Las historias de Reyes (01: El comienzo)
Reyes puede ser una mujer... o no
Las historias de Reyes I: el comienzo
Mi nombre es Reyes S. F., sin verme no sabrían si soy hombre o mujer, es natural pues tengo uno de esos nombres raros que tanto valen para mujeres como para hombres. Y naturalmente tengo muchas anécdotas de esta ambigüedad.
Pero aunque me vieran, tampoco podrían saberlo, pues aunque nací y me conservo varón, desde hace mucho tiempo me gusta vestirme de mujer y además poseo un físico tan ambiguo como mi nombre.
Todo empezó en el edificio donde viví con mis padres, ellos se llevaban muy bien con los padres de mi amiga Marga, con la que iba al colegio desde siempre, y con la que pasaba mucho tiempo jugando. Un día, tendría 9 ó 10 añitos, estábamos jugando en su cuarto y me propuso vestirme con su ropa, yo acepté y allí que me puso un vestidito y unos zapatos suyos, me peinó y. al mirarnos en el espejo, éramos dos niñas encantadoras.
Ni cortas ni perezosas, nos fuimos a la calle a jugar, y estuvimos largo rato en el parque con los columpios y jugando como dos niñas. Al volver me esperaba mi madre para recogerme y ella y la madre de Marga se rieron mucho de la chiquillada, aunque luego en casa me echo una pequeña bronca, a raíz de la cual, tomé precauciones para que no me viera pero seguí vistiéndome en casa de Marga, y saliendo a escondidas.
El tiempo pasó, y a veces, se nos ocurría gastar bromas a la gente cuando yo estaba vestida, como por ejemplo ibamos a la tienda a por chucherías, ambas de niñas, comprábamos las golosinas y Marga me presentaba como su prima, luego volvíamos, yo de niño, y ahora Marga me presentaba como su primo, luego iba Marga y le preguntaba al kioskero por su prima, luego iba yo de niño y preguntaba por mi hermana, y así al pobre hombre que no sabía quien era yo.
El colmo de la broma fue el año que pasamos del colegio al instituto, para entonces, con 12 años, ya dominaba el arte de parecer una niña o casi una jovencita. Naturalmente, Marga y yo fuimos al mismo instituto y a la misma clase, como el horario resultó favorable, decidimos que en las asignaturas de antes del recreo sería niño y en las de después niña, así que por la mañana salía de casa vestido de niño pero llevando en la mochila parte de la ropa de niña, y el resto lo llevaba Marga en su mochila.
En el recreo me cambiaba en el aseo de niñas, me quitaba la ropa de niño y, con la ayuda de Marga, me ponía la de niña y me acicalaba un poco. Con el apoyo de los compañeros, la broma duró un trimestre en el que para la maestra de lengua era un alumno muy aplicado y para el maestro de matemáticas una alumna de sobresaliente.
Menos mal que era buen estudiante, porque la reunión de evaluación de los maestros del primer trimestre debió ser alucinante, pues cuando hablaron de mi, y eso lo supe más tarde, para la de lengua, el de tecnología, el de educación física y la de inglés yo era un alumno brillante, mientras que para el de matemáticas, la de ciencias, la de francés y el de historia yo era una alumna ejemplar. No sabían si era chico o chica y tuvieron que recurrir a mi expediente del colegio.
Naturalmente, esto tuvo consecuencias, pues en la entrega de notas, la tutora, que era la maestra de ciencias, habló con mi madre, y me cayó una bronca de aupa en casa. Tuve que prometer que no lo volvería a hacer, cosa que naturalmente incumplí, solo que tuve que ser mas discreto, pues con la ayuda de Marga, me seguía vistiendo pero en su casa.
La ambigüedad que decía al principio la cultivé hasta en los documentos oficiales, a los 14 años me saqué el carnet de identidad, solicitamos una copia de mi partida de nacimiento al registro y, acompañado de mi madre, obtuvimos el carnet de Reyes como chico. Al poco, fuimos Marga y yo al registro a por otra partida de nacimiento, que manipulamos para cambiar el sexo, y luego, vestida de chica, obtuve un carnet de identidad de Reyes como chica. Incluso más tarde cuando me saqué el carnet de conducir también lo hice de chico en una autoescuela y de chica en otra.
Por la época de la secundaria tuve mi primera experiencia sexual. Fue, naturalmente, con Marga.
Para su decimosexto cumpleaños, me quiso invitar al cine, pero con la condición de que fuéramos dos amigas, cosa que acepté.
Después del instituto y de comer en casa, y hacer los deberes, me fui a su casa, al cumpleaños. Por la complicidad con Marga, en esos años compraba ropa de chica para mi y la guardábamos en su armario. Del guardarropa elegí una camiseta de escote redondo negra, una falda roja y una chaqueta roja, junto con un conjunto de ropa interior de braguita y sujetador negro, completé el conjunto con unos zapatos negros con algo de tacón y un bolso negro. Luego de ducharme, me vestí, ordené mis pelos que me dejaba largos en una media melena muy graciosa, me maquillé discretamente y completé mi atuendo con pendientes y un collar. Mi imagen en el espejo me devolvía la de una joven hermosa, algo pija. Marga eligió un top rosa sin tirantes, falda corta verde, chaqueta negra y zapatos de tacón negros. Parecíamos dos niñas bien que íbamos de compras.
Luego de salir de su casa, fuimos a cenar a una conocida hamburguesería, ella se empeñó en invitarme también y por mucho que dije, no pude pagar yo, la excusa era el cumpleaños. En el local, la descubrí embelesada por mi, naturalmente nos conocemos desde siempre y somos amigos del alma, nunca intentamos nada el uno del otro, quizá porque intuíamos que eso haría tambalear nuestra amistad. Sin embargo esa noche le notaba otra mirada distinta, casi como de deseo, y tal vez a mí me pasara lo mismo.
En el cine eligió dos butacas de la última fila. Casi no me acuerdo de la película que fue, porque, transcurrido una cuarta parte de la misma, noté que Marga deslizaba un brazo por detrás y ponía su mano en mi hombro, la dejé hacer. Luego vi por el rabillo del ojo que me miraba fijamente y volví mi cabeza para mirarla, nuestros ojos se encontraron y leyeron deseo mutuo. Ella adelantó su otra mano para asirme por la barbilla y acercándome la cara me dio un profundo beso, que duró bastante según creo. Y yo se lo devolví. Sin palabras, nos dijimos muchas cosas y nos pasamos el resto de la película besándonos.
En un momento dado, la mano que no estaba en mi nuca bajó hasta mi falda, para subir por la pierna hasta mis bragas. Yo me dejaba hacer, con mi sexo levantado, que ella asió sin separar la mano de allí. El calentón era bárbaro. Pero acabó la película. Esperamos sentadas y mirando a la pantalla a que saliera toda la gente, sin palabras salimos en dirección a los aseos, yo iba con el bolso por delante ocultando la erección que las bragas y la falda apenas podían disimular.
Encontramos libre un aseo y allí no metimos las dos. Nos besamos mientras ella se subía la falda y bajaba sus bragas, luego yo hice otro tanto y de lo húmeda que estaba, mi verga entró sola. Un ratito de vaivén y de lo caliente que estaba ella llegó al culmen, y yo tarde un poquito mas. Naturalmente intentamos hacer el menor ruido posible.
Nos recompusimos como pudimos, y salimos de los aseos con un brillo en la mirada. Por el camino a casa, me confesó que era lesbiana y que deseaba tener una primera relación con alguien que quisiera y ese era yo, se le ocurrió que podía tener relaciones con mi parte femenina, como así fue. Claro que yo también contaba, y aparte de decirle que lo había pasado muy bien, le propuse que, ya que en el cine no había sido precisamente una relación plenamente lésbica, podíamos repetir en su habitación.
Entramos sigilosas en su casa y nos encerramos en su habitación. Allí repetimos la escena de los besos, pero esta vez yo llevaba la iniciativa. Mientras la besaba, le quité la chaqueta, bajé la cremallera de su falda, que dejó caer al suelo y la eché sobre la cama. Bajé el top y el sujetador sin tirantes que llevaba para hacer mías sus tetas, que lamí y chupé a conciencia. Luego hice que arqueara el cuerpo para quitarle las bragas y allí hice presa con mi boca en su sexo. Chupé, lamí su botón, le introduje uno, dos, tres dedos. Hasta que se corrió, no una sino dos veces.
Ella trató, luego de un rato, de hacermelo a mí, pero me negué. Era su cumpleaños y le estaba dando su regalo: su primera vez con otra mujer, yo. Repetí el asalto de bocas pintadas, uñas lacadas que recorren cuerpos, lengua mojada en sitio húmedo, y falda, y tacones, y pendientes, y sujetador, y una mujer sobre otra.
Ana del Alba