Las más ricas de mi calle

Desde que las conocí, quedé impactado, eran las mujeres más ricas y prohibidas de mi calle y nunca pensé que las haría mías a las dos...

LAS MAS HERMOSAS DE MI CALLE

Cuando la conocí, estaba en estado, muy alta con tacos llegaba al 1.80, gorda, morena, pelo lacio hasta los hombros y unos ojos muy negros, hermosos. Siempre nos encontrábamos en la bodega de la esquina donde atendía un chinito buena gente. La veía como una mole con su barrigaza de ocho meses unos senos como repisa, usaba batas sueltas con una tirita en los hombros, no se pintaba, parecía siempre de mal humor, sus ojos emitían una mirada que taladraba el cerebro, siempre me miraba con detenimiento y me sonrojaba, su mirada era excitante pero me costaba trabajo admitir que una señora de ese porte y en estado pueda cargar esa lascivia en la mirada, siempre le bajaba la mirada y ella sonreía.

Yo estaba terminando mi tesis y la estaba pasando como perro, mi padre había muerto, mi madre no podía mantenerme y me costaba trabajo terminar, pero tenía que hacerlo. A veces comía después de tres días, trabajaba en lo que se presentaba, desde obrero del campo hasta de ayudante de albañil, cuando terminaba la faena y sobraba un sencillo, me acercaba a la esquina, donde mi buen amigo el chinito, me invitaba algún bocado que con lo poco que podía comprar me llenaba la barriga y hasta el otro día. Betty se llamaba la señora preñada, siempre le preguntaba al chinito por mí, el me contaba, se compadecía de mi situación y le decía que le gustaría ayudarme.

Una vez sentado, devoraba con devoción un dulce, ella me desconcentró con un: ¿Qué comes? Imperiosa muy seria, yo, atragantado atiné a moverle la cabeza. ¿Está rico? -Ya más dulce- me preguntó, le volví a mover la cabeza, te invito un jugo, completó la charla, la primera. Así gorda, inmensa y preñada como estaba me gustaba, no olvidaba sus ojos y sus hombros descubiertos, me excitaban.

Dejé de verla un buen tiempo, había dado a luz, a veces sacaba la cabeza por su ventana y yo la saludaba, más dulce me contestaba.. había conseguido una chambita más estable en un grifo y ya la estaba pasando mejor, aunque mis fachas habían empeorado, andaba mugroso, lleno de grasa y oliendo a petróleo pero con el estómago lleno.

Un día el chinito cómplice me entregó una carta "es de la señola", me dijo, se declaró, muy franca e imponente, me decía que le gustaba, que veía en mi un chico sufrido y dedicado al estudio y se ponía a disposición para cualquier ayuda. Unos días después, cerca de la medianoche pasaba cerca de su puerta terminando mi jornada, iba medio dormido, pensando en una ducha fría y dormir como un condenado, cuando se abrió su puerta, me tomó del brazo, yo cagándome de miedo entré, me senté en un sillón, con cuidado para no mancharlo, ella cerró la puerta despacio, mirando si algún vecino se había dado cuenta de mi incursión. La casa estaba oscura, ella apoyándose en los laterales del sillón se inclinó y puso su cara a escasos centímetros de la mía, podía oler su cabello mojado, ¿Estás asustado mi amor? Me dijo tranquilizándome, me cogió la cara y me besó, era el beso más húmedo que me habían dado, tenía labios medio gruesos y muy suaves, sabía besar, que no sabría, -pensé yo- Por instinto mis manos agarraron lo que estuvo más cerca, su culo, unas enormes nalgas, estaban frescas y noté que no tenía interiores, mis manos no podían abarcar semejante tamaño y mientras nos besábamos le acaricié lo que podía.

Me gustas niño, me dijo, no tengas miedo, me tomó de la mano y me arrastró hacia el segundo piso. Todo estaba oscuro, pasamos lo que creí era su cuarto, olía a recién nacido, abrió una puerta en el fondo de un pasillo, había una cama y algunos muebles juveniles, era el cuarto de su hija mayor que vivía con su padre, su primer marido.

Cogió el colchón y lo tumbó al piso, prendió una lamparita, me miró risueña y dijo: acá estaremos mejor, se sentó de lado, la bata dejaba ver casi todas sus tetas el pelo suelto y la bata le cubría la mitad de sus muslos, el espectáculo me dejó absorto, ven, me dijo suavemente, más me invitaba con la mirada, me acerqué, abrió la correa y me bajó el pantalón, yo estaba armadísimo, mi pene quería romper la truza, lo tenía muy grande, era mi orgullo, me envidiaban mis amigos y tenía dificultad a veces para hacer sexo, algunas prostitutas me rechazaban, ella lo sacó y absorta lo acariciaba, es bien grande hijo, que rico es, es el más grande que he visto, me atrajo cuando el polo que por sacármelo rápido se me había atorado en la cabeza, en medio de la oscuridad, sentí que me lo besaba, sus besos eran suaves y jugosos, empezó a engullírselo hasta la mitad, más no podía y de vez en cuando me miraba sumamente complacida, se paró, se quitó la bata y quedó desnuda, muy gorda y excitadísima, me abrazó y nos besábamos no sabía que agarrar, toda sus carnes eran apetecibles. Nos tumbamos al colchón, ella se puso encima, empezó a besarme desde la frente, despacio, disfrutando como sólo ella lo podía hacer, siempre rondaba en mi cabeza su marido, como adivinando me dijo que estaba fuera, que no iba a llegar sino dentro de una semana.

Llegó a mi miembro, lo besaba todo como una armónica, mientras me acariciaba los huevos, empezó a chuparlo, eran unas mamadas espectaculares, empecé a meterle mi mano a su concha, estaba mojada y muy grande, tres dedos bailaban, sacó el culo todo lo que podía, había abierto las rodillas para facilitarme mi labor, de vez en cuando gemía, se lo sacaba de la boca, le chorreba la saliva, emitía frases fuertes: ¡mierda que rico es! ¡qué rica pinga tienes mi amor!, cruzó una pierna por mi cabeza y me dejó su conchaza en la cara, empecé a lamerle con un poco de asco al comienzo, después me encantaron sus jugos, me mojaban casi toda la cara, ella gustosa me la restregaba, sentía sus vellos mojados raspándome la cara y me encantaba.

De pronto se soltó de ese precioso 69 y echándose de espaldas me ordenó ¡métemela! Entró con facilidad y sentía lo que sólo ella podía hacer, sentía que dominaba sus músculos, me la apretaba adentro muy adentro, el placer era indescriptible, sudábamos a chorros, ella aullaba como una perra, terminaba en estertores, me apretaba, gritaba, me mordía y me inundaba la pinga con sus jugos, se quedó quieta, yo asustado esperaba la otra orden, que rico eres mi niño, me decía con voz ronca al oído, suavemente se puso encima, empezando una cabalgata, le caía el sudor y me mojaba, sus tetas se agitaban grotescamente, cuando cogiéndome del pecho quería que mi pinga llegase toda hasta donde podía llegar, se encorvaba y veía que sus tetas le llegaban hasta la cintura, cerrando los ojos ajustaba sus labios y sentía que de nuevo llegaba a otro orgasmo, sentía que de su pecho no sólo corría sudor sino leche, le estaba saliendo leche de sus enormes tetas y me lo ajustaba.

Con un mano por detrás lo sacó de su concha y pasaba la cabeza por su ano mientras me besaba, se quedó quieta con la cabeza de mi pinga en la puerta de su culo, me estaba mordiendo mientras le introducía la mitad de mi miembro, empezó a gritar, lo quería todo, se safó, poniéndose en cuatro, me susurró: ¡métemela! ¡métemela por favor! Abrió las rodillas para que yo pueda llegar y metió su espalda, quedando el culo como un cerro, con una mano se lo colocó en el ano, yo incómodo empecé a metersela, estaba más ajustado, lo ajustaba para sentir más placer le encantaba sentirlo atrás, me empujaba, lo quería todo, me levantaba en el aire, se enderezaba y se apretaba las tetas con las manos y yo la besaba por detrás, tenía sus hombros cerca de mi boca, que no se por que razón se mantenían frescos y los besaba, eran esos hombros que descubiertos cuando la conocí me excitaban, ella seguía aullando de placer y me gritaba ¡muérdeme! ¡mierda que rico! ¡muérdeme! ¡Hazme doler! ¡mátame! ¡me aloco! ¡Dios...! y tuvo el más grande orgasmo de la noche, yo no pude contener más y le di la descarga más fuerte de mi vida, ella al sentir mi leche se safó de nuevo y me la empezó a chupar la pinga, saboreando esa mezcla mal oliente de leche y mierda, jadeaba cansada y yo sentía que la humedad me bajaba por las bolas y el culo, de pronto se puso de pie y ligera se metió al baño, me parecía increíble lo que estaba viviendo, en el baño la encontré más serena, avergonzada, recién con la mirada baja, me dijo que después del parto había quedado así "muy arrechita", me acosté en truza, ella se movía ágil por la casa, al rato se apareció con una fuente de comida, un bistec, papa frita, un vaso de leche y una rosa, se sentó a mi lado me besó y muy dulce me dijo sírvete mi amor.

Empezó así una relación de puro sexo, me enseñó muchas cosas, hicimos hasta lo indecible, me hizo que le orinara la cara, que le pegue, le metí un plátano se tragaba litros de leche, fueron sesiones de bajas pasiones, me gritaba que era su hombre, su marido, su dueño, hasta que por mis obligaciones empecé a frecuentarla menos, la verdad es que el sexo por más intenso que se viva, también harta, ella, inteligente se dio cuenta, sufría, se ponía celosa y a veces lloraba, pero siempre terminaba en unos orgasmos espectaculares, una vez me contó que era multi orgásmica, que terminaba hasta ocho veces cuando estaba inspirada, pero sentía que se acababa.

Se separó del marido, bajó de peso, empezó a hacer ejercicios, se arregló toda y quedó una hembraza, se enamoró de mí, la sacaba y me sentía orgulloso por la forma como le miraban el trasero. Se dio cuenta que su vecina me gustaba, era una rubia, alta con una figura despampanante, su marido era un gordo medio maricón que vendía medicamentos, salía siempre de viaje y ella casi siempre estaba sola, se arreglaba en demasía, parecía plástica. En una oportunidad Betty me invitó a su casa, de mala gana fui, la verdad que estaba cansado y la sentía muy acaparadora, quedé sorprendido, estaban las dos y tomadas, baila con Dora me dijo después de un rato, mientras yo preparo comida, sonaba una música suave, ella se paró y la apreté, no hablábamos nada, sentía su perfume y le sobaba mi rodilla, yo estaba excitado, fruta prohibida y bonita, me sacaba de quicio, en la otra canción arremetí con fuerza, le dije que bajara la luz, la besé, noté que le gustaba, ignoraba sus planes, al oído le dije que quería acariciarle las nalgas, se sonrió, le levanté el vestido y me parecía un sueño poder cogerle el culo a esa hermosa y prohibida mujer, fui mas allá, le bajé el calzón, lo saqué y lo guardé en el bolsillo, cuando Betty llegó con la comida estábamos temblorosos, ella de buen talante le dijo, ¿Qué le has hecho a mi niño?, Dora le contestó: tu niño es un malcriado, las dos rieron borrachas. Empezó a besarme con naturalidad, tenía poder sobre mí, al oído me dijo: Hazle el amor, yo sé que te gusta, es una arrecha de mierda y su marido no le hace nada, está aguantada. Me pareció muy vulgar, siempre nuestro trato aparte del sexo era respetuoso, pero me pareció llegar a la verdadera dimensión, estaba con unas tías vulgares y putas. Betty se paró y dijo: váyanse arriba, Dora subió corriendo y yo despidiéndome de ella la besé, la noté un poco triste y con una mueca me dijo:

hazle el favor. Cuando llegué al cuarto, Dora estaba desnuda fumando, empecé a besarla, a besarle las tetas, eran lindas muy cuidadas, me bajé a su concha, le abrí las piernas y le busqué el clítoris, ella agarraba los barrotes de la cama y se retorcía de placer, de vez en cuando le pasaba la lengua por el ano, le encantaba, me desnudé y ella miraba asombrada mi pinga que explotaba, me acerqué y se lo coloqué a la altura de la cara, la cabeza brillaba y ella como una niña me dijo: me vas a hacer doler.

Empezó a chuparla, con delicadeza al comienzo, luego se violentó, se la pasaba por las orejas, el cuello, por sus tetas y luego la chupaba con delicia, la acosté y se la introduje despacio, estaba fría, tenía miedo, cuando tuvo la mitad adentro se fue soltando, yo calculando le empecé a hacer el amor despacio, ella gozaba a rabiar, de pronto sentí la presencia de Betty detrás de mí, estaba vestida y seria, yo a su amiga la tenía atorada al filo de la cama, le había subido sus piernas hasta mis hombros y me complacía mirándola como se retorcía de placer, sentí las manos de Betty acariciándome la espalda, me abrazó por detrás y empezó a besarme como sólo ella lo hacía, le dije despacio que la besara, no le gustó, me contestó que hacía un buen tiempo era mía y de nadie más, sácate la ropa que aquí hay para las dos, le dije imponiéndome, me obedeció, nos acostamos los tres, yo en medio, las besaba alternándome, Dora no decía nada, por supuesto que más atención le daba a mi mujer, quise que se besaran y me dijo que eso no le gustaba, esto me gusta, dijo agarrándome el miembro y empezó a chuparlo, empujé a Dora a la misma labor, me sentía en el cielo viendo como las dos mujeres a las que siempre deseaba chupándome con devoción la pinga que hasta ese momento estaba en todo su esplendor, Betty no pudo más y se sentó, empezando una cabalgata alocada, Dora la miraba asustada, la atraje hacia mí luego hice que se sentara en mi cara, empecé a lamerle su concha, era deliciosa, casi sin vellos, muy rosadita y ajustada, le abrí sus nalgas con mis manos y le pasaba la lengua del clítoris al ano, escuchaba los gemidos de ambas, continuando con esa labor un largo rato, los tres sudábamos a chorros, nos acomodamos, Betty se apoderó de mí, empezó a besarme en la boca, me dijo suavemente cuanto me quería, después de un rato le dije que quería metérsela en el culo a su amiga, empecé a prepararla, la intensidad había disminuido, la puse en cuatro como perrita, la cogía por atrás, comencé a sobarle el ano con mi dedo, lo tenía muy ajustado, Betty trajo un frasco de aceite para bebes, le untó la espalda y con la mano la acariciaba, me gustó la escena, saqué mi pinga y ella con delicadeza la bañó en aceite yo le embadurné el ano, Betty dirigía la operación mientras la besaba ella puso la cabeza en el ano de su amiga, quien se safaba, le dolía, por favor, no, suplicaba, me duele, por ahí no, por favor, rogaba como una niña, Betty le acariciaba la oreja, le juntaba el pelo y empezó a besarla en la boca, eso faltaba, me puso a mil, ahora sentí que se relajaba un poco y de golpe le introduje la cabeza, aulló con fuerza y escuché la voz de Betty:

¡te gusta mierda! ¡goza a mi marido! ¡Te haces la loca puta! ¡goza! Yo ya le había metido la mitad y ella agrarraba con fuerza la almohada, Betty ahora me besaba la nuca y acariciaba mis nalgas, empezó a lamerme la nalgas y con su dedo acariciaba mi ano, me encantaba, era la primera vez que hacía esto, sentía que su mano estaba con aceite, me besaba la nuca, me metía la lengua en la oreja y me decía con voz ronca: te quiero mi chiquito, siempre acariciádome el ano, ahora me besaba en la boca, te quiero amor, nunca me dejes, te adoro, sentí que estaba llorando, yo me sentía en el cielo, Dora aullaba de dolor y placer ya la tenía casi toda en su interior, ahora sentía que el dedo que tenía atrás escarbaba más y más, hasta que lo introdujo, me dolió pero sentí un placer indescriptible, aceleré el ritmo y el dedo también, no pude contenerme más y terminamos juntos los tres, Betty había estado masturbándose, fue un climax perfecto, nos tumbamos en la cama, al oído sentí su voz ronca, ¿te gustó mi amor? No contesté, había perdido alguna virginidad que quedaba y sentí un poco de vergüenza, cuando abrí los ojos vi a Dora que apurada se vestía, se despidió de lejos. Tomamos algunos tragos más, me juró de nuevo su amor, hicimos lo que hacíamos bien de nuevo, entre sollozos me pedía la promesa de no volver a hacerlo con su amiga, cosa que por supuesto no pude cumplir, han pasado diez años desde ese entonces y siempre de vez en cuando las poseo, han perdido agilidad, pero gozan igual y siento que estoy encadenado a las dos, las hembras más ricas y prohibidas de mi calle.