Las historias de Anaís y Bea (3: Los ascensores)

Los ascensores, esos pequeños lugares donde dar rienda suelta a goces inimaginables. Así continúan mis historias y las de mi amiga Bea...

Lo de la biblioteca fue algo espectacular. La deseada, la buscada violación, supuso para mí un gusto, un goce que no había experimentado hasta ahora. Me sirvió para perdonar a Bea que sedujese a mi novio como lo había hecho, aunque bien es cierto que todo entraba en el juego que nos traíamos.

Tras tres semanas con nuestros chicos, era curioso que todavía no nos los hubiéramos follado. Lo entendían como una manera de dejar evolucionar la relación. Al menos Bea y Marcos, porque si ella había recibido lo suyo en la biblioteca, del guarda y de mi Andrés, su chico se había mantenido en un curioso segundo plano, contemporizando lo suficiente como para no habérsela follado. Yo lo deseaba para mí igual que Bea había tenido a Andrés.

En cambio, más raro era lo mío con mi novio. Me había dejado follar (mejor dicho, sodomizar) por un desconocido y él había dado por culo a mi mejor amiga. Además, habíamos sucumbido a momentos de goce como la masturbación con los pies o la paja del parque. Pero aún no habíamos follado. Él parecía aceptarlo. Tampoco se podía quejar.

En este capítulo toca contar ciertas situaciones que se dieron en esos lugares de disfrutes inesperados, morbosos, recurrentes también, que son los ascensores.

Era sábado cuando Marcos pasó a recoger a Bea por su casa.

Sube, que aún no me he preparado. – Dijo por el interfono.

Esperó un rato en su casa. Bea tiene dos hermanas mayores que aún viven en casa. Forman un trío muy sugerente Aunque ella es la niña mimada y la más guapa de las tres con diferencia.

Sentado esperando a que su novia terminara tenía a su lado a Carolina, que veía un programa de entretenimiento en la tela, con solo unas zapatillas colgando, un pequeño pantalón corto y un top. Y eso que no estábamos aún en verano.

Inevitablemente, Marcos miraba de reojo a Carolina. Tenía tres años más que Bea, 22. Con una cara más perfilada, no tan guapa como su hermana pero absolutamente deseable. También con ese pelo moreno y sobre todo con unos labios muy tentadores. Sus piernas blancas a la vista eran una delicia difícil de resistir. Marcos suspiraba, boqueaba para que no se le notara la desazón que le recorría todo el cuerpo. También para que no se le notara una polla que le apretaba dentro del pantalón hasta hacerle daño.

Por si eso fuera poco apareció Sara. Ella ya tiene 26 años y está prometida. Se casa en septiembre. Entonces también se estaba preparando para salir. Ya estaba vestida, con una falda corta de vuelo negro, sin medias, con una camiseta de tirantes gris que torneaba sus pequeñas tetas (mucho más pequeñas que las de Bea). El problema es que se agachó en el mueble que hay junto a la televisión para recoger unas cosas y meterlas en su bolsa. Lo cuál dejó una visión celestial a Marcos. Sara es más delgada que Bea y Carolina, y también bastante deseable pese a ser, tal vez, la menos agraciada de las tres.

Fue muy duro soportar todo aquello. Sobre todo cuando Sara se marchó y Marcos quedó solo con Carolina a su merced. Se tuvo que controlar para no acercar la mano hacia la hermana de su novia.

Por fortuna apareció Bea, por fin, para salvarlo. Por supuesto espléndida como todo fin de semana. Minifalda bien cortida, de color blanco. Top rosita. Torera vaquera para el freso primaveral.

Se despidieron de Carolina, salieron al rellano. Mientras esperaban al ascensor Bea y Marcos se miraron. Ella vio la lujuria en la cara de su novio. Él ya tenía totalmente decidido lo que iba a pasar.

Una vez montaron en el ascensor, Marcos apretó el botón de stop.

¿Qué ocurre, cariño?

No contestó de momento. La empujó hacia una de las paredes del pequeño cubículo y comenzó a manosearla todo lo que podía. Por arriba, por abajo, estrujando sus tetas, lamiendo toda su cara, su cuello. Ante ello, Bea dejó hacer, consciente de que su novio se la iba a follar.

Te voy a follar, te voy a follar. Dijo aún Marcos como si quedaran dudas.

Ni siquiera la dejó agacharse para que se le chupara como intentó Bea. La levantó la falda y se puso a meterla mano, para calentarla aunque no fuera en realidad necesario. Bea ya jadeaba perceptiblemente, deseando que su novio no tardara mucho en ponerla a cien y en metérsela.

Ayy, síi, cariño, síi.

La dejó en vilo apretándola con su cuerpo, para tener las manos libres y poder bajar el pantalón y los calzoncillos. Su polla palpitaba, totalmente erecta por el espectáculo de las hermanas. Era un tanto ganchuda, como aplatanada. Lista para entrar en acción.

Se la metió a su novia de un golpe. La recibió gustosa. Seguía diciendo lo mismo:

Ay, sí, sy, sí.

Fue un polvo violento, poco propio de novios. Bea agradecía que su chico hubiera elegido una situación tan morbosa para metérsela por primera vez, aun siendo del todo consciente de que eran sus propias hermanas las que, involuntariamente, lo habían calentado. Subió las piernas como pudo hacia sus espaldas, para empujarlo más contra ella, para obligarle a metérsela cada vez más, para notarla más dentro, para obtener todo el placer posible.

Gritaba como una loca sin importarle el ruido que se colara por el hueco del ascensor, sin importar vecinos ni nada. Marcos apretaba y apretaba, en movimientos espasmódicos. Se la metía, se regodeaba ahí dentro durante unos segundos y luego rápidamente volvía a sacar para proceder de inmediato a una nueva embestida. Todo ello con Bea manteniendo las piernas en el aire, apretando a Marcos sobre sí.

Me voy a correr. – Informó.

Bea consiguió zafarse. No iba a privarse de tragar leche. Se sacó la polla de su novio, se agachó y se preparó para los abundantes lecharazos de un Marfos que parecía tener una enorme cantidad de lefa almacenada. Cuidó de no mancharse la ropa, le limpió los restos de semen de la punta de la polla de su novio, se recompuso y quitó el botón de stop. Buena manera de empezar el sábado.

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Beatriz estaba encantada con el polvo que le había echado su novio. También manda huevos que se la hubiera metido antes el mío que el suyo. A mí me dejó con muchas ganas de probar la polla de Marcos. Más cuando tras lo de la biblioteca con el guarda había descubierto cosas inesperadas en mí.

No sabía qué hacer. Si pedir a Bea que organizara algo para que me pudiera follar a su novio o buscarle yo y seducirle. Lo primero me daba mucha vergüenza, era más propio de Bea que de mí. Lo segundo, es más o menos lo que había hecho en la biblioteca.

El sábado siguiente salimos juntos los cuatro, para recordar aquella primera noche y pude saciar un poco mis ganas de Marcos. Todos los bares de ambiente de la ciudad estaban bien llenos. Parecía que ese día nadie se había quedado en casa. En uno de ellos la cosa era por demás. Repleto a rebosar.

Entramos en l garito y dejé que Bea y Andrés fueran a pedir y entre el barullo, sin poder moverme. Quedé justo delante de Marcos. Quería hacer algo, comenzar algún juego de seducción. Pero cuando estaba maquinando esto noté una dura verga que crecía apoyada en mi trasero. Ese día no llevaba vaqueros, sino un pantalón de tela muy fino. A través de la tela notaba ese pene cada vez más en erección.

Sentí un poco de miedo. Creía que podía ser Marcos. Iba a darme la vuelta pero unas manos me lo impidieron. La polla desconocida, o conocida, seguía moviéndose a gusto. Era grande. A mí me encantaba la sensación.

Lo que me asustó más fue sentir que unas manos se introducían en mi pantalón por la parte trasera. Ahí sí que me revolví rápido y afortundamente ¡sí!, era Marcos el que se estaba aprovechando de la gustosa situación.

Sus dedos juguetearon, se metieron debajo de mis bragas y tentaban por ahí atrás, en busca de mi orificio más estrecho, ya desvirgado. Notaba sus dedos moverse, buscar, hurgar. Yo ya respiraba entrecortada, casi al borde del jadeo, cuando Marcos encontró mi entrada posterior y empezó a meter el dedo índice.

Te gusta que te metan dedos por ahí ¿eh?

La intención de la frase era clara, pues en el parque él había visto cómo Andrés me lo hacia y yo lo disfrutaba enormemtne. Como en el atestado pub. Marcos no se contentó con un dedo. Metió otro más y empezó a moverlos, a explorar mi cavidad, a follarme manualmente. Yo estaba preocupada porque la gente que tenía alrededor se diera cuenta de que estaba al borde del orgasmo. Pero cada cual estaba ensimismado con lo suyo y casi inmóvil por la falta de espacio.

Marcos siguió jodiéndome con sus dedos, disfrutando de mi ano dilatado. Me mordía los labios para no gritar, cerraba los ojos, me ponía el pelo sobre la cara para disimular. Me encantó correrme así, en esa situación, follada por detrás por sus manos. Sacó sus dedos cuando se percató de que ya había terminado, me los puso en la boca y yo los chupé, pues otra cosa no podía hacer.

A los dos días, le conté a Bea todo lo que había pasado. Se rió bastante. Me hizo subir al baño del café. Se puso sobre el lavabo y me pidió un trabajo manual. Yo de solo recordar cómo me lo había hecho Marcos me excité y, más habiendo colaborado a esos cuernos suyos, me apliqué en arrancarla un buen orgasmo con mis dedos en su culo. Cuando me despedí de Bea tras tomar el café, totalmente excitada aún, me acerqué al Corte Inglés a pasar la tarde, a ver si de compras olvidaba todo eso.

No creo en la casualidad. O no creía antes que ello. ¿Quién estaba allí? Marcos. Sí, Marcos, inspeccionando unas raquetas de tenis. Yo lo ví sin que él se percatara y me decía a mí misma qué sería más gordo, si el mango de la raqueta o su polla.

Eso estaba pensando cuando volvió la cabeza y me sorprendió observándolo.

Hombre, qué casualidad. – Me dijo.

Nos pusimos a hablar no sé de qué. Yo estaba un poco nerviosa y creo que él lo notaba. Imagino que está acostumbrado a causar ese efecto, si bien no con la mejor amiga de su novia. Me invitó a tomar algo antes de volver a casa y acepté. Ibamos a bajar por las escaleras mecánicas pero vi el ascensor y como que no quiere la cosa me acerqué a él.

Nadie suele bajar por otra cosa que no sea las escaleras mecánicas en el Corte Inglés, así que Marcos probablemente se daría cuenta de que yo sabía que se había follado a Bea en el ascensor de su casa.

Cuando entramos, estaba vacío. Empecé a suspirar. No sabía qué hacer, él debía tomar la iniciativa. Me asaltaron las dudas. ¿Y si yo no le gustaba? ¿Y si está demasiado enamorado de Bea? O que a lo mejor no se atrevería. Pero se atrevió.

Nada más cerrarse la puerta se abalanzó sobre mí.

¿Qué hace¿ Quita, cerdo. – Dije con muy poquita convicción.

Empezó a besarme y yo vi el cielo. Cómo besaba, Me metía la legua, a la vez me apretaba las tetas por debajo del jersey. No sé cómo se apañó para hacerlo. Cuando me quise dar cuenta se había sacado la polla del pantalón.

Venga, pajea como sé qué sabes hacer.

Era una clara referencia a cuando nos habían espiado en el parque, a Andrés y a mí, mientras Bea se la mamaba. No dudé ni un insante y empecé a meneársela. Él me tenía agarrado, sobándome las tetas por debajo del jersey con las dos manos y yo le pajeaba. Me encantaba meneársela. Pero él se cansó y me obligó a ponerme de rodillas.

No, no me gusta. – Protesté.

Y a mí qué, chupamela!

Así lo hice. Me tiraba del pelo y a mí me gustaba que me obligara. Deseaba mucho estar con él, desde hace años, así que, un poco más experta cada vez, me puse a comerle la polla como el otro día al guarda de la biblioteca. Era como un plátano, más arqueada de lo normal por demasiada poca libertad en los vaqueros.

La estaba engullíendo hasta la campanilla cuando se abrió la puerta del ascensor. Apareció una mujer que quedó atónita. Cuando la puerta se cerró, ella quedó dentro. No sabía cómo reaccionar. Yo me levanté, momento en el cual Marcos, haciendo caso omiso de la nueva aparición, me puso contra la pared del ascensor y empezó a meterme una mano por el culo, por debajo del vaquero, mientras con la otra me desabrochaba.

Te voy a dar por el culo. - me dijo. Luego miró hacia la mujer que nos observaba, parada y dijo: - me follar este riquísimo culo.

Yo forcejeaba. Prefería que me follara. Además, con mis dudas lo excitaba aún más.

Ayudamé con esta zorra. – La dijo a la mujer.

No, no.

La mujer se aproximó a nosotros. Yo estaba contra la pared del ascensor y Marcos iba a apuntar con su polla, con su flamante polla, hacia mi culo. Mi estrecho culo que anhelaba que se la metiesen, aunque yo lo negara. Ella estaría entre la treintena y la cuarentena (más cerca de lo segundo que de lo primero), de pelo castaño oscuro, recogido, maquillada, de piel muy pálida. Las tetas pequeñas y algo caídas. Me imagino que había sido madre. Estaba de muy bien ver, muy delgada, muy apetitosa, con un vestido blanco, casi transparente, muy escotado por arriba. Me humedecí solo de pensar en tocar sus tetas y su coño, más con la excitación que llevaba con Marcos.

Se aproximó a nosotros. Se hizo un hueco delante de mí y me agarró de las manos, mientras me susurraba, o al menos creí oír de su boca un "tranquila". Su mirada, como fría, como ausente de la situación, me tranquilizaba, me relajó en el momento en el que sentí apretar la polla de Marcos contra mi culo, penetrar mi agujero.

Ahhhhhh-

Marcos me ensartó a conciencia. Dios, dolía, pero con lo del otro día ya estaba acostumbrada a la situación. Me agarré a la mujer y me dediqué a disfrutar, a gemir, a jadear gracias a los movimientos de Marcos dentro de mi culo.

Siempre quise tu culo, ahh, siempre quise tu culo. – Me sorprendí oirle decir. Añadío: - es mejor incluso que el de Bea, uuuuh, ahhhhhhh.

Mientras metía y me sentía desgarrar por dentro. En el frenesí de los orgamos que me estaba provocando aproveché para zafarme un poco de la mujer y acariciar sus pechos. Ella se dejó hacer. Una mano la tenía agarraba, pero con otra intentaba sobarla. Luego me aproximé más y la lamí el cuerpo, la bajé los tirante y, no tenía sujetador, besé sus pezones, que estaban totalmente rígidos y eran lso más afilados que había visto en mi vida..

Joder, joder

Gritaba a mi espalda Marcos, excitadísimo por lo que estaba viendo mientras jodía mi culo, un espectáculo increible. Me seguía montando todo lo que podía y yo ahogaba mis gemidos en las tetas de la mujer. Con una mano bajaba por su vestido y trataba de tocar su coño a través de la tela.

Ella me liberó un poco y se subió la ropa. Yo caí al suelo de rodilas. A Marcos se le salió la polla de mi culo pero enseguida la volvió a meter. En esa posición, con el vestido de la mujer totalmente levantando, empecé a hurgar en la entrepierna. Marcos me iba a matar con sus embestidas, lo cual daba pasión a mis dedos, que se follaban ya sin control el coño de la mujer.

Después sustituí los dedos por mi boca. La besaba el coño, la lamía todo lo que podía, la mordía. Por primera vez se la escaparon suspiros, gemidas, jadeos, empezó a gritar, conseguí que se corriera.

Ahhhh, ahhh, vaya dos, vaya dos.

Marcos se derramó en mi culo. Yo me corrí justo cuando más suspiros estaba arrancando a esa desconocida. Estábamos agotados sudorosos.

Me estaba recomponiendo cuando noté que la mujer sacaba algo de su bolso y se lo entregaba a Marcos. Creo que un papel, puede que una tarjeta. Ya no me quedé a tomar algo con él. Ya estaba saciada.

Había confirmado dos cosas que me había dicho Bea. Lo maravilloso que es follar en un ascensor (más en mi caso, con la posibilidad de que entrara alguien) y lo maravillosa que era la polla de Marcos.

También había descubierto que mi culo era algo tan valioso que, bien utilizado, podía llevarme a conseguir lo que quisiera.