Las memorias de M. Asunción

Recordando los pormenores de mi primera vez, a "manos" de un hombre 35 años mayor a mí.

Hola de nuevo. Soy María Asunción y quizá muchos ya no me recuerden y es que han pasado años, creo, desde mi última aparición por estos medios. Bueno, mediante mi buen amigo Carmigue…que dicho sea de paso…con quien hemos hecho buenas travesuras también, que se digna siempre transcribir lo que yo le envío. Como comprobé que se publicaban tal y como yo quería, le propuse que me ayude con un relato quizá final de mis vivencias…y es que desde hace un tiempo ando todo achacosa y, no vaya a ser que de un momento a otro…me vaya sin ver publicadas mis “memorias”…jeje.

Para los que no han leído lo que les he contado en otras entregas, quiero comenzar recordando que hace más de cincuenta años, yo era una chica del campo; la primera de la familia. Inocente aún a mis 17 años y solo conocía después de la escuela, el ayudarle a mi madre con sus haceres en la casa, con mis 3 hermanas menores y el pequeño de la casa. Mis padres me pusieron al servicio del párroco considerando su edad (unos 53 años en ese momento) y porque se conocían desde hace muchos años. Agustín se llamaba él, y para mí tenía el aspecto de un abuelo bonachón, gordo, ventrudo y de ademanes pausados. Un encanto para mí. Recuerdo que cuando llegaba a casa por mis padres, solía llamarme con cariño por mi nombre y cuando le saludaba, me tomaba por los hombros, o me daba palmaditas en la cara.

Sin poner resistencia y casi mas bien con alegría pasé a vivir en la casa parroquial. El desde el primer momento me indicó mis obligaciones: me encargaría principalmente del lavado y planchado, del arreglo de su habitación, aparte de otros menesteres. También me había señalado para mí un pequeño cuartito adosado al fondo de un corto corredor que me daba acceso al patio de la vieja casa. Su habitación inmediatamente después de la sacristía, quedaba casi enfrente de mi pequeña ventana. Al final de la primera semana yo ya tenía en mis manos el cesto de ropa para ir directo a la lavandería. Sus holgados pantalones de tela gruesa y abrigada, sus camisas siempre en tonos claros predominantemente blancos, sus ropas interiores consistentes en camisetas de algodón blanco, calzoncillos hechos a su medida, calcetines, pañuelos, y otras prendas…y posteriormente, cada dos semanas una de las tres sotanas que poseía. También me encargaba de algunas de las prendas utilizadas en las liturgias cuando era necesario. Al principio no me importaba, sabía lo que debía hacer y trataba de hacerlo con rapidez nada más, porque así podía escabullirme con la señora que se encargaba de la cocina.

En la escuela había tenido por compañeros de aula a algunos niños, con quienes simplemente fuimos compañeros de juegos. En una escuela rural, los padres saben los horarios y las rutas de ida y de regreso, así que tiempo para intimar no había. Por otra parte de alguna manera todos pertenecíamos a familias que se conocían unas a otras. Además, después de más tres años de haber abandonado las aulas no había tenido tiempo ¿? de elegir a algún amigo. Creo que el haber empezado a estar tan cerca de “éste amigo y conocido” despertó en mí  una curiosidad pero al mismo tiempo un temor. Externamente yo solo lo había visto con su sotana, era mi confesor y al principio las relaciones con él se tornaron casi un rito. Su atuendo lo cambiaba solo cuando se encontraba a solas en su habitación o cuando se dirigía a la ducha que por cierto estaba a dos pasos de su puerta, lo veía furtivamente “vestido como hombre”, como yo solía decirme para mis adentros. ¿Llegaría a verlo de cerca algún día sin su sotana? De pensarlo sentía un extraño escalofrío pero al mismo tiempo cada día que pasaba, creo que se me acrecentaban más mis ganas.

Pasaron las semanas y los meses y nos fuimos tomando más confianza. El ritual de los saludos y las órdenes se iban perdiendo poco a poco,  y él por su parte en los días calurosos, se dejaba la sotana en la sacristía y acudía a la mesa “vestido como hombre”. Fue en éstas primeras ocasiones cuando descubrí que aparte de lo abultado de su vientre, más abajo y entre las piernas, los pantalones holgados resultaban estrechos con una especie de globo que al sentarse se hacía más que evidente; y que a él sin duda le causaba malestar al notarse descubierto, espiado. Yo me sentía sonrojada, seguramente me ponía nerviosa. No sabía ni tenía la menor idea de como se vería un hombre mayor en esas partes y aquello además de llamarme enormemente la atención, me creaba confusión…además, ni siquiera había reparado aquello en algún otro hombre. Cierto que yo le había visto la “picha” a mi hermanito menor, puesto que así le escuchaba decir a mi madre, pero a mis 17 años, quizá no me había interesado y no había tenido ninguna oportunidad para haberlo descubierto antes. El solo pensarlo me hacía olvidarlo al instante y concentrarme en mis obligaciones. No podía ni debía reparar en aquella cosa. Sin embargo, me entró la curiosidad por mirar detenidamente el interior de sus grandes calzoncillos. Mientras fregaba las otras prendas, a éstos los dejaba ex profesamente para el final; mientras tanto puestos de revés, miraba y miraba las hileras de ojales y botones, las huellas del uso y por sobre todo, descubrí que entre las usuales manchas amarillentas, a veces habían unas manchitas de algo parecido a la saliva seca en toda la zona en donde debía ubicarse esa gloriosa incógnita. En mi ingenuidad pensaba: habrá estado haciendo uso de la goma, cuando le vino la gana de orinarse...y por ello esas manchas tan extrañas.

Todo el tiempo, evidentemente mantenía una lucha entre mi curiosidad y mis pensamientos, frente al respeto y a la ternura que había llegado a inspirarme. Prefería pasar todo el tiempo a su servicio o en su compañía, que retornar a la casa de mis padres. Ellos se sentían felices seguramente por las referencias que supongo les hacía.

Había pasado alrededor de un año y por motivo de alguna celebración y descanso fuimos de excursión hasta las playas del cercano río. Pasaríamos todo el día allí, con golosinas y sobre todo, disfrutando del agua en esa época de agobiante calor tropical. Fue mi oportunidad de oro para ver más explícitamente “aquello” que tanto me intrigaba: chapoteando en el agua y muy disimuladamente fui acercándome adonde él estaba. Como quien nada le interesa…trepé en unas rocas y me senté a mirarlo dentro del agua. Claro llevaba un bañador muy similar a sus calzoncillos usuales, pero al estar todo mojado…logré mirar como se dibujaba ese enorme bulto claramente bajo las cristalinas aguas…debe tener “una picha” bien grande, pensé. Con el mismo disimulo me escabullí de sus cercanías y con el corazón claramente emocionado me alejé para permitirle salir del agua y cambiarse en un sitio alejado de nosotras.

Pocas semanas después empezaría a esclarecerse para mí el rumbo que tomaría mi vida.

Sin duda alguna, hoy pienso que él se daba perfecta cuenta de mis turbaciones y como él mismo me lo diría más tarde, también luchaba en su interior para tomar una resolución que me abriría a mí los ojos, y para él significaría tener a mano, por así decirlo, una mujer que calmara por fin sus deseos desbordados. Si él no hubiera obrado como lo hizo, yo me hubiese quedado con la curiosidad y tal vez con el paso del tiempo otro hubiera sido mi destino. Nuestro destino.

Cierto día que casualmente hasta la señora de la cocina había salido para volver al siguiente día, y antes de que yo recogiera la vajilla en la noche, antes de levantarse de la mesa me dijo:

-          Marujita: después que termine vaya a mi cuarto porque quiero hablarle de algo importante.

Lo primero que me pasó por la cabeza es que quizá se iba de la parroquia y obviamente yo quizá tuviera que volver con mis padres. O es que iba a reprenderme por algo…o quizá se había dado cuenta de mis pensamientos…?

Terminé en la cocina, cepillé mis dientes y después de tomarme un respiro en mi cuarto…me dirigí hasta su habitación. La puerta la había dejado entreabierta, después que le hablé me dijo:

-          Entra Marujita, y ven siéntate aquí junto a mí. Quiero preguntarte algo.

Creo que mi corazón saltaba como loco. A pesar del cariño que le tenía, el respeto que sentía hacia él me hizo dudar. Volvió a repetirme:

-          Ven, siéntate, no tengas miedo que no voy a reprenderte.

Me acerqué y me senté junto a él en el borde de su cama pero yo seguramente me temblaba. Para tranquilizarme, me tomó por un brazo con mucha suavidad y me dijo:

-          Quiero que me respondas con franqueza a lo que te voy a preguntar. Yo sé que desde hace mucho tiempo te intriga una cosa…. ¿Quisieras conocer y coger con tus manos esto que se abulta aquí abajo debajo de mis pantalones? ¿Verdad que me miras desde hace tiempo sin saber de lo que se trata?

No lo esperaba. A pesar de mi curiosidad, no lo esperaba. Me quedé como muda. Y seguramente mi escalofrío se hizo más que evidente. Puso su brazo por detrás de mí y tomándome por el hombro izquierdo me atrajo hacia su cuerpo. Volvió a decirme:

-          Marujita, no te asustes…si no lo quieres solo dímelo. Yo no te obligaré y simplemente lo olvidamos los dos... Yo se de tu inocencia, pero también me he dado cuenta que me miras con insistencia y no vas a atreverte a preguntarme…

Después de un silencio, creo que mecánicamente le respondí con un “sí” ahogado porque me estrechó fuertemente hacia él y tomándome mi mano derecha con suavidad me la dirigió para depositarla sobre su abotonada bragueta.  Acercando su rostro a mi oído me dijo bajito:

-          Haber Marujita, desabotona con cuidado y mete tu manito adentro…

Yo había cerrado los ojos y estaba completamente muda. Mentalmente sabía que tendría que desatar al menos 5 botones en su pantalón. Si bien él me había dicho que “si quería conocer y coger con mi mano” tampoco me había dicho me permitiría “verlo”, así que supuse que su calzoncillo sería la barrera hasta donde mi mano debía llegar. No sé cuanto tiempo me tomó ese trabajo, lo cierto es que su voz susurrante me volvió a ordenar.

-          Los botones del calzoncillo también hijita, me dijo.

Entreabriendo los ojos y mas sonrojada que un tomate, terminé de desabotonarlos. Volviendo a tomarme por la muñeca, empujó mi mano hacia adentro. La tenía hecho puño, helada o palmeada, no lo sé. Lo que recuerdo es que fue una impresión fantástica: mi mano reposaba sobre una masa gelatinosa y tibia que conforme la fui deslizando, adquirió alguna forma para mí. Pero yo decididamente no sabía a lo que me estaba enfrentando y menos, como proceder. El se dio cuenta y cariñosamente me dijo algo acomodándose.

-          Primero con tus deditos, trata de cogerlo para que puedas sacarlo fuera.

Yo con mis dedos en pinza, busqué la manera de distinguirle “la picha”, pero ya me parecía que ésta no era ni tenía la forma de la que yo conocía. Al fin tirando de una piel muy suave, como suelta, logré atraparlo; pues lo tenía acurrucado y como adherido al resto de su compañía. Cuando acordé, no se cómo pero lo tenía a mi vista, salido desde su escondite. No pude y no podré nunca olvidar esa dichosa vista. La primera vez y la única “picha” de un hombre expuesta ante mis ojos: largo, delgado, muy suave y flexible, de una tonalidad oscura pero exponiendo algo abultado en el extremo. Lo miré un segundo, dos, tres, o varios minutos, no lo se… pero me atreví y lo cogí con toda mi mano. Quedaba el extremo abultado colgando por delante del tubo que hacía mi mano. Pude mirarle una especie de pequeño corte en la punta. Todo estaba completamente distinto a lo que le veía a mi hermanito. Su voz suave volvió a sacarme del trance hipnótico.

-          Ahora hijita, vuelve a meter tu manito para que conozcas esas dos pelotas que son las que se abultan tanto…las que se muestran a pesar de que quiero yo esconderlas.

Hice lo que él me pedía. Lo solté hacía un lado porque su blandura y longitud le permitía quedarse un tanto al través y volví a meter mi mano debajo de sus ropas. Para entonces creo que yo había dejado a un lado mi excesiva timidez, porque sentí que la masa gelatinosa no cabría en mi sola mano derecha. Lo que había dentro de esa enorme bolsa se movían de un lado a otro. Estaban calentitos y me parecieron unos huevos de gallina flotando dentro de una membrana tan suave que pensé podría llegar a romperse si no obraba con cautela…aunque él con su mano presionó sobre la mía para que los cogiera totalmente. Los solté, saqué mi mano de su bragueta e instintivamente tome de nuevo esa larga picha que estaba más fácil de coger afuera expuesta. Como quedaba como un flexible tubo dentro de mi puño, sin saber lo que hacía se lo restregué de adelante hacia atrás y de atrás para adelante….pude notar entonces que la rugosa piel oscura se le corría hacia adelante llegando a cubrirle la punta aún por encima de esos delicados bordes que la rodeaban…hasta para mí me estaba siendo delicioso en la mano. Cuatro, cinco, seis veces…no lo se lo que si recuerdo es que me pareció sentirlo como que se fuera a inflar…que parecía crecer. En ese trance, noté que él cerró sus ojos y como que suspiró profundamente. Se lo solté porque creí que le había hecho daño. Me quedé quietecita.

Abriendo los ojos me miró fijamente y me dijo:

-          Marujita, hijita….quisieras jugar como lo acabas de hacer…si tú supieras lo que se siente….cuantas veces lo he hecho con mi mano, ahora hazlo tú con las tuyas….quisiera quitarme el pantalón porque te estorba, verdad?

Seguramente solo alcancé a hacerle una señal afirmativa. Antes de ponerse de pie, me tomó la cara con sus dos manos regordetas y acercándose, puso sus labios sobre los míos…Un beso!! me dije para mis adentros…me ha besado!! Nos pusimos en pie los dos y yo le eché mis brazos a su cuello buscando repetir aquello que acababa de sucederme. El por su parte no opuso resistencia alguna…si es que hubo alguna, yo acababa de romperla para siempre. Qué tiempo habremos estado besándonos, nunca lo supe…lo que rompió mi enajenamiento fue cuando sentí que “algo” estorbaba entre nosotros allá abajo. Cuando bajé la mirada, él ya había hecho caer su pantalón en el suelo y  ahora lo tenía delante de mí apenas cubierto con su calzoncillo, mientras que la picha se le balanceaba muy crecida saliéndose de la bragueta. Me condujo con ternura hacia su cama y nos recostamos uno al lado del otro no sin antes quitarse su camisa. Lo tenía así, como siempre imaginé que sería imposible de mirarlo, tan solo en ropa interior. Tomándome las manos me dijo:

-          Marujita, ahora termine de quitarme el calzoncillo para que me haga lo que me estuvo haciendo antes.

Así fue. Desabotoné un último botón y procuré bajárselo lo más que pude debido a su gran peso. Ya con todos mis sentidos completamente despiertos pude contemplar de cerca, por primera vez en mi vida lo que sin saber yo había estado anhelando desde hace mucho tiempo: el pene y el escroto del hombre que llenaría de placer mi vida. Un pene que sin ser descomunal me haría gemir de gozo; unos testículos ellos sí, bien grandes y siempre muy bien rebosantes dentro de una colgante y delicada bolsa. No creo faltar a su memoria, porque lo que llenó nuestras vidas desde ese instante, lo buscamos y lo aceptamos los dos.

Cuando lo tuve casi desnudo ante mí, pude apreciar la conformación de aquel bulto que tanto me intrigara. Se me antojó completamente delicioso a la vista: lampiño y de un decidido tono marrón. Adentro y como si estuvieran sueltos, un par de testículos bien grandes. Apenas si tenía un corto mechón de ensortijado vello en la base de su pene. Un gran prepucio cubría hasta casi encerrarlo completamente al glande cuando se encontraba en reposo, pero ahora en ese preciso instante, al estar a  medio despertar se había corrido hacia atrás

Jugué como me lo pidió y con sus consejos, desde el primer instante aprendí a manejar esa prenda tan sabrosa. Primero estuve subiéndole y bajándole la capucha sobre su adormitado glande, luego cuando ya estuvo completamente duro y levantado, me pidió que amasara sus pelotas…y saben qué, estaba olvidando contarles que al estar tan cerca haciendo ese trabajo, no me había percatado que un agradable aroma a hombre llenaba mis sentidos, y eso junto a todo lo demás, hacían que  empiece a notar una humedad entre mis piernas…pero no le dije nada, creo que aún sentía algún recelo. Después de un buen rato entre masajear y frotar…tenía ante mí un espléndido pene: derecho, no demasiado grueso y con su glande completamente expuesto y es más, noté que en esa pequeña abertura de la punta, brotaba algo líquido…me asusté un poco…quizá fuera orina, pensé…pero accidentalmente se frotó en mi mano y vi que era un líquido viscoso y ligoso que comenzó a mojarle toda la punta. Sus palabras hicieron que rompa mi silencio.

-          Hijita…¿quisieras permitirme que lo meta dentro de ti, dentro de tu aberturita?  Me dijo, mientras se lo agarraba firmemente con una de sus manos. El sabía perfectamente que yo era virgen y sabía que éste era mi primer encuentro.

Procuraré no hacerte doler, y tú misma con tu manito podrás hacerlo que se meta….lo          quieres?

Seguramente es por eso que yo siento esa humedad entre mis piernas…seguramente lo quiero me dije…y es allí en donde él quiere que se meta….. Sí papito, le dije y entonces me pidió que me quitara mis vestidos para ser él quien me quite la ropa interior. Así lo hice, y él fue el encargado de despojarme de mi ropa interior. Cuando me hubo quitado mis calzones, lo ví como se los llevaba hasta la nariz, para darles un respiro muy profundo… El también se quitó su camiseta y los dos desnudos caímos abrazados en la cama. Me besaba desaforadamente y con sus manos comenzó a recorrer suavemente mi espalda, mis senos, mi cintura, mis nalgas y rodeando uno de mis muslos llegó hasta mi entrada. Me corrió un escalofrío por la espalda, pero evidentemente el deseo me ganaba. Lo dejé que me explore con una delicadeza desconocida que aún ahora me hace temblar…sabía como despertar en mí el deseo de ser poseída por él. Con dos dedos, hacía como que separaba los bordes de mi entrada…ponía un dedo en mi entrada…dejando de besarme se bajó hasta quedar con su cara de frente  y separándome un poco las piernas estampó sus labios en mi centro para acto seguido introducir algo de su lengua. La barba áspera me rosaba y encendía mucho más todos mis deseos……Creo que habré gritado…porque con una voz de ternura me dijo:

-          Como se ve que soy el dichoso hombre que hace esto por vez primera. Déjame hijita que yo no te haría ningún daño….quiero saborear tu abertura antes de entrar…¿deseas perder tu virginidad conmigo?

Continuó con sus caricias y yo ya estaba hecha un charco, no sabía qué ocurría dentro de mí porque lo que sentía era algo completamente indescriptible para mí. Para esas alturas seguramente yo misma le pedía que me diera lo que él tenía entre las piernas. Se incorporó, me pidió que me recostara de espaldas y con la cabeza en la almohada; luego con cuidado  como si montara a caballo pero sin oprimirme el pecho avanzó hasta que su pene quedó apuntándome la cara y sus enormes pelotas, descansaban entre mis pequeños senos. Me dijo.

-          He querido probar yo y que pruebes tú también…me han dicho que es una manera casi igual a que si te la metiera allá abajo... Cógelo dentro de tu boca, pero si no te gusta me lo dices…

Creo que abrí desorbitadamente los ojos, pero al contemplar así tan de cerca esa cosa balanceándose y además sintiendo la tibieza de sus huevos sobre mí, yo misma lo tome con mi puño y me lo fui acercando a los labios. Lo froté contra mis labios, en mi nariz, en mis mejillas. Sentía esas gotas cristalinas y pegosas regándose en mi cara… y ese aroma que era su distintivo, venció mi resistencia. Sacando la lengua le lamí la punta y los filos de su glande….pude ver como su rostro se desencajaba del placer que debía haber sentido, por vez primera según él mismo lo había dicho. Lamí todo su gigante escroto y las pelotas que ahora lejos de estar suaves y colgantes en su bolsa, las notaba pegadas a la base de su pene…Después de un rato lo tenía dentro de mi boca, evitando que se roce con mis dientes. Ahora, con los ojos bien abiertos y los oídos aguzados. Claramente podía ver su rostro de felicidad y los gemidos que escapaban de su pecho. Mientras eso hacía, su mano me había tomado la mía para pasándola por detrás de su nalga agarrarle aunque sea solo en parte su colgante escroto. Los dos nos pusimos como locos….yo ya me sentía una maestra, y con la boca y con las manos atrapaba aquello que tanto había soñado.

Como él guiaba mis acciones, entendí que parara. Así lo hice y entonces él se retiró, bajó hasta el pie de la cama y me pidió que abriera bien las piernas. Acto seguido se montó encima, puso sus rodillas dobladas a cada lado de mis piernas y con su cuerpo levantado. Me dijo:

-          Es el momento hijita….cógelo con tu manito y llévalo hasta la entrada…despacito trata de que se vaya metiendo. Yo voy a empujar…. Y si te duele, me dices….

Así lo hice. Le agarré su agrandado y quemante pene y lo acerqué hasta la abertura misma. El por su parte lo sentí como iba bajando su cuerpo de a poquito…Cuando su glande empezó a abrirse paso…sentí una sensación de ardor, pero el cosquilleo del deseo hacía que no dijera nada…yo lo sentía como avanzaba dentro de mí. Muy lentamente llegó hasta un punto en el que pareció detenerse y cuando menos lo esperé, una sensación como de una punzada de aguja o algo así, me hizo sacudir…¿Te duele? Me dijo….yo apenas si le balbucí un no. Cuando menos acordé, sentí como había llegado hasta lo más profundo de mis entrañas…sus huevos reposaban un poquito más abajo entre mis piernas y su cuerpo gordo, casi me inmovilizaba por completo. Empezó un movimiento que a mí se me antojó fuera eterno…sentía como su pene avanzaba y retrocedía haciéndome unas cosquillas como jamás imaginé que existieran en parte alguna de mi cuerpo….al hacer el movimiento de regreso, sentía como si me arañaran las paredes de mi vagina… Como por momentos me besaba…yo sentía que me asfixiaría de un momento a otro. Me asaltaba algún  temor, pero al mismo tiempo quería que no se terminara. Cuánto tiempo habrá estado haciendo su trabajo? …en ese tiempo no lo supe. Más tarde y con las repeticiones me percataría que quizá él hubiera sido la envidia de algún actor de pornografía. Yo seguramente alcancé unas cuantas veces el clímax, por la forma en como quedó la cama de mi hombre. Lo cierto es que olvidados los miedos mutuos, él me dio placer hasta que unos gemidos roncos y profundos escaparon involuntariamente de su pecho.

-          Ah, ahhh, ahhh, ahhhhhh….

Yo me asusté…¿Qué le pasa? Le dije sobresaltada.

-          Na..da….na..da…no es nada….solo que se me va a derramar. –dijo-

A los pocos segundos, yo sentía como un río lanzado casi a presión me golpeaba dentro. Hera cálido y parecía que no se detendría jamás…lo podía apreciar a ese largo pene latiendo, vibrando de placer dentro de mí, y a su dueño gimiendo a viva voz… al mismo tiempo de esto, el me apretujaba con los brazos y con su vientre…parecía que quisiera atravesarme con su espada en ese mismo instante. Yo también lo abracé con todas mis fuerzas y él se derrumbó literalmente sobre mí. Hera increíble, la sensación…me sentía llena de “eso” que mi papito acababa de lanzar…¿qué era?, un líquido  que se derramaba y corriendo por entre mis piernas se perdía por mi ano…pero, qué era?...Ya tiempo habría para saberlo, por  ahora algo empezaba a desinflarse dentro… Poco a poco, casi ya no lo sentía pero sabía que permanecía dentro de mí, porque él no se había movido para nada. Solo después de unos minutos y creo que volviendo en sí, se alzó un poco con los brazos y yo pude percatarme que aquel gozoso pedazo de carne había vuelto al estado en el que lo ví, hace unos minutos atrás…cuando recién él me había pedido que “si quería conocerlo”, y solito habíase escapado de su encierro. Igual, ahora su enorme escroto parecía más enorme, por lo suelto y dilatado que se hallaba. Prácticamente se viró hacia un lado, pasó su brazo por debajo de mí y los dos nos abrazamos por no se qué tiempo. El se durmió y yo también, aunque entre salto y sobresalto. Lo máximo me había ocurrido sin mucho proponérmelo. Fue en esos momentos mientras él dormía envuelto en una aura de placer, que yo decidí que me lo repetiría una y mil veces más siempre que él lo quisiera. Cuando él lo deseara. Que no me importaría las habladurías de la gente, y hasta el disgusto de mis padres. Que ya no lo dejaría más…pase lo que me pase. Que la diferencia de edad no me importaba, porque tenía lo que me había gustado sin yo saberlo…y porqué no, si él también lo quería, quizá le daría también un hijo…

Pd.- Este año 2017 son cincuenta años de aquello, pero lo recuerdo como ayer. En los casi 35 años que estuvimos juntos, nos lo repetimos un montón. Me enseñó todo y lo hicimos casi hasta el cansancio. A pesar que dicen que la edad es un obstáculo en el hombre, para él, casi nada…hasta los 85 estuvo activo. Claro, después de los ochenta con dificultad, ya pocas veces y en ocasiones simplemente hablando de nuestras vivencias y recuerdos, jugando a recordar aquel primer encuentro que también lo marcó a él para siempre. Colgó las sotanas…y sí, también le di dos hijos! Me olvidaba, su amigo íntimo carmigue, quedó recomendado por él…para que fuera yo quien le trasmitiera toda “nuestra sabiduría”…jeje