Las marcas de la sesión
Un dominante disfrutando de su sumisa en sesión.
- Buenos días sumisa.
El saludo le sorprendió, se sobresaltó como una niña pillada en falta. Era pronto, no lo esperaba tan temprano. A su amo no le gustaba muho madrugar. Sintió un cosquilleo en la boca del estómago.
- Buenos días Señor, ¿Desea que le sirva en algo?
Él sonrió ante esa respuesta de su sumisa. Por supuesto que quería ser servido.
¿Has preparado todo como te ordené? Se refería a los distintos instrumentos que solía usar para jugar con ella: las pinzas, un consolador, un juguetito para el culo, el viejo cinturón de cuero ...
Lo tengo todo aquí.
Así que lo tienes todo. Se tomó su tiempo para continuar. Sentía como el deseo y las ganas de dominarla crecían. Y no era lo único que crecía en aquel momento, su polla ya estaba completamente dura, luchando contra la barrera del calzoncillo y el pantalón. Se metió la mano, cogió su polla rígida y se la recolocó liberándola parcialmente de la opresión de la ropa.
Ya sabes que no tengo muchas oportunidades de tenerte así, como te tengo ahora. Y con tiempo por delante para usarte como se me antoje. Pero ahora te tengo justo como quiero, y tú estás deseando complacer a tu dueño ¿Verdad perrita?
Sí Señor
Sí, la perra está deseosa de que su dueño juegue con ella. Aunque eso suponga dolor para ti ¿Es así puta sumisa?
A ella le costaba contestar, no le gustaba ponérselo tan fácil. Pero lo deseaba, ansiaba ser usada por él ¿Aunque el placer de él consistiera en pinzarle los pezones, azotarla hasta dejarle el culo marcado o ser tratada de forma humillante?
- Sí Señor. Así es.
Cada vez que le obligaba a responder a preguntas como esa, su excitación subía un peldaño más. Conforme su dueño le iba poniendo en su lugar de puta entregada sus últimas barreras caían. Se sentía suya y estaba muy caliente. La sesión había comenzado.
Estaba expectante y cachonda.
Ponte el collar.
Voy.
Un cinturón marrón de cuero, colocado en el cuello, la hebilla plateada dispuesta por detrás, el extremo sobrante colgando por la nuca. Ese era su collar. Sencillo y primitivo, pero eficaz en la misión de sumergirla aún más en el estado de sumisión en el que se encontraba. Y quedaba precioso, pensó ella. Se quedó observando de reojo en el espejo el reflejo de la hebilla en su nuca, la ancha cinta de cuero ciñiendo su cuello, los agujeros a intervalos regulares. Cuanto le gustaba ver esa imagen en el espejo. Pensó si a él le gustaría ver el collar en su cuello tanto como le gustaba vérselo a ella.
Desnúdate.
¿Del todo?
Desnuda del todo puta. ¿Es que te da vergüenza? - dijo burlón
No
Decía que no pero era que sí. No exactamente vergüenza, eran nervios, expectación por lo que venía, era el sentirse indefensa ante él, sentirse tan sumisa. Le volvía loca. Y él lo sabía. Se descalzó y se quitó los vaqueros, dejándolos tirados en el suelo. La blusa siguió el mismo camino. También se quitó las bragas y por último el sujetador. Estaba de pie ante su dueño, completamente desnuda y con el collar en el cuello, por si quedaba alguna duda de qué relación les unía a los dos.
Disfrutó con la visión de su sumisa dispuesta de esa forma.
"Que puta es" - Pensó - Aquí la tengo, puedo hacerle lo que quiera. Está deseando que la use, que la utilice como me dé la gana. Cómo me pone verla tan puta y tan sumisa. Tengo la polla a reventar, y apenas he empezado a jugar con la perra. Se volvió a acomodar el paquete. Esta vez se desabrochó el cinturón y un botón de la cintura del pantalón.
Ver a mi puta tan obediente y dispuesta, preparada para ser usada por su amo me ha abierto el apetito. Y también me ha dado ganas de ponerte el culo bien rojo. ¿Me oyes perrita? Te voy a azotar, en el culo. Pero antes comeré algo. Te vas a quedar ahí, preparándote para que te azote, en esa misma postura mientras yo desayuno. Hizo una pausa. Quería que su sumisa se sintiera obligada a decir algo. Unos segundos después ella dijo:
Sí Señor
Eso es lo que esperaba. Una confirmación, que aceptara una vez más su dominio sobre ella. Que dijera en voz alta que estaba dispuesta a ser azotada, que comprendía que estaba así, vestida sólo con su collar al cuello porque era propiedad de él y ahora deseaba azotarla. Y que consentía y aceptaba recibir azotes de su dueño si él quería disfrutar de ella de esa forma.
Quiero que sujetes la correa con la boca. Tienes que morderla con los dientes, como una perra aguantando el cuero con el que te voy a azotar. Y esperarás ahí dispuesta hasta que termine de desayunar. Cogió el cinturón ancho de cuero con el que su Amo solía darle en el culo.
En pie, las manos a la espalda. Así muy bien puta, el cinto en la boca, eso es. Ahí quietecita preparándote para cuando quiera volver para jugar con tu culo. Y no quiero que te distraigas mientras te hago esperar, tan sólo quédate esperando, sin hacer nada más.
Sí señor.
Un nuevo cosquilleo le recorrió, expandiéndose por todos los miembros de su cuerpo. Sí haría algo más, no podía evitarlo. Entre las piernas notaba humedad y calor, se miraba en el espejo y frotaba los muslos, las piernas juntas mientras esperaba.
Se fue dejándola allí, con la correa en la boca. Ella conocía esa sensación. Sentía soledad cuando la dejaba así, abandono. Pero al mismo tiempo le excitaba, no podía evitarlo. Y le hacía sentirse más entregada, más puta y más sumisa. Esa forma de disponer de ella, sin decirle cuánto tiempo iba a tardar, amplificando los efectos de la espera, intensificando aún más la tensión y la excitación... ¿Sabría él los efectos que le causaba al tratarla así?
Él buscó el aire fresco del ventanal de la cocina. La mirada perdida mirando sin ver las pocas nubes de aquella despejada mañana. Bebía leche directamente de la botella, de pie, satisfecho, complacido por como tenía a su puta. Por supuesto, conocía perfectamente el efecto que la espera causaba en su sumisa. Le gustaba decirle lo que pensaba hacerle, para que lo anticipara. Hacerle sostener con la boca el instrumento con el que iba a ser castigada, por ejemplo. Ahora la tenía a su disposición, para lo que quisiera. Un escalofrio le recorrió al pensarlo. Visualizó a aquella mujer que era su sumisa, en el cuarto, desnuda, con el cinturón en la boca. "Es probable que le esté haciendo babear", se le ocurrió. - Es mía y la voy a tener esperando todo lo que se me antoje.
Ella continuaba esperando. Dudó si limpiarse con la mano, estaba babeando a causa del cinturón. Era difícil de evitar cuando se tenía un rato ya en la boca. Decidió que no debía limpiarse, le había dicho que mantuviera las manos en la espalda. Podía haberla atado -era muy probable que quizá más tarde si acabara atada-, pero no lo hizo. Simplemente le ordenó tener las manos en la espalda y eso es lo que pensaba hacer. Hasta le gustaba verse así en el espejo del cuarto, una perra sumisa que ni siquiera tenía derecho a limpiarse las babas. La saliva ya había empezado a gotearle entre los pechos y acabaría por formar un charquito a sus pies. Una punzada de excitación irradió desde el vientre al saberse dominada, babeando mientras su dueño termina de desayunar, sin prisas. Él se recreaba en la espera. Finalmente volvió, pero no dijo nada. Se quedó callado sin decirle nada. Al rato le habló:
Eres una guarra. Has babeado.
Sí Amo.
¿Es que no tienes manos para limpiarte, perra?
Me dijo que esperara con las manos a la espalda - Lo dijo con orgullo de sumisa mal disimulado
Sí eso te dije cerda. Ya te diré yo cuando te puedes limpiar. Ahora ponte en postura para recibir, es hora de que te marque ese culo de puta. Si alguien te lo ve no deben quedarle dudas de que lo que eres y a quien perteneces.
Ella sabía como le gustaba que se pusiera para recibir azotes en el culo. Inclinada ligeramente hacia delante, apoyándose en el respaldo de la silla, las piernas cerradas, el culo en pompa. Se puso así, sin volverse a mirar.
Eso es puta. Vas a llevar la cuenta, y agradecerás cada uno de los azotes. Tienen que ser regalos para ti, es natural que me des las gracias por ocuparme de tu culo
Sí señor
No empezó enseguida, aumentando la expectación de ella. Ella, dispuesta a recibir los azotes en su cuerpo desnudo tan solo porque así lo quería su dueño seguía con la sensación en el vientre que le era tan familiar ya. En cualquier momento llegaría el primer golpe. Lo anhelaba.
- Joder, que puta soy. Pensó que quería todo lo que su Amo quisera darle. Deseaba que lo hiciera, quería que la marcara.
De repente, un restallido seco. Llegó el primero.
Uno, gracias Señor. Él no dijo nada, se limitó a darle dos más, uno en cada nalga, cruzando en el aire el cinturón doblado, a un lado y al otro.
Tres. Gracias Señor.
Continuó rítmicamente azotándola a uno y otro lado del culo. Callaba mientras lo hacía. Quería escuchar "la sinfonia de los azotes" como a veces le gustaba llamarla: el ruido seco y áspero de los azotes, la cuenta de golpes recibidos, las gracias de su sumisa que soportaba el castigo, la respiración jadeante y entrecortada.
- Trece, gracias Señor
Se concentraba en las marcas, quería experimentar como el pintor ante el lienzo. Un pintor con una paleta de rojos y rosados de variada intensidad. El contraste con su piel blanca, las formas geométricas de las marcas del cinturón, los distintos grados de inclinación de las bandas que enrojecían sobre su pálida piel. No le hacía falta mirar, lo sabía de memoria, tantas veces lo había recreado en su imaginación.
A ella rara vez se le escaba un leve gruñido. Alguno de los azotes le hacía descomponer un poco la postura, que intentaba recomponer inmediatamente. No le gustaba cuando sucedía eso, cuando se le escapaba un quejido o no podía reprimir un gesto de dolor, o cuando la voz se le quebraba dando las gracias a su dueño después de cada azote. Incluso le molestaba las raras veces en que, sin poder evitarlo, un reflejo le hacía componer un fugaz gesto de autodefensa. “No debo molestar mientras me usa, no tengo que interferir en el uso que está haciendo de mí”
A él en cambio no le molestaban estas reacciones. Quizá porque eran poco frecuentes y percibía que era algo que su sumisa trataba de evitar. Para él era parte de su placer como dominante, enriquecía la actitud de su sumisa con otros matices. A veces incluso buscaba esas reacciones. Intuía lo mucho que le molestaba lo que ella interpretaba como defectos que la alejaban de ser el instrumento perfecto en manos de su dueño. A él le fascinaba ese afán de perfección de su sumisa. Estaba satisfecho. Dejó de azotarla.
- Suficiente puta. Ponte a mis pies como la puta sumisa que eres.
Se dio la vuelta y se arrodilló, las manos en la espalda. El culo le ardía. Recorrió las marcas con la punta de los dedos.
¿Te duele el culo?
Sí Señor
Me encanta llevarte marcada, que se te noten los azotes en el culo. ¿Te gusta a ti perra, te gusta llevar las marcas de mis azotes?
Sí. Me gusta
Pon las manos delante, que te las vea. No quiero que te toques las marcas ni el culo. Que lo sientas ardiendo, no intentes aliviártelo. La manos delante, las palmas hacia arriba.
No sabía por qué, pero le encantaba cuando él la dirigía de esa manera, cuando controlaba hasta la posición de sus manos y si podía o no tocarse las marcas del culo. Todo en ella ardía, no solo el culo. También la cara y el sexo. Que le ordenara quedarse así, con las manos delante mientras el culo le latía con fuerza la encendió todavía más.
Así la tuvo mientras iba y venía un par de veces, fingiendo ignorarla. Finalmente se sentó y le mandó ir a por las pinzas. Poco después tenía una pinza mordiendo cada pezón. Un cordón negro unía ambas pinzas, colgando ligeramente entre los pechos. Le mandó buscar algo de peso para colgar del cordón, para intensificar la tensión en los pezones y aumentar así su tormento. Un bolígrafo metálico sirvió para el propósito.
¿Notas como tira de tus pezones cuando te mueves?
Sí.
¿Sí y que más, perra maleducada?
Si señor
Mejor. Pon más cuidado cuando te dirijas a tu dueño, no toleraré a una perra maleducada. ¿No quieres ser una sumisa maleducada verdad?
No Señor, intento no serlo.
Pues no lo intentas muy bien. Pídeme perdón.
Le pido perdón por ser una maleducada y no llamarle Señor.
Muévete, que oscile el bolígrafo entre los pechos. Como si bailaras, pero sigue de rodillas. Lo hizo soportando los pinchazos rítmicos que le provocaba el movimiento en sus pezones.
Ahora para.
Paró. La inercia del colgante hizo que siguiera moviéndose, alargando el castigo a sus pechos.
- Eres tan puta que seguro que estás exciatda con todo esto. ¿Estás mojada perra?
Tardó en contestar.
Sí Señor
Y seguro que quieres tocarte ese coño de puta, te encantaría hacerlo si te dejara.
Sí Señor
¿Y si no te dejo terminar y correrte? ¿Aún así te apetecería tocarte?
Sí
Sólo dijo sí, pero pensó: "haré todo lo que quieras, me masturbaré como una perra salida, me excitaré aún más, hasta que no pueda más, y si me corro o no, no es asunto mío, ya lo decidirás tú, mi dueño. Soy tuya, me encanta que me uses de cualquier forma que desees"
Hizo que se tocara suavemente la vulva, la parte interna de los muslos. Caricias, leves roces con las uñas y la yema de los dedos. Luego le ordenó abrirse y meterse un dedo en el coño. Luego dos. Hizo que se masturbara, cambiándole el ritmo de vez en cuando, atento a las reacciones de su perra. Ella se miraba en el espejo mientras se abandonaba cada vez más al placer que sus dedos le daban. Que su dueño le dijera exactamente como tenía que tocarse, qué parte, de qué forma y a qué ritmo la tenía loca, ardía de excitación y deseo, poco más podría aguantar.
Tu clítoris puta, juega con él.
Me correré
¿Te correrás? Ya te he dicho que hoy no te vas a correr. Haz lo que te digo y sin dejar de mover los dedos dentro. Ella sabía que no podía aguantar mucho más. Jadeaba, empapada en sudor. Apenas rozando en pequeños círculos el clítoris cumplía con la orden de su dueño. Sí seguía haciéndolo se correría inevitablemente. Una mirada fugaz al espejo.
Qué puta soy ...
Notó que le venía. Se mordió el labio inferior. Un instante que se le hizo eterno, no quería correrse, deseaba obedecer. Su cuerpo ansiaba entregarse al orgasmo, era una batalla perdida. Si al menos pudiera dejar de tocarse el clítoris. Seguía resistiéndose, ya no le importaban los gemidos cada vez más fuertes que se le escapaban. Luchaba por no abandonarse al orgasmo.
Para. -dijo su dueño
He dicho que pares, fuera esas manos perra.
Casi fue una liberación, no hubiera podido resistir un segundo más tocándose sin llegar al orgasmo. Por otra parte, la orden de su amo prohibiéndole el orgasmo hizo que una oleada de excitación (otra más) le invadiera. A duras penas pudo contenerse. Sudaba. Seguía de rodillas, se miró una vez más en el espejo. Le hizo quitarse las pinzas de los pezones y le permitió secarse el sudor.
Dicen que tras una sesión de dominación a veces hay un tiempo en el que amo y sumisa liberan la tensión, el amo está más "permisivo" y se dedica a cuidar de su sumisa. Esos pocos minutos desde que le quitó las pinzas y le permitió secarse fueron lo más parecido a ese tiempo amable post sesión que ellos tuvieron.
- Bien. Vístete, mi puta tiene suficiente por hoy. Hoy te vas de aquí calentita. No tienes permiso para correrte hasta que yo lo decida. Así que nada de pensar en tocarte cuando salgamos.
La frase apareció de repente en la pantalla. Habían estado un rato en silencio y ahora él volvía a escribir en la ventana del chat que usaban para comunicarse. Sexo virtual, ciber sexo, dominación con la red como puente entre ellos. Estaban muy lejos, pero siempre conseguían sentir la presencia del otro. La intensidad con que se entregaban, la forma que él tenía de hablarle, de guiarle diciéndole como tenía que hacer las cosas, como debía azotarse a sí misma con el cinturón … Fuera como fuera, conseguían que en una ventana privada de un chat pasaran cosas que se supone que solo suceden en sesiones "reales". Un espacio de tiempo en el que se despliegan sentimientos, emociones, miedos y placeres a veces hasta más intensos que en las relaciones físicas.
Hasta luego sumisa, espero verte pronto.
Adiós
Él salió del chat y apagó el ordenador. Se quedó con ganas de decirle "Eres mía, sé que cuando estamos aquí, cuando te tengo como te he tenido esta mañana me perteneces. Y a veces, en mis sueños, esta ventana se hace tan grande que creo poder llegar a tocarte". Quería decirle tantas cosas ... pero no lo hacía, se limitaba a usarla, así había sido durante los más de tres años que se conocían ya.
Él también estaba sudoroso, la polla dura y desafiante todavía, el calzoncillo mojado y viscoso de sus propios jugos. Se levantó a darse una ducha y a hacerse una paja. Cada uno llevaría sus propias marcas de aquella sesión.