Las Memorias de Adam (5)
Frenéticamente aceleraba sus caricias y penetraciones para luego parar y darse un respiro mientras jadeaba de placer...
Cathy y su padre fueron al pueblo por la mañana, a comprar provisiones, así que Tom andaba aburrido sin saber qué hacer. Lo cierto es que desde que llegaron, él y su hermana se habían vuelto casi inseparables. Pues allí no había nadie más y eso los había unido mucho. Atrás quedaron las peleas que mantenían en la ciudad, donde cada uno iba por libre, con sus propios amigos y cuando regresaban a casa tenían las típicas disputas de adolescentes, que volvían loca a su pobre madre y que constituían el día a día de su relación.
En cambio, en el campo sólo se tenían el uno al otro para pasar el rato. Aunque Tom era un chico de acción, que siempre quería estar haciendo algo físico como explorar la finca e ir de aquí para allá, Cathy era más de sus libros y de curiosear sus redes sociales, para conocer cómo les iba a las amigas que había dejado atrás. Sorprendentemente descubrió lo fácil que se olvida la gente de ti en la distancia, de cómo poco a poco los mensajes se van a cortando y espaciando en el tiempo, hasta que te das cuenta de que todo ese entramado de amistades es artificial, de lo lejos que estás no sólo geográficamente de ellas, sino también mentalmente.
Así que los astros se alinearon y los hermanos que antes aparentemente se odiaban a muerte, terminaron haciéndolo casi todo juntos. Encontrando un especial goce en la lectura de las memorias escritas en aquel papel añejo que habían encontrado en el sótano y que mantenían como: “secreto de estado”.
Por eso hoy tal vez Tom estaba tan desanimado. Sintió ganas de sacar el libro y ponerse a leer, pero sabía que no sería lo mismo, ya que le costaba mucho entender aquella letra tan temblorosa y aquel lenguaje antiguo, algo que a su hermana se le daba extrañamente bien y que, sin ella, definitivamente no sería lo mismo. Así que, sin rumbo fijo, terminó en el establo, donde su padre tenía cuatro caballos que había comprado a un anciano granjero vecino para dar paseos por el campo, uno para cada miembro de la familia.
Al entrar en el establo oyó un relincho, esto no le llamó la atención particularmente, pero luego, una voz femenina sí que lo hizo. Al acercarse descubrió que ella trataba de tranquilizarlo, y lo que vería a continuación, ¡sí que lo dejaría petrificado!
— So caballito bueno, qué precioso eres... —oyó Tom acercándose a las cuadras donde estaban los caballos.
No cabía duda era la voz de su madre, pero, ¿qué hacía ella allí? —se preguntó, mientras intrigado se acercaba a hurtadillas. Normalmente era su padre quien se ocupaba de los animales.
Con cautela se aproximó a la cuadra de dónde venían los ruidos y miró por entre las rendijas de las maderas que formaban la puerta de la cuadra. Dicha puerta tenía dos mitades, la de arriba y la de abajo, de manera que durante el día se podía abrir la superior a los caballos y que estos se asomasen sin poder salirse de la cuadra y durante la noche, si hacía frío, cerrarla.
Entonces vio a su madre junto al caballo, estaba acariciándolo por sus cuartos traseros. Le llamó la atención que el animal estaba muy excitado y su enorme tranca apuntaba hacia el suelo y le caía hasta la mitad de sus patas. Así que intrigado por lo que allí ocurría, se agazapó detrás de la puerta y espió a su madre secretamente, como el prota de las memorias había espiado a su madre mientras ésta estaba con el joven negro, tal vez en aquella misma cuadra muchos años atrás.
Su madre no paraba de acariciar al caballo y le decía cosas como: “caballito bonito” y por el estilo, pasando sus manos primero por encima de su lomo, luego por sus patas traseras y finalmente bajo su vientre. Tom podía ver cómo le acariciaba la panza, muy cerca de aquello aquello que tan escandalosamente colgaba entre sus patas. Se la notaba nerviosa.
Tras mucho dudar, su madre se atrevió a acariciar aquel grueso y negro miembro del animal, ¡tras lo cual quedó estupefacto!
Antes tomó precauciones, separándose del cuerpo del equino, por si este reaccionaba violentamente, pero fue algo que no sucedió. Al contrario, sus acaricias parecieron gustarle, pues empezó a hacer ruidos guturales.
Tras ver la aceptación de sus actos, siguió acariciándosela, desde su base hasta la punta. Notando como ésta reaccionaba ante sus caricias levantándose súbitamente, como activada por un resorte interior.
— Caballito, ¡pero qué hermosura tienes aquí! —dijo para mayor escándalo de su hijo, que la espiaba detrás de la puerta.
Cogió confianza y se puso en cuclillas bajo el animal, cogiéndole aquella inmensa cosa con ambas manos comenzó a masturbarlo ante sus atónitos ojos. Entonces su hijo reparó en sus muslos, al agacharse su vestidos e abrió y sus bragas negras quedaron expuestas a la indiscreta mirada del voyeur agazapado tras la puerta. De manera que pudo ver nítidamente su vulva cubierta por sus bragas, la forma en que sus muslos se abrían como partiendo de ellas, con formando una gran “V”, con una suave curvatura en su vértice. Esto le escandalizó igualmente, pero movido por una gran curiosidad, no pudo dejar de mirar la tórrida escena.
Mientras su madre, ya más tranquila, parecía disfrutar con sus tocamientos. La contemplaba en sus manos, se la movía mientras el caballo relinchaba y se mostraba cada vez más excitando con sus manoseos.
A continuación, apartó el elástico de sus bragas a un lado de sus ingles y descubrió su vagina, algo que no pasó inadvertido para el mirón. Quien clavó sus ojos en el surco formado por sus labios verticales. Para más inri, se lamió su mano y comenzó a frotarse sus arrugados labios vaginales delante de él, que no daba crédito a lo que veía.
Inevitablemente pasó, Tom ya notaba su excitación incipiente despierta bajo sus pantalones y no pudo evitar comenzar también a acariciarse allí mismo, oculto tras aquella puerta, ante la visión asombrosa de una madre cometiendo un acto tan prohibido como increíble, pero así era.
Entonces su madre se levantó y Tom vio cómo se quitaba el vestido y su cuerpo blanco como el nácar quedaba desnudo. Bueno aún le quedaban las braguitas y su sujetador, pero no tardó en desabrochar este y liberar sus hermosos pechos blancos, de areolas sonrosadas, cubiertas de pequeños bultitos y coronadas por pezones más rojos que éstas. Luego deslizó sus bragas negras por sus muslos y se las sacó por los tobillos, quedando completamente desnuda delante de Tom y del animal.
Desconcertado, admiró el maravilloso cuerpo desnudo de su madre, tan rubia, con su blanca piel, con sus grandes pechos. También admiró vio su pubis, con su curva desde la barriga, con sus pelillos rubios cubriendo Monte de Venus, donde nacía el surco que formaban labios vaginales al juntarse. El muchacho pestañeó varias veces, sin poder creer en lo que veía.
Karen se abrazó al animal desnuda, pegando sus pechos desnudos y todo su cuerpo a su pelaje blanco, y echándole una mano por el lomo y la otra bajándola para seguir acariciándole el miembro, mientras su cuerpo desnudo seguía pegado a su pelaje.
Luego decidió montarlo y para ello acercó un banco de madera al caballo y se subió en él para luego montar a pelo al animal. Al hacerlo Tom la vio levantar sus piernas blancas y en medio de ellas contempló maravillado su raja sonrosada y depilada.
Con su vulva pegada al lomo del animal, se echó sobre todo él y lo acarició mientras su cuerpo seguía en íntimo contacto con su pelo. Entonces el caballo comenzó a moverse y a girarse, tiró el banco que había usado para subirse mientras su madre trataba de calmarlo. De forma que ahora quedó de espaldas a Tom, mostrándole la visión de su bonito culo sobre el caballo, sin duda todo un espectáculo.
Luego observó como su madre, ya muy excitada movía sus caderas encima del animal, rozándose íntimamente con su pelo, frotándose su sexo contra él mientras se acariciaba ya suavemente los pechos y se pellizcaba los pezones.
Volvió a echarse sobre el animal y siguió restregándose ahora de cuerpo entero y como este seguía girándose Tom contempló el sexo de su madre desde atrás, entre sus cachetes desnudos, coronado por su ano más oscuro que el resto de su piel. Todo un espectáculo para la vista, mientras Tom sentía remordimientos al tocarse su erección frente a aquella visión tan turbadora.
— ¡Oh caballito, qué suave eres! —gimió su madre mientras lo abrazaba.
Nunca hubiese imaginado que su madre fuera capaz de hacer algo así, pero allí estaba tan excitada como él, probablemente sintiéndose como una amazona salvaje y desnuda encima de su macho equino.
Bajó y tomó de nuevo entre sus manos la tremenda herramienta del animal, ahora la cogió con naturalidad, sin miedo, sacándola por un lado. Y colocándose frente a ella trató de que esta alcanzara su vulva y con dificultad frotó su sexo con ella. Tom la veía de culo y veía como capturaba aquella polla negra entre sus muslos, colocándola justo bajo su coño y frotándose con ella. Incluso hacía vanos intentos de meterla en su vagina sin conseguirlo, pues su diámetro estaba fuera de su capacidad.
Aquello era tremendamente excitante, ver a su propia madre montándoselo con un caballo no es algo que hubiese podido imaginar antes de ese día. Mientras él se masturbaba, cogiéndola con dos de sus dedos y oponiendo el pulgar, subiéndola y bajándola suavemente.
Para su asombro, el animal comenzó a correrse entre los muslos de su madre, soltando chorros de abundante leche que corrieron piel abajo resbalando y cayendo a sus pies. ¡Karen se sorprendió tanto como él!
— ¡Qué haces caballito! ¿Ya? No esperaba que esto fuese tan rápido, ¡vaya, mira cómo me has puesto! —dijo en voz alta, contrariada, tanto por lo precipitado del asunto como por las consecuencias imprevistas.
Se apartó del animal, cuyo largo miembro seguía sufriendo estertores mientras soltaba esperma por su punta, que caía al suelo perdiéndose en la paja mientras emitía sonidos guturales. Mientras tanto Karen buscaba algo con qué limpiarse su vulva manchada de semen equino y finalmente convino en tomar puñados de heno y parsimoniosamente fue limpiándose su vulva y sus muslos con él no sin mostrar cierta aprensión durante el acto.
Apartándose del animal, se echó sobre una de las pacas de heno que había junto a la pared y abrió sus muslos mostrando al voyeur su vulva tremendamente hinchada y roja. Entonces se centró en su masturbación, ajena a las miradas furtivas que su hijo le echaba desde fuera, oculto tras la vaya inferior.
— ¡Oh caballito! ¡Cómo me has puesto! ¡Mira qué caliente estoy! —le decía como si éste pudiese entenderla mientras se frotaba su clítoris, tremendamente excitado con una mano y comenzaba a penetrarse con la otra.
Frenéticamente aceleraba sus caricias y penetraciones para luego parar y darse un respiro mientras jadeaba de placer. Tom no paraba de mirar el espectáculo, alucinado al ver a su madre masturbándose como una actriz porno, disfrutando enormemente de su masturbación. Así siguió unos minutos hasta que en uno de los cambios de ritmo siguió y siguió hasta estallar en un mar de placer, contrayendo sus muslos en el aire y literalmente temblando de placer mientras echaba su cuello para atrás y su mirada se perdía en el techo del establo gimiendo y jadeando sin parar hasta que todo fue aplacándose.
— ¡Uf, qué bien caballito! No recuerdo haber disfrutado tanto con una paja en años —concluyó su madre mientras seguía acariciándose su raja parsimoniosamente, echada sobre la paca de heno.
Para entonces Tom ya se había corrido, soltando su leche también en el suelo del pasillo en el establo, tratando de no hacer ruido para que su madre no se percatase que estaba allí espiando.
Tras descansar tumbada sobre el heno, su madre se incorporó y buscando sus bragas secó su sexo a conciencia y no se las puso ya que estaban demasiado sucias para ello. Simplemente buscó su vestido y su sujetador, que estaban delicadamente colgados en un gancho de la pared, primero se puso este último y luego introdujo su vestido por la cabeza y lo hizo bajar sobre su cuerpo desnudo cubriéndolo con la tela.
Así se acabó el espectáculo para el voyeur que fuera acechaba, entonces Tom se ocultó en la cuadra de al lado y como en las películas, esperó hasta que vio a su madre pasar por el pasillo con las bragas manchadas en la mano. Tras esto, espero prudente unos minutos y luego salió de su escondite encaminándose a la casa.
Ya era tarde y tenía hambre, al igual seguramente que ella. Mientras iba de camino pensó en lo que hablarían durante el almuerzo, pensó que ella lo sabría con tan solo mirarlo a los ojos y sintió miedo de que lo hubiese descubierto, pues él también se sentiría tanto o más avergonzado que ella. Pensó que sin duda aquel era un secreto que debía guardar bien.
— ¡Mamá, estoy en casa! —dijo nada más entrar.
— Muy bien cariño, ¡estoy en la ducha! En seguida bajo —dijo su madre desde la planta superior.
Al oírla Tom pensó que efectivamente le hacía falta una buena ducha, mientras le venían a la mente las vividas imágenes de su madre frotándose con la verga del caballo mientras éste regaba su vulva con su leche. Como decía Woody Allen: "El sexo, si es bueno, es sucio…".
Durante el almuerzo Tom, avergonzado, no habló mucho. Karen pensó que le pasaba algo así que se interesó por su ausencia de conversación.
— ¿Te pasa algo Tom? Te veo extrañamente callado hoy.
— ¡Oh no mamá! No me pasa nada —dijo Tom poniéndose colorado.
Karen dio por buena su respuesta, aunque guardaba reservas al respecto de lo que afirmaba, pues una madre sabe cuándo pasa algo y no quiere ser contado, así que decidió respetar su intimidad y esperar a que fuese él quien diese ese paso.
— Oye Tom, ¿te apetecería que fuésemos esta tarde al lago a bañarnos? —le preguntó su madre mientras terminaban.
— ¡Oh claro, aunque me gustaría dormir un rato, estoy cansado!
— ¡Por supuesto, yo lo decía para después de la siesta! —aclaró su madre.
— Ok —contestó Tom.
Tras la siesta Tom se despertó bañado en sudor, el calor apretaba en aquel día de verano y concluyó que era imposible dormir en aquellas circunstancias, así que se acordó del ofrecimiento de su madre y fue a buscarla a su dormitorio.
Tom se acercó y como la puerta estaba abierta pensó que tal vez su madre ya había bajado al salón y entró. Al hacerlo vio a su madre tendida en la cama con los pechos fuera y en bragas. Ella al verlo se sobresaltó y se tapó instintivamente con la manta.
— ¡Oh Tom, eres tú! Me has asustado —gruñó desperezándose de la siesta.
— ¡Oh lo siento mamá! —dijo Tom azoradamente mientras se daba la vuelta.
Karen se incorporó y sin dejar de taparse los pechos con las sábanas intentó alcanzar sin éxito el vestido en la silla.
— Oye Tom, te importa darme el vestido que hay en la silla —le rogó.
Entonces Tom se giró y sin poder evitarlo su mirada se fijó en sus pechos ocultos por la sábana y el brazo de su madre, recordó lo grandes y hermosos que eran en la cuadra y se excitó.
— ¡Vamos Tom! —le apremió su madre mientras él se quedaba en babia inmerso en sus calenturientos pensamientos.
— ¡Oh si, aquí tienes! —dijo finalmente alcanzándoselo—. ¿Vamos ya a bañarnos?
— ¡Ok! Si me das un momento me pongo el bañador y salimos en un momentito —dijo ella.
— ¡Ok, te dejo sola! —dijo Tom girándose para salir del dormitorio.
— ¡Oh, no es necesario, tardo un segundo! —dijo Karen levantándose y buscando en su armario sin ocultarse tras la sábana—. Perdona por lo de antes Tom, es que hace tanto calor que es imposible dormir con camisón —se excusó Karen pensando en lo avergonzado que estaba su hijo por verla sin sujetador, también quería transmitirle la impresión de que no pasaba nada por ver su cuerpo así.
— No importa mamá, debí haber llamado a la puerta, pero pensé que ya habías bajado —se excusó su hijo.
De espaldas, Tom trataba de mirar por el rabillo del ojo disimulando, pues la curiosidad era superior a él. Mientras se vestía miró discretamente y contempló a su madre desnuda de espaldas, vio como sus pechos se asomaban por los costados mientras se ponía el bikini, y luego, tras quitarse las braguitas, contempló su hermosos culo blanco y redondo, subiendo una pierna y luego la otra, se puso la parte de abajo del bikini mientras él la observaba durante el proceso. A la mente del muchacho entonces llegaron recuerdos de ella en el establo cubierta de semen animal y se excitó otra vez.
Para ponerse la parte de arriba y tuvo dificultades para cerrar el broche, así que le pidió ayuda. Él se giró, se acercó tímidamente y trató de engarzar el broche con sus manos, lo cual no le fue sencillo pues no sabía cómo iba el mecanismo, mientras lo hacía reparó en el sudor de su piel y en su olor.
Entonces ella, como si adivinase sus pensamientos, se anticipó a ellos.
— ¡Uf! Estoy algo sudada hijo, ¡sin duda oleré a rayos! —exclamó riendo.
— ¡No hueles mal mamá! —dijo sin pensarlo su hijo.
— ¡Oh, gracias! ¡Eres un sol! —dijo ella volviéndose con su generoso busto enfundado ya en su bikini y plantándole un beso en la mejilla.
Entonces reparó en el bulto que Tom presentaba en su bañador y al verlo lo miró y le sonrió, pero no dijo nada, simplemente lo cogió de la mano, como cuando era pequeño y salieron de la habitación.
El sol de la tarde aún caía con fuerza, pero ya venida a menos. Caminaban alegremente códigos del brazo, en dirección al lago. Nada más llegar, Karen se lanzó al agua para refrescarse, Tom la siguió y estuvieron nadando un poco.
El agua fresca de montaña les hizo empezar a sentir frío, así que salieron a secarse y se sentaron en las tablas del embarcadero, mientras seguían remojándose los pies, agitándolos distraídamente en el agua mientras el sol rojizo les cubría de naranjas y amarillos.
El silencio se apropió del ambiente y sólo la brisa moviendo las miles de hojas de los álamos encima de sus cabezas, provocaba el crujir de miles de ellas entrechocando a la vez.
— ¡Qué paz se respira aquí! ¿Verdad hijo? —preguntó su madre tras una inspiración profunda.
Tom la miró y se percató de sus pezones terriblemente abultados y puntiagudos, ella se percató del hecho y le sonrió sin darle mayor importancia.
— ¡Es el agua! ¡Con el frío me pasa! —dijo sencillamente y se rio desinhibida.
— ¡Perdona! No quería ser grosero —dijo Tom poniéndose colorado.
— ¡Oh no! No importa, al igual que a vosotros el agua hace que esa cosita desaparezca, a nosotras nos pasa lo contrario, ¿entiendes?
Tom rio nervioso y siguió colorado.
— Antes yo también he visto que en el dormitorio te has puesto “nervioso” —dijo Karen de repente.
— ¡Me viste antes! Ah, pues, bueno yo… —balbuceó Tom.
— Ves, eso también es normal a tu edad hijo y es que por aquí no hay muchas chicas, ¿verdad? —dijo pellizcándole el brazo.
Hicieron una pausa en la conversación y simplemente escucharon la brisa unos momentos, mientras ésta les traía el susurro del millar de hojas de los álamos crujiendo sobre sus cabezas. Había tanto silencio allí, que la soledad era un placer y no una carga.
— Oye, he observado que últimamente pasáis mucho tiempo en el sótano, incluso dormís allí —dijo Karen.
— ¡Oh si! —dijo Tom nervioso—. Es que allí hace más fresco y estamos simplemente durmiendo o pasando el rato.
— ¡Si es un lugar muy acogedor! Entonces, ¿estás contento de que hayamos venido a este sitio?
— Si mamá, me alegra ver que papá esté mejor. ¿Sabes? A ti también se te ve más guapa en este lugar —dijo Tom piropeándola a ella ahora.
— ¡Eres un encanto! —dijo su madre pellizcándole sus finos carrillos.
— ¿Sabes qué? Me encanta ver que os lleváis tan bien tú y Cathy.
— ¡Oh bueno, pues si! Yo también estoy sorprendido de que me trate tan bien.
— ¿Es que tú no la tratas bien? —le preguntó sonriendo.
— ¡Claro, claro que lo hago!
Un nuevo silencio se abrió para dar paso a los sonidos del lago.
— ¡Uf qué frío! Creo que los pezones se me van a congelar —dijo de repente su madre—. Me voy a quitar la parte de arriba y me envolveré con la toalla liada, ¿me ayudas? —dijo girándose y ofreciéndole la espalda.
— ¡Claro! —exclamó Tom solícito abriendo el cierre del bikini.
Karen se lio la toalla al cuerpo y se giró tras hacerlo, su escote se juntó en un sugerente canalillo y sus pechos se calentaron bajo la toalla. Tras esto se puso una camiseta y se tumbaron en el embarcadero, mirando al cielo que empezaba a oscurecerse, con la mirada puesta en el infinito, en alguna parte indeterminada del cielo con escasas nubes que los cubría.
— ¿Te puedo hacer una pregunta íntima mamá? —le preguntó con educación.
— ¿No será sobre sexo, no? —le dijo sonriente.
— Bueno si... —dijo Tom poniéndose colorado de nuevo y quedándose cortado.
Una vez más su madre había dado en el blanco con su sexto sentido.
— Venga no tengas vergüenza Tom, puedes confiar en mi —dijo Karen para darle confianza.
— Está bien, oye, ¿tú te masturbas?
Karen ahora fue la que quedó un poco cortada, pero finalmente reaccionó.
— Bueno, pues tu padre y yo tenemos relaciones hijo, pero una mujer a veces también necesita momentos de intimidad, ¿sabes?
— ¿Entonces eso es un sí? —dijo Tom para forzar una respuesta clara.
— ¡Claro hijo! ¿Y tú, también lo harás no?
Tom quedó pensativo, lo cierto es que desde que sus amigos empezaron a contar que se la pelaban cuando eran adolescentes, Tom no parecía mostrar interés en ello, algo sin duda extraño, pero es que él lo intentó pero extrañamente no sentía nada, así que abandonó la idea y comenzó a mentir a sus amigos fanfarroneando de que él también lo hacía cuatro y cinco veces al día.
— Bueno mamá, la verdad es que lo intenté un par de veces pero no sé, no consigo excitarme yo solo —dijo Tom confesándole su secreto.
— ¡En serio! Te estás quedando conmigo —dijo Karen mostrando una gran extrañeza—. ¿Y a tu edad tampoco has visto porno, no? Ya sabes esas revistas del playboy que tu padre guarda en su maletín —le sugirió su madre picaronamente.
— Pues sí, claro que sí, cualquiera de mi edad ha visto porno mamá, y lo cierto es que me gusta mucho —confesó Tom para mayor extrañeza de Karen.
— Pero en esos momentos, ¿no tienes ganas de masturbarte?
Tom de nuevo quedó en silencio.
— Si, lo haría, pero lo que realmente me atrae es el cuerpo de la mujer, es el acto en sí, acariciarla, tocarla, excitarla y finalmente, pues eso… penetrarla.
— Pero Tom, ¿se te pone dura? —le preguntó su madre algo preocupada.
— ¡Oh, claro, me excito, ya te lo he dicho, pero no me gusta tocármela! —dijo Tom sintiéndose incomprendido por su extrañeza ante las confesiones que él le hacía. Hasta ahora nunca lo había contado a nadie, ni siquiera a su hermana, ni a su mejor amigo.
Karen quedó en silencio y le acarició el cuello.
— Tranquilo Tom, no quería enojarte, es sólo que lo que me cuentas no tiene mucho sentido para mí, pero sabes qué, yo te creo y quiero ayudarte hijo—dijo finalmente su madre para darle ánimos.
Karen se giró y apoyó su brazo en el pecho de Tom este la sintió acercarse a él y pegarse a su pecho y no pudo evitar notar el contacto de sus pechos desnudos bajo su camiseta, sintió su tersura y suavidad y recordó una vez más lo del establo y se excitó.
Al notar su excitación Tom no pudo evitar fijarse en su propio bulto allí abajo y su madre le siguió con la mirada y también lo vio.
— ¿Y eso Tom? —rio divertida.
— ¡Oh mamá, pues no sé! —dijo él nervioso.
— Tranquilo Tom, creo que mi contacto es el clic que lo activa, no pasa nada me separo un poquito y ya está.
— Pero es que no quiero que te separes —dijo Tom tomándola del brazo, dejando a Karen sin palabras.
— Está bien Tom, me quedaré aquí pegada a ti, después de todo tengo frío y tú me das calor.
La situación se había vuelto un poco incómoda para Karen, pero decidió ser flexible y esperar.
— Oye, y si pruebas a tocarte ahora, a lo mejor te gusta, ¿no? Yo te prometo no mirar si quieres —le ofreció su madre para asombro de Tom.
— ¡Ahora! Bueno yo, creo que no podría mamá.
— Bueno no importa, es sólo una oferta tú piénsatelo, ya te dije que quiero ayudarte.
Tom guardó silencio y Karen esperó. La brisa sopló y Karen sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo así que se acurrucó contra el cuerpo de Tom.
— ¿Tú lo harías? —dijo Tom.
— ¿Yo? —contestó Karen ahora incrédula—. Pues es que no sé hijo, ahora no sé qué decir.
— Es que como dices que quieres ayudarme, a lo mejor tú consigues lo que yo no puedo sólo.
— Está bien Tom, esto me supera un poco hijo, déjame unos días para reflexionar, pero antes inténtalo tú, venga hazlo aquí conmigo a tu lado, ¿a ver qué pasa?
Ahora el que estaba en un aprieto era Tom, pero decidió probar e introdujo su mano bajo el bañador, asiendo su media erección y frotándola para hacerla crecer un poco más. Con dos dedos cogió su glande y moviéndolo arriba y abajo fue progresando.
Karen lo observaba de reojo, sin que él se diese cuenta, discretamente como sólo sabe hacer una mujer. Aunque no veía gran cosa salvo lo apretado que estaba todo bajo el bañador.
— Oye, Tom, ahí no puedes mover mucho, ¿no te parece? Qué tal si sale fuera y así no sé, veo cómo lo haces y a lo mejor te puedo indicar cómo hacerlo, ¿sabes? Yo masturbaba a tu padre de joven y tengo experiencia —le confesó Karen.
— Lo siento mamá, no puedo, me da mucha vergüenza —dijo finalmente su hijo.
— Está bien Tom tomemos esto con calma, ¿vale? Tú sigue probando y me cuentas tus progresos, ¿vale?
En la mente de Karen aparecía una palabra inquietante, impotencia, ¿podía su hijo ser impotente pese a su juventud? Esa era la pregunta, pero para ella aún no tenía respuestas.
— Está bien mamá, probaré y te iré contando —dijo Tom a modo de despedida.
Recogieron las toallas y se volvieron a la casa, ya era de noche y las sombras del bosque se cernían sobre la pareja que caminaba por el sendero, pero aquellos lares estaban desiertos, tan desiertos como en las pelis de terror, pero a diferencia de éstas, en la vida real el terror tiene otras formas y aunque se dan casos como en las películas, no es lo habitual, así que llegaron sin contratiempos a la casa, donde con las luces encendidas y preparaban la cena Richard y Cathy que ya habían vuelto del pueblo.