Las Japonesas (2ª parte)
Sigue la historia de las vecinas japonesas de la protagonista
y al volver la cabeza vi con horror pero con un placer que no podía detener la mano de Hayami hundida hasta la muñeca en mi ano.
Me deshice como pude de su mano penetrándome de aquella manera. Por un lado sentía placer pero por me llevaba a unos límites mentales que no estaba preparada para cruzar. Llevé mi mano atrás y extraje la de Hayami, sintiendo un brutal orgasmo cuando la vaciedad se volvió a hacer en mi ano. Excitada bajé mi boca por el vientre de Kuimi pero al llegar cerca de su sexo me detuvo, cerrando las piernas de inmediato. "Eso no", me dijo dejándome desconcertada. La miré sin comprender. La excitación del momento me había abierto a probar aquello que nunca me había planteado. El olor de su sexo me llegaba como una aroma suave e incitante que en la marea de pecado en que estaba naufragando aquella tarde parecía lo menos pecaminoso.Volvía intentarlo pero me agarró del cabello para alejar mi boca de su sexo. Sin darme por vencida me giré hacia Hayami y ella también rechazó mi boca. La besé, imitando aquel chupeteo cómico que tanto les gustaba y a pesar de que notaba la excitación en la areola de sus pechos, también se negó a dejarse chupar. Me senté entre ambas bien abierta de piernas. Si no podía chuparlas al menos sentiría lo que era ser chupada allá abajo. Pero no hubo ningún intento por su parte. Se entregaron en mis pezones para luego, de forma alternativa, meter sus deditos en mi vagina hasta el límite marcado por los lazos rojos. Hice lo mismo con ellas. Como las vírgenes que éramos nuestras entradas eran estrechas de manera que los delgados dedos nos causaban un placer indescriptible con el roce indoloro que causaban contra las paredes de la vagina. Hayami me quiso meter dos dedos a la vez pero entonces la sensación fue muy diferente y le pedí que los sacara. Kuimi explicó que aquella sería la anchura de un pene masculino. Pensamos que el dolor traería otras compensaciones que no éramos capaces de imaginar.
Ya en casa recordaba la mirada recriminatoria de Kuimi y Hayami cuando mi boca se acercó a sus sexos. Cuando yo creía que estábamos practicando sexo lésbico ellas me negaban probar lo que más anhelaba, como si todo se circunscribiera a una mera preparación para el sexo con hombres. Fuera cual fuera su intención, aquella había sido mi primera experiencia con mujeres y me había gustado, por mucho que a solas en mi apartamento me asaltaran las dudas y la culpabilidad. Nunca antes había tocado unas tetas, ni un coño, ni me había besado con una de mi mismo género. Pero el culo me ardía hasta el punto que tuve que tomar un analgésico para calmar el dolor y me odiaba por haber permitido aquella depravación en mi trasero mientras ellas no me habían dejado practicarles sexo oral. Así que pasaba de rememorar el placer y masturbarme compulsivamente recordando lo acontecido a jurar a renglón seguido que no las volvería a ver en mi vida tras alcanzar el orgasmo. Claro que esto último no me lo creía ni yo. Las japonesas habían abierto algo en mi que creía que no existía y aunque me pasaba los días repitiéndome que era heterosexual y que era normal probar cosas en aquella etapa de mi vida la verdad era que en segundo plano no paraba de pensar en sus cuerpos y en hacer el sexo con ellas, bajándome la mano para alcanzar mi sexo bajo las braguitas así que me lograba concentrar un poco en los exámenes finales.
Pasaron los exámenes y durante todo el tiempo de estudio no volví a ver a las japonesas. Lo ocurrido aquella tarde me siguió sirviendo para montar mis fantasías masturbatorias, cada vez más borrosas, y así terminé el último examen hice lo posible para encontrarme con ellas de nuevo. Me había sorprendido que no llamaran a mi puerta durante las semanas transcurridas pero las justificaba pensando que habían sentido la misma vergüenza que yo. Un poco confusa, tras pelearme conmigo misma, al final bajé los dos pisos que me separaban de ellas. Pronto volvería a mi ciudad, dejando mi piso de estudiante para siempre. Si debía hacer mi fantasía realidad aquel era el momento o tal vez nunca más se me presentaría la oportunidad.
Me abrió la puerta una sonriente Kuimi que me invitó a entrar excusando que Hayami no se encontrara allí. "Ahora tiene novio español", dijo con una risita nerviosa. Iba vestida mucho más recatada, con un vestido playero de color verde, a pesar de que la calor era más asfixiante que semanas atrás. Me llevó a la cocina donde estaba preparando la comida. Me ofreció zumo de naranja para volverse a concentrar en la tarea de cortar verduras. Por un momento tuve el deseo de rodearla por detrás y tocarla pero me abstuve. En lugar de eso le expliqué cosas de lo ocurrido las últimas semanas con los estudios y ella me replicó con anécdotas similares. Me habló de Hayami y su novio español. Eso me sirvió de excusa para preguntar si seguía siendo virgen y Kuimi se giró con rostro grave mientras me explicaba que para ellas conservar el himen intacto era algo muy serio. No tenía ninguna duda que Hayami seguía intacta. Tras el alegato regresó a su tarea y el silencio se apoderó de nosotras, apenas turbado por el sonido del cuchillo cortando sobre la tabla de madera. Iba a apurar el zumo y marchar pero el movimiento de su culo tras la tela me excitaba. Le dije que aquella tarde había sentido mucho placer. Ella se giró sonriendo y dijo que ella también. Me mostró su mano y el lazo rojo seguía allí puesto. Me sentí avergonzada porque el mío había desaparecido. Una oleada de calor me invadió el cuello y el rostro. No pareció defraudada. Sin más cogió mi mano y arremangándose el vestido la introdujo entre sus piernas. No llevaba bragas y mi dedo se introdujo, bajo su mandato, en la vagina. Un chorro de jugo bajó por la mía hasta mojarme como si hubiera descargado un inesperado aguacero de verano. Llevó mi dedo hacia su interior hasta que dijo basta. Luego sacó mi mano y buscando entre los cajones halló un trozo de cordel que ató al dedo como nuevo límite de su virginidad.Y hecho esto, dejándome mojada y excitada, se bajó el vestido para seguir con sus tareas como si no hubiera ocurrido nada. Atreviéndome, me acerqué a ella y la abracé por la espalda. No soy una mujer alta pero me sentía enorme, casi masculina, a su alrededor. Y mi deseo también lo era. Llevé mi mano bajo su vestido e introduje el dedo equivocado en su vagina. Ella se zafó de mi sin mostrar enfado, pero recriminando suavemente que el dedo violador no era el que portaba el lazo. "Ven", dijo alzando los ojos como si estuviera enseñando a alguien torpe. Con asepsia me bajó los pantalones cortos que portaba y luego, con la misma indiferencia, las bragas. Al sacarlas por mis pies me pidió que me mantuviera de pie con las piernas abiertas. Era todo lo que deseaba, como si mi fantasía se hubiera hecho realidad con la misma rotundidad que un sueño donde no hay culpa ni castigo.
Kuimi buscó en su mano el dedo marcado y sin ceremonia previa lo hundió en mi coño hasta el límite, mientras no dejaba de mirarme a los ojos, sin que por ello pareciera un acto íntimo ni representara para ella un acto sexual en sí. Me retorcí llena de placer y cuando la vagina se empezó a mover como dotada de vida propia, Kuimi aceleró la masturbación para arrancar de mi un orgasmo convulso que a punto estuvo de derribarme al suelo. "¿Ya estás bien", me preguntó como si me hubiera dado una aspirina, a lo cual asentí todavía mareada posando mis manos sobre sus hombros para tratar de alcanzar entre temblores sus labios. Ella rechazó el beso susurrando un "no soy marica" que me dejó avergonzada y totalmente confusa.
Llegó entonces Hayami a casa. Entró en la cocina y me miró divertida, advirtiendo que estaba desnuda de cintura para abajo. Kuimi le habló en japonés y supuse de lo que hablaban porque adelantando el dedo con el que me había masturbado lo puso bajo las narices de la recién llegada para que lo olfateara como quien huele una comida recién preparada. Me sentí como una cochina viciosa allí desnuda, entre dos mujeres que hablaban tal vez de mi, sin que ninguna me prestara atención en verdad, mientras trataba de volver a ponerme las bragas aunque estaba deseando que me pidieran quedarme así y repetir lo de aquella tarde.
Kuimi recordó que seguí allí, recuperándome de mi orgasmo. Me explicó que Hayami estaba muy molesta con su novio español. Aquella mañana habían quedado para follar por primera vez tras conseguir que el pobre chico prometiera no ir más allá del límite de su virgo. Habían alquilado una habitación por horas pero cuando él se había desnudado Hayami le había recriminado que la tenía tan pequeña como los hombres de Japón. Imaginé la situación y compadecí al pobre chico, fuera quien fuese. Le pregunté qué importancia tenía el tamaño si no pretendia que la desvirgara. Kuimi respondió por Hayami : si el hombre occidental no tenía la polla del tamaño que ellas habían soñado no era merecedor de introducir aunque fuera la puntita. Parecían convencidas que a partir de ese momento era conveniente solicitar al hombre el tamaño de su pene antes de siquiera pensar en acostarse con él. Hayami había dejado a su novio en el mismo instante en que se había desnudado. Me costaba imaginar el trauma causado y me costaba también imaginar cómo serían capaces de conocer aquel detalle tan íntimo sobre medidas y tamaños sin ser engañadas o provocar intereses que no iban a ser correspondidos o al menos, no del todo. Así se lo hice saber a través de Kuimi mientras terminaba de cubrir mis vergüenzas. Se quedaron pensativas. Luego comenzaron a hablar entre ellas ignorándome por completo. Me parecía increíble que su mayor preocupación fuera encontrar pollas grandes cuando mi único deseo era comerme aquel par de coños orientales de una puta vez o que ambas me lo comieran a mi y de esta manera quedarme enviciada para siempre o acabar con la obsesión que había anidado en mi. Mientras intentaba recomponerme dije, sin esperanza de ser oída, que el único lugar donde podían ver pollas y fiarse de verdad del tamaño, era en la playa nudista. Allí estaría lleno de tíos en bolasy y con un poco de suerte se podrían ofrecer al que la tuviera más larga y más gorda. De repente callaron, mirándome con ojos brillantes. Dije que no. Que ni hablar. Nunca había ido a ninguna y no pensaba ir. Cualquier podría reconocerme y el bochorno sería mayúsculo. Entre sus súplicas colé que mi único deseo era follar con ellas y Hayami me prometió que si las acompañaba sería muy "cariñosa" conmigo. Y justo me había secado que una nueva oleada de jugos arruinó para siempre mis braguitas favoritas.
Al día siguiente acudí a su casa con un vestido playero y el bikini nuevo que iba a estrenar para quitármelo de inmediato, ironías de la vida. Estuve tentada a ir sin nada debajo pero me detuvo la posibilidad que se retractaran y una vez en la playa nudista dieran media vuelta para ir a la textil. Me sentaron al borde de la cama mientras ambas, completamente desnudas, se untaban con crema solar del mayor factor de protección posible. La pelambrera lacia y negra de sus sexos quedó pegada al pubis de manera que parecía un tatuaje o una pintada hecha para reforzar su sexualidad. Me confesaron que como yo nunca habían ido a una playa nudista y ni siquiera a una playa. En Japón la piel morena hacía a la mujer mucho menos atractiva. A diferencia de mi parecían completamente decididas a culminar su propósito porque no se pusieron ni bikini ni ropa interior bajo el vestido playero. Estaba tan excitada tras el embadurnamiento con crema solar que había presenciado con la boca abierta que sin pedir permiso metí el dedito a Hayami y lo subí y bajé con la dificultad que presentaba una todavía vagina virginal hasta arrancarle uno de aquellos grititos que eran mezcla de orgasmo y llantina que tanto me gustaban. Kuimi parecía impaciente por marchar apremiándonos a acabar con la pajita igual que se regaña a una niña que no quiere abandonar el parque de juegos. Me encantaba aquella promiscuidad que me permitían, tener un par de chochitos a mi disposición para jugar con ellos como quisiera. Si hubiera pensado que me estaba convirtiendo en una lesbiana o que aquella extraña relación que mantenía con las japoneses se iba a prolongar en el tiempo me hubiera quedado preocupada. Pero no era así. Todo aquel vicio, aquella lujuria de cosas prohibidas, iba a terminar en breve. A finales de mes volvería a mi ciudad y lo que hubiera hecho en las Vegas, en la Vegas se quedaba. No iba a ser tan tonta de no echar unas monedas en las tragaperras de la ciudad más pervertida.
Llegamos al cabo de dos horas a la playa nudista más remota que había encontrado en mi búsqueda por Internet y además accesible por tren. Nada más poner el pie sobre la arena Kuima y Hayami se desprendieron de toda la ropa porque percibieron algunos bañistas desnudos, a pesar de que la gran mayoría llevaban bañador. Un tanto avergonzada las apremié para llegar a un extremo de la playa donde se adivinaban más cuerpos desnudos que vestidos. Cruzamos sobre la arena, ellas con su piel blanca como el mármol, sujetando con la mano grandes pamelas con las que pretendían hurtar su cuerpo del sol, mirando con descaro los hombres desnudos que se cruzaban en su camino. La mayoría iban con pareja, así que el avance con que las apremiaba era interpretado por las japonesas como una búsqueda de la polla más grande sin pareja. Al final llegamos a unas rocas que abrían diminutas calas donde apenas cabían una docena de personas. En una de ellas había un matrimonio mayor, otra pareja joven, una mujer de mediana edad un poco gruesa y un chico que al tomar el sol boca abajo nos hurtaba de ver su verga.
Sofocada tiré los trastos sobre la arena y aunque ellas pretendían ir más allá, les dije que de allí no me movía. Al final accedieron a clavar la sombrilla y tender las toallas. Hacía tanto calor que querían refrescarse antes de continuar la búsqueda. Nos sentamos sobre la toalla y de vez en cuando nos levantábamos para mojar nuestros cuerpos con las olas de la rompiente. Las japonesas echaban furtivas miradas al chico desnudo que se obstinaba en permanecer boca abajo y tras las idas y venidas se acomodaban bajo la sombrilla evitando que ni un centímetro de piel quedara expuesta. Me preguntaron por qué no me desnudaba pero me excusé por la vergüenza. La verdad es que estábamos muy cerca los unos de los otros y el matrimonio mayor me recordaba en cierta manera a mis padres. El tiempo fue pasando y a mediodía solo quedaba en la caleta el muchacho de polla escurridiza y la mujer madura un poco gruesa. Sin ser gorda, sus muslos gruesos abultaban los.suficiente para ocultar su sexo. Hayami me dio un golpe suave en la espalda : el chico por fin se levantaba. No me hizo falta girar la cabeza porque vi la tremenda decepción en el rostro de mis amigas orientales. Debía ser una polla pequeña, de esas que ellas tanto detestaban. Me senté en la toalla y en efecto era un miembro bonito pero diminuto. Seguro que con la erección debía crecer pero mis amigas comían con la vista y aquel plato no les pareción apetitoso. Poco después se marchó, evitando las horas centrales del día. Desencantadas nos dirigimos al mar para darnos el último baño y nadar un poco. Ya solo quedábamos la mujer gruesa y nosotras. Antes de meternos en el agua le pedí que por favor vigilara nuestras pertinencias y me dijo que no sufriera, que les echaba un ojo. Estaba sentada rodeando las piernas con los brazos y no pude evitar echar un buen vistazo a su sexo depilado y a sus grandes pechos. Debía tener unos 50 años. Nunca había visto nadie tan bronceado a principios de verano, sin una sola marca de bañador ni una zona donde quedara rastro de la piel blanca. Creo que se percató de mi mirada porque al girarme, ya metida en el agua, me brindó sus piernas bien abiertas mientras se masajeaba con crema solar los pechos, sin quitarme la vista de encima. Supe entonces que era lesbiana o que al menos le había resultado atractiva, pese a ir con bikini (o tal vez por eso). Llegué a la altura de las japonesas y jugamos salpicándonos. Ellas no querían ir más allá de donde perdían pie porque no sabían nada y tenían miedo. Hayami se acercó a mi para susurrarme al oído que tenía ganas de estar conmigo aquella misma tarde y antes de que pudiera responder noté como aflojaba el nudo del sujetador de mi bikini para dejar mis tetas al aire. Kuimi se acercó y ambas empezaron a mamar de ellas como si estuvieran extrayendo litros de inexistente leche. Quise que pararan pero era imposible. Veía sus sexos peludos a través del agua clara del mar y sus bocas chupetear mis pezones a los que se habían agarrado gracias a la erección. Giré la cabeza y la mujer seguía mirándome con un total descaro. Noté entonces que sus traviesas manos deshacían los nudos de la braguita del bikini hasta dejarme totalmente desnuda. Hayami metió su dedito con el lazo rojo por mi culito y Kuimi por delante, también respetando el límite de mi virginidad. No paraba de preguntar "¿te gusta?,¿te gusta?" y supongo que les divertía que el placer entrecortara las respuestas porque parloteaban en japonés entre ellas y solo entendía que me llamaban "mariquita" despectivamente, como si fuera un hombre homosexual. Al final tuve un orgasmo que me dobló de placer. Kuimi dijo que había sentido dolor en su dedo con los espasmos de mi coño y Hayami dijo que mi esfinter se había cerrado tanto que no pudo mover el dedo atrapado en mi ano. Al final fui yo quien sacó sus dedos de mi cuerpo. Por mucho que me llamaran marica también notaba que se habían enviciado conmigo y aquella tarde ibamos a tener sexo tal y como habíamos soñado.
Regresé a la arena dejando a mis amigas en el agua. Iba desnuda pero no me importó exhibirme frente a la mujer madura. Es más, cruce con ella la mirada en un desafio sexual abierto. Le agradecí que cuidara de nuestras cosas y ella me felicitó por lo bien que me lo había pasado. Me excitó mucho que al hablarme bajara los ojos para mirarme el sexo. Hice lo posible para abrirme tanto como pude para que no perdiera detalle alguno. Me preguntó si éramos lesbianas y le extrañó que le dijera que no. Acababa de verlo con sus propios ojos. Le expliqué todo lo que había ocurrido entre las japonesas y yo desde hacía algo más de un mes. Al final del relato la mujer se estaba masturbando sin ningún disimulo, acelerando el frotamiento del clítoris cuando le mostré los lazos rojos que en cada uno de mis dedos mostraban la virginidad de las japonesas. Me preguntó si me importaba y le dije que no, aunque estoy segura de que si le hubiera dicho los contrario habría seguido masturbándose. Tras tocarse se levantó y cogiéndome de la mano me llevó tras unas rocas. La seguia como hipnotizada por su enorme culo, sin atreverme a ofrecer ninguna resistencia.
Me cogió por las nalgas y me subió a una de las rocas, abriéndome de par en par para acomodar su cuerpo entre mis piernas. Me comió la boca, el cuello, las tetas mientras me estrujaba las nalgas en un arranque de pasión. Nada de chupetear ruidosamente, tenía toda su lengua en mi boca moviéndose como un molinillo. Luego de lamer mi vientre fue bajando lentamente hasta enredar la puntita de su lengua en el nacimiento del vello del pubis. Iba a ocurrir por fin e incorporándome agarré sus enormes tetas susurrando que me chupara, que me violara con su lengua. Eso la puso a mil.
Comenzó a chuparme como llevaba tiempo soñando. Me corrí en segundos escuchando el mantra de su voz diciendo que estaba buenísimo y saladito como el mar. Luego hice lo mismo con ella, estaba deseándolo. Me puse de rodillas y se lo chupé como si fuera la polla de un hombre. Tenía los labios gordos y el clítoris escondido entre ellos pero disfruté imaginando que era el coño de Hayami o de Kuimi. No había ningún pelo que me ocultara su sexo o se metiera en la boca, así que lamí como si disfrutara de un helado en una calurosas tarde de verano. La reventé de placer dándole tantos lametones como tenía reservados para mis amigas. Luego ella repitió conmigo hasta dejarme exhausta. Disfruté de sus juegos, de la lujuria que me causaba al husmearme el coño y mirarlo como se mira a la fruta madura, de sus palabras soeces llamándome putita y diciéndome que me iba a follar hasta las entrañas.
Me pidió que esperara, dejándome a solas en aquel pedazo de playa sin orilla. Escuchaba las olas batir a través de los resquicios de las rocas y como una autómata me tocaba el sexo temiendo perder la puntiaguda erección del clítoris. Cuando regresó llevaba en la cintura un arnés con una polla de latex acoplada. Mi rostro se endureció. Hice ademán de cerrar mis piernas pero la mujer me lo impidió. No fue una gran resistencia. Estaba deseándo que alguien me follara. Luego dirigió el pene de goma a mi entrada y en un postrer reflejo aflojé el lazo rojo para ajustarlo a la polla, a unos escasos centímetros de su punta. Entró lentamente, separando mi mano que había colocado delante de la vagina para no sentirme indefensa. Movía sus caderas con la eficacia de un martillo pilón pero estaba tan mojada que entró sin ninguna dificultad. Incorporé la cabeza y vi que sus caderas golpeaban mi vulva y que el pene, que entraba y salía sin dificultad, estaba teñido de unos manchones rojos de mi sangre. El lazo, ahora manchado de sangre y fluidos, entraba y salía ignorando cualquier límite. Veía sus tetas enormes balanceándose sobre mi cuerpo pero estaba demasiado excitada siquiera para tomarlas con la mano. Veía mi cuerpo abierto de par en par y no quería dejar de sentir aquella deliciosa mezcla de placer y dolor.
Luego fue muy delicada y cariñosa. Me besó, me acarició, me llamaba su amor preguntándome si me había hecho daño. Le dije que no, que todo había sido muy bonito, y entonces ella me besó con el beso más sexual y la lengua más profunda que nunca hubiera sentido hasta entonces. Deseaba más pero quise volver a la playa. Mis amigas estarían preocupadas.
Allí estaban Kuimi y Hayami mirándonos con cara de extrañeza. Habrían oído nuestros gemidos. La mujer que me había desvirgado se había quitado el arnés y lo ocultó rapidamente en su bolsa de playa. Nos presentamos. En mi locura y excitación me había dejado follar por una desconocida de la que no sabía ni el nombre. La tarde se echaba sobre nosotras y la mujer, que era muy agradable, intimó con las japonesas con suma facilidad. Al final les expliqué que me había dejado desflorar con un arnés y mis amigas se miraron con los ojos muy abiertos por el asombro. Hayami me pidió mirarme abajo y se puso de rodillas inclinada entre mis piernas abiertas mientras me inspeccionaba como un ginecólogo. A través de Kuimi me preguntaba si me había dolido y si había disfrutado. Al final, girándose a la mujer que no paraba de mirar el sexo de la japonesa desde atrás, le pidió ver el arnés. Kuimi y Hayami lo inspeccionaron de forma meticulosa, emitiendo aquellas exclamaciones graves con las que sustituían las palabras. La mujer se levantó para marchar. Las japonesas quisieron devolverle el arnés pero ella se negó a aceptarlo. Mirándome se volvió a acercar a mi, me besó aprovechándom para susurrarme que usara bien en el arnés con las asiáticas...