Las historias de Anaís y Bea (2: La biblioteca)

Una biblioteca no es solo lugar de estudio e investigación. También puede ser un sitio donde descubrir placeres insólitos. Así continúan mis historias y las de mi amiga Bea...

Voy a continuar mis historias y las de mi amiga Bea. Después de los comienzos de mi noviazgo con Andrés y de su relación con Marcos, las cosas dieron un giro inesperado. Sobre todo porque mi amiga se obsesionó con mi novio y porque yo me ví en vuelta en un delicioso torbellino.

Bea se encontró con Andrés en la biblioteca la semana siguiente. Un día en el que yo estaba en clase. Lo estuvo maquinando varios días, obsesionada por lo que yo la había contado, de cómo se corrió sobre mis pies, después de pajearse con ellos mientras yo me masturbaba como una loca y más tras vernos en el parque, yo con mi mano trabajando su polla, su dedo corazón dentro de mi culo, provocándome un orgasmo que podía haber visto cualquier, pero que contempló ella mientras le mamaba el rabo a Marcos.

Así que forzó un encuentro en la biblioteca. Se puso un vaquero, para simular mi habitual estilo de vestir, pero lo acompañó con unas sandalias ya de verano, con un pequeño tacón. Todo para que él pudiera ver sus bellos pies, esos que yo había chupado con deleite en el baño del café

La biblioteca donde íbamos era muy amplia y a ratos concurrida, depende de los días. Tenía salas para estudiar, pero también amplias dependencias con estanterías, o para investigar, hacer trabajos, ver periódicos atrasados, libros antiguos. Los recovecos suficientes como para algún escarceo pasajero.

Cuando lo vio mirando unas estanterías supo que era pan comido. Andrés estaba ojeando unos manuales cuando notó que alguien le observaba. Era Bea, que sonreía.

Hola, ¿qué tal? ¿Anaís dónde está?

No ha venido, está en clase.

Comenzaron a hablar de cualquier cosa, caminando entre las estanterías. De repente, Bea le puso una mano en el brazo. No sabían hacia qué sala se dirigían. Andrés se paró, extrañado.

Tengo que confesarte algo. – Dijo Bea, con su voz cadenciosa, siempre sugerente.

Andrés pensaba que la atención de Bea se debía a la nueva situación, al ser el novio de su mejor amiga. Él siempre la había deseado, en secreto, por lo buena que estaba, si bien se hallaba lejos de su alcance. Lo que no sabía era que la iniciativa iba a ser de Bea:

Anaís me ha contado ciertas cosas que te gustan.- siguió. – Ciertos gustos que tienes.

Solo entonces Andrés se percató de que Bea iba en sandalias, que podía ver sus pies. Que estos eran blancos, bien formados, deliciosos Un manjar. Notó cómo su polla crecía bajo sus pantalones. También se percató de que su corazón se aceleraba bruscamente, y amenazaba con salírsele del pecho. Sus latidos casi hacían ruido.

Sí… ¿por ejemplo?

Bea no contestó. Solo se despojó de una de las sandalias y con su pie empezó a juguetear por encima del pantalón de Andrés. Con la punta de sus dedos levantaba el pantalón para intentar al menos minimamente rozar el tobillo de mi novio, que estaba olvidando que tenía que serme fiel, por cierto.

Bea siguió jugueteando un poco hasta que Andrés la puso contra una estantería y la comenzó a besar. Esto a mi amiga la pilló de sopetón, pues no esperaba una respuesta así de Andrés, que suele ser mucho más tímido. Pero se dejó hacer, acogió la lengua pugnante de mi novio, sus dientes que intentaban morder sus labios.

Mi amiga ni corta de perezosa dijo:

Sé que esto también te gusta.

Y empezó a manosearle por encima del pantalón (también vaquero). Desabrochó el botón, sacó su cremallera y buscó esa polla que ya había visto en la distancia, el día del parque. Estaba durísima a más no poder, con un tamaño considerable. Miró a su alrededor y empezó a pajearle.

Andrés no sabía qué hacer. Vencido por ella, se dejaba manejar de la misma manera que yo lo manejé el otro día. Notaba la mano de Bea en su polla, la movía arriba y abajo en una paja perfecta. Intentaba sobarla las tetas por encima de la fina blusa que llevaba pero estaba demasiado perdido, demasiado rendido a la paja que estaba recibiendo. Pero Bea paró.

¿qué haces? Sigue. – Rogó Andrés.

No iba a parar, pero lo que hizo Bea fue agacharse y empezar a practicar a mi novio una felación inconmensurable. Andrés miraba alrededor lo que podía, para ver si venía alguien, pero cuando vio que no puso las manos sobre el pelo de Bea, mientras se dejaba apoyar la espalda en una estantería, que se le clavaba en el homóplato. Le daba igual, solo sentía el placer de la boca de Bea. Ésta succionaba y succionaba, se introducía toda la polla que podía. Andrés la tiraba del cuello, movía la cabeza de Bea hacia delante y hacia atrás. No se lo pdía creer. Esa pedazo de morena le estaba chupando el aparato con todo su alma.

No pudo más. Se corrió violentamente en la boca de Bea. La gran tragona, como siempre, ingirió toda la lefa que pudo y cuando mi novio terminó de eyacular le dio unos sabios lametones para dejarle bien reluciente el glande.

Sensacional, vaya polla que tienes. – Dijo Bea. – No me extraña que Anaís se lo pase tan bien. Aunque me debes un trabajito en los pies. – Concluyó guiñando un ojo.

Lo que no sabían es que en ese pasillo había una cámara oculta, de vigilancia, cumpliendo sus funciones

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Bea me lo contó, por supuesto. Un poco incluso con timidez al principio. Luego ya desatada. Yo no sabía si sentirme enfadada o qué. Tal vez excitada. Pero no me lo tomé muy bien. Reconozco que eso podía acabar con nuestra amistad pero bien pensado, me abría las puertas de follarme por fin a su novio Marcos, algo que siempre había deseado. Además, no dejaba de ser una simple mamada sin más.

Lo que pasa es que Bea no se contentó con lo que había hecho y quiso, lo más pronto que pudiese ser, recibir ese trabajito en los pies que había pedido. Estaba obnubilada por esa historia. La encantaba chupar pollas pero conseguir orgasmos solo siendo masajeada en los pies se había convertido en una obsesión mayor.

Así que en un par de días después siguió a mi novio hasta la biblioteca y cuando estuvo allí le dio alcance. Ni siquiera le saludó. Se miraron, sonrieron, y se pusieron a besarse, a magrearse con pasión, esta vez en una zona donde había más gente y cualquiera podía reconocerlos o amonestarlos. Andrés ni se creía el morbo que había creado en un pivón tan impresionante como Bea.

Estaba claro que ahí poco más podían hacer, de modo que pidieron acceder a una sala de libros antiguos en la que no hubiera nadie. Esa sala estaba junto a una hemeroteca ya de por sí poco transitada, así que pensaban que podía ser la sala perfecta.

Llegaron a ella agarrados de la mano. Comprobaron que no había nadie y empezaron con lo suyo. Bea se tumbó boca arriba y se despojó de sus sandalias. Ese día llevaba una falda negra que dejaba a la vista sus piernas. Andrés no sabía si se iba a controlar y a conformar solo con el pactado trabajito de pies.

Venga, bésamelos – suplicó Bea, ya excitada solo con la situación.

Andrés no obedeció todavía. Empezó solo masjeándolos, acariciándolo. Luego comenzó a besarlos. Un besito por aquí, por allí. Se detenía a olerlos, a obnubilarse con su perfección. Luego se puso a lamerlos y a introducir todos los deditos que podía en su boca.

Bea bajó las manos, se subió la fadita y empezó a masturbarse con salvajismo, totalmente ida, excitadísima por estar cumpliendo u fantasía.

Al ver eso Andrés paró, se bajó los pantalones rapidamente, porque estaba a diez mil, y empezó a frotar y frotar su pollón, totalmente hinchado, con los delicados piececitos de Bea.

Ésta se masajeaba el clítoris con violencia, se metía todos los dedos que podía en el coño, se corría entre suspiros

¿Esto qué es?

Se pararon en seco. Bea salió de su éxtasis intentando reaccionar. Andrés paró de masturbarse con los pies de su amiga y notó como su erección bajaba. Un guardia de seguridad, de unos cuarenta y cinco años, les observaba con media sonrisa, con una porra en la mano. El hombre era arrugado pero fibroso. De mediana estatura, de piel bastante tostada. No demasiado apetecible la verdad. Supusieron que les iba a reprender, hasta el punto de tener que dar muchas explicaciones para salir del brete. Sin embargo, no fue así.

A ver, a ver, vaya par de jovencitos. Me parece que me voy a unir al juego.

Bea notó que se la nublaba la vista y compuso una expresión de terror mientras intentaba cubrirse con las manos. Miró a Andrés suplicante. Éste iba a subirse los pantalones. El guardia los detuvo.

No hagáia nada. Si intentáis huir o evitar lo que va a pasar, todo el mundo verá una cinta que tengo. – Miro especialmente a Bea. - ¿te crees que puedes ir comiendo pollas alegremente por ahí? A lo mejor te gustaría que esa cinta circulara

No, por favor… - Casi empezaba a sollozar.

Entonces pórtate bien, - dijo esgrimiendo su porra. Luego se volvió a Andrés y añadió: - Y tú estate quietecito.

Se bajó el pantalón del uniforme azul oscuro y dejó al descubierto un pollón de dimensiones considerables, más grande que la de Marcos o Andrés y con la piel más rugosa y las venas más marcadas. Se acercó a una Bea todavía tumbada y lo puso a la entrada de su boca. Mi amiga sabía lo que tenía que hacer. Con una expresión de asco empezó a introducírsela en la boca.

Vamos, más pasión, quiero ver lo mismo que llevo viendo estos dos días en la cinta, puta zorra comepollas.

Entonces Bea empezó a hacer bien su trabajo. Incluso a excitarse. La situación era morbosísima. Mientras Andrés, parado, notaba como el tamaño de su polla volvía emerger al ver la mamada de Bea. Ésta le daba unos lengüetazos cada vez más certeros al guardia violador.

Ohh, sí, sigue así qué bien, qué bien.

Estuvieron así varios minutos. Bea notaba cómo Andrés se acariciaba la polla rendido a la situación. En vez de ayudarla (aunque no estaba seguro de querer que la salvaran), se empezaba un poco a pajear.

El guarda paró. No habían terminado sus peticiones, claro.

  • Ven, levanta. – Ordenó.

Bea no tuvo más remedio que hacer caso. Pero intentó zafarse. Al guarda le iba a costar follársela si no estaba quieta, más cuando entre lametón y lametón había dejado caer antes la porra al suelo.

Pugnaba por dominar a una Bea que se resistía y que pedía ayuda a Andrés.

Tú, venga, haz algo.

Para Bea fue increíble que Andrés saliera del ensimismamiento en el que se hallaba tocándose el rabo, para acudir en ayuda, no de su amiga, sino del violador.

Se colocó tras ella y la sujetó los brazos. La tumbó en el suelo para que el guarda se situara sobre ella. La abrió, incluso, un poco las piernas para facilita el trabajo.

  • No, qué haces, no Andrés, por favor. – Pero Andrés no hizo ningún caso.

El guardia, excitado como estaba, se la metió de un empellón y empezó a violarla con violentos arrones. Bea estaba muy húmeda, por la mamada, por el masaje de Andrés, también por verse agarrada por su amigo. Estaba disfrutando ciertamente de las embestidas de ese maduro (casi viejo), guarda, que metía y sacaba su pollón y la comenzaba a provocar oleadas de placer.

Andrés se percató de ello y la susurró al oído, casi con cariño:

Ves como te gusta.

El guardia seguía con sus arreones y Bea ya no se cortaba un pelo y se ponía a gemir descaradamente. Nunca la había violado (si es que eso era una violación) pero lo estaba disfrutando de veras.

Andrés no pudo más. Le indicó al guarda que se tumbara boca arriba para que Bea comenzara a cabalgarlo. Esto tuvo como consecuencia que obtuviera más y más placer, de no ser por lo que se dio cuenta que iba a pasar.

Te voy a follar el culo, te voy a follar el culo.

Tampcoco hacía falta que lo dijera. Andrés tenía esa secreta obsesión. Tumbo a Bea más sobre el guarda, arqueando su espalda, y se dispuso a penetrar su estrecho ano.

No, por favor, no lo hagas, Andrés.

Ni caso. Andrés tuvo la clemencia de meter un dedo primero, dos desupés. Los sacó, los metió en la boca de su amiga, pidiendo que los humedeciera por su bien, y luego los volvió a introducir, para dilatar y lubricar el orificio de su amiga.

Poco más esperó para meterla y empezar a follarla el culo con dificultad, dada la situación. No era la primera vez que la daban por el culo pero sí el primer trío de su vida. Pese a haber tenido una trayectoria de bastante zorra, jamás se había ofrecido a dos hombres a la vez.

Cuando Andres llevaba un par de minutos intentando avanzar por el culo de Bea, sin apenas llevar a cabo el mete saca, el guardia se corrió sin sacar la polla del coño.

Una vez libre la chica de uno de sus dos agujeros, Andrés pudo tenerla a su merced. La puso de rodillas y entonces si empezó a forzar de manera salvaje el culo de Bea. Ésta gritaba y gritaba. Sus lamentos, sus chillidos de dolor y de placer del orgasmo intensísimo de Bea eran amortiguados por la polla del guarda, pues éste requería de la lengua su lengua para que su miembro quedara limpito tras su corrida.

Por fin tu culo, por fin tu culo.

Andrés no paraba de gritar desatado por haber cumplido una fantasía que nunca pensó que se haría realidad. Seguía dándola por el culo sin apenas tener contacto con la realidad circundante, mientras Bea disfrutaba a más no poder, ya definitivamente, de la polla de mi novio.

ohhh, síiiiiii, siiiiii, más, rómpeme el culo, rómpeme el culo.

El guarda sonreía ante lo que veía y casi tenía que sujetar a Bea, pues los orgasmos la provocaban enormes espasmos. Finalmente Andrés se corrió, inundó su culo estrecho, en unas oleadas de semen que parecían no tener fin.

Los dos cayeron rotos por el cansancio y el placer en el suelo de la biblioteca, mientras el guarda se sentía tan satisfecho como ellos:

Qué nadie diga que las bibliotecas no son útiles para la juventud de hoy en día, joder.- Concluyó.

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Me enfadó bastante el relato de Beatriz sobre la deliciosa violación que había sufrido en la biblioteca. Mi novio se había vuelto loco por el culo de mi mejor amiga, que además me lo contaba con la vista casi perdida, como si solo el recuerdo de la escena la provocase un orgasmo mental.

Tenía bien claro que quería algún tipo de venganza, pero lo primero de todo era vengarme, antes que de Bea, del cabrón de mi novio. Así se lo dije, sinceramente, a mi amiga, que me recomendó que probara la polla del guardia.

Ideamos un plan. Como sabíamos que controlaba las cámaras de seguridad, nos acercamos esa misma tarde a la biblioteca, pero no para pasar a mayores, solo para que me reconociera con Bea. De hecho, nos paramos en el pasillo donde le había practicado la felación a Andrés y nos pusimos a besarnos y a magrearnos. Seguro que el guardia captaba el mensaje desde su despacho, si nos veía a través de las cámaras. Dos chicas acariciándose por encima de sus blusas, juntando sus labios, uniendo sus lenguas. Seguro que captaba más que su atención y lo suficiente como para reconocer a Bea y poder identificarme a mí.

No dejé pasar más tiempo. Al día siguiente, por la noche, me acerqué a la biblioteca. Era última hora, cerca de cenar, con la esperanza de facilitar las cosas. Me acerque a la zona que daba acceso a la hemeroteca y a la sección de libros antiguos. Simulé necesitar ayuda.

Antes de que apareciese ningún personal, apareció el guarda con su porra oscilante. Era tal como me lo había descrito Bea. No había nada que sugiriera que fuera deseable dejarse hacer por él

¿Busca algo, señorita?

Se me sobrecogió el pecho. Empecé a tener miedo y a pensar que había sido una mala idea. A imaginarme que no iba a disfrutar demasiado. Sin embargo, la pasión pudo más.

Busco un libro antiguo.

Me pidió que lo acompañase. Cuando superamos la hemeroteca ya estaba todo a oscuras a esas horas. Sentí un escalofrío.

Sé a lo que has venido.

Yo, no

Tartamudeaba casi pero ni me dio tiempo a reaccionar. Me echó sobre una de las estanterías, sin detenerse a pensar en los incunables que allí había y me besó con torpeza, chupando y mordiendo, mientras con la mano de la porra me palpaba el canalillo del culo.

Luego me agarró del pelo. Yo había ido a buscar eso, pero parece que le ponía muy cachondo simular una violación.

Ay, no me hagas daño, - Rogue.

Claro que te voy a hacer daño . – Contestó casi riendo.

Sentí a la vez miedo y algo en el interior que podía ser un indefinible deseoso morboso. Con la mano izquierda me seguía agarrando el pelo y me obligó a agacharme. Con la derecha sujetaba su porra y empezó a darme con ella pequeños golpes, como si fueran latigazos, en la espalda.

Vamos, zorrita, sácame la polla y empieza a chupármela.

Como a mí no me gusta mucho comer pollas (si tengo que hacerlo lo hago, pero en aquel entonces, sobre todo, me daba mucho asco, tal vez algún día cuente por qué) vacilé bastante. El guardia me dio con la porra en la espalda. Grité de dolor y temí que me dejara claras marcas.

Entonces me amañé para desbrocharle el cinturón rápidamente y sacarle la polla. Sin ser colosal, Bea tenía razón, su tamaño era considerable como para gozar de verdad.

Me esforcé por hacerle una buena mamada. Más por miedo que por placer. Al guardia parecía gustarle mi torpeza, porque cuando intentaba alzar la vista le veía con la expresión desencajada. Además, en mi fuero interno empezaba a arrepentirme de todo esto y quería terminar cuanto antes. Aunque la cosa no había hecho más que comenzar.

Cuando llevaba un buen rato metiendo y sacando su polla de la boca, soportando sus tirones de pelo e incluso, de cuando en cuando, algún azote más en la espalda, el guardia paró.

Desnúdate, zorra.

Yo intenté besarlo, para siumlar conninvencia con todo ello y que no se portara violentamente, peor me mantuvo a distancia con la porra.

Que te desnudes.

Así lo hice. Me bajé lentamente los vaqueros mientras le veía masturbarse. Parecía que su polla se ponía incluso más gorda por momentos al ver mi movimiento. Me bajé todo el pantalón y las bragas en una sola acción y luego me quité el sueter. Por fin, el sujetador.

Totalmente desnuda como el guarda se aproximó a mí. Dio la vuelta en torno, pasádnose la lengua por los labios. Parecía gustarle lo que veía. Aunque muchas veces pienso que soy fea, o no demasiado guapa, lo cierto es que sí que tengo un buen cuerpo. Cuando estaba tras de mí, noté su aliento en mis orejas.

Cómo voy a disfrutar de ti. – Decía.

Me obligó a tumbarme. Me iba a dar por el culo, lo noté. Quise zafarme pero noté la porra en el cuello. No tuvo ni que hablar para que cejara en mi defensa. Se puso tras de mí y empezó a apretujar mis tetas, totalmente duras, por otra parte. Cuando pensaba que iba a venir lo peor, ya que era virgen por el culo, me dio la vuelta. Pensé que iba a metérmela por el coño. Peor lo que hizo fue agacharse y besármelo, mordérmelo también. Intentaba darme placer. ¿Para qué? Para meter su porra. Cuando me vio húmeda aproximo su arma. La vi entonces más gorda que nunca, más gorda de lo que era.

noooo… - Intenté llorar.

Pero me ignoró y comenzó a meterla. No mucho, pues era demasiado gorda y no entra tan fácilmente como si fuera carne, como si fuera una polla. A mí, de todas maneras, m empezó a subir un gustirriín muy curioso por la entrepierna.

En esas estaba cuando me volvió a dar la vuelta. Tenía su pollón totalmente duro y apuntando al cielo y lo situó, entonces sí, a la entrada de mi virgen ano.

No, por favor, por favor… soy virgen por ahí..

Pues ya es hora de que lo dejes de ser. Nos sabes lo que la gusta a tu amiga que la den por ahí, su amigo la metió una buena dosis de polla

Noo, era mi novio, es mi novio.

Jaaaaaaaa

Oía su carcajada en el momento en el que la metió de sopetón en mi orificio. Noté cómo me rompía por dentro, me creí morir. No paraba, seguía avanzando con su magnífica polla por mis entrañas. Además, penetrada con la porra por el coño como estaba, no podía concentrarme en asimilar ese dolor.

Por un lado recibía placer. Por el otro, el dolor de los desgarros que pensaba estaba sufriendo. Era un cúmulo de sensaciones indescriptibles. Además el guardia, cuando sintió golpear sus huevos sobre mí culo comenzó a meter y a sacar. A mí me dolía, me rompía, me gustaba, me volvía a doler. Era terrible pero a la vez mágico.

Arrrghhhhh, aargggh, aaaaaaaahhhh.

Gritaba, poseída, como una loca. De dolor pero cada vez más por una sensación indescriptible que no podía calificar como placer, pero que deseaba que no terminara nunca.

Ahhh, ahhhh, síiiii, síiiiii.

Joder, sí que eres zorra, síii, vienes a que te viole, síiii, y que te rompa el culo. No sé cómo no te habías dejado follar todavía por ahí. Ah, ah. Vaya culo que tienes.

El guardia tampoco se controlaba, pim, pam, metía toda la carne que podía en mi culo y movía un poco, de cuandoen cuando, la porra dentro de mi coño. Otras veces era yo, con una mano (las rodillas contra el suelo me estaban matando además), la que intorduciía un poco más o un poco menos la porra en mi vagina para darme aún más placer.

Voy a estallar, voy a estallar.

Decía el guarda mientras yo estaba ya casi inconsciente por el dolor y el placer, por el gusto inenarrable que estaba sorportado, que estaba recibiendo.

Se corrió en mis entrañas cuando yo llegaba al infinito orgasmo. No podía más. Me dejé caer, creo que perdí la conciencia, que me dormí sin más unos minutos allí, en el frío sulo de la sala de libros antiguos de la bibliteca.

Cuando volví en sí, todo estaba oscuro, sentí miedo pero lo mitigaba recordando el enorme placer que había recibido. Eso pensaba mientras buscaba la salida, casi a tientas, en que hubiera preferido que mi novio me hubiera desvirgado el trasero pero era imposible que me hubiera gustado tanto como me gustó ser penetrada analmente por ese guardia de incontinente porra… y polla.