Las maravillas del campo (Parte 1)

Cristina, una aburrida joven decide ir de campamento con una amiga. Allí descucbre un monitor que desde primer momento quiere enseñarle las 1001 maravillas del campo y todas sus posibilidades.

Entraba Agosto. Pronto se acabaría las vacaciones y este año no habíamos hecho nada especial en verano. Así que una amiga, Lola, me propuso una escapada con un campamento donde ella era monitora de unos adolescentes. No me apetecía ir yo sola, ya que los niños y yo no nos llevabamos muy bien, sin embargo me vendió tan bien la moto que no pude más que aceptar.

Preparé una pequeña maleta para los próximos 4 días. Igual pequeña se queda pequeña para lo que yo llevaba, que más que de acampada parecía que me iba de viaje por tres meses, pero claro está, las mujeres estarán de acuerdo conmigo, en que los "por si acasos" ocupan mucho sitio.

"Por si acaso refresca.

Por si acaso hay que ir bien vestida.

Por si acaso llueve.

Por si acaso hace más calor.

Por si acaso se me estropea este bikini.

Por si acaso hay sitio donde bañarme.

Por si acaso..."

Así que acabé con una maleta que me llegaba por la cintura y que con un poco más de ropa parecería una minicaravana de mano.

Eché varios bikinis, varios petos, pantalones cortos, camisetas de tirantes, alguna rebeca, un par de zapatos, dos de sandalias, algunas chanclas... Mas que una acampada parecía que me iba de gira por el mundo. Que yo no sabía si nos íbamos a ir a un sitio donde habría agua, porque Lola no me había dicho absolutamente nada, pero repito, el por si acaso.

Lola, mi amiga. Llevaba 5 años haciendo de monitoria de adolescentesde 15 y 16 años. En plena edad del pavo, aclaro. Por lo que me insistió en que no eran niños y que no me iban a dar ganas de enterrarlos en mitad del campo. "Son buenos chicos, ya verás" decía ella mientras peinaba a su gata Kitty y le dejaba una lista de tareas que hacer a su vecina, la que se encargaría de la felina en su ausencia.

Preparé la ropa para el día siguiente, un peto vaquero y una camiseta de tirantes rosa chicle, junto con mis zapatillas de cerezas. Me haría una coleta alta y bajo ninguna circunstancia me echaría maquillaje. Cosa que a mi prima Carla le habría puesto de muy mal humor.

Al día siguiente a las 7 de la mañana estarían esperando en la puerta del colegio un autobús para salir. Me levanté a las 5 y media, me repasé los pelillos rebeldes que me había dejado el día anterior al hacerme la cera, y terminé de coger algunas cosas. Como la tablet. Porque a mi el contacto con la naturaleza me gusta que sea con un aparato en la mano. No desconectada del todo. ¿Era compatible, no? Además era la primera vez que iba y Lola no paraba de ponerme aquello como si fuesemos a estar todo el día recogiendo setas. Cosa que me aburría sólo de pensarlo. Mi idea de desconectar y estar en paz con la naturaleza incluía tranquilidad, soledad y algo para leer o ver series. Y mi tablet tenía mucho de eso. Además del móvil, claro, porque si estaba más de un día sin hablar a mi madre y decirle que estaba bien, encontraría en Twitter un anuncio de desaparecida al día siguiente.

Me bajé del taxi que me recogió en mi puerta a las 6:20 y llegué al colegio a las menos 5 con la hora pegada al culo. El señor con bigote y un sombrero rojo (que me recordó sospechosamente a Mario)me ayudó a bajar la maleta y se lo agradecí dándole 1Euro, "para un café" como solía decir mi abuela al butanero.

Metimos las maletas de los chicos y la mía en la bodega del autobús y Lola puso una cara de espanto brutal cuando vio la mía. "¿Pero a dónde te vas?¿Te vas un mes?" me preguntó mientras abría mucho los ojos y se estiraba de la cola repeinada que llevaba. "Los por si acaso, ya sabes..." dije cargando en brazos mi maleta que pesaba como si llevase un muerto dentro, cerrando los labios y doblando las rodillas para no romperme ahí mismo. Lola resopló. Parece mentira que no me conociera...

Nos pusimos en la puerta de entrada y empezó a pasar lista. A los cinco mínutos de estar todos montados seguiamos de pie como dos tontas esperando algo.

  • ¿Qué hacemos aquí como dos tontas sin guitarra?
  • Esperar a Jorge.
  • ¿A quién?
  • Al otro monitor, niña. Metete dentro ya y cállate de una puta vez, que eres peor que los niños chicos.
  • Como se nota que no follas.

Hice un mohín y me crucé de brazos. El mal genio de Lola por la mañana era legendario, los pobres críos no sabían lo que les esperaba en el campamento. Me contó que algunos padres los enviaban porque eran chicos muy reservados y callados, y era una manera de obligarlos a socializar.

No se si socializar con Lola quejándose a las 7 de la mañana era la mejor terapia del mundo.

Estaba mirando mi móvil, pasando post de instagram y dando likes cuando sentí un aroma que me llamó la atención. Tengo fetichismo por algunos olores, y hay hombres que con sólo su perfume pueden hacer perderme por completo en una laguna de fantasias. Cerré los ojos y aspire. Joder que bien olía.

  • Siento llegar tarde. - Oí tras de mi, notando el aliento casi a la altura de mi cuello.
  • Te estabamos esperando. - Estiró el brazo tras de mi y agarró al nuevo visitante.
  • Jorge esta es Cristina, una amiga que se viene con nosotros. - Le di dos besos que no se por qué los di, porque yo no tengo ese nivel de socialización. - Cristina este es Jorge, mi compañero, el otro monitor del que te hablé.

"Si no me has hablado de él hasta hace unos minutos, cacho puta", pensé en mi mente sin llegar a decirlo. Sonriendo como una tonta me subí en el autobús y me senté al lado de Lola, delante, justo detrás del conductor, un señor con una cara de loco que parecía Jack Nicholson en El Resplandor , se ve que madrugar no cae bien a todo el mundo. Jorge se sentó al final del vehículo para controlar la pequeña jauría de adolescentes poco sociables.

Durante el camino me dormí, hablé con Lola, jugueteé con mi móvil, hice algunas stories que subí a Instagram, y cuando ya no podía soportar más mi curiosidad le pregunté.

-¿Quién es ese hombre? - dije entre susurros.

-¿qué me mira y me desnuda? - Ya se le había pasado el mal humor al menos.

-Sí, y me hace sentir mujer. - Dije atajando la coña. - Enserio, ¿quién es? ¿Por qué no me dijiste que venía un tío contigo?

  • Porque si te lo hubiera dicho me habrías dicho que no.
  • Uy que mentira. - Fingí falso dolor en el pecho.
  • Te has vuelto muy mojigata con los hombres desde que acabaste con el último. - Cerró los ojos. - ¿Cómo se llamaba?
  • Juan. - corté en seco y miré hacía donde estaba Jorge. - Si llego a saber esto vengo sin rechistar.

Me miró, cerró los ojos y resopló diciendo algo como "no hay quien te entienda".

Jorge era un moreno alto, de 1,90 como poco y que estaba para mojar pan y repetir. Tenía los ojos claros y unos labios que juraria eran carnositos, una nariz pequeña y masculina, y por poner una pega, porque no todo puede ser bueno, no tenía barba. Lo que eché de menos una barba...

Suspiré, recreándome sin ser vista en su torso, cubierto por una camiseta de Batman, oscura, como no, lo cual me hizo sonreir y maldecir por no haberme llevado mis bragas de mi súper héroe favorito. Llevaba unos pantalones cortos color gris y unas zapatillas de deporte del mismo color.

Aparté la vista cuando giró su cara hacía a mi y me puse los auriculares, cerré los ojos y me sumergí bajo la música de

Scorpions con Still Loving you. S

iguió la lista de reproducción de Spotify hasta que noté que el autobús se iba parando y abrí los ojos medio dormida.

Había pasado hora y pico de viaje cuando llegamos a una esplanada donde hacía una calor del demonio. Había una casita de madera, cosa que me llamó la atención y que por fuera daba muy buena impresión. En uno de los lados había una valla de madera que impedía que un par de caballos salieran de ahí.

En la puerta había una mujer con un delantal muy cuco y que tenía una sonrisa de oreja a oreja. Muy simpática. Que nos dijo que nos estaba esperando y que entrasemos, nos pusiesemos cómodos y que si queríamos algo de beber.

El grupo de chavales era pequeño, 6 chicos, pero por muy pequeño que fuera no sabía donde íbamos a entrar todos.

  • La acampada es cerca de aquí, íremos a pie. - Dijo Lola. - Clara colabora todos los años con nosotros, nos deja sus caballos para dar alguna vuelta e incluso nos permite que pongamos a los chicos a dar de comer a sus gallinas.
  • Es un placer teneros aquí y no estar tan sola. - Sonreía la mujer con una bandeja en la mano que había traído de la cocina. - Pensaba que sólo habría dos monitores, Lola.
  • Sí. - Dio un sorbo a su vaso. - Ella es mi amiga Cristina, le he pedido que nos acompañara, sólo es una visita más. Considerela una estudiante.

La miré de reojo. A ella y a Jorge que estaba hablando con dos chavales que se reían y miraban al suelo avergonzados.

  • Clara, vamos a montar las tiendas de campaña que se nos hace tarde y mientras vamos y venimos...
  • Ya nos veremos. - Sonrío.

Cabe decir que no había montado una tienda de campaña en mi vida, que no sabia ni que íbamos a dormir en una y que sólo de pensar en dormir a la interperie me estaba rascando viva de imaginarme las picaduras de mosquitos psicológicas. Digamos que ir de campamentos yo me lo esperaba con una casita en el campo, con Clara por ejemplo, y que estar en contacto con la naturaleza era que daríamos paseos. Está claro que Lola se guardó la información que más le interesó, para evitar mi negativa.

  • No me dijiste que íbamos a estar como en campamento infernal. - Le dije cuando me puse a su lado ayudándola con la carpa de la tienda.
  • ¿Si te lo hubiera dicho habrías venido?
  • No. - confesé.

Montamos la tienda. Claro que la montamos. Pero cuando me metí dentro para meter mi equipaje aquello empezo a temblar como si estuviese aterrizando la estrella de la muerte en la puerta. Todo se vino abajo.

  • ¡¡¡Lola!!! - Grité en plena enajenación. - Esta mierda se cae.
  • Esa boca, Cris, que hay niños delante. - Vino corriendo desde la otra tienda donde estaba con Jorge. - a ver ¿qué ha pasado?
  • ¿Que qué a pasado? - Salí desliándome el trozo de tela de encima. - Que esto tiene menos estabilidad que una pata de palo.
  • ¡Jorge! - Llamó. - Ven a echarme una mano anda.
  • Si Jorge, hazlo tu porque como lo haga Lola dormimos en la hierba.
  • Has sido tu, so lista, que no sabes montarla bien.
  • Se ve que tu sabes divinamente. - Volví a sacar mis cosas de lo que quedaba de tienda.

Me gustaría saber como sobrevivieron en los anteriores campamentos con Lola montando tiendas de campaña, de verdad que me gustaría. Porque aquí el único que se dignó a montar algo decente fue Jorge.

Pasaban las 2 de la tarde cuando la calor empezaba a apretar más de la cuenta. Lola estiró un tapete en el suelo, enorme, donde colocó algunas fiambreras abiertas, sacó algunos aperitivos y se sentó con las piernas cruzadas. Yo hice lo mismo y después de un silencio sepulcral no pude soportar más la tensión.

  • ¿Cómo vamos a sobrevivir aquí cuatro días con esto? - Señalé a los bártulos donde había alguna comida. - El hielo se va a derretir, la comida se echará a perder y además no hay para esos días. Y eso que estas pobres criaturas se han traido suministros.

Jorge se echó a reír.

  • Estaba pensando en cuanto ibas a tardar en preguntar. - Lola se estaba aguantando la risa. - Esto es para hoy. Con lo que hemos recaudado para el viaje teníamos que pagar el bus y a Clara. Íremos allí a preparar la comida nosotros mismos.
  • ¿Tu qué? - La señalé con el dedo. - Quieres matarnos a todos...

Los chicos se rieron, Jorge también, y sin dejar de apartar sus ojos de los mios me sonrió antes de levantarse y de ir a por una botella de agua a la nevera portatil.

No me enrrollaré mucho más. El día pasó, y por la mañana los chicos se turnaban para dar un paseo a caballo por los alrededores. Jorge nos ayudaba y nos enseñaba a coger setas, cosa que con él no me pareció tan aburrido. Incluso me enseñó algunas propiedades medicinales de ciertas plantas que había por allí.

Entablábamos conversación con mucha facilidad y la compañia con él era preferible a la de Lola, al menos las primeras horas de la mañana.

Estaba escuchando

Every breath you de The Police

en mi móvil cuando me tocó el hombro y me hizo darme la vuelta y quitarme el auricular. Yo estaba ensimismada haciendo fotos a una planta preciosa de color blanco con manchitas rosas, estaba ensimismada.

Llevaba un pantalón vaquero corto, que dejaba parte de mis nalgas fuera, y una camiseta blanca de tirantes que me quedaba por encima del ombligo. En los pies unas zapatillas planas de cordones en blanco. Me había hecho dos trenzas para intentar camuflar mis pelos de loca y lo único que pude mantener fue eso.

Sonrió, le devolví la sonrisa como una auténtica gilipollas sin saber hacer otra cosa más que asentir a lo que me estaba diciendo y que no me estaba enterando. Porque estaba embobada mirándole los labios y viendo como la nuez de su garganta se movía.

Sentí un vacío cuando quitó su mano de mi piel. Me había contado que por la tarde tenían plan para ir a ver a las gallinas y dar un paseo por el campo. Reconozco que ninguna de las dos cosas me fascinaba mucho, pero acepté sin saberlo.

Tras un par de horas andando sin rumbo fijo y sin saber porqué acepte, mis pies estaban listos para ser amputados sin anestesia. Estaba sudada, sucia, llena de tierra por todos lados y mis zapatillas ya no eran blancas, eran color marrón. Los pelos se habían escapado de las trenzas y mi cara estaba adquiriendo un color rojizo en los mofletes y la frente. Pensé que lo último que necesitaba era un brote de dermatitis atópica en pleno campo. Pero cada vez que me veía por la cámara del móvil me veía mas roja. Amén de los doscientos bichos que vi y que juraría alguno me probó carnalmente.

Por la noche los chicos se sentaban en un círculo para hacer algún tipo de actividad que a mi no me llamaba la atención. Yo quería ducharme, meterme en mi cama y ponerme a ver la tele o leer algo. Echaba de menos mi casa, mi hogar, mi soledad, mi sedentarismo. Así que me acerqué a Lola por detrás.

  • Oye, - le dije acercándome mucho - ¿Podría ir a casa de Clara? Necesito ducharme que empiezo a oler a Koala.
  • Hueles a campo exagerada. - Se río. - Hasta mañana por la mañana no vamos a ir, ella ya estará acostada. Como no quieras meterte en el lago...
  • ¿Hay un lago?
  • Si, a 1 km de aquí, asi que dudo mucho que quieras andar a oscuras por ahí tu sola. - Miré de reojo a Jorge. - No. No pienso dejarlo aquí sólo para ir a un lago de noche. ¿Estás loca? ¿Tu no has visto películas de miedo?
  • Esa pregunta te hubiera hecho yo a ti antes si me hubieras dicho a donde me traías.
  • Acuérdate de tiburón... - Y abrió mucho los ojos al decirlo.
  • En un lago no hay tiburones, melona.
  • Ya pero es agua y es de noche, debe da mal rollo.
  • Y piensas eso cuando me traes tu aquí...
  • Bueno que no, que te esperes a mañana y cuando nos levántemos vamos a casa de Clara.

Me metí en la tienda de campaña que compartía con Lola y me eché en el saco de dormir. Me eché repelente como para rebozarme despues, y me tumbé con la tablet en la mano leyendo un PDF que me había descargado de una web de relatos.

Miré el reloj. Las 11:30 de la noche aún. Iba a ser una noche muy larga.

Estaba tumbada con un pantalón corto de chandal y una camiseta de tirantes cuando vi la sombra de una mano acercarse a la "ventana" de tela de la tienda.

Era Jorge, que me traía unas galletas que habían preparado después de comer en casa de Clara, y que según él,

"mas vale que te las comas antes de que esta dulzura atraíga a mas mosquitos"

.

Le pedí que se sentara a mi lado y cogí una galleta de la fiambrera. Se quedó mirando lo que tenía a mi lado, la tablet, y me preguntó que leía. Cuando se lo enseñé y vio que eran relatos eróticos tragó saliva con dificultad y se puso a mirarme, intentando descrifrar algo que tenía en mente a través de mis ojos. Yo seguía comiendo la galleta, que era de chocolate y estaba de muerte. Y cuando acabé me hizo un gesto con el dedo señalando a su boca.

  • Tienes un poco de chocolate ahí.
  • ¿dónde? - Moví la lengua hacía la derecha. - ¿Ya?
  • No... - y me pasó el pulgar por el labio inferior, por la parte izquierda. - Ya está.

Ese sólo contacto me hizo fulminar las bragas y ahora más que una ducha necesitaba meterme en el lago urgentmente.

  • Me ha dicho Lola que hay un lago por aquí cerca, ¿no?
  • Sí. - Carraspeó. - Está en el lado opuesto al que fuimos esta tarde.
  • Pues Lola me ha dicho que está a 1 km.
  • Es mentira, ella es así de exagerada.
  • Lo que hace por no acompañarme.
  • Si quieres te acompaño yo.

Tintineos. Palmas. Un coro de melodías se me instaló en el estómago y descendió hasta mis bragas. Pero no por nada, sino porque mi mente tendía a la imaginación muy rápido y cuando le dije a Lola que llevaba mucho sin follar no era la única.