Las Memorias de Adam

Cathy tampoco dejó de mirar la escena, aunque se sentía avergonzada por espiar aquel acto de intimidad suprema entre sus padres...

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Tom y Cathy exploraban su nueva casa, había multitud de habitaciones en las dos plantas de la mansión e incluso un sótano donde se apilaban sin orden ni concierto muebles viejos y cachivaches de todo tipo, todo cubierto de polvo y en el mejor de los casos, protegido por sábanas blancas que por el paso de los años se habían vuelto grises por la capa de polvo acumulada, quedando la tela amarillenta y quebradiza por el paso del tiempo.

Sin duda estaban excitados ante su nueva casa, habían estado correteando por los pasillos adelantándose a sus padres, viendo todas las habitaciones, y habían acabado finalmente en aquel oscuro sótano, que se mostraba misterioso, lóbrego y tenebroso, recordando a las pelis de “gore” donde la chica rubia y guapa bajaba en la oscuridad sin sospechar que el psicópata de turno la aguardaba entre las sombras para degollarla.

Bajaron a tientas y se adentraron en la oscuridad. De repente sus gritos y carcajadas habían cesado y el silencio se abría camino delante suyo. Tom que iba detrás de su hermana intentó asustarla gruñéndole en la oreja, pero ésta no se dio por aludida e intrigada buscó en la pared algún interruptor que encendiera la luz.

Por las rendijas de las ventanas tapadas con maderas por fuera, se colaban haces de luz, que a modo de láseres se proyectaban en el suelo, haciendo brillar multitud de partículas de polvo en suspensión. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Tom vio una luz que colgaba en el centro de la estancia, se acercó y observó que de ella caía un cordón así que con algo de asco lo cogió y tiró de él.

Inmediatamente la luz se hizo, una luz amarillenta y mortecina, atenuada por la capa de polvo que cubría la bombilla, iluminó con luz espectral aquel sótano, iluminando la estancia para ellos.

Allí había un baúl, de madera con remaches de chapa metálicos en las esquinas y tiras metálicas circundándolo para darle mayor firmeza. Estaba colocado en el suelo, junto a una pila de otros objetos y muebles tapados con sábanas, pero a diferencia de éstos, no estaba cubierto.

Cathy fue quien primero reparó en él y acercándose intentó levantar la tapa sin éxito. Tom se acercó a ayudarla y poniéndose en cuclillas concluyó:

— Está cerrado Cathy, debería haber una llave en algún sitio que lo abra —dijo con cierta desilusión.

— ¿Qué contendrá, no sientes curiosidad por saberlo? —preguntó Cathy excitada ante la idea de los secretos que contendría.

— No sé, podemos buscar la llave a ver si está por alguna estantería o repisa —propuso Tom.

— ¡Perfecto, hagámoslo ahora mismo! —exclamó Cathy ilusionada ante la aventura que se presentaba.

Revolvieron por todos lados, provocando que parte del polvo pasase a estar en suspensión y poco a poco una neblina gris se fue formando en aquel lóbrego lugar y tras mucho buscar y rebuscar no hallaron indicios de la supuesta llave que abría el cofre, el cofre del tesoro, como ya lo habían bautizado durante su búsqueda.

Una voz se oyó, venía desde arriba, era su madre, quien los llamaba anunciándoles que iban a a comer. Así que abandonaron la búsqueda y subieron las escaleras de piedra hasta la primera planta de la casa.

Cuando su madre los vio aparecer una expresión de horror cubrió su cara.

— ¡Pero chicos, qué habéis estado haciendo! —exclamó exaltada.

— Nada mamá, sólo estábamos viendo el sótano —contestó Cathy con su voz dulce y aterciopelada.

— ¡Pero mirad vuestras ropas y vuestras caras, si tenéis hasta el pelo blanco! ¡Por dios bendito parecéis almas en pena! —añadió su madre.

— ¿Pasa algo Karen? —preguntó su padre acercándose desde la puerta principal.

Al verlos su padre no pudo evitar que una carcajada saliese de su boca ante el aspecto que tenían sus dos hijos. Karen se lo reprochó, pues para ella no tenía ninguna gracia. En ese momento Cathy se acercó a un espejo que había junto a las escaleras que subían a la segunda planta y entonces se contemplo con extrañeza, a los pocos segundos se unió a las risas de su padre...

— ¡Es verdad, mira Tom, parecemos fantasmas! Fantasmas salidos de ultratumba, ¡buh! —explicó volviéndose a su hermano y poniendo sus manos en forma de garras amenazantes.

Finalmente su crispada madre terminó por relajarse y se unió a las risas de todos. No tuvieron más remedio que cambiarse y asearse como pudieron pues la mudanza aún estaba sin hacer y sólo tenían pequeños equipajes que habían traído consigo.

Los días pasaron, sus muebles y enseres llegaron y tras una limpieza a fondo de la casa, ayudados por gente del pueblo cercano a la que contrataron, terminaron de adecentar aquella vieja mansión. El resultado final fue altamente satisfactorio, la casa lucia un aspecto victoriano esplendoroso al terminar de limpiar la fachada de la enredadera que crecía desde una esquina y que la había cubierto casi por completo.

Y así comenzó su vida en aquel apartado lugar, sin duda un cambio brutal desde la superpoblada New York a aquel pueblecito perdido en el condado de Kansas, cerca de Wichita, la ciudad más cercana a ellos. Pero, ¿cómo habían terminado allí, en un lugar tan apartado, tras vivir en la cosmopolita New York?

Richard, que así se llamaba su padre, antes era broker en New York, trabajaba 12 horas diarias y apenas veía a su mujer y a su familia. Únicamente se reservaba los fines de semana para ellos y en alguna ocasión ni eso. Trabajó de este modo durante años, perdiéndose muchos momentos familiares y gran parte de la infancia de sus hijos, hasta que un día casi llegó su hora. Un ataque al corazón, mientras trabajaba estuvo a punto de llevárselo por delante. Terminó postrado en un hospital durante semanas.

Cuando salió su cardiólogo le recomendó encarecidamente que cambiase de estilo de vida, de lo contrario no sobreviviría a un segundo ataque. Y así lo hizo, se despidió de su empresa, invirtió sus ahorros y guardó parte de ellos para trasladarse a vivir al campo. Desde allí pensaba seguir invirtiendo, pero a más bajo nivel su propio dinero, para poder continuar con su vida, pero ahora de una manera completamente distinta, intentando recuperar el tiempo perdido con su añorada familia.

De modo ahora dedicaba algunas horas del día a informarse y mirar la bolsa, cambiar algunas acciones, comprar o vender, pero sin agobios ni presiones. El resto de la jornada lo empleaba en la granja que había comprado y que estaba decidido a cultivar para ocupar el resto de su tiempo y compartirlo con su familia, pues todo aquello le había hecho apreciar el verdadero valor del tiempo.

Karen tenía un trabajo menos estresante que el de su esposo en la ciudad, era secretaria en la empresa donde Richard trabajaba, allí se conocieron y se casaron. Así que cuando le ocurrió el incidente a su marido no dudó en apoyarlo y dejar su trabajo también. De manera que pasó a ser ama de casa y a estar mucho más tiempo con su marido y sus hijos. En el fondo agradeció profundamente este cambio pues su relación de pareja se estaba resintiendo, debido al poco tiempo que pasaban juntos y a las tensiones que esto les provocaba y que les había distanciado tanto que ya apenas tenían relaciones.

En cuanto a sus hijos, Tom y Cathy, eran adolescentes, se llevaban algo menos de dos años y desde pequeños estaban bastante unidos, peleaban con frecuencia pero en el fondo se querían y siempre hacían las paces tras un enfado. Iban al instituto así que con el cambio perdieron sus antiguos amigos y tuvieron que volver a empezar, ahora irían al instituto del pueblo más cercano, pero todavía les quedaban las vacaciones de verano por delante antes de volver a las clases.

Así que, sin otra cosa que hacer, se dedicaban a holgazanear, explorar los alrededores de la finca y a bañarse en pequeño lago cercano, donde había un embarcadero hecho de madera que se adentraba en el agua y que, sin duda sería su diversión preferida en el caluroso verano que ya estaba aquí. Aunque ellos también habían acusado el cambio, en cierta medida el haber vivido siempre en una ciudad y ahora verse rodeados por campos hasta donde alcanzaba la vista, no les desagradaba como se podría pensar, sino todo lo contrario, les gustaba su nuevo hogar.

Trascurridas dos semanas desde su llegada, una calurosa noche en la que Tom no podía dormir, oyó un ruido, como un lamento, o bien un quejido. Curioso, pensó en que alguna ventana al moverse lo habría provocado, pero no corría ni una gota de aire. Entonces volvió a repetirse y esta vez lo identificó como un sonido “humano” de mujer. Pensando en que fuese su hermana que dormía en la habitación contigua, se levantó y se asomó a la puerta que las dividía. Estas habitaciones tenían esa particularidad, aparte de las puertas que daban al pasillo, tenían una puerta que las comunicaba así que la usaban para pasar de una habitación a otra a veces, sin tener que salir al pasillo.

El sonido de su respiración profunda le hizo deducir que su hermana dormía. Estando junto a la cama de su hermana volvió a oír el quejido, con más curiosidad decidió despertar a su hermana y contárselo a ver si ella también lo oía o era solo él que se estaba volviendo loco.

Efectivamente ella lo oyó igualmente cuando al poco éste se repitió. Así que ambos decidieron investigar, lanzándose al pasillo de madera descalzos. Avanzaron por él hacia el fondo y cuando hubieron avanzado unos metros lo oyeron con más claridad. Sin duda procedía del final, justo donde estaba el cuarto de sus padres.

Pensando en que alguno se encontrase mal, se acercaron y como sus habitaciones encontraron la puerta abierta con la esperanza de que alguna racha de aire refrescara las habitaciones. Allí, junto a la puerta lo oyeron con más claridad, el sonido procedía del interior y parecía que era su madre quien emitía aquellos “misteriosos” quejidos, por lo que el misterio, en parte, había quedado resuelto, aunque no saciada la curiosidad de sus hijos.

Tom quiso asomarse al marco de la puerta y ver lo que hacían. Tal vez sospechaba ya que pasaba, su hermana en cambio le tiraba del brazo y le indicaba que se fuesen, en cierto modo sintiéndose avergonzada por lo que iba a contemplar su hermano. Después de todo ella era casi dos años mayor que él, más avanzada en su pubertad y por tanto en conocimientos sobre relaciones humanas. Pero no hubo manera, Tom se asomó y allí contemplo el panorama...

De espaldas a la puerta, su madre estaba sentada sobre las piernas de su padre, que permanecía tumbado sobre la cama, viendo únicamente sus pies bajo el peso del cuerpo de su madre. La claridad provocada por la luna llena que lucía en aquella calurosa noche de verano y que se colaba por el ventanal del dormitorio marital, iluminaba sus cuerpos desnudos con sus rayos plateados, ella estaba de espaldas a su posición.

Su cabellera rubia y rizada era sujetada por sus brazos, llevados a su nuca, mientras ella, con acompasados movimientos, subía y bajaba flexionando sus rodillas y caderas, cabalgando dulcemente a su esposo, con gran placer por su parte. Giraba su cabeza de un lado a otro y la pegaba a sus brazos mientras se sujetaba el pelo, luego se inclinó hacia adelante y cayó sobre el pecho de su hombre, apoyando las manos sobre las sábanas y levantando más su culo, pasó a follarlo con suaves movimientos de cintura.

Tom, estaba anonadado, el culo de su madre, iluminado a la luz de la luna se mostraba esplendoroso, junto a su espalda bien formada, con las costillas y todos los huesos de la misma marcados. Pero su culo, ¡ay su culo!, le llamó especialmente la atención por cómo este reflejaba los rayos lunares... Aquello era otro cantar, en la posición actual, ligeramente inclinada hacia adelante, cuando subía se le venía con mayor claridad, ¡tan redondo, tan perfecto, tan sensual! Que Tom sintió nacer su excitación en sus clanzoncillos.

Cathy mientras tanto estaba detrás suyo, asomada por encima de su hombro. Vencida por la curiosidad al verlo a él mirar el espectáculo, contemplandolo con una mezcla de estupor y curiosidad, cómo sus padres hacían el amor.

Tom intentaba fijar la vista en la parte oscura bajo el culo de su madre, donde sin duda su vagina era atravesada por el falo paterno y en los juegos de luces y sombras creía adivinar las formas, aunque en realidad aquí su imaginación ponía más de su parte que la visión real, pues lo que no estaba iluminado directamente por los rayos lunares se convertía en una mancha negra informe. Cuando su madre subía el trasero, especialmente se marcaba la unión de sus cachetes, para acto seguido volver a caer sobre la verga erecta clavándosela hasta lo más íntimo, enfundándola en su vagina como el sable entra en su vaina..

Cathy tampoco dejó de mirar la escena, aunque se sentía avergonzada por espiar aquel acto de intimidad suprema entre sus padres. Ella era ya toda una mujer, hacía años que tenía el periodo y había empezado a explorar su sexo, especialmente en los momentos húmedos de la ducha, usando la alcachofa y jugueteando con las presiones del agua sobre su clítoris, había conseguido orgasmos deliciosos. Y ahora que contemplaba un acto sexual pleno, tan solo a unos metros de ella, y aunque pensar que eran sus padres quienes lo hacían le causaba bochorno, en su entrepierna sintió la humedad de su sexo comenzó y la excitación le subió hasta la boca. Ella lo notaba, casi podía olerlo, pues conocía bien el olor de su sexo cuando la calentura que subía desde sus bragas hasta su pituitaria.

Mientras ambos contemplaban el acto, extasiados, la acción comenzó a acelerarse, como si le hubiesen dado al avance rápido de vídeo. Su padre agarró por la cintura a su madre y sujetándola con firmeza, empezó a darle fuertes embestidas desde debajo suyo, provocando sonoras palmadas cuando sus muslos chocaban contra su culo, clavándosela con gran rapidez y fuerza.

A partir de ahí, su madre gimió más fuerte y comenzó a girar la cabeza de nuevo, lanzando su larga melena rubia hacia adelante y hacia atrás, en una explosión de placer supremo. Para finalmente caer abatida y sudorosa de nuevo sobre el pecho de su marido.

Ahora todo era como a cámara lenta, mientras sus caderas y su culo seguían moviéndose despacio, aún con la verga clavada en lo más íntimo de su ser, parecían disfrutar de los momentos finales del acto que ya terminaba, recuperando la respiración tranquila y profunda tras las penetraciones despedidas de hacía apenas unos instantes.

Cathy, al ver que todo había acabado ya, tiró con fuerza del brazo a su hermano y se lo llevó de allí. Ambos volvieron, silenciosamente como gatos en la noche por el pasillo, en dirección hacia sus dormitorios.

— ¿Has visto lo que hacían? ¡Qué polvo han echado!, ¿no? —exclamó exultante Tom nada más entrar al cuarto de su hermana. Cathy le ordenó silencio, temerosa de que los oyesen.

— No hemos visto nada, ¿me oyes? No se te vaya a escapar delante de ellos —le advirtió.

— ¡Si claro, es que es la primera vez que veo follar en directo! —exclamó Tom con sinceridad apabullante.

— No seas guarro Tom, anda y acuéstate, ¿vale? —le apremió empujándole a través de la puerta intermedia hacia su cuarto y cerrándola cuando consiguió hacerlo pasar al otro lado.

Ambos se echaron en sus camas, sin duda rememoraron las sensuales escenas contempladas y a su manera, cada uno las disfrutó. Cathy se acarició su chochito sintiendo especial goce al hacerlo, hundiendo sus dedos en su surco tan húmedo y lubricado, que estos apenas encontraban resistencia, ¡fue delicioso!

Mientras tanto, en le dormitorio anexo, Tom, que tenía su pene tremendamente duro y se lo acariciaba suavemente rememorando el acto que acababan de contemplar. Finalmente abandonó sus caricias, pues aún no llegaba hasta el final de la masturbación, y echado con los brazos hacia atrás, su mente se recreó en cada detalle, en cada momento, en cada sonido, memorizándolos como si temiera no recordarlos mañana y que todo hubiese sido un sueño. Con el tiempo sin duda, así sería, pero hoy era real, ¡y el recuerdo estaba fresco aún en su memoria!