Las historias de Lucy - 1

Una aspirante a escritora piensa que su vida no es para nada emocionante. Estas son algunas de sus emocionantes aventuras que para su desgracia, ella no es capaz de recordar.

Detrás del mostrador, Lucy movía con gran habilidad los dedos por sobre el teclado de su laptop.

Se encontraba escribiendo el primer manuscrito de una novela que llevaba tiempo planeando y a la que ella le tenía fe cuando de repente… se detuvo. Se le acababa de ir la inspiración y ya no sabía cómo continuar con la escena.

Suspiró, se levantó los lentes de marco redondo y se talló el hueso entre los ojos. Tenía sentido que se le hubiera acabado la inspiración, después de todo había estado escribiendo toda la tarde y se encontraba cansada, de nada serviría forzar a su agotada mente a continuar con la historia.

Cerró la laptop y levantó la mirada para ver el lugar en el que estaba y se vio rodeada por estantes llenos de libros. Una librería.

Desde que podía recordar, su familia había sido dueña y regentado esa librería y tal vez haber crecido rodeada de libros era lo que había plantado en ella el deseo de crecer para convertirse en una gran escritora de renombre como los nombres que figuraban en todos esos libros.

Siguiendo esta idea de pensamiento, cuando creció y fue la hora de ir a la universidad, había elegido la carrera de letras hispánicas, pensando que esta le enseñaría a ser mejor escritora, cosa que no fue el caso y ahora, ya graduada y con el título bajo el brazo, sabía casi tanto sobre escribir novelas como cuando empezó la carrera, por lo que conseguir trabajo no le había sido particularmente sencillo, por suerte como sus papás tenían la librería le dieron trabajo ahí… lo cual no fue tan bueno para ella, porque nada más empezar a trabajar, sus papás habían decidido tomarse unas largas vacaciones y le habían dejado toda la carga a ella.

Y así, a sus veintitrés años Lucy había regresado justo a donde había empezado: a la librería de su familia sólo con la intención de publicar una novela que no podía terminar de garabatear.

Volvió a mirar a la librería, con los pasillos que se hacían entre los estantes todos vacíos, una escena que se había repetido la gran parte del día pues había sido un día lento, ya que si ese día había visto al menos a cinco clientes, se le hacían muchos. Bueno, al menos esa falta de actividad le había dado el tiempo para garabatear un par de capítulos de su manuscrito.

Miró el reloj de la computadora que usaban para llevar el control de la librería y vio que ya eran las ocho de la noche. Todavía faltaba una hora para cerrar pero considerando que había habido poca clientela, estaba cansada por su maratón de escritura y sobre todo, ella estaba a cargo, creyó que no pasaría nada si cerraba una hora antes, así podría tomar un baño, prepararse una cena, ponerse la pijama y ponerse a ver una serie en Netflix.

Con esos planes en mente, salió de detrás del mostrador y se dirigió a la puerta del negocio con la intención de cerrar la puerta, que apenas si notó que casi le dio en la cara a un cliente con esta.

—¡Hey, cuidado! —dijo este más juguetón que molesto deteniendo la puerta con la mano.

—¡Oh! ¡Discul…! —intentó disculparse Lucy, pero no pudo porque algo llamó poderosamente su atención: el aspecto del chico.

Así a simple vista le calculaba poco más de veinticinco años, tenía el cabello negro alborotado, unos ojos castaños y un rostro varonil. Vestía todo de negro, pero con ropa entallada que si bien lo dejaba como alguien delgado, se notaba también que hacía ejercicio de forma regular.

—No hay problema —respondió el joven con una encantadora sonrisa, ignorando que Lucy se había quedado de piedra ante él—. Oye, ¿ya van a cerrar? Pensé que cerraban a las nueve de la noche.

El cerebro de Lucy se forzó a funcionar a sí mismo.

—¡Oh sí! Disculpa, es que el día estuvo lento y por eso pensé cerrar temprano —se explicó—. Pero si quieres checar algo, adelante.

El joven sonrió y dijo:

—Gracias.

Ambos entraron a la librería y Lucy dejó la puerta entre abierta para que ya no entraran más clientes, pero mientras el joven se dirigía a los estantes y ella a detrás del mostrador, la muchacha al fin reparó en algo:

«¡Estoy a solas con un chico guapo!», pensó con el corazón latiéndole a mil por hora.

El escenario era como una de esas novelas de romance que había leído. Un chico guapo y misterioso conocía a una chica boba y tímida, empezaban a interactuar, se enamoraban y vivían felices para siempre.

Mientras el chico buscaba entre los estantes, Lucy imaginó varios escenarios románticos entre él y ella… pero pronto un golpe de realidad la regresó a tierra.

«No seas tonta Lucy —pensó ella recuperando el ritmo normal de su corazón—, eso sólo pasa en la fantasía y además… no hay forma en que un chico tan guapo se fije en alguien como yo»

Lucy vio su reflejo en uno de los cristales del mostrador. Ella no era lo que se decía fea, pero tampoco es que se consideraba bonita. Su cabello castaño se le esponjaba mucho lo que le obligaba a atarlo en una larga trenza que si bien le gustaba, también le había hecho el blanco de las burlas de sus compañeros mientras crecía, así como la necesidad de usar lentes desde chica. Su cara no era fea, pero el hecho de que nunca se acostumbró a usar maquillaje sí dejaba a la vista algunas imperfecciones que a su parecer alejaban a los muchachos. Además, su gusto de ropa no era el mejor: ella era aficionada a los chalecos gruesos hiciera frío o calor y a las faldas largas que le daban un aspecto de mojigata. Si se pensaba bien, era claramente un repelente de chicos.

Sin embargo, al ver a aquel chico todavía buscando entre los libreros, sintió una presión entre sus piernas.

Hacía mucho que no había tenido una cita, ya ni digamos sexo. Su último novio lo había tenido hacía dos años y terminaron cuando el sexo no había ido tan bien como ella esperaba.

Ahí fue cuando Lucy tomó una decisión: al diablo con sus temores, tenía que hacer lo posible para conseguir una cita con ese chico.

Lucy lo observó mientras este seguía buscando entre los libreros, entonces la sonrisa de este se iluminó, tomó un libro y se acercó con él al mostrador.

El plan de Lucy era simple: ver el título del libro y con este sacarle plática cómo fuera a ese chico para ver si podían quedar más tarde.

El muchacho llegó y se paró frente al mostrador, con su encantadora sonrisa le extendió el libro a Lucy dijo:

—Me voy a llevar a este.

Lucy le sonrió de vuelta, tomó el libro y se apuró a ver el título de este, pero su sorpresa fue grande que no pudo evitar pensar en voz alta:

—¿”Técnicas avanzadas de hipnosis”?

Lucy ni siquiera sabía que tenían ese libro.

Más que sentirse ofendido por el tono de la pregunta, el muchacho rió y preguntó:

—¿Es muy raro?

Lucy se apuró a poner su mejor sonrisa y dijo mientras lo pasaba por el lector de código de barras:

—No, para nada.

Otra risa del muchacho y se explicó:

—Estoy estudiando psicología con miras de sacar una especialidad en hipnoterapia, estoy buscando material adicional.

—Ya veo —dijo Lucy lista para darle el precio y recibir el dinero, pero sabiendo que tenía que mantener la conversación, añadió:— ¿Y si funciona eso de la hipnosis?

Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro del joven.

—¿Te gustaría averiguarlo? —preguntó.

La cara de Lucy se puso roja.

—¡¿A-a-a-a-ahora?! —exclamó ella dejándose llevar por la sorpresa.

El muchacho volvió a reír y respondió:

—Claro, no es la gran cosa, sólo un ejercicio de relajación rápido. Mientras buscaba mi libro vi que tenían un sillón en la esquina de la librería, así que podemos hacerlo ahí.

Los ojos de Lucy se iluminaron ante la propuesta, pues era la oportunidad que necesitaba: sólo había que tirarle un poco al acto de la hipnosis, cuando terminaran tal vez charlar un poco, ella le insinuaría que fueran a tomar algo o a cenar y así empezaría una bonita relación.

—¡Claro! ¡Hagámoslo! —dijo Lucy sin contener su emoción.

El muchacho se presentó como Roberto, pagó el libro, cerraron la librería temprano tal y como Lucy tenía pensado desde antes y con todo eso arreglado, se fueron al punto mencionado por el hipnotista: en una esquina de la biblioteca, el padre de Lucy había puesto un sofá de cuero negro, con una maceta con un helecho al lado para darle un toque más natural. La idea era darle a los clientes un lugar donde leer… pero para Lucy y su madre la idea había sido estúpida pues ese lugar era una librería, no una biblioteca.

De cualquier manera, Lucy se sentó en el sofá y luego preguntó:

—¿Y ahora qué?

En respuesta, Roberto buscó algo en su bolsillo y Lucy se sorprendió por lo que era:

—¿Un reloj de bolsillo? —preguntó ella alzando una ceja.

Roberto rió un poco apenado y se explicó:

—Sé que parece un poco cliché, pero créeme: funciona. El reloj en péndulo ayuda a tu vista a concentrarse en un objeto y poco a poco a cansarse mientras vas escuchando mis sugestiones.

—Bueno… —dijo Lucy resignada, después de todo Roberto era el experto.

—Bien Lucy, vamos a comenzar —inició Roberto—. Lo primero que necesito es que te pongas en una posición cómoda en el sillón y que te relajes, después es sólo seguir el reloj y mis instrucciones.

Lucy suspiró, le iba a tomar un rato relajarse considerando que estaba pensando en el premio que le esperaba para después del acto de hipnotismo.

—¿Lista? —preguntó Roberto preparando el reloj.

Lucy respiró profundo antes de contestar:

—Lista.

—Ok, aquí vamos —sentenció Roberto y comenzó a balancear el reloj frente a los ojos de Lucy de forma lenta pero constante…

Ya habían pasado varios minutos desde que había comenzado la inducción. Roberto ya había dejado de balancear el reloj enfrente de los ojos de Lucy pues ya no era necesario debido a que la librera había cerrado los ojos y ahora estaba en un profundo sueño.

—Ahora voy a contar de tres a uno —dijo Roberto en voz baja—. Y cuando llegue a uno estarás en un profundo trance donde vas a obedecer lo que yo diga, ¿entendido?

—Sí… —dijo Lucy con una somnolienta voz.

—Muy bien —continuó Roberto—. Tres… dos… uno…

Al escuchar “uno”, Lucy se sobresaltó un poco, pero luego regresó a su posición en el sillón.

La inducción había terminado. Roberto se acercó a Lucy y la tomó de una mano para luego dejarla caer al lado de su dueña. No hubo reacción por parte de ella, lo que le confirmó a Roberto que la muchacha estaba en un profundo trance.

Roberto sonrió, Lucy acababa de unirse a una larga lista de pendejitas a las que hipnotizaba para cogérselas con toda tranquilidad. Él sabía lo que tenía y que no le costaría mucho conquistar a cualquier chica… pero en general él prefería tener sexo con muchachas hipnotizadas: obtener sexo duro y obediente era siempre mejor que pasar por el largo tedio del cortejo.

Le quitó los lentes a la muchacha y constató que tal y como pensaba ella fea no era, tal vez si se arreglara un poco más… pero claro, el maquillaje y la ropa poco importaban considerando lo que estaba por pasar.

—Lucy, escúchame: en este momento en este lugar está comenzando a hacer mucho calor. El calor es insoportable y te tiene muy incómoda.

Con esas palabras, en el rostro de la muchacha se dibujó una expresión que reflejaba incomodidad. Roberto continúo:

—Para refrescarte un poco, lo que tienes que hacer es comenzar a quitarte toda la ropa hasta quedar desnuda, porque ya sabes: es perfectamente normal quitarte la ropa cuando tienes calor. Así que adelante, quítate la ropa hasta quedar desnuda.

Dicho y hecho, Lucy comenzó a moverse. Se puso de pie y se sacó el suéter dejando al descubierto una blusa blanca que comenzó a desabotonar y cuando se la quitó y quedó sólo con ese simple brasier blanco, Roberto abrió los ojos por la sorpresa.

«¡Todo lo que tapa la ropa!», pensó con una sonrisa en el rostro.

Así con el torso ya desnudo al quitarse el brasier, Lucy se mostró como una mujer delgada de vientre plano, sin embargo, por raro que pareciera esa muchacha era la orgullosa dueña de un muy buen par de tetas de pezón rosado, posiblemente entre las más grandes que Roberto hubiera tenido el placer de tener entre sus manos.

Lucy mientras tanto continuó desnudándose: se quitó la falda y mientras dejaba a la vista un par de poco atractivas pantaletas, se quitó también los zapatos. Finalmente las bragas bajaron por esas largas piernas blancas y quedó al descubierto un coño bien depilado de labios rosas. Si Lucy estuviera consciente, habría explicado que le gustaba depilarse en caso de que “se diera la ocasión”.

Roberto se pasó la lengua por los labios al ver lo que en ese momento era suyo.

—Vuelve a sentarte en el sillón —ordenó y Lucy obedeció.

Roberto se acercó a la muchacha y le tocó las tetas, luego bajó por su vientre hasta llegar a su vagina y comenzar a masturbarla un poco. El aire del lugar se llenó con el olor de sus fluidos mientras estos comenzaban a bajar de a poco por esos labios rosados mientras que Lucy lo único que podía hacer era gemir un poco.

Dejó el cuerpo de su esclava y se separó un poco para comenzar a bajarse los pantalones y dejar libre a aquel miembro que ya tenía rato erecto.

—Abre la boca —ordenó.

Lucy abrió la boca al acto, pero no lo suficiente, por lo que Roberto se acercó a la muchacha y le abrió un poco más la boca, lo suficiente para que su miembro pudiera entrar a ese agujero sin toparse con los dientes.

Se montó sobre la muchacha y con cuidado metió su pene en la boca de esta y cuando sintió el calor de su aliento, dio otra orden:

—Chúpalo.

A la orden, los labios de Lucy se cerraron sobre ese pene y el dueño de este comenzó a sentir una succión que le arrancó una exclamación de placer.

Roberto no sabía si una chica que se mostraba tan mojigata como esa ya había hecho orales antes, pero la verdad es que en ese momento lo estaba haciendo bien pues el placer que sentía era mucho y este sólo se acrecentó cuando su cadera comenzó a moverse de tal forma que comenzó a follar la cara de la muchacha.

La sensación era tanta, que por un momento Roberto pensó en mandar todo al diablo y venirse directamente en la boca de la muchacha, pero sabía que no tenía mucho tiempo y todavía quería probar la vagina de esa tipa, por lo que se obligó a salir de la boca de esta y dar unos pasos atrás. La escena que quedó le dio algo de risa: los labios de Lucy habían quedado de tal forma, que parecía que alguien le había congelado a mitad de pronunciar la letra O.

Roberto rió, pero no tenía mucho tiempo para seguir perdiendo.

—Escúchame Lucy: en este momento te sientes muy excitada, quieres que una buena verga te coja, pero mientras la recibes, te vas a masturbar para tratar de bajarte la calentura, ¿entiendes?

Los labios de la muchacha regresaron a su posición normal mientras que Roberto vio como un ligero rubor aparecía en el rostro de esta y sus pezones se ponían duros. Acto seguido, con una de sus manos la muchacha comenzó a pellizcarse uno de sus pezones mientras que con la otra, con sus dedos, comenzaba a atacar violentamente su vagina y sus fluidos comenzaban a salpicar todo el mueble.

Roberto sonrió por la escena, pero no se detuvo a contemplarla mucho. Tomó su pantalón y sacó su cartera, de esta tomó un condón que comenzó a ponerse mientras tras de sí escuchaba los gemidos de placer de la muchacha.

Una vez estuvo listo, Roberto se giró y apuntó su miembro a la muchacha.

—¿Qué ves? —preguntó.

—Tu verga… —dijo ella entre un gemido.

—¿Y qué quieres que haga con ella? —preguntó Roberto con una cruel diversión.

—¡Quiero que me la metas! —suplicó la muchacha con un gemido de excitación.

Roberto sonrió y ordenó.

—Deja de masturbarte y abre las piernas.

Lucy obedeció: sus dedos dejaron de atacar tanto sus pezones como su vagina y se abrió de piernas para permitirle el paso a su dueño.

Roberto se inclinó sobre la muchacha y apuntó su pene a la entrada de aquella cueva ansiosa y sin mediar palabra, de una estocada se introdujo de lleno en el interior de ella, con Lucy reaccionando arqueando su espalda, dibujando una gran sonrisa en su cara y soltando un gran gemido de placer que Roberto creyó que se habría escuchado hasta la calle; tal vez la mente de la muchacha estaba nublada por el hechizo de Roberto, pero su cuerpo todavía recordaba lo necesitada que estaba su vagina de una buena verga.

Roberto continuó con lo suyo, luego de probar la profundidad de ella y la fuerza con la que le apretaban sus músculos vaginales, comenzó con las embestidas. Primero comenzó lento, para tantear el terreno, pero después comenzó a dar embestidas más fuertes y rápidas.

En ese momento Lucy no podía pensar en nada más que en esa gran verga que le estaba destrozando las entrañas, pero si pudiera pensar por sí misma no habría dudado en hacer la comparación con su anterior pareja: no sólo estaba mejor dotado sino que además la forma en la que se movía delataba una larga experiencia en el acto del amor. Era tanto el placer que estaba recibiendo la muchacha que sin proponérselo hizo un ahegao: su lengua salió un poco de su boca la cual dibujaba una sonrisa boba y sus ojos miraban para arriba casi desapareciendo tras sus parpados bien abiertos.

Pero hasta el mejor amante tiene un límite y Roberto estaba por llegar al suyo: comenzó a sentir el advenimiento del orgasmo y decidió que era momento de hacer eso más memorable:

Se salió de la muchacha, se apuró a quitarse el condón arrojándolo al suelo y volvió a montarla de tal forma que introdujo de golpe su pene de vuelta a la boca de esta. Tal vez por instinto o porque ya lo había hecho antes, pero estaba vez no necesitó órdenes: Lucy de inmediato aprisionó ese pedazo de carne con sus labios y comenzó a chuparlo como si se le fuera la vida entera en ello.

El orgasmo de Roberto se continuó construyendo hasta sintió que fue suficiente: se salió ahora de la boca de Lucy, se masturbó un poco frente a su cara y pronto grandes gotas de semen salieron de la punta del miembro para aterrizar tanto en la cara de la muchacha como en el sillón.

A Lucy nunca le habían hecho un facial, pero con su mente nublada como estaba, no sólo no le importó, sino que también sonrió al sentirse bañada por ese líquido caliente y viscoso.

Una vez terminada su tarea, Roberto se separó de la muchacha y sus miradas se cruzaron, y a él no le gustó lo que vio: tal vez Lucy seguía hipnotizada, pero esa era la mirada de una hembra enamorada de su macho y a él no le gustaba eso.

—Duerme —ordenó Roberto y acto seguido la sonrisa en el rostro de Lucy desapareció al tiempo que sus ojos se cerraban y su cabeza caía a un lado.

Roberto sonrió burlón. Había sido un buen polvo, pero lo último que quería era encariñarse con esa tipa, así que lo más probable es que fuera a ser la última vez que se vieran.

Comenzó a tomar su ropa para vestirse y mientras lo hacía, vio el condón tirando a sus pies, no vio un bote de basura cercano así que hizo lo primero que se le ocurrió: lo enterró en la tierra de la maceta.

—Bien querida Lucy, hora de darte las instrucciones para limpiarte y arreglar el lugar, lo último que quiero es que quede una pista de lo que pasó aquí. ¡Ah y claro! También que olvides todo lo que pasó, aunque puedes apostar que yo no lo haré…

Lucy se sobresaltó. Miró donde estaba: se encontraba frente a la puerta de la librería. Hizo un poco de memoria: recordaba que pensaba ya cerrar porque era la hora, llegó un fulano de última hora y le vendió un libro, luego de eso se fue y ahora estaba terminando de cerrar la librería.

Con la puerta cerrada se estiró, ese era otro día en su nada emocionante vida. Bueno, al menos había logrado avanzar un poco más con su manuscrito así que luego de un duro día de trabajo, se había ganado un baño caliente y ver una película en Netflix. Caminó un poco y al sentir el rozón de sus piernas con su pubis un escalofrío le recorrió la espalda… quizás vería una película porno antes del Netflix.


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