Las historias de Anaís y Bea (5: En mi casa II)

Después de que mi madre entrara en nuestros juegos, la situación se me va de las manos con mi padre. Así continúan mis historias y las de mi amiga Bea...

Me levanté al día siguiente todavía presa de la calentura de haber visto a mis padres en plena faena, además de la manera prohibida. Deseando desfogarme, como poseída. No sabía si presa de lo que había vivido los último días, con mi novio, con Marcos, con el guardia de la biblioteca. O en realidad por el traumático día anterior, que había despertado en mí algo oculto, un deseo por mi padre que quizá estaba escondido o que tal vez solo lo habían provocado esas lujuriosas situaciones.

Me desperezaba pensando en eso, casi aún zozobrante, me dirigí a la cocina y allí estaba él, allí estaba mi padre. Ni se me pasó por la cabeza el hecho de que el momento fuera tenso (seguro que él era consciente de que los había oído) sino que a mí cabeza solo venía la imagen de su pollón expulsando lechecita sobre ese orificio abierto más de la cuenta que era el culo de mi madre.

¿Y mamá? – Pregunté.

En la ducha.

Contestó como si me dijera: "mira, Anaís, es que anoche hemos sudado de lo lindo". Pero yo no pesaba en ella, pensaba en él. Ya se había arreglado, dispuesto a ir a la fábrica donde trabaja de perito, mientras terminaba de desayunar. Yo, presa de mi situación sofocante, solo llevaba el corto pantaloncito de mi pijama, bastante húmedo si alguien se hubiera detenido a mirar de cerca por cierto, que dejaba ver mis bien formadas pantorrillas. Arriba, el top que usaba para dormir, algo sudado por todo tipo de calores nocturnos.

Noté que me miraba de otra forma distinta a la habitual. En realidad deseaba que me mirara de otra forma distinta a la habitual. Agudicé el oído y pude comprobar que mamá seguía en la ducha. Estaba lanzada. Lanzadísima. No era yo. Era un diabólico demonio del deseo el que decidía mis actos.

Cogí pan de molde y me dispuse a hacer una tostada. Mi padre tenía la mantequilla. Até cabos y me dije a mí misma que era la mejor manera de provocar a mi propio padre y poder salir bien del brete en caso de que él no compartiera mi locura.

Lo miré de arriba abajo y le dije, suavemente, lentamente, acariciando cada sílaba, tratando de derretirlo, semidesnuda como estaba, creyéndome irresistible tras los acontecimientos de últimamente:

Me pasas la mantequilla. – Casi silabeé, omitiendo un "papá", al final que hubiera roto la magia del momento.

Él dudó. Comprendió al instante.

Qué buena es la mantequilla, - continué yo, a lo mío - y qué útil, para tantas cosas. Como se puede aprender en El último tango en París

Lo dije en el tono más caliente que pude, de modo que tras eso, o se abalanzaba sobre mí o me daba una buena torta. Por zorra. Por hija zorra.

Se levantó… pero para ninguna de las dos cosas. Suspiró hondamente y se retiró. Se había quedado a medio camino. Había sucumbido al deseo, pues no me recriminó mi cerda actitud, pero al menos se había controlado.

Lo oí acercarse al baño. Apremiar a mi madre para que saliera. No sé lo que haría dentro. No creo que se desfogara, porque salió enseguida y se fue inmediataente al trabajo. Yo me quedé con mamá, dándole vueltas a todo. Sin creer lo que había hecho.

Estuvo bien lo de ayer. Lo de anoche. – Rectifique a tiempo.

Sí, claro.

¿Entonces? ¿Por qué traicionaste a papá si lo deseas tanto?

No me contestó. Seguí preparándome para ir a la universidad, pensando solamente en mi padre y cómo lo había provocado. Había que terminar con esto. No se me ocurría cómo quitármelo de la cabeza sin caer en la depravación del incesto, a donde jamás debía llegar. Pensé que solo Bea podía ayudarme.

Maquiné, así, un plan. Me vengaría un poquito de lo que hizo mi madre, otro poquito de Marcos, por dejarme ayer totalmente caliente mientras decidía follarse a mi madre delante mío, y, a la vez, quizá lograría desprenderme de mi obsesión paterna. Le propuse a mi madre que fuéramos de compras para dejar atrás nuestra pelea y olvidar lo suyo con Marcos. Yo sabía de sobra que esa tarde mi padre no iba a ir a la fábrica, sino que estaría en casa… donde estaría solo mientras nosotras íbamos de tiendas.

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En la facultad, cuando vi a Bea la conté lo de la tarde anterior. Se quedó atónita pero me confesó que nunca pretendió que Marcos renunciara a otras mujeres cuando empezó a salir con él, de la misma manera que ella tampoco se había dejado de probar "otras pollas", como dijo literalmente. Lo que realmente la sorprendió fue que su novio arremetiera con esa virulencia a mi madre.

Aunque hay que reconocer que tu madre está bastante bien. – Finalizó con un guiño.

No sin un poco de rubor la comenté mis planes. Que aprovechara que mi padre estaría solo en casa para ir allí y seducirlo.

¿Tu padre?

Sí, qué ocurre ¿no te gusta?

Claro que me gusta, tu padre aún tiene un polvo. Tiene cien polvos. Lo que me sorprende es que me lo pidas.

Entonces la confesé que no me lo podía sacar de la cabeza. Que si ella se lo follaba es un poco como si me lo estuviera follando yo y acbaría con ese fantasma sin cometer ese pecado tan perverso. Por supuesta ella comprendió. Aparte de que la veía muy dispuesta a seducir a mi padre. Como digo, aunque cuarentón, era un hombre absolutamente atractivo, con esa madurez que desarma a las mujeres. Si a eso la unimos mi relato de cómo había sodomizado a mi madre y que así se vengaba un poco de su novio, tenemos el cuadro completo.

Así que a la hora señalada, aproximadamente media hora después de irme con mi madre de compras, Bea apareció por mi casa. Llamó al interfono y dio la excusa que habíamos convenido. Se trataba de convencer a mi padre de que debía conseguir un trabajo para las clases que teníamos guardado en mi ordenador.

Sé en qué carpeta está, estuvimos trabajando en ello el otro día.

La dejó subir y cuando la recibió le costaba tragar saliva, según me contó Bea al relatármelo. Había ido lo más jugosa posible, intentando rejuvenencer aún más sus 20 años de edad. Con una falda vaquera muy corta, que dejaba ver sus perfectos y bien moldeados muslos y con una camiseta de manga corta ajustadísma, delineando provocativamente sus senos. Sin sujetador. En fin, para qué seguir. Bueno, si Andrés hubiera estado por medio le hubieran encandilado sus zapatos sandalia que mostraban perfectamente sus pies, fetichista que es mi novio.

Mi padre la hizo pasar no sin esfuerzo. La noche anterior con mi madre, la mañana en la que su propia hija, yo, le había hecho veladas proposiciones indecentes. Esperaba que fuera demasiado para él. Bea pasó, se puso a trastear con mi ordenador y mi padre la dejó sola. El plan era desmoronarlo, aunque el cómo quedaba en manos de Bea. Buenas manos sin duda.

Cuando terminó de guardar el simulado trabajo en su pendrive Bea salió de mi cuarto y pidió ir al baño. Al volver al salón se sentó al lado de mi padre. Éste estaba tratando de mirar un partido de Roland Garros en la televisión, intentando no pensar.

¿Quién juega?

Pues eh, no sé.- Mi padre estaba totalmente azorado. – Lo acabo de poner. ¿quieres tomar algo?

Ya estaba hecho, pensó Bea. Se apoltronó en el sofa, mostrando sus piernas, casi ofreciéndose en todo su ser.

Bien, lo que sea, algo fresco.

Papá se levantó, intentando sin duda liberarse del deseo, aunque ya era demasiado tarde. No debió invitarla a que se quedara un poco más. Llegó con una Fanta.

¿No tienes cerveza? – Mi padre no respondió. ¿Qué pasa? Ya soy mayor de edad.

La frase estaba llena de dobles sentidos. Una nota más de que tenía vía libre. Mi padre se retiró de nuevo y volvió ya con dos cervezas bien frías. Empezaron a tomarlas y mientras hablaban de las clases de mí, de nuestros novios, Bea jugueteaba con el cuello de la botella, de la forma más sexy posible. Iba a dar el siguiente paso, porque ya estaba cansándose de que mi padre no se lanzara sobre ella. A ver si iba a ser demasiado buenazo. Daba igual, el pollón que yo la había descrito tenía que ser suyo.

¿No me darías algo para merendar?

¿Cómo qué? – Papá, una vez más, no sabía dónde meterse.

Una tostada, por ejemplo. – dejó una pausa de eternos tres segundos. – Con mantequilla, claro.

Mi padre dejó su cerveza en la mesa del salón, le quitó a Bea la suya de la mano y se lanzó sobre ella. Sobre sus labios, sobre su cuerpo. Comprendiendo que yo la había contado todo ya no podía retenerse más. Ya lo había hecho esa mañana. Esa amiguita de su hija, por muy joven que fuera, había roto sus inhibiciones.

Oh,ya era hora. – suspiró mi amiga.

Mi padre se tumbó sobre ella, empezó a aplastar las tetas de Bea con sus manos. Luego se arrodilló en la alfombra, para sobarla esas juveniles piernas. Las besó. Su lengua marcaba trazos de saliva sobre sus muslos. Bea se toqueteaba los pechos por encima de la camiseta.

Papá siguió subiendo. Se retiró y con las manos la bajó la faldita. Preso de furia, con los dientes la mordió las bragas, en varios movimientos, hasta que consiguió rasgarlas.

sí, sigue, brutote.

Comenzó a lamerla el coño, con movimientos de lo más certeros. Bea estaba totalmente chorreante y jadeaba a cada movimiento de la lengua de mi padre que remoloneaba sobre su labio vaginales y luego exploraba toda su cavidad, obteniendo suspiros de placer y absorbiendo el flujo de una Bea que se había subido la camiseta hasta dejar al descubierto sus tetas. Al verlo, mi padre se detuvo. Alzó sus manos sobre esos pechos, los apretó, como sopesándolos (¡tal vez comparándolos con los de mi madre!) y tratando de recuperar la respiración. Acto seguido se retiró.

¿A dónde vas? – Preguntó Bea, a medias.

Papá no contestó. Volvió a los quince segundos con el frasco de la mantequilla. Bea comprendió y sonrió.

Oh, sí, mi culo es suyo.

Lo dijo a la vez que se iba dando la vuelta. Papá untó dos dedos en la mantequilla y los colocó en la entrada del ano de Bea. Ésta se derritió y derritió la mantequila al recibirla, suspirando según los dedos iban entrando. Así estuvo mi padre un par de minutos, metiendo y sacando los dos dedos previamente lubricados, dilatando el glorioso culo de Bea.

Después, se sacó el pollón. Mi amiga apenas pudo velo unas décimas segundo al volver la cabeza antes de que Papá lo pusiera en su culo y apretara. Bea, ya acostumbrada a esto (la última vez había sido mi novio quien la había sodomizado), excitada, lubricada, recibió gustosamente la verga de mi padre.

Ahhh, metamé ese pollón hasta dentro.

Papá hizo caso y se la metió, más fácilmente que a mamá ayer gracias a la mantequilla. Aprisionó a Bea contra el sofá, no sin antes ponerla un par de cojines debajo para favorecer la postura de la penetración. Mi amiga llegaba a la gloria, se retorcía, movía la cabeza en plenas convulsiones hacia derecha e izquierda, gritaba.

Oh, síiiii, síiii, qué polla, qué polla, rómpeme el culo, rómpeme, el culo, más fuerte, por favor.

Mi padre, sin decir nada, solo la enculaba y la enculaba todo lo que podía, mientras apretaba a la vez las pétreas peras de Bea. A ella eso la encantaba. Sentía llenas sus entrañas por el padre de su mejor amiga, un hombre maduro y atractivo, con una polla descomunal, que hacía todo lo posible por romperla en mil pedazos.

Sí, más, me encanta, romperé, rompemé. – Luego siguió. – Me encanta. Esto la encantaa a Anaís, esto también al encanta a ella. Ohh, síii, sii.

Mi padre aceleró aún más, si es que era posible, el ritmo de su mete y saca, empujando con toda la dureza que podía dentro del culo de esa zorra. Sus huevos golpeaban repetidamente sobre ella, y la encantaba. Además decía que a su hija tambén. El ingrediente que le faltaba, aunque eso no estaba en el plan.

Sí, la encanta que la den por el culo. La han dado muchas veces. Incluso mi novia la ha dado. Es lo que más la gusta. Ahhh, ahhh, que la den por ese delicioso culo, aaahhhh..

Mi padre no pudo más, se iba a derramar, pero trató de controlarse. Se la sacó, dio la vuelta a Bea. La miró con una mezcla de furia y deseo. Mi amiga sintió miedo. Mi padre se agachó y la empezó a morder los pechos. Luego, la abrió de piernas y se la metió fácilmente por el coño. La humedad de Bea y los restos de mantequilla que tenía la polla de mi padre hicieron que entrara hasta dentro de un solo empellón.

Oh, sí, fiera, sí, este es el mejor polvo de mi vida.

Papá parecía insaciable, regodeándose en el coño de Bea con movimientos circulares. Se iba a correr. Se convulsionaba. Bea llegó a su infinito orgasmo y seguía gritando como una zorra.

Ah, cómo me gusta, cómo me gusta, llenemé de leche.

Mi padre sacó su polla y empezó a lanzar leche por doquier en una eyaculación interminable. Sobre el vientre de Bea, sobre sus pechos, incluso sobre un ojo, otros chorros incluso en el sofá. Un torrente de lefa que parecía no tener fin. Bea recogió con una mano todos los chorros que pudo y se los metió en la boca. Mi padre estaba exhausto. Ella también.

Cuando se levantó de encima de ella, Bea intentó recomponerse. Estaba toda manchada, pero se puso en su sitio la ropa y se levantó. Se despidió de mi padre no sin antes dar un último sorbo a la cerveza (tenía realmente sed tras aquello) y abandonó mi casa.

Antes de volver a la suya se reunió conmigo como habíamos quedado. Me lo contó todo sentada en el banco de un parque. A cada momento de la narración yo me iba poniendo más y más enferma. Había sido un error todo aquello. Las frases de Bea no estaban en el trato, porque no había hecho sino lanzar aún más el anzuelo sobre mi padre y yo, muy ingenuamente, pensaba que se acabaría con esa especie de transposición que pretendía que fuera el polvo entre mi padre y mi amiga.

Pero no, no había sido así. Porque el polvo había sido brutal y por las cerdadas que Bea había gritado a mi padre. Pero es que era eso, era mi padre, y aquello tenía que concluir, me lo tenía que quitar de la cabeza. Era más que un complejo, hubiera sido incesto, y a eso no podía llegar de ninguna manera.

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Esa noche, en casa, todo el mundo miraba al suelo. Yo por lo que sabía, papá por lo que había hecho, mamá también. Me sentía dispuesta a dejar atrás todo aquello, a pesar de que aspiraba el aroma de mi padre a cada respiración y estaba totalmente turbada. Me acosté prontó y me costó horrores dormirme, con demasiadas cosas en la cabeza y con unas ganas terribles de meterme dedo tras dedo en mi coño, en mi culo, rememorando todo lo que me había contado Bea.

Cuando por fin estaba conciliando el sueño me despertaron unos gritos. Cuando me desperté complemente fui consciente de lo que pasaba. Había hablado aquella tarde de ello con mi madre: tenía que cumplir con mi padre todo lo que pudiera, darle todo el sexo posible. Dicho y hecho. Sus gemidos eran perfectamente audibles también en esa ocasión. Estaba contenta, porque mi padre, pese a haberse desfogado locamente con Bea, estaba dando a mamá su ración de sexo. Sin embargo, por otro lado me excitaba enormemente, de nuevo, oír sus gritos de placer.

Me toqué, tuve que hacerlo. Me acaricié el coño todo lo que pude, con fuerza, sin destreza, aplicándome para darme dolor a la vez que placer en una paja cruel, en un orgasmo súbito que me fatigara para conseguir dormirme y que alejara mi cabeza de lo que ocurría dos puertas más allá. Creo que me dormí en paz y parecía que ya había terminado lo del dormitorio de mis padres.

Estando dormida sentí una extraña sensación, mi coño humedeciéndose más y más, mi vagina toqueteada, mi ano tentado. Notaba unos dedos en mi culo mientras notaba cómo me mojaba toda. No estaba soñando. Salí de lo que creía un sueño para caer en la realidad. En la deseada pero temida realidad.

Papá estaba así, tentándome por debajo de la tela del pijama y de las bragas. Cuando me notó despierta me dio la vuelta sobre la cama, poniéndome a cuatro patas.

Papá, no

Como con Bea, papá no contestaba, no decía nada. Se limitó a bajarme la ropa con una mano mientras me sujetaba con la otra.

No habrá mantequila. – Me susurró al oído.

No sabía si volar y dejarme ir o forcejear para evitar lo inevitable. No pude resistirme. Lo deseaba demasiado, sin valorar las consecuencias que mentalmente me podía eso acarrear. Me acomodé. Mi padre me soltó, pero solo un momento. Note cómo colocaba la polla en la entrada de mi culo. No se entretuvo en dilatármelo, ni en lubricármelo. Intentó metérmelo de un empujón, pero no pudo.

Ahhhhhh.

Grité casi sin mesura. Papá entonces la sacó y la volvió a meter. Así lo hizo tres veces. A cada empellón yo soltaba un grito que, si mi madre estaba despierta, sería perfectamente audible. Pero a cada embestida esos gritos de dolor se iban transformando en gritos de placer. Metía un poco, escasos centímetros, yo me contraía y girtaba. El la volvía a sacar y repetía el movimiento, consiguiendo cumplir su objetivo cada vez un poco más. Cuando su polla estuvo ensartada hasta el fondo se paró un poco, se detuvo allí, notando como rellenaba mis entrañas. Sentía mi cavidad más estrecha llena de la polla de mi padre. Me gustaba. Era algo de lo más censurable del mundo pero me gustaba, me sentía llena, plena. Suspiré.

Entonces comenzó lo mejor, porque mi padre empezó mover su polla delante y detrás, con una maestría inusitada. Con dficultad al principio, pero luego con un movmiento cada vez más frenético. Yo era pesa del frenesí de un goce inigualable. Ni con el guardia, ni con Marcos, había sentido ese placer, una polla que a la vez que avanzaba y retrocedía dentro de mi culo me otorgaba un éxtasis de locura.

Me corrí, me revolvía en todo mi ser, gritaba como poseída sin importar despertar a alguien.

Ahhhh, ahhhhh, síiii, síiiii

Papá seguía, no paraba, me agarraba las tetas, como había hecho horas antes con Bea, notaba su aliento, sus suspiros, en mi cuello. Estaba loca, en celo, me sentía taladrar, lo cual era tremendamente gozoso.

Sssíiiii, sigue, papá, rómpeme, papá, rómpeme el culo.

Me hacía caso, no paraba, así, metiendo y sacando minuto tras minuto. En un momento dado paró, pero no se detuvo. Yo me estaba volviendo a correr y mi padre pareció regodearse entonces en sacarla, esperar unos mínimos segundos y volver a meter de un solo golpe. Cada vez que lo hacía yo daba un grito enorme, como al principio de la enculada.

Ahhhh, ahhhhh. Sigue, papá, no pares, métemela hasta el fondo.

Sabía que mamá estaba despierta. Es más, sabía que nos estaría viendo. Papa seguía en lo suyo, la sacaba y me volvía a dar un meneo. Luego volvió a los empujones dentro del ano, así que yo me dediqué a culear para sentirla más y más, desgarrada, gozosa.

Se corrió dentro, sin avisar. Notaba su leche en mi interior. Cuando la sacó todavía seguía manando, yo quise revolverme, a limpiar con mi boca ese mástil insuperable que me había hecho morir de gusto pero él se retiró, in decir nada,

Me quedé sola evitando rumiar todo aquello, aunque me dormí enseguida del cansancio, del goce, de la dicha. Los remordimientos ya llegarían en otro momento. Como por la mañana, cuando desayunamos los tres juntos en silencio, sin darnos más que apenas los buenos días, sin mirarnos a la cara, culpables todos, pues todos teníamos nuestra parte de culpa de aquello. Lo mejor era seguir adelante, como si nada hubiera pasado. Habíamos sucumbido al deseo pero ya no podíamos volver atrás. Había ocurrido y lo habíamos disfrutado.

Mi historia seguirá, con más cosas de las que me arrepiento y con las que gocé, aunque quizás con ninguna me arrepiento más y a la vez con ninguna disfruté tanto, como con esa noche, con lo más prohibido.