Las lecciones de mi alumno

Un maestro recibe de un alumno una lacción que cambiará su vida... y sus intereses sexuales, para siempre.

LAS LECCIONES DE MI ALUMNO

Lo que voy a contar sucedió hace poco más de diez años. En ese entonces yo tenía 23 de edad y estudiaba el 8º semestre de mi carrera en una prestigiosa universidad particular de la Ciudad de México. Durante este tiempo, y por ser yo estudiante becado, era ayudante de profesor, ya que en compensación de la beca que recibía, además de obtener buenas calificaciones debía auxiliar a algún maestro de los primeros semestres revisando los trabajos de sus alumnos o dando clase como su suplente, por lo que ya me había acostumbrado a que también a mí me dijeran "maestro", aunque la diferencia de edades fuera muy poca. Comenzaré aclarando que de acuerdo con los estándares de mi país, soy "güero", es decir, de tez blanca, ojos café claro y cabello castaño. Me considero alto, mido 1.82 mts, y tengo buen cuerpo, pues me gusta mantenerme "en forma". En esa época yo me consideraba heterosexual, incluso tenía novia, planes de boda, y varias admiradoras en la universidad, y aunque en el gimnasio al que asistía, de vez en cuando me llamaba la atención el cuerpo de algún compañero, me parecía algo natural. Por otra parte, yo nunca había cedido a ninguna tentación sexual con otro hombre, a pesar de que llegué o oír rumores de que el sauna podía llegar a ponerse "muy animado". Ignoraba que todo mi panorama iba a cambiar en un viaje.

Un día, a la profesora que yo ayudaba se le ocurrió hacer una excursión al estado de Oaxaca con todo el grupo y me pidió que la acompañara, a lo que accedí pensando que podía resultar divertido. Después de un largo viaje en autobús, en las primeras horas de la tarde llegamos al hotel donde nos íbamos a hospedar. La profesora repartió las habitaciones por pares y a mí me tocó compartir habitación con Fernando, uno de los alumnos.

Fernando es moreno, de ojos y cabello negros, y muy, muy atractivo. Mide 1.78 mts. y es de complexión delgada, pero no flaco. En ese entonces, él tenía 19 años de edad y yo no lo había tratado mucho aunque, por lo general, procuro llevarme bien con los alumnos. Lo único que sabía de él, era que le encantaba la clase donde yo era maestro asistente y que sus compañeras de grupo se la pasaban coqueteándole a pesar de saber que tenía novia, porque, en pocas palabras, Fernando era el más galán de su generación.

Una vez en el hotel, Fernando se ofreció a llevar mi equipaje a nuestra habitación, ya que yo tenía que ponerme de acuerdo con la profesora en algunos detalles del viaje, por lo que ella y yo nos fuimos a la cafetería a revisar papeles. Como a la media hora, Fernando regresó a buscarme y le pregunté si todo estaba bien en el cuarto. Me dijo despreocupadamente que sí y me dio mi copia de la llave antes de irse a pasear con un par de compañeras que lo estaban esperando. Recuerdo haber pensado que ojalá no se le ocurriera meter alguna de sus "admiradoras" a escondidas a nuestro cuarto, ya que la novia, por ser de otra facultad, no había venido al viaje.

Poco más tarde llegué a la habitación, y noté sorprendido que sólo había una cama (grande, de las king size), a pesar de que, al hacer las reservaciones, la maestra había solicitado habitaciones con dos camas. Pese a mis reclamos, no pude hacer nada para corregir el problema, ya que el hotel estaba lleno y no había más habitaciones disponibles. En un principio no me agradó la idea de compartir cama con un alumno, pero como no quedaba otra opción consideré que a fin de cuentas sería tan sólo por un par de noches, y que además a Fernando la idea no parecía haberle molestado, ya que no me había dicho nada al respecto.

Después de desempacar mi ropa, acompañé a la maestra a una agencia de viajes para confirmar los tours que habíamos planeado a Monte Albán y Mitla, dos sitios arqueológicos de gran interés que hay en la zona y que visitaríamos en los días siguientes. Nos equivocamos varias veces de dirección, caminamos durante horas bajo el calor sofocante de la temporada y cuando finalmente pudimos volver al hotel, ya era de noche y estábamos agotados.

Al llegar a mi cuarto, descubrí que Fernando se había adueñado del lado derecho de la cama y estaba despreocupadamente tirado encima, en trusa y camiseta, viendo la televisión. Nos saludamos y yo me metí al baño para refrescarme con una ducha. Para salir, me sujeté una toalla a la cintura. Mientras me secaba el cabello con otra toalla, Fernando volteó a verme y me dijo:

-Oye, estás muy marcado, ¿qué vas al gimnasio todos los días?

-Voy a veces –le respondí.

-Pues te ves muy bien, maestro… ¡con razón te traen ganas! -Me dijo, y añadió un silbido de aprobación.

A pesar de que yo no estaba acostumbrado a que otro hombre me dijera un piropo, me pareció que el comentario de Fernando no llevaba ninguna intención, por lo que sólo le sonreí. Tras de vestirme, salí de nuevo para ayudar a la maestra a supervisar que todos los alumnos ya hubieran regresado al hotel para avisarles a qué hora llegaría el autocar por nosotros al día siguiente.

Cuando volví a la habitación, ya las luces estaban apagadas y Fernando dormía profundamente en el lado derecho de la cama dándome la espalda, por lo que sin hacer ruido me quité la ropa, excepto la trusa. Esa noche el calor era sofocante, y como el aire acondicionado no ayudaba mucho a refrescar el ambiente, hice a un lado la mitad de las sábanas que me tocaban y me acosté boca arriba.

Comenzaba apenas a conciliar el sueño cuando sentí una mano de Fernando en mi hombro. No le di importancia, pues es normal que uno en la noche cambie de posición constantemente, pero cuando después su mano empezó a acariciarme los pectorales y el abdomen, me alarmé y me puse tenso… en más de un sentido. Independientemente de si Fernando estaba dormido o despierto, yo no daba crédito a lo que estaba pasando, pues era la primera vez que un hombre me tocaba así; pensé que quizá mi alumno estaba teniendo un sueño húmedo e imaginando que estaba con su novia. Pero como sus caricias se sentían muy bien y me empecé a excitar, lo dejé hacer y decidí que si él se despertaba, yo me haría el dormido.

A los pocos minutos, Fernando bajó su mano a mi entrepierna, y pensé que al sentir mi pene, que ya estaba erecto y levantándome la trusa con ganas de salirse, mi alumno se despertaría. Cuál no sería mi sorpresa cuando de pronto Fernando se incorporó en la cama y comenzó a llenarme de besos el pecho mientras me sobaba la verga. En semejante situación ya era imposible hacerme el dormido o suponer que él lo estuviera, por lo que me incorporé y lo detuve diciéndole:

-¡Oye, ¿qué te pasa…?! ¿Qué crees que soy? ¡Yo tengo novia!

Fernando, sin perder la calma, encendió la luz, sonrió y me dijo:

-Yo también… pero no te hagas el pendejo, bien que te está gustando, se te nota.

Entonces me di cuenta de que él estaba desnudo, y mientras contemplaba su cuerpo con sorpresa (era casi lampiño y muy, muy sensual), Fernando aprovechó mi distracción y sin el menor pudor le dio un apretón lujurioso a mi verga. Yo le aventé la mano, pero él volvió a ponerla encima, acariciándomela con suavidad, y diciéndome:

-Si te gusta, déjate… Además, esto va a quedar entre nosotros, ¿no?

No pude negar que Fernando tenía razón: Mi respiración agitada demostraba que me estaba gustando mucho, y la tentación de seguir experimentando esas nuevas sensaciones, crecía en mí tanto o más que mi verga… Pero no por eso yo dejaba de ser su maestro, por lo que me sentí obligado a añadir, haciéndome el estricto y el ofendido:

-No, Fernando, párale. Date cuenta de que yo...

Él no me dejó terminar la frase. Me besó en la boca metiéndome su lengua. La sensación fue todavía más excitante, y aunque traté de resistirme durante unos segundos, el deseo me ganó y ya no me pude controlar. Respondí chupándole la lengua con mi boca mientras acariciaba sus nalgas morenas con una mano y su pecho con la otra. Mi primer hombre en la cama me estaba resultando tan inquietante como delicioso.

Pese a que Fernando era cuatro años más joven que yo, parecía tener más experiencia en el arte de seducir, y sobre todo, menos inhibiciones: en un momento ya lo tenía encima de mí, su pecho sobre el mío, su verga sobre la mía. Su piel era muy suave y sus besos muy ardientes. Pasó su lengua con delicadeza por cada parte de mi cuerpo, chupó mis tetillas y llenó de besos mi abdomen, el cual parecía excitarlo especialmente. Después me bajó la trusa y la tiró al suelo, dejando al aire mi verga (que no es por presumir, pero desde adolescente mi herramienta ha sido mi orgullo, ya que es de muy buen tamaño y bastante gruesa) la cual ya dejaba ver en su punta una gotita cristalina de líquido preeyaculatorio que Fernando recogió y saboreó con su lengua; luego lamió mi verga desde la base hasta la punta y después, primero uno, luego el otro, mis huevos, para terminar tragándose todo mi palo de un solo bocado y sin incomodarse siquiera cuando le llegó hasta el fondo de la garganta. ¡El alumno era todo un maestro…!

Fernando chupaba con tal maestría -parecía mamarme a la vez con la boca y con la garganta- que de pronto me descubrí gimiendo de placer, hundiéndole los dedos en el cabello, sujetando su cabeza contra mi pubis y deseando que el gozo que su boca (obviamente experta en esto) me estaba dando, no terminara nunca. Con los ojos entrecerrados de placer, Fernando subía y bajaba la cabeza, haciendo vacío con la boca sobre mi verga mientras se apartaba lentamente de mi pubis, dejando sólo el borde de mi glande entre sus labios, para después volver a tragársela toda de un solo golpe. Como a los veinte minutos de una mamada tan exquisita como yo no había conocido otra, sentí que mi orgasmo ya venía en camino y le advertí, entre jadeos:

-Fernando, voy a venirme, quítate

Pero él, en vez de retirarse, aceleró el ritmo y muy pronto me vine a chorros en su boca; fue la venida más abundante que yo había tenido en mi vida, y cuando él sintió el primer golpe de semen sobre la lengua, se puso a mamar con más ganas y se bebió toda mi leche sin derramar una gota. Para entonces, yo ya estaba retorciéndome y aullando de placer… y valiéndome madres si alguien me oía.

Cuando finalmente se sacó mi verga de la boca, di un respingo de lo sensible que había quedado, pero Fernando todavía se puso a recoger con la lengua las pocas gotas de semen que continuaban saliéndome. La sensación se volvió casi insoportable y yo volvía a respingar a cada lengüetazo suyo, por lo que le rogué que me dejara descansar unos cuantos minutos, ya que sentía que me iba a dar un infarto de la pura excitación. Fernando se apartó un poco, me revolvió el cabello, me dio un beso largo y profundo que sabía a restos de semen, y me dijo:

-¿Verdad que estás contento de que no te haya hecho caso cuando me dijiste que no querías…?

-Eres un cabrón- le dije entre resuellos- Un cabroncito bien hecho.

-Pero bien que te gusto, ¿a poco no? -me contestó, vanidoso- Te pusiste como loco, maestro… ¿No me vas a dar las gracias?

No me quedó más remedio que sonreír y volver a besarlo. Es una sensación extraña pero placentera besar a otro hombre en la boca. Es otro el sabor de su saliva, es otra la textura de sus labios. Nada más de pensar que estaba haciendo algo prohibido, me daban ganas de no dejar de besarlo nunca. Él volvió a acariciarme y a acercarme su cuerpo, entrelazando sus piernas con las mías.

En ese momento sonó el teléfono. Los dos nos miramos entre sorprendidos y divertidos, pues comprendimos al momento la razón de la llamada. Respiré hondo antes de contestar. Era la profesora. Alguien le había avisado que había oído gritos en mi cuarto y quería saber si estábamos bien. Le inventé que me había golpeado una espinilla contra un mueble, pero que no había pasado a mayores. Se ofreció a llamar a la recepción para que mandaran al médico de guardia, y desistió hasta que le aseguré una y otra vez que yo estaba bien, que incluso ya estaba por dormirme cuando entró su llamada. Finalmente nos deseamos buenas noches y colgué. Ni Fernando ni yo aguantamos la risa.

-¿Ya ves, por escandaloso? -me dijo.

-No, ¿ya ves tú, por mamarla tan bien? -le contesté- Fue tu culpa.

Volvimos a reír, tratando de no hacer mucho ruido.

Quedamos silenciosos y quietos por unos minutos, como considerando lo que habíamos hecho y lo bien que la habíamos pasado (sobre todo, yo, hasta el momento), luego Fernando se incorporó, se montó sobre mi pecho y puso su verga, que seguía estando dura, frente a mi boca diciéndome:

-Te toca.

Me puse nervioso.

-Pero no sé como. Nunca lo le hecho.

-Yo te voy a enseñar… Ahora yo soy el maestro y tú el alumno.

Para ser sincero, no me agradó mucho la idea de mamarle la verga (yo seguía con la idea de que era completamente heterosexual a pesar de lo que acababa de hacer con él), pero pensé que no me podía negar a corresponderle después del infinito placer que acababa de darme. De pronto me entró una especie de resaca moral. No sólo había traicionado a mi novia, sino que lo había hecho con uno de mis alumnos (¡y además, de mi mismo sexo!), por lo que, pasada la excitación, estaba comenzando a sentirme confundido y culpable.

-Por favor… -me rogó en un susurro- Verás que también te va a gustar

Luego añadió, pícaro:

-Pocas cosas son tan ricas como la verga. ¿A poco no se te hace agua la boca nomás de verla parada…?

El cabroncito estaba decidido y dispuesto a recibir el mismo placer que él me había dado. Era justo, pensé. A final de cuentas, todas las barreras que habían existido entre nosotros se habían roto como una hora antes y ya no había marcha atrás. Además su verga, parada casi vertical frente a su vientre y pulsando durísima a unos cuantos centímetros de mi cara, se veía muy, muy tentadora. Era una verga como de unos dieciséis centímetros, no tan larga ni tan gruesa como la mía, pero bellísima y jugosa, más morena que el resto de su cuerpo y con una cabeza roja y brillante que chorreaba un líquido pegajoso y transparente sobre mi pecho, del que se desprendía un olor excitante, capaz de volver loco a cualquiera. ¡¿Qué estaba pasando conmigo, que comenzaba a pensar cosas como estas?!

Decidí no resistirme. Con una mano bajé su verga hasta mis labios y empecé a lengüetearle la punta. Con gran entusiasmo de su parte, Fernando comenzó a darme instrucciones sobre cómo tragármela. Me la metí a la boca y debo admitir que su textura me encantó: dura en el tronco, suave en la cabeza, firme, cálida y aterciopelada. "Pocas cosas son tan ricas como la verga" pensé, dándole la razón nuevamente. El sabor no era malo, al contrario; y el olor ligeramente ácido de su pubis me pareció muy excitante. Comencé a mamársela, y él, a meterla y sacarla de mi boca moviendo las nalgas sobre mi pecho (lo que hizo que mis tetillas se pararan, lo recuerdo perfectamente). La primera vez que su glande tocó el fondo de mi garganta, sentí una arcada involuntaria de náusea, pero él me dijo:

-Calmado… piensa que te quieres tragar un bocado de algo. Avísale a tu boca que lo que va a comerse, es muy rico. Y cuando te toque el fondo de la garganta, ábrela para recibirla adentro, ya verás que no es difícil, en un ratito vas a acostumbrarte.

Para mi sorpresa, una vez más mi maestro tenía razón. Mi garganta se abrió y me tragué su palo hasta los huevos. Cuando los vellos de su pubis tocaron mis labios y la punta de mi nariz, me sentí orgulloso de mi hazaña. Fernando entrecerró los ojos, fascinado, y me dijo, en un resuello de gozo:

-Papito… eres un genio.

Lo mamé con ganas, con verdadero gusto, sintiéndome calientísimo de hacerlo, más caliente de lo que me había sentido nunca con ninguna mujer. Nunca antes me hubiera imaginado que hacer algo así fuera tan delicioso; estaba tan excitado de mamar mi primera verga que no podía detenerme. Descubrí que me había aprendido, como por instinto, todos los trucos de Fernando, quien ya estaba literalmente cogiéndose mi boca, pues se había inclinado sobre mi pecho apoyando sus dos manos en la cabecera de la cama y me metía y me sacaba su verga mascullando cosas entre dientes mientras gemía de placer.

Pronto recibí mi premio. Sin avisarme, Fernando eyaculó dentro de mi boca, su leche caliente y espesa cubrió mi lengua y mi paladar. Luego pensé que, en mi calentura por la verga de Fernando, yo no me había detenido ni un momento a pensar si el sabor de su semen podía gustarme o no, pero ya lo estaba probando y me parecía exquisito (y me lo sigue pareciendo, ojalá hubiera una bebida con el sabor y la textura del semen).

Luego de descansar un rato de la segunda ronda, Fernando me pidió que se la metiera. Al principio no entendí y me acomodé dispuesto a que volviera a mamármela, pero él me aclaró que se refería a que lo penetrara por el culo. Su propuesta debió inquietarme más, pero yo ya estaba decidido a hacerle o a dejarme hacer lo que él me pidiera: después de todo, mi verga ya había sido suya y la suya, mía, y el placer en ambos casos había sido enorme. Fernando me pidió ponerme en cuclillas mientras buscaba algo en su equipaje. Regresó con un tubo de vaselina para manos, lo dejó sobre la cama al alcance de mi mano, se recostó frente a mí, abrió las piernas y puso sus pies sobre mis hombros. Sus nalgas duras, con un vello muy fino y escaso, y el botón moreno de su ano cerradito y antojoso se mostraron ante mí. Descubrí que a esas alturas yo ya había perdido todo el pudor, pues la vista de su culo esperando ansioso mi verga, me excitó mucho. Nuevamente comenzó a darme instrucciones, pero lo interrumpí y le dije:

-Oye, cabroncito: de esto no necesitas explicarme nada, ya lo he hecho muchas veces

-Sí, pero con mujeres, -me dijo- entre hombres, es diferente.

Me dejó perplejo.

-¿Diferente cómo? -Le pregunté.

-El culo está más apretado que el coño. Necesitas lubricarte bien y luego lubricarme a mí.

Debí haber puesto cara de que no entendía, porque Fernando, impaciente, tomó el tubo de vaselina y me lubricó la verga de arriba abajo. Luego se embadurnó abundantemente un dedo, y metiéndoselo en el ano, se lubricó por dentro.

-Ahora sí –me dijo- llégale

No me hice del rogar y comencé a tratar de meterle la verga, pero aunque la tenía paradísima, mis intentos fracasaban porque Fernando tenía el culo muy cerrado.

-Espérate -me dijo- la tienes muy gruesa; tengo qué pujar más...

-¿Pujar cómo? –le pregunté.

-Para que te entre, tienes qué hacer como cuando vas al baño. Así el culo se relaja y es más fácil. Tú déjame, quedamos en que ahora yo soy el maestro… –Y sonrió, pícaro. Su sonrisa ya me estaba encantando.

Fernando puso mi verga contra su ano, con las manos me tomó de las caderas, me jaló hacia él, yo empujé… y por fin la cabeza de mi verga se hundió en su culo. La sensación fue tan intensa que perdí el aliento. Él hizo un gesto de dolor y cerró los ojos apretando los párpados.

-¿Te lastimé? –Le pregunté, preocupado.

-Sí, pero vas a metérmela toda para que valga la pena. En un rato se va el dolor y comienza el goce… pero yo te voy a decir cuándo le sigues, ¿okey…?

Me quedé quieto unos minutos, contemplando fascinado el lugar donde nuestras carnes se unían. Era como si su verga durísima fuera la continuación de la mía pasando a través de su cuerpo; como si los dos fuéramos un solo hombre a pesar de la diferencia del color de nuestra piel. Me puse a acariciarlo, lo sentía de veras mío, las pulsaciones de su culo abierto se sentían deliciosas alrededor de la cabeza de mi verga, y hasta pensé que iba a venirme de nuevo sin moverme y sin siquiera haberlo penetrado por completo.

No habían pasado cinco minutos cuando Fernando sonrió, abrió los ojos y empujó su culo contra mi verga, que le entró hasta la mitad.

-Estás riquísimo –me dijo- siempre lo sospeché. Por eso le pasé una lana al güey de la recepción para que nos cambiara el cuarto

Quedé boquiabierto.

-¿Entonces, esto lo planeaste, cabroncito? –le dije, haciéndome el ofendido.

Él asintió, malicioso.

-Y no me arrepiento.

-Tampoco yo, –le dije- pero vas a pagarme la travesura.

Y arremetí contra su culo. En un inicio, Fernando se retorcía de dolor, pero muy pronto fue de placer. Cuando creí que ya no podía metérsela más, él bajó sus piernas de mis hombros y las puso tras de mis nalgas para empujármelas y obligarme a empalarlo hasta el fondo. Mis huevos tocaron sus nalgas, y los suyos, con su verga paradísima apuntando hacia mi ombligo y chorreando como nunca, descansaron arriba de mi pubis. De nuevo cerró los ojos y se relamió de gusto.

-Qué rico te sientes adentro de mí… No tienes idea, cabrón

Me sentí orgulloso. Yo sabía que tenía muy buena verga, pero nunca me imaginé que otro hombre me lo llegaría a decir. Mientras se la metía y sacaba, él me acariciaba el pecho, excitadísimo. Luego comenzó a pellizcarme las tetillas. Yo iba de sorpresa en sorpresa, pues el dolor del pellizco hizo que me excitara más y arremetiera contra su culo con más fuerza. Fernando bramaba de placer.

-¡Sí, papá… sí; dámela toda, rómpeme el culo, papito, es tuyo, dame más fuerte, cabrón…! ¡Cógeme como macho, hijo de la chingada…!

Sus obscenidades me enervaron a tal punto que perdí todo control y me volví una máquina de coger; ya no me importó si le dolía o no: su culo era mío y él iba a sentir lo que era provocar a una verga como la mía. La cama se sacudía con violencia y todo a mi alrededor parecía desaparecer, esfumarse. Lo único que había en el cuarto, en el hotel, en todo Oaxaca, en todo el mundo, era mi verga, durísima y gruesa como nunca, entrando y saliendo con fuerza de ese culo del que yo iba a asegurarme que ya nunca volviera a ser tan apretado como antes. Era el éxtasis, el infinito, el universo de dos machos cogiendo enfurecidos. Mi sudor escurría a chorros en mi cuerpo, y el suyo formaba arroyos sobre su pecho, empapando la cama.

De pronto, Fernando soltó un gemido largo y agudo, y comenzó a venirse sin haberse siquiera tocado, ya que sus manos aferraban las sábanas y el colchón para evitar que yo lo tirara al suelo. Su venida fue tan potente que luego descubrí que los dos primeros chorros de semen le habían llegado hasta el cuello.

La excitación de verlo transfigurado por el placer y los apretones que los músculos de su esfínter me dieron en la verga cuando se vino, me hicieron acelerar el ritmo y en un momento ya también me estaba viniendo adentro de él, llenándole el culo de leche de hombre. Mi orgasmo fue más poderoso que el anterior y comencé a temblar como poseído. Finalmente caí exhausto sobre él, empapándome el pecho de sudor y de semen.

Fernando acercó su boca a la mía y me besó como desesperado. Luego comenzó a llorar y me asusté.

-¿Te hice daño? –Le pregunté en un susurro.

-Mucho, cabrón… Muchísimo, porque ya no sé que voy a hacer sin ti.

Y volvió a llorar y a besarme. Me dispuse a sacarle le verga, pero me detuvo oprimiéndome contra él.

-No me la saques… quédate así todo el rato que puedas. –Me suplicó.

-¿Pero no te molesta? –Le pregunté.

El negó con una sonrisa deliciosa y los ojos anegados en lágrimas.

-Pero si estás llorando… –Le dije, como un estúpido.

-¿Nunca has llorado de felicidad, cabroncito?

Estaba a punto de contestarle que no, cuando sentí que también comenzaban a salírseme las lágrimas. Lloré sobre su pecho, acariciando su cabeza, y entre dos pequeños espasmos de llanto, experimenté una sensación insólita de gran paz interior. No sé si estar dentro de Fernando era estar en el cielo, pero se parecía mucho.

Por fin nos calmamos. Con gran agilidad y sin dejar que mi verga se le saliera, Fernando se acomodó de tal forma que quedó con medio cuerpo encima de mí, de la cintura para abajo. Nos abrazamos y empezamos a platicar.

-¿Y qué cara le vas a poner a tu novia cuando la veas? –me preguntó con su picardía característica- ¿Vas a atreverte a verla a los ojos cuando le has sido tan, pero tan infiel conmigo?

-¿Cuál novia? –le pregunté a mi vez- Ahora tengo novio.

-Yo también. –Me dijo antes de volver a besarme, esta vez con una ternura tan grande que sentí que el corazón se me salía del pecho.

Y era cierto, porque yo me había enamorado de él, quizá no a primera vista… pero sí a primera cogida. Finalmente nos ganó el sueño y nos quedamos dormidos en esa posición, abrazados y acoplados. Cuando despertamos en la mañana mi verga seguía adentro de Fernando. Y seguí empalándolo incluso cuando nos levantamos y nos metimos a la ducha. Bajo la regadera volví a cogérmelo mientras el agua se llevaba los restos de nuestra primera noche de amor. Los dos días de viaje se nos convirtieron en una verdadera luna de miel, a ambos se nos hacía tarde para regresar a la recámara del hotel y volver a besarnos, a mamarnos las vergas y a cogernos. Sí, a cogernos, porque a la siguiente noche, Fernando tomó posesión de mi culo... y yo conocí un nuevo placer que hasta la fecha me encanta y que nunca me hubiera imaginado que existiera: el orgasmo anal.

Bueno, pues yo ya no era heterosexual. O quizá nunca lo había sido, y tuvo qué llegar un alumno a mi cama y a mi vida para que pudiera darme cuenta. Es casi inútil aclarar que terminé mi compromiso con mi novia regresando del viaje y que Fernando hizo lo mismo, pues ahora nuestros corazones tenían nuevo dueño.

Nuestro amor duró cinco años deliciosos, hasta que Fernando tuvo qué irse a estudiar un postgrado a Europa. A pesar de que él no quería dejarme (pues yo acababa de comenzar en un buen empleo y no podía acompañarlo), yo le insistí en no desaprovechara la ocasión de estudiar más y prepararse mejor. Sabiendo que los celos no nos iban a dejar en paz, preferimos terminar la relación con la promesa de que si al regresar él, los dos seguíamos amándonos, la continuaríamos. Pero a los seis meses, Fernando me escribió avisándome que había conocido a alguien… y que se estaba enamorando. Acepté mi pérdida en buena lid. Siempre fuimos honestos uno con otro, y no dudo que si algún día él regresa (pues se quedó a vivir allá con su nueva pareja), nos dará gusto volver a vernos y seremos muy buenos amigos.

Fernando, si por casualidad estás leyendo esto, sabrás quién soy y recordarás lo maravillosa que fue esa primera noche. Fuiste mi primer amor masculino, y de alguna forma, nunca, NUNCA, te dejaré de amar.