Las limitaciones

Por ser amo no eres infalible… aunque debas parecerlo, aunque el resto del mundo lo crea. Esta es la historia de una equivocación como cualquier otra, pero incluso de las equivocaciones se puede aprender.

LAS LIMITACIONES

Siempre que escribo me doy cuenta de que nunca podré satisfacer a todo el mundo, conozco mis limitaciones y aceptarlas como tales. A algunos lectores les aburren mis relatos porque los consideran intelectuales mientras ellos esperan lo explícitamente sexual de todo relato que se precie de ser catalogado como erótico. Otros lectores dicen que he abandonado lo intelectual para entrar en la mas pura descripción de hechos. Quizás todos tengan razón. Pero resulta que soy un ser humano y por definición eso me aleja de la perfección. Cuando te enfrentas a sentimientos extremos tienes que ser consciente de tus limitaciones en todo momento. De no ser así caerías en el error que yo he caído algunas veces, creer que la gente sabe de que va el juego solamente porque yo se de que va el juego. Confundir a la sumisa con la persona o a la persona con la sumisa.Lo reconozco, me he equivocado demasiadas veces, pero eso es normal. Por ser amo no eres infalible… aunque debas parecerlo, aunque el resto del mundo lo crea.

Esta es la historia de una equivocación como cualquier otra, pero incluso de las equivocaciones se puede aprender.

La había conocido en la calle, después de varios meses acostumbrado a conocer a un montón de sumisas a través de la web de todorelatos.com era nuevo el que aun yo conservase la capacidad de reconocer una sumisa en una mujer de la vida real. La mayoría de las veces cuando alguien me escribe para contactar conmigo, me hacen saber que son sumisas o que coquetean con la idea de serlo. ¿Como reconocer eso en la vida real? Parece imposible, pero ahora debo hacer memoria y recordar a todo el mundo que hace unos años no había internet y seguíamos siendo amos y sumisas.

Mi olfato de depredador aun debía funcionar.

Ella esta sentada en la parada de autobús, yo no soy persona de transportes públicos, me muevo mas cómodamente en coche, ya sea mío o de otros (taxis) pero al verla allí sentada me apresuré a tomar asiento a su lado sin mas motivo. Era rubia, su pelo era corto y muy claro, tendría cerca de cuarenta años, nariz respingona, orejas pequeñas, labios casi inexistentes. Iba vestida con un traje chaqueta de color claro con falda por encima de la rodilla. A pesar de estar sentada se podía adivinar que era pequeña y su cuerpo era más que interesante. ¿Por que estaba sentado a su lado? Aun no lo se, simplemente sucedió que yo era como el caballo que huele el miedo de los demás animales a kilómetros de distancia. Reconocía su miedo.

-¿Hace mucho que espera? -la pregunte sin esperar demasiado.

-Apenas diez minutos -contesto ella fingiendo una sonrisa cordial- ¿Que autobús espera usted?

Entonces me di cuenta de que no sabía ni que autobuses paraban allí. Si era la parada de uno o de varios.

-El mismo que usted.

-¿Y como sabe que el que espero yo le llevara al sitio adonde va?

-Donde vaya usted será el sitio donde voy yo.

La mujer me miro y por primera vez en su cara asomó una expresión sincera. Total contradicción. Podría haberme abofeteado allí mismo o tirarse en mis brazos, pero no hizo nada. Se limitó a bajar la vista al suelo.

-Espero no haberla molestado.

La mujer tiró de la parte inferior de su falda tapándose un poco mas las piernas. Estaba avergonzada. Bingo.

-No era mi intención señorita, espero que me disculpe.

-Señora -replico ella sin dejar de mirar al suelo.

-¿Puedo saber si nombre?

-Eva.

-Me llamo Ricard... encantado.

No tendí mi mano. Era demasiado apresurado. Incluso cuando jugando al ajedrez sabes que vas a ganar, no tienes nunca que apresurarte a hacerlo. La victoria siempre sabe mejor cuando se saborea.

De improviso un autobús se acercó a la parada. Algunas personas se acercaron para subirse y Eva hizo amago de levantarse pero la retuve cogiéndola por el brazo. Ella volvió a sentarse sin decir nada. Yo miré al cielo y me entraron ganas de aullar al viento, de aullar como un depredador que acababa de capturar a una presa.

Cuando el autobús se hubo alejado la volví a coger del brazo y la levanté del asiento, después la acompañe hasta mi piso que estaba a dos calles. Ella se dejaba guiar como un perro con correa. En mi armario guardaba varias correas de las que utilizaba para mis sumisas, me imagine a aquella mujer con una de las correas.

Subimos al piso y cuando hubimos entrado la ordené que se arrodillase. Ella me miró extrañada pero lo hizo, se arrodilló, entonces saque mi pene y la cogí del pelo, ella se deshizo de mis manos.

-Vas a despeinarme, bruto –protestó.

-¿Y que? –pregunté volviéndola a coger del pelo.

Ella se deshizo por segunda vez de mis manos.

-¿Cómo que que? –protestó levantándose del suelo- esta mañana he ido a la peluquería y me ha costado 80 euros. ¿Me los vas a pagar tu?

Le puse una mano en el hombro para que volviese a arrodillarse pero la mujer se deshizo nuevamente de mí. Aquello comenzaba a mosquearme. Si quería jugar me parecía bien pero entonces debía jugar hasta las últimas consecuencias así que la agarré mas fuerte del brazo. Ella se dio la vuelta e hizo amago de dirigirse a la puerta pero la retuve.

-¿Qué coño te crees que estás haciendo? –me preguntó.

-Cállate, arrodíllate y chupa.

-Cállate tu, suéltame y déjame irme.

La miré directamente a los ojos… ¿estaba realmente enfadada? Muchas veces me cuesta reconocer el enfado real o fingido de una sumisa. Eso me sucede porque en el fondo un amo siempre es un ser mas débil que la sumisa y empatizamos con unos sentimientos que nos son ajenos. Nos gusta que la sumisa juegue… no que sufra realmente. En realidad no es así. Nos gusta que sufra y nos gusta que sufra contra su voluntad pero todo como parte de un juego. Un juego que en ocasiones no lo parece, un juego donde ambos jugadores olvidan que están jugando y se adentran en los sentimientos mas encontrados. Pero un juego al fin y al cabo.

Y ahora mismo estaba comenzando a dudar si aquella mujer quería jugar o no. Sus ojos me decían que si pero sus actos me decían que no. Yo nunca me equivoco cuando miro a los ojos. O casi nunca

La cogí del pelo y la volví a tirar al suelo. Esta vez sin ser parte del juego, con auténtica violencia. A veces la mejor manera de saber si estas jugando es romper las normas. Aunque después debas pagar las consecuencias.

Ella calló de costado golpeándose el codo contra el suelo. De repente comenzó a llorar.

-¿Por qué lloras, sumisa? –pregunté.

-¿Sumisa? –preguntó ella a su vez entre lloros.

La cogí de un brazo y la arrastré hasta el comedor, ella pataleaba y chillaba históricamente. Me hizo daño pero yo también la hice daño. Éramos dos niños luchando el patio de la escuela. Me tire al suelo y finalmente pude inmovilizarla. Lo debería pesar 30 kilos mas que ella y esa superioridad al final se impuso. Ella resoplaba como un caballo sin poder moverse.

-Estas loco -dijo- suéltame ahora mismo.

-De eso nada.

Una de mis manos se deslizo por dentro de su camisa haciéndome con uno de sus pechos que apreté con fuerza. Ella volvió a patalear pero no podía zafarse de mi llave. Después baje esa mano hasta sus piernas y me introduje por dentro de su falda. Quizás no fuese una sumisa, quizás ella pensanse que la estaban violando pero sus bragas, su coño completamente mojado me decían lo contrario. La tumbe boca abajo y me hice con unas cuerdas que colgaban de una silla. Se que puede parecer surrealista o una broma, pero en casa de un amo siempre parecen haber cuerdas a mano. No es broma, no recuerdo de donde habían salido pero allí estaban colgada de una silla, mirándome burlonas. Las utilicé para maniatarla. Después me levanté. Ella estaba boca abajo, con la falda subida y las manos atadas a la espalda. Ahora ya no hacia ningún esfuerzo por darse la vuelta o escapar de alguna manera. Estaba asumiendo su condición, su situación.

Subí completamente su falda y le bajé las bragas. Su culo era importante, algo grande pero bonito y cuidado. Lo abrí y observé su vagina y el agujero del culo. Estaba perfectamente depilada y su ano parecía bastante dilatado. Además en la parte inferior de sus muslos había unas marcas que podía reconocer, eran señales antiguas de latigazos, no tenían mas de tres días.

-¿Vas a violarme? -preguntó ella.

-No, voy a utilizarte -dije yo levantándome del suelo.

-¿Que diferencia hay?

-Si te violase, seria contra tu voluntad... si te utilizo, en el fondo, sera porque lo deseas.

-No lo deseo.

Fui hasta el lavabo y me hice con un paquete de condones, cuando volví al comedor ella continua en la misma posición, maniatada boca abajo con la falda subida y mostrándome su culo.

-Lo deseas -dije mientras me ponía un preservativo.

-No.

-Lo deseas -dije mientras me sentaba sobre ella y colocaba la punta de mi pene en la entrada de su culo.

-No lo hagas, te lo ruego.

La cogí de los hombros y empujé con fuerza, mi pene entró completamente en su ano hasta la misma base. La mujer lanzo un grito y después comenzó a llorar. Yo comencé a sodomizarla con fuerza, su cara estaba contra el suelo y sus lágrimas inundaban el parquet. ¿Y si en realidad no era una sumisa? Mi intuición me decía que lo era. Pero yo también tengo mis limitaciones.

Mi pene entraba y salía sin problemas de sus intestinos, la mujer estaba acostumbrada a eso, estaba completamente dilatada, no obstante continua llorando y retorciéndose (aparentemente) de dolor. Cuando me hube corrido saque mi pene y me quede mirándola. Ella continuaba llorando, boca abajo, con el culo completamente abierto y rojo. Sus lloros parecía reales. ¿Y si la había violado realmente? Me quite el condon y lo tire a la basura, después la subí las bragas, la levante, la quite desaté y la ayude a sentarse en un sofá. Ella no decía nada, simplemente se limitaba a limpiarse las lágrimas con un pañuelo que yo le había dejado. Yo tampoco dije nada. No sabia que decir... de repente me estaba dando cuenta que quizás no era infalible.

-¿Como estas? -le pregunté.

Ella no contestó.

-Dime como estás... -repetí.

-Jodida. Me duele todo. Eres un animal. Me has...

Entonces vi un destello de ira que conocía perfectamente en su mirada. No era la ira de quien esta verdaderamente enfadado y fuera de si, era una ira que conocía perfectamente. La ira orgullosa de quien pretende demostrar algo y no lo consigue.

Maldita hija de puta. Era una sumisa en toda regla... y me había estado engañando. Desde el momento en que había estado cruzando la puerta de mi casa me había estado engañando. Por un momento había creído firmemente que la había violado...

-¿Por que? -le pregunté...

Ella me miró y también advirtió que yo la había descubierto. Dios mío... éramos dos jugadores excelentes. Casi habíamos conseguido engañarnos. No obstante si había que proclamar un vencedor, ella era la única vencedora.

-Porque me gusta la sensación de dominar a un dominante... -comenzó ella- porque quiero sentir que te he doblegado.

-Quizás me has doblegado... pero soy yo quien te ha dominado.

La mujer se levantó del sofá. De improviso había dejado de llorar. Ahora mostraba una sonrisa cínica. Su expresión era otra completamente diferente, en apenas unos segundos.

-¿Estas seguro de eso, amito? -dijo antes de desaparecer de mi casa.

No, no podía estar seguro. Yo soy dominante y a juzgar por lo sucedido había hecho mi voluntad hasta el ultimo extremo. Pero... ¿y si estaba equivocado? ¿Y si en realidad era ella quien me había utilizado a mi? Yo también tengo mis limitaciones.

¿Que opináis vosotros?

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