Las historias de Anaís y Bea (6: Excursión)

Nos vamos de excursión con nuestros novios, nos sinceramos y tenemos un encuentro con unos cazadores en el que la cosa se pone ¿desagradable?

El torrente de pasión incestuosa me dejó desolada de cara a los exámenes, lo cual se tradujo en unos resultados calamitosos. Yo no sabía qué iba a ser de mí, a cada rato enfrascada en ensoñaciones eróticas que, y ahí radicaba el problema, encima llevaba a la práctica. Ya daba igual que fuera mi padre, que fuera un desconocido o que fuera el novio de mi mejor amiga.

Con mi novio, de todas maneras, las cosas iban bastante bien. Solo gracias a él pude superar toda esa depravación. La pena es que esa depravación no había hecho, sin embargo, nada más que empezar. Ya no podía cambiar lo que había hecho y en lo que me había convertido.

Tras el fracaso de aquel junio, solo compensado por los arrullos de mi novio Andrés, se me metió en la cabeza convencer a Bea de que nuestros novios debían saber lo que éramos. Que éramos unas guarras. Que si ellos nos traicionaban y nosotras lo sabíamos, ellos también tenían de alguna manera el derecho a saber que los habíamos puesto los cuernos de manera incesante.

Así que a Bea se la ocurrió, para corresponder a mi idea, que nos fuéramos a algún tipo de excursión. Yo, por mi parte, convencí fácilmente a mis padres de que nos dejaran ir a la casa del pueblo, situada en la provincia pero lejos de la capital, donde podríamos disfrutar de un ambiente rural, del campo si era preciso. Ellos, mis padres, no me lo negaron: cualquier cosa en vez de mirarme a la cara. Ni siquiera me habían reprendido por los resultados calamitosos del junio. La matrícula se presentaba bien cara para el siguiente curso si septiembre no lo remediaba.

A nuestros chicos les encantó la idea. Luego supimos que secretamente pensaron que nos interesaba realizar algún intercambio de parejas. Pero de entrada, les serviría para desconectar y salir de la ciudad de manera barata. Además con sus novias a su merced, sin preocuparse de padres, de portales, de cines, ascensores, bibliotecas ni de nada.

Bea y yo nos tomamos esa excursión, por tanto, como una recapitulación, como un momento de confesión, como lo son también los capítulos de esta historia. Nuestros novios deberían saber todo lo nuestro y, si nos aceptaban, serían definitivamente los hombres de nuestra vida. Además, tampoco es que ellos se hubieran comportado precisamente con la mayor de las fidelidades.

Mi pueblo es de esos del interior totalmente vacíos durante el año, salvo visitas familiares de fin de semana, que cobraban una cierta vida, cada vez menos, eso sí, durante el verano. El calor, entre ese ambiente de adobe y secano, era sofocante, pero los riachuelos y los montes bajos cercanos tenían su cierto atractivo. Sobre todo si te tomabas esos días como un simple volver a empezar.

Tras llegar y merendar, antes de planificar nada, lo único que nos esperó fue una noche de locura, de sexo desatado, cada una con su novio. Yo me instalé en el dormitorio de mis padres y Bea en una habitación. Aunque no merezca más interés en este relato, esa noche me entregué de la forma más sincera posible a Andrés, ofreciéndole mi coño hasta que perdiera toda gana de penetrarme. Como cuando me folló por primera vez en mi casa, quise ser su novia sin más. Bea hizo lo mismo con Marcos.

La idea era salir al día siguiente de excursión, así que preparamos unos simples bocadillos con lo que compré en una pequeña tienda del pueblo. Así, ataviados con unas pequeñas mochilas, salimos a pasar un soleado día campestre por los montecillos y pinares cercanos, en compañía de los pájaros, también de las moscas, qué remedio.

Era el día de la confesión, lejos del mundanal ruido, de la ciudad, allí, en la paz del campo, les contaríamos a nuestros novios que los habíamos traicionado y que también sabíamos todo lo que ellos habían hecho.

Caminamos cerca de dos horas por la mañana. Como un buen grupo de amigos, sin pensar en nada que no fuera trivial. Ya cansados, nos detuvimos en un pequeño grupo de árboles, junto a un claro, a comer los bocadillos. Luego no sabíamos si torrarnos al sol del campo o decidirnos ya a llevar a cabo nuestras confesiones. Yo iba muy campestre, con un pantalón vaquero viejo recortado a propósito, muy corto, junto a una camiseta de tirantes bastante vieja y no demsaido ajustada. Bea parecido, llevaba un pantaloncito corto, de tela, ceñido, relevando la línea de sus braguitas. Y un top en la parte superior.

Vencimos la tentación de dejarnos mecer por el sueño de sobremesa. Dijimos a los chicos que salieran de su somnolencia, que queríamos hablar con ellos. Yo empecé, pero me trabé enseguida. Entonces Bea, siempre más lanzada, llevó la voz cantante.

Queríamos deciros… que lo sabemos todo.

"Todo", "Qué todo", con ese tipo de expresiones señalaron su extrañeza. Rápidamente yo colaboré con Bea, diciendo palabras como "el parque", "biblioteca", "ascensor", "mi madre" y todo lo que había dado sentido a esta historia, a nuestro desbocamiento sexual.

Entre nosotras nos lo contamos todo. – Acabó resumiendo Bea.

Los chicos son como son, así que más que encararse con nosotras se miraron entre ellos. Más gravemente según íbamos relatando las cosas. Porque siempre había uno de los dos, si no los dos, que no sabía algo. Marcos no sabía que Andrés había jugueteado con Bea en la biblioteca, aun que jugar no es la expresión: la había dado por el culo mientras un guardia la violaba; Andrés no sabía que yo había ido a esa misma biblioteca a que me violara también el mismo guardia, que me había desvirgado mi orificio posterior. Tampoco sabía que mi culo también había recibido polla por parte de Marcos, ni éste que su novia se había ofrecido a mi padre. Mi padre, sí, sobre el cual no revelé lo último que había ocurrido. Lo único que quedó para Bea y para mí.

Su reacción fue de no creérselo al principio y de estar a punto de encararse el uno con el otro, aunque en una situación así Andrés tenía poco que hacer ante Marcos, mucho más fuerte que él a todos los niveles. De la incredulidad, a la rabia, el último paso fue el deseo.

Hagamoslo ahora. – Dijo Marcos.

No sabíamos el qué. Marcos explicó que después de todo, aún no había dado por el culo a Bea. Lo mismo dijo Andrés respecto a mí.

Debo de ser el único hombre en la tierra que no te la ha metido por el trasero. – Dijo, y al hacerlo me recorrió un escalofrío al pensar en mi padre.

Así que los venció el deseo. Nos perdonarían porque querían sodomizarnos, porque nuestros cuerpos, sudorosos por el calor y por la mañana de caminata, eran una fruta a la que no querían renunciar. Quizá también, aunque no lo admitieran, les ponía un poco cachondos que sus novias fueran tan putas como nosotras.

Marcos tomó la iniciativa. No quería andarse con contemplaciones. Colocó a su novia a cuatro patas sobre la hierba y la bajó el pantaloncito. Mientras lo hacía y empezaba a acariciar el coño de Bea por encima de sus bragas, ésta se volvió una poco y le preguntó:

¿Llamaste a la mujer del ascensor?

Eso llenó aún más de deseo a Marcos. Que bajó apresuradamente la ropa interior de su novia. Se agachó sobre ella y a la vez que sobaba con una mano el coño, aproximó su lengua a ojete de Bea. Ambos movimientos, de mano y lengua, hicieron contorsionar a mi amiga, que empezaba a excitarse y a suspirar.

En esas estaba Bea cuando yo empecé a excitarme muchísimo. No sabía lo que iba a tardar Marcos en sacar su preciosa polla aplatanada cuando decidí acercarme por el otro lado a Bea, a su cara. Caí de un movimiento de rodillas y nuestros labios se chocaron.

También lo haremos entre nosotras- Dije con voz queda.

Hacérselo dos tías buenas (tras toda esta historia ya me consideraba bastante hermosa y apetecible, sobre todo ciertas partes d mi cuerpo), era algo con lo que siempre fantaseaban los tíos, así que era otro elemento para que, digamos, perdonaran nuestras traiciones, que también eran las suyas.

En eso estaba, peleando con mi lengua contra la de Bea, ambas con los ojos cerrados, cuando sentí que unas manos me subían la camiseta hasta llegar a mis tetas, empezar a masajearlas, a retorcer mis pezones, a hacerme gritar, de dolor sobre todo, tanto que tuve que separar mi boca de la de Bea.

Te voy a encular, zorra mía. – Me decía Andrés.

Marcos, mientras, había llevado al orgasmo a Bea lameteando su culo. No quiso esperar mucho más. Sacó su polla reluciente, durísima, curvada y la colocó en el orificio de mi amiga. Yo lo veía mientras Andrés me chupaba el cuello y apretaba mis tetas con fuerza.

No habrá mantequilla, guarra. – La decía Marcos a su novia.

Metió su afilado miembro en el culo de Bea, haciéndola a esta avanzar un poco, contrayéndose para evitar la embestida.

Seguro que esto no lo hacías con su padre. – Continuó Marcos, refiriéndose al acto reflejo de Bea.

Así que la sujetó más fuerte y de un solo empujón intentó meter toda la polla que pudo, hasta que la mitad de su plátano quedó oculto en el interior del precioso culo de mi amiga, que dio un grito seco, agudo ante el empalamiento de que fue objeto. A partir de ahí, Marcos siguió empujando con furia. Yo lo veía haciendo movimientos más raros, para que su novia la notara bien dura en la paredes de su culo. Primero despacito y luego a más ritmo, pero siempre dando con su cuerpo movimientos oscilantes.

Te voy a romper, te voy a romper. – La gritaba mientras lo hacía.

Ohh, sí, sí, hazlo, hazlo, por favor, amor.

Bea se puso como loca y yo intenté aprovecharlo, liberándome de Andrés, arrimándome un poco más a ella y poniendo mis tetas en su boca. Ella lo noto y empezó a succionarlas, lo cuál consiguió aplacar un poco los sonidos de su nuevo orgamos. Marcos no paró por ello, seguía moviendo su polla en el interior del culo de su novia.

Andrés no había perdido el tiempo. Se había desnudad por completo. Se magreó la polla con la escena hasta que alcanzó un tamaño de lo más considerable y me bajó el pantaloncito vaquero, a la vez que, en el mismo movimiento, descendían mis bragas. Me preparé para recibir el golpe, ero se entretuvo más de la cuenta. Mientras Bea me chupaba los pezones, sentí cómo me descalzaba, cómo empezaba a chupar mis pies, sudadísimos entonces, cómo se recreaba mientras se masturbaba, me los olía, me los lamía enteros, se deshacía en su particular obsesión. Puso su polla en ellos, se la frotaba con los dos. Pero yo tenía ganas de otra cosa, mi culo estaba anhelante.

Dame por el culo, por Dios, por favor, cariño. – Le supliqué.

Me obedeció en el acto, aunque me hizo sentir como si mi culo encandilara a todo el mundo salvo precisamente a mi propio novio. Sensación que me duró unos segundos, hasta que noté su polla en la entrada de mi ano y pude comprobar todo lo que me había contado Bea sobre las enculadas de Andrés.

Mi querido novio, quizá porque tuviera una polla más pequeñas que otras que me habían sodomizado, la metió entera, hasta que noté sus huevos enseguida sobre su trasero y comenzó también a joderme el culo de lo lindo. Loco, totalmente loco, casi murmurando una letanía en la que mezclaba el "te quiero", "por fin te doy por el culo", "adoro tu culo", "tu culo es solo mía", "solo mía", "perdón", "te perdono", y muchas cosas más. Intenté volver la cabeza y lo ví con el rostro desencajado, en un éxtasis que si no fuera tan pecadora dría que era casi místico. Alcancé un orgasmo tras otro.

Bea y yo nos agarrábamos la una a la otra, más amigas que nunca, más sinceras que nunca, mientras aguantábamos las sacudidas de nuestros novios, que se tomaban su tiempo en deleitarse con nuestros culos. Marcos sin concesiones, como si quisiera partir las entrañas de Bea. Andrés, casi levitando con su enculada celestial, tan deseada. Ambos perforando todo lo que podían nuestros culos.

Ayyy, no puedo más.

Marcos sacó la polla del culo de Bea justo para regarla un poco con su leche. Andrés todavía aguantó varios minutos más. Creía que no iba a acabar nunca y deseaba que no acabara nunca. Se derramó dentro de mí, me inundó con su semen, pero también con su amor. Al terminar, me abrazó. Me sentía querida, segura, en paz. Por poco tiempo.

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Oímos unas risas primero y unas voces después. Eran dos hombres maduros, de unos cincuenta años, con aspecto de pueblo, con ropa de caza. En realidad no sé cuál es la ropa de caza, pero llevaban escopetas de esas de cartuchos y llevaban un perro.

Hicimos ademán de taparnos, de escapar a sus miradas, pero enseguida caímos los cuatro en la cuenta de que el problema no es que estuviéramos desnudos, tampoco que nos hubieran visto follar de la manera más prohibida. El verdadero problema es que las escopetas, esas escopetas de cazador, no estaban en sus hombros. Nos estaban apuntando.

Qué bonito día de campo. – Dijo entre risotadas uno de los dos, el que parecía llevar la voz cantante.

Inmóviles ante el cañón de sus armas de fuego, esperábamos algo, un milagro, que todo quedara en un susto o en una broma, pero parecía que no iba a ser así. Los miraba a la cara y les veía relamerse mirando a Bea.

Cómo nos lo vamos a pasar. – Dijo el mismo de antes.

Andrés reaccionó y parecía encararse hacia ellos, valiente, posiblemente pensando que no nos dispararían así, a sangre fría.

Ni se os ocurra

Empezó a decir, pero no pudo terminar la frase, pues el hombre que se acercó a él y le dio un culatazo que hizo que mi novio se trastabillara y cayera en la hierba, perdiendo casi la conciencia al levantar la cara. Tenía una buena marca en el pómulo izquierdo.

¿Ni se nos ocurra qué?

La situación empezaba a ser comprometida. Sentía miedo. Ya sabía lo que tramaban. Nuestros cuerpos estaban desnudos, habían visto lo que nos gustaba. Sus siguientes movimientos confirmaron ese fatal presagio.

Qué tía más buena. – Siguió diciendo el mismo, mirando hacia Bea. – No había visto una hembra así en mi vida. Encima la encanta que la follen el culo.

Bea se dio cuenta de que nada la iba a librar de aquello y algunas lágrimas empezaban a brotar de sus ojos, pese a que no fuera la primera vez que la violaran. Cuando lo hizo el guardia de la biblioteca disfrutó mucho. Pero ahora, con su novio delante

El hombre que no hablaba se aproximó a los chicos. Sacó unas correas de su morral, donde llevaba sus cosas de caza y los ató a sendos árboles, mirando hacia el claro en el que estábamos nosotras. La amenaza de las escopetas y las palabras del "líder", si os movéis las haremos daño de verdad, les inmovilizaron. No es que no fueran valientes, es que es muy fácil que la gente pierda la fuerza por la boca. Marcos y Andrés, tenían unas escopetas apuntándoles y que a la vez nos apuntaban a Bea y a mí. No podían hacer nada.

Cuando se aseguraron de que estaban bien atados, se aproximaron a Bea y la pusieron en el suelo de rodillas. Los dos se abalanzaron sobre ella. No sin antes decirme a mí.

Como te muevas, Puky – que así debía de llamarse el pastor alemán, que parecía un tranquilo espectador de todo lo que estaba pasando – te morderá pero bien.

Yo tenía miedo, los veía locos, y el perro me atemorizaba por otra cosa, tan desazonada me hallaba. Miraba al perro y miraba a Bea, que se veía agarrada y besada, en cada centímetro de su cuerpo, por esos dos bárbaros que parecía que nunca habían visto a una chica así. Tan joven para ellos, tan bella, con esa piel bastante pálida para ser verano, ese cuerpo perfectamente esculpido, con sus justas medida de carne delineando sus formas, sus pechos como majestuosos cántaros sin llegar a la excesividad. Además con esa cara angelical, ese pelo moreno liso, suavísimo, que el "jefe" de los dos empezaba a agarrar ahora. Se puso de pie, mientras el otro seguía acariciándola, frotándola el coño, pasando por la abertura de su culo, masajeando sus tetas, y la obligó a desabrocharle el pantalón, amenazando con que harían daño a su novio.

Éste, Marcos, trataba de no mirar, abría y cerraba los ojos y ponía una expresión que quería decir "esto no puede estar pasando. Su novia obedeció y sacó la polla de su violador. Una polla ya con cierto tamaño, que libre de su apasionamiento empezó a crecer mucho más, hasta alcanzar unas cotas muy interesantes, desde luego mayores que las de nuestros novios. Por una décima de segundo adiviné en la cara de Bea este mismo pensamiento.

Bea empezó a tragar. No había suspirado pese a los tocamientos previos, pero se esmeró en hacer una buena mamada. Quizá así nos harían menos daño. Cogió ese gran aparato y lo lamió como bien sabe hacer, lo recorrió con su lengua. Pero todo esto apenas duró unos instantes porque enseguida el cazador dio un nuevo tirón a su pelo para manejar él la mamada. Movía la cabeza de Bea introduciendo su polla en la boca de mi amiga todo lo que podía, simulando una follada monumental. Bea colaboraba con la lengua cuando el hombre se detenía con su mango dentro de la boca.

Oh, sí, cómo la chupa. – se volvió hacia Marcos.- Tu novia la chupa de maravilla.

Mientras, el otro, el que casi no hablaban, se había bajado los pantalones por debajo de la rodilla, se inclinó y sin que Bea se enterara se dispuso a follarla. Solo cuando notó la polla también bastante grande, por cierto, en la entrada de su coño, hizo un intento de parar la felación y dar un grito de horror, pero no pudo. El hombre se la metió con decisión. Parecía que Bea estaba bastante lubricada de todos los toqueteos de que estaba siendo objeto. Yo lo noté, seguro que Marcos también lo notó. El cazador la embistió en el coño y entonces sí que consiguió soltarse de la polla que tenía en la boca para emitir un largo jadeo. Entre el dolor y el placer.

El hombre empezó a follarla con todas sus fuerza, con los ojos semicerrados, con un poderío bastante juvenil para sus años. Bea recibía y recibía, y entre los vaivenes y que el otro seguía metiendo y sacando el mango de su boca, supe a ciencia cierta de que, aunque se sentiría violada, se iba a correr o se estaba corriendo ya. Cerraba los ojos, y no solo por odiar la situación, agarraba la hierba donde tenía ya las manos, en un gesto claro de intentar controlar las oleadas de placer.

Qué coño. – repetía de cuando en cuando el que casi no hablaba. – qué coño. Tienes que probarlo. – Le dijo al otro.

Pero siguió así un buen rato, hasta que el "líder" pareció cansado de la situación. Parecían bien compenetrados. Cuando sacó por última vez su polla de la boca de Bea, a la vez el otro se salió del coño de mi amiga. Bea jadeó, por la acelerada respiración y miró un segundo a Marcos, para comprobar si se había apercibido de que la situación para ella no estaba siendo del todo desagradable.

El "jefe" se tumbó, vestido como estaba salvo con la polla fuera, boca arriba en la hierba, y obligó a Bea a que se pusiera en postura de cabalgarlo. Ella apenas tardó en obedecer, pese a que no había escopetas de por medio (situadas cerca de ellos, de manera de que si yo intentaba cogerlas antes me saltaría su perro encima). Se empaló con ese mástil que apuntaba al cielo ya ahora sí. Libre su boca de una polla no pudo evitar que fuera demasiado evidente que tener esa gran polla en su coño la empezaba a gustar demasiado.

Cabalga. – ordenó.

Así que Bea subía y bajaba, en parte obligada por las manos de su violador, en parte por instinto, mientras intentaba no jadear, algo que no conseguía, ya que formulaba unos "ahh", que intentaba camuflar como gritos de dolor pero que a ojos vista también era de placer.

La voy a dar por el culo. – Dijo de inmediato el otro como quien dice "hoy va a llover".

De inmediato Bea se arqueó un poco para recibir otra polla a la vez. Marcos estaba cerca del llanto, le oía decir "no, no", y negar con la cabeza. Su novia, su preciosa novia, iba a ser penetrada por dos pollas a la vez. Por mucho que supiera que no le era fiel, que la gustaba mucho el mambo, una cosa es saberlo y otra es verlo con tus propios ojos sin poder evitarlo. Además, yo sabía de sobras que Bea, pese a su historial, nunca había sido ensartada a la vez por los dos lados salvo en la ya relatada historia de la biblioteca que conocen los lectores. Entonces fue mi novio Andrés quien se ocupó rabiosamente de su retaguardia. En ésta, un cazador casi autista, que se arrodilló, colocó la punta de su polla en el agujero del culo de Bea y comenzó a empujar.

Ahhhh. – soltó mi amiga. – Nooo, por favor.

Pero el cazador siguió costosamente avanzando por su orificio más estrecho. Lo que ví me traía imágenes de la biblioteca, y de cómo la situación, tener dos pollas dentro, pese a ser teóricamente muy gozosa (si no te están violando, claro), no es una sinergia que supere a la suma de las partes. No, porque al tener los dos penes insertados los vaivenes son más costosos.

Costosos o no, los cazadores se estaban dando un buen festín con mi amiga. Aunque apenas consiguieran hacer el mete saca por sus agujeros, Bea cerraba los ojos, se mordía los labios para no gritar, se volvía a correr, casi secretamente, casi.

Me voy a correr. – Dijo el cazador de pocas palabras.

Sacó su polla del culo de Bea y en un rápido gesto apuntó a tu cuerpo y la regó con un buen chorro de semen. Hizo que mi amiga apurara los restos que quedaban en su glande y también que se pasara las manos por las tetas, que era donde mayormente había ido a parar el líquido blanco. El otro siguió un rato dentro de Bea. La dio la vuelta, ahora que estaba sin la polla de su amigo dentro, poniendo su espalda contra la hierba, y entonces sí inició un mete saca frenético, hasta que un grito, que casi no se oyó sobre los jadeos cada vez más evidentes de Bea (un nuevo orgasmo), anunció que se corría en el coño de mi amiga.

Viendo todo esto por mi cabeza bullían mil sensaciones distintas. A cada segundo pasaba del horror de verme empalada de la misma manera, al deseo de sentirme violada, sucia, delante de mi novio. Más porque conozco a Bea y sabía que hicieron bien su trabajo. Pero el sentimiento que me invadió, sobre todos los demás, fue el de abandono, el de ser un despojo. Los últimos meses me había sentido deseada, había seducido a muchos hombres, me había visto colmada, mi culo s había convertido en un oscuro objeto del deseo masculino. Y llegados aquí, nos asaltan dos violadores que se quedan tan prendados de Bea (lo cual es normal), como para no dedicarme ni media mirada (eso ya es menos normal). Me sentí fea. No soy guapa, pero tengo mi encanto, ya lo he dicho. Me sentí herida. Creo que hasta se me notaba en la cara.

Bea y los dos cazadores quedaron exhaustos. El hablador se dirigía a Marcos y por si no fuera poco lo que éste había tenido que ver, lo martirizaba aún más con frases del tipo "cómo folla esta zorra", "menuda guarra tu novia", "cómo se ha corrido la hijaputa", "menudo culo", o "vaya tragona".

Ya estaba yo pensando en que se iba a acabar todo, por un lado satisfecha de quedar "ilesa" pero por otro herida por haber sido ninguneada, cuando el "líder", dijo.

Qué siga la fiesta. – Y me miró. – Habrá que hacer algo contigo.

Su plan era que se volverían a poner a tono observándonos. Cogieron sus escopetas para ser más convincentes. Nos lo tendríamos que hacer entre nosotras mismas mientras se recuperaban del anterior polvo, mientras recargaban sus armas, no precisamente sus escopetas. Lo decía, lo ordenaba, entre risas. Bea y yo simulamos asco, rechazo, pero ante nuestra negativa se limitaban a empuñar sus escopetas.

Venga, zorras, seguro que no es la primera vez.

No lo era claro, como ya se sabe. Nos obligaron a tumbarnos en el suelo. Yo me situación boca arriba y Bea sobre mí. Querían que nos lamiéramos el coño con devoción, con "ansia", palabras textuales.

Así que no quedó más remedio que obedecer. Miramos un poco hacia los árboles, hacia nuestros novios, que seguían sufriendo casi en silencio. Me recosté en el suelo y Bea se puso encima mío, en la posición del sesenta y nueve. Estuvimos unos segundos así cuando noté una polla en la entrada de mi coño. El que apenas hablaba ya estaba milagrosamente en acción y, como antes con Bea, me ensartó como quien hiciera tal cosa a cada momento, como si nada. Eso sí, yo me contraje al sentir la presión de su miembro en mi interior.

En ese momento supe que llevaba todo el rato deseando polla, que quería ser poseída, necesitaba sentirme deseada animalmente. Así que empecé a jadear y a tratar de que no se oyeran demasiado mis gemidos amortiguándolos con el coño de Bea.

Uff, como folla, como folla. – Mi coño iba a cosneguir sacar al cazador de su mutismo habitual.

La verdad es que se esforzaba, de rodillas como estaba, en hacer un mete saca frenético pese a la postura en que nos hallábamos. Yo estaba lubricadísima por la visión de la violación de Bea y por la lengua de ésta. Noté que mi amiga, mientras me violaban, subía a besarme los pechos.

No era así. Se desplazaba porque el cazador jefe la estaba atrayendo, hacia sí. Tenía su mástil enormemente erecto, con las venas a punto de estallar, apuntado hacia el culo de mi amiga, que evidentemente no quería dejar de probar. Así que una tercera polla iba a entrar en el transcurso de menos de una hora, en el culo de Bea.

Noté el empujón de su ano y los gemidos de Bea, que esta vez ya no se iba a controlar.

Oh, sí, oh síii.

Jaja, . Gritaba el violador. – Y se volvía hacia Marcos. – Menuda zorra.

Los gritos de mi amiga lo sacaron de si, y se dedicó a su culo sin ninguna compasión. Bea lo tenía ya bien dilatado por las otras pollas así que entraba y salida con menos dificultad de la habitual. Mi amiga se retorcía, movía la cabeza, gritaba, gritaba.

Metemela más, hasta dentro, oh sí, oh sí, más por favor.

Yo, apenas podía ver el rostro de Marcos mientras ella decía eso, pues bastante tenía también para controlar las embestidas de mi violador, que me estaba ofreciendo uno de los mejores polvos de mi vida. Ese hombre sabía lo que se hacía. Aunque Bea seguía apretando mis tetas de cuando en cuando, yo estaba libre para chocar una y otra vez con mi espalda sobre la hierba tal era la furia de la polla del cazador, que entraba y salía de mi coño chorreante provocándome el orgasmo. Yo no decía guarradas como Bea, pero sí jadeaba claramente de placer y al hacerlo intentaba vislumbrar la cara de Anrés, que seguramente se estaría haciendo de cruces al verme.

La situación nos podía. Yo me corría, jadeaba, mientras Bea gritaba que quería más, que menuda polla, que qué gusto, aunque de cuando en cuando miraba a Marcos y le decía un "perdóname, amor", para acto seguido pedir más polla. Yo también pedía, así que de pronto me sorprendí con un "el culo, el culo, por favor", únicas palabras que salieron de mis labios.

El cazador que me follaba no tardó en sacar su polla de mi coño, darme la vuelta, ponerme de rodillas y agacharse a ¡meterme un dedo en el culo! Parecía que conmigo sí iba a tener miramientos. Apenas me dilató un poco, puso su pollón en la entrada de mi cavidad más estrecha que anhelaba otra polla ese día tras recibir la de mi novio.

Empezó sus sacudidas, olvidando esas tibiezas, regalándome una enculada bestial. Yo culeaba a ojos vista, mirando fijamente a Andrés. En ese momento supe que le contaría lo de mi padre. Le miraba mientras jadeaba, poseída totalmente por esa gran polla.

Ahhhhh, ahhhhhh. – Gritaba unicamente.

No duró mucho tiempo el cazador dándome por el culo, pues volvió informar friamente que se corría y apenas la sacó se corrió en mi ojete. El otro, al verlo, se aproximó, saliéndose un poco de Bea, con ella hasta mí, y la obligó a que me limpiara.

bebeté toda esa leche, zorra mía.

Bea obedeció inmediatamente y noté su lengua en mi culo, lamiendo, absorviendo toda la lefa que podía, a la vez que intermitentemente acudía a mi coño, a provocarme oleadas de placer con sus lameteos, y un nuevo orgasmo, otro más.

Oh, me corro. – Informó el cazador "jefe". – Nooo, noo, quiero que os tragueis mi leche.

Se salió del culo de Bea, aguantó un poco más, poniendo visibles expresiones de control en su cara. Se puso de pie y él, con la ayuda del otro, nos colocó de rodillas delante de él. Esperamos impaciente, como en una vulgar película porno, y de inmediato Bea recibió el primer chorro en la comisura de los labios. Con la lengua lo introdujo en su boca y se lo tragó. Mientras lo hacía yo recíbía otra descarga en un ojo y otra directamente en la lengua. Con la mano cogí el semen de mi ojo y lo llevé también a la boca. Me lo tragué a pesar de ser algo que no me gustaba nada de nada.

El cazador siguió pasando su polla, que iba perdiendo tamaño poco a poco, por nuestras caras, unas caras que reflejaban el placer que habíamos recibido.

Las caras de nuestros novios eran otras. Los cazadores nos despidieron como llegaron. El de pocas palabras con un gesto que yo entendí que era casi de ¡gratitud! Como si con esta violación disfrutada le hubiéramos dado un de los mejores momentos de su vida. El otro, el "jefe", sin parar de decir obscenidades, del tipo de que "vaya novias tenéis", a nuestros chicos, o, "gracias viciosas, aunque las gracias nos la tenéis que dar a vosotras a nosotros", a Bea y a mí.

Nos dijeron que no desataramos a los chicos hasta que no los tuviéramos a la vista, porque aunque eran conscientes de que ellos sabían lo zorras que éramos, lo débiles que somos ante en placer, no querían ningún contratiempo. Les obedecimos.

Cuando los desatamos no nos molestamos en pedir perdón. No podíamos hacerlo pues no podían perdonarnos. Sin embargo, no nos recriminaron nada. Lo comentamos y la sorpresa es que no se sintieron, ni Marcos ni Andrés, en absoluto molestos porque hubiéramos disfrutado de la violación. Que en un primer momento lo que les horrorizaba es que nos hicieran daño físicamente o que nos doliera lo que nos iban a hacer. Pero que al ver que disfrutábamos, aunque Bea lo intentó disimular con escaso éxito al principio, que poco podían hacer. A ambos se les pasó por la cabeza esa fantasía masculina de ver a sus novias folladas por otro hombre, algo que a todos los ocurre aunque algunos lo nieguen, aunque quizá por ser un tanto brusca la situación no era precisamente la mejor manera de sucumbir al morbo, con dos cincuentones más zafios de la cuenta.

Pero después de todo, la violación campestre fue la culminación de esa jornada de sinceridad, al mostrar nuestros sinceros gritos, jadeos, de placer. A partir de entonces, se abrían muchas posibilidades, entramos en una época de libertad sexual, pero sabiendo que por encima de todo queríamos estar con nuestros chicos. Siempre que no nos impidiesen seguir disfrutando del sexo como hasta entonces.

Así lo haríamos, en la boda de la hermana de Bea. Pero, eso, es otro capítulo de nuestras historias.