Las llaves del juego (1)

Carmen es una joven que disfruta con experiencias de self-bondage en su solitario sótano hasta que un buen día su marido la descubre.

Las llaves del juego (1ª Parte)

A pesar de que este tipo de prácticas sólo recientemente se han empezado a recoger en obras de divulgación sobre sexualidad, el deseo sexual ligado a la inmovilización está muy extendido y se conoce desde antiguo, como lo muestran numerosas imágenes de intención aparentemente no erótica. ¿Por qué a algunas personas les atrae el juego de ser atadas? La razón que con más frecuencia se invoca es la liberación de inhibiciones y responsabilidades, en la medida en que confían las llaves del juego erótico a otra persona, que es quien marca las pautas a seguir. Se llama a esto "intercambio de poderes". A algunas personas les atraen también las sensaciones físicas: la presión de la cuerda, la imposibilidad de moverse y, a veces, aunque es poco frecuente, el dolor o las quemaduras producidas por la cuerda. Ligado a esto último está también el placer por la adrenalina que genera el peligro simbólico. Atrae también la sensación de impotencia cuando se hacen intentos de liberarse; a alguna gente le agrada realizar estos intentos mientras es estimulada sexualmente por la otra persona, aunque el bondage no implica necesariamente contacto sexual

Escena primera

La dócil pero inteligente puesta en escena, iba a depararle a la inocente muchacha más de un orgasmo aquella noche.

Aquella no era una habitación normal, se trataba de un oscuro sótano sin ventanas y con un único acceso a través una desangelada puerta de vetusto roble macizo a la cual no llegaba la luz directa del exterior ni los días de más sol si no fuese por la única luz artificial que en forma de aplique se situaba en lo alto de la estancia.

Carmen sabía que allí nadie la podría interrumpir de su encierro voluntario. A ella lo que la ponía desde siempre había sido permanecer encerrada, sin posibilidad de escape y en posición incómoda durante mucho tiempo. También era verdad que nunca se lo había podido confesar a nadie de su intimidad y menos a su marido, del que ya estaba casada hacía 5 maravillosos años. Ahora con 29, Carmen estaba en su apogeo sexual, sus curvas resaltaban el poderío que su mirada reflejaba en aquél frío y solitario sótano, aunque no demasiado alta y tampoco con cuerpo escultural, su cintura de avispita y su precioso culete la hacían la envidia de los amigos de su marido, tampoco era despreciable su buen par de tetas, que si bien no eran demasiado abultadas, sí resultaban turgentes bajo una camiseta de sport blanca que solía ceñirse para hacer footing todas las mañanas, además su marido siempre las sentía duras y con unos pezones en punta y con aureolas sonrosadas. De larga melena negra y lisa a la altura del culete y con unas preciosas piernas. Pero eso ahora no era lo que más le preocupaba a Carmen, puesto que la escena ya estaba en marcha y el reloj había comenzado su marcha, que para ella sería absolutamente imprescindible.

Carmen se encontraba en el centro mismo de la estancia, una barra de metal vertical que se incrustaba en el suelo la mantenían allí en pie mediante unas simples esposas atadas a sus muñecas. No era posible soltarse de las esposas a menos que una llave que pendía de una fina cadena de acero cayese en una de sus manos para poder abrir así las esposas. El caso es que tal llave no le llegaba a la altura de las manos, aunque no por demasiado tiempo, ya que según lo previsto éstas caerían justo en el momento adecuado.

A Carmen le gustaba jugar con el tiempo físico y la gracia de poder ganarle la partida al mismo. El mecanismo era harto sencillo. La fina cadena que sujetaba la llave estaba hecha una pelota gracias a que Carmen la congeló previamente, por lo que la bola de cadena era de hielo que con el tiempo se derretiría y haría bajar la cadena, pudiendo alcanzar así la llave. Ella que era muy inteligente sabía el tiempo que tardaría en suceder tal cosa, y por eso tenía allí un reloj en la pared colgado, le faltaban unos 7 minutos para librarse de su self-bondage.

Pero no era la única cosa de la que debía preocuparse puesto que para hacer más insoportable el presidio, se ató al cuello un collar del que tiraba una cadena la cual estaba atada a un tremendo cactus con muchos pinchos, la planta estaría en su lugar fija sin moverse sobre una repisa en la pared, siempre que a ella no se le ocurriera la idea de moverse hacia delante o a un lado más de lo necesario, en ese caso el cactus le destrozaría la suave y tersa espalda, clavando sus pinchos e hiriéndola de forma muy dolorosa ya que iba completamente desnuda y nada impediría tal suceso. Así que Carmen debía permanecer completamente rígida, sin moverse en pie en el centro de aquella estancia hasta que el tiempo hiciera derretir el hielo y pudiese alcanzar la única llave que la liberaría. Una escena que ya de por sí ponía en excitación a Carmen tan sólo pensarla.

Ahora y tras 30 minutos, solamente restaban otros 7 según sus cálculos para liberarse. El cansancio y el frío la estaban haciendo perder el equilibrio, pero ya faltaba menos y ella sabía que no podía moverse. Tras un segundo orgasmo, casi hace mover el cactus del estremecimiento pero consiguió frenarse a tiempo.

Sus pies descalzos le hacían sentir cada vez más el frío de aquella habitación, que rondaría los 6 o 7 grados en aquellos momentos, a Carmen le gustaba esa sensación de frío, de inmovilidad y de excitación, y más ahora que su marido llegaría a casa, justo a los 15 minutos de haberse soltado según sus cálculos, y es que no le gustaba la idea de que por alguna razón él llegase antes y la encontrara así, de todas formas nunca había pasado, y ella siempre tenía tiempo de sobra para librarse, subir y vestirse y recibirlo con un tazón de caliente leche en el salón de la casa.

Pero aquellos 7 minutos pasaban, Carmen se dio cuenta que aquella tarde hacía un poco más de frío de lo habitual, el hielo se derretía más lentamente y comenzó a preocuparse de verdad. Por la altura a la que estaba la llave todavía le faltaban unos 10 minutos más y Carmen se puso a pensar que aún le sobrarían unos 5 minutos, pero se puso nerviosa por si él llegaba antes. La adrenalina y el alto grado de excitación por poder ser descubierta la hizo tener un profundo orgasmo, sus piernas temblaron y esta vez movió el cuello demasiado, el cactus se situó en el mismo borde, un ligero movimiento más de su cuerpo y haría trizas su espalda. Se asustó, comenzó a gemir, pero también se había colocado una mordaza de bola por lo que apenas era audible desde el exterior, tampoco quería eso, y la saliva le empezaba a caer a chorros por la barbilla, llegando a los pechos que con sus pezones enhiestos nos mostraban a una Carmen inofensiva a la vez que orgullosa.

No sabía si el cactus estaba en el borde o no, ya que no podía girar la cabeza para verlo, pero sabía que se había movido mucho en el anterior orgasmo y ahora comenzaba a tiritar de frío. El reloj marcaba ya la hora del retorno de su esposo, y la anhelada llave no tocaba ninguna de sus manos aún, apenas la rozaba, pero era insuficiente, intentaba cogerla, pero era esforzarse en vano, apenas la podía mover con los dedos, faltaba poco, pero también a él le faltaba poco. Todavía tenía la esperanza de que se retrasase o de que al llegar y no verla en casa por lo menos no se le ocurriese la idea de bajar hasta el sótano, ella nunca cerraba la puerta desde dentro por si le pasaba cualquier incidencia y por eso si su marido bajaba hasta allí, la encontraría sin mayores contratiempos.

Comenzó a pensar cuantas veces había probado la misma situación y las veces en que casi la pilla su marido, pero nunca había llegado a estar tan cerca como aquella tarde.

Carmen se quedó totalmente rígida, había oído pasos arriba. Ahora sí intentó con ganas coger la llave que ya tenía casi en las manos, los pasos arriba se hicieron más sonoros y se dio cuenta que su marido estaba ya en casa. Habían pasado más de esos 15 minutos de resto y pensó que nunca más probaría hacer esa escena con tan baja temperatura a menos que se diese algo más de tiempo. No alcanzaba la maldita llave y arriba parecía que los pasos se acercaban, quizá su marido se dirigía a….no, no podía ser, ¿por qué iba a querer bajar al sótano? El caso es que comenzó a pasarlo mal realmente, allí desnuda, inmovilizada con aquel cactus y sumisa totalmente a cualquier visita, se moría de vergüenza sólo de pensarlo, no, no quería que su marido la viese así ¿qué pensaría de ella? Seguro que le daba un patatús o algo peor, él no era un innovador en el terreno sexual precisamente, a él le gustaba lo clásico, en la cama y esas cosas normales. Pero si la descubría, OH, si la encontraba allí, eso iba a ser muy fuerte.

En un último intento por hacerse con la llave inclinó su cuerpo un poco adelante y cuando quiso darse cuenta del grave error, zas!!! Un tremendo pinchazo por toda la espalda la sacudió, gritó de dolor como pudo, balbuceando dentro de su mordaza, segundo gran error ya que su marido creyó oír algo abajo y comenzó a bajar las escaleras en dirección al sótano. Carmen estaba cada vez más arrepentida de su actuación, pero era demasiado tarde para rectificar, el cactus la había herido, dejándole unos pequeños regueros de viva sangre roja en su espalda, pero lo que más le dolía era que todavía no había podido pillar la llave y su marido ya casi seguro que la encontraría.

Escena segunda

Su marido se paró en seco y después lanzó un grito al tiempo que corrió a liberar a su preciosa mujer de aquella insufrible postura, ella lo miró con rostro de espanto y dando ya por sentenciado su matrimonio dejó caer la mirada al suelo humillada. Él tardó con los nervios un poco en comprender que aquello no era producto de un secuestro o un morboso juego de algún psicópata, la llave que libraba de las esposas a su mujer estaban allí, a su altura, ahora ya podría haberse librado ella misma del encierro. Su cara de asombro le resultó muy dolorosa a Carmen, su marido le quitó enseguida el cactus que seguía clavándose en su espalda y la liberó enseguida de la mordaza y las esposas exigiendo explicaciones.

-Dios mío Carmen, ¿qué ha pasado? ¿Qué broma es esta?

-Querido, lo siento, yo….no sabría como explicarlo, yo, lo siento….

Carmen se puso a llorar, y abrazó a su marido. Él todavía no podía creerse que aquello era cosa de su mujer, una depravación sexual Dios mío. Que callado lo tenía, cuantas cosas tenía que aprender todavía de su mujer

-Pero ¿por qué? ¿Qué he hecho mal? ¿No te gusto en la cama?

-No cariño, no es eso, es….

Ella siguió llorando y abrazando a Rafa (así se llamaba su marido), no podía dejar de pensar en que aquello lo iba a estropear todo y que su marido no lo iba a entender.

-¡Maldita sea Carmen, quiero explicaciones! Si haces esto es porque no te excito, seguro que mientes sobre tus orgasmos en la cama conmigo, por favor pero si ni siquiera te tomas un cigarrillo después de haberlo hecho, y eso que fumas más que yo.

Rafa comenzó a recordarle a Carmen todas las escenas de sexo con ella y lo mentirosa que había llegado a ser con él.

-Espera Rafa, no es así, deja que te explique. Esto lo hago porque me gusta, pero tú me gustas también y mis orgasmos contigo no son fingidos, créeme, yo te quiero, es sólo que…es una cosa que tengo de pequeña, siempre me ha gustado sentirme indefensa, sin escape. Me gusta desde siempre el bondage.

-¿El qué? Pero por favor, ya no sabes ni lo que dices, ¿qué cosa es el bondage? ¿Cómo es posible que después de 5 años de casados y más de 4 de novios no me hayas contado nada?

-Bueno porque pensé que podrías enfadarte conmigo y me dejarías, pensé que no lo aceptarías y te buscarías a otra mujer.

-¿Eso piensas? Carmen yo también te quiero y lo menos que puedes hacer es compartir esto conmigo. Si a ti te gusta pues yo lo acepto, me lo explicas y si quieres lo practicamos, pero no me mientas por favor.

A Carmen se le abrieron los ojos, su marido era más comprensivo de lo que ella hubiese podido imaginar nunca. Además de su marido ahora podría ser su compañero de escenas bondage. Era perfecto

-¿En serio Rafa? ¿No te enfadas? Es más ¿lo compartirías conmigo? ¿Me dejarías enseñarte lo que me excita y lo que me gusta de verdad?

-Por supuesto tonta, es lo que más deseo, que te lo pases bien conmigo en todos los ámbitos y sobre todo en el terreno sexual. Claro que me tendrás que explicar de qué va esto, estoy un poco pez, tú bien sabes que del "misionero" no salgo, jejeje.

Aquella carcajada fue el detonante para el establecimiento de una nueva relación, una relación fructífera que llevarían a Carmen y a su marido a situaciones tan depravadas como excitantes, pero eso será en otros capítulos, os lo prometo.