Las maduras puritanas son las que tienen más ganas

Cuando su coño dejó de abrirse y de cerrase unté de nuevo mi mano derecha de mantequilla y le froté el periné y el ojete con dos dedos.

EVA

Eran las diez de una noche estrellada. La luna estaba en cuarto menguante. Sentía cantar a los grillos y a las cigarras, chillar a los niños que corrían alrededor de la hoguera de san Pedro, maullar a los gatos al llegarle el olor a sardinas asadas y ladrar a los perros al oírlos maullar... Era una noche de bullicio en mi aldea, una aldea de unos doscientos habitantes donde las casas fueran todas hechas con piedras y barro, aunque algunas ya fueran revestidas y pintadas de blanco. Donde las que hoy en día son carreteras eran caminos de tierra. Donde en verano la gente se sentaba delante de sus puertas a tomar el fresco. Donde todos se conocían y donde todos querían tener más que el vecino. Si uno tenía seis gallinas el de enfrente quería tener doce. Si uno tenía un cerdo el otro quería tener dos. Donde si se tenía una huerta se querían tener más... Donde si se tenía un carro con dos vacas y un arado ya se era de clase alta, y donde muchos se fueran para Suiza y para Alemania para tener más propiedades, o simplemente para salir de la miseria. Donde, entre otras cosas, todas las mujeres iban de honradas y donde a la mitad de ellas les picaba el coño una cosa mala y lo de honradas les quedaba muy grande. Mi aldea, era una aldea más de las tantas que había en Galicia en los años setenta.

Aquella noche estaba sentado en un banco de piedra que había al lado de mi casa, Eva, mi primera novia, una chavala delgada, morena, de ojos color avellana, cabello castaño, largo y recogido en una coleta, con tetas cómo limas, culo redondo y pequeño, cintura fina, piernas perfectas y guapa, estaba sentada sobre mis rodillas metiendo un mordisco al bocadillo de chocolate que me estaba comiendo. Era mi comida favorita, y la suya, por ser el pretexto perfecto para poder sentarse sobre mis rodillas. No era la primera vez que lo hacía. Esa noche mi polla ya se había metido dentro de sus bragas y su raja empapada se movía sobre ella al mover el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás, cuando no había moros en la costa. Eva, gemía en bajito, me cogía las manos con las suyas, las llevaba a sus tetas y las sacaba al ver el peligro. Para disimular, además del bocadillo, nos contábamos historias. Aquella noche me contaba la historia de su tío Camilo, que estaba en la cárcel.

-... A mi tío Camilo, cómo era hijo de soltera y no se sabía quien era su padre, lo apodaban el hijo del viento. ¡Ooooooh, que bueno estás hoy, Quique -levantó un poco el culo, apartó las bragas para un lado, el glande se puso en la entrada de su coño, bajó el culo y la polla entró apretadita- Jesussssss que gusto. Estás cañón.

-¡Tú sí que estás buena! Sigue contando.

-A mi tío no le gustaba que le llamaran hijo del viento, y menos su peor enemigo, un tal Genaro...

Alicia, la madre de Eva, salió de su casa (vivíamos en el mismo corral), al llegar a nuestro lado, le dijo a la hija:

-Venga, vamos para la hoguera.

Intenté sacarnos las castañas del fuego.

-Deja que me acabe de contar la historia del hijo del viento.

Alicia, me dijo:

-Esa por un poco de chocolate no sabe que hacer, si un día os casáis va a acabar gorda cómo una vaca -Alicia se fijó en la cara de su hija- ¡Y se pone colorada la golosa al decirle que acabará gorda cómo una vaca! En cinco minutos te quiero conmigo en el campo. ¡¿Me oyes, tragona?!

Sentí cómo Eva bañaba mi polla con los jugos calentitos de una corrida. Vi cómo le metió un mordisco al bocadillo y cómo asintió con la cabeza. Alicia, se fue. Si llega a mirar para atrás vería a su hija sacudiéndose cómo si estuviera sufriendo un ataque epiléptico.

Cuando se recuperó, sacó la polla y frotó de nuevo con ella su coñito. Me dijo:

-¡Casi nos pilla! Se mascó la tragedia.

-Si, sigue contando la historia.

-Sabes, nunca me había sentido un gusto tan grande.

-Lo noté, sigue.

-¿Por dónde iba?

-Por el hijo del viento y su peor enemigo.

Dándole lentamente al culo siguió hablando.

-Pues eso, que un día mi tío, cómo no se hablaba con su peor enemigo, fue junto al cura y le dijo que le dijera que si se enteraba de que le llamaba otra vez hijo del viento le metía una hostia entre los ojos y lo dejaba tieso. El cura le dijo que debía saber perdonar a un ignorante. Que no era tan malo que le llamara aquello, y le hizo jurar que si se enteraba de que se lo llamaba iba a hacer oídos sordos. Paso el tiempo y un día le fueron a avisar al cura de que mi tío había matado de una hostia al Genaro. El cura fue corriendo y vio al Genaro muerto al lado de su bicicleta. Le reprochó a mi tío que le hubiera jurado que iba a pasar de él y no lo hiciera, y mi tío le dijo:

"Mire, don Faustino, yo le juré que iba a pasar de él si me enteraba que me llamaba hijo del viento, pero eso era una cosa, y otra muy distinta que me pidiera la polla para hinchar la rueda de la bicicleta."

Me dio la risa, pero se me cortó al sentir que me corría entre sus labios vaginales. Eva, dejó que acabara de correrme, volvió a levantar el culo, y mi polla volvió a entrar en su estrecho coño. Me folló moviendo el culo alrededor, hacia atrás y hacia delante... En menos de un minuto, volvió a morder el bocadillo, a sacudirse y a inundar mi polla con otra corrida.

Nada más correrse, Eva, sonriendo cómo una pícara que acaba de hacer una travesura, antes de irse para la hoguera, me dijo:

-La próxima vez te la chupo.

-Ya, y voy yo y me lo creo.

Era la tercera vez que me lo decía, pero al llegar el momento, de chupar, nada.

-Si, cochino, sí, puedes creerlo.

Si no se lo preguntaba, reventaba.

-¿Tú tío Genaro no está en la cárcel por robar?

-No, está en la cárcel por no saber robar.

-¿Y la historia?

-De algo había que hablar.

Al día siguiente, cayendo la tarde, Eva, estaba subiendo un muro y yo le empujaba el culo hacia arriba. Al llegar arriba se lo solté y le vi las piernas y sus bragas blancas. Después subí yo al muro que cerraba una huerta de ciruelas. Bajamos del muro y fuimos hasta uno de los árboles al que le llegaban casi al suelo las ramas cargadas de ciruelas maduras. Abrí tres botones de la camisa y comencé a llenarla de fruta. Eva abrió dos botones de su blusa e hizo otro tanto. Sentimos, una voz de mujer:

-¡Pilleivos, carallo!

Era señora Carmen, una vieja viuda de más de ochenta años, que siempre llevaba en la cabeza un pañuelo negro y un vestido del mismo color que le llegaba a los pies. Con su bastón en la mano, echó a correr hacia nosotros. Tenía una forma muy peculiar de correr, con una mano levantaba un poquito el vestido para no pisarlo, echaba un pie, levantaba el bastón hacia el aire, daba un salto, y ese pie le pedía permiso al otro para dar el siguiente salto. Era cómo si corriese a cámara lenta. Los cincuenta metros que nos separaban de ella tardaría una eternidad en recorrerlos. Seguimos llenando la camisa y la blusa de ciruelas, y esto aún la envenenó más. Nos djo

-¡Esperade, esperade que vos vou moer a paus!

Nos reímos al oír cómo nos decía que la esperáramos para que nos moliera a palos, luego, Eva, me dijo:

-Vámonos que igual se les sueltan las piernas, aún hay que subir el muro -se tocó la barriga-, y yo estoy preñada.

Le seguí la corriente.

-¿Quien te hizo el bombo?

Eva, que vestía una falda marrón que le daba por encima de las rodillas, una blusa azul, unos calcetines blancos y unas zapatillas deportivas marrones, sonriendo, me respondió:

-Un ciruelo.

Nos fuimos dejando a la vieja soltar barrabasadas. Hasta los pájaros salían escopetados de los árboles al oír tanto improperio.

En el monte, sentados debajo de un pino, y acabando de comer las ciruelas, le dije a Eva:

-Señora Carmen es lenta de movimientos, pero de lengua es rápida. Seguro que ya tu madre sabe que nos pilló robando sus ciruelas.

-Sí, me espera una buena.

-¿Te pega muy fuerte cuando te da?

-Depende de lo enfadada que esté. A veces me pone el culo a arder.

-¿Te pone sobre sus rodillas?

-A veces, otras me larga con la escoba, otras con la mano abierta en la cara. ¡Cómo si ella fuera una santa!

-¿Por qué lo dices?

-Porque se toca por las noches. Siento sus jadeos cuando se corre.

Imaginé la escena y me puse cachondo.

-¿Y tú qué haces?

No me contestó a la pregunta. Me hizo otra.

-¿Tienes ganas, Quique?

-Siempre. ¿Te excita sentir sus gemidos?

-Claro.

-¿Y te tocas el coñito?

Me dio un empujón y sonrió.

-¡Haces unas preguntas!

-Sabes que yo hago pajas. Dijimos que no habría secretos entre nosotros.

Eva, se soltó.

-Sí, me toco el coñito y las tetas.

-¿Y te corres?

-¿Para qué se hace una paja, Quique?

Se quitó las bragas y las echó sobre la hierba, me quitó la polla empalmada y se sentó sobre mis rodillas... Mirándome a la cara comenzó a mover el culo y a frotar su almejita con mi polla. Fue inevitable que nos diéramos un beso, y otro, y otro y que perdiéramos la cuenta de los besos que nos dimos. Eva, cuando ya estaba colorada cómo un pimiento morrón, aplastó la polla con los labios mojados y volvió a mover el culo. Le abrí la blusa y vi sus tetas picudas. Las toqué y las chupé. Al rato, me decía:

-Me voy a correr, Quique.

Eva, besándome, levantó el culo y metió la polla dentro. Iba por la mitad cuando comenzó a temblar. Su coñito apretó mi polla y se corrió cómo si fuese el cañito de una pequeña fuente de aguas termales. Nada más quitarla le encharqué los labios de su coño de leche con una corrida espectacular. Yo, que siempre fui un guarrillo, hice que se pusiera en pie para comérselo. Eva, me dijo:

-¿No serás tan cochino?

Se la lamí.

-¡Qué cochino!

La miré y le dije:

-Voy a hacer que te corras en mi boca.

Le metí la lengua en la vagina y después le lamí el clítoris.

-Eres un... ¡Ayyyyy, que cochino eres!

Mi lengua y mis labios le lamieron y le chuparon el clítoris y le follaron el coñito, tal y cómo me enseñara una viuda (esa ya es otra historia). Eva no me aguantó nada. Con un tremendo temblor de piernas y echando la cabeza hacia atrás, descargó en mi boca, diciendo:

-¡Cochinoooooo!

Después de correrse cogió la polla mojada con dos dedos de la mano izquierda (era zurda) y sin menearla comenzó a pasarle la lengua al glande, y me dijo:

-Te dije que te la iba a chupar.

Tenía que ayudarla.

-Agárrala que no muerde.

Cómo no la agarraba, apreté su mano con la mía y se la moví de abajo a arriba y de arriba a abajo. Se la solté y siguió meneando, le dije:

-Chúpala.

La puso entre los labios y en vez de chupar el glande chupaba la puntita. Le mentí:

-Lo haces muy bien.

-¿De verdad?

-Sí. ¿Quieres beber mi leche?

-¿Sabe bien?

-Sabe a leche. Menea la polla más rápido.

Con la polla entre los labios me la meneó con rapidez... Sin avisar le llené la boca de leche... Con cara de asco, y escupiéndola, me dijo:

-¡Sabe a rayos!

-A mi no me sabe mal.

-¡Tú eres un cochino!

Me lancé.

-Ya que lo dices... ¿Probamos por el culo?

Mis palabras la desconcertaron.

-¡¿También te gustan los culos?!

-Los de las mujeres.

-Tiene que doler.

-También te dolió cuando te la metí en el chochito la primera vez y mira ahora.

Miró hacía las estrellas, y me dijo:

-Otro día, ya se hizo de noche.

-Deja por lo menos que conozca su sabor.

-¡¿Qué?! ¡Estás loco!

-Que te lo huela.

-¿Cómo los perros? ¡Estás muy loco!

Le rogué.

-Anda, se buena.

Puso las manos en la cintura, cara seria, y me dijo:

-¡¿Dónde metiste a mi Quique?!

Eva se hacía la escandalizada, pero se agachó para coger las bragas y dejó su culo a menos de un metro de mí boca. La ocasión la pintan calva. Me puse en pie. Le levanté la falda y le pasé la lengua desde el coño al ojete. Se quedó en la posición en que estaba, y me dijo:

-No hagas eso, cochino.

Hice círculos con la punta de la lengua en el ojete.

-¿Qué me haces?

-¿Te gusta?

-No, lo que me estás haciendo es asqueroso.

Decía que era asqueroso pero no se incorporaba. Ni siquiera cogiera las bragas. Le agarré las tetas y le metí y saqué varias veces la punta de la lengua del ojete.

-¡Para, para, para, guarro!

Paré, pero no me di por vencido.

-¿Sigo?

-¡Te gustan unas cosas!

Le lamí el periné y el ojete.

-¿Sigo o no?

-Haz lo que quieras.

-No quiero que...

Eva, no quería decirlo, pero se puso a cuatro patas, y lo dijo:

-Sigue, hombre, sigue.

Cogiéndola por la cintura le trabajé aquel ojete pequeñito con mi lengua, un ojete que no paraba de abrirse y de cerrarse... Cuando la tenía cachonda a más no poder, intenté meter mi polla en su culo. Al meter la puntita se puso de pie.

-¡Duele mucho!

No quise forzar.

-Vale, otro día lo intentamos.

La cogí en alto en peso. (era ligera cómo una pluma). Rodeó mi cuello con sus brazos. Nos besamos. Se la metí en el coñito. La follé despacito, al rato, me dijo:

-Así no me voy a correr.

La puse a cuatro patas sobre la hierba, la tomé por la cintura, se la clavé hasta el fondo, y después la ametrallé.

-¡Asíííííí, asíííííí, asíííííí sííííí!

Después le cogí las tetas y la follé más despacio .Se puso cómo loca.

-¡Más rápido, mas rápido, más rápido!

La volví a ametrallar.

-¡Más fuerte!

Nunca la viera con tantas ganas de correrse. Al ratito, se corrió diciendo:

-¡Me meo de gusto!

No mentía, antes de correrse soltó un chorro de meo, después jadeó y se sacudió cómo si tuviera el mal de San Víctor. Le giré la cara para besarla y vi sus ojos, uno miraba hacia un lado y el otro hacia el otro.

Cuando acabó, sintiendo su respiración acelerada, me corrí en la entrada de su ojete y por sus labios vaginales.

Y llegó la hora de volver a casa.

EVA Y SU MADRE

Alicia, la madre de Eva, era una mujer de unos cuarenta años (la tuviera muy tarde), de ojos negros, con media melena de color marrón, larga cómo un día de mayo, morena, corpulenta, puritana, guapota y muy bruta. La mujer tenía su punto, su punto y seguido, por sus grandes tetas, por su gran culo... Cuando Eva, entró en casa ya era noche cerrada y las luces ya estaban encendidas. Me quedé mirando por la ventana de la cocina. Alicia, poniendo cara de perra rabiosa, le dijo a su hija:

-¡¿Qué horas son estas de llegar a casa?! ¿Pensabas que ibas a pasar sin ellas? ¿Por qué te reíste de señora Carmen?

-No me reí...

No la dejó acabar. La cogió por la coleta y la llevó a rastras un par de metros. Se sentó en una silla, la puso en su regazo, sacó una zapatilla, le bajó las bragas y vio que estaban llenas de leche y de flujos vaginales.

-¿Qué es esto? -tocó la plasta y pringó los dedos de leche y flujos- ¡La madre que te pario! ¿Quién te hizo esto?

Eva, guardó silencio. Le cayeron las del pulpo. La zapatilla voló de arriba a abajo cómo un martillo pilón.

-¡Plassssss, plasssss, plasssss, plasssss, plasssss, plasssss, plasssss, plsasssssss, plasssssss, plasssss!

-¡¿Quién te hizo esto?!

Entre lágrimas, le dijo:

-Si estuviera aquí papá no me tocarías.

Le dio con más fuerza.

-¡¡Plasssssss, plasssssss, plasssssss, plassssss, plasssss, plasssss!!

-¡¿Quién te lo hizo?!

-Lo sabes de sobras.

Le volvió a dar.

-¡¡Plasssss, plasssssss, plasssssssss, plasssss!!

-¡¿Quién?!

Eva se hizo sangre en un labio al morderlo para no chillar.

-Quique. ¿Quién iba a ser?

-¿Te desvirgó? ¡Y no me mientas!

Controlando su llanto, le mintió:

-No sé. ¿Con la lengua se desvirga a una mujer?

-Con indirectas, no.

-¿Que dices? Indirectas. Me metió la lengua Ya sabes...

Alicia parecía sorprendida.

-¡¿Te metió la lengua ahí abajo?!

-Sí.

-¿Para qué?

-Para darme placer.

-¡Qué monstruosidad! ¿No te gustaría?

-Me encantó.

-¡Puuuuuta!

Le volvió a zurrar.

-¡Plasssss, plassssss, plassssss, plassssss, plasssss, plasssss!

-¿Qué sentiste, guarra?

Eva vio a su madre cómo nunca la había visto, sofocada y con colores en las mejillas. No era tonta, sabía que su confesión la pusiera cachonda. Le dijo:

-¿Tú qué crees que sentí? Me corrí en su boca. ¿No ves las bragas

-¡La puta que te parió!

Le dio a romper.

-¡¡¡Plasssss, - ¡ayyyyyy!,plasssss, -¡ayyyyyyyy!, plasssss -ayyyyyyyyyy-, plassssss!!!, -¡ayyyyyyy!

Los gritos de dolor de su hija la pusieran más roja de cara, o sea, la pusieran perra, perra, perra. La apartó del regazo, y le dijo:

-¡A tu habitación!

Eva, subió las bragas, y llorando se fue a su cuarto. Yo estaba con un empalme gordo. Me pusiera cachondo la escena de los azotes. Miré por la ventana del cuarto de Eva para ver si la veía desnuda, y desnuda la vi. Era tan bonita que parecía una santita, parecía, ya que se echó sobre la cama y vi cómo tocaba el clítoris con un dedo. Saqué la polla al tiempo que se encendía la luz de la habitación de Alicia. Fui a mirar y vi cómo se desnudaba. ¡Joooooder! ¡Que tetas! Eran grandes cómo melones, y su coño parecía que estaba rodeado por un bosque de matorrales negros. Se echó sobre la cama, y se tapó con una sábana. Vi cómo se movía la sábana justo donde estaban sus tetas y después donde estaba su coño. Madre e hija hacían lo mismo. Comencé a sacudir la polla con ganas. Alicia apagó la luz. Me cambié de ventana para seguir con la paja. La luz del cuarto de Eva también se apagó. ¡Me cagué en todo! Se había jodido el invento. Volví a casa. Como mis viejos había discutido, no me llamaron la atención hasta el día siguiente.

ALICIA

Eva no tuvo ni tiempo de despedirse de mi. Alicia la llevó para la casa de sus abuelos, que estaba en Betanzos, a 114 de kilómetros de mi aldea. Me extrañó que no me pusiera a parir, y aún más que no le dijo nada a mis viejos de lo que habíamos hecho su hija y yo. Diez días después iba a saber por que no lo hiciera... Mis viejos y los otros vecinos del corral (menos Alicia) se fueran a la feria de Padrón. Yo tenía la comida ya hecha, pollo frito, pero cuando lo probé vi que no tenía sal, miré y el salero estaba vació. Tenía que ir a la tienda a buscarlo. Salí de casa, Alicia, estaba sentada en el banco donde su hija y yo nos dábamos placer, al verme, me preguntó:

-¿Adonde vas, calamidad?

-A por sal a la tienda.

-¿A fiado?

-Claro.

-Ven a mi casa que te doy un poco.

Al entrar en su casa cerró la puerta con llave. Me arrinconó contra una pared, y con cara de mala hostia, me dijo:

-¡Al fin solos, cabrón! Así que te gusta deshonrar mocitas y comer coños -me cogió por los pelos, levantó el vestido, e hizo que me arrodillara delante de ella-. ¡Baja mis bragas y come, cerdo!

Aquel coño llevaba días sin lavar. Olía a meo que apestaba. La muy puta quería hacerme vomitar. Quería que aborreciera los coños. Pero yo, que siempre fui raro de carallo, me empalmé con aquel olor tan fuerte. Le bajé las bragas hasta los tobillos. Vi sus piernas peludas. Vi su coño, de cerca ya no parecía un bosque de matorrales negros, parecía una jungla. Su clítoris estaba desaparecido. Enseguida lo encontré. Lo lamí de abajo arriba, lentamente, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces, me dijo:

-Te gusta la mierda cómo a los cerdos, cabrón.

Seguí lamiendo el clítoris, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce veces. Ya no me tiraba de los pelos.

-¡Serás asqueroso!

Seguí lamiendo, quince... Veinte... Treinta... Cuarenta veces... Cuando pasé mi lengua por sus labios vaginales su coño ya estaba encharcado. Su mano acarició mi cabeza, y cómo en un suspiro, dijo:

-¿Qué me estás haciendo, diablo?

Aceleré los movimientos de mi lengua. Comenzó a gemir, y poco después, dijo:

-¡Me vas a hacer correr, me vas a hacer correr, me vas a hacer correr¡ ¡¡Me coooooorro!!

Sus piernas comenzaron a temblar y se corrió en mi boca jadeando cómo una perra cuando la ametralla un perro.

Al acabar de correrse, le dije:

-¿Vamos para tu cama?

Me cogió por la pechera.

-¡¿Me viste cara de puta, cabrón?!

Mirándola a los ojos, le respondí:

-¡Sí!

Le cogí el culo con las dos manos, apreté su coño contra mi paquete y le planté un beso a tornillo en los labios, de tal nivel, que si llega a tener las bragas puestas le caen a plomo. Al soltarle el culo, me dijo:

-Eres la tentación hecha carne. Eres el hijo del diablo.

Encendida, me desabotonó la camisa, acarició mi pecho con las dos manos, se agachó y me quitó el pantalón. La polla, tiesa, quedó delante de sus labios, le dio una chupada. Le gustó. Me cogió el culo, metió la polla en la boca y me hizo una mamada sin manos hasta que me corrí en su boca. Al tragar la leche gimió cómo si se estuviese corriendo, al acabar, se levantó y me dijo:

-¡Qué bueno estás, sinvergüenza!

Le planté otro beso en la boca y dos dedos dentro del coño, luego, mientras acababa de quitar el pantalón y los calzoncillos y de quitar los zapatos y los calcetines, le dije:

-¿Quieres volver a correrte en mi boca?

Alicia ya estaba desatada.

-Quiero correrme hasta que quede seca. ¿Puedes hacer eso?

Ya me viniera arriba.

-Puedo y lo haré.

Echó a andar. Fui caminando detrás de ella. Su culo iba de un lado al otro, y mi polla se moría por rompérselo. Al llegar al lado de la cama le bajé la cremallera del vestido, le abrí el sujetador y ella se quitó las zapatillas. Se echó boca arriba sobre la cama. Volví a meter mi cabeza entre sus piernas, flexiono las rodillas, cerró los ojos y me dijo:

-Hazme volar, pichoncito.

Le volví a comer el coño. Fuera porque su marido llevaba más de un año en Alemania, fuera porque se hacía pocos dedos, o fuera por lo que fuera, se corría con mucha facilidad. Su segundo orgasmo llegó cómo con la rapidez de un rayo. Solo tuve que follar su vagina con la lengua media docena de veces, meterle un dedo dentro del culo, follárselo con él, lamer su clítoris de abajo a arriba unas diez veces y después lamer lateralmente apretando la lengua contra él. Al sentir que se corría, levantó la pelvis, y exclamó:

-¡¡Diabloooooooo!!

La muy puta le llenó la boca de jugos al diablo mientras su cuerpo le daban calambre con el tremendo gusto que sentía. Sus gemidos no eran gemidos, eran aullidos de placer.

Después de correrse, y recuperar fuerzas, me volvió a coger la polla, una polla de unos quince centímetros, gordita, una polla normal y corriente. Al meterla en la boca cerró los ojos. Su cara de felicidad era cómo la de un niño lamiendo un caramelo, un caramelo relleno de nata, ya que en nada se llenó de nata su boca, y otra vez la tragó gimiendo cómo si fuera su bebida favorita. Al terminar de tragar, me preguntó:

-¿Si te la dejo meter en el coño darás marcha atrás a tiempo?

-No sé, estás demasiado buena.

Apareció la coqueta. En momentos así siempre aparece.

-¿De verdad piensas que estoy buena?

-Buenísima.

-¿Cómo hacemos?

-Podría darte por el culo, así no hay peligro.

-¡¿Por el culo?! A ver. Tienes los años que tienes. Comes coños. Das por el culo, ¿A ti quién te enseñó a hacer esas cosas?

-¿Qué más da quien me enseñó? ¿Nunca te dieron por el culo?

Se hizo la ofendida.

-¡Noooo!

-¿Tienes mantequilla?

-Tengo. ¿Por el culo se corre una mujer?

-Claro, se pone cachonda y se corre cómo una perra.

-Quiero.

-¿Qué quieres?

-Que me des por el culo.

Al rato jugábamos en la cocina. Alicia estaba con las piernas abiertas y las manos apoyadas en la mesa. Yo, por detrás, con las manos pringadas de mantequilla le magreaba las tetas y apretaba sus pezones... Mi polla empalmada entraba y salía de su coño y luego acariciaba su ojete, un ojete que se abría y se cerraba al sentirla en su entrada. En una de estas, en las que metía mi polla dentro de su coño, me agarró las nalgas y me folló con su culo, diciendo:

-¡No te corras, no te corras, no te corras, no te corras, no te corras! ¡¡Me corrooo!!

Quité la polla, ya que si no la quito me corro dentro de ella. Me agaché, le abrí el coño con dos dedos, vi cómo se abría y se cerraba y echaba flujos, flujos que lamí hasta dejar su coño limpio.

Cuando su coño dejó de abrirse y de cerrarse unté de nuevo la mano derecha de mantequilla y le froté el periné y el ojete con dos dedos. Alicia cogió la botella de vino tinto que había sobre la mesa, le quitó el corcho y le mandó un trago que la dejó por la mitad, luego, dijo:

-Las cosas ricas hay que acompañarlas con vino.

¡Qué razón tenía! Le dije:

-Date la vuelta.

Se dio la vuelta, cogí la botella y derramé vino sobre sus tetas. Sus gordos pezones, que ya estaban duros, se le pusieron de punta y las grandes areolas marrones se encogieron. Mamé una teta mientras la magreaba con las dos manos, luego le comí la otra... Le volví a dar la vuelta. Volvió a apoyar las manos en la mesa. Le eché vino por la espalda y lamí su columna y su ojete, en el ojete metí y saqué mi lengua, Alicia dijo:

-¡Qué cabróóóóón! ¿Debiste tener una buena maestra?

-Tuve.

-¿Quien fue?

-Mi burra.

Cómo veía que no se lo iba a dar el nombre, me dijo:

-¡Perro!

-¡Perra!

Eché un trago de vino. Estaba bueno, mas no tan bueno cómo su culo, que lo volví a follar con la punta de mi lengua mientras Alicia abría las piernas de par en par. Luego unté de mantequila mi mano, le metí un dedo dentro del culo, dos, tres... Unté de mantequilla mi polla, le metí la cabeza dentro del culo, y dijo:

-¡Dijiste que no me iba a doler, cabrón!

La polla entrara fácil. Me estaba engañando. Le iba a doler de verdad. La quité y me fui. Se sorprendió.

-¡¿Y ahora a dónde vas, maricón?!

Volví con una de sus zapatillas marrones en la mano derecha y dando con ella en la palma izquierda. Desde luego, con mi polla de punta y con mis gestos amenazadores, debía dar risa, pero Alicia no se rió cuando me senté en un silla y le dije:

-Ven aquí, tramposa.

Se hizo la interesante.

-¡Ay sí que sí!

La cogí por los pelos. La arrastré hasta una silla, me senté y la puse sobre mis rodillas.

-Ahora sí que te va a doler, zorra.

-¿Te pone calentarle el culo a una mujer, cabrón?

-¿Y a ti, cabrona?

No me contestó, abrió las piernas y puso el culo en pompa.

Le di con con aquella zapatilla marrón con piso de goma del mismo color.

-¡Plas -ay-, plas -ay-, plas -ay-, plas -ay.

-¿Te gusta calentarle el culo a tu hija?

-No, le doy cuando es es mala.

Le di con ganas.

-¡¡Plasssssss, -ayyyyyyy- plassssssss, -ayyyyy- plassssssss, -ayyyyy-, plassssss!! -ayyyyy.

-¿Te mojas cuando le das, putona?

-Noooo. ¿Por quién me has tomado?

-Por una puta viciosa.

-¡¡Plasssssss -ayyyyyy-, plasssss!! -Ayyyyyyyy.

-¿Te mojas cuando le pegas? ¡Dime la verdad!

-No te lo voy a decir.

Ya me lo había dicho.

-¡¡¡Plaasssssss -ooooooh-, plassssss!! -oooooooh.

-¿Quieres que te coma el culo otra vez?

No me contestó, se levantó y me puso el culo rojo en la boca. La agarré las tetas y mi lengua lamió desde su coño al ojete, donde entró y salió varias veces... Le trabajé el culo hasta que Alicia, lujuriosa, me dijo:

-¡Métemela en el culo, caramelito!

Aquella era la actitud que me gustaba.

Me levanté. Apoyó las manos sobre la mesa, abrió las piernas y le clavé la cabeza de la polla. Exclamó:

-¡Me encanta!

Echó el culo para atrás y la metió hasta el fondo. Aquel culo ya fuera follado. Le volví a coger las tetas y le di duro un buen rato. Con sus tetas en mis manos y viendo mi polla entrar y salir de su culo, me fui poniendo tan, tan cachondo, que mi polla si no se corre revienta. Alicia la sintió latir en su culo, la quitó, la metió en el coño y en nada se comenzó a correr. Sentí cómo su coño estrangulaba mi polla. Al soltarla echó un chorro de leche, y otro y otro... Alicia, corriéndose cómo una burra, me dijo:

-¡¡Así, así, préñame, cabrón, préñame!! ¡¡¡Quiero un hijo tuyo!!!

¡Qué hijo ni que hostias! Cómo la iba a preñar si la muy puta luego me diría que ya le llegara la menopausia. Lo había dicho para excitarme, y a fe que lo consiguió. Solté tanta leche dentro de su coño que echó por fuera.

Quique.

-