Las Memorias de Adam (4)
El viento cálido recorría sus cuerpos tumbados a la sombra y la sensación era tan agradable, allí había tanta paz, que...
Al día siguiente Tom y Cathy fueron a bañarse al lago junto con sus padres, para mitigar el calor. Allí estuvieron zambulléndose desde el pequeño embarcadero de madera oscurecida por el paso del tiempo, aunque aún se mantenía estable en buena medida así que podían aprovecharla tanto para tirarse desde el final como para tumbarse con las toallas al sol y si sombra era lo que querían, unos fresnos crecían fuertes y altivos en la orilla, donde se podían cobijar para huir del sofocante calor y descansar en su fresca sombra.
Todos se bañaron en familia y jugaron en el agua a váter polo en un día sabático, en el que su padre dejó su trabajo y únicamente se encargó de los quehaceres diarios de la granja.
A la hora del almuerzo volvieron a casa, donde su madre había dejado ya comida preparada, algo fresco para reponer fuerzas, luego se echaron la siesta y en ella Tom estuvo entretenido acariciándose su pene en la cama, rememorando las historias leídas en aquel legajo ancestral mientras se masturbaba, aunque, como el personaje de los mismos, no consiguió más que excitarse. Ciertamente se le ponía durísimo y era agradable juguetear con él, pero no lograba el tan ansiado placer que cabría esperar con sus juegos.
Así que Tom, harto ya de manosearse, se levantó y abrió la puerta que comuncicaba su dormitorio con el de Cathy subitamente. Esta al verlo se sobresaltó y se tapó con la sábana, pues únicamente vestía sus braguitas, lo que provocó una impulsiva reacción de su hermana que le gritó que se marchase y que nunca más entrase sin llamar antes a la puerta.
El muchacho quedó atónito ante la visión de sus blancos y nacarados pechos, de areolas sonrosadas y pequeñas con sus pezoncillos tiesos y puntiagudos. De manera que casi balbuceando, intentó disculparse.
— Bueno Cathy, sólo quería preguntarte si vendrías a bañarte conmigo al lago, ¡ya estoy cansado de dormir y hace mucho calor aquí!
Cathy, malhumorada, no contestó, así que Tom cerró la puerta y se lanzó sobre su catre como si fuese un atlético saltador de altura participando en unas olimpiadas. Se quedó mirando al blanco techo y en blanco se quedó su mente en aquel instante.
Al poco un suave 'toc-toc' en la puerta lo sacó de su ensimismamiento, así que se levantó como activado por un resorte oculto en la cama y fue a abrir. Era su querida hermanita, quien tras habérsele pasado el momentáneo enfado, se había puesto un bikini amarillo limón, a tono con su blanca figura.
— ¡Qué haces ahí aún sin el bañador puesto! —le increpó.
— Pero hermanita, ¿tú no estabas enfadada?
Ni corto ni perezoso se giró y se bajó los slips que llevaba puestos, enseñando su blanco culito a su hermana, quien horrorizada, como si fuese una visión indecente la que le presentaba se tapó los ojos rápidamente.
— ¡Eres un guarro Tom! ¿Lo sabías?
— ¿En serio hermanita? Pensé que tan sólo por un culo blanco y flacucho como el mío no sentirías nada —afirmó fanfarroneando el muchacho—, si quieres me doy la vuelta para que veas algo realmente escandaloso —se jactó amenazando con hacerlo.
— ¡No por favor, no quiero ver nada “chiquitito” como lo que tienes ahí! —le salió al trapo hábilmente su hermana, quien no desaprovechaba una ocasión en la guerra dialéctica que cada día libraba con su ocurrente hermano.
Finalmente Tom no cumplió su amenaza, se puso su bañador y cogió su toalla volviendose hacia la puerta listo para partir. Cogieron unas bebidas y salieron de la casa dejando una nota en el frigorífico de la cocina para que cuando sus padres se despertasen de la siesta supiesen donde habían ido.
El agua estaba fría al entrar, pero después del intenso calor se agradecía su frescor, el mismo que provocó que los pezones de su hermana se pusieran duros y puntiagudos, destacando tremendamente en su bikini, provocando la atención de su querido hermano, que junto a ella se bañaba.
— Vaya hermanita, el agua provoca un efecto inesperado en tu fisionomía... —se rió Tom refiriéndose a sus pezones.
Cathy se quedó tan cortada en esta ocasión, que no supo qué decir ante tan incisivo comentario, así que optó por un ataque directo y se abrazó a él intentando darle una “ahogadilla”. Sus pieles entraron en contacto cuando sus cuerpos se fundieron en la pelea.
Tom, con los roces no pudo evitar pensar que su pene estuvo cerca y rozó ampliamente su muslo, muy cerca del pubis de su hermana de sangre, estos pensamientos lo turbaron y aún con el agua fría el durmiente despertó. La pelea siguió y sin poder evitarlo el durmiente atacó clavándose cerca de las ingles de su hermana. Tom consiguió esquivarla y la agarró por la espalda, sujetándola por la cintura.
— ¡Qué hermanita! ¿Te rindes?, ¡yo soy el más fuerte ja ja! —dijo victorioso.
— ¡Está bien, ya estaba cansada! —admitió su hermana.
— ¡Oye!, ahora que ten tengo a mi merced, ¿qué pasaría si te pellizco esos pezoncillos tan tiesos que tienes? —preguntó su hermano sin soltar su presa.
El muchacho, con su hermana inmovilizada, lanzó una suave caricia que apenas rozó con las yemas de los dedos los pezones de ambos senos cogiéndolos también con sus palmas por los costados.
— ¡No te pases Tom! —protestó ella zafándose de su abrazo.
— ¡Está bien mujer, cómo te pones, sólo era una broma! —dijo el excusándose.
Aunque lo cierto es que lo hizo por puro morbo y sin duda consiguió su objetivo, pues palpó la suave textura acolchada de sus jóvenes pechos.
Volvieron a la orilla, donde cansados se tumbaron en sus toallas uno junto al otro. Cathy, no pudo evitar fijarse en la protuberancia, que, cual pequeña estaca, levantaba el bañador de su hermano, como si de una tienda india se tratase.
— ¡Vaya, qué gracioso! —exclamó ella y ni corta ni perezosa lanzó su mano al aire impactando suavemente con la estaca que se balanceó ligeramente antes de estabilizarse de nuevo.
— ¡Oye! ¿A qué ha venido eso? —protestó Tom sin esperar tal atrevimiento de parte de su hermana.
— ¿Qué te pasa hermanito, tú me has tocado las tetas, no? —dijo una bella sonrisa.
— Pues si, se me ha puesto dura, ahora la tengo así muchas veces al día, ¡qué pasa! —le espetó Tom zalamero.
— ¡Nada nada hombre! Es que ha resultado gracioso, eso es todo.
— ¿Oye, qué duros siguen tus pezones? —observó Tom delatándolos con su dedo índice las dos pequeñas protuberancias que abultaban bajo el bikini color limón.
— ¡El agua estaba fresquita! —dijo sin dar más explicaciones.
— ¿Eso no implica que estés excitada ni nada? —preguntó él curioso.
— Claro que no hermanito, es sólo eso, el agua. No sabes nada de mujeres, ¿verdad?
— Claro que no hermanita, tú que si sabes, me podrías dar lecciones, ¿no?
— ¿Qué querría saber un enano como tú de mujeres? —se jactó ella.
— Bueno, ¿qué os pone cachondas? —preguntó alzando el tono de voz, mostrando su excitación mal contenida.
— Lo mismo que a ti, por ejemplo los relatos del libro me ponen muy cachonda hermanito —le confesó Cathy sincerándose.
— ¿De verdad? —preguntó, como si no lo pudiese creer.
— De verdad, me pongo muy cachonda y noto como la vagina se me humedece, igual que a ti se te pone el pito duro.
— ¿En serio? ¿Y vosotras también os masturbáis? —continuó Tom con su sensual interrogatorio.
— ¡Claro! Pero no como vosotros, yo a veces en la ducha uso la presión del agua sobre mi vagina y me la voy pasando sobre ella en círculos, buscando que los chorritos me den placer, ¡es una delicia! —declaró convencida.
— ¡Vaya! ¿Y no te metes los dedos o algo así? Yo pensaba que eso era lo que hacíais.
— Bueno, a veces sí lo hago con los dedos, pero sólo me penetro un poquito, lo que más me excita es acariciarme por fuera, por dentro tampoco es que sienta nada especial que digamos, aparte que me da como repelús —explicó gráficamente Cathy.
— Yo pensaba que eso era lo que os gustaba, una vez en casa de Richard, nos puso a los amigos una peli porno y salía una tía y un tío follando en plan bestia, el tenía un pollón enorme y cuando se la metía todo lo larga que era, ella parecía disfrutar mucho —aseveró Tom, que se había levantado y tenía sus manos apoyadas hacia atrás manteniéndose medio erguido.
— ¿Has visto porno? Yo nunca lo he visto, como mucho las escenas de cama en las películas, pero ahí nunca se ve nada explícito. Entonces, ¿ese tío tenía la po... bueno el pene muy grande? —preguntó Cathy recatadamente.
— ¡Claro, no veas el pollón que tenía, pero ella también tenía un coño enorme! —exclamó Tom mucho más escatológico que su hermana.
— ¿Y llegaron hasta el final? —dijo Cathy intrigada.
— Bueno, no pudimos ver más que unos minutos, porque al poco llegó su madre y mi amigo lo quitó rápidamente —se lamentó Tom—. Pero lo que vimos fue muy caliente.
— ¡Buff, me lo imagino hermanito! Por cierto, ¿te has corrido ya masturbándote?
— ¡Qué va, me pasa lo mismo que al prota! Se me pone dura y me gusta pero me canso y al final se me irrita, me pica termino dejándolo.
— Eso es que no lo haces bien —aseveró su hermana sin dudarlo.
— Lo sé, en fin, a lo mejor tú podrías ayudarme como Dora hizo con él prota —le propuso Tom con marcando un tono de voz neutro, intentando no mostrar ningún interés especial.
— ¡Ni hablar hermanito! Eso son cosas tuyas, a mi a veces también me cuesta, me lo hago con la ducha y con los dedos también pero a veces nolo consigo. Hay que practicar —le recomendó.
— Bueno, pues seguiré intentándolo.
Se quedaron allí tumbados un buen rato, bajo aquellos álamos, que con el viento de la tarde se zarandeaban, sus hojas temblaban y entrechocaban unas con otras produciendo leves crujidos, siendo casi el único sonido que oían.
El viento cálido recorría sus cuerpos tumbados a la sombra y la sensación era tan agradable, allí había tanta paz, que se quedaron dormidos y tardaron un buen rato en despertarse. Cuando lo hizo Tom, se giró esperando ver a su hermana y descubrió que estaba sólo, lo había dejado allí tirado aunque no le importó demasiado. Se incorporó, dio un estirón y abrió la boca como el león de “la metro” en las películas antiguas y se desperezó. Finalmente se levantó y volvió a casa. El sol, ya estaba acercándose a la cima de los cerros cercanos, ya no tardaría mucho en desaparecer tras ellos, como engullido por la tierra.
Por la noche, siguió haciendo calor, aunque tal vez menos que en noches pasadas, aún así Tom quedó con su hermana Cathy para bajar al sótano a seguir leyendo la apasionante historia escrita en aquel legajo...
« Tras descubrir el placer de la masturbación todo mi mundo cambió, a todas horas pensaba en ello y el día siguiente se me tremendamente largo. Por la tarde fui sólo al granero pues mi amigo Albert, no vino a verme aquél día, su padre o su madre lo requirieron para hacer algo, no recuerdo de qué se trataba.
El caso es que estuve esperando en el granero y oí llegar a la chica negra sola, cuando entró yo me escondí detrás de un montón de heno en el techo del granero y escarbando en él hice un agujero por el que pude espiarla.
Ella recorrió con la mirada toda la estancia, sentada en las balas de paja donde todos los días mi padre abusaba de ella, así que sentí que me descubriría y me asusté un poco, no por el simple hecho de que ella me viera, sino por la reacción de mi padre si ella se lo decía, pues bien podía ganarme una buena “tunda”, por hacer algo así.
El tiempo pasó, yo la observaba, con su vestido viejo y remendado por todos sitios, ella era muy guapa y yo, tras conseguir calmar mi psicosis pensando que me descubriría, la tenía ya dura pensando en su cuerpo desnudo y hasta me había sacado y empezaba a tocármela suavemente como Dora me hacía. Ya había aprendido el truco y aquello funcionaba mejor.
La espera se hizo larga y la chica se levantó y empezó a caminar de un lado para otro, mirando hacia la puerta, tal vez dudando si vendría su amo, y temiendo marcharse y que él llegase y no la encontrara. Al final se marchó y yo lamenté tanto el hecho que no quise seguir tocándome solo, así que bajé de allí y también me marché.
El segundo intento de aplacar mis apetitos sexuales, sería esta noche, durante el baño. Así que la tarde se me hizo larga sin nada que hacer. Recorrí el campo y vi a los esclavos, regresando tras un largo día de recolección, cantando como siempre hacían.
Tras la cena aquella noche le dije a Dora que quería acostarme temprano así que me preparase el baño pronto, en un intento de acelerar el tiempo y acercar el momento en que Dora volviese a deleitarme con sus caricias.
Como cada noche, ella me preparó el baño, yo estaba con el pito tieso mientras lo hacía y ella sin duda me veía y sonreía.
— El señorito esta noche está nervioso por algo... —me decía.
— ¡Oh Dora! Bueno, yo me preguntaba si tu podrías acariciarme como hiciste anoche, mira en la mesa, te he traído un trozo de tarta si quieres comértelo.
— ¡Qué amable es el señorito con Dora, yo también lo quiero mucho y seré buena con él! —creo recordar que me dijo ella, llenándome de ilusión.
Cuando me desnudé, ella me observó de abajo arriba y complacida me ayudó a meterme en la bañera. Allí, como si fuese pequeño me enjabonó y me lavó con delicadeza. Cuando llegó a mis partes me hizo levantarme, y con mucha espuma hizo desaparecer mis bolas y mi pito en ella, para luego dejar la esponja y con sus negras manos frotarme con el jabón.
Aquello fue el no va más, yo tenía que sujetarme a su hombro pues de la excitación temía caerme pues hasta las piernas me temblaban, qué tiempos aquellos en los que se descubren estos placeres, no hay nada igual.
Dora hizo un excelente trabajo, me encantó y consiguió que me corriese por todo lo alto, sujetándome a su enorme cuerpo mientras me rodeaba la cintura con una mano y con la otra me masturbaba suavemente. Yo aproveché y le palpé aquellos senos tan enormes y tan jugosos, le pellizqué sus enormes y gordos pezones negros llenándolos de espuma y mojando su vestido de algodón blanco.
Pero lo que más delicioso fue, es que le subí su vestido y agarré su culo, redondo y suave, más enorme que sus pechos. Incluso llegué a meter mi mano bajo su taparrabos y este se aflojó y cayó al suelo.
— ¡El señor está siendo muy malo esta noche! Eso no está nada bien... —me decía mientras me sonreía.
— ¡Oh Dora, qué buena eres conmigo! —exclamaba yo mientras mis manos seguían explorando aquel cuerpo maravilloso y tremendamente sensual.
Hasta hoy me estremezco al recordar aquellas curvas, aquellas formas y aquel calor. Creo que no llegué a palpar su sexo, o no lo recuerdo bien, pues nublada tenía la mente en aquellos momentos, sí se que recorrí ambos cachetes y parte de sus muslos por la cara interior, así que igual lo rocé desde atrás.
Al final me corrí como ya he dicho antes. Dora, tan afectuosamente como en todo momento, me dejó caer en la bañera y reposar allí. Luego, cuando me repuse me aclaró con agua limpia y me ayudó a secarme.
Al terminar de hacerlo le dije que quería verla desnuda y ella sonrió como siempre y se resistió.
— Pero señor, qué va a querer ver usted, ya estoy muy mayor —me dijo para negarse a mis pretensiones aunque lo cierto es que no era tan mayor, pero debía rondar la treintena, nada más.
— ¡Qué dices Dora, eres maravillosa! Anda desnúdate para mi, ¿vale?
— Bueno señor, espero que esto nunca llegue a oídos de nadie o nos separarán y no volverá a verme —me advirtió una vez más.
Allí la vi, majestuosa, madre de media docena de hijos, con sus carnes suaves y del color característico de piel marrón que tenía, pues Dora tal vez era hija de algún blanco, cosa nada infrecuente en aquellos tiempos, pues los amos, como cuento aquí, además del trabajo requerían otros servicios de sus esclavas.
Me encantó, lo que más me impactó fue ver un raja de cerca, una raja como el de Dora, con vello corto y enmarañado en torno a su raja, sin llegar a taparla por completo, dejando ver su forma, aquellos labios verticales, con su rosado interior. Quedé tan impresionado que le pedí que se sentase en la cama para verlo mejor. Me acerqué extasiado y me arrodillé, ella estaba tam tranquila y ni se inmutó por mi atrevimiento.
— ¿Qué le parece señorito, le gusta mirar mi cuerpo? —preguntó ella sorprendida por mi curiosidad.
— ¡Eres preciosa Dora! —le dije extasiado ante la visión de su sexo.
Tenía su gran chocho al alcance de mi mano y la tentación de tocarlo era tan fuerte que no pude resistirme, extendí la mano y dudé, miré entonces a Dora, sentada en mi cama con las piernas abiertas y como si ella intuyera mis dudas, tomó mi mano con la suya y la llevó allí donde yo no me atreví a llegar.
Acaricié su chocho, mejor dicho su maravilloso chocho, el primer chocho femenino que tocaba con mis manos. Recorrí su vello, esponjoso y enraizado, recorrí su raja, suave y carnosa, hasta llegué a meter un dedo en ella viendo como Dora parecía disfrutar enormemente con mis exploraciones y sin duda así era.
Luego me pidió que le metiese dos y también tres y al final terminé con mis cuatro dedos dentro de su raja, ella me decía que los moviese y eso hacía yo. También me pidió que le chupara los pechos, aquellos pezones negros y duros como garbanzos lechosos, y me los comí con pasión mientras sentía mi mano caliente y húmeda moviéndose en su interior y una emoción sin par invadió mi cuerpo. Por mi cabeza pasó una idea, una idea que fue más bien un arrebato.
La empujé suavemente y la hice tumbarse, ella replegó sus enormes muslos e intuyendo lo que pasaba por mi cabecita me echó los brazos para que me pusiese encima de ella. Obedecí de inmediato y agarrándome afectuosamente me colocó cerca de su raja, encima de sus pechos, sentí el contacto húmedo y caliente de su piel, pues hacía calor y ella no se había duchado. Sentí su olor, un olor empalagoso aunque no llegó a importarme.
Ella llevó sus manos a mi pito y con la otra me agarró del culo, empujándome hacia ella lo condujo hasta la entrada con maestría. La entrada al paraíso en la Tierra, o al menos eso me pareció a mi cuando aquel fuego abrasador me envolvió al notar como atravesaba su raja y entraba dentro de su cuerpo. Sentí que me meaba dentro de ella y temí hacerlo de verdad, pero esto no ocurrió, ella siguió con sus abrazo tierno y aferrándose a mi culo fue quien hizo todo, me estrujaba contra su cuerpo y hacía que mi pito se introdujera en su jugoso chocho y luego hacia atrás, lo sacaba y otra vez adelante.
Yo estaba embelesado, como en otro tiempo y lugar. Apenas era consciente de nada y a al a vez de todo, pues el torrente de sensaciones se echó sobre mi cuando sentí que casi literalmente me meaba dentro de aquel lugar de perdición, tuve unos cuantos y fuertes espasmos y luego caí rendido en sus brazos, mientras mi cuerpo temblaba y mi pene parecía que iba a explotar cuando las contracciones cesaron pero seguía moviéndose en su cálido interior.
Con un bufido caí sobre sus pechos, tan suaves y esponjosos como siempre, soportaron el peso de mi cabecita e hicieron de cómoda almohada. Ella colocó su mano sobre mi y casi como acurrucándome esperó a que se me pasaran los efectos de aquel maravilloso éxtasis que me había proporcionado su caliente cuerpo, mientras yo permanecía aún dentro de ella.
Fue mi primera relación sexual, la primera de muchas otras, pero la recuerdo con especial cariño ahora que siento que los días se me hacen más cortos y el tiempo corre tan aprisa que no tengo tiempo prácticamente de nada y estoy tan cansado que apenas hago nada, salvo escribir y descansar, descansar más y seguir escribiendo mis memorias. »
Cathy, con su voz dulce, susurrando cada palabra había terminado de leer unas cuantas páginas del libro, dejándolo en aquel punto, donde la hoja ya había quedado en blanco, dando por terminado aquella parte del relato de aquel personaje, que había empezado a despertar en sus mentes un halo de misterio, ¿quién era, cómo se llamaba y cuánto tiempo hacía que había escrito aquellas palabras? Tras comenzar a leer sus memorias se habían encariñado con él, para ellos era ya como parte de la familia: el tío misterioso.
Se sintió un poco mal por leer algo tan íntimo pero a la vez, era tan emocionante y la excitaba tanto que no quería parar de leerlo. Tom estaba ya dormido, hoy habían nadado y bregado mucho en el agua así que estaba muy cansado, ella también de modo que apagó la linterna y se acomodó a su lado.
Estaban sobre las esterillas, y sus sacos de dormir enlazados para que cupiesen los dos dentro. Cathy ya oía el resoplar de la respiración acompasada de Tom, lo que indicaba que se encontraba ya en sueño profundo, pero ella no se había dormido aún, así que sintió la llamada de la naturaleza y la siguió.
Cuando su dedo entró en su sexo, sus labios lo arroparon y la humedad lo cubrió, como al pito del prota cuando se la metió a Dora. No pudo evitar pensar en que el prota debía tener más o menos la misma edad que su hermano adolescente, ella era un par de años mayor que él, tal vez como la esclava del relato.
En ese momento un pensamiento se coló en su mente, pensó en que el dedo era en realidad el del prota, que la estaba acariciando como había leído en el relato y que ella era Dora la mujer madura con quien gozó del sexo en su primera vez, una esclava negra.
Después pensó que su pequeño pito se introducía en su sexo virgen y que era a ella a quien follaba, con su pequeño y joven coñito, sin duda más ajustad que el de Dora.
La excitación corría por sus venas y era tal, que desvariaba a ratos, y en otros sentía gran rechazo por sus obscenos pensamientos. Y en este dilema estaba mientras sus dedos exploraban su sexo y pulsaban su botón secreto, lo que respondía provocaba intensas sensaciones a su joven cuerpo. Siguió y siguió frotándose íntimamente y cuando más excitada estaba, tuvo que parar pues su hermano se movió y giró quedando tumbado boca arriba.
Unos segundos más tarde volvió a oír sus resoplidos, y continuó con lo suyo. Aceleró sus frotes con sus dedos encima de su clítoris, presionando cada vez más fuerte se precipitó al orgasmo más intenso que había tenido. Su espalda se arqueó tanto que su culo despegó del suelo para acto seguido estrellarse contra él, sus talones temblaron y golpearon el duro suelo de piedra del sótano y sus dientes se apretaron al máximo mientras su respiración luchaba por coger aire con cada oleada de placer.
Extenuada, Cathy olió sus dedos, le pareció una guarrada, pero le gustaba hacerlo al terminar de masturbarse, olía profundamente a ella, a su sexo. Aquel maravilloso orgasmo lo recordaría durante mucho tiempo, tal vez por su obsceno atrevimiento de masturbarse mientras su hermano dormía a su lado, o tal vez por hacerlo tras leer un caliente capítulo de aquellas añejas memorias. En definitiva, fuera lo que fuese, ¡había sido una paja fenomenal!