Las historias de Anaís y Bea (4: En mi casa)

Cómo mi madre y mi padre entrar a formar parte de nuestros juegos sexuales con singular protagonismo. Así continúan mis historias y las de mi amiga Bea...

He dudado mucho antes de decidirme a contar la siguiente parte de mis historias y de mi amiga Bea. Aunque ya he relatado cosas bastante censurables, como haber seducido a un guardia de una biblioteca hasta casi obligarle a que me violara y, también, el haber jugueteado con el novio de mi mejor amiga hasta conseguir que me saciara de placer (siempre pareciendo yo la víctima, claro), el próximo capítulo va más allá de todo eso.

La situación se me fue de las manos. En realidad ya se me había ido cuando Marcos, el novio de mi amiga Bea, me dio por el culo en el ascensor de El Corte Inglés. Cuando salí de allí solo tenía deseos de llamar a mi novio, a Andrés y rogarlo que me follara por fin. Algo que, recuerdo, por si alguien se incorpora ahora a estas historias, todavía no habíamos hecho.

Así lo hice. Quedé con él en mi casa. Poco me importó que allí estuviera mi madre. Quería tirarme por fin a mi novio. Cuando le llamé le puse una excusa de un papeleo para una cosa de la universidad. Llegué a casa con el tiempo justo de darme una ducha para refrescarme y quitarme el sudor (y algo más) de la aventura del ascensor.

Al poco llegó Andrés. Mi madre no lo conocía, así que el pobre se quedó muy incómodo por la situación. He de decir que mi madre, como mi padre, se conserva bastante bien. Al haberme tenido bastante joven conserva mucho encanto. Es más baja que yo, y con la piel bastante más pálida que la mía, aunque con el mismo pelo moreno. Ella se lo solía recoger, pues no la gustaba esconder su bello y redondeado rostro, sin apenas arrugas para la edad. Llevaba gafas, lo cual era lo único que se la podía poner como falta (yo heredé su miopía, pero llevo siempre lentillas).

Pero no era la belleza de mi progenitora lo que acongojó a Andrés, sino su natural timidez. Cuando entramos en mi cuarto y cerré la puerta se me ocurrió que la excusa de tener ahí a mi madre, al otro lado de la puerta, como justificación de que el morbo me obligara a pedirle que me follara. No lo que había ocurrido en realidad, los cuernos que le estaban creciendo desde que mi amiga Bea me embargo en una espiral lujuriosa.

¿Pero qué haces?

Me dijo sorprendido al ver que le acariciaba por encima del pantalón, sin importarme estar en mi propia casa. Cerró los ojos y dejó hacer. Yo lo desabotonaba el pantalón. Se quedó inmóvil (desde luego que más inmóvil que el día de la biblioteca con Bea) y no hacia ningún movimiento, de pie, mientras yo tenía ya su polla entre mis manos.

Tú madre puede entrar. – Dijo solamente a modo de recordatorio.

Yo no quería ningún preámbulo, lo del ascensor con Marcos y la mujer desconocida ya había sido suficiente como para tenerme excitada una buena temporada. La polla de Andrés crecía como ya había visto que sabía crecer.

Lo solté y me dirigí a la cama. Lo había recibido simplemente con un chándal. Me lo bajé lentamente. Por primera vez en esta historia me iban a penetrar el coño. Contaba los segundos.

Andrés salió de su mutismo, con palabras románticas:

Te quiero tanto. – Me decía mientras se acercaba.

Se agachó a ayudarme a terminar de bajar el pantalón. Se detuvo a masajear y luego a besar mis tobillos.

Hoy no. – Le dije, temiendo que se parara demasiado con mis pies. – Hoy quiero que me folles, que ya es hora.

Claro, te la voy a meter hasta dentro. – respondió, dejando de lado ese esbozo de romanticismo.

Me recosté sobre su cama y él se tiró sobre mí. Abrió mis piernas. Yo quería un misionero. Quería ser novia y no puta. Deseaba rendirme al chico que amaba y al que recurrentemente traicionaba. Así que me dejé embestir de la manera más tradicional posible. Hasta el fondo, como prometió.

Él me susurraba palabras cariñosas en el oído. Que si me quería, que si tal y que sí cual. Yo ni le oía, porque con sus movimientso frenéticos me estaba volviendo loca de placer y me resultaba milagroso no gritar como una furcia. Ahogaba mis gemidos pero algunos se me escapaban.

Ahhhh, ahh.

Soltaba inevitablemente de vez en cuando. Casi le molestaban más a Andrés.

Tu madre nos va a oír, nos va a oír. – Decía entre suspiros.

Di que está buena, di que te la follarías. . Le provocaba para ponerle más cachondo, para ponerme más cachonda.

Sí, está buena. – Casi no podía ni contestar.

Venga, di que desearías follártela por todos lo lados, aahh.. – Le provocaba. – diloo, diloo.

Sí, ah. Me la follaría, me la follaría por delante y por detrás.

Siii, síiii, ohhh, oohhhh. - Casi gritaba. – di que la deseas, di que la deseas.

Claroo, oh, claro, me la quiero follar, me la quiero follar, me quiero follar a tu madre, me quiero follar a tu madre..

Ese jueguecito me sacó de mí, me hizo disfrutar locamente. Andrés se derramó dentro de mí sin control, con la mente perdida, con la imaginación en mi madre.

Cuando controlamos las pulsaciones, nos adecentamos y salimos. Yo era consciente de que mi madre había oído algo. Tal vez lo había oído todo. Su cara era todo un poema cuando se fue Andrés y tuvimos que despedirlo. Pensé incluso que me diría algo, que me amonestaría, a pesar de ser ya mayorcita, cuando estuvimos solas, pero no lo hizo.

Me había follado por fin a mi novio pero el haberlo hecho con mi madre al otro lado de la puerta inició algo de terribles consecuencias.

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Porque la situación me había parecido deliciosa y porque no sabía lo que podía ocasionar que mi madre hubiera sido partícipe de mi goce tan dichoso con mi novio. Bea se carcajeaba conmigo cuando se lo conté al día siguiente.

Mira, mira, he creado un monstruo. – Decía entre risas.

Esas risas se apagaron cuando la conté que su novio había disfrutado de lo lindo con mi culo en los ascensores de El Corte Inglés. Mas no podía quejarse. Era algo que ella había iniciado. Podía estar un poco dolida, pero nada más. Era el normal transcurrir de nuestros jueguecitos. Pero que mi madre entrara en escena ya no era tan normal.

Anaís, preguntan por ti. – Oí anunciar a mi madre aquella tarde, después de que sonara el timbre del portal.

Dí que suba. – Contesté, dando por hecho que era Andrés.

Pero cuando apareció Marcos por la puerta me quedé helada. Se lo presenté a mi madre, que se quedó asimismo atónita y embelesada. No podía ni pronunciar palabra. Se quedó mirándolo, como en un sueño o en una pesadilla. Por un lado no comprendía que al día siguiente de haber traido a mi novio a casa, de habérmelo follado sin importarme que ella nos escuchara, ahora me visitara otro amigo. Por otro, no era capaz de asimilar que mi visitante fuera tan guapo. Incluso para ella resultaba demasiado delicioso.

Es el novio de Bea. – Me apresuré a añadir al finalizar las presentaciones, para conseguir que mi madre saliera un poco de su estado cuasicatatónico.

Le hice pasar a mi cuarto, deseosa de saber el motivo d su visita. Aunque no se me escapaba que tenía que ver con el encuentro del ascensor de la tarde de ayer. Mi culo todavía lo recordaba satisfactoriamente.

¿Qué haces aquí? – Pregunté.

¿Tú qué crees? – Me respondió con una media sonrisa en mi cara, una sonrisa de esas que desarman, mientras se acercaba lentamente a mí.

Se arrimó a mí y comenzó a morrearme. Yo lo deseaba pero temía, hoy sí, la presencia de mi madre en casa. A Marcos no le importaba. Me agarraba las tetas mientras metía su lengua en su boca todo lo que podía. Me encantaba lo que hacía y apenas forcejeaba.

Hasta que Marcos se apartó de mí.

Venga, chupamelá como ayer- Ordenó.

No, no me gusta, ya lo sabes.

Pero no me escuchaba. Me agarró del pelo y me obligó a agacharme, con una mano, mientras con la otra se bajaba la cremallera del pantalón. Debo admitir que le ayudé a bajárselo, dispuesta a cumplir el trámite de hacerle una breve mamada antes de dejar que me follara. Porque por mi mente ya pasaba la idea de que me jodiera el coño como hizo mi novio el día anterior.

Sin embargo, los planes de verme follada por el novio de mi mejor amiga iban a naufragar sorprendentemente. Me esforcé en excitarlo mucho lamiendo esa polla aplatanada, con esa curva perfecta que tanto placer había dado a mi otrora estrecho ano. La recorría con la lengua, con un poco de asco pero arrobas de excitación. Metiéndomela de cuando en cuando hasta la garganta.

En esas estaba cuando la puerta se abrió y apareció mi madre con unas Coca Colas en una bandeja. Muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento y no fue la vergüenza de que mi madre me pillara comiendo rabiosamente una polla la primera de ellas. Que hoy no se conformaba con escuchar, que lo bueno que estaba Marcos había sido demasiado para ella, que quería participar

Solo me excuse con la mirada, mientras sujetaba con una mano todavía la polla de Marcos. Creo que incluso la seguía recorriendo, como en una leve paja. Menuda situación más comprometida. Mi madre miraba inmóvil, como si no supiera que iba descubrir algo así, cuando en realidad lo sabía de sobra.

Así andaba, sin poder reaccionar, cuando noté que Marcos se desasió de mí. No comprendí lo que hacía. Supuse que iba a vestirse o a disculparse pero no. Muy decidido, medio desnudo como estaba, se terminó de bajar los pantalones y se acercó a mí madre.

Ella iba vestida con un sencillo vestido rojo, bastante fresco, que dejaba ver parte de sus muslos y que arriba era de manga corta. Estaba bellísima, con su piel pálida, su pelo recogido, su cara redondeada dejando destacar unos labios bastante carnosos, sus gafas dando ese toque de inteligencia y a la vez de picardía, casi rejuvenecedoras. Entendí que a Marcos le ponía muy cachondo haber sido descubierto por la madre de la chica que se la estaba chupando. ¡Sobre todo si esa madre estaba tan buena!

Se acercó a ella. Mi madre le recibió como embelesada. Se dejó besar por Marcos, que sin freno la comenzó a morrear como si nunca se lo hubiera hecho a una mujer madura, lameteando toda su cara, incluso su cabeza. Mientras, yo no sabía qué hacer, solo los miraba.

Mi madre se dejó hacer. Marcos la agarró y la llevó a la habitación contigua, que estaba semiabierta y era la de mis padres. La levantó el vestido mientras la tumbaba en la cama. Marcos la siguió besando y comenzó a meterla los dedos en el coño. Se encontró las bragas de mi madre totalmente empapadas. Estaba humedísima la muy zorra.

No la importaba que yo estuviera presente, pues caminé siguiéndoles. Sin saber por qué, porque no reconocía mis actos y pensaba que estaba viendo y viviendo una pesadilla, me acerqué a la habitación. Mi inconsciente no quería perderse lo que pasaba.

Lo que pasó es que Marcos se dejó de preámbulos. Que ya habían sido suficientes con la mamada que le había practicado. Mi madre los necesitaba aún menos, dada la lubricación que tenía.

Marcos se la metió en esa postura. Mi madre se agarró a los barrotes de madera de la cabecera de la cama porque la arqueada polla de mi amigo y amante amenzaba con partirla a la mitad. La empezó a dar unos empellones tremendos, a un ritmo inimaginable. Mi madre parecía que no se había visto una en una de estas porque recibía la polla como si hacía tiempo que no follara.

Ahhh, ahhhhhh, uuummmmm.

Se abstuvo al menos de decir una sola palabra. Estaba siendo follada salvajemente delante de su propia hija. Me di cuenta de que yo también estaba chorreando. Aunque estaba herida, muy herida por lo que estaba viendo, notaba como los flujos resbalaban por todo mi ser. Me comencé a masturbar, medio llorando, sin cerrar los ojos porque no quería perderme nada.

Marcos la siguió follando durante unos minutos que me parecieron eternos. Mi madre se corrió, yo me corrí pero Marcos seguía, entrando y saliendo del coño de mi madre. La desabotonó el vestido de un golpe y la mordía las tetas. Mi madre gemía y seguía agarrada a la cama. Entre espasmos, perdí la cuenta de las veces que se corrió.

En un momento dado, cuando yo ya había dejado de masturbarme y solo seguía presenciando atónita ese polvo tan bestial, Marcos se salió de mi madre y eyaculó, se corrió sobre ese vestido rojo. Las últimas gotas de su semen las dejó caer sobre sus pechos, restregando su glande poco a poco, sobre mi madre, que se retorcía entre jadeos, jadeos que aún tardaron un tiempo en cesar.

Marcos se levantó, se vistió y me despidió únicamente dándome un beso en la cara. Yo quedé sola con mi madre. Ella se dio una ducha. Yo estaba sentada en el sofá de salón cuando salió. Se sentó junto a mí, me agarró la mano.

Lo siento. – Me dijo.

¿Por qué? – pregunté.- ¿es que papá no es suficiente para ti?

No es eso. No sé lo que me ha pasado.

Yo sí sé lo que ha pasado. Que eres una cerda.

Ella bien podía haberme dicho que mira quien fue a hablar, pero se abstuvo de recordarme que me había cazado en plena felación.

Quiero que recompenses a papá por todo esto. – Seguí. – Esta misma noche. Quiero que te lo folles, que disfrute de ti, que sepa que puedes follar como una zorra.

No me contestó, se limitaba a asentir mientras acariciaba su mano. La miré a la cara por primera vez:

Quiero que papá te dé por el culo esta noche. Se lo merece después de esto.

Vale.

Vale, dijo, solo eso. ¿Lo haría? ¿Lo habrían hecho así más veces antes? Apostaba a que sí, ya que el sexo anal había descubierto que me encantaba. Así que quizá al fin y al cabo lo de Marcos podría haber sido bueno para la familia. Tal vez, esa noche lo vería. Aunque no debería haberlo visto.

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Lo de esa noche fue bestial. Mi madre iba a cumplir mi petición. O mi orden. Se puso un vestidito negro de tirantes, un retal del verano pasado que rara vez se ponía por casa. Posiblemente solo para calentar a mi padre. En aquella ocasión, dejaba bien a las claras a mi padre qué es lo que pretendía. A él se le veía con una sonrisa en la cara. A ella, casi lujuriosa.

Me retiré pronto a mi habitación, no sin antes decir a mi madre que quería pruebas de lo prometido. Así que dijo que golpearía en mi puerta con los nudillos antes de que se acostaran. Pero que si me quedaba dormida no era culpa suya.

Pasó un tiempo hasta que oí la señal. Al parecer, mi madre lo estaba calentando mientras veían un late show. Cuando me percaté de oír sus voces ya dentro de su habitación, salí de la mía. Mamá había dejado la puerta de su dormitorio entornada. Así sabría por donde se la iba a meter papá.

Sí, papá estaba desfogado. Imagino que haría tiempo que no se traían esos juegos. Por lo poco que podía ver pese a que la persiana de su habitación estaba subida y entraba bastante claridad, papá la acariciaba por todo su cuerpo. Ella ya solo llevaba las bragas y el sujetador puestos. ¡Míos por cierto! Muy sexys por otra parte.

Respiraba entrecortada, medio gimiendo. Le impidió seguir haciendo esos tocamientos y le bajó el pantalón del pijama. Mi padre, a pesar de estar en la cuarentena, es un hombre bastante apuesto. Con unas pocas canas, pero atractivo, sin la barriga propia de la edad, sin llegar a estar tan fibroso como el guardia de la biblioteca. Además, es muy guapo, y no es solo amor de hija.

Pero entonces lo que vi, por primera vez, fue su polla. Un reluciente pollón, bastante grande, que mi madre no dudó en empezar a chupar cuando lo tuvo en sus manos.

Oh, sí, Bárbara, chúpamela como tú sabes. – No pudo evitar decir.

Lo oía perfectamente. Debía de ser habitual en sus polvos. Mi madre lo chupó unos minutos, sobre todo metiéndosela hasta la campanilla, que era lo que parecía que más la gustaba. Cuando se la sacó, papá la puso en posición de follársela.

Pero mamá se puso a cuatro patas, se bajó las braguitas y le pidió, le rogó, con voz entrecortada, por el deseo:

Dame por el culo, Javier.

Papá dudó unos segundos. Miró alrededor y temía que me viera, estaba como buscando algo.

Voy a por mantequilla, dijo.

Iba a bajarse de la cama y yo a esconderme en mi habitación. Mi pecho estuvo a punto de salirse pues el corazón comenzó a latirme con enorme rapidez (¡no podría soportar dos pilladas e el mismo día! ¡Mi padre descubriendome espiando cómo se ventilaba a mamá!).

No, no. – Reaccionó rápido mi madre, consciente de que probablemente les estuviera observando. – Así, sin nada.

Como quieras amor.

Mi padre colocó su pollón en la entrada de su culo. Era una polla más grande que la de Andrés sin duda, y más gorda que la de Marcos. Quizá, junto a la del guardia, la mejor que había visto en mi vida. Qué coño, la mejor sin duda.

Parecía que tenía miedo de romperle el culo a mi madre, aunque lo de la mantequilla me hizo entender que no era la primera vez que la daba por ahí. Dudaba, avanzaba solo milímetro a milímetro. Yo a esas alturas ya estaba excitadísima y me acariciaba por encima de mi corto pijama. Sentía el culo de mamá como si fuera el mío y cada avance de esa polla era como si avanzara también en mis entrañas. No caía en la cuenta de que me estaba poniendo cachonda viendo algo que no debía ver.

Vamos, métemela más. – Apremió mi madre.

Eso acabó con las dudas de papá, que entonces apretó y apretó hasta clavarla en un último golpe que hizo retorcerse a mamá.

Ahhhhh.

Creo que, de haber estado dormida, me hubiera despertado ese grito.

Papá comenzó a follarla el culo, en un mete saca que estaba volviendo loca a mamá… y también a mí. Empecé a frotarme cada vez con más fuerza, incluso emitiendo algún suspiro. Los jadeos de mi madre, poco controlados, me daban seguridad. Con una mano me masturbaba y con otra me restregaba las tetas, casi delirante ante la visión de mi padre follando de la manera más salvaje posible el culo de mamá.

La arrancó el sujetador y la pellizcaba las tetas. Todo por provocar un dolor placentero que se acumulara con el éxtasis que mamá estaba sintiendo en su ano.

Ahhhh, sí, cariño, sí, cariño.

Te deseo así todas las noches, todas. Vamos a follar todas las noches.

Sí, amor, métemela por todos los sitios.

Mamá estaba gimiendo demasiado fuerte. Papá intentaba controlarla. Abandonó sus tetas y le metió los dedos en la boca. Mamá se los mordió pero era igual, tenía que amortiguar esos gritos.

Seguía y seguía follando ese culo. El ano de mamá parecía un pozo sin fondo, insaciable. Yo me corría, ante la segunda visión aquel día de mi madre penetrada violentamente, esta vez por otro hombre y por otro agujero.

Curiosamente, papá, como Marcos, se salió de agujero de mamá antes de correrse, derramando su semen por la espalda de mamá, que no paró por ello de gemir.

Ohhhhh, Ohhhhhh, Ohhhhh ¡

Yo quedé extasiada ante la visión de la chorreante polla de mi padre, de la que no dejaba de manar leche por la espalda de mamá y también por su dilatadísimo ano.

Húmeda, empapadísima, excitadísima, deseando polla, deseando esa polla, me retiré sigilosamente a mi cuarto, totalmente impresionada por lo que había visto, perdida casi la conciencia, también la moral, obnubilada por la polla de mi padre, la deseaba y deseaba. Esperaba que cuando me durmiera pudiera olvidar lo vivido, pero iba a ser muy difícil.

(continuará…)