costado con discreción y me dices:

--Gracias por todo, ha sido una velada inolvidable.

Al quedarnos solos, mi mujer y yo volvemos a la terraza; acodados en la barandilla, contemplamos en silencio las luces de la ciudad. Con una misteriosa sonrisa y un destello preocupante en sus verdes ojos, me comenta:

--Qué buena pareja hacen…, y él es muy guapo y simpático.

Me quedo mirándola, rascándome pensativo la frente

FIN