Las Memorias de Adam

M intentaba fijar la vista en la parte oscura bajo el culo de su madre, donde sin duda su vagina era atravesada por el falo paterno y...

Prefacio

Las Memorias de Adam fue recientemente bloqueada en la plataforma donde estaba publicada. ¿El motivo? Pues pues que el incesto no es políticamente correcto, así que si introduces determinaas palabras "clave" te ganas un bonito "bloqueo". Lo que molesta del asunto es que cuando te la bloquean no te dicen exactamente por qué lo hacen, lo cual es un fastidio, ¡sobre todo cuando la citada obra ha estado publicada más de un año!

No obstante consideraba que dicha obra merecía la pena, de hecho forma parte de: La Trilogía Original de Zorro Blanco. Así que he luchado por que volviese a ver la luz y... ¡está conseguido!

Así que para celebrar su exitoso rescate os dejo aquí sus dos primero capítulos.

1

Tom y Cathy exploraban su nueva casa, había multitud de habitaciones en las dos plantas de la mansión e incluso un sótano donde se apilaban sin orden ni concierto muebles viejos y cachivaches de todo tipo, todo cubierto de polvo y en el mejor de los casos, protegido por sábanas blancas que por el paso de los años se habían vuelto grises por la capa de polvo acumulada, quedando la tela amarillenta y quebradiza por el paso del tiempo.

Sin duda estaban excitados ante su nueva casa, habían estado correteando por los pasillos adelantándose a sus padres, viendo todas las habitaciones, y habían acabado finalmente en aquel oscuro sótano, que se mostraba misterioso, lóbrego y tenebroso, recordando a las pelis de “gore” donde la chica rubia y guapa bajaba en la oscuridad sin sospechar que el psicópata de turno la aguardaba entre las sombras para degollarla.

Bajaron a tientas y se adentraron en la oscuridad. De repente sus gritos y carcajadas habían cesado y el silencio se abría camino delante suyo. Tom que iba detrás de su hermana intentó asustarla gruñéndole en la oreja, pero ésta no se dio por aludida e intrigada buscó en la pared algún interruptor que encendiera la luz.

Por las rendijas de las ventanas tapadas con maderas por fuera, se colaban haces de luz, que a modo de láseres se proyectaban en el suelo, haciendo brillar multitud de partículas de polvo en suspensión. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Tom vio una luz que colgaba en el centro de la estancia, se acercó y observó que de ella caía un cordón así que con algo de asco lo cogió y tiró de él.

Inmediatamente la luz se hizo, una luz amarillenta y mortecina, atenuada por la capa de polvo que cubría la bombilla, iluminó con luz espectral aquel sótano, iluminando la estancia para ellos.

Allí había un baúl, de madera con remaches de chapa metálicos en las esquinas y tiras metálicas circundándolo para darle mayor firmeza. Estaba colocado en el suelo, junto a una pila de otros objetos y muebles tapados con sábanas, pero a diferencia de éstos, no estaba cubierto.

Cathy fue quien primero reparó en él y acercándose intentó levantar la tapa sin éxito. Tom se acercó a ayudarla y poniéndose en cuclillas concluyó:

— Está cerrado Cathy, debería haber una llave en algún sitio que lo abra —dijo con cierta desilusión.

— ¿Qué contendrá, no sientes curiosidad por saberlo? —preguntó Cathy excitada ante la idea de los secretos que contendría.

— No sé, podemos buscar la llave a ver si está por alguna estantería o repisa —propuso Tom.

— ¡Perfecto, hagámoslo ahora mismo! —exclamó Cathy ilusionada ante la aventura que se presentaba.

Revolvieron por todos lados, provocando que parte del polvo pasase a estar en suspensión y poco a poco una neblina gris se fue formando en aquel lóbrego lugar y tras mucho buscar y rebuscar no hallaron indicios de la supuesta llave que abría el cofre, el cofre del tesoro, como ya lo habían bautizado durante su búsqueda.

Una voz se oyó, venía desde arriba, era su madre, quien los llamaba anunciándoles que iban a a comer. Así que abandonaron la búsqueda y subieron las escaleras de piedra hasta la primera planta de la casa.

Cuando su madre los vio aparecer una expresión de horror cubrió su cara.

— ¡Pero chicos, qué habéis estado haciendo! —exclamó exaltada.

— Nada mamá, sólo estábamos viendo el sótano —contestó Cathy con su voz dulce y aterciopelada.

— ¡Pero mirad vuestras ropas y vuestras caras, si tenéis hasta el pelo blanco! ¡Por dios bendito parecéis almas en pena! —añadió su madre.

— ¿Pasa algo Karen? —preguntó su padre acercándose desde la puerta principal.

Al verlos su padre no pudo evitar que una carcajada saliese de su boca ante el aspecto que tenían sus dos hijos. Karen se lo reprochó, pues para ella no tenía ninguna gracia. En ese momento Cathy se acercó a un espejo que había junto a las escaleras que subían a la segunda planta y entonces se contemplo con extrañeza, a los pocos segundos se unió a las risas de su padre...

— ¡Es verdad, mira Tom, parecemos fantasmas! Fantasmas salidos de ultratumba, ¡buh! —explicó volviéndose a su hermano y poniendo sus manos en forma de garras amenazantes.

Finalmente su crispada madre terminó por relajarse y se unió a las risas de todos. No tuvieron más remedio que cambiarse y asearse como pudieron pues la mudanza aún estaba sin hacer y sólo tenían pequeños equipajes que habían traído consigo.

Los días pasaron, sus muebles y enseres llegaron y tras una limpieza a fondo de la casa, ayudados por gente del pueblo cercano a la que contrataron, terminaron de adecentar aquella vieja mansión. El resultado final fue altamente satisfactorio, la casa lucia un aspecto victoriano esplendoroso al terminar de limpiar la fachada de la enredadera que crecía desde una esquina y que la había cubierto casi por completo.

Y así comenzó su vida en aquel apartado lugar, sin duda un cambio brutal desde la superpoblada New York a aquel pueblecito perdido en el condado de Kansas, cerca de Wichita, la ciudad más cercana a ellos. Pero, ¿cómo habían terminado allí, en un lugar tan apartado, tras vivir en la cosmopolita New York?

Richard, que así se llamaba su padre, antes era broker en New York, trabajaba 12 horas diarias y apenas veía a su mujer y a su familia. Únicamente se reservaba los fines de semana para ellos y en alguna ocasión ni eso. Trabajó de este modo durante años, perdiéndose muchos momentos familiares y gran parte de la infancia de sus hijos, hasta que un día casi llegó su hora. Un ataque al corazón, mientras trabajaba estuvo a punto de llevárselo por delante. Terminó postrado en un hospital durante semanas.

Cuando salió su cardiólogo le recomendó encarecidamente que cambiase de estilo de vida, de lo contrario no sobreviviría a un segundo ataque. Y así lo hizo, se despidió de su empresa, invirtió sus ahorros y guardó parte de ellos para trasladarse a vivir al campo. Desde allí pensaba seguir invirtiendo, pero a más bajo nivel su propio dinero, para poder continuar con su vida, pero ahora de una manera completamente distinta, intentando recuperar el tiempo perdido con su añorada familia.

De modo ahora dedicaba algunas horas del día a informarse y mirar la bolsa, cambiar algunas acciones, comprar o vender, pero sin agobios ni presiones. El resto de la jornada lo empleaba en la granja que había comprado y que estaba decidido a cultivar para ocupar el resto de su tiempo y compartirlo con su familia, pues todo aquello le había hecho apreciar el verdadero valor del tiempo.

Karen tenía un trabajo menos estresante que el de su esposo en la ciudad, era secretaria en la empresa donde Richard trabajaba, allí se conocieron y se casaron. Así que cuando le ocurrió el incidente a su marido no dudó en apoyarlo y dejar su trabajo también. De manera que pasó a ser ama de casa y a estar mucho más tiempo con su marido y sus hijos. En el fondo agradeció profundamente este cambio pues su relación de pareja se estaba resintiendo, debido al poco tiempo que pasaban juntos y a las tensiones que esto les provocaba y que les había distanciado tanto que ya apenas tenían relaciones.

En cuanto a sus hijos, Tom y Cathy, eran adolescentes, se llevaban algo menos de dos años y desde pequeños estaban bastante unidos, peleaban con frecuencia pero en el fondo se querían y siempre hacían las paces tras un enfado. Iban al instituto así que con el cambio perdieron sus antiguos amigos y tuvieron que volver a empezar, ahora irían al instituto del pueblo más cercano, pero todavía les quedaban las vacaciones de verano por delante antes de volver a las clases.

Así que, sin otra cosa que hacer, se dedicaban a holgazanear, explorar los alrededores de la finca y a bañarse en pequeño lago cercano, donde había un embarcadero hecho de madera que se adentraba en el agua y que, sin duda sería su diversión preferida en el caluroso verano que ya estaba aquí. Aunque ellos también habían acusado el cambio, en cierta medida el haber vivido siempre en una ciudad y ahora verse rodeados por campos hasta donde alcanzaba la vista, no les desagradaba como se podría pensar, sino todo lo contrario, les gustaba su nuevo hogar.

Trascurridas dos semanas desde su llegada, una calurosa noche en la que Tom no podía dormir, oyó un ruido, como un lamento, o bien un quejido. Curioso, pensó en que alguna ventana al moverse lo habría provocado, pero no corría ni una gota de aire. Entonces volvió a repetirse y esta vez lo identificó como un sonido “humano” de mujer. Pensando en que fuese su hermana que dormía en la habitación contigua, se levantó y se asomó a la puerta que las dividía. Estas habitaciones tenían esa particularidad, aparte de las puertas que daban al pasillo, tenían una puerta que las comunicaba así que la usaban para pasar de una habitación a otra a veces, sin tener que salir al pasillo.

El sonido de su respiración profunda le hizo deducir que su hermana dormía. Estando junto a la cama de su hermana volvió a oír el quejido, con más curiosidad decidió despertar a su hermana y contárselo a ver si ella también lo oía o era solo él que se estaba volviendo loco.

Efectivamente ella lo oyó igualmente cuando al poco éste se repitió. Así que ambos decidieron investigar, lanzándose al pasillo de madera descalzos. Avanzaron por él hacia el fondo y cuando hubieron avanzado unos metros lo oyeron con más claridad. Sin duda procedía del final, justo donde estaba el cuarto de sus padres.

Pensando en que alguno se encontrase mal, se acercaron y como sus habitaciones encontraron la puerta abierta con la esperanza de que alguna racha de aire refrescara las habitaciones. Allí, junto a la puerta lo oyeron con más claridad, el sonido procedía del interior y parecía que era su madre quien emitía aquellos “misteriosos” quejidos, por lo que el misterio, en parte, había quedado resuelto, aunque no saciada la curiosidad de sus hijos.

Tom quiso asomarse al marco de la puerta y ver lo que hacían. Tal vez sospechaba ya que pasaba, su hermana en cambio le tiraba del brazo y le indicaba que se fuesen, en cierto modo sintiéndose avergonzada por lo que iba a contemplar su hermano. Después de todo ella era casi dos años mayor que él, más avanzada en su pubertad y por tanto en conocimientos sobre relaciones humanas. Pero no hubo manera, Tom se asomó y allí contemplo el panorama...

De espaldas a la puerta, su madre estaba sentada sobre las piernas de su padre, que permanecía tumbado sobre la cama, viendo únicamente sus pies bajo el peso del cuerpo de su madre. La claridad provocada por la luna llena que lucía en aquella calurosa noche de verano y que se colaba por el ventanal del dormitorio marital, iluminaba sus cuerpos desnudos con sus rayos plateados, ella estaba de espaldas a su posición.

Su cabellera rubia y rizada era sujetada por sus brazos, llevados a su nuca, mientras ella, con acompasados movimientos, subía y bajaba flexionando sus rodillas y caderas, cabalgando dulcemente a su esposo, con gran placer por su parte. Giraba su cabeza de un lado a otro y la pegaba a sus brazos mientras se sujetaba el pelo, luego se inclinó hacia adelante y cayó sobre el pecho de su hombre, apoyando las manos sobre las sábanas y levantando más su culo, pasó a follarlo con suaves movimientos de cintura.

Tom, estaba anonadado, el culo de su madre, iluminado a la luz de la luna se mostraba esplendoroso, junto a su espalda bien formada, con las costillas y todos los huesos de la misma marcados. Pero su culo, ¡ay su culo!, le llamó especialmente la atención por cómo este reflejaba los rayos lunares... Aquello era otro cantar, en la posición actual, ligeramente inclinada hacia adelante, cuando subía se le venía con mayor claridad, ¡tan redondo, tan perfecto, tan sensual! Que Tom sintió nacer su excitación en sus clanzoncillos.

Cathy mientras tanto estaba detrás suyo, asomada por encima de su hombro. Vencida por la curiosidad al verlo a él mirar el espectáculo, contemplandolo con una mezcla de estupor y curiosidad, cómo sus padres hacían el amor.

Tom intentaba fijar la vista en la parte oscura bajo el culo de su madre, donde sin duda su vagina era atravesada por el falo paterno y en los juegos de luces y sombras creía adivinar las formas, aunque en realidad aquí su imaginación ponía más de su parte que la visión real, pues lo que no estaba iluminado directamente por los rayos lunares se convertía en una mancha negra informe. Cuando su madre subía el trasero, especialmente se marcaba la unión de sus cachetes, para acto seguido volver a caer sobre la verga erecta clavándosela hasta lo más íntimo, enfundándola en su vagina como el sable entra en su vaina..

Cathy tampoco dejó de mirar la escena, aunque se sentía avergonzada por espiar aquel acto de intimidad suprema entre sus padres. Ella era ya toda una mujer, hacía años que tenía el periodo y había empezado a explorar su sexo, especialmente en los momentos húmedos de la ducha, usando la alcachofa y jugueteando con las presiones del agua sobre su clítoris, había conseguido orgasmos deliciosos. Y ahora que contemplaba un acto sexual pleno, tan solo a unos metros de ella, y aunque pensar que eran sus padres quienes lo hacían le causaba bochorno, en su entrepierna sintió la humedad de su sexo comenzó y la excitación le subió hasta la boca. Ella lo notaba, casi podía olerlo, pues conocía bien el olor de su sexo cuando la calentura que subía desde sus bragas hasta su pituitaria.

Mientras ambos contemplaban el acto, extasiados, la acción comenzó a acelerarse, como si le hubiesen dado al avance rápido de vídeo. Su padre agarró por la cintura a su madre y sujetándola con firmeza, empezó a darle fuertes embestidas desde debajo suyo, provocando sonoras palmadas cuando sus muslos chocaban contra su culo, clavándosela con gran rapidez y fuerza.

A partir de ahí, su madre gimió más fuerte y comenzó a girar la cabeza de nuevo, lanzando su larga melena rubia hacia adelante y hacia atrás, en una explosión de placer supremo. Para finalmente caer abatida y sudorosa de nuevo sobre el pecho de su marido.

Ahora todo era como a cámara lenta, mientras sus caderas y su culo seguían moviéndose despacio, aún con la verga clavada en lo más íntimo de su ser, parecían disfrutar de los momentos finales del acto que ya terminaba, recuperando la respiración tranquila y profunda tras las penetraciones despedidas de hacía apenas unos instantes.

Cathy, al ver que todo había acabado ya, tiró con fuerza del brazo a su hermano y se lo llevó de allí. Ambos volvieron, silenciosamente como gatos en la noche por el pasillo, en dirección hacia sus dormitorios.

— ¿Has visto lo que hacían? ¡Qué polvo han echado!, ¿no? —exclamó exultante Tom nada más entrar al cuarto de su hermana. Cathy le ordenó silencio, temerosa de que los oyesen.

— No hemos visto nada, ¿me oyes? No se te vaya a escapar delante de ellos —le advirtió.

— ¡Si claro, es que es la primera vez que veo follar en directo! —exclamó Tom con sinceridad apabullante.

— No seas guarro Tom, anda y acuéstate, ¿vale? —le apremió empujándole a través de la puerta intermedia hacia su cuarto y cerrándola cuando consiguió hacerlo pasar al otro lado.

Ambos se echaron en sus camas, sin duda rememoraron las sensuales escenas contempladas y a su manera, cada uno las disfrutó. Cathy se acarició su chochito sintiendo especial goce al hacerlo, hundiendo sus dedos en su surco tan húmedo y lubricado, que estos apenas encontraban resistencia, ¡fue delicioso!

Mientras tanto, en le dormitorio anexo, Tom, que tenía su pene tremendamente duro y se lo acariciaba suavemente rememorando el acto que acababan de contemplar. Finalmente abandonó sus caricias, pues aún no llegaba hasta el final de la masturbación, y echado con los brazos hacia atrás, su mente se recreó en cada detalle, en cada momento, en cada sonido, memorizándolos como si temiera no recordarlos mañana y que todo hubiese sido un sueño. Con el tiempo sin duda, así sería, pero hoy era real, ¡y el recuerdo estaba fresco aún en su memoria!

2

Al día siguiente Tom bajó al sótano. Ahora estaba bastante más limpio que cuando bajaron allí la primera vez. Habían estado quitando las sábanas polvorientas y añejas que cubrían los muebles que allí estaban, barrieron el suelo repleto de polvo y limpiaron los cachivaches antiguos que se amontonaban por las estanterías. Muchos de estos enseres los recuperaron para usarlos en la casa como adornos pues a su madre le encantó su aspecto antiguo y vetusto.

Tom se hallaba dormitando en una mecedora, mientras se mecía apaciblemente en ella y echaba la siesta, huyendo del calor del medio día, pues resultó que era una de las habitaciones más “fresquitas” de la casa, ya que estaba bajo el suelo. De modo que cuando se despertó, siguió meciéndose en ella mientras adormecido, reparó en el misterioso baúl que seguía guardando sus secretos.

Así que hizo un esfuerzo por desperezarse de su apacible descanso y se incorporó acercándose al él una vez más para intentar abrirlo sin éxito. Y maldijo frustrado por no poder averiguar su contenido. Era todo un fastidio, pensó en usar una palanca pero eso rompería la madera y le pareció demasiado bonito para hacer esa salvajada y su madre tampoco se lo permitiría si se llegaba a enterar.

De modo que se dedicó a buscar por las estanterías a ver si localizaba la llave milagrosa que abriera su misterio. Como si de una aventura se tratase escudriñó cada centímetro cuadrado, abrió y ojeó cada botella o jarrón, los zarandeó, los puso boca abajo, pero tras una intensa búsqueda, la escurridiza llave tampoco apareció por ningún sitio.

Finalmente se rindió, desplomándose sobre la mecedora comenzó a balancearse parsimoniosamente de nuevo en ella. Ensimismado, ahora miraba la pared de ladrillos de en frente, con sus hileras regulares de ladrillo rojo compacto, que con el movimiento de la mecedora creaban un efecto hipnótico en quien los contemplaba.

En la regularidad de la pared, detectó una leve anomalía, nada de particular, pero aburrido y asqueado como estaba, decidió acercarse para observarla mejor. Solo entonces se percató de que el ladrillo que no seguía la perfecta regularidad del resto, estaba un poco salido y torcido respecto a los demás. Tras una observación detenida lo empujó y ¡oh dios mio! El ladrillo se movió hacia dentro de la pared, ¡estaba suelto! De repente tuvo una intuición, ¿y si la llave se escondía tras él? ¿Y si el ladrillo era el escondite secreto de la llave? Como los felpudos o las plantas junto a un portal, ¡sí aquello tenía una lógica aplastante!

Tiró de él con fuerza pero el ladrillo no llegó a salir, se quedó tal como lo encontró, ligeramente girado con respecto a la pared y sacado hacia afuera. Trató de sacarlo por todos los medios, empujándolo y tirando de él, pero éste a penas se movía y no parecía que fuese a salir con facilidad.

Tras vanos intentos de extraerlo, desesperado se separó de la pared y miró a su alrededor buscando algo con lo que hacer palanca. Finalmente reparó en la gran hebilla de su cinturón y decidió probar. Se la quitó y con el hierro que se usaba para coger los agujeros rascó los bordes de argamasa que sujetaban el díscolo ladrillo, soplando de vez en cuando para ver cómo iba. Cuando hubo rascado un rato, metió la hebilla metálica en el hueco e hizo palanca con ella.

¡Por fin! El ladrillo se había soltado un poco más y había salido unos centímetros extra. Ahora pudo agarrarlo mejor y tiró de él con fuerza, agitándolo en todas direcciones, tiró tan fuerte que de repente el ladrillo cedió, provocando que perdiera el equilibro y cayó de culo en el suelo, ladrillo en mano incluido.

Rió ante tanta torpeza y con el corazón en un puño se levantó para mirar en el hueco que había quedado, había mucha arena y polvo así que lo limpió con los dedos y mientras lo hacía entre ellos apareció algo metálico y frío al fondo. Al rescatarlo lo miró y descubrió que, era una cajita metálica y verdosa, probablemente de bronce, pues no había óxido en ella.

Metiendo las uñas de sus dedos tiró de la tapa y de nuevo tuvo que esforzarse por superar el nuevo obstáculo, pero esta vez no fue tan difícil, la tapa cedió y tanto la parte de arriba como la de abajo volaron por los aires impactando después contra el suelo y provocando un tintineo metálico al chocar. Pero allí apareció un tercer objeto, en el momento en que cayó al suelo, este brillo débilmente. Tom se agachó para verlo mejor en el poco iluminado sótano y: ¡era la llave!

— ¡Sí! ¡Eureka, la encontré! —gritó como un poseso dando brincos sin parar.

Feliz como una lombriz fue a abrir el baúl, pero pensó que a su hermana le gustaría verlo también así que fue a buscarla y se guardó la llave en el bolsillo.

Ella estaba echando la siesta en su habitación. Tom entró y la vio con su camisón de seda semitransparente. Observó cómo se traslucían sus pechos, pues no llevaba sujetador, eran pequeños, en forma de copa de champán. Por unos momentos se sintió atraído por ellos y quiso tocarlos, pero no, finalmente se arrepintió. Decidió despertarla, moviéndole suavemente el hombro, mientras le susurraba muy excitado...

— ¡La encontré! ¡Es la llave! —gritó eufórico—. ¿Vienes a abrirlo? —le preguntó con voz temblorosa por la excitación, con la respiración entrecortada.

Su hermana, medio adormilada no reaccionó al principio, se incorporó levemente, apoyándose sobre los codos y miró a su hermano, observó lo que le mostraba en su mano. Como volviendo en sí, al ser consciente de lo trataba de decirle, le sonrió picaronamente.

— ¿Estás seguro? —se limitó a preguntar.

— Si, estaba oculta tras un ladrillo en la pared del sótano, ¡vamos! —dijo tirándole del hombro y sacándola de la cama.

Pasaron por el cuarto de sus padres que también dormían, en silencio para no despertarlos, bajaron las escaleras hacia la primera planta y luego fueron al sótano.

Allí se arrodillaron ante el baúl, Tom sacó su llave del bolsillo, su mano temblorosa acercó la llave a la vieja cerradura de bronce, reverdecida por los años. Apenas consiguió introducirla por la ranura debido al tembleque que sentía, pero una vez insertada la giró suavemente... no se abrió.

— No se abre... —dijo desilusionado.

— ¡Anda déjame a mí! —le espetó Cathy arrancándola de sus manos y obligándolo a echarse a un lado.

Mas decidida Cathy la cogió y la giró con fuerza, el mecanismo crujió y rechinó metal contra metal, la llave giró con mucha dificultad y al final se oyó un cloc sordo, lo que era buena señal: ¡El cofre estaba abierto! Ambos se miraron, la mar de sonrientes y excitados, de nuevo Cathy colocó sus manos a ambos lados del cofre y levantó su tapa suavemente hasta abrirlo por completo. Casi inmediatamente su hermano se zambulló en su interior... en busca del tesoro, pues en su mente: ¿qué otra cosa podía guardar alguien bajo llave y tan secretamente oculta?

Allí había cachivaches varios: una pipa, un quinqué viejo, pinceles o lo que creyeron que eran pinceles, que más bien resultaron ser plumas para escribir, una cajita metálica...

Fueron sacando los objetos y poniéndolos a su alrededor. En la caja metálica resultó que había fotos, fotos muy antiguas que apenas eran manchas en blanco y negro, donde se intuían añejos rostros de tal vez antiguos ocupantes de la casa.

Al final en el cofre había un saco de lino gris, al tocarlo descubrieron que en realidad envolvía algo más duro. Lo sacaron y Cathy extrajo de su interior lo que tan cuidadosamente había sido envuelto en la tela... ¡era un libro, con sus tapas gordas de cuero! Extrañada y curiosa al mismo tiempo abrió sus páginas, amarillentas, de un papel grueso como no habían visto antes, habían resistido el paso del tiempo, guardadas en aquel baúl, en aquél fresco sótano, ¡y se habían conservado bien!

Comenzó a leer lo que parecía un título, escrito a mano con una caligrafía bonita, como cuando ellos empezaban a escribir las cartillas de la escuela, aunque las líneas denotaban un leve temblor de manos de su autor:

— “Memorias” —leyó el título, hizo una pausa y siguió leyendo...

«En estos días aciagos, cuando me doy cuenta de que la vejez me ha alcanzado irremisiblemente y ya apenas salgo al campo porque mi cuerpo se niega a responderme, he decidido echar la mirada atrás y recordar los viejos tiempos. Tiempos pasados que siempre fueron mejores. Y por algún motivo la memoria siempre me lleva a un sitio, es curioso porque sería como el polo opuesto a mi situación actual, ella me lleva a mi juventud, concretamente a mi pubertad y más concretamente aún a un verano, un verano muy especial. El verano en el que desperté a esa secreta e íntima parte de nuestras vidas, cuando descubrimos que estar aquí, en este mundo, también tiene sus momentos dulces, momentos en los que el placer nos eleva, separándonos de lo cotidiano y nos traslada al éxtasis, en esos breves momentos, cuando en solitario o compartido, decidimos explorar ese maravilloso universo del sexo. Empecemos pues por ahí, a ver hasta donde es capaz de alcanzar mi maltrecha memoria.

En aquellos días el calor comenzaba ya a sentirse con fuerza, y la cosecha del algodón, una de las principales plantaciones de la explotación de mi padre comenzaba a realizarse de sol a sol. En aquellos tiempos teníamos esclavos que se encargaban del arduo trabajo, fue antes de la abolición del esclavitud por Abraham Lincoln.

Era la hora de la siesta, mi amigo y vecino Albert y yo, dormitábamos en el granero de la finca, entre el heno que se apilaba en la segunda planta, cuando un ruido nos despertó. Fue una discusión a las puertas del mismo. Casi de inmediato reconocí la voz de mi padre, tan autoritario, tan rudo como sonaba siempre. Y la otra era sin duda, una voz de mujer, una mujer asustada que suplicaba: “¡No señor, por favor, déjeme ir!”. Aquello nos erizó el vello a ambos.

Seguidamente la mujer entró al granero, bueno más bien fue lanzada dentro y aterrizó en el suelo. Asustada miró a la puerta por donde mi padre apareció, con terror se arrastró hasta llegar a la pared de en frente, donde unas balas de paja detuvieron su avance. Allí se giró y siguió mirando a mi padre, con su figura inconfundible: sombrero de ala ancha, botas altas, gran bigote y látigo en la mano. Cuando se trataba con esclavos había que llevarlo siempre, según él.

La siguió, dando grandes pasos, con las manos asidas al cinturón con los pulgares hacia abajo. Yo me temí lo peor y pensé que aquella pobre desgraciada habría hecho algo para irritarlo y ahora iba a sufrir su castigo, como en otras ocasiones lo sufrían otros esclavos o yo mismo, pues el hecho de ser su hijo no me libraba de su ira.

Efectivamente, cuando estuvo cerca de ella, alzó la mano y el látigo ondeó en ella, la chica se volvió horrorizada, éste bajó con fuerza y la azotó en la espalda. La pobre chica, llena de pavor chillo antes incluso de sentir su contacto.

¡Vamos levántate las enaguas! —le ordenó.

¡Pero señor, por favor, no lo haga, aún no he estado con ningún otro hombre!

¡Qué te las levantes! —le reiteró, pero ya no esperó respuesta, esta vez se agachó y cogió el menudo cuerpo de la mujer y lo levantó echándolo contra una bala de paja sin apenas esfuerzo, quedando la chica sobre ella de espaldas a mi padre.

Con violencia, mi padre se acercó a su culo y levantó el viejo vestido de la mujer, descubriendo sus negras piernas y un taparrabos de tela blanca que llevaban los esclavos para cubrir sus partes íntimas anudado a su cintura. Ésta prenda fue desenlazada y arrancada con violencia por él, descubriendo un culo redondo, tan negro o más que sus muslos.

¡Por favor señor, hágame lo que desee, pero no me haga daño! —gritó la chica pidiendo piedad.

A estas alturas mi compañero de siesta y yo estábamos con los ojos abiertos como platos, agazapados entre el heno de la segunda planta del granero, mirando con expectación la escena que se representaba apenas a unos metros.

Abajo la chica permanecía quieta en actitud sumisa mientras mi padre se bajaba los pantalones y sus calzoncillos de fino algodón, como le permitía su estatus social.

Acercándose a la desdichada, la giró y la puso de espaldas, tras lo cual le dio una fuerte palmada en el trasero, provocándole un grito, pero menos fuerte que el de antes. Pues aunque fue sonora, seguramente no la lanzó con excesiva fuerza. A esta siguieron otras, mientras mi padre sonreía socarronamente.

¡Ya estás madura! Es tiempo de cosecharte mujer, pero tranquila, sólo te dolerá un poco al principio, ¡después sabrás lo que es el placer! —dijo fanfarroneando y soltó un azote con la mano en el culo de la sumisa chica.

Yo nunca había visto una mujer desnuda y supongo que Albert tampoco, por eso estábamos exaltados ante la imagen de aquella muchacha, con su trasero y muslos ofreciéndonos una vista lateral y en suave picado desde atrás impresionante. Su culo era más negro por la parte del ano y bajo él, un pelo negro, esponjoso y acaracolado, cubría su raja ocultándola. Era el primer chocho que veíamos también, así que tratábamos de no perder detalle de lo que observábamos.

Mi padre asió con su gruesa mano aquella pelambre y lo magreó con gusto, creo recordar que hasta su dedo gordo entró en aquella espesura, sin duda atravesando su raja, lo que provocó más gritos de dolor en la chica.

Yo la conocía de vista, era una joven que rondaba la pubertad como mi amigo Albert y yo, era hija de esclavos y ya había empezado a trabajar como recolectora en la plantación aquel año. Pues hasta entonces, las chicas de menor edad se limitaban a llevar agua y comida a los hombres y mujeres que trabajaban.

Si la chica dijo la verdad, respecto a lo de que era virgen, en cierta medida las poco delicadas caricias de mi padre en aquellos momentos tuvieron que terminar con ese estado. Mientras tanto él seguía azotándola en el trasero, hasta que cogió su verga, blanca como la leche, en comparación a aquella piel color azabache, curtida por el sol, la acercó a aquel chocho virginal y paseó su punta por él con deleite.

¡Oh, qué chocho tan exquisito que tienes! Te pienso follar todos los días hasta curtírtelo con mi preciosa verga, hasta te liberaré de trabajar en el campo, así tus manos no se endurecerán —le dijo mi padre babeando de placer a su espalda.

La chica no decía nada, sólo permanecía sumisa a cuatro patas mientras mi padre seguía a lo suyo. Poco a poco fue metiendo su miembro en aquella virgen, ahora la chica sí gimió y gritó al sentir aquello entrar en algo tan íntimo, aferrándose con fuerza a la bala de paja sobre la que estaba echada.

Entonces mi padre paró, aún no la tenía toda dentro, pero se detuvo un momento. Luego retrocedió y volvió a meterla hasta ese punto y de nuevo paró. La chica ya no gritaba, sólo bufaba y se aferraba a la bala de paja donde estaba echada. Como un experto desvirgador mi padre ahora sí profundizó en su vagina, introduciéndola hasta que su panza rozó su redondo y negro culo. La chica de nuevo volvió a gritar, pero tal vez por la impresión más que por el dolor que le produjo esta profunda penetración.

Ahora ya, una vez metida toda, comenzó a follarla sin compasión, arreándole buenas embestidas que hicieron que la chica se moviera al son que su amante marcaba. Entonces suplicó que parase, pero él, impasible ante sus súplicas, siguió follándola con aquel ímpetu desmedido aferrándose con fuerza a sus estrechas caderas.

Yo nunca había visto follar a nadie, era una palabra prohibida que sólo nos susurrábamos mi amigo y yo cuando hablábamos de mujeres, pero que nunca se me hubiese ocurrido pronunciar estando mi padre cerca, pues me hubiese corrido a latigazos. Los dos nos mirábamos un momento mientras la escena seguía produciéndose, yo ya tenía el pito tieso y sin duda él también lo debía de tener, así que sin decirnos nada volvimos la cabeza y seguimos mirando.

Allí abajo la chica seguía gritando con cada embestida, mi padre se aferraba a calzón bajado a su culo y empujaba con ganas, aunque éstas embestidas creo duraron realmente poco y tras quizás un par de minutos mi padre rugió levantando su cara hacia el techo del granero y siguió con sus embestidas, pero más despacio, fue parando poco a poco, hasta quedarse quieto, aún con su verga dentro.

¡Oh, ha sido fantástico Arel! —pues así parecía llamarse la chica—. Mañana volveremos aquí para continuar con tu adiestramiento.

Y dicho esto se la sacó y se subió los pantalones como si allí no hubiese pasado nada. Acto seguido salió por la puerta sin mirar atrás, dejando allí a la desdichada.

La pobre chica, durante largo rato estuvo quieta como petrificada, tal vez esperando a que su follador se hubiese alejado lo suficiente. Ya no lloraba, aunque fuese extraño. Finalmente se levantó y quedó sentada sobre la paja, se limpió los mocos y lágrimas en la manga de la camisa, recogió sus harapos y su taparrabos y se dispuso a vestirse.

Cuando se levantó y con cierto horror pareció descubrir algo y se agachó. Albert y yo no supimos lo que era, pero al remangarse el vestido, vimos con claridad su chocho, incluso creo recordar que vimos lo sonrosado que era por dentro y esto nos llamó poderosamente la atención, ¡cómo era posible que siendo negros por fuesen blancas por dentro! El caso es que vimos como de él salía un líquido entre blanco y rosado, que nos llamó poderosamente la atención. En aquel momento no lo sabíamos, pero con el tiempo descubriríamos que era la leche de mi padre mezclada con la sangre fruto de desvirgar a la muchacha en su primera vez.

En ese momento mi amigo se movió y un tablón del suelo donde estábamos crujió, entonces la chica miró hacia arriba, tan horrorizada como había estado antes y me vio. Entonces pude ver el pánico en sus ojos negros, el miedo e inmediatamente salió de allí como alma que lleva el diablo. En aquel momento dudaba si nos había reconocido, con el tiempo supe que sí, que sabía que yo era el hijo del amo. »

Cathy no había parado de leer aquel relato, escrito en inglés arcaico cuya letra caligráfica le había costado entender al principio, pero a la que ya se había acostumbrado. Mientras lo leía hizo algunas pausas y miró a su hermano, intentando convencerlo para no seguir leyendo ante lo escabroso del tema, pero éste insistió todo el tiempo en que siguiese y siguiese. Lo cierto es que ella misma se sentía atraída por aquella historia y por eso tal vez accedió y siguió hasta el punto en el que estaban. Después de esto, la página quedó en blanco y en la siguiente comenzaba al parecer otro episodio, pero hizo una pausa para descansar.

— ¡Jo Cathy, vaya historia, no! —exclamó Tom muy excitado. Había permanecido en el suelo casi todo el tiempo, junto a su hermana, que estaba sentada sobre con las piernas cruzadas y el libro apoyado sobre sus muslos.

— Si, un poco fuerte, ¿no crees? —preguntó ella sintiéndose avergonzada por haber leído algo así.

— Bueno si, pornográfica pero excitante, diría yo.

— No sé, para mí la pornografía se reduce a las películas porno, aquí veo descripciones de sentimientos, acciones y sí, mucho sexo, pero me resulta más excitante que el porno, ¿a ti no?

— Jo hermanito, qué razonamiento más maduro acabas de tener, me has sorprendido —rio su hermana—. Visto de ese modo estoy de acuerdo contigo, esto es distinto a la mera pornografía que vemos en los vídeos.

Tras estas reflexiones compartidas quedaron en silencio unos momentos, hasta que finalmente Tom lo rompió.

— Oye, Cathy, ¿te puedo preguntar algo? —le inquirió Tom desde el suelo.

— Si claro tonto, no te pongas tan serio —rio ella nerviosa, tal vez intuyendo que su pregunta sería comprometida.

— ¿Tú eres virgen? —interpeló finalmente.

Cathy rio ante la pregunta, fue una risa nerviosa provocada por su vergüenza ante ella, pero después se serenó e intentó pensar la respuesta.

— Si, claro que soy virgen, como tú, ¿no? — concluyó tras unos segundos.

— ¡Oh si claro! Yo soy menor que tú. ¿Sabes? Se me ha puesto dura, como al protagonista —dijo mientras se sentaba y un bulto, como una puntilla estiró la tela de sus pantalones cortos.

Cathy se llevó la mano a la boca y sonrió de nuevo avergonzada, su hermano era un descarado sin remedio.

— ¡Eres un guarro! —dijo cerrando el libro y amenazando con golpearlo con él.

De pronto oyeron ruidos en la planta de arriba, alguien bajaba las escaleras, así que alertados decidieron volver a guardar todo en el baúl. Los pasos siguieron avanzando y bajaron hacia el sótano donde estaban.

— ¡Ah estáis aquí! —dijo su madre inclinándose en las escaleras a la altura del techo, observándolos desde arriba.

— ¿Os apetece tomar una limonada fresquita?

— ¡Oh si claro dijo Tom ahora subimos mamá! Estábamos jugando.

— ¿Jugando, a qué juego, no veo ningún tablero?

— ¡Oh, pues es que era piedra—papel—tijera! —intervino Cathy dándole un codazo a su tierno hermanito.

— ¡Ya veo! En fin, subid cuando terminéis con lo que estabais haciendo —dijo su madre girándose y volviendo tras sus pasos.

En aquel momento hicieron un pacto, un pacto de hermanos, en el que acordaron no revelar nada a sus padres de aquel libro, sería su secreto. Pero también acordaron leerlo siempre juntos, pues entre otras cosas Tom no entendía bien aquella letra ni aquel inglés arcaico. Cerraron el cofre y volvieron a dejar la llave escondida tras el ladrillo de la pared, que ahora se movía con facilidad.