Las historias de Verónica ❀ (1)
A principios de los 60 la sociedad era muy distinta a la actual, las mujeres tenían todavía menos derechos que los hombres. Verónica lo sufre en sus carnes, cuando la envían con una familia de acogida donde es azotada frecuentemente. Pero también encuentra a una amiga con quien consolarse mutuamente
[ Una amiga, más de 15 años mayor que yo y también lesbiana, me contó mucho de como eran las cosas hacia 1960. La historia que sigue está inspirada en algunas de las que me contó ella, aunque los personajes son todos invención mía. ]
Cincuenta años más tarde, parece increíble que la mayoría de edad de las mujeres llegara tres años después de la de los hombres. Las mujeres eran ciudadanas de segunda categoría, o quizás tercera, que ni siquiera tenían derecho a voto en el simulacro de elecciones que había en aquella época.
El día antes de que Verónica —a quien todo el mundo llamaba Vero— cumpliera los 18 años, doña Concepción, la directora del orfanato donde vivía desde que sus padres murieron en unas inundaciones de las que ella se salvó por los pelos, la llamó a su despacho.
—Vero, pequeña, tú sabes que siempre te he querido mucho, y que si te he reprendido ha sido por tu bien —los ojos de doña Concepción lagrimeaban—. Mañana, nos tendremos que separar, ya no podrás estar aquí. Lo he intentado por todo los medios, pero la Dirección General es inflexible, habrás de ir con una familia de acogida, pero esto es un eufemismo, la mayoría de las familias que acogen chicas de tu edad, no es por altruismo sino para aprovecharse de ellas. Ya sé que esto es muy malo, pero lo has de afrontar. Tú eres muy fuerte.
—Ya sabe que haré lo que pueda, y no voy a olvidar nunca lo que ha hecho por mí…
—De todas maneras, hoy es el día de darte una buena noticia. Como sabes, tus padres eran ricos, y su abogado, que era su mejor amigo, cuando te trajeron aquí porqué no tenías otra famila, me informó de que tenías un legado muy importante. Decidimos mantenerlo en secreto, ya que siendo una jovencita, muchas personas hubieran intentado robártelo. En consecuencia, lo ingresamos todo en el Banco Comercial del Mediterráneo, donde lo podrás recuperar el día que cumplas 21 años y entonces solo tú decidirás lo que hagas con el dinero. No hables de ello en absoluto con nadie, especialmente con la familia donde te van a mandar. Sólo son tres años que pasan volando…
—¿Como de importante es el legado?
—Lo suficiente como para que puedas vivir muchos años de él, pagarte estudios y encauzar tu vida con libertad. Es muy posible que donde vas no te dejen continuar estudiando, pero no lo dejes correr, tú eres la mejor alumna de bachillerato que he conocido, podrás reanudar los estudios si no te rindes. Te he preparado un paquete de libros, que corresponden a los dos primeros cursos universitarios de la carreta que quieres hacer.
—No sé qué decirle, no sé como agradecerle todo lo que ha hecho por mí…
Vero se puso a llorar. Doña concepción la abrazó. Y entonces se besaron, de una manera distinta a la que lo haría una madre con una hija. Muy distinta.
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La familia de acogida no era mala, era peor.
Tenían una explotación agrícola anticuada y mal gestionada. El marido, Julián, era abúlico y se notaba enseguida que era alcohólico. La mujer, Celia, una arpía que tenia consentida hasta el extremo a Gloria, su hija de veinte años; y tenía aterrorizada a Marta, la otra chica de acogida, también de 18 años, que ya vivía con ellos desde hacía unos meses.
La pobre Marta se alegró muchísimo de tener compañía, aunque su corazón lamentaba que otra chica tuviera que sufrir lo mismo que ella.
Desde el primer día, pusieron a Vero a trabajar muchísimas horas, y desde el primer día, la empezaron a maltratar: gritos, bofetadas, órdenes absurdas…
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Al tercer día de estar en la casa Celia, justo antes de acostarse, llamó a gritos a Marta y a Vero.
—Gloria me ha dicho, que no le habéis arreglado bien la habitación, y que no le habéis hecho caso con el desayuno que quería. Oa voy a castigar a las dos.
—No, no, señora, por favor… —empezó a decir Marta entre sollozos. Vero puso cara de miedo, pero se contuvo, recordó que doña Concepción le había dicho que era fuerte, y ella quería hacer honor a estas palabras.
Después de unos minutos de insultos por parte de Celia, esta decidió que ya era el momento de iniciar el castigo.
—¡Julián! —llamó a su marido que enseguida entró en la habitación— tienes que azotar a estas dos inútiles. ¡Celia! ven a verlo —al cabo de un instante, también se presentó la hija.
A Julián le brillaban los ojos del alcohol y la lascivia.
—¡Desnudaros! —mandó Gloria.
Vero no sabía hasta donde debía desnudarse, o sea que imitó a Marta, que entre sollozos se quitó toda la ropa. Vero enrojeció ostensiblemente ya que era la primera vez que estaba desnuda delante de un hombre. Pero se sobrepuso, estaba mucho más enfadada que miedosa, pero decidió no oponerse al castigo, ya le había dicho marta que si lo hacía sería mucho peor para las dos.
—¡A la mesa! —ordenó Gloria a Marta. Y completó está orden por un tirón al brazo que la echó de bruces sobre el mueble. Ella pasó al otro lado y le agarró los brazos— Julián, empieza.
Julián se había sacado en cinturón, grande y pesado, Y empezó a azotar a a Marta que chillaba de una manera espantosa. En el culo, en la espalda, en los muslos. Cada cintazo le dejaba una marca roja, que en el extremo se amorataba un poco.
Vero intentaba no derrumbarse, a ella nunca la habían azotado, y parecía muy doloroso. Pero ella era fuerte, seguro. Recordó que de niña era de las que no lloraban si le tenían que poner una inyección; recordó como de adolescente, jugaba en la escuela a ver quien aguantaba más veces estirar una goma que se ponían en la muñeca y soltarla, siempre ganaba.
Los ojos de Julián parecían a punto de estallar. Vero se fijó en su entrepierna, estaba erecto, y sintió asco y rabia de pensar que pronto aquel imbécil execrable de excitaría a costa de ella.
Entonces, Vero se fijó en que Celia, disimuladamente, se había metido la mano dentro de la falda. Con asombro, a pesar del miedo, se dio cuenta de algo que le ocurría a ella: la vulva se le estaba humedeciendo, los pezones. No lo entendía, se estaba excitando con la perspectiva de que la azotarían.
Cuando a un gesto de Gloria, Julián dejó de azotar a Marta, esta se desplomó. Tenía la parte trasera del cuerpo enrojecida, lloraba muy sonoramente.
—¡Fuera! ¡Vete ya! —Marta, gimoteando, recogió su ropa y sin vestirse, subió la escalera del desván donde tenemos la habitación.
—Vero, ahora vas a saber lo que es bueno ¡a la mesa!
Antes de colocarse, Vero miró los ojos de Julián que le apartó la mirada. Celia no, su mirada era desafiante, y su mano continuaba oculta en su falda, sus padres no se daban cuenta o hacían como si no se dieran.
No fue necesario que Gloria le estirara por los brazos, Vera se recostó sin resistencia sobre la mesa, y se agarró en el extremo opuesto, dispuesta a no soltarse.
Cayó el primer azote en las nalgas. Sonoro, le pareció más picante que doloroso, una sensación como de fuego en la piel. Se mordió la lengua, no emitió ningún ruido.
Otro, otro. Se iban sumando, ahora cada vez le dolía más, especialmente cuando caía en alguna área ya tocada.
De repente, empezó en la espalda. Casi grita de la sorpresa, pero todavía se estaba mordiendo la lengua con fuerza. En la espalda quizás no dolía tanto, pero Vero, inconscientemente, estaba deseando que bajara otra vez.
La piel le ardía, pero otro fuego interior se estaba también encendiendo, el mismo tipo de fuego que cuando veía que azotaban a Marta la había excitado.
Ahora los muslos. Esto era más doloroso que antes, emitió algún pequeño gruñido, pero no conseguían hacerla chillar. Las lágrimas empezaron a brotar. El fuego interior también aumentaba. La vulva de Vero estaba en contacto con el borde de la mesa, y se empezó a refregar con él. Intentando que no fuera ostensible pero sí continuo. Marta, por primera vez se encontraba en un estado donde convivían el dolor y el placer.
Los azotes, finalmente cesaron, después de haber vuelto un buen rato al culo. Marta se relajó, esperaba que la mandaran a la habitación, pero de repente, sintió un tirón en su brazo.
Era Gloria. Su hija y su marido ya se habían ido de la habitación.
—Muy valiente te quieres hacer tú, esto no ha terminado —por el brazo, la arrastró hasta su dormitorio, afortunadamente, Julián no estaba en él.
—Ahora sí te voy a hacer chillar, que a mí, estos ojos de reto que me pones no me gustan.
De un empujón, mando a Vero al suelo, sobre la alfombra. Entonces, de un cajón de la cómoda, Gloria sacó un aparato consistente en un mango de unos cuarenta centímetros y una tira de cuero de unos sesenta. Y sin mediar palabra, la empezó a azotar.
Aquello sí que dolía de verdad. Vero ahora no se pudo contener y chilló. Se acurrucó en el suelo, protegiendo la parte delantera de su cuerpo, pero, inevitablemente, exponiendo las nalgas. Por encima del rosado de la piel, se empezaron a marcar unas líneas mucho más oscuras. A cada azote Vero gritaba cada vez más fuerte, no le cayeron muchos, quizás una docena, pero lo pasó mucho peor que antes con el cinto.
—¡Fuera! ahora ya sabes lo que te espera si no me obedeces al cien por cien…
Vera salió de la habitación casi corriendo, con miedo a que no le diera otro azote al pasar, ya que todavía blandía el instrumento. Recogió la ropa en la sala y, al igual que Marta, subió al desván sin vestirse.
❀ ❀ ❀
En el pequeño cuarto donde dormían, Marta estaba tendida en su cama boca arriba, todavía desnuda.
—Cierra la puerta con la aldaba —le dijo cuando entró.
Vero estaba asombrada, hacía un rato, cuando la azotaban, parecía que Marta era la imagen del dolor y la desesperación. Pero ahora, su voz sonaba alegre…
—¿Te duele mucho?
—Qué va, abajo hacía cuento, es mejor. Si no lo hago todavía me azotan peor —respondió Marta,
—Sí, ya me he dado cuenta, Gloria me ha cogido luego por su cuenta.
Vero se giró y le mostró las marcas de los últimos azotes.
—Oye, eres muy guapa, nunca te había visto así desnuda de pie…
Vero se estremeció. Esta declaración le reavivó el fuego interior que la había excitado cuando veía como la castigaban. La miró fijamente a la luz de la pequeña bombilla de la habitación, Marta le sonreía, y su mano derecha estaba en el mismo lugar donde antes había estado la mano de Celia. No lo encontró asqueroso como antes, sino bonito. Le devolvió la sonrisa.
—Tú también estás muy guapa, ya me di cuenta cuando te desnudaste abajo…
—¿Quieres venir aquí a mí cama, y nos consolamos juntas, la una a la otra de los azotes?
Vero apagó la luz de la habitación al mismo tiempo que decía:
—Sí, me muero de ganas.
A tientas, se aproximó a la cama de Marta. Ella le puso una mano en la cadera y otra en la espalda, atrayéndola hasta que quedó en la cama encima de ella. El cuerpo de Marta le parecía como si ardiera, y más en donde había recibido azotes. Se abrazaron, se acariciaron suavemente, empezaron a explorar sus cuerpos con timidez.
Entonces Vero, la besó, un beso como los que le había enseñado doña Concepción.