Las historias de Lucy 2
Continúan las aventuras de Lucy. Esta vez alguien de su pasado regresa para hacer de las suyas.
En una habitación que parecía sacada del cliché de laboratorio de científico loco por la cantidad de frascos y tubos con líquidos de los más variopintos colores, frente a un escritorio vemos a un muchacho delgado, paliducho, de cabello castaño algo grasiento y gruesos lentes de botella, mezclando un líquido en un tubo de ensayo que pasa del verde limón a un rosa brillante.
El conato de científico sonríe por el cambio de color de la fórmula para luego estirar la mano y tomar algo que está hasta el otro extremo de su escritorio, un pequeño florero en el cual hay una única rosa de brillantes pétalos rojos.
Introduce un rociador en el tubo donde está el líquido y con este comienza a bañar los pétalos de la flor.
Al ver concluida su tarea, sonríe y dice para sí mismo:
—Con esto serás mía. Después de todo, ninguna mujer se resiste a una rosa.
Esa tarde en la librería de la familia Melo, nos encontramos con una escena conocida: Lucy sentada detrás del mostrador tecleando en su laptop el manuscrito que esperaba que la sacara de ahí, pero que luego de tanto tiempo de escritura no había podido terminar.
Detuvo su actividad, suspiró y se sobó el hueso entre los ojos para luego contemplar la librería. Había sido otro de esos días lentos en los que casi no había habido gente.
Miró el reloj en la pantalla de su laptop y torció los labios, pues aunque ya era de tarde, todavía faltaba mucho para que incluso pudiera permitirse cerrar temprano.
Tratando de distraerse de lo que ella consideraba su miseria, giró la mirada hacia la puerta de la librería para ver si en la calle veía algo interesante y de hecho lo encontró, aunque no era algo que le trajera mucha felicidad.
«Ay no… —pensó torciendo la boca—, es él»
Al otro lado de la acera se encontraba un chico larguirucho y flaco, de cabello castaño algo grasiento y de sendos lentes de botella; Humberto, su último novio.
Había conocido a Humberto durante sus días en la universidad y aunque ambos estaban en diferentes carreras, ella en letras y él en químico fármaco biólogo, se terminaron conociendo en un evento escolar. Desde ahí había sido un fastidio, con Humberto que no dejaba de acercársele con gestos que consideraba “caballerescos” (aunque ella no dejaba de considerarlos creepies ) e insistir que aceptara a salir con él.
Pero aunque era una molestia, no recordaba exactamente por qué había decidido darle una oportunidad y terminaron siendo novios un par de meses hasta que llegó la hora del sexo… un desastre. Bueno, al menos había bastado para terminar con él y que se alejaran un poco, teniendo un buen rato que no sabía nada de él.
Y ahora estaba frente a su librería portando una flor y al parecer, iba directo con ella.
«Tranquila… —pensó tratando de calmarse—, seguro va a ver otra persona, no hay forma en que venga para acá…»
Humberto entró a la librería.
«¡Maldita sea!», gritó Lucy en su interior.
Humberto se acercó al mostrador sacando lo que a su parecer era su mejor sonrisa y levantando la mano dijo:
—¡Lucy! ¡Hola! Cuánto tiempo.
Lucy también puso lo que le pareció era su mejor sonrisa y respondió:
—¡Humberto! Hola, sí, ha pasado tiempo. No te veía desde la graduación.
—Sí, me perdí un poco, pero conseguí un trabajo y un departamento. Aquí cercas, de hecho.
—Oh… —dijo Lucy fingiendo interés.
«Perfecto… —pensó abatida— si vive aquí cerca, significa que lo tendré de visita a cada rato»
—Y bueno, ¿qué te trae por aquí? —preguntó Lucy tratando de darle prisa al mal paso que era la visita de su ex novio.
—Bueno, es que ya que vamos a ser vecinos, recordé los buenos tiempos y quise venir a darte un detalle. Toma.
Se explicó Humberto y le pasó la rosa a Lucy.
La librera una vez más puso su sonrisa fingida. Era cierto que un gesto como ese podría ser considerado romántico por cualquier mujer… pero era más bien embarazoso viniendo de un ex novio con el que no había terminado particularmente bien.
—Gracias —dijo ella tomando la rosa.
Miró la flor, la verdad era que tenía que aceptar que era bonita: el tallo tenía un fuerte color verde, las hojas se sentían suaves y los pétalos tenían un brillante color escarlata. Pero lo más llamativo de esta era su olor: no sólo tenía el aroma del perfume normal de la flor, sino que había algo más. Lucy acercó la flor a su nariz para olfatear y el olor entró profundo en sus pulmones. Parecía una mezcla entre anís, canela y hierbabuena.
«¿Perfume?», pensó Lucy tratando de adivinar qué era ese olor. Si en efecto lo era, quería preguntarle a Humberto cuál era la marca, ya que el olor le había gustado y tal vez podría regalárselo a su papá en su siguiente cumpleaños.
Levantó la cabeza para mirar a Humberto… y pasó.
Primero sintió un golpe en el pecho, luego como sus mejillas se sonrojaban, después como sus pezones se endurecieron al punto de que parecían a nada de perforar su sostén y al final, sintió tal excitación que tuvo que apretar las piernas para resistir las ganas de masturbarse.
¡¿Cómo no lo había notado antes?! Humberto era un hombre increíblemente apuesto, con su cabello largo y sedoso, un rostro que parecía esculpido por los mismos ángeles y un cuerpo envidiable.
Humberto sonrió un poco burlón y preguntó:
—¿Lucy? ¿Está todo bien?
La librera tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para reprimir un temblor que le recorrió la espalda nada más escuchar la varonil voz de ese hombre.
—N-n-na-nada —se apuró a contestar tratando de sonar relajada, aunque su tartamudeo la delató.
Humberto volvió a sonreír y aunque parecía una sonrisa burlona, a Lucy le pareció lo más hermoso que había visto en su vida.
—Bueno, no quiero quietarte más tiempo pues estás trabajando —dijo Humberto con las manos en los bolsillos—. Pero oye, ¿qué tal si nos ponemos al día? Ya te dije que mi departamento está aquí cerca, ¿nos vemos ahí? Te invito a cenar.
—¡Pero claro! —exclamó Lucy con un chillido. Había tratado de no sonar entusiasmada, pero su propio entusiasmo le había traicionado.
Humberto volvió a reír, pero ya no dijo nada. En su lugar, tomó una hoja de papel así como un bolígrafo que estaban sobre el mostrador y procedió a escribir la dirección de su departamento así como su número de teléfono por si algo se presentaba.
—Nos vemos a las nueve después de tu trabajo, ¿va? —terminó el muchacho.
—¡Sí! ¡Ahí estaré! —respondió Lucy toda emocionada.
Humberto entonces se despidió con un gesto de la mano y salió de la librería. Caminó por la calle con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha… y una tétrica sonrisa de triunfo en los labios.
«Esta vez estoy seguro de que lo logré —pensó triunfante—, al fin perfeccioné la fórmula de mi poción de amor . Solo hay que ver cómo me miraba Lucy después de oler el perfume que rocié en la rosa, está completamente enamorada de mí. Podría habérmela tirado ahí mismo, pero creo que será más divertido si la dejo aguantándose las ganas un par de horas»
Y continuó caminando en dirección a su departamento, pues tenía que limpiar un poco para su gran noche.
Por su lado, una vez que Lucy se quedó a solas en la librería, las piernas le temblaron e hicieron que se tuviera que apoyar en el mostrador para no caer, pues la fuerza que había aplicado para no comenzar a masturbarse en frente de Humberto se las había dejado agotadas.
Miró en todas direcciones dentro de la librería, todavía no había clientes, por lo que ignoró toda razón y fue corriendo al baño. Se encerró en el pequeño cuarto, casi se arrancó la falda y se quitó las bragas que para ese momento ya estaban empapadas con sus propios fluidos. Se sentó en la taza del baño, abrió las piernas y empezó a atacar a su vagina con sus dedos sin mostrar ninguna piedad.
Sus dedos se introducían con fuerza y velocidad en su cueva húmeda de tal manera que si hubiera habido alguien en la librería, podría haber escuchado sin problemas como los jugos de la muchacha se estaban salpicando por todo el lugar así como los gemidos que soltaba de tanto en tanto, pero a Lucy no le importaba, lo único que le importaba era alcanzar un orgasmo mientras imaginaba que sus dedos eran la verga de Humberto al tiempo que evocaba a su memoria la última vez que estuvieron juntos en la cama. Incluso uno de sus dedos empezó a jugar con su ano y poco a poco se introdujo en su recto, mientras la muchacha recordaba vagamente que había tenido sexo anal con Humberto, ¿pero en realidad lo habían tenido? A Lucy le parecía un sueño.
Al fin luego de varios minutos de húmeda auto tortura, el tan ansiado orgasmo llegó: sus piernas temblaron, sacó la lengua mientras sonreía como boba, sus ojos se hicieron para atrás y su mente se puso en blanco por unos segundos mientras aquellas olas de placer le recorrían el cuerpo y de su coño salió un potente chorro de cálido líquido transparente que empapó la puerta del baño.
Una vez que se recuperó, con las piernas todavía algo débiles se puso de pie para limpiar, luego secó un poco sus bragas para volvérselas a poner y tras lavarse las manos, salió.
Miró el reloj que colgaba de la pared: faltaban cuatro horas para cerrar la librería y después de eso una hora para verse con Humberto… ¡pero no podía perder el tiempo encerrada ahí! ¡Tenía que ponerse guapa para poder seducir a ese macho y que la follara como la puta ninfómana que era! Y por desgracia, no contaba con algún outfit que se pudiera considerar lo bastante atractivo, por lo que tendría que salir de compras para conseguir uno… y si iba a comprar un vestido, ya de una vez también unos zapatos que hicieran juego y ya que andaba, también ropa interior sexy para estar lista para la batalla que se venía… ¡¿y todo eso en una hora antes de verse con Humberto? No le iba a dar tiempo, por lo que tomó una decisión: mandó todo al diablo y aprovechando que no había nadie en la librería, cerró temprano por ese día.
Afterwords: Y con este relato termina el mes feliz con actualizaciones semanales, regresamos al sistema de publicación quincenal PERO va a ver un cambio en las fechas. Para saber cuándo y porqué, sigan mi Twitter y el 2 de noviembre doy explicaciones.