Las Memorias de Adam (7)
¡Tom, esto es un poco inapropiado! ¿Sabes? Pero probaré a ver si consigo un orgasmo y si no...
Hoy su padre tenía que ir de nuevo al pueblo cercano e invitó a ir a la familia, aunque su convocatoria no tuvo mucho éxito. Karen se quejó de que tenía jaqueca y Tom dijo que prefería jugar a la videoconsola. De modo que volvieron a partir padre e hija solos, como ya hicieran la semana anterior.
En el fondo Tom pensaba en volver a espiar a su madre, por si ésta iba al granero otra vez a probar de nuevo el sexo con animales, pues desde la semana pasada no había tenido oportunidad de hacerlo con toda la familia en casa. De modo que se encerró en su cuarto cuando su padre y su hermana se marcharon, a ver si su madre salía para ir tras ella.
Pero el sorprendido fue él cuando su madre nada más ellos marcharse, entró en su habitación y se sentó a su lado en la cama para verlo jugar. En principio no le importó, pero conforme pasaban los minutos fue impacientándose. Ella le preguntaba por el juego de carreras de deportivos al que estaba jugando, como si fuese la primera vez que viese uno de aquellos juegos, incluso le pidió que la enseñara a jugar, tumbándose en la cama junto a él.
Con paciencia Tom lo intentó, le dejó el mando y le explicó cómo se jugaba. La verdad es que fue un desastre, no paraba de salirse de la pista y hacía trompos en las curvas, aunque todo esto parecía divertirle más que si lo hiciera bien y no paraba de reír escandalosamente. Entonces Tom le cogió el mando por encima de sus manos e intentó explicarle cómo se jugaba presionando el mando con sus dedos sobre los de ella.
Con sus brazos entrecruzados y apoyados sobre el mando, de repente se dio cuenta que sus tríceps estaban en íntimo contacto con sus senos. El contacto le erizó el vello y se excitó casi de inmediato, rememorando imágenes en su cabeza, donde su madre se lo montaba con el caballo. En esos momentos el coche se salió de la pista y dio vueltas de campana “virtuales”. Su madre ahora se rio de él y le preguntó qué le había pasado. El hijo, se puso colorado y sin dar muchas explicaciones volvió a las prácticas de conducción.
Tras aquel incidente, Tom se mostró más interesado por seguir enseñando a su madre y se olvidó de sus planes iniciales, pues en el fondo le gustaba tenerla allí, a su lado.
Al tenerla tan cerca también vinieron a su mente los recuerdos de la noche en que su hermana y él creían que un espíritu vagaba por la casa y resultó que los producía ella retozando encima de su padre, dando quejidos de placer. Este recuerdo le hizo sonreír y de nuevo su excitación creció bajo su calzoncillo. Su madre se interesó por el súbito humor que le sobrevino y él disimuló dando alguna excusa sobre lo mal que conducía en el juego. Al mismo tiempo disfrutó del fino perfume que usaba, llegando éste a saturar su pituitaria.
Tras un par de horas de juego conjunto, lo dejaron, su madre insistió en dar un paseo por el lago juntos, así que decidió complacerla y la acompañó. Allí estuvieron conversando sobre todo un poco, pero más que nada pasaron el rato, mientras lanzaban piedras al agua para practicar el salto de la rana.
Se hizo tarde y volvieron. Tom puso la mesa mientras su madre le preparaba huevos fritos, patatas y hamburguesa, su comida favorita, no muy saludable, pero sin duda muy apetitosa. Ambos comieron hasta hartarse, y tras la copiosa comida vino la siesta. Tom cayó en un profundo sueño, del que tardó una hora en despertar. Sin duda su primer pensamiento fue para su miembro que yacía erecto en su calzoncillo, así que de un salto se incorporó y poniéndose bermudas y camiseta salió a hurtadillas para ver si su madre dormía aun la siesta, vestida sólo con sus braguitas como solía hacer. Pero al asomarse al dormitorio no la halló allí, de modo que pensó que podía estar en el establo y sintió cómo se le aceleraba el corazón con la sola idea de volver a espiarla en tal situación.
Mientras se dirigía hacia el establo recapacitó sobre la mañana, lo extrañamente cercana que había estado su madre, más que de costumbre y se preguntó el porqué de tal actitud. Acaso podría estar preocupada por él desde que le contó lo que le ocurría, es decir, ¿que no conseguía masturbarse? Finalmente estos pensamientos se disolvieron, pues ahora sus pensamientos se centraban en otra cosa, ¿estaría en el establo?
Entró sin hacer ruido y se acercó a las cuadras, pero lamentablemente allí no había nadie. Así que pensó dónde podía andar su madre y sólo se le ocurrió que podía haber ido a bañarse, pues a lo mejor ya había estado allí, así que se puso de nuevo en camino.
Efectivamente su madre estaba sentada al final del embarcadero, remojando sus pies en el agua. Pensó en acercarse sin que la oyera para darle un susto, pero las maderas del embarcadero lo delataron al primer paso. Su madre se giró y no pareció sorprenderse de verlo.
— ¡Hola cariño!, ¿ya te has levantado de la siesta? —le preguntó con una sonrisa cariñosa en sus labios.
— Si —dijo él sentándose a su lado.
Para su sorpresa su madre le echó el brazo por encima de los hombros y lo acercó hacia ella.
— ¡Oye!, ¿has estado e el establo? —le preguntó nada más tenerlo al lado.
— Bueno sí, he pasado por allí. Me levanté de la siesta y no sabía dónde estabas y andaba buscándote —le explicó Tom.
— ¿Y qué iba a hacer yo en el establo con este calor? —le preguntó su madre extrañada.
Tom quedó mudo y no supo qué responder así que intento poner una vaga excusa.
— ¡Ah pues no se! Pensé que estarías echándole de comer a los caballos —exclamó Tom algo nervioso.
Se hizo un pequeño silencio entre ambos, como si ninguno supiese cómo continuar la conversación.
— Por cierto mamá, tú también hueles a establo, ¿no decías que no habías estado allí? —dijo Tom de repente sorprendiendo ahora a su progenitora.
— ¿Yo? Dijo ella oliendo su ropa disimuladamente. ¡Ah pues si! Como bien habías pensado, pasé a darles agua a los caballos antes de venirme para aquí, tu padre me hizo el encargo —dijo su ella poniéndose colorada.
— Entonces, habrás visto al macho ¿Qué pollón tiene, no? —dijo Tom riéndose, algo que no hizo ninguna gracia a su madre.
Karen realmente no sospechaba que Tom supiese su secreto, pero lo cierto es que le intrigaba su comentario y el que fuese a buscarla al establo directamente.
— ¡Pero Tom, que cosas dices! —dijo Karen sin darle importancia a su broma.
— ¿No te dan ganas de cogérsela sólo para ver cómo se siente en las manos? —insistió Tom divertido.
— ¡Vasta de bromas Tom, yo nunca haría algo así! -exclamó Karen muy enfadada.
— Venga mamá, no pasa nada el caballo estaría agradecido de unas caricias tuyas —rio Tom de nuevo tratando de poner paz.
Tom intentó echarle el brazo por sus hombros, pero Karen lo rechazó, se sentía humillada, y lo cierto es que efectivamente había tenido su sesión de sexo con el caballo lo cual la ponía muy nerviosa tan sólo de pensar que Tom pudiese conocer su gran secreto.
El muchacho decidió no acosar más a su madre, aunque él también sospechaba que ella había tenido de nuevo una sesión de pasión animal, ya que su olor corporal la delataba, como decía la famosa frase de Woody Allen, el olor a sexo sucio.
— Lo siento mamá, no quería ofenderte —dijo finalmente Tom.
— Está bien Tom, pero no me gustan esas bromas —contestó ella intentando serenarse.
— ¿Oye mamá, cómo fueron tus primeras experiencias sexuales?
La pregunta sorprendió a Karen, pero como por fin dejó el tema del establo, en el fondo se sintió agradecida por el cambio de tema y pensó en contarle algo acerca de lo que preguntaba.
— ¡Oh, pues bueno...! —dijo Karen algo nerviosa—. Déjame pensar, yo vivía con los abuelos a las afueras de la gran ciudad y la verdad es que no me relacioné con chicos hasta que fui bastante mayor.
— ¡Venga mamá, seguro que tuviste alguna relación antes! ¡Vamos, cuéntamela! Por favor.
— Pero es que, una señorita no habla de esas cosas hijo —dijo Karen intentando esquivar su curiosidad insana.
— Lo entiendo mamá, pero es que me gustaría que me hablases de esos inicios, no se, sería como una clase de educación sexual para mi, ¡venga cuéntame algo mamá, no seas una esnob!
La mujer madura, sonreía a su curioso hijo y le acarició el pelo mientras sopesaba qué contarle para entretenerlo y quedar bien con él. En el fondo era su preferido así que decidió contarle cosas de su juventud. Cosas que ya casi creía olvidadas, pero que en este preciso instante aparecieron frescas a su memoria.
— Bueno Tom, si te lo cuento debes prometerme no decirle nada a papá o a tu hermana, ¿vale? —le propuso ella finalmente.
— ¡Por supuesto mamá! Será nuestro secreto, ¡cuenta, cuenta! —pidió él ansioso.
Karen comenzó a narrar alguna de sus primeras experiencias:
— Bueno Tom yo tenía un perro llamado Chap, era un macho, ¿sabes? Y siendo ya mayor comprendí lo que era el celo de los animales. En esa época, cuando Chap estaba en celo yo lo acariciaba por el vientre y él se quedaba “muy quieto”, seguía acariciándolo hasta que su pequeño pene sobresalía y como me hacía mucha gracia jugaba y se lo acariciaba con mis deditos, hasta que él se corría entre su pelo blanco y rizado.
— ¿Eso es todo mamá? —dijo Tom ansioso por escuchar historias más picantes.
— ¡Bueno déjame terminar hombre! —protestó ella—. Verás también lo ponía entre mis muslos y me rozaba con sus pelitos y con su pene, desde luego con aquello tan pequeño no tenía nada que hacer, pero me excitaba sentir su roce. El caso es que un día estaba tomando tostadas con miel y al darle de comer descubrí que me lamía el dedo, ¡esto me dio una idea! Así que me lo llevé en secreto a mi habitación y allí... me unté mi sexo con un poco de miel y se lo ofrecí a Chap. Él me lamió toda la miel con su larga lengua un buen rato y yo me excité un montón, y seguí untándome más miel y él lamiéndola y devorándola con ansia a medida que me untaba más y más, hasta que no pude aguantar más, ¡y tuve un orgasmo! —le confesó.
— Venga ya mamá, eso es una leyenda urbana, lo contaban los chicos en el colegio cuando vivíamos en la ciudad sobre tal o cual chica que lo había confesado a una amiga íntima—dijo Tom disgustado.
— ¡Que no hijo, te aseguro que yo lo hice muchas veces! —protestó Karen molesta por su incredulidad—. Me has preguntado por mis inicios sexuales y eso es lo que te estoy contando.
— ¿Y te corriste? —insistió Tom pidiendo más detalles escabrosos.
— ¡Pues claro hijo! Disfruté mucho pero me puse toda pringada de miel por ahí abajo y al cabo de un rato, ayudándome con los dedos llegué al orgasmo y temblé de placer mientras creía que me iba a dar algo —sonrió sofocada—, fue mi primer orgasmo —le confesó su madre—. Hasta ahora nunca lo había contado a nadie Tom, por eso quiero que me guardes el secreto.
— Está bien mamá, lo entiendo, pero oye, ¡qué excitante! ¿No? ¿Y lo hiciste más veces?
— Bueno al principio me dio mucha vergüenza llegar a hacer algo así, me asustaba mucho que el abuelo o la abuela o el tío me pillasen, pero al final lo hacía casi todos los días, me encerraba en mi cuarto con Chap con la excusa de estudiar o hacer mis deberes y Chap y yo teníamos nuestros ratos de placer. Gastronómico para él y sexual para mi —rio Karen tras aclararlo.
— ¿Y no tuviste nada con un chico, algún encuentro o algo así? — preguntó Tom buscando algo más morboso que lo que le había contado.
— ¡Vaya Tom qué cotilla eres! —protestó su madre, pero de muy buen humor dispuesta a contarle más—. Tenía un primo, se llamaban Jeremy, venían a vernos los veranos con mis tíos y la tía Amanda y yo jugábamos con él. Un verano siendo ya adolescentes, nos quedamos solos en casa y convencimos a Jeremy para que nos enseñase su pene a mi hermana y a mí. Él consintió siempre que nosotras nos desnudásemos también. El caso es que todos nos fuimos a la boardilla y allí lo hicimos. Así que nos quedamos los tres en bolas y nos dedicamos a miramos y a reímos un rato. Luego él se ofreció a que le tocásemos la pilila y nosotras lo hicimos entre juegos y risas mientras veíamos lo dura que la tenía. Él al principio nos tocaba los pechos a las dos, pues ya estabamos desarrolladas y teníamos tetitas, yo más que mi hermana, pues era mayor, así que a mi me las tocaba más —sonrió Karen con nostalgia.
— ¿Qué excitante mamá? ¿Y qué pasó luego?
— Pues, ¡es que me da mucha vergüenza contártelo hijo! —protestó Karen.
Pero Tom insistió, la historia era demasiado jugosa para dejarla escapar sin más.
— Pues los tocamientos fueron a más, él comenzó a acariciarme el sexo y no sé por qué se centró en mí, aunque Amanda también le tocaba su pilila, al final empecé a excitarme, pues esto fue cuando yo ya disfrutaba con Chap y la miel, ¿recuerdas? Pues sentí deseos de masturbarle y lo tumbé en la cama y Amanda y yo nos sentamos una a cada lado a sus pies. Así comencé a masturbarle ante la mirada de sorpresa de Amanda que reía mucho, pero no paraba de mirar cómo yo lo hacía.
— ¿Ella no lo intentó? —dijo Tom con curiosidad.
— Pues no, creo que le daba vergüenza, el caso es que yo tampoco la solté, y entonces cuando estábamos ahí en lo mejor nos sorprendió con un chorro de semen blanco. Y Amanda soltó un grito, menos mal que estábamos solos en casa.
— ¿Y ya está? ¿Él no te hizo nada a ti?
— Bueno Tom, me da vergüenza, pero sí, me masturbó con sus dedos. Intentaba meterlos pero yo era virgen y protestaba así que se limitaba a moverlos encima de mi sexo.
— ¿Te corriste? —insistió Tom, requiriendo todos los detalles.
— No, estuve a punto en algún momento pero el no fue capaz de provocarme el orgasmo con sus caricias aunque disfruté mucho.
— ¿Y luego? —siguió preguntando con insistencia.
— Pues que llegaron los abuelos y nos tuvimos que vestir a toda prisa para que no nos pillasen —dijo Karen para desesperación de Tom.
— ¿Si, pero otros días?
— Bueno Tom, la verdad es que por las noches nos citábamos y salíamos de nuestros cuartos para encontrarnos en el balcón, allí nos acariciábamos. Yo le masturbaba hasta que se corría y el me masturbaba a mi hasta que me corría, le expliqué algunas cosas y con mi ayuda conseguía alcanzar el orgasmo.
— ¡Vaya mamá! Esa historia es más excitante que la de Chap mamá. ¿Alguna vez os pillaron?
— Estuvieron a punto créeme, yo creo que los abuelos sospechaban algo, pero nunca lo dijeron. El verano pasó y ya no nos vimos al siguiente año, por lo que todo terminó en ese verano, más tarde me enteré de que se echó novia y cuando nos volvimos a ver ya estaba con ella —dijo Karen.
Tom se quedó extasiado ante la segunda confesión que le había sacado a su madre. Ésta le sonrió y volviéndole a acariciar el pelo le preguntó...
— ¿Te ha gustado hijo?
— ¡Oh, mucho mamá! Ha sido una historia de verano muy bonita!
— ¡Uf qué calor me ha entrado! ¿Nos bañamos un poco? —dijo Karen introduciéndose en las frescas aguas desde el embarcadero.
Nadaron juntos y jugaron en el agua, Tom la abrazaba en el agua y se rozaban con su cuerpo, con disimulo lo hizo desde atrás, pegando su pelvis a su culo, y luego desde delante apretando su torso contra sus mullidos pechos.
Cansados de juegos, salieron del agua y se tumbaron sobre las toallas, a la sombra de aquellos álamos, cuyas hojas no paraban de crepitar mientras el viento mecía las ramas.
Tom estaba muy excitado tras el chapuzón, así que una vez que entró en calor su erección creció y abultó su bañador. Tanto que llamó inevitablemente la atención de su madre.
— ¿Y esto Tom? -dijo divertida señalándoselo.
— ¡Ah pues no sé, es que se me ha levantado solo! —rio Tom complacido por que se hubiese dado cuenta, mostrando con orgullo su erección.
— Has vuelto a intentarlo, ya sabes a masturbarte —preguntó Karen.
— La verdad es que no mamá, desde el día que hablamos no —dijo Tom tocándosela distraídamente por encima del bañador—, tal vez tú podrías ayudarme un poco con este problemita.
— ¿Yo? —le sonrió ella con sorpresa.
— Bueno tú dijiste que podías ayudarme, y bueno con tu experiencia supongo que no tendré problemas, ¿no?
Karen quedó en silencio, la palabra maldita rondaba en su mente y como madre se preocupaba por su hijo, pues aquello era una enfermedad como otra cualquiera, aunque se refiriese al ámbito sexual.
— No sé Tom, me da tanta o más vergüenza que cuando te he contado la historia, pero cómo te dije quiero ayudarte así que si quieres puedo probar.
— ¡Eso sería genial mamá! No sé si soy raro o qué, pero yo no logro excitarme lo suficiente y cuando llevo un rato ahí moviéndolo noto que se me baja, me canso y lo dejo.
— Está bien hijo, túmbate y cierra los ojos o me moriré de la vergüenza…
Entonces Tom metió su mano en su bañador, cogió su miembro y lo sacó, mostrando una media erección. Karen le echó un vistazo, retiró su glande y comprobó que todo por allí abajo era normal. Al menos eso la tranquilizó por extraño que parezca, aunque de pequeño lo vio desnudo y vio que era normal, le preocupaba que algo hubiese cambiado.
— ¡Tom, esto es un poco inapropiado! ¿Sabes? Pero probaré a ver si consigo un orgasmo y si no, no te preocupes, buscaremos ayuda, ¿vale?
— Está bien mamá —dijo Tom con sus ojos cerrados tumbado junto a ella.
Karen comenzó a mover suavemente su glande, pasó a acariciar sus testículos y siguió masageándolo como su experiencia le dictaba que gustaba a los hombres, tanto a su primo, como a los que vinieron después y por último a su marido.
Su erección fue creciendo hasta culminarse, su verga estaba completamente dura y erecta pero comenzaba a ponerse roja por falta de lubricación, ella sabía lo que hacer pero esto último le daba mucha vergüenza así que acercó la mano a su boca y echó un poco de saliva en su palma tratando de no hacer ruido para que Tom no se diese cuenta. Al bajarla y cambiarse con la otra mano la lubricación hizo su efecto y todo comenzó a ir más con más fluidez.
— ¡Oh mamá, eso me ha gustado! —dijo Tom al notar la sensación de la lubricación en su glande.
— Está bien hijo, sigue con los ojos cerrados o no podré hacerlo, ¿vale? Ahora estará mas suave y correrá mejor la piel.
En el silencio del bosque sólo se oía el crepitar de las hojas de los álamos sobre ellos y los pequeños chasquidos de las manos de Karen masturbando a Tom mientras aceleraba el ritmo. Poco a poco aceleraba y luego paraba, para volver a empezar.
— ¿Cómo te sientes hijo?
— Bien mamá, con perdón, me gusta mucho la sensación, pero no noto que me acerque al orgasmo, no sé.
Sus palabras sentaron como un jarro de agua fría para Karen, pues estaba esforzándose y cualquier otro joven inexperto ya se hubiese corrido —pensó para sí misma.
— Probemos otra cosa, mira cógeme el pecho a ver si te excitas, ¿vale?
Karen se quitó la parte superior del bikini y puso la mano de Tom bajo uno de sus grandes pechos con su pezón tremendamente duro por el frío.
— ¡Oh, está muy frío!
— Si, el agua del lago está fresca —rio Karen, anda caliéntamelo.
Tom obedeció y al momento cogió el otro y jugueteó con ambos pechos, acariciándoselos primero en toda su extensión y luego centrándose en los pezones.
— ¡Oh Tom no sigas por ahí!
— ¡Qué pasa! ¿Te he hecho daño? —dijo Tom asustado.
— No hijo, es que me haces cosquillas y bueno, prefiero que pares un poquito, ¿vale?
— ¡Ah vale! Creía que te había hecho daño o arañado o algo.
— No hijo, lo haces bien, cógelas pero no me pellizques los pezones —aclaró Karen.
Siguió esforzándose en la masturbación y vio que sus esfuerzos no conducían a nada. Se hacía tarde y oscurecía así que decidió parar y seguir otro día.
— Seguimos otro día Tom, esto es cuestión de tiempo, dale tiempo y la está, ¿vale? —dijo Karen tras parar.
— Tom abrió los ojos y la vio poniéndose la camiseta para ocultar sus hermosos pechos, pero fugazmente los pudo apreciar, unas grandes tetas blancas con pezones sonrosados de grandes areolas.
En el fondo Tom también se preocupó, pues si ella no había podido arrancarle un orgasmo, igual sí que tenía un problema.
Nota del autor: Inicialmente titulada "Memorias" es la novela más larga que he publicado (¡90.000 palabras!). S
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